Capítulo 2
Heinrich Jürges: el informante solitario

“Jürges y el nazi Müller siguen detenidos.

La sede nazista en Buenos Aires

era el Banco Germánico,

como quedó demostrado en 1935”.

Diario Crítica (Argentina), 3 de abril de 1939

Del NSDAP a la lucha antinazi

El seguimiento de las actividades de los nazis en Sudamérica no fue exclusivo de Hoover, ya que también en la Argentina había quienes pretendían poner la red al descubierto denunciando a los máximos responsables y a sus colaboradores del ámbito local.

Cuando en marzo de 1939 las puertas del despacho del presidente Roberto M. Ortiz se abrieron de par en par, nadie pudo imaginar la compleja trama de una historia que estaba a punto de comenzar.

Frente a él estaba Heinrich Jürges, decidido a ponerlo al tanto de los nombres de una secreta organización de nazis en las sombras, expectantes por darle vida a su ambicioso proyecto de dominación continental. Claro que para Jürges no había sido fácil llegar.

Nacido el 28 de julio de 1898 en Wuppertal, Alemania, ya a mediados de los años veinte este joven idealista creyó que en las ideas radicales del incipiente Partido Nazi se vislumbraba la futura grandeza de su nación.

Se afilió al NSDAP el 1 de octubre de 1930, pero curiosamente durante dos años su rastro pareció desvanecerse sin ninguna explicación. Mientras algunos camaradas nazis sostenían que estuvo detenido en Alemania por estafa y falsificación de documentos, Jürges negaba tales acusaciones argumentando que había viajado por Europa, recalando en Holanda como transportista, que de hecho era su declarada profesión.

Como fuera, su regreso a las actividades del nacionalsocialismo llegó de la mano de Joseph Goebbels, jefe de Propaganda del partido, quien a fines de 1932 lo asignó a la organización de su futuro ministerio en el distrito de Berlín.

La vida de Jürges cambió para siempre el 26 de febrero de 1933, cuando ofició de traductor en una curiosa entrevista llevada a cabo en las oficinas de las SA con un holandés llamado Marinus van der Lubbe, un extraño personaje con inocultables deficiencias mentales al que los nazis estaban forzando a ser partícipe de un atentado que dejaría a los comunistas como directos responsables de un fraguado hecho criminal: incendiar el Reichstag, la sede del Poder Legislativo alemán.

El rostro del inimputable holandés en la portada de los diarios le hizo saber a Jürges que había llegado la hora de abandonar las filas partidarias, esgrimiendo que los postulados que lo atrajeron al NSDAP se habían transformado en “nuevos métodos” que ya no lo representaban más.

Llevando consigo el secreto de la responsabilidad de Hitler y los suyos en el incendio, decidió escapar y en abril de 1933 llegó a Chile para unirse al Frente Negro (Schwarze Front), un grupo de activistas escindido del NSDAP cuyos integrantes se declaraban como opositores a determinadas políticas de Hitler, a quien su líder en Alemania —Otto Strasser— consideraba un “moderado” frente a los intereses del capitalismo industrial. Estas diferencias le valieron a Strasser su expulsión en 1933, cuando formó el Frente Negro para luego exiliarse en Luxemburgo, donde la Gestapo no lo dejó descansar jamás.

La llegada de Jürges fue detectada por los nacionalsocialistas chilenos y dio inicio a una inexplicable campaña de desprestigio y descrédito fogoneada a través de la prensa filonazi, a la vez que en Alemania se reabrió la causa que lo acusaba de falsificador, pretendiendo invalidar de antemano cualquier declaración o denuncia que a partir de entonces pudiera hacer contra los nazis.

Lo que resulta incomprensible es por qué no decidían matarlo.

Las cosas tampoco funcionaron bien en Chile, ya que poco después fue expulsado del Frente Negro acusado por supuesta malversación de fondos y robo de documentación.

Pese a un sinfín de contratiempos, en 1934 contrajo matrimonio (de manera irregular, dado que en Alemania ya estaba casado y no había llegado a divorciarse) con Erika Rodewald, una suizo-alemana a quien terminó robándole sus ahorros para comprar el pasaje que de nuevo lo ayudó a escapar.

En 1936 ya estaba en Buenos Aires, el lugar donde pudo contactarse con Bruno Fricke, quien para entonces era el líder del Frente Negro local a la vez que un ex nazi también pasado al bando contrario.

Como ya vimos, Fricke viajó a Paraguay en 1928 para establecer los primeros locales partidarios y luego comandó escuadrones de las SA en Danzig, pero su afinidad al bando de los hermanos Strasser le trajo innumerables problemas, y en septiembre de 1930 fue expulsado del NSDAP. En 1932, volvió a Sudamérica y dio inicio a las actividades del Frente Negro en Paraguay, Brasil y la Argentina. Intentó hacer lo propio en Chile, en donde tuvo su primer enfrentamiento con ex camaradas que lo acusaron de comunista y traidor a la causa nacional.

