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Antonio Bruti al servicio de Venecia

En 1560 Antonio Bruti envió desde su casa de Ulcinj una larga petición al Gobierno de Venecia, enumerando los diversos servicios lealmente prestados por él. No está dentro del legajo correspondiente de peticiones en los archivos venecianos, pero se incluyó una copia en la historia familiar manuscrita consultada por Domenico Venturini, que apuntó muchos de sus detalles. Es ésta una fuente excepcionalmente rica –y, pese a su evidente finalidad de autoglorificación– probablemente fiable, dado que encaja con todos los demás datos que tenemos sobre la trayectoria de Antonio.1

Comienza el texto con la guerra otomano-veneciana que estalló en 1537 y se prolongó hasta 1540. El origen exacto del conflicto es más bien oscuro. El sultán Süleyman el Magnífico estaba al parecer deseando enfrentarse a Venecia, y quizá incluso se alegrara de un incidente ocurrido a principios de 1537 cuando un exaltado comandante naval veneciano, Alessandro Contarini, atacó tres naves otomanas y hundió dos de ellas, dando así a Süleyman un pretexto para ir a la guerra. Sin embargo, el gran ejército y escuadra que el sultán llevó a Vlorë en 1537 no iban dirigidos contra Venecia sino contra el sur de Italia, posesión del principal enemigo de los otomanos, los Habsburgo. Se había planeado una campaña conjunta franco-otomana con movimiento de pinza, debiendo atacar los ejércitos franceses los territorios Habsburgo del norte de Italia. Aunque los otomanos llevaron a cabo una gran incursión en Apulia, haciendo miles de cautivos, el rey francés no mantuvo su parte del trato, por lo que fue necesario cambiar de estrategia. Teniendo a mano barcos, soldados y artillería, Süleyman decidió aprovechar la oportunidad para atacar Corfú. Allí fracasó su asedio a la ciudadela, pero Venecia estaba ya en guerra con los otomanos. (Otros territorios venecianos fueron también atacados: Bar y Ulcinj fueron cercados durante algún tiempo por fuerzas otomanas locales.) En 1538 los venecianos se unieron a los Habsburgo en la «Liga Santa», arbitrada y apoyada por el papado. La batalla más conocida de esta guerra fue el enfrentamiento naval de Préveza, frente a la costa noroccidental de Grecia, en septiembre de 1538. En términos estrictamente militares el resultado no fue muy concluyente: la flota cristiana, capitaneada por el famoso comandante genovés Andrea Doria, sufrió algunas pérdidas pero siguió siendo una importante fuerza de combate. Fue la decisión de retirada de Doria, y su negativa a volver a hacer frente al enemigo, lo que la convirtió en una victoria decisiva para los otomanos, celebrada oficialmente por la Marina turca hasta el día de hoy, pese a que gran parte de la flota otomana fue destruida por una tormenta frente a la costa albanesa inmediatamente después. Por lo demás, los enfrentamientos durante esta guerra no fueron en su mayoría concluyentes; las fuerzas españolas tomaron la ciudad y fortaleza de Herceg Novi, que guardaba el golfo de Kotor, pero un inmenso asedio de Hayreddin Barbarossa la recuperó. Cuando al fin Venecia propuso la paz en 1540, había perdido muchas de sus islas griegas menores, así como sus dos puntos de apoyo en la Grecia continental, Nauplia (ital.: Napoli di Romania) y Monemvasía (ital.: Malvasia); y fue durante esta guerra cuando los otomanos hicieron nuevas conquistas en los territorios de algunas ciudades dálmatas y de la Albania véneta, entre ellas Bar y Ulcinj, debilitando sus economías locales.2

A juzgar por la petición de Antonio, parece que se había trasladado de Lezhë a Ulcinj en el momento, o poco después, del comienzo de esta guerra (cuando tenía 19 años y presumiblemente había ocupado el lugar de su padre como cabeza de familia). Quizá las autoridades otomanas de Lezhë le expulsaran al descubrir que trabajaba para los venecianos. Poco después de su llegada a Ulcinj, el comandante veneciano Alessandro Contarini puso bajo su mando un bergantín –un navío de tipo galera, rápido, de casco bajo, menor que una fusta–, y fue enviado en misiones de reconocimiento de las aguas costeras de Albania que, debido a la actividad mercantil de su familia, él conocía ya muy bien. Pronto empezó a enviar información sobre los movimientos de las fuerzas otomanas al cuartel general militar de Kotor; y simultáneamente, al parecer, a comprar el imprescindible grano en Albania (quizá en lugares como la península de Rodon, donde los habitantes no prestaban gran atención a sus señores otomanos) y llevándolo también a Kotor. Otros servicios enumerados en su petición eran la asistencia al pueblo de Bar, atacado por los Mrkojevići, y haber luchado bajo un capitán veneciano para defender el territorio de Ulcinj frente a una ofensiva otomana.3

Una vez concluida la paz en 1540, Antonio Bruti ya no era necesario como combatiente –al menos no hasta 30 años después–. Pero dos de los servicios prestados por él en este primer periodo de su colaboración con Venecia seguirían teniendo importancia: buscar información confidencial, y obtener grano. Y, a medida que fue ganando experiencia, sería también valorado como negociador con las autoridades otomanas, y otras personas, en las tierras albanesas. Cada una de estas tres categorías de servicio era capital a su propio modo.

Sería difícil exagerar la importancia de la información y los servicios de inteligencia en el mundo del Mediterráneo oriental. De la general preocupación de los venecianos por conocer los movimientos de corsarios y piratas, y reunir información comercial, se ha hablado ya brevemente; la conveniencia de inteligencia militar durante una guerra es evidente; pero la necesidad de noticias se extendía mucho más lejos. Era éste un mundo ansioso de nuevas, donde la información era poder y donde, precisamente porque gran parte de ésta era inexacta o fragmentaria, con ocasionales interrupciones temporales en su transmisión, era vital acumular tantos datos sobre una misma cuestión como fuera posible con objeto de dilucidar la verdad, o lo más próximo a ella. Todo comandante naval, y también todo corsario o pirata, enviaba un pequeño navío por delante para «pigliar lingua»: literalmente, pillar lengua. Esto significaba desembarcar en la costa, o en una isla, y preguntar (o, en ocasiones, secuestrar con el fin de interrogar) a pescadores y marineros sobre la situación, los movimientos de otros barcos y cosas similares. Había algunos datos indirectos que a menudo eran decisivos: cuando los venecianos o los españoles analizaban las intenciones militares de los otomanos prestaban gran atención, por ejemplo, a cualquier noticia sobre el aumento de producción, en lugares como Vlorë, del «biscotto» (bizcocho o galleta náutica), el sustento marinero perdurable y relativamente ligero, un pan de doble cocción que era el combustible humano esencial para las campañas navales. Y las noticias políticas otomanas de cualquier tipo, locales o imperiales, también tenían gran valor. Por tanto, se adoptaban medidas minuciosas para garantizar el flujo de información desde Estambul –no sólo de fuentes comerciales y diplomáticas sino también, como veremos, de redes de espionaje en la propia ciudad.4

