El problema argentino según Perón.
Economía y política en el pensamiento del líder justicialista en el exilio

por CLAUDIO BELINI

Instituto Ravignani, UBA-Conicet

 

CLAUDIO BELINI es doctor en Historia por la Universidad de Buenos Aires (UBA) e investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) y del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”. Su área de investigación es la historia industrial y de las políticas públicas. Es autor de La industria peronista, Buenos Aires, Edhasa, 2009; Convenciendo al capital. Peronismo, burocracia, empresarios y política industrial, 1943-1955, Buenos Aires, Imago Mundi, 2014 y, en coautoría con Juan Carlos Korol, Historia económica de la Argentina en el siglo XX, Buenos Aires, Siglo XXI, 2012. En 2016 ha sido Visiting Scholar en Hoover Institution, Stanford University.

En un ensayo clásico en el que analizaba los orígenes de las dictaduras de las décadas de 1960 y 1970, Albert Hirschman advertía que en América Latina las elites económicas y políticas habían llevado adelante las funciones de acumulación y distribución en forma secuencial y de manera descoordinada. Además, los sectores dirigentes encargados de realizar estas tareas habían sido enemigos políticos, oponiéndose a las políticas que desde el Estado buscaban acelerar alternativamente el crecimiento o la distribución. Descartando la tesis que sostenía que el origen de las nuevas dictaduras estaba en las necesidades propias de la etapa final de la industrialización por sustitución de importaciones, el autor destacaba la compleja interacción entre factores políticos-ideológicos y económicos. Entre los primeros señalaba que la propensión de los gobernantes latinoamericanos a infringir “los límites más elementales del sistema económico” originó nuevos problemas, que fueron percibidos por las sociedades como tan graves como las dificultades estructurales que se proclamaba combatir.1 Esta observación revela la importancia de las ideas que sobre la economía sostuvieron tanto los líderes “populistas” (entre los que Hirschman destacaba los casos de Juan Perón, Carlos Ibáñez del Campo y Getulio Vargas) como también los militares que gobernaron la región en las décadas siguientes.

Este trabajo está guiado por ese interés en torno a las concepciones económicas de los líderes políticos. Me propongo indagar las reflexiones de Perón sobre la economía argentina y sus dilemas, mostrando los cambios y continuidades con respecto a las concepciones económicas sostenidas durante sus primeros dos gobiernos. El artículo se focaliza sobre dos cuestiones estrechamente relacionadas. En primer lugar, pondremos especial atención en el análisis que el líder justicialista hizo sobre las alternativas de la coyuntura económica entre 1955 y 1972, y las derivaciones que ellas tenían en las estrategias políticas que desarrolló para retornar al poder. En segundo lugar, el trabajo se propone reflexionar sobre el lugar que Perón otorgaba a lo económico en la “crisis argentina”, marcada por la inestabilidad política y las dificultades económicas. Se trata de una dimensión escasamente estudiada de la trayectoria del líder justicialista que sin embargo puede comprenderse al considerar que buena parte de la historiografía ha discutido si realmente existió algo así como una “ideología peronista”.2 Más allá de este debate, es claro que las interpretaciones que Perón efectuó sobre los procesos económicos tuvieron un papel destacado a la hora de la definición de las estrategias políticas que desplegó para retornar al poder y en las políticas implementadas durante su tercer gobierno.

La primera parte de este capítulo caracteriza brevemente algunas de las concepciones económicas del peronismo durante la primera y segunda presidencia, y su proyección hacia otras dimensiones como las relaciones internacionales. El análisis de las reflexiones de Perón sobre la economía argentina entre 1955 y 1959 es el objetivo del segundo apartado. La tercera parte estudia el lugar que lo económico ocupaba en la crisis argentina que según el ex presidente caracterizaba al período iniciado en 1955. Por último, realizaremos algunas consideraciones finales sobre la cuestión.

1. Las concepciones económicas del peronismo

Luego del triunfo electoral de 1946, al tiempo que buscaba consolidar la heterogénea alianza social y política que lo había conducido al poder, Perón se lanzó a la tarea de crear un cuerpo de ideas y una identidad a su movimiento.3 El nuevo presidente ambicionó elaborar una nueva ideología que se presentaba como una doctrina original capaz de brindar soluciones a los problemas económicos y sociales de la Argentina. La “doctrina peronista” surgió así de una amalgama de ideas y concepciones que remitían al nacionalismo de los años 30 y retomaba diversos tópicos que, en el orden económico, habían sido presentados por intelectuales y grupos vinculados al nacionalismo y la doctrina social católica como la Fuerza de Orientación de la Joven Argentina y los discípulos de Alejandro Bunge.