Jürges comenzó a colaborar con el KampfGruppe (Grupo de Lucha) del Frente Negro en la difusión del periódico propagandístico Die Schwarze Front que ellos publicaban, un medio que llegaba a la comunidad alemana antinazi de Buenos Aires, a través del cual expuso públicamente a los nacionalsocialistas y sus socios en el país.

A inicios de 1936 las molestas actividades de Fricke motivaron que la embajada alemana en Buenos Aires le retirara la ciudadanía y que los agentes de la Gestapo lo siguieran a sol y sombra por toda la capital. En tanto que el 29 de febrero Jürges publicó su primer artículo denunciando la responsabilidad de Hitler y los suyos en el incendio del palacio legislativo alemán.

El 16 de marzo de 1936 las revelaciones de Jürges también fueron conocidas en los Estados Unidos a través de un artículo firmado por Ludwig Lore en el New York Post.

Pero Lore no era, desde luego, un integrante del Frente Negro ni un nazi arrepentido, sino un agente soviético encubierto que escribía artículos periodísticos advirtiendo sobre el creciente peligro de la infiltración nazi a nivel continental.

¿Sería acaso Jürges un agente contratado por Lore y la inteligencia soviética? ¿Era un informante de los rusos? ¿Era un estafador, un nazi despechado o ambas cosas a la vez?

La respuesta es simple: Jürges actuaba solo, no recibía pago de nadie y en más de una oportunidad debió recurrir a dinero mal habido con la única finalidad de subsistir y continuar con sus denuncias.

Su contacto con Lore tampoco prueba que fuera un agente a su servicio, pero la publicación de su historia en el New York Post refuerza la teoría de que buscaba por todos los medios aportar los datos con los que contaba a quien quisiera escucharlo o estuviera dispuesto a darle el más mínimo lugar.

La confianza del Frente Negro no impidió, sin embargo, que Jürges se viera involucrado en otra embarazosa situación cuando el 26 de abril de 1936 pasó al diario argentino antinazi Argentinisches Tageblatt cierta información que acusaba abiertamente a Fricke como doble agente que aún colaboraba con los nazis desde la clandestinidad.12 Este hecho fue tomado por Fricke como una intolerable traición, que tuvo revancha de su parte al acusar a Jürges de robar sus archivos personales y llevarse una buena cantidad de listados con los nombres de agentes nazis y sus socios en la Argentina y por el supuesto saqueo de los fondos de su agrupación. Esto (además de impedir la edición del diario que hacían) motivó que desde el Frente Negro chileno se enviara a Buenos Aires a un agente bajo el seudónimo de Franz Schubert, con dinero que habían recolectado los trasandinos para colaborar con el reinicio de la interrumpida publicación.

Pero cuando Schubert llegó a la Argentina comprobó que Fricke —lejos de haberse quedado sin dinero— acababa de adquirir una importante propiedad llamada Schwarzen Adler (águila negra), que utilizaba como nueva base de operaciones. Fricke de todos modos no rechazó la ayuda económica, solo que la empleó para instalar un coqueto restaurante, demostrando ser un personaje en quien ni sus socios ya podían confiar. A su vez Franz Schubert se abrió del Frente Negro al tomar revancha por esa malversación y enviar un mensaje anónimo a la embajada alemana en el que informaba sobre Fricke y su nueva ubicación.

No es posible asegurar si Jürges tenía o no más datos sobre las actividades de los nazis para entonces. Tampoco es factible saber si había robado los archivos del Frente Negro apropiándose de las listas con los nombres de los colaboradores del ámbito local. Pero el caso es que en marzo de 1937, durante sus primeros contactos con los diputados Julio Noble, del Partido Demócrata Progresista, y Enrique Dickman, del Partido Socialista, pasó esa misma información intentando abrir un frente antinazi parlamentario en la Argentina, en reuniones a las que luego se sumó la mantenida en 1938 con el proaliado ministro de Justicia, Julio Coll.

El contraataque de la embajada alemana no se hizo esperar y fue Gottfried Sandstede (encargado de prensa de la legación) quien tomó cartas en el asunto como uno de los principales encargados de recibir y distribuir los fondos que Berlín enviaba para financiar la propaganda nacionalsocialista, redactando comunicados y gacetillas publicados en periódicos como El Pampero, Deutsche La Plata Zeitung y Der Trommler, luego replicados en publicaciones del interior.

Jürges fue uno de sus blancos preferidos, pero al mismo tiempo respondía con denuncias que se publicaban en diarios liberales y democráticos como La Prensa y otros con cierta llegada a nivel nacional.