En algún momento del periodo de 1552-1562, el comandante naval veneciano Cristoforo da Canal pidió a Antonio Bruti que enviara a Dalmacia «noticias lo más rápidamente posible» sobre los movimientos de la flota otomana; lo que se temía era que, en lugar de seguir hacia el oeste para hacer frente a las fuerzas españolas, entrara en el Adriático y atacara territorios venecianos. Incluso se dio a Antonio «una clase nueva de cifra» para enviar sus mensajes. Aunque el uso de clave y cifra era habitual en la correspondencia diplomática de alto nivel, era un requisito infrecuente para este tipo de tarea, lo cual indica tanto de la sensibilidad de la información como del hecho de que Antonio tuviera que transmitir la información desde un puesto fijo, y no llevarla consigo en su navegación de vuelta. En el texto de Venturini no se da fecha exacta, pero un documento de los archivos venecianos puede suministrar algún dato sobre el trasfondo de este episodio. A mediados de abril de 1558, el Gobierno de Venecia escribió a Da Canal comunicándole que había escrito previamente (a comienzos de marzo) para decir que temía las intenciones de la flota otomana, y que iba a enviar entonces refuerzos a Chipre, Creta y Corfú. Venecia instaba a Da Canal a que hiciera todo lo posible «para estar informado del progreso de dicha armada», y le decían que habían dispuesto, por medio del gobernador de Corfú, que Antonio Bruti se situara en el puerto otomano de Vlorë para que los capitanes de navío «pudieran ser avisados de cualquier suceso».5

Antonio desempeñó otro valioso servicio algún tiempo después, cuando se le pidió que organizara la transmisión regular de cartas, oficiales y privadas, desde Corfú a Venecia y viceversa. El problema era que al parecer estaban siendo interceptadas por barcos (presumiblemente piratas o corsarios) cerca de la costa albanesa; Antonio encontró una vía segura para llevarlas de Corfú a Ulcinj, y desde allí eran enviadas a Kotor en naves venecianas. Y otro dato, de 1567, ilustra un aspecto diferente de su trabajo en relación a la recepción y envío de información. En abril de ese año el Gobierno veneciano le otorgó el especial privilegio de poder exportar desde el territorio de Ulcinj 12 «botte» (7,5 toneladas métricas) de vino y 8 botte (5 toneladas) de aceite, libres de impuestos y otras restricciones. La finalidad de esto, decía, era darle «un modo más fácil de tratar amistosamente con los ministros del Sultán en esta región fronteriza, y adquirir nuevos contactos de los que valerse en el servicio de nuestro Estado», una forma magníficamente práctica (y, podemos suponer, económicamente ventajosa para Antonio; cabe la posibilidad de que lo propusiera él mismo) de unir actividad comercial con acopio de información, y de cultivar además a los «agentes de influencia».6

En sus tratos con funcionarios otomanos y otras personas en las tierras albanesas, las autoridades venecianas se sirvieron muchas veces de Antonio Bruti como negociador, diplomático y «muñidor» general. Negociar la liberación de barcos mercantes (y mercaderes) capturados por los corsarios de Durrës o Vlorë era una tarea típica. En una ocasión, durante una disputa entre Ulcinj y Lezhë, corsarios a sueldo de esta última capturaron, vaciaron y después vendieron un carguero propiedad de un eminente patricio veneciano, Alvise Vendramin; de algún modo, Antonio logró convencerles de que entregaran el precio del barco. Poco después, Cristoforo da Canal le llevó a Durrës, donde consiguió una declaración de un capitán corsario, jurada ante un kadi (juez), de que no atacaría a ciudadanos de Venecia; también recuperó otro carguero veneciano, y obtuvo la puesta en libertad de tres venecianos cautivos en Vlorë. Una narración de otro comandante naval veneciano, Filippo Bragadin, ofrece también una descripción de este tipo de trabajo. En la última semana de marzo de 1563, decía, «habiendo ido a Ulcinj llevé en mi propia galera al caballero Bruti, persona con experiencia en los puertos de Albania y en los tratos con los turcos, y fuimos a Durrës y a Vlorë para recuperar dos cargueros propiedad de Morosini, cargados de aceite, apresados por fustas ante Ostuni [ciudad de Apulia]». En Durrës supieron que el aceite ya había sido vendido «a diversas personas del lugar», y que los barcos habían sido arrastrados a tierra y casi desguazados; así pues procedieron a Vlorë para hablar con Hüseyn, el emin o nazır del puerto (ambos significan superintendente). Para beneficio de los corsarios, Hüseyn presentó testimonios jurados de que esos barcos habían pertenecido a comerciantes de Ferrara y/o Apulia (territorios no venecianos), lo cual, de ser cierto, significaba que no había obligación de devolverlos u ofrecer recompensa. Según escribía Brigadin: «como es uña y carne (como se suele decir) con los corsarios, me quejé fuertemente de su injusticia y me fui». Aunque esta misión fracasó, Antonio Bruti fue enviado otra vez a Vlorë unos meses después, en junio, para tratar de recuperar otros cargamentos robados y conseguir la liberación de súbditos venecianos cautivos.7

Como muestra la experiencia de Bragadin, no había garantías de que se pudiera persuadir a una autoridad local otomana con simples protestas oficiales o apelaciones a las reglas –las cuales, dado que existían acuerdos recíprocos entre Venecia y el Imperio otomano, suponían que ambos respetaran y protegieran sus respectivas marinas mercantes–. Se necesitaban otros métodos menos oficialistas. Uno de ellos era entregar presentes. Cualquier petición de un favor especial a un funcionario iba generalmente acompañada de un regalo; éste podía adoptar la forma de monedas de oro o plata, pero había objetos de mucho prestigio, como tejidos costosos, piezas de cristal fino, tazas de plata, velas de una cera excelente o panes de azúcar (o una mezcla de todo ello) que siempre eran aceptables. Los viajeros occidentales en el Imperio otomano comentaban a menudo con resquemor sobre el ansia de estas gratificaciones entre el funcionariado: «quien quiera morar entre los otomanos», escribía uno de ellos, «tan pronto como entre en sus tierras debe de inmediato abrir su bolsa, y no cerrarla hasta salir de ellas… porque los otomanos carecen de vergüenza y moderación a la hora de tomar dinero y presentes». Sin embargo, la práctica de entregar regalos a los funcionarios era también común en las sociedades de Europa occidental: en Francia, durante este periodo, un oficial de la Corona esperaba recibir de las poblaciones bajo su jurisdicción «vinos de la región, aceitunas, dulces, especias, frutas confitadas, quesos, granos, caza, pescado, antorchas de cera pesadas, copas de plata y oro, cadenas de oro», y otros objetos de este estilo. La ofrenda de regalos no era sólo una cuestión ad hoc para lubricar determinadas peticiones; en toda la frontera veneciano-otomana se practicaba de modo habitual, algo importante para mantener relaciones amistosas entre ambos lados. En fecha tan temprana como 1506 encontramos un informe del gobernador de Ulcinj sobre el dinero empleado «para mantener buena vecindad con los sancakbeyis [gobernadores de distrito] y voyvodas [autoridades locales, generalmente recaudadores de impuestos, aunque la palabra se utilizaba también para designar a los administradores de las grandes posesiones otomanas]», y Giustinian anotaba en 1553 que los voyvodas de lugares cercanos iban con frecuencia a la ciudad «so pretexto de negocios públicos» con objeto de recibir multitud de presentes, el valor total de los cuales suponía 600 ducados anuales. Cada vez que se instalaba un nuevo sancakbeyi en Shkodër, decía, la ciudad la enviaba un regalo de 80 escudos (66,6 ducados). Giustinian desaprobaba esta práctica, que veía como un «tributo tácito». Otros se quejaban tanto del alto coste (un informe calculaba, a principios de la década de 1550, que las autoridades venecianas de Dalmacia habían entregado 30.000 ducados en presentes desde el final de la guerra en 1540, a razón de más de 2.300 anuales) como de la vía que abría para otras prácticas corruptas: algunos gobernadores entregaban sus propios bienes y después cargaban precios hinchados por ellos en sus gastos, mientras otros sobornaban a sus homólogos del otro lado de la frontera para poder entrar en la lucrativa exportación de caballos finos desde territorio otomano.8

