Introducción

Bernardo Barranco

El libro que tiene en sus manos es una colección de ensayos críticos sobre el desempeño del cardenal Norberto Rivera, el religioso más encumbrado de la Iglesia católica mexicana. No es un libro que busque una falsa neutralidad, por el contrario, son textos documentados de denuncia. Los autores se comprometen en sus ensayos en evidenciar el fracaso de un modelo de Iglesia clericalista que el cardenal Rivera pretendió encauzar en México. Los textos recrean la memoria colectiva reciente del México contemporáneo sobre las diversas tentaciones de imbricación entre la política y la religión, entre la estructura eclesiástica y los vasos comunicantes del poder político y económico, minando el carácter laico del Estado.

La trayectoria del cardenal es analizada bajo agudas lupas. Son miradas críticas de la obra y conducción de un personaje que en nombre de la ortodoxia moral de la Iglesia ha provocado antagonismos, enconos y ha sido el ojo de muchos huracanes de escándalos mediáticos. No es un libro anticlerical ni mucho menos anticatólico, es una compilación de ensayos que desnudan los excesos en los vínculos entre el poder secular y el religioso. La renuncia obligatoria del cardenal Norberto Rivera por derecho canónico estipula que a los 75 años debe presentarla al papa. Aunque la renuncia no se acepte en lo inmediato, el hecho es motivo para hacer un balance profundo y a diferentes voces que es al mismo tiempo una valoración de la Iglesia en estos más de veinte años. El libro plantea en el fondo que la gran capital metrópoli mexicana sufre un desencuentro cultural con el recetario rancio de un arzobispo que muchas veces se vio rebasado. No sólo es un problema de doctrina sino de actitud. No es un problema de dogmas, sino la incapacidad de dialogar de un actor religioso cerrado ante una realidad cultural dinámica y cambiante. A Rivera no sólo se le reprochan contenidos tradicionalistas, sino la incongruencia de practicar una doble moral. Por ello, los destacados autores, profesionales reconocidos públicamente por su trabajo y compromiso periodístico son los autores de los ensayos que aquí se presentan. Usted verá que los trabajos se construyen desde diferentes disciplinas, diversos razonamientos y metodologías. Todos ellos respaldados por información sólida disponible. Sus cuestionamientos profundos nos ofrecen distintos ángulos del retrato de un personaje complejo y lleno de paradojas.

Norberto Rivera en su discurso y actuación ha sido un actor polarizante. Ante un jugador rudo no se puede pedir imparcialidad. Las posturas de Rivera han sido intransigentes tanto como para reclamar tolerancia hacia la intolerancia. Ha sembrado rudezas y ha cosechado tempestades. Por ello, no se pretende en los textos una falsa objetividad y disimulado equilibrio de posturas. Tampoco es un libro “angelista” que pretenda ver la mano de Dios en el actuar del cardenal. De ese Dios que a veces escribe chueco. Por el contrario, el libro es una sólida imputación a una aventura fallida de la Iglesia católica de Juan Pablo II en México por posconciliar, que apostó por la regresión y la disciplina. De ahí que el mayor reproche que se levanta ante el arzobispo es el ambiguo posicionamiento frente a una cultura. Por un lado la crítica de hedonista, consumista y relativista, y por otro, se instala en ella a lado de las élites con confort y descaro. Norberto Rivera cuestiona la orientación de la sociedad pero al mismo tiempo usa sus reglas para construirse una trayectoria de poder; alejándose de su misión pastoral y sensibilidad benevolente. Norberto termina convertido en un hombre de potestad terrenal que carece de carisma evangélico. Un actor religioso que es seducido por el imperio del señorío más que por el servicio evangélico, la pobreza y la nobleza espiritual. Por ello, el título no puede ser más elocuente: Norberto Rivera, el pastor del poder.

Rivera poco se preocupó por los pobres, poco se intranquilizó por la caída de fieles ni mucho le inquietó la calidad en la fe de su feligresía. Ha sido un hombre de aparato. Su liderazgo es funcional, es una autoridad por el cargo que desempeña pero está muy lejos de ser un líder moral en la sociedad. Por el contrario, ha sido un actor obsesionado por imponer una moral tradicionalista en la capital del país. Al ser la más moderna, secular y con el mayor índice de escolaridad, le ha resistido y le ha increpado.

Más para mal, Norberto Rivera ha marcado la imagen de la Iglesia en estos 22 años. Nos ha habituado a su conservadurismo, intransigencia social, clericalismo político y sistemática condena moral a la causa de las mujeres, los homosexuales, los no creyentes y de las minorías. Nos ha familiarizado con reproche y chantaje hacia políticos liberales que legislan desde la laicidad. Rivera es el rostro enfadado de los obispos mexicanos. Ha logrado a pulso que el episcopado mexicano sea considerado uno de los más conservadores de América Latina. Hablar del cardenal Norberto Rivera es referenciar también la impunidad y el fuero religioso como reglas no escritas en la cultura política mexicana. Rivera es intocable no sólo por su condición de alto clero, sino por su relación de hermandad secular con el poder.