Entretanto, en la embajada alemana en Buenos Aires se entremezclaban convencidos nacionalsocialistas con opositores a Hitler, y conformaban una rara mixtura que le dio la oportunidad a Jürges de entablar contacto con gente que pertenecía de manera encubierta al Frente Negro opositor.

La circular filonazi de José María Cantilo

Las adhesiones al nazismo también se manifestaban desde el seno mismo del gabinete de Ortiz, o al menos desde uno de sus más importantes ministerios.

Si bien el presidente pretendía mantener una política exterior neutral, los lineamientos básicos de su administración se vieron distorsionados por la aplicación, fuera de su conocimiento y control, de una política “paralela” en materia de relaciones con otros países. El caso de José María Cantilo, ministro de Relaciones Exteriores y Culto, fue emblemático.

Reconocido abogado y licenciado en Letras, de larga carrera diplomática, Cantilo fue uno de los artífices de la histórica devolución de El Sarre a Alemania en 1935, un punto en absoluto menor, ya que El Sarre era por entonces un estado limítrofe con la provincia francesa de Lorena y con Luxemburgo, que por un fideicomiso de la Sociedad de las Naciones estaba bajo administración francesa desde el final de la Primera Guerra Mundial. La restitución de esa zona a la Alemania nazi fue un gran triunfo para Hitler, y en ese sentido la activa participación de Cantilo como mediador en las negociaciones pasó a ser un punto de inflexión en la futura relación entre el régimen del Führer y la Argentina.

El diplomático, perteneciente a la Unión Cívica Radical Antipersonalista, fue nombrado ministro de Relaciones Exteriores y Culto el 20 de febrero de 1938, y a pocos meses de tomar posesión de su cargo redactó una circular secreta y confidencial, fechada el 12 de julio, dirigida a todos los consulados argentinos en el exterior como respuesta a las quejas de Hitler por el refugio que se les daba a dirigentes opositores a su gobierno y a tantísimos judíos que intentaban salvarse y escapar. En dicha circular13 se ordenaba de manera terminante “negar la visación, aun a título de turista o de pasajero en tránsito, a toda persona que fundamentalmente se considere que abandona o ha abandonado su país de origen como indeseable o expulsado, cualquiera sea el motivo de su expulsión”. Y continuaba:

Este Ministerio espera que el celo y el buen criterio del señor cónsul suplirán a este efecto la información formal que no sea posible obtener en cada caso, lo que permitirá establecer la capacidad del funcionario para el cargo que ocupa. Todo caso de duda deberá ser consultado a la Cancillería, así como el de toda persona cuya incorporación al país considere el señor cónsul inconveniente. Estas instrucciones son estrictamente reservadas y por ningún motivo deberán ser invocadas ante el público o ante las autoridades del país donde ejerce sus funciones. Quedan derogadas las instrucciones anteriores en cuanto se opongan a la presente. Los señores cónsules se servirán acusar recibo de la presente circular directamente al Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto.

Sin nombrarlos, al referirse a ellos como “indeseables o expulsados”, la circular de Cantilo aludía a los judíos, quienes a partir de entonces tuvieron incontables dificultades para ingresar al país. Mientras la diplomacia argentina buscaba impedir el arribo de “indeseables”, pronto saldrían a la luz los planes que los nazis tenían para hacer ingresar a la Argentina gente que para ellos no tenía absolutamente nada de “indeseable”.

El plan nazi para dominar la Patagonia

Fue en ese contexto que el 20 de marzo de 1939 Jürges agregó más leña al fuego de la disputa entre nazis y antinazis entregándole al primer mandatario la copia de un documento filtrado desde la embajada alemana en Buenos Aires.

Se trataba del plan nacionalsocialista para establecerse —en lo económico, político y militar— en la Patagonia y luego expandirse por toda Sudamérica.

Según información contenida en el documento, se pensaba unificar los territorios de la Patagonia de Argentina y Chile con el nombre de “Estados Unidos del Sur”,14 dejándolos en manos de una administración que respondiera claramente a los intereses de la Alemania nazi del III Reich.

Los influyentes alemanes radicados en el sur eran dueños de facto en esa zona, a la vez que la más confiable fuente de información para las autoridades nazis sobre las condiciones más que favorables de la Patagonia para establecer sus bases y dominarla. Los informes incluían detalles sobre la topografía, la infraestructura, el estado de los accesos, el clima y los lugares más propicios para instalarse en poco tiempo más.

¿Pero querían realmente los nazis quedarse con la Patagonia? Varios argumentos inclinan la balanza hacia una respuesta afirmativa.

Viejas leyendas de un tesoro escondido, la posible llegada de los caballeros templarios e incluso la curiosa historia sobre la entronización de un “rey de la Patagonia” eran argumentos muy utilizados para hacer ver al sur argentino como una verdadera tierra de nadie. Además de ser un territorio codiciado por sus vastos recursos naturales, pero también teniendo en cuenta cuestiones geopolíticas y militares de cara a un conflicto bélico mundial que Hitler ya planeaba desencadenar.

