El 19 de septiembre de 2019, varios amigos me enviaron los siguientes mensajes:
¡Hola, felicidades, lo leí en la prensa!
Debes estar muy orgulloso.
¡Qué increíble!
Acababa de despertar. Espera, ¿qué? No tenía ni idea de por qué me estaban felicitando. Era un día totalmente normal para mí, como lo había sido el día anterior. Me senté en la cama en mi departamento de entonces, en Kuala Lumpur, Malasia. Medité, me preparé un licuado de proteínas, me bañé y tomé un Uber para ir al trabajo.
Pero los mensajes seguían llegando.
Resultó que mi nombre había aparecido en la prensa esa mañana, relacionado con una victoria en el Abierto de Estados Unidos.
No se adelanten a sacar conclusiones; no fui yo quien ganó el torneo de tenis, sino una adolescente rumanacanadiense llamada Bianca Andreescu. Tras vencer a Serena Williams en un emocionante partido de uno de los circuitos principales de tenis y reclamar su primer título de Grand Slam, el mundo la había estado celebrando.
Además, la alegre joven de 19 años había arrasado con Serena de la manera más amable, positiva y gentil posible. ¡Le estrechó la mano e incluso se disculpó por su victoria! La prensa encontró fascinante tanto su talento como su madurez y simplemente le preguntó: «¿Cómo lo lograste?». Bianca sonrió y respondió: «¡Déjenme mostrarles!».
Ahí es donde entro yo. Ella sacó su teléfono y les mostró mi primer libro, El código de las mentes extraordinarias.
Yo ya había mencionado el método de meditación en 6 fases en mi primer bestseller; desde que leyó sobre él, Bianca se inscribió en un seminario sobre las 6 fases para comenzar a usarlas estratégicamente con el fin de mejorar su rendimiento y optimizar su vida. Todos los días se visualizaba a sí misma ganando el Abierto de Estados Unidos (una técnica que aprenderás en la fase 4) y mira hasta dónde llegó.
Entonces, ¿tú también ganarás el Abierto de Estados Unidos al terminar este libro? Probablemente no. Estos capítulos no explicarán cómo ganar partidos de tenis, pero lo que puedo decirte es que aprenderás a ganar en la vida y a alcanzar las metas más importantes para ti como individuo.
Bianca es una de las millones de personas que utilizan la meditación en 6 fases para sentirse bien, rendir al máximo y lograr lo inimaginable. Y no es la única atleta de alto perfil que la practica, también lo hacen Tony González, miembro del Salón de la Fama de la NFL (el cual incluye a los cien mejores jugadores), quien menciona esta meditación en múltiples artículos de prensa, y Reggie Jackson de los Clippers de Los Ángeles, así como toda su familia (puedes ver entrevistas con todas estas increíbles personas en mi cuenta de Instagram: @vishen).
Pero el método de las 6 fases no es solo para atletas. También lo utilizan artistas, empresarios, músicos, cantantes y estrellas de Hollywood cuyas películas seguro has visto. Tomemos como ejemplo al cantautor de War & Leisure, Miguel. La revista Billboard escribió un fascinante artículo sobre la práctica de meditación que Miguel lleva a cabo con todo su equipo antes de los grandes conciertos, titulado «Miguel Talks Connecting with Fans Through Meditation Before His Shows» («Miguel habla de conectarse con el público a través de la meditación antes de sus conciertos»).1 «¿Qué clase de meditación?», preguntó Billboard. Miguel respondió: «Es una meditación guiada en seis fases narrada por Vishen Lakhiani que trata sobre la conciencia, la gratitud, el perdón, las aspiraciones para los próximos tres años, la visualización del día perfecto, etc. La meditación dura unos veinte minutos».
La razón por la que las estrellas de rock y los atletas aplican las 6 fases es que notan sus efectos de inmediato. Ya sea en el aplauso del público o en la anotación de más puntos, todos son testigos de la misma mejoría en el desempeño.
¿Eres un atleta o un artista de fama mundial? Quizá no, pero ¿tienes sueños y aspiraciones de lo que quieres traer al mundo? Lo más probable es que sí. Incluso si nunca te has definido como un emprendedor, bien podrías serlo. Tal vez seas un agente de cambio creativo que ha estado esperando un golpe de suerte.