Si bien la evidencia de las fuentes venecianas apunta a un flujo de dinero y mercancías en una sola dirección, hay motivos para pensar que algunos de estos presentes se movían en sentido contrario, aunque sólo fuera para suscitar aún mayores dádivas. En Dubrovnik (un Estado que desde el punto de vista otomano era realmente parte del Imperio otomano, pero que difería tanto de los territorios vecinos bajo gobierno otomano directo, que también precisaba de atención constante a las buenas relaciones con sus autoridades), los registros municipales dan constancia de un flujo regular de obsequios desde el lado otomano. En agosto de 1567 las autoridades de Dubrovnik recibieron ganado y queso del voyvoda de Trebinje; en diciembre, dos alfombras y dos juegos de arneses para el caballo de los dos emins de Vlorë; en marzo de 1568, una alfombra de Kara Hoca, el muy temido capitán corsario de Vlorë; en febrero de 1569, 12 quesos y 122 libras de mantequilla del voyvoda de Trebinje; y una alfombra y un arnés del nuevo emin de Herceg Novi; y así sucesivamente. En todos los casos, el obsequio suscitó un presente monetario a cambio. Los avezados mercaderes de Dubrovnik cuantificaban con mucha precisión el valor del regalo recibido, y generalmente respondían con una suma mayor, pero el incremento variaba mucho. Podemos suponer que dependía de cómo evaluaran la buena voluntad de cada funcionario otomano, y esto se calculaba con igual cuidado.9

Así pues, la ofrenda de obsequios era una cuestión «no formalizada» desde el punto de vista estrictamente legal, pero en la práctica podía estar fuertemente formalizada. Otros medios para lubricar relaciones entre ambos lados de la frontera veneciano-otomana eran más claramente informales, pues dependían de vínculos personales, ya fueran de amistad o de parentesco de sangre o matrimonial. La imposición de esta frontera no había eliminado muchos tipos de contactos económicos y sociales, y el hecho de que las lindes se hubieran desplazado con el paso del tiempo reducía aún más la posibilidad de que se gestaran divisiones claras entre las dos sociedades. Muchas familias vivían a horcajadas de la frontera; incluso si una rama se convertía al islam, ello en modo alguno eliminaba los lazos familiares de deber y respeto mutuos. El resultado era una red extensa de conexiones personales cristiano-otomanas. Así, por ejemplo, el beylerbeyi (gobernador provincial) de Buda escribía a las autoridades de Venecia en 1550 solicitando que concedieran una prebenda a su primo de Dalmacia, un sacerdote católico llamado Antonio de Šibenik. En 1591, cuando un emisario veneciano debía viajar por tierra desde Lezhë a Estambul, consideró la posibilidad de contratar a un jefe de caravana cristiano llamado Žarko, con base en Dubrovnik, que era además, convenientemente, sobrino del ağa (comandante) otomano de Herceg Novi. Seis años después, cuando un conde italiano estaba retenido como prisionero de guerra en la ciudad bosnia de Banja Luka, su familia buscó la ayuda de un alto sacerdote de Split, descrito como vicario del arzobispo de este lugar; el sacerdote escribió que estaba haciendo indagaciones en Banja Luka y entre sus propios parientes musulmanes de Sarajevo. Y añadía una posdata: «Hoy ha llegado un pariente mío turco, un hombre de autoridad y en lo humano verdaderamente un hombre bueno»; también este pariente había prometido ocuparse en la búsqueda. Esta clase de ejemplos, que implican lazos familiares, podían multiplicarse fácilmente, y debió haber también muchos casos de amistad fundada en relaciones mercantiles y otros vínculos largamente arraigados.10

En este mundo de conexiones transfronterizas, donde la confianza personal podía fácilmente superar las enemistades oficiales, un intermediario como Antonio Bruti podía ser de particular utilidad para Venecia. En su petición, Bruti les recordaba sus muchas «aderenze» (contactos) importantes en el territorio otomano albanés, y que tenía amigos en altos cargos, la mayoría conversos al islam, en Estambul. Quizá hubiera algo de jactancia en esto, pero lo que alegaba no era simple fantasía; como veremos, uno de sus hijos se serviría posteriormente de una conexión familiar de este tipo a muy alto nivel. Por tanto, el hecho de que Venecia utilizara a Antonio para algunas importantes misiones diplomáticas en la región probablemente sea testimonio no sólo de sus cualidades personales, sino también de sus valiosas relaciones y contactos locales. En 1568, por ejemplo, las autoridades venecianas empezaron a preocuparse por la actitud cada vez más hostil de un sancakbeyi. Hasan Bey, gobernador del sancak (distrito) septentrional albanés y montenegrino de Dukagjin, había empezado a exigir que algunas personas del lado veneciano de la frontera reconocieran la soberanía otomana y le pagaran tributos; así pues, se pidió a Antonio que fuera a persuadirle de que respetara la frontera vigente, acordada entre Venecia y el sultán tras la guerra de 1537-1540. Ésta era en potencia una empresa peligrosa, pues los gobernadores otomanos locales podían actuar con caprichosa malevolencia, y un grado considerable de impunidad, cuando se contravenían sus deseos. Sólo seis años antes, cuando otro bey (señor) había impuesto similar presión en las lindes del territorio de Ulcinj, esta ciudad había enviado a «un hombre honrado y práctico» para negociar con él a título de embajador; el bey se había encolerizado con este hombre, y ordenado que él y su acompañante fueran estrangulados y enterrados, como decía un comunicado, «en cierto lugar deshonesto», lo que probablemente significara un estercolero.11