Rivera es calificado por medios, redes sociales y analistas como un jerarca anticuado, es la antítesis de la figura episcopal que Francisco quiere para la Iglesia. El cardenal encarna al Obispo sinuoso, rodeado de lujos, protector de pederastas, centavero, solapador a conveniencia propia y de sus amigos: actores de doble moral dentro y fuera de la Iglesia. En febrero de 2016, el mensaje del papa Francisco a los obispos fue muy crítico. Más que un regaño, el papa reclamó a los obispos la falta de pastoralidad y entrega hacia la feligresía. Muchas frases parecían destinadas especialmente para Norberto Rivera, quien no sólo no se dio por aludido, sino que desde el semanario de la arquidiócesis, Desde la Fe, refutó los conceptos vertidos por el pontífice argentino. Días después de la visita, el cardenal declaró ante la pregunta expresa: “No me sentí regañado en algún momento, al contrario, me sentí alentado en el ministerio que se me ha confiado, porque él vino a eso, a alentarnos y también a mostrarnos todos los peligros que podemos tener en el ejercicio de nuestro ministerio. Pero no es que nos haya regañado, yo no sentí en algún momento el regaño del papa”. [El Universal, 2016] Todo el mundo vio la reprimenda, menos el cardenal, y cuando el escándalo del editorial de Desde la Fe se hizo mayúsculo, el cardenal también se lavó las manos al declarar que no tiene injerencia editorial en su semanario. Nadie le creyó.

Tras 51 años de sacerdocio, 22 de Arzobispo primado y en plena cuenta regresiva para su dimisión, Rivera Carrera se prepara para cumplir con lo establecido en el derecho canónico, norma jurídica que regula a la Iglesia católica que establece que al cumplir 75 años deben presentar al pontífice su renuncia. Esto ocurrirá el 6 de junio de 2017. Aunque existen diferencias notables con muchos obispos mexicanos y con el mismo Francisco, el cardenal Rivera Carrera tiene la expectativa de que el papa postergue su retiro como generalmente hace con clérigos de alto rango en la vida de la Iglesia. En México, Francisco ha prolongado el ejercicio episcopal de los prelados de Morelia Alberto Suárez Inda y de San Cristóbal de las Casas, Felipe Arizmendi, respectivamente. Los principales argumentos del cardenal Rivera es la delicada situación de México propiciada por la elección de Donald Trump, la crisis política del país, así como los eventos políticos que se avecinan, a saber, las elecciones de 2018. El papa tiene la facultad exclusiva de aceptar o rechazar la renuncia de los obispos. Y una vez aceptada ésta, ellos se convierten en arzobispos u obispos eméritos, sin ninguna responsabilidad en sus Diócesis o Arquidiócesis. Conservan su cardenalato activo hasta los 80 años, después se convierten en cardenales eméritos, sin derecho a voto en los cónclaves.

En el desayuno de fin de año de 2016 con reporteros de la fuente religiosa, el cardenal Rivera negó absolutamente proteger a pederastas, criticó a aquellos que objetan su manejo en la Plaza Mariana y destacó sus magníficas relaciones personales con el actual papa Francisco. Incluso presumió que tiene demasiado trabajo en seis diferentes dicasterios de la curia Romana. Las declaraciones causaron revuelo porque Rivera apuesta a la amnesia social, como siempre, evade y culpa a terceros de ensuciar su correcta conducta. Por ello, se le ha tomado la palabra cuando en el mismo desayuno navideño le pidieron una evaluación de su mandato y expresó: “Mucho se ha logrado. La evaluación ya la harán otros, a mí me corresponde decir lo que estoy haciendo, lo que he hecho”. En efecto, el cardenal tiene razón, hace falta una evaluación sistemática y crítica de otros, lejanos a la corte aduladora del cardenal, que inquiera y examine su largo ciclo al frente de la arquidiócesis de México y ésa es la intención del libro que tiene en sus manos.

Por ello, el objetivo del libro es de manera sólida y documentada, revelar el verdadero rostro de Norberto Rivera Carrera. Se pretende sistematizar la contradictoria trayectoria del cardenal bajo diferentes ángulos, visiones distintas y especialidades diferentes. Es un libro de crítica eclesial, ante un estilo de conducción que ha provocado continuos choques tanto con la sociedad, las autoridades seculares, como al interior mismo de la Iglesia. El cardenal Norberto Rivera desplegó intransigencias y enfrentó tormentas. Encajó rudezas y cultivó escándalos. Los autores sustentan con hechos los excesos y extravíos del cardenal.