Sin embargo, había otra cuestión fundamental: Alemania tenía la necesidad de recuperar su vieja tradición colonial negada desde el fin de la Gran Guerra, dado lo cual la Patagonia podría convertirse, de facto y secretamente, en la nueva y deseada colonia alemana de ultramar.

Muchos negaron los deseos de dominación sobre la Patagonia por parte de Hitler. Y en muchos de esos casos, por aquellos años, la insistencia en negar tales intenciones se vio influenciada por los propios interesados y la prensa que llegaron a controlar. No obstante, el proyecto tuvo la suficiente importancia y hubo tantos elementos verosímiles a mano que captó la atención de tres jefes de Estado: el presidente argentino Roberto M. Ortiz, su sucesor Ramón Castillo y el norteamericano Franklin D. Roosevelt.

El espía Perón

Tiempo antes de la aparición de la “cuestión Patagonia” ante la opinión pública, el gobierno argentino puso atención en el tema.

En enero de 1936 el mayor Juan Domingo Perón fue designado como agregado militar a la embajada argentina en Santiago de Chile en reemplazo del teniente coronel Jorge Urdapilleta, fuertemente sospechado de hacer espionaje a favor de las autoridades chilenas. Perón supo ganarse el respeto de sus pares trasandinos y el ambiente diplomático en general gracias a su inigualable carisma y dotes de líder. Mientras, seguía de cerca la situación argentina y advertía con desagrado que la administración de Agustín P. Justo neutralizaba a los jefes militares nacionalistas haciendo de los negociados con la banca privada y los intereses británicos una auténtica bandera de su gestión.

Oriundo de la Patagonia, Perón era un gran conocedor del sur y había escrito —entre 1935 y 1936— un ensayo titulado “Toponimia patagónica de etimología araucana”, en el que indagó sobre las costumbres de los grupos indígenas de la región. Como consecuencia de sus conocimientos de la zona, el ministro de Guerra Manuel Rodríguez lo tuvo como principal consejero en temas patagónicos, requiriendo su opinión experta sobre el proyecto que luego llevó a la creación de la Gendarmería Nacional.

Perón apoyó la idea y se encargó personalmente de dar una encendida conferencia en la Escuela Superior de Guerra a fines de 1936, gracias a la cual poco después se aprobó la Ley de Gendarmería haciendo realidad uno de sus anhelos: proteger las permeables fronteras argentinas en la desolada Patagonia de la amenaza chilena y también de los intereses británicos apañados por el gobierno.

Perón, para quien el problema venía del lado chileno y no de la nutrida colonia alemana allí radicada, supo muy bien de los peligros a los que se exponía en Chile, dada su verdadera misión, que era la de hacer espionaje militar.

Por su naturaleza inquieta y activa, pero también por la certeza de ser permanentemente observado por las autoridades chilenas, Perón dormía poco, dejaba luces encendidas e incluso esparcía arena en la terraza de su departamento para oír las pisadas de quienes en forma sigilosa llegaban hasta allí para vigilarlo.

Sus documentos importantes viajaban en maletas con doble fondo y para protegerlos recurría al envío de “anzuelos” camuflados en valijas diplomáticas que —según él sospechaba— podían llegar a ser interceptadas. Esto efectivamente terminó sucediendo, como cuando Perón mandó a Buenos Aires uno de esos “anzuelos” con un informe en el que hablaba pestes del comandante en jefe del Ejército chileno, tras lo cual advirtió que la actitud de este para con él (inicialmente cercana y cordial) pasó a ser fría, agresiva y distante.

Eran cuestiones que daban la sensación de divertir a Perón, quien poco después tuvo la oportunidad de cruzarse con el mencionado militar chileno durante una recepción a la que habían asistido, un momento que aprovechó (según el relato del propio Perón en sus memorias) para decirle cara a cara: “Lo que yo decía de usted en la valija eran mentiras. La verdad estaba en otra valija. Solo quería descubrir si me la abrían”.15

Entre julio y agosto de 1937 Perón ya se reunía regularmente con un grupo de informantes en el cuarto piso de un edificio ubicado en el Pasaje Matte de la ciudad de Santiago. Carlos Leopoldo Añez era uno de los chilenos que más colaboraban con él, al pasarle buenos informes y arriesgar el pellejo a cada paso revelándole importantes secretos militares y diplomáticos.

Perón llegó a Chile con el firme propósito de descubrir el plan trasandino para invadir la Patagonia, y en tren de lograr su objetivo también contactó a un ex militar chileno que se haría cargo del “trabajo sucio” de conseguir el documento con el plan, copiarlo y luego devolverlo sin que la operación fuese advertida.