Las instrucciones que el dogo de Venecia entregó a Antonio eran curiosamente circunspectas. En primer lugar, debía abordar al sancakbeyi de Dukagjin sólo respecto al asunto de una diferencia específica y relativamente menor, una disputa relativa a la aldea de Gerami o Gerano. Era ésta una aldea costera perteneciente al territorio de Ulcinj y situada al sureste de la ciudad: Giustinian la describía, en términos atípicamente líricos, como un lugar que gozaba de manantiales de agua fresca y pura, gratos prados y densos bosques con abundante caza. Al parecer, Antonio había creado especiales lazos con ella; en su petición resaltaba que había contribuido a salvar «el territorio de Ulcinj con la aldea de Gerano» durante la guerra de 1537-1540, y en 1553 había acordado el arrendamiento a largo plazo de una tierra potencialmente productiva próxima a la aldea, propiedad de la cercana abadía de San Nicolás a orillas del río Bunë. Probablemente estuviera intentando establecer allí una posesión familiar y se había convertido en una especie de mecenas o protector de la ciudad. Así pues, la primera tarea de Antonio consistía simplemente en recordar al sancakbeyi la promesa que al parecer había hecho al representante veneciano en Estambul concerniente a esta aldea, y que no había cumplido hasta el momento. Sólo entonces, tras ganarse la confianza del bey, debía abordar la cuestión de mucha mayor envergadura relativa a su intento de usurpar territorio veneciano, proponiéndole que, si accedía a desistir, él (Antonio) podría persuadir a Venecia de que entregara al bey un cuantioso obsequio como expresión de gratitud. Antonio debía llevar consigo una copia del pacto fronterizo vigente, donde se consignaba claramente qué lugares había a un lado y al otro de la frontera; en un momento determinado se ofrecería a mandar a un hombre a la cancillería de Kotor para obtener este documento, y después debía esperar el regreso de esta persona y entregar entonces los documentos al bey pretendiendo que acababa de recibirlos. (La razón de esta especie de pantomima era evidentemente ocultar el hecho de que Antonio había sido enviado por los venecianos con la cuestión fronteriza como principal cometido, evitando simultáneamente el riesgo de que los documentos en cuestión pudieran ser robados en el camino.) Y en todo momento, Antonio estaba autorizado para repartir generosos regalos a los personajes clave del entorno del bey, con el fin de asegurarse una actitud favorable a sus propuestas. En su petición a Venecia, anotaba con orgullo no sólo su éxito en estas negociaciones, tanto en lo relativo a la aldea como a la frontera, sino también que había logrado la libertad de un italiano, Marco Baroci, que era esclavo del bey. Lo que todo este episodio pone de manifiesto no es solamente la habilidad de Antonio como negociador, sino, de modo más significativo, el carácter de su posición personal. Es extraordinario que las autoridades venecianas aceptaran que si negociaba por cuenta propia, utilizando su autoridad y sin duda sus propios contactos, podría conseguir mucho más que si se presentaba adornado con toda la dignidad oficial de un representante de Venecia.12

El otro ámbito importante en cuanto a los servicios de Antonio Bruti a Venecia era su intervención para obtener abastecimiento de granos. A primera vista, esto podría no parecer en realidad un servicio especial, sino un aspecto general y ordinario de su negocio como comerciante. Giustinian, como hemos visto, comentaba que los Bruti tenían una situación acomodada en virtud del comercio, pero no especificaba las mercancías. Otro informe, quizá también de 1553, decía que los refugiados de Durrës y Lezhë (y otras ciudades) residentes en Ulcinj comerciaban con dos cosas: caballos y granos; los primeros eran transportados por tierra, pero los segundos llegaban desde los puertos de la costa albanesa. (Giustinian explicaba que los caballos eran llevados a la ciudad por «turcos», pero no abiertamente, porque su exportación estaba prohibida por los otomanos.) Se mencionaba otra mercancía de pasada en la petición de Antonio, en un punto donde decía que uno de sus sobrinos había regresado una vez de Venecia con 1.500 ducados por haber vendido allí lana en nombre de Antonio. La lana del interior balcánico podía adquirirse también en los puertos de Albania, sobre todo en Lezhë: por ejemplo, en 1577 salió de Lezhë un cargamento de lana hacia Dubrovnik y después a Ancona, y en 1594 un mercader musulmán de Skopie llamado Rizvan escribió cartas a un comerciante florentino de Dubrovnik, sobre unas balas de lana que había llevado a Lezhë para ser enviadas desde allí por barco. Sin duda Antonio y su familia comerciaban, siempre que produjera beneficios, con las diversas mercancías accesibles en los puertos albaneses: pieles, cuero, cera, aceite, vino y –si podían obtenerlo pese a la prohibición otomana de exportar materias militares– brea. Pero el grano era especial.13

La adquisición y venta de cereales estaba vigilada y regulada como la de ningún otro producto. En efecto, los gobiernos tenían que tomarse muy en serio el abastecimiento de grano, porque de éste dependía la vida humana. Dos estudios sobre Génova a principios del siglo XVII han demostrado que para los miembros de la acaudalada familia Spinola, los cereales suponían el 52 % del valor calórico de todos los alimentos que comían, mientras que para los pobres de un hospital de la ciudad esta cifra era del 81 %. Para los remeros y la tripulación de la armada española en 1560 era más del 70 %. La medida estándar de granos en el mundo veneciano era el «staro» (o «staio»), de 62 kilos de capacidad; se calculaba que cada persona consumía cuatro stari al año (algo menos de 250 kilos), que podría parecer excesivo pero, dejando margen para el proceso de molido y para los residuos, representa algo próximo a una hogaza grande al día. En la historia europea de este periodo, uno de los impulsores fundamentales del cambio económico fue el sostenido crecimiento de la población, que en algunas zonas pudo duplicarse en el transcurso del siglo XVI; ciudades que previamente se habían alimentado de los cereales de campos circundantes, comprendieron que necesitaban buscar nuevas fuentes de abastecimiento en lugares distantes. Como señalaba Fernand Braudel hace mucho tiempo, ésa es una de las principales razones de que casi todas las ciudades que crecieron espectacularmente en esta época estuvieran o bien en la costa o conectadas a ella por agua, dado que el transporte por tierra a larga distancia de mercancía voluminosa como los granos tenía un coste prohibitivo. Cuando la población de Venecia alcanzó los 158.000 habitantes en 1552, la ciudad necesitaba aproximadamente 108 toneladas de cereales al día; menos de la mitad de esa cantidad podía ser suministrada por la Terraferma veneciana, por lo que es probable que al menos otras 60 toneladas al día tuvieran que ser transportadas desde otros puntos. Una lista de los grandes barcos mercantes (con una carga mínima de 240 toneladas) que arribaron en Venecia en el periodo de 1558-1560, muestra que casi un cuarto de su tonelaje total estaba compuesto por granos. Las grandes ciudades no eran, lógicamente, los únicos sitios que necesitaban importarlos. Giustinian comentó que las posesiones venecianas de Dalmacia, con una población de 100.000 habitantes, necesitaban 45.000 stari anuales (una cifra que quizá incluya piensos para el ganado además de granos para consumo humano), y que tan sólo podían producir 100.000 stari, en parte debido a los avances otomanos dentro de su territorio, pero también porque se habían dedicado tierras a la producción de vino, que era más rentable. Creta, en su día importante productora de granos, se pasó también a la producción de vinos en el siglo XVI, hacia finales del cual estaba importando entre un cuarto y un tercio del grano que consumía. Pero era en las ciudades donde el problema se hacía sentir con mayor agudeza, y cuanto más grande (y de crecimiento más rápido) fuera la ciudad, tanto mayor el problema: Estambul, con diferencia la mayor ciudad en el mundo mediterráneo del siglo XVI, con una población en torno a las 500.000 personas a mediados del siglo, necesitaba alrededor de 340 toneladas de grano al día.14