El libro es una construcción colectiva de intelectuales, periodistas reconocidos en el tema y activistas en defensa de los derechos humanos. Personas cuyas trayectorias son de prestigio profesional, con autoridad para abordar críticamente la trayectoria del prelado. Muchos autores han hecho públicos en diferentes medios de circulación nacional sus reproches y análisis críticos al cardenal. No es casualidad que la mayoría de los ensayos haya sido redactada por mujeres. Precisamente porque el discurso moral y cupabilizador de Rivera las ha agredido de manera particular. Encuestas desde el año 2000 revelan la incomodidad de las jóvenes mujeres capitalinas a las posturas de la Iglesia sobre su cuerpo, sexualidad y desarrollo profesional. También la totalidad de los ensayos han sido redactados por personas que profesamos o venimos de una cultura religiosa católica. Aquí no hay una conspiración masónica ni talibanes del laicismo ateo, ni mucho menos agentes externos que quieran dañar a la institución. La mayoría somos creyentes de fe muy distante de la profesada por el cardenal. Por ejemplo, Alberto Athié es un ex sacerdote, reconocidísimo defensor de los derechos humanos y de víctimas de pederastia clerical, renunció a su ministerio por confrontaciones y discrepancias irreconciliables con el propio Norberto Rivera. Hay profundos reproches en muchos de los que participamos en el libro que emanan de una manera diferente de entender la propia Iglesia. Es curioso constatar que los ensayos increpan de manera reiterada el enmascaramiento a pederastas clericales. No le perdonan en comportamiento al cardenal, la defensa y encubrimiento que hizo de Marcial Maciel; tampoco sus negocios turbios en torno a la Basílica de Guadalupe; la actitud principesca en su estilo de vida y la manera de relacionarse con las élites de poder, especialmente con políticos corruptos mal olientes con los que estableció relaciones de camaradería y compadrazgo. Familias como los Moreira, los Hank González, Espinoza Villareal entre otros.

Quiero compartir una breve síntesis que he realizado de los ensayos para introducir la materia con la que se ha construido este libro. Y así entender el título del libro, el pastor del poder.

Si hay algún periodista que ha seguido la sinuosa trayectoria de Norberto Rivera, éste es Rodrigo Vera. Desde la revista Proceso ha acompañado críticamente los avatares y escándalos de un personaje que asemeja más a un político que a un guía espiritual. En su ensayo nos narra diferentes momentos claves del cardenal Rivera que van delineando su perfil actual. Originario de una familia campesina muy pobre, Rivera nace en la Purísima, Durango. Su padre fue brasero y desde muy niño Norberto entra en el seminario. Nunca fue un estudiante destacado, según testimonios de sus compañeros, pero desde temprano mostro ambición y su conducta fue del carrerista o trepador mostrándose sumiso frente a sus superiores. Rodrigo Vera se apoya en las investigaciones de Roderic Ai Cam para mostrarnos el proceso de desclasamiento de Norberto Rivera hasta convertirse en cortesano del poder y de la riqueza. En su texto “El Chato” —así le decían en el seminario—, Rodrigo Vera nos refiere diversos episodios del encumbramiento de nuestro personaje, contando con el apoyo de tutores infaustos como el obispo de Durango, neo cristero, Antonio López Aviña; con el siniestro Girolamo Prigione, el nuncio mimetizado con la clase política priista que lleva a Rivera al arzobispado de la Ciudad de México. Y en tercer lugar tuvo como su gran mentor al patógeno pederasta Marcial Maciel. ¡Vaya custodio que lleva a cuestas el cardenal Rivera! Episodios de Tehuacán, sobre la disputa por la Basílica de Guadalupe contra el abad Shulenbourg; de la comercialización de la Guadalupana a la protección del entonces prófugo Oscar Espinosa Villarreal, último regente del Distrito Federal. Capellán de capos de la impunidad, como la familia Hank González y Humberto Moreira. En suma, Rodrigo Vera nos muestra con tersura la atracción política del cardenal y sus estrechos vínculos con las élites.

Y hablando de élites, la reconocida escritora Guadalupe Loaeza, con su estilo mordaz, nos presenta retratos del cardenal Norberto Rivera que revelan la relación que ha guardado con las clases altas mexicanas. La opción preferencial por los ricos ha sido lo suyo. La teología de la abundancia de la “gente bien” es la zona de confort para el cardenal. Guadalupe nos presenta con ironía y con su muy personal estilo el encubrimiento y disimulo en el caso Marcial Maciel por parte estas élites y el cardenal Rivera. Esos nuevos ricos pseudocatólicos que creían que Marcial Maciel era un santo. Utiliza ese vergonzoso episodio que se convirtió en el principal escándalo de la Iglesia mexicana de las últimas décadas para mostrarnos la complicidad el cardenal Rivera y la clase empresarial mexicana. Basado en repetir mentiras, las clases acaudaladas vinculadas a los legionarios se autoengañaron.