Quizá tu éxito no sea tan obvio como el de Bianca y, a medida que avances en tu día, no habrá un marcador ni un árbitro observando cada uno de tus movimientos, tampoco un público en vivo, bailando y aplaudiendo tu actuación, pero lo sentirás. Es probable que lo primero que notes sea el aumento gradual en las ventas o tal vez percibas que estás empezando a funcionar con más frecuencia desde un estado de concentración total (flow). Tal vez, cuando llegues al final de tu día, te sorprendas de lo mucho que hiciste con tan poco esfuerzo y que aún te sientas lleno de energía. Para muchos empresarios y directores generales, la meditación en 6 fases se ha convertido en su práctica diaria más importante.
Recuerda mis palabras: al final de este libro tendrás todas las herramientas que necesitas para vivir la mejor, más exitosa y más feliz vida hasta ahora, y las personas a tu alrededor lo notarán. Por eso estoy tan emocionado de entregarte este protocolo.
Entonces, ¿qué es la meditación en 6 fases? Bueno, en primer lugar, no es una meditación tradicional. Vamos a olvidarnos de esa idea ahora mismo. Más bien, es una serie de guiones mentales respaldados científicamente que ejecutas en tu mente para transformar la manera en la que piensas sobre ti mismo y el mundo.
Pero, antes de profundizar en las 6 fases, déjame contarte cómo me obsesioné con el poder de la mente y terminé fundando una de las compañías más grandes del mundo en crecimiento personal y transformación humana: Mindvalley.
Bill Gates, Microsoft y el sofá mohoso
Debes saber que nunca tuve la intención de ser un instructor de meditación. Mi vida no estaba destinada a ser «espiritual» y nunca, ni por un segundo, pensé que algún día estaría escribiendo bestsellers sobre el potencial humano.
Nací en Malasia y crecí en una gran familia hindú que tenía a la academia en la más alta estima. Si, al igual que yo, tienes ascendencia hindú, estarás familiarizado con la noción de que tienes cuatro opciones vocacionales: ser ingeniero, médico, abogado o fracasado de la familia. Ni más ni menos.
Siempre recordaré la manera en la que mi abuelo me miró mientras viajábamos en auto un domingo por la tarde. Esto fue alrededor de la época en la que Bill Gates había visitado la India y coincidió con el mes en el que me enfrenté a la decisión más importante de mi vida hasta el momento: qué estudiar en la universidad.
La cara de Bill Gates estaba en todas partes, en todos los canales de noticias y en todos los periódicos. Inspirado por la estación de radio que sonaba en los altavoces, mi abuelo tuvo un momento de iluminación que afectaría mis decisiones de los próximos cinco años. «Vishen», dijo, mirándome a los ojos con esperanza. «¡Debes ser rico como Bill Gates! ¡Debes dominar las computadoras!».
En ese momento yo era un adolescente que usaba gafas unidas por cinta adhesiva y que había luchado con problemas de autoestima la mayor parte de su vida, sobra decir que estaba más que ansioso por ponerme a prueba a mí mismo. Me mudé a los Estados Unidos en el verano de 1999 y me inscribí en el programa de Ingeniería Informática de la Universidad de Michigan, Ann Arbor. Era una de las cinco mejores escuelas del mundo para la informática en ese momento. Después de sumergirme por completo en la cultura universitaria estadounidense (¿tengo que decir más?) y graduarme, obtuve mi «feliz para siempre» y conseguí la pasantía que mi familia había soñado: un puesto en Microsoft, en Redmond, Washington.
Así es, trabajé para Bill Gates. Pero, como ya habrás adivinado, no duré mucho tiempo; de hecho, hice que me despidieran a propósito. Esto es lo que sucedió.
A pesar de los elogios de mi familia y la transitoria sensación de logro, dos meses después, me sentía miserable. Me despertaba por la mañana y presionaba el botón de «posponer», una y otra y otra vez. Aunque me había vuelto «exitoso», mi alma se derrumbaba por la monotonía. Recuerdo que un día, Bill Gates invitó a los nuevos empleados a su hermosa mansión con vista al lago Washington. Todos mis colegas se reunieron alrededor de él y de su parrilla mientras nos servía hamburguesas recién hechas. Allí estaban, radiantes, estrechando la mano de su héroe. Yo era el único en la reunión que no podía hacerlo. Sabía que ese no era mi lugar. Bill era un anfitrión amable y un hombre brillante, pero ese mundo no era para mí.