Pero el chileno le tendió una trampa al informar a la cúpula militar de su país, lo que motivó que en enero de 1938 las autoridades argentinas lo convocaran de regreso a Buenos Aires. Se sabía en la antesala de un verdadero escándalo internacional. Fue reemplazado por Eduardo Lonardi, quien siguió adelante la arriesgada misión.

Cuando todo estalló, el 2 de abril de 1938, Perón ya se encontraba a salvo en la Argentina, pero la crisis diplomático-militar con Chile derivó en la inmediata expulsión de Lonardi, quien desde ese momento se ubicó de manera irreversible en el bando contrario al del joven teniente coronel, a quien hizo responsable directo de su complicada situación y del conflicto en ciernes con la nación vecina.

En 1938 Perón viajó por el sur de Chile y la provincia argentina de Chubut, y a fines de ese año (tras la muerte de su primera esposa, Aurelia Potota Tizón, a quien utilizaba como correo secreto) ya había visitado —siempre con fines de espionaje— las provincias chilenas de Cautín, Valdivia y Llanquihue, un recorrido de más de dieciocho mil kilómetros de extensión.

Entre sus anotaciones Perón expresó una creciente preocupación por la enorme diferencia en las políticas de protección fronteriza puestas en práctica por Chile y la Argentina. Resaltó el marcado desinterés del Estado nacional por los descuidados pasos cordilleranos. Advirtió a sus superiores que el aprovechamiento favorable de esa zona del país dependía en gran medida de la reacción y las medidas adoptadas en adelante. Puso el acento en la necesidad de saber “si los futuros pobladores han de seguir afluyendo de Chile para servir a los que llegan de Europa” (en su mayoría alemanes) o si se determinarían políticas que al final llevaran a que los argentinos tomaran el control definitivo en esa zona austral de la nación.

El caso Patagonia

El interés de los nazis por la Patagonia existía y era real, pero no nació en 1939 ni en coincidencia con el viaje de Perón al sur, sino mucho tiempo atrás.

La llegada de pioneros alemanes fue la punta de lanza para hacerse con información que tiempo después fue utilizada para definir las zonas más apropiadas con miras a un establecimiento más organizado en la Patagonia. Gunther Plüschow viajó hasta allí en 1927 a bordo de la frágil goleta Feuerland (Tierra del Fuego), captando imágenes desde el aire con su biplano Silber Kondor (Cóndor de Plata) y convirtiéndose en un valiente adelantado para otros que lo siguieron poco después.16

El 3 de enero de 1934 una delegación experta en el dominio de modernos planeadores zarpó desde el puerto alemán de Hamburgo. Encabezada por el profesor Walter Giorgii,17 presidente de la ITSU (Internationale Studienkommission für Segelflug o Comisión Internacional de Estudios para la Aeronavegación en la Alemania nazi), el grupo estaba integrado por Wolf Hirth, Peter Riedel, Heini Dittmar y la legendaria Hanna Reitsch, quien se convertiría en la preferida de Hitler y en la única mujer en recibir en dos oportunidades la Cruz de Hierro de primera clase de manos del Führer.

Si bien el objetivo declarado era el de experimentar con las corrientes de aire en el sur de América, sus intenciones eran otras, y tras un breve paso por Brasil finalmente llegaron a Buenos Aires el 14 de marzo de 1934.

El recibimiento no pudo ser mejor. El comandante en jefe de la Aeronáutica Militar, coronel Ángel María Zuloaga, habilitó el aeródromo militar de El Palomar para que esos “alemanes que saben de todo” tuvieran su base de operaciones. En este lugar el equipo hizo las delicias de un público que no dejaba de admirarlos hasta que (una vez finalizada la demostración de cabriolas aéreas) se dispusieron a cumplir con su verdadera misión.

Fue Hanna Reitsch, quien en su libro Volar, mi vida, publicado en 1951, contó sus experiencias en las inconmensurables extensiones del sur argentino, en donde llamó particularmente su atención la poca presencia de poblados en esa auténtica “tierra de nadie”.

Pero lejos de ser la presentación de una simple escuadrilla de intrépidos aviadores, la visita fue el trabajo de avanzada para trazar mapas, delimitar terrenos e identificar los mejores lugares para el futuro establecimiento de bases alemanas. Se estimó también que la compra de grandes extensiones patagónicas pudo haberse concretado en esa misma oportunidad,18 incluido muy posiblemente el enorme paraje donde luego se construyó la Residencia Inalco en Villa La Angostura, que sirvió de hogar y refugio al mismísimo Adolf Hitler.

Pero si entre 1927 y 1934 los nazis daban el primer paso encubierto por el sur argentino, no fue sino hasta el 11 de enero de 1937 en que se redactó un documento secreto con el plan preciso y detallado para dominar el sur de América. Los lineamientos generales fueron trazados desde Buenos Aires en respuesta al pedido de Berlín que ordenaba alistar a los agentes establecidos en zonas como La Pampa, Neuquén, Río Negro, Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego.