Loaeza nos recuerda cómo el cardenal, en connivencia con las élites, quiso engañar a toda la sociedad. Las televisoras y destacados conductores vendieron impunidad y cobijo a Maciel. Las justificaciones sobraban en el vocabulario de los filolegionarios: “es un compló”, “son pugnas y envidias intraeclesiásticas”, “por sus frutos los conoceréis, es una gran prueba de sufrimiento que Dios le envía”. Con audacia cáustica, Guadalupe Loaeza revela los diversos tonos de los tintes de cabello que usa Norberto Rivera para cubrir sus canas. Sólo el humor nos explica esta vanidad de su excelencia. ¿Cómo entender el celo de un pastor por la apariencia? ¿Vanidad evangélica? Bien podría llamarse el cardenal “Clairol” o el cardenal “Just for Men”. Se le ve intenso y vigoroso cuando se presenta con un negro rojizo o también se le percibe misterioso cuando aparece con un negro azulado, el tono de las alas de un cuervo. Y también desaliñado cuando aparece mostrando las raíces blancas. A pesar de que el cardenal sepa de buenos vinos, se diga hombre de mundo, no deja de ser cortesano con los hombres y mujeres de poder. Guadalupe Loaeza se pregunta: ¿No se sentirá fuera de lugar sosteniendo ideas tan provincianas ante gente tan poderosa? De una foto de portada de la revista Proceso, Loaeza analiza la expresión del cardenal, en especial sus ojos: “Es una mirada que no corresponde a la paz interna que debe tener un sacerdote. Es una mirada obsesiva que no descansa y que seguramente encierra mucho rencor hacia algo que no alcanza a entender. Sus ojos particularmente empequeñecidos y oscuros están carentes de perdón y de caridad”.

El excelente analista especializado en medios y poder, Jenaro Villamil, nos ofrece en su ensayo un examen de la relación que ha tenido el cardenal con los medios de comunicación, y que invariablemente ha venido cambiado. Ofrece una larga lista de escándalos en los que el cardenal Norberto Rivera se ha visto involucrado durante todo su mandato como arzobispo. Uno de los ejes del texto es el encubrimiento y la defensa que hizo el cardenal de Marcial Maciel. Es la primera gran derrota en materia de comunicación social para la Arquidiócesis. El tema de la pederastia clerical ha minado severamente la autoridad moral de Norberto Rivera, un clérigo conservador y severo. Rivera, muestra Jenaro, es un cruzado de la revolución conservadora del papa Juan Pablo II; ha entrado en el espacio público a defender con brusquedad los principios dogmáticos de la Iglesia y ha terminado confrontado y envuelto en escándalos. Villamil nos muestra con agudeza la nula autocrítica del cardenal y de su coro. Siempre es víctima de una conjura que quiere dañar su imagen. Aparecen enemigos poderosos e invisibles, porque nunca revela quiénes son los que pretenden destruirlo.

El cardenal verbalmente ha sido hasta violento con las minorías homosexuales, las mujeres y aquellos actores políticos liberales en materia moral. Desde el púlpito o desde su semanario Desde la fe irrumpe con hosquedad en las polémicas pero rehúye responsabilidades en los momentos que debe dar la cara, diciendo que se sustenta en la doctrina, el magisterio del papa y la verdad revelada en las sagradas escrituras. Sobre la pederastia apuesta a la desmemoria diciendo a los reporteros de la fuente en diciembre de 2016: “Yo no he protegido a ningún pederasta pero no falta quien invente que yo en determinado momento protegí”. Villamil registra simonía en los casos de visitas del papa Juan Pablo II, los negocios con la imagen de la virgen de Guadalupe y la anulación indebida de la actual primera dama Angélica Rivera con Alberto el Güero Castro. Después de la visita del papa a México en 2016, el cardenal mostró obcecación radical contra las bodas gay que culminaron con multitudinarias marchas a favor y en contra en una atmósfera políticamente enrarecida. Finalmente nos plantea una incongruencia del cardenal: “La paradoja de los obispos conservadores está encarnada en Norberto Rivera: represivos en lo moral para con los feligreses, permisivos en la inmoralidad y la ilegalidad internas”.

Marilú Rojas, relevante teóloga mexicana en la perspectiva de la teología feminista, cuestiona los contenidos misóginos del discurso social y teológico del cardenal Norberto Rivera y toma como eje un extracto de la homilía del 2 de agosto de 2015. Ahí el cardenal condena la estructura social porque obliga a las mujeres a trabajar, la cual las volvería víctimas culturales de la sociedad moderna. La mujer debe regresar al hogar, según Rivera, para ser esposa y madre. Ésa es la verdadera liberación de la mujer, ése es el verdadero y “sano feminismo”. El cardenal manifiesta: “Por todo ello, la sociedad debería estructurarse de tal manera que las esposas y madres no fueran, de hecho, obligadas a trabajar fuera de casa”.