Decidí renunciar, pero el miedo a decepcionar a mi familia me hacía sudar frío por la noche. No podía solo irme, tenía que simular que no era mi decisión. Así que urdí un plan para que me despidieran. Cerré las puertas de mi oficina y jugué Age of Empires todo el día hasta que alguien se dio cuenta. Fue muy bajo de mi parte, lo sé. Me despidieron oficialmente por «jugar videojuegos en horario de trabajo».
Luego, muy emocionado, me mudé a Silicon Valley para ganar dinero haciendo algo que disfrutara en verdad. ¡Sería un emprendedor! ¿De qué? No lo sabía, pero estaba lleno de optimismo ilógico. Creía de todo corazón que forjaría una carrera exitosa —tenía que hacerlo— y Silicon Valley era, para los nuevos graduados en ciencias de la computación, lo que Hollywood para los aspirantes a actores. Estaba en el lugar correcto.
Pero, en resumidas cuentas, el momento que elegí apestó. Unos meses después de mudarme a Silicon Valley, se desinfló la burbuja puntocom. Catorce mil personas en el área fueron despedidas de la noche a la mañana en abril del 2001, el mes preciso en el que estaba tratando de hacer despegar mi empresa, así que buena suerte tratando de vender una idea en ese entorno. Fueron malas noticias para mi ego, pero fueron aún peores para mi saldo bancario.
Los meses que pasé tratando de hacer que mi compañía funcionara sirvieron de nada. Poco a poco, me quedé sin fondos y pronto apenas tenía para pagar el alquiler. Con el fin de reducir gastos, me mudé lejos de Silicon Valley y me establecí en la ciudad universitaria de Berkeley, California. Tenía menos de dos mil dólares en mi cuenta bancaria y ninguna perspectiva de trabajo.
Por fortuna, encontré una opción de alojamiento asequible para mi bolsillo: un sofá de dos plazas propiedad de un estudiante. Así es, ni siquiera podía pagar una habitación, pero un chico universitario que conocí en un bar a través de unos amigos me dijo que podía alquilar su sofá por doscientos dólares al mes. «¿Has tenido muchos… inquilinos de sofá?», pregunté nerviosamente mientras dejaba mis maletas y me sentaba con sumo cuidado, no estaba seguro de si podría soportar mi peso. Era un sofá que inspiraba muy poca confianza, por decir lo menos. «Oh, sí, amigo. No dejan de llegar. ¿Cómo crees que estoy pagando mis cuentas de la universidad?», se rio. Sonreí de forma educada. En la maleta junto a mí estaban todas mis pertenencias, mi vida entera. Tenía una deuda de treinta mil dólares y ya había gastado el capital que mi padre me había dado para iniciar mi proyecto. El panorama no se veía alentador. Incluso con mi grado en Ingeniería Informática y mi firme determinación, muy pronto me di cuenta de que no podía convertirme en emprendedor de la noche a la mañana y que el sofá de flores no se iba a pagar solo. Necesitaba dinero y rápido.
Tuve que renunciar a mis sueños empresariales para encontrar un trabajo. Sin embargo, no podía conseguir que me contrataran en ninguna parte. Con la caída de las puntocom, los empleos eran más escasos que nunca. Todos los días me despertaba con rigidez en el cuello y enviaba más copias de mi currículum de las que puedo recordar, con la desesperada esperanza de que alguien, tarde o temprano, me empleara. Mi vida era un desastre y no iba a ninguna parte.
Por fin, después de ocho insoportables meses de rechazo y de tener el orgullo en el piso, mi suerte cambió. Por recomendación de uno de mis contactos, me ofrecieron la oportunidad de entrevistarme para una pequeña empresa emergente que vendía software de gestión de casos a bufetes de abogados. Sin embargo, la economía todavía estaba adolorida y la mayoría de las empresas se negaban a pagar un salario base. Leí el correo electrónico de la oferta.
Ay, Dios. Era un trabajo donde te pagaban por telefonear. Las ventas por teléfono fueron mi peor pesadilla. Me había graduado de la prestigiosa Facultad de Ingeniería Eléctrica y Ciencias de la Computación de la Universidad de Michigan, ¿cómo era posible? Y yo sería una de esas personas. Pero ¿qué opción tenía? Si dejaba la oferta por más tiempo, algún otro tipo cualquiera, con una supuesta «historia de éxito», tomaría mi lugar en ese sofá manchado y yo tendría que regresar a casa en Malasia con la cola entre las piernas. Así que acepté el trabajo.