Pero claro que el programa no solo contemplaba cuestiones militares, políticas y económicas en la Argentina, sino también en toda Sudamérica.

Las grandes inversiones alemanas en la Argentina y las condiciones que favorecían la protección de esos intereses en el país fueron base firme para el financiamiento de campañas políticas, salvaguarda de fortunas de jerarcas nazis enviadas un tiempo después, pago de coimas y propaganda nacionalsocialista, como también para fomentar la llegada al poder de grupos afines y funcionales al régimen de Hitler.

En un principio el plan resultó poco creíble porque Jürges aún no era un informante confiable. Sin embargo, posteriores investigaciones aliadas de posguerra confirmaron que el documento estuvo “cajoneado” en la embajada alemana de Buenos Aires y llevaba estampadas las firmas de Alfred Müller, jefe del NSDAP en la Argentina, y Conrad von Schubert, un alto funcionario de la representación alemana en Buenos Aires.

Un artículo periodístico de 1939 firmado por John Whitaker en el Chicago Daily News decía que el documento fue puesto en circulación por “traidores desde dentro de la embajada alemana”, y el destinatario habría sido Heinrich Jürges, aunque también cayó en manos de los norteamericanos y fue utilizado para justificar y condicionar la futura política exterior del presidente Roosevelt hacia la Argentina en los años por venir.

Cuando el asunto llegó a la portada de los periódicos, en marzo de 1939, el presidente Ortiz supo que al final había llegado el momento de tomar las debidas precauciones del caso.

El gobierno argentino, alarmado por la publicación de la noticia, recibió la desmentida del régimen nazi a través de un comunicado enviado por Joachim von Ribbentrop (ministro de Relaciones Exteriores alemán) a Ricardo de Oliveira (embajador argentino en Berlín), mediante el cual el Führer negaba cualquier intención de conquista y dominación.

Las excusas no evitaron que Alfred Müller fuera detenido el 31 de marzo, algo que también le sucedió a Jürges, puesto entre rejas por el fiscal doctor Víctor J. Paulucci Cornejo, quien lo acusó de posible perjurio, ya que había presentado una copia fotográfica y no el documento original.

Miguel Viancarlos, jefe filonazi de Policía Federal, se ocupó personalmente del interrogatorio, y fue el momento elegido por Jürges para mencionar la participación de Antonio Delfino, propietario de la empresa naviera A.N. Delfino y Cía., de la cual también era accionista Gottfried Sandtsede, el encargado de prensa de la embajada alemana en Buenos Aires.

El 1 de abril de 1939 el diario antinazi Crítica alertó en su portada sobre el peligro de la infiltración nazi en Sudamérica, e informaba sobre un operativo policial en el bar Nobel (en avenida Corrientes y Libertad), en cuyas dependencias se buscaron documentos con los nombres de los colaboradores locales de la organización.19

Dos días después Jürges seguía detenido, mientras Crítica decía que el informante solitario estaba “amenazado de muerte por la Gestapo”.20

En una nota posterior también se comentó que la Sección de Orden Social de la Policía Federal había requisado su domicilio llevándose unos cuantos ficheros con nombres y que dadas las circunstancias:

Temen por la vida de Jürges. El público se pregunta por qué Enrique Jürges, siendo el denunciante de la infiltración nazi en el país, sigue detenido, o, como se dice en términos policiales, demorado. Estamos en condiciones de informar que el mismo Jürges ha pedido que se lo custodie, pues teme que una vez que esté en libertad sea secuestrado por elementos de la Gestapo, como lo fueron varios prominentes antinazis en Inglaterra y, hace tres años, en Suiza, el periodista Jacob, que puso en descubierto las maniobras de espionaje alemán en Francia y otros países.21

Tras ser liberado poco después, Jürges le dijo a un expectante periodista que lo aguardaba al salir de prisión: “Es evidente que si la carta fuera falsa yo no estaría aquí hablando con usted”.22 Si bien era cierto que la situación no ameritaba tenerlo encerrado, algo no fue advertido por muchos: Viancarlos le “soltó la mano” y lo dejó a la deriva y sin protección porque su nombre aparecía en la lista de colaboradores de los nazis previamente difundida por Jürges.

En ese momento se determinó que las firmas de Müller y von Schubert en el documento eran auténticas, algo que el jefe del NSDAP local terminó reconociendo, no sin dejar de aclarar que la idea no había sido suya. Tal vez Conrad von Schubert —el otro firmante— tuviera algo más para explicar, pero eso no sería posible, ya que el gobierno de Hitler lo había puesto a resguardo convocándolo en forma anticipada a Berlín.