Marilú revela el esencialismo patriarcal de Norberto Rivera que pretende colocar a las mujeres sólo como auditorio, pero no como sujetos autónomos ni mucho menos como protagonistas de nuevos roles tanto en el ámbito privado como en el público y profesional, mucho menos capaces para tomar sus propias decisiones. Asimismo, Marilú aprovecha para introducirnos en el conocimiento de la teología feminista. Refuta la tesis del “sano feminismo”, como si el feminismo de suyo fuera enfermo o perverso. Así, la teología feminista se presenta como una reflexión acerca de Dios desde la perspectiva de las mujeres apoyadas en las herramientas de las categorías de género. Tan en boga hoy por los ataques y cuestionamientos de conservadores católicos, incluido el propio papa Francisco, que refutan la llamada “ideología de género”.

Siendo consultora y periodista, Mónica Uribe es una conocedora aguda de la Iglesia católica. Su ensayo se focaliza en los delicadísimos negocios de la arquidiócesis primada de México y del cardenal Rivera. En “Las alforjas de la arquidiócesis primada de México”, Mónica constata la falta de transparencia y disposición de las autoridades eclesiásticas para ofrecer al público balances, ingresos y egresos, pago de impuestos, cobro de servicios y demás recursos que pasan por la Iglesia. Dicha opacidad generalizada fomenta la especulación y las leyendas negras, dificultan un análisis profundo con datos duros. Lo mismo que ha pasado en Roma, pero a golpes de grandes escándalos a escala internacional, con las finanzas del Vaticano, y que tanto trabajo le está costando corregir al papa Francisco. Lo mismo ocurre aquí: ¿Cuánto dinero proveniente de limosnas ingresa anualmente en la Basílica de Guadalupe? ¿Quince, veinte o treinta millones de dólares anuales? Por ello Mónica acude, así lo advierte, a una minuciosa investigación hemerográfica para escudriñar las finanzas de la arquidiócesis. Así, con información de dominio público, toma como referencia central los movimientos financieros, negocios, demandas y denuncias en torno a la basílica de Guadalupe, el santuario más grande de América Latina con los mayores ingresos y movimientos financieros.

El lector podrá recorrer diversos episodios de disputa desde el asalto y despojo a Guillermo Schulenbourg, último abad de la basílica, hasta los diversos negocios de comercialización tanto de la virgen como del mismo Juan Diego; así como de la tan mencionada Plaza Mariana. Alianzas, rupturas demandas penales y contrademandas han acompañado permanentemente al cardenal en sus incursiones con los dineros. Cuestionados impuestos a parroquias, vínculos con poderosos empresarios que van más allá de lo social y con algunos construye negocios. Hay una sombra grave que cubre a Norberto Rivera, es la mácula de la simonía. Está muy mal vista en la Iglesia, casi a nivel de pecado. La simonía es una falta grave, como la que cometió Simón el mago de Samaría, registrada en la Biblia (cf. HcH 8, 18-24), que intercambiaba bienes materiales y dinero por bienes espirituales. En el canon 1380 del derecho canónico se establece: “Quien celebra o recibe un sacramento con simonía, debe ser castigado con entredicho o suspensión”. Mónica muestra esta delicada frontera con el enriquecimiento inexplicable del presbítero Diego Monroy cercanísimo a Rivera, quien suplió a Schulenbourg como rector de la basílica.

Nadie mejor que María Eugenia Jiménez para examinar el comportamiento del cardenal Rivera Carrera al interior de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM). Maru es una reportera decana de la fuente religiosa en México, primero en La Afición y después en Milenio. Curiosamente sus inicios periodísticos en el tema van aparejados con el nombramiento del arzobispo a mitad de los noventa. En su texto “Cardenal Rivera: controversial entre los obispos mexicanos” nos revela una paradoja: Norberto Rivera es el único arzobispo, en los tiempos modernos de la Iglesia mexicana, que no ha sido presidente de la CEM. A pesar de su peso, relaciones e investidura, no alcanzó la confianza de la mayor parte de sus hermanos en el episcopado. Desde sus inicios como obispo de Tehuacán se le percibió sumiso a Girolamo Prigione, delegado de Roma en México. Ya como arzobispo primado apoyado por Marcial Maciel, Prigione y Angelo Sodano, secretario de Estado con Juan Pablo II, Norberto Rivera se convirtió en un actor religioso protagónico, soberbio y poseedor de una agenda política propia con excesiva cercanía con los grupos fácticos del país.