Por consiguiente, prácticamente todas las ciudades adoptaban complejas medidas para mantener y controlar el abastecimiento de cereales. En Estambul, el almacenaje de granos estaba organizado por el Estado, y todos los suministros alimentarios quedaban bajo la autoridad del gran visir. Génova tenía un «Ufficio dell’Abbondanza» que disponía la importación y almacenamiento de granos, y regulaba los precios. (El nombre algo optimista de «Oficina de la Abundancia» era una herencia medieval; otras cuantas ciudades italianas utilizaban el mismo nombre.) En Dubrovnik se construyó un enorme depósito municipal de cereales en el periodo de 1541-1557, como parte de un sistema igualmente regulado; conocido como «Rupe» («Los pozos»), alberga hoy el museo de la historia de la ciudad. En 1557 se creó en Roma una llamada «Prefectura de la Annona» (utilizando una palabra latina que designa el precio y/o suministro de granos), para organizar la importación de cereales, fijar los precios, almacenarlos y distribuirlos a los panaderos. Y en Venecia, un «Magistrato alle biave» o «Zonta delle biave» (Comisión de granos) desempeñaba una similar variedad de labores, publicando a intervalos regulares un listado de los precios que iba a pagar a los comerciantes que llevaran cereales a la ciudad, y encargando también a comerciantes particulares la compra de grandes cantidades por cuenta de esta institución. Era tal la necesidad de esta clase de importación que las autoridades municipales discriminaban muy poco a la hora de recibir a cualquier comerciante, veneciano o extranjero, que la traía; la mayoría de éstos eran comerciantes generales de clase plebeya, y muchos de ellos súbditos extranjeros, incluidos los otomanos. En abril de 1559, por ejemplo, el Gobierno veneciano autorizó un pago a «esos mercaderes turcos que han vendido su fruto al Ilustrísimo Dominio [Venecia]»; en julio de 1562 ésta aceptaba una oferta de «Cagi (o «Cogia») ferruch Turco» (Hacı Faruk, u Hoca Faruk, el musulmán) para ir a Durrës y Vlorë en busca de cereales. Pero, como cabía esperar, los propios súbditos marítimos de Venecia tenían una presencia prominente, siendo los griegos de Corfú especialmente activos en este comercio.15

El que Dubrovnik construyera un nuevo almacén de granos en 1541-1557, y Roma diera nuevas bases a su sistema de aprovisionamiento en 1557, no es pura coincidencia. Porque a mediados de siglo fue el periodo en que realmente empezaron a ser agudos los problemas de abastecimiento en el mercado de cereales mediterráneo. Y cuando surgían estas dificultades, al menos en el caso de ciudades grandes (una categoría que no incluye a Dubrovnik, con una población aproximada de 6.000 habitantes), no podían resolverse solamente con instalaciones de almacenamiento; algunas clases de trigo «blando» duraban menos de un año, y en todo caso la escala misma de las necesidades de una ciudad grande precisaba de un suministro regular. Otro factor que exacerbaba el problema era que en toda región cerealista –Sicilia y Apulia, por ejemplo, que eran dos de los mayores proveedores para los consumidores de Venecia y otros lugares– lo que se destinaba a exportación eran solamente los excedentes tras atender a las necesidades de la zona, que se mantenían en niveles bastante constantes; de tal modo que si la cosecha general descendía un 20 %, la cantidad disponible para exportación descendía un 40 % o más, con un fuerte efecto en los precios. Empezando a fines de la década de 1540, las malas cosechas en Italia produjeron una progresiva crisis en el aprovisionamiento de varias ciudades: Florencia y Siena experimentaron graves dificultades en 1548, Venecia en 1549 y Dubrovnik en 1550. En 1551 Zadar padeció una hambruna. Tras un respiro a comienzos de la década de 1550, estos problemas reaparecieron pronto: un gráfico de precios de los cereales en Palermo y Malta muestra un pronunciado ascenso en los años 1553-1556. El que una mala cosecha en Apulia hubiera anulado sus exportaciones de trigo en 1555 era ya bastante grave; pero ese mismo año, y por primera vez, el sultán emitió una prohibición general de exportación de granos desde el Imperio otomano, a raíz de un brote de hambruna en Egipto y un periodo de tres días en que no se encontraba pan en Estambul. Durante los dos años siguientes, Dubrovnik tuvo que adoptar una serie de medidas especiales para evitar el hambre, escamoteando cereales traídos de los Balcanes otomanos y otorgando privilegios especiales a los propietarios de naves que llevaran granos a la ciudad. En 1560 se desplomaron las exportaciones de Sicilia, y al final de ese año otra escasez de cereales en Estambul indujo al sultán a prohibir nuevamente las exportaciones otomanas; incluso envió galeras a la costa griega para interceptar a los cargueros occidentales (de Venecia y Dubrovnik) que iban ya cargados de granos, y conducirlos por la fuerza a Estambul. Y hubo otros periodos de crisis, cada uno más severo que el anterior, en 1568-1569; 1573-1575; y 1588-1590.16