Desde Alemania se acusó a la inteligencia aliada de inventar el plan, un argumento también utilizado para desacreditar a quienes recibían la información que Jürges les confiaba, entre ellos el diputado Silvano Santander, un antifascista de la Unión Cívica Radical, impulsor de la Comisión Investigadora de Actividades Antiargentinas que luego funcionó en el Congreso Nacional. El legislador manejaba todo tipo de documentos para desbaratar a los nazis en el país y enfrentó gallardamente los golpes bajos que estos propinaban, pero los nombres y los hechos mencionados en sus denuncias reflejaban la más pura realidad.

En 1939 Jürges también contactó a funcionarios de la embajada británica en Buenos Aires y les pasó la misma información que previamente había entregado a los legisladores argentinos. Entre los denunciados estaba Heinrich Volberg, un nazi que llegó a representar los intereses de la IG Farben y la Química Bayer en Sudamérica, además de ser jefe de la Oficina Económica de la Auslands Organisation der NSDAP y cabeza visible del Winterhilfe (socorro de invierno), desde donde recaudaba compulsivamente dinero para financiar las actividades del partido en la Argentina.

Tras uno de sus tantos viajes a Berlín, Volberg retornó a Buenos Aires en febrero de 1939 asignado a una nueva misión: hacer espionaje en beneficio de la Asociación para la Industria del Reich.

Entre tantas ocupaciones, Volberg también se encargó de ayudar a agentes nazis puestos en apuro ocultándolos en la Estancia Funke, ubicada en Bahía Blanca, al sur de la provincia de Buenos Aires, para que luego desde allí pudieran escapar. La importancia de Volberg quedó en evidencia durante una reunión llevada a cabo en la embajada alemana, cuando tomó la palabra informando a la superioridad que los socios locales “ya han penetrado en todos los más altos círculos del poder en la Argentina. La penetración entre los oficiales militares más jóvenes también ha resultado exitosa. […] Un secreto grupo de argentinos ya han sido debidamente entrenados y pronto se convertirán en las máximas autoridades del país”.23

Jürges seguía de cerca los movimientos de Volberg, aunque de todos modos este continuó manejándose con relativa normalidad hasta que sus jefes le recomendaron establecer su base operativa en Rumipal, provincia de Córdoba, una situación que se mantuvo hasta la llegada del GOU al poder en junio de 1943, tras lo cual regresó a Buenos Aires con la protección de Perón y sus apoyos, que prácticamente le garantizaban inmunidad.

A modo de cubierta para confundir a los Aliados, en enero de 1944, los militares filonazis que copaban el poder simularon detenerlo y poco después lo liberaron para que pudiera escapar hacia Portugal, donde cayó en manos de los británicos.

Unas circunstancias como esta envalentonaron a Jürges tanto como para enviarle un mensaje al embajador alemán von Thermann advirtiéndole que con sus denuncias lograría que la Argentina fuera el primer país sudamericano en romper relaciones con la Alemania nazi. En eso se equivocó, aunque ya amenazaba con quebrar una sociedad que ni alemanes ni argentinos pretendían abandonar.

Como fuera, en marzo de 1940, Jürges sufrió las primeras consecuencias de su molesto accionar salvándose de un puntazo de arma blanca que casi termina con su vida en una perdida callecita de la ciudad.

¿Habrá sido el atentado consecuencia de sus denuncias?

Es posible, sobre todo porque el 19 de febrero de 1940 (gracias a sus aportes) la inteligencia aliada interceptó un mensaje enviado a agentes en el sur argentino por Dietrich Niebuhr (agregado naval de la embajada alemana) en el cual informaba que estaba en condiciones de enviar “una propuesta por parte de un hombre de confianza alemán, conocido solo como “Robert”, para crear una base secreta de submarinos clase U en la costa patagónica a 44º 15’ de latitud sur (Bahía Vera, al norte de Cabo Raso)”. Se indicaba que la base debía disfrazarse como una fábrica para el procesamiento de grasa, aceite, pieles y harina de pescado derivados de la caza de lobos marinos. La ubicación para la cual Robert tenía una concesión estaba alejada de los buenos caminos y podía ocultarse con facilidad. La instalación sería construida sobre el modelo de una empresa noruega de Comodoro Rivadavia. Los depósitos de lubricantes y combustible no despertarían sospechas.

Gracias a este mensaje captado por los norteamericanos también se supo que “en mayo de 1941, una fuente habitualmente confiable describió dos bases alemanas, una en Península de Valdés, entre Lobería y Punta Delgada, y la otra en el extremo sur en el territorio de Santa Cruz, ocho kilómetros al norte de la desembocadura del río Deseado, un área de numerosas cuevas”. Señalaba además que “numerosos reabastecimientos de combustible fueron llevados a cabo por los buques cisterna propiedad de la firma Astra. La figura central en esos asuntos clandestinos fue un empleado de la Casa Lahusen, un tal Schulz (un alias), cuya base de operaciones estaba en el pueblo de Nueva Lubecka. El 18 de diciembre de 1941 llegó un informe similar con respecto a Lobería”.