Maru nos ayuda a entender el grupo de poder paralelo que formó Prigione y el que llegó a encabezar Norberto Rivera, el llamado Club de Roma. Un grupo episcopal que hacía contrapeso a las autoridades de la CEM, y que acaparaba tanto la representación política como los vínculos con Roma. Este grupo orquestó los relevos de aquellos obispos que simpatizaban con la teología de la liberación, como Bartolomé Carrasco, Arturo Lona en Oaxaca, José Llaguno de la Taraumara, entre otros. En particular destacó por los ataques sistemáticos a Samuel Ruiz, obispo de San Cristóbal de las Casas, y su entonces coadjutor Raúl Vera. El consejo permanente de la CEM y la entonces llamada “mayoría silenciosa” desconfiaban del grupo de Norberto por estar muy vinculados a los intereses del PRI. En el 2000 fue muy sonora la fractura ante la alternancia foxista. De la misma manera las relaciones con los diversos nuncios han sido disparejas. De sumisión con Girolamo Prigione enfrentamiento abierto con Justo Mullor. En cambio, con el siguiente nuncio, Giuseppe Bertello, hubo respeto, pero distancia; con Chrisopher Pierre la relación terminó muy mal a partir de la visita del papa Francisco, pues Norberto tuvo grandes diferencias en la organización, así como reproches por la información que se enviaba a Roma. En verdad es contrastante que Rivera tenga importantes encomiendas propias de envestidura en Roma, mientras que cuenta con muy pocas responsabilidades en las comisiones episcopales de México. En Roma ha tenido las siguientes encomiendas: miembro de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, miembro del Comité de Presidencia del Pontificio Consejo para la Familia, miembro de la Congregación para el Clero, miembro de la Pontífica Comisión para América Latina. Francisco lo nombró por cinco años miembro de la Comisión de Economía. En contraste, a nivel local ha sido presidente de la Comisión Episcopal para la Familia, y presidente de la Comisión Episcopal de Cultura. Candil de la calle y oscuridad en la casa.

Un tema ineludible en el balance de la gestión del cardenal es la dimensión pastoral. La investigadora Fátima Moneta se pregunta si Norberto Rivera ha sido un buen pastor. Pero primero se interroga: ¿Qué es ser pastor? Para responder, se remonta primero a la Biblia para posteriormente recopilar preceptos del mismo magisterio. Los acentos sobre la pastoralidad, los compartidos y los matices entre los papas Paulo VI, Juan Pablo II, Bendicto XVI. Y en especial el actual papa Francisco, porque la insuficiencia pastoral fue uno de los grandes reproches del papa argentino a la Iglesia católica mexicana, durante su visita a México en febrero de 2016. Con estos pasos, la investigadora pudo definir qué tipo de pastor ha sido Rivera en los hechos. La primera dificultad es el absoluto hermetismo para estudiar las entrañas de la arquidiócesis. Casi ningún sacerdote quiso hablar de manera pública y abierta, hay temor a la curia del cardenal y a sus represalias. Sin embargo, pudo registrar que sus sacerdotes lo ven distante, poco cálido y autoritario. Los números no le ayudan al cardenal, pues si bien los católicos en el país han caído en promedio 4 puntos porcentuales en el decenio 2000-2010, en la Ciudad de México se han desplomado casi al doble. Sus vicarías carecen de peso al ser la mayoría entidades más administrativas que pastorales, además de padecer un sistema centralista.

En una entrevista a medios, en diciembre de 2016, el cardenal reconoció que en 22 años ha realizado 3 visitas a toda la arquidiócesis. Sin embargo, el derecho canónico en el canon 396 determina: “El obispo tiene la obligación de visitar la diócesis cada año total o parcialmente, de modo que al menos cada cinco años visite la diócesis entera”. Por más benevolentes que queramos ser con el cardenal en este terreno, la megalópolis lo ha desbordado y la arquidiócesis que se ve rebasada. Norberto Rivera quedó atrapado en una pastoral sacramental, herencia de su primer mentor Antonio López Aviña. El cardenal no huele a ovejas sino a incienso de ritos. Los sacramentos son signos, liturgias y rituales visibles que resignifican, otorgan memoria y dan identidad a la comunidad. Pero no es la Iglesia del encuentro ni la Iglesia de salida que proclama Francisco. Mucho menos la Iglesia que se atreve a ir a las fronteras. La pastoral sacramental se encapsula y tiende a apartarse en una sociedad cambiante y dinámica. Así los sacramentos fortalecen la fe de la misma Iglesia como comunidad sacerdotal estructurada por el sacerdocio bautismal y el de los ministros ordenados. Fátima Moneta da cuenta de una pastoral caduca que el cardenal enarbola, es conservadora y tradicionalista. Su orientación desde el púlpito se desgastó con sus propios escándalos. Como ejemplo, durante la visita del papa Juan Pablo II en 1999 al autódromo, en una misa multitudinaria, el cardenal Rivera pronunció un mensaje socialmente severo: “México está pasando por situaciones difíciles, ha sido engañado y la pobreza lo invade, la violencia y modelos de vida extraños a su idiosincrasia lo están minando… La gente sufre, se desespera porque no atisba ninguna solución próxima a sus demandas de justicia, de alimento, de salud, de trabajo dignamente remunerado; la paz parece que no está a su alcance y en ocasiones se siente un títere manipulado ya no por hilos visibles sino por controles remotos”. Sin embargo, el mensaje ante cerca de un millón de personas pasó casi desapercibido. La razón es muy sencilla, ya no se le creía. A tan sólo cuatro años de asumir el arzobispado, con todo el poder de la representación eclesiástica, Norberto Rivera había perdido credibilidad. Sólo encontraba consuelo entre sus fieles aliados asentados en las élites del poder.