Como indican algunos de estos pormenores, el Imperio otomano se había convertido en importante fuente de cereales para Venecia y Dubrovnik (y otros sitios también, entre ellos Génova). Existen algunos documentos de estas transacciones para la primera parte del siglo: la flota veneciana compró grano a los otomanos en 1505, por ejemplo, y en 1528 Florencia presentó una petición oficial de granos en Estambul. Pero el flujo se incrementó en gran medida a partir de mediados de siglo. Había tres grandes zonas cerealistas en el Imperio otomano: Egipto, los territorios rumanos de Valaquia y Moldavia, y una región ancha de tierra fértil que se extendía desde Tesalia (en el centro-norte de Grecia), pasando por Macedonia y Tracia hasta Bulgaria. Las tres se orientaron cada vez más hacia el abastecimiento de Estambul y otros lugares del interior otomano. Los barcos venecianos podían adquirir granos en Varna, en la costa búlgara del mar Negro, en los primeros años de la década de 1550, pero a partir de entonces la mayoría de los productos alimentarios que venían desde los territorios rumanos y búlgaros hasta el mar Negro se dirigían a Estambul y no pasaban de allí. Venecia también enviaba barcos a Egipto (y Siria) en busca de cereales a fines de dicha década, pero esta fuente de abastecimiento parece haberse cerrado a partir de entonces. Afortunadamente, Tesalia era tan productiva que casi todos los años tenía excedentes para la venta (generalmente a través de Volos, su principal puerto), y hasta allí llegaban también granos del Peloponeso, las grandes islas griegas y las tierras albanesas. Cuanto más alejadas estuvieran de Estambul, tanto menos probable era que sus productos fueran engullidos por la demanda casi insaciable de esa ciudad; y ello era especialmente aplicable a los granos con que se comerciaba en los puertos occidentales de Grecia y en la costa de Albania.17

Para los mercaderes venecianos la regulación otomana del comercio de cereales supuso al mismo tiempo un impedimento y un beneficio. Oficialmente, era necesario un permiso sultánico conocido como hüküm (ital.: «cochiumo») para autorizar la exportación de cualquier cantidad grande de grano. Dubrovnik, como Estado tributario dentro del Imperio otomano, solía obtener dichos permisos con la estricta condición –que a veces incumplía– de que los cereales fueran para su propio consumo y no para revenderlos. Pero los representantes de Venecia en Estambul podían topar con dificultades políticas, y después de levantarse la prohibición general de 1560-1561 el sultán siguió denegando las peticiones de Venecia. No obstante lo cual, muchos de los principales pashas tenían grandes posesiones agrícolas propias, por lo que era a veces posible tratar directamente con ellos para adquirir los cereales que producían. Y en un sentido importante, el sistema otomano realmente beneficiaba a los compradores occidentales, porque imponía un narh o precio máximo fijo a los granos, que los jueces de cada lugar aplicaban; puesto que el narh era muchas veces inferior al precio natural de mercado –tanto para abaratar las compras oficiales, como en aras de la justicia social–, podía generar un fuerte incentivo para venderlo ilegalmente a compradores de fuera y para el contrabando. En 1563, un informe otomano se lamentaba de que la gente de Grecia vendía grano a compradores extranjeros a casi el doble del precio oficial. Más adelante en ese siglo se añadió otro factor a este diferencial de precios: las devaluaciones de las acuñaciones otomanas aumentaron aún más el aliciente para negociar con compradores extranjeros, dado que éstos pagaban con moneda estable. Así pues, aunque los representantes venecianos en Estambul no recibieron hüküms oficiales para la exportación de cereales entre 1560 y 1590, muchos cargamentos hicieron el camino, directa o indirectamente, desde territorio otomano hasta la Serenísima. En tales circunstancias, el tener conocimientos de la localidad y contactos con intermediarios locales, como los mercaderes albaneses de Ulcinj, no pudo sino devenir aún más importante. En términos generales, por tanto, Venecia estaba vinculada al Imperio otomano por una relación comercial que, si bien menos glamorosa (y mucho menos estudiada por los historiadores) que su conocido comercio de pimienta, especias, seda, mohair y otros productos de lujo, era de vital importancia para su supervivencia como Estado.18

Había otro medio por el que Venecia podía obtener grano: permitir que lo adquirieran otros previamente y después capturar sus barcos. La principal víctima de esta práctica era su gran rival comercial en el Adriático. En septiembre de 1562, el comandante veneciano Filippo Bragadin capturó un barco raguseo –es decir, de Dubrovnik (ital.: Ragusa)– que había sido cargado con cereales en el puerto puliese de Barletta, y lo mandó con una guardia armada hasta Corfú para alimento de la ciudad y de las tripulaciones de las galeras allí destinadas; un año después, tras su fallido viaje a Durrës y Vlorë con Antonio Bruti, Bragadin capturó otro barco raguseo frente a la costa de Budva, cargado con 5.000 stari de trigo y 7.000 de cebada. En 1565 y 1566 ocurrieron más episodios de esta clase. No se pretendía justificar estos actos alegando que los raguseos no debían comerciar con los otomanos; como demuestra el ejemplo de 1562, los cereales de Italia podían igualmente ser la presa. La única justificación que se daba era la pura necesidad. Y eso se consideraba suficiente –al menos para los agresores– puesto que no tenían intención de ser actos de piratería. Siempre se prometía reembolsar el valor del cargamento, y en su mayoría se cumplía, aunque con mucho retraso y a precios bajos. (Se decía que los caballeros de Malta observaban este código de conducta algo más escrupulosamente, deteniendo a los barcos y obligándoles a vender su grano al precio que habrían obtenido en destino.) Muy ocasionalmente, Dubrovnik también adoptaba esa táctica. A finales del verano de 1569 capturó un barco que acababa de ser cargado con cereales en Apulia e iba de camino a Nápoles. Su explicación fue que ese barco había sido arrastrado por una tormenta hasta aguas raguseas; que en cualquier caso la nave era ragusea; y que su capitán se había refugiado en Dubrovnik para evitar ser capturado por galeras venecianas al acecho. Con todo, las autoridades raguseas se sintieron obligadas a enviar copiosas disculpas al virrey de Nápoles, prometiendo compensar la pérdida con el siguiente cargamento que recibieran, y con la declaración de que se habían visto forzados a actuar de aquella forma por «la universal carestía que hay por todo el mundo, especialmente en Dalmacia». Pero, por lo general, era Dubrovnik la que padecía esta clase de trato. Las instrucciones que emitió para marinos y mercaderes en el año de crisis de 1569 están llenas de advertencias sobre los predadores venecianos: a un capitán le escribía que debía mantenerse lejos de las aguas de Corfú, «alejándose totalmente de todas las restantes posesiones de Venecia y de sus barcos de guerra», y a otro le sugería entregar un regalo al comandante de la fortaleza otomana de Durrës (frente a la cual iba a cargar el grano), porque «puede hacerte algún favor contra las galeras venecianas». Este tipo de tácticas no siempre tenían éxito; los venecianos se hicieron con un barco granero de Dubrovnik en agosto de 1569, tres (de camino a Vlorë) en septiembre y otro en noviembre.19