El paper finalizaba indicando que “había otra base secreta de los alemanes en Caleta Olivia que estaba disfrazada como Compañía de Extracción de Aceites y Grasas (la misma a la que hacía referencia el agente encubierto Robert), una sucursal de la firma Lahusen de capitales alemanes. Una vez más se informó que el buque cisterna Astra, de la compañía petrolera del mismo nombre, había reabastecido de combustible a submarinos”.24

En 1941, con tanta información disponible sumada a las investigaciones de los agentes del FBI, el presidente norteamericano Roosevelt exhibió un mapa de Sudamérica con los nuevos límites propuestos por los nazis, que era una copia fiel del plan denunciado en 1939 por Jürges ante Ortiz.

El rediseño de las fronteras mostraba a la Argentina extendiendo su superficie sobre Paraguay, Uruguay y parte de Bolivia; a Brasil avanzando sobre esos países; a Guyana; a Chile anexando Ecuador y Perú, y finalmente a Nueva España anexando Venezuela, Colombia y parte de Panamá.25

Cuando el primer mandatario mostró el mapa en una reunión ante los diputados, senadores y funcionarios de su administración, los Estados Unidos no habían ingresado a la guerra y las reacciones contrarias no se hicieron esperar. Muchos pensaron que era un atajo para vencer la resistencia del Congreso al ingreso del país a la contienda, y según algunos legisladores, Roosevelt presionaba o (en el peor de los casos) se dejaba arrastrar por los británicos que buscaban la entrada de los Estados Unidos al conflicto como aliado militar.

Pero Roosevelt no pretendía entrar por la ventana a la guerra, y se basó en información confiable y fidedigna que sus agentes establecidos en la Argentina le habían hecho llegar.

Pero pese al repentino crédito del que ya gozaban sus denuncias, las cosas no serían fáciles para Jürges, quien en 1942 debió ocultarse en Uruguay en busca de mayor protección y seguridad. Este fue el momento elegido por von Thermann para irse de la Argentina, mientras el filonazi Manuel Fresco (ex gobernador de Buenos Aires) reorganizaba la clandestinidad alemana junto con Ludwig Freude, instalando un potente transmisor en la Estancia Monasterio de su propiedad.

En 1943 Jürges recibió su ansiado reconocimiento y pasó a ser considerado por los servicios de inteligencia aliados, el FBI y la embajada de los Estados Unidos en la Argentina como informante de máxima confianza y credibilidad.

A pesar de los embates, aún tenía más información que pensaba revelar.

Edmund von Thermann, embajador alemán en la Argentina entre 1933 y 1941.

El informante Heinrich Jürges.

Planeadores alemanes en Argentina, 1937. Foto de Der Trommler / Comisión Investigadora de Actividades Antiargentinas del Congreso Nacional. Archivo personal del autor.

Mapa del plan nazi para conquistar Sudamérica. (Tomado de Técnica de una traición, de Silvano Santander, 1955).

12 Artículo publicado en el Argentinisches Tageblatt, 26 de abril de 1936.

13 La circular (también conocida como N.º 11) del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto de la República Argentina —redactada y enviada por José María Cantilo el 12 de julio de 1938 a todos los consulados argentinos en el mundo— que impedía claramente el ingreso de judíos al país fue derogada el 8 de junio de 2005, durante la presidencia de Néstor Kirchner.

14 También, Estados Unidos Totalitarios del Sur o Estados Totalitarios del Sur.

15 Tomás Eloy Martínez, op. cit.

16 Gunther Plüschow, Sobre la Tierra del Fuego, 1.ª ed., Ushuaia, SüdPol, 2008.

17 Walter Giorgii (1888-1968) fue cofundador de la Escuela de Vuelo sin motor de Rhön (Wasserkuppe, Alemania). Entre 1946 y 1955 —período en el que Juan Domingo Perón ocupó la presidencia de la nación argentina— se estableció en la Argentina y organizó el INAV (Instituto Argentino de Vuelo a Vela).

18 Hanna Reitsch, Volar fue mi vida. Memorias de la piloto de pruebas de la Luftwaffe, Niseos, 2008 (edición original: Fliegen, mein Leben, 1951).

19 Crítica, 1 de abril de 1939.

20 Ibid., 3 de abril de 1939.

21 Ibid.

22 Ibid., 4 de abril de 1939.

23 Ronald C. Newton, The Nazi Menace in Argentina, 1931-1947, Palo Alto, Stanford University Press, abril de 1992.

24 Blue Book on Argentina. Consultation among the American republics with respect to the Argentine situation. Memorando del Gobierno de los Estados Unidos, Washington D. C., febrero de 1946.

25 Silvano Santander, Técnica de una traición. Juan D. Perón y Eva Duarte, agentes del nazismo en la Argentina, Buenos Aires, Antygua, 1955.