Mi «gran» responsabilidad era marcar el número de cientos de abogados de todo Estados Unidos en un intento por convencerlos de que compraran nuestro software para administrar sus bufetes. Cada mañana se me asignaba un área, digamos, San Antonio, Texas. Después de devorar un poco de cereal horrible, caminaba hasta la Biblioteca Pública de San Francisco. Con la espalda adolorida por otra noche de insomnio en mi adorado y mohoso sofá, me sentaba por largo rato con las Páginas Amarillas de San Antonio. Tomaba un bloc de notas y un bolígrafo y escribía todos los nombres de los abogados en esa área, de la A a la Z, luego procedía a llamarlos en orden.
Allí estaba yo: un jovencito malayo llamado Vishen Lakhiani interrumpiendo a esos serios abogados en medio de sus ocupados días para venderles software. Ya te podrás imaginar cómo me fue. El sonido seco del teléfono cuando lo colgaban, los gritos y los «vete a la mier…» se convirtieron en mi rutina diaria. Y no olvides que los abogados también suelen ser bastante buenos con el lenguaje. Muchos no se conformaron con decirme que me fuera a la mier... no. Muchos fueron poderosamente poéticos e imaginativos. Describieron todo tipo de emocionantes técnicas de tortura medieval que involucraban objetos como palos de escobas y patas de sillas. Sus monólogos atormentaban mis sueños.
Cuando me topé con la lección más importante
que aprendería
Estaba fracasando y lo sabía. De alguna manera había terminado en otro trabajo que odiaba, pero esta vez por una fracción del salario. El sueño americano me había masticado y escupido de nuevo, así que hice lo que cualquiera haría en una situación tan lamentable: puse mi sopa instantánea a un lado y recurrí a Google, el nuevo motor de búsqueda más popular y mágico de la época. Todos estábamos hipnotizados por su capacidad para responder a cualquier cosa que le preguntáramos:
¿Por qué apesta mi vida?
Importante y, sí, algo pesimista. Busca y encontrarás. Google me dio una serie de razones por las que la vida apesta. Escribí:
¿Por qué odio mi trabajo?
Una vez más, Google me informó sobre todas las razones por las que las personas odian sus trabajos hoy en día. Fue muy deprimente:
Solo el 15 % de los mil millones de trabajadores de tiempo completo en el mundo están comprometidos con su trabajo. Esta cifra es mucho mejor en los Estados Unidos, con alrededor del 30 % de los trabajadores, pero esto todavía significa que aproximadamente el 70 % de los trabajadores estadounidenses no están comprometidos.2
Uf. Bueno, al menos no era solo yo. Seguí buscando. Más de lo mismo: la vida es dura, el trabajo la hace más difícil y así sucesivamente. Entonces vi algo. Algo que me dio la débil esperanza de que existía una solución:
Seminario de meditación para el desempeño laboral, Los Ángeles.
Bien… Clic.
Las promesas eran bastante grandes. Afirmaban que las personas que tomaban ese seminario vendían mejor y con más eficiencia, se volvían más positivas respecto a sus trabajos y lograban un avance profesional enorme. «¿De verdad podía la meditación ayudarme a acelerar mi tasa de cierre en ventas?», me pregunté. En ese punto, no tenía absolutamente nada que perder y lo único que notaría mi ausencia sería el sofá de porquería en el que daba vueltas y vueltas todas las noches. Decidí arriesgarme e ir; después de todo, si no me gustaba, podía simple y sencillamente escabullirme por la puerta trasera y regresar a casa.
Después de subir a un avión, gastar el poco dinero que me quedaba en un motel, tomar un café barato y presentarme a la clase de meditación, vi frente a mí mi peor pesadilla: estaba solo. Era el único estudiante en la sala.
La facilitadora se encogió de hombros y me dijo que tomara asiento. Temiendo lo peor e imaginando que iba a encender un poco de incienso, a rodearme de cristales y a pedirme que cantara un mantra new age, me senté, nervioso; pero no fue tan malo como pensaba. Resulta que era una técnica de meditación relativamente nueva en comparación con las prácticas que datan de siglos atrás. Además, fue creada por un experto en meditación de Texas llamado José Silva. El seminario tenía el acertado nombre de «Silva Ultramind». Su regalo científico/espiritual al mundo se hizo muy popular en los 70 y los 80, y ahora, lo aprendería de primera mano.