Es en los archivos raguseos donde obtenemos el cuadro más detallado del negocio de compra de cereales en los puertos albaneses en este periodo –una época en la que Antonio Bruti y otros súbditos venecianos eran igualmente activos, pero menos proclives a dejar huella escrita de sus operaciones–. Las autoridades de Dubrovnik eran grandes compradores del grano albanés en las décadas de 1560 y 1570. No sólo se ocupaban de lograr los hüküms sultánicos por medio de sus representantes en Estambul, sino que también negociaban con los pashas propietarios de grandes fincas; en octubre de 1569, por ejemplo, hacían un pago al Kapudan Paşa (jefe de la armada otomana) por el trigo y mijo comprados a su agente en Vlorë. Sólo un mes antes escribieron a uno de sus comerciantes de Durrës, que intentaba hacer tratos en esta ciudad con el intransigente agente del chambelán del gran visir, Mehmed Sokollu (srb.: Sokolović). Las autoridades adjuntaban una carta para el agente (un cristiano llamado Simo) en la que le informaban altivamente de que el chambelán, señor del agente, les había pedido que tomaran el producto de sus tierras, las del chambelán, y que la ciudad había accedido a hacerlo, «aunque no teníamos tanta necesidad», un ejemplo magníficamente descarado de astucia mercantil en una época de hambre en Dubrovnik. A veces, estas negociaciones con grandes posesiones quedaban cubiertas por hüküms. En 1565, por ejemplo, una orden sultánica a las autoridades de Vlorë permitió a Dubrovnik la adquisición de cereales de tres fincas de la región propiedad del sultán, de Sokollu y de otro visir, Pertev Pasha. Pero gran parte de la negociación para las adquisiciones particulares la hacían, al parecer, sobre el terreno personas que trabajaban para las autoridades raguseas. Éstas, además de sus mercaderes y capitanes, que podían quedarse varios meses para sacar adelante un trato de esta índole, tenían también una red de agentes in situ que debía hacer frente a muchos problemas previsibles: retraso en la entrega, baja calidad del grano, y otros. Había asimismo un «cónsul» oficial en Vlorë (durante la mayor parte de este periodo, un judío llamado Jacopo Coduto); sus obligaciones atañían no solamente a la organización de la compra de granos, sino también a la actuación en los casos de robo o esclavización de súbditos raguseos por los corsarios de Vlorë, un problema creciente en la década de 1570.20

Uno de los agentes más activos era un sacerdote católico albanés, Giovanni Gionima, presumiblemente miembro de la famosa familia Jonima, que habían sido patricios de Shkodër. Cuando finalizaba el verano de 1569, el Gobierno de Dubrovnik le escribió: «en el nombre de Dios y de la Virgen María, que vaya a aquellas partes de Albania, en los lugares que le parezcan más a propósito, y atienda con su habitual diligencia a la compra por nuestra cuenta de todo el grano que pueda encontrar, ya sea trigo u otros tipos, y al menor precio posible». Debía gastar hasta 1.000 ducados que le serían reembolsados por otro agente raguseo, Elia Suina, miembro de una distinguida familia de Ulcinj. (Elia y Lauro Suina –que, por cierto, se había casado con Bona, hermana de Antonio Bruti– desempeñaron varios servicios para Dubrovnik, entre ellos comprar aceite en Ulcinj, enviar emisarios desde allí a Lezhë, y remitir cartas para Coduto a Vlorë.) Gionima respondió de inmediato que había comprado 3.000 stari (222 toneladas métricas) de mijo y 1.000 de sorgo, así como 205 de habichuelas adquiridas en la península de Rodon; las siguientes instrucciones que le dieron, en Lezhë, fue que enviara todo lo adquirido en naves otomanas –que, como los raguseos sabían, los venecianos no se atreverían a capturar–. Las labores de este sacerdote católico continuaron durante muchos años; a fines de 1579, por ejemplo, lo encontramos llevando grano a un navío raguseo en una playa de Durrës, y contratando otro barco otomano para transportar otros 2.000 stari que había logrado obtener.21 Pero cuatro años después, cuando otra vez supervisaba allí la carga de cereales en un barco, él y los marineros raguseos fueron atacados en la playa por «un gran número de turcos de Durrës», que golpearon e hirieron a los marineros, les arrancaron la ropa, arrebataron a Gionima el pago de los granos (más de 2.600 ducados) y le asesinaron. Como observaba el Gobierno raguseo, no era el único caso de esta clase; en ese mismo año, violentas multitudes de «gentes insolentes» habían atacado a sus mercaderes y marinos en Vlorë, impidiéndoles adquirir cereales durante un periodo de tres meses. No es difícil suponer la razón subyacente de esta animadversión: las compras de grano a granel realizadas por forasteros estaban elevando los precios locales, y la mayoría de las personas de estos puertos eran consumidores, no productores. Como escribía el gobernador de Ulcinj a las autoridades raguseas en enero de 1570: «su agente ha sido la razón principal de que los precios del grano hayan subido muchísimo en esta región, con la consecuencia de que la gente de aquí ha quedado reducida a extrema miseria».22

Éste era, pues, el complejo y difícil mercado en que operó Antonio Bruti durante muchos años. Sin duda era ya un comerciante experimentado en 1553, momento en que Ulcinj jugaba un papel esencial en la obtención de grano albanés. El informe de Giustinian de aquel año decía que los mercaderes de Ulcinj traían 150.000 stari (9.300 toneladas) de cereales todos los años desde los puertos del norte de Albania; para un pequeño centro mercantil, es una cifra impresionante –aproximadamente un cuarto del consumo anual de la ciudad de Venecia–. En su petición, Antonio mencionaba que en 1556, cuando hubo una seria escasez de granos en Corfú (a raíz de la prohibición sultánica de exportarlos), las autoridades venecianas le entregaron tres barcos que él consiguió llenar con mijo del interior albanés; había desempeñado este servicio, decía, a expensas propias, por pura lealtad al Estado veneciano. Poco después fue requerido para nuevos servicios. Durante dos años estuvo destinado en la Albania otomana como agente residente de Venecia, con el principal cometido de obtener suministros de grano, una labor que, alegaba, había cumplido pese a «grandísimos peligros y dificultades». (Su petición no especifica las fechas, pero un despacho del representante veneciano en Estambul alude efectivamente a él como el agente en Lezhë en el verano de 1558.) En una relación algo jactanciosa que ofreció más adelante decía que, debido a su popularidad en el lugar, se las había arreglado para forzar a los comerciantes raguseos de Lezhë a que le permitieran llevarse cargamentos enteros de grano que ellos habían negociado; y era tal su prestigio que, no obstante semejante tratamiento, seguían cultivándole y favoreciéndole. Aun si adornaba algo el asunto, la historia en esencia podía muy bien ser verdad; Antonio contaba con enorme ventaja sobre ellos en cuanto a conocimientos y conexiones en el lugar, puesto que Lezhë era la ciudad donde había vivido su familia durante su infancia. En 1559, cuando estaba de vuelta en Ulcinj, Antonio parece haber sido el comerciante en granos más importante de la ciudad. En ese año un funcionario veneciano recomendó construir un malecón o dique para dotar a Ulcinj de un verdadero puerto, explicando que «así sería posible traer gran cantidad de trigo de Albania, en cuya operación no falla el señor Antonio Bruti y sus socios». Cuando Antonio visitó Venecia en el verano de ese año, la Comisión de Granos le entregó 3.000 ducados para emplearlos en cereales, y al año siguiente le enviaron 6.000; era a la sazón su principal comprador de granos en los puertos de Albania.23