Todos conocemos el compromiso de Alberto Athié, ex sacerdote católico que con valentía ha luchado por los derechos humanos y en especial ha denunciado los abusos sexuales a menores cometidos por el clero católico. El ensayo de Alberto en el presente volumen es imprescindible, pues ha sido testigo crítico de lo que narra, investiga y denuncia. Está tratado en primera persona porque lo vivió y fue testigo directo. Alberto Athié ha recibido diferentes reconocimientos, en diciembre de 2016 el Senado de la República aprobó su nombramiento como miembro del Consejo Consultivo de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH). Como nadie conoce las entrañas del arzobispado y a los principales actores eclesiásticos. Su salida fue un largo proceso de tensiones, chantajes y presiones por su indeclinable empeño contra la pederastia. Su texto titulado “Norberto Rivera o el Tótem de la impunidad” es una valiosa contribución que nos ayuda a entender la forma de gobernar y el pragmatismo político del cardenal Rivera. Pero no se queda ahí, Alberto hace serias revelaciones de la homosexualidad al interior del clero, así como abusos a menores que existían mucho antes de la llegada de Norberto Rivera. Lo importante no es que pase, sino que se sepa, nos dice Alberto: “Debido a que la homosexualidad se había ‘salido del control’ de los superiores, porque algunos de ellos también estaban involucrados. La realidad de la homosexualidad en la Arquidiócesis de México es, como en toda la Iglesia, una conducta moralmente condenable por razones dogmáticas pero, por otro lado, una praxis muy común y en esos días, a mediados de los años setenta, había adquirido niveles muy preocupantes, hasta escandalosos, y por eso les preocupaba”. Están los casos del extraño Mons. Luis Fletes, Mario Ángel Flores y el famoso padre José de Jesús Aguilar, entre muchos otros. Nos narra Athié el posicionamiento del cardenal en los sucesos dramáticos ocurridos en Acteal Chiapas, la defensa abigarrada de parte de la Iglesia de Marcial Maciel, así como, la tramposa y fraudulenta anulación matrimonial del primer matrimonio de Angélica Rivera, actual primera dama.

Por mi parte, como coordinador del libro, trato de aportar algunos elementos que complementen el conjunto. En un primer momento, se dan claves no sólo para saber quién es Norberto Rivera, sino para entenderlo. Se examina su actitud teocrática, que se explica no sólo con el ascenso de los movimientos religioso-conservadores a nivel internacional, sino con el giro que Juan Pablo dio a la Iglesia posconciliar, así como la influencia de sus mentores, empezando por el propio Maciel y Girolamo Prigione. Se analiza también la constante provocación al orden social que el cardenal Rivera hace, llamando a la desobediencia civil, tratando de imponer sus valores morales y religiosos al conjunto de la sociedad. La parte final del ensayo titulado “Norberto Rivera, el cardenal del poder” analiza su fallida comunicación con la sociedad. El fracaso no se debe a las estrategias empleadas ni a los cambios tecnológicos como la emergencia de las redes digitales, sino a la falta de congruencia, la doble moral y la carencia de un liderazgo moral en la sociedad y en su propia feligresía.

El ciclo de Norberto Rivera ha llegado a su fin. Independientemente del tiempo que le otorgue el papa Francisco. Con el cardenal Rivera se va un modelo de Iglesia que fue reacia a las propuestas de cambios del concilio. A Rivera se le percibe rancio no sólo porque la ciudad pluricultural y compleja lo ha rebasado, sino porque el pontificado de Francisco perfila atributos del buen pastor ajenos al cardenal primado. En la homilía del domingo 23 de agosto de 2015, Norberto Rivera habló de la inmutabilidad del evangelio en los siguientes términos: “Nos molesta que en este tiempo de deserciones la Iglesia continúe anunciando el mismo evangelio, cuando la huida de tantos se podría evitar proclamando un evangelio más atractivo, moderno y progresista, y por supuesto con propuestas consensuadas y democráticas, aunque no sean precisamente las de Jesucristo, que consideramos ya superadas”. El problema no es presentar un evangelio progresista a modo de la cultura imperante. No se trata de deformar la doctrina de la Iglesia para hacerla más atractiva. La cuestión de fondo es la actitud pastoral con que la Iglesia asume y se desarrolla en la sociedad moderna. El cardenal tiene una visión pesimista de la cultura actual. Refugiarse en la tradición es una justificación. Al apelar a la inmutabilidad del evangelio, el cardenal corre el riesgo de caer en fundamentalismos o en las tendencias literalistas de leer las sagradas escrituras o aplicar a rajatabla la doctrina.