Amanda (el nombre fue cambiado) sería mi guía. Amanda estaba en ventas farmacéuticas y solo digamos que su salario podía olerse a un kilómetro de distancia. Sus gafas de diseñador descansaban sobre el puente de su nariz, iba vestida con elegancia e irradiaba serenidad y frescura; rompió con el estereotipo de meditación al instante. Tal vez no tendría que escabullirme por la puerta trasera después de todo.
Ella me guio a través del método Silva Ultramind en un solo taller. En el transcurso de un día, comprendí cómo acceder a estados mentales alterados a través de la meditación.
Según aprendí, el legado de José Silva, quien murió en 1999, fue enseñarle al mundo técnicas de programación mental que rompieron el molde de la meditación pasiva tradicional. No se trataba de despejar tu mente y olvidar tus problemas, sino de convertir tus problemas en proyectos. El objetivo era aprender guiones mentales diseñados para programar la mente al igual que una computadora. Esto permitiría borrar malos hábitos, acelerar el proceso de curación e incluso manifestar sueños. Silva llamó a este acercamiento a la meditación «activo» para distinguirlo de los enfoques «pasivos» más tradicionales.
Salí de ese seminario con más paz de la que había tenido en toda mi vida. No sabía que la meditación podía ser tan útil ni que estaba a punto de aumentar de manera exponencial mi interés en el estudio científico de la meditación como medio para mejorar el rendimiento.
Volví a San Francisco y comencé a practicar la meditación. Medité todos los días a partir de entonces (de manera bastante obsesiva), usando todas las técnicas que Amanda me mostró. Si esto no funcionaba, no sabía cómo obtendría el alquiler del próximo mes, así que puse manos a la obra. Me sentaba todas las mañanas a meditar y visualizaba que mis ventas se duplicaban. Sentía la emoción de manera anticipada y celebraba haber alcanzado mis objetivos como si ya lo hubiera hecho. Respiraba profundamente y me concentraba en este nuevo vínculo con mi instinto más visceral. Comencé a escuchar con atención a mi voz interior para usarla en el trabajo.
Hice un gran cambio: decidí no llamar a los abogados en el orden alfabético de las Páginas Amarillas. En lugar de eso, me relajaba, entraba en mi estado meditativo, sintonizaba con mi intuición y pasaba el dedo por las páginas; cuando llegaba a un nombre que «sentía» correcto, me detenía. Solo llamaba a esos números. Al final de esa primera semana, mi tasa de cierre de ventas se duplicó.
La meditación también ayudó muchísimo a disminuir mis niveles de estrés, así que estaba concentrado desde el principio. Usé mis nuevos niveles de energía y empatía para conectarme correctamente con quien levantara ese teléfono, lo que hizo maravillas para mi relación con el cliente. ¿Adivina qué pasó? Dos semanas después, mis ventas se habían duplicado de nuevo.
Y eso no fue todo. Empecé a valerme de la visualización creativa con una técnica llamada pantalla mental (llegaremos a eso en el capítulo 4). Un mes después, mis ventas volvieron a duplicarse. Me ascendieron tres veces en los siguientes cuatro meses. Me convertí en el vicepresidente de ventas, pero eso no me bastó. Le pregunté al fundador de la compañía si podía dirigir su inexistente división de desarrollo de negocios. Era tan bueno en mi trabajo que el fundador de la compañía terminó dándome ambos puestos. Vishen Lakhiani, 26 años, vicepresidente de ventas y gerente de desarrollo comercial.
Mi jefe estaba pensando lo mismo que tú:
—¿Cómo diablos lo haces, Vishen? —me preguntó con el ceño fruncido y los brazos cruzados.
—Meditación e intuición —le expliqué. Hubo una larga pausa.
—Sí, cómo no... ¿Puedes seguir haciéndolo?
El inconveniente efecto secundario de la meditación
Me quedé en la compañía durante 18 meses más, perfeccioné mis habilidades de meditación y cerré una astronómica cantidad de ventas; pero en el transcurso de ese tiempo algo había cambiado: yo.