Antonio Bruti visitó Venecia en 1559 con el fin de recibir un honor insigne del Estado veneciano: el 30 de junio, en una ceremonia presidida por el dogo, Lorenzo Priuli, fue nombrado «cavaliere» de la Orden de San Marcos. Ésta era la única orden de caballería de Venecia y era, con respecto a las demás órdenes europeas, más bien anómala: no tenía Gran Maestre, ni estatutos, ni cuartel general, ni cometidos generales, ni ceremonias que congregaran a sus miembros. Aun así, dado que la pertenencia a la orden era el único honor de esta índole otorgado por la República, era tenido en altísima estima. Había tres tipos de receptores: los que lo recibían ex officio por ocupar el cargo de gran canciller de Venecia o desempeñar embajadas en el extranjero; los miembros de un puñado de familias nobles en que el título era hereditario; y personas que hubieran realizado algún servicio especial al Estado. La mayoría de los caballeros pertenecían a esta tercera categoría. En épocas de guerra aumentaba el número de estas distinciones, pero en las de paz eran pocos: Antonio Bruti fue uno entre sólo tres nombrados caballeros en 1559, y el total anual en la década de 1550 varió entre uno y 13. La citación oficial, guardada en los archivos del Senado, elogiaba los servicios de Antonio en estos términos:

Hemos visto en diversas ocasiones cuánto servicio y beneficio para nuestros asuntos ha prestado nuestro fidelísimo servidor Antonio Bruti de Ulcinj entre los funcionarios turcos de nuestros confines, teniendo con algunos de ellos experiencia y familiaridad grandes, y una gran reputación y crédito con todos, en las cosas que ocurren de vez en cuando, no solamente en la liberación de naves, y de súbditos nuestros, y de sus bienes, y en la compra de granos, sino también en otras cuestiones no menos importantes.24

Se ha conservado una descripción bastante detallada de la ceremonia de investidura habitual, que tenía lugar en el Salón de Audiencias del Palacio ducal, ante los miembros del «Collegio» o consejo de gobierno. El dogo pronunciaba un discurso en honor de la persona distinguida, exhortándola además a nuevos servicios; le tocaba en ambos hombros con una larga espada ceremonial; luego le ponía una cadena de oro en el cuello, mientras otra autoridad fijaba espuelas de oro en sus botas; y después, al son de los gaiteros del dogo, se hacía la salida triunfal del palacio y el nuevo caballero era acompañado con gran pompa hasta su hogar o alojamiento. El así honrado tenía que costear algunas cosas: varios pagos y propinas, a los gaiteros entre otros, sumaban un total de 57 ducados. Pero, por otra parte, la cadena de oro macizo era algo más que un regalo simbólico: la de Antonio tenía un valor de 100 escudos (83,3 ducados), y un modelo conservado del siguiente siglo pesa no menos de 600 gramos. El caballero recibía también un bonito diploma firmado por el dogo; en el caso de Antonio, el texto declaraba que «nunca se había mostrado remiso a aceptar ningún trabajo, no había escatimado ni esfuerzos ni gastos, ni había retrocedido ante ningún peligro mortal» en el servicio de la República de Venecia.25

Éste fue el punto culminante en la carrera de Antonio Bruti en dicho servicio; como veremos, sus hijos no dejarían nunca de destacar su estatus de caballero cuando querían resaltar su propia lealtad a la causa veneciana. Pero no fue ésta la única señal de reconocimiento que recibió. Su ascenso a la nobleza de Ulcinj, mediante decreto del siguiente dogo en 1562, ha sido ya mencionado.N1 Y también el privilegio de exportar vino y aceite libres de impuestos, concedido –si bien por motivos diversos, en parte al menos para apoyarle en su trabajo como agente de Venecia– en 1567. Dos años después envió otra petición a Venecia, solicitando que los dos siguientes cargos públicos lucrativos que quedaran vacantes en Ulcinj fueran otorgados a alguno de sus nueve hijos; no se aclaraba el carácter de los cargos, pero sí las rentas anuales de cada uno, que eran de 150 ducados. También esta petición fue concedida.26

La dinámica adquisición de granos por parte de Antonio para las autoridades venecianas continuó a lo largo de la década de 1560. La falta de hüküms sultánicos no parece haber sido un gran obstáculo, aunque cabe señalar que una instrucción recibida de Venecia en octubre de 1569 le autorizaba a gastar entre 200 y 300 ducados para sobornar al sancakbeyi y otras autoridades locales otomanas. Sus últimas compras de grano albanés probablemente se produjeran en la primera mitad de 1570. A mediados de mayo de aquel año –unos meses después de estallar la guerra entre Venecia y el Imperio otomano– el gobernador de Budva envió una carta bastante mezquina al Gobierno veneciano en la que explicaba que había capturado un bergantín cargado de trigo que el cavaliere Antonio Bruti había enviado a Budva para seguir después camino a Venecia. Lo había hecho, admitía, contraviniendo la orden explícita de que las ciudades de Istria, Dalmacia y la Albania véneta no hicieran detenerse a los cargamentos de cereales destinados a la metrópolis; se había visto obligado a hacerlo por «la extremísima necesidad», debiendo alimentar a cuatro o cinco mil «en estos tiempos de guerra, peste y hambre». Quizá Antonio decidiera en este punto que no podía ya contribuir a la causa veneciana por medio de su actividad mercantil. Poco después hizo una magnánima oferta al Gobierno de Venecia: deseaba incorporarse a la armada veneciana con dos de sus hijos, y aportaría, a expensas propias, un cuerpo de diez arqueros albaneses. La oferta fue aceptada con agradecimiento, y registrada en una carta oficial al comandante naval veneciano el 7 de junio. Hacia el final de aquel mes, el comandante llevó su flota de galeras a Corfú, y fue probablemente allí donde Antonio se incorporó a la misma, con sus arqueros y sus hijos Marco y Jacomo; era tal el prestigio de Antonio, que todos ellos fueron situados en el buque insignia. Pero a fines de julio, justamente antes de que las galeras salieran hacia Creta, el comandante de todas las fuerzas de infantería a bordo de la flota pidió a Antonio que regresara a Ulcinj. Por ser una de las figuras más carismáticas y experimentadas de la ciudad, le necesitaban para su defensa; y, después de todo, era su patria. Había dedicado su vida a reconstruir la fortuna de su familia en aquella ciudad, y lo había hecho bien: había ganado dinero, tenía una posesión cercana en el campo, era noble de la ciudad, e incluso caballero de San Marcos, y había tomado medidas en pro de la futura posición social y económica de sus hijos. Toda la estructura de seguridad y prosperidad, que tanto se había esforzado para levantar, se vendría abajo al finalizar el verano de 1571, y Antonio Bruti mismo encontraría la muerte con la caída.27

N1 Más arriba, aquí.