El gran reto, como enseña Francisco, es ayudar a vivir un evangelio que aspira a guardar rasgos inalterables como signo de identidad en una sociedad mutable. No se puede aspirar a un evangelio inmutable en una realidad mutable. La fe y las expresiones de un creyente del siglo XXI no pueden ser las mismas de aquel del siglo III. Hay una autonomía e independencia del proceso temporal y cultural respecto del corpus religioso de la Iglesia. Y dicho sea de paso, la presiona para temporalizarse. En un mismo lapso pueden darse interpretaciones totalmente diferentes en lo doctrinal. Por ejemplo, mientras el cardenal Rivera ha insistido hasta el cansancio en México por la libertad religiosa, por un Estado laico flexible y una laicidad que supere las confrontaciones históricas, en Francia los católicos conservadores reivindican la radicalidad del laicismo. Presionan para que el Estado laico se imponga ante las expresiones visibles de musulmanes en las escuelas públicas. Aquí Rivera aboga por una laicidad positiva y tolerante, mientras en Francia se define un laicismo esencial, ya no ante los católicos como antaño, sino ante el islam. Si algo caracteriza la vigencia del cristianismo ha sido su capacidad de adaptación a diferentes formaciones civilizatorias a lo largo de más de 2 000 años. Otro ejemplo, en 1864, el papa Pío IX publica el Syllabus (listado recopilatorio de los principales errores de nuestro tiempo). Es un categórico documento magisterial que condenaba los valores de la modernidad. Como la libertad de pensamiento, la democracia, la tolerancia, la separación entre la Iglesia y el Estado, el individuo. La católica debe ser la religión de Estado y condena la libertad de culto, la libertad religiosa, de imprenta y de conciencia. Apuntala la noción que afirma que el pontífice romano no puede conciliarse con el progreso, el liberalismo y la cultura moderna. Hasta principios del siglo XX se condenó a los católicos modernistas y se construyeron cofradías de espionaje y persecución, como Sodalitium Pianum, y ahí está la condena al famoso caso del teólogo francés Lemennais (1881). Tan sólo un siglo después, en el Concilio Vaticano II, todas estas condenas se matizan al grado de que se opera una apertura y aceptación de ciertos valores modernos, así como una opción preferencial por la democracia, que es resignificada. Sin embargo, podemos ver cómo muchas de estas reminiscencias perduran en el fondo de discursos ultraconservadores de algunos actores religiosos, a pesar de revestirlos con ropajes aparentemente plausibles.

Por ello, la pregunta de fondo es: ¿Qué tipo de pastor necesita la Ciudad de México? Norberto Rivera ya es historia. La respuesta la encontramos en Francisco. Él sentencia que el buen pastor es aquel que ofrece la vida por sus ovejas. Francisco ha cuestionado la crisis de la Iglesia porque se ha vuelto “burocrática y doctrinaria”, así como autorreferencial, por ello, lo que se requiere es una iglesia misionera, alegre, abierta a los laicos y a los pobres y olvidados. Ya no se necesitan príncipes ni clérigos de aeropuertos. Pastores que sean humildes, nos dice Francisco antes de ser papa. “A mí me gusta usar también la palabra mansedumbre, que no quiere decir debilidad. Un líder religioso puede ser muy fuerte, muy firme, pero sin ejercer la agresión. Jesús dice que el que manda debe ser como el que sirve. Para mí, esa idea es válida para la persona religiosa de cualquier confesión. El verdadero poder del liderazgo religioso lo confiere el servicio”. A diferencia del dogmatismo intransigente de Norberto Rivera, Bergoglio es abierto y sensible a la vida y las personas: “[…] la ortodoxia llena los vacíos que generan las incertidumbres. La verdad es que se va totalmente para vida que es dinamismo, es libertad, y uno debe de tener la capacidad de pensar, de discernir, porque los caminos en la vida no son absolutos”.* En suma, la ciudad requiere de un pastor con el sello de Francisco.


* Mario Bergoglio, Sobre el Cielo y la Tierra. Diálogo del Arzobispo entre Jorge Bergoglio con el Rabino Anton Skorka, Buenos Aires Sudamericana, 2011, p.89.