Verás, cuando comienzas a meditar sucede un inconveniente. Empiezas a transformarte en una mejor persona. Tu vida se convierte en algo más que una búsqueda por hacerte rico e impresionar a tus padres. Cuando meditas con frecuencia, tu enfoque se mueve, poco a poco, de tu propio ego hacia algo más significativo. El efecto secundario más común e inesperado de la meditación es que terminas preocupándote por la humanidad mucho más de lo que te creías capaz. Así que después de un par de años en esa compañía de software, me sentí un poco desilusionado, espiritualmente hablando. Tuve «éxito», pero me volví hiperconciente; una vez más, mi trabajo se sentía vacío de verdadero valor. Tenía que haber más en la vida. ¿A quién estaba ayudando? ¿Cuál sería mi legado? Llámame hippie, llámame new age, llámame loco, pero decidí que renunciaría (de nuevo) a mi puesto generosamente remunerado; pero esta vez haría algo bueno por la humanidad. Si la meditación me había llevado hasta este punto, tal vez podía confiar en ella para guiarme al lugar al que estaba destinado.
Un mes después estaba en mi computadora, contemplando mi próximo gran cambio de carrera. Había llegado a un bloqueo de primer orden: una crisis existencial. Naturalmente, hice lo que cualquier otra persona haría en un momento así. Busqué en Google mi pregunta:
¿Cómo cambio el mundo?
Casi de inmediato vi esta cita de Nelson Mandela:
«Si quieres cambiar el mundo, cambia la educación».
Uf. Eso fue rápido. Gracias, Nelson. Pero ¿qué podía enseñar yo? Seamos honestos, los talleres de ingeniería informática no pondrían a la humanidad en un estado de felicidad eterna. Además, tenía que ser algo que me apasionara. Tenía que ser algo que faltaba en el sistema educativo. Entonces lo vi con claridad.
Mi mente viajó a la escena que viví en Los Ángeles. Me vi a mí mismo solo en esa sala de seminarios de meditación, en la clase que, literalmente, me transformó en un día. ¿Por qué el tema nunca surgió en mi carrera de veintinueve mil dólares al año en la Universidad de Michigan? ¿Por qué fui la única persona que se presentó? ¿Dónde estaban la meditación, la intuición y los estudios de crecimiento personal en el sistema educativo? El resto es historia.
Para no hacerte el cuento largo, me convertí en un instructor de meditación certificado por el método Silva Ultramind e impartí clases en Londres y Nueva York durante cinco años.
Mucho tiempo después, fundé mi empresa, Mindvalley. Me enorgullece decir que en ella hemos logrado llevar la meditación a millones de personas. Hoy en día, es una de las compañías de aprendizaje de los distintos aspectos de la vida más grandes del mundo. Cubrimos todas las bases de lo que los humanos necesitan para una vida plena: mente, cuerpo, espíritu, emprendimiento, rendimiento y habilidades interpersonales. Al centro de todo esto está la meditación. Hemos sido votados como uno de los lugares de trabajo más felices del planeta porque practicamos lo que predicamos; al momento de escribir este libro, Mindvalley se convirtió en una de las compañías de crecimiento personal más valiosas en el mundo, con más de veinte millones de seguidores a nivel global e ingresos cercanos a los cien millones. Algunos dicen que tuve suerte y tienen razón. Conocí a las personas adecuadas en el momento oportuno y pude basar mi carrera en algo que siento que podría cambiar el mundo para bien, pero todo fue parte de un plan y agradezco a la meditación por llevarme hasta aquí.
Hay, por supuesto, cientos de tipos de meditación, pero lo que estás a punto de aprender en este libro es cómo practicar una mega meditación condensada, hipereficiente, mágica, creadora de alegría, que induce a la productividad y que cumple objetivos: el método de las 6 fases. Armé la secuencia basándome en todo lo que he aprendido sobre la meditación durante veinte años, además, se fundamenta en una gran cantidad de investigación y aprendizaje. He podido hacer esto porque tengo una ventaja especial: a través de Mindvalley he llegado a conocer y a entrevistar a más de mil mentes de líderes en el rendimiento humano, la espiritualidad y los diversos estados mentales.
Así que lo que hice fue refinar miles de años de sabiduría psicoespiritual, tanto antigua como de vanguardia, elegir las mejores partes, traducirlo todo en un lenguaje sencillo y ponerlo en un orden lógico. Jaqueé la meditación. Miles de años de investigación científica y espiritual extremadamente compleja en una práctica amigable con todo el mundo, que dura de quince a veinte minutos: la meditación en 6 fases.
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