A contrapelo de la revalorización de la economía de mercado preconizada por los Estados Unidos en la posguerra, el peronismo colocó al Estado en un lugar central en la regulación económica y la distribución progresiva de la riqueza. Estas concepciones, que retomaban algunas corrientes de la tradición nacionalista, durante la posguerra se nutrieron y hallaron respaldo en las reverberaciones teóricas que entonces exponían los partidarios occidentales de la planificación. El peronismo entendía así que la intervención del Estado, asesorada por organismos de consulta integrados por representantes del capital y del trabajo, era el instrumento ideal para disciplinar el accionar caótico de las fuerzas del mercado e imponer “el bienestar del pueblo”.

Siguiendo concepciones del catolicismo social, Perón definió el orden económico ideal como “una economía social” cuyo objetivo era la dignificación del hombre “conjugando el libre desarrollo de la voluntad individual con el concepto fundamental de la solidaridad social”. Como otras ideologías organicistas, las concepciones económicas del peronismo postulaban la armonización de los intereses individuales y colectivos, incluso mediante la subordinación de los primeros a los intereses de la sociedad. Estas ideas permitían al peronismo presentarse como una tercera posición, enfrentada tanto al capitalismo (por el que se entendía el capitalismo liberal) como al “totalitarismo soviético”. En definitiva, la tercera posición era “un sistema social al que se llega poniendo el capital al servicio de la economía”.4

La inspiración del peronismo en la doctrina social católica y en el nacionalismo económico de los años 30 no permitió construir una ideología, pero cabe poca duda de que estas concepciones sobre lo económico tuvieron un impacto importante en las políticas económicas que se ensayaron entre 1946 y 1955. En los años iniciales de su gobierno, Perón confió el manejo de la economía argentina al empresario Miguel Miranda, quien eludió en gran medida legitimar las políticas económicas por medio de argumentos más o menos complejos. Recién en 1951 el economista Alfredo Gómez Morales —que había reemplazado a Miranda en 1949— publicó un libro donde argumentaba a favor del enfoque de las políticas oficiales, retomando autores clásicos, partidarios de la planificación económica y argumentos keynesianos en torno a las políticas anticíclicas.5 En cambio, la exposición de las concepciones económicas del peronismo quedó limitada a los discursos del presidente en torno a los objetivos de promover el crecimiento económico, la industrialización y una distribución equitativa del ingreso. Claro que Perón no tenía conocimientos profundos en economía. En 1967, en una entrevista realizada por Félix Luna, el ex presidente recordó que durante su estadía en Italia en 1938 había tomado cursos de economía política en Milán y Turín, no obstante lo cual no parece haber conocido con profundidad la complejidad del funcionamiento de la economía.6 Diversos indicios parecen mostrar este punto: en primer lugar, la preferencia de Perón por el conocimiento práctico que poseían los empresarios antes que por quienes tenían una sólida formación académica; en segundo lugar, una concepción de la economía como dimensión subordinada y, por lo tanto, adaptable a la voluntad política.

En un caso, sin embargo, el impacto de estas ideas sobre las políticas aplicadas por Perón fue significativo: las relaciones exteriores de la Argentina en el mundo bipolar de posguerra. La “tercera posición” ha sido vista como la reformulación de la posición tradicionalmente neutralista de la Argentina y del sentimiento antinorteamericano que había caracterizado a las elites políticas desde finales del siglo XIX. Por supuesto que la política exterior argentina careció de uniformidad y estuvo sometida a la influencia de diferentes factores económicos y políticos.7 Las coyunturas económicas, la amplia difusión de las posturas nacionalistas y antiimperialistas entre las principales fuerzas políticas y las reacciones oficiales frente al boicot norteamericano contra la Argentina desempeñaron un papel decisivo en la definición de la política exterior.

En el contexto de la guerra de Corea, la posición argentina se vio sometida a fuertes presiones. Por un lado, los Estados Unidos reclamaron la solidaridad continental frente al avance comunista. Por el otro, las posturas de los sectores políticos locales que rechazaban cualquier participación de la Argentina en el conflicto. La posición de Perón oscilaba entre el respaldo a los Estados Unidos y el mantenimiento de una posición más independiente. En 1948, Perón había advertido al embajador norteamericano que la tercera posición era “un recurso político para tiempos de paz, pero que […] debía considerarse inexistente en el caso de una guerra entre los Estados Unidos y Rusia”.8

No obstante, cuando estalló la guerra de Corea, la posición del presidente distó de ser la esperada por Estados Unidos. Aun considerando los beneficios políticos internos que Perón obtenía de una posición de cautela frente al conflicto, también parecía convencido de que mantener la tercera posición era posible y deseable.

Por un lado, las dificultades económicas y la presión norteamericana por asegurar la adhesión del país al Tratado de Asistencia Recíproca a cambio de la ayuda financiera condujeron a Perón a expresar confidencialmente su apoyo a los Estados Unidos.9 Pero al mismo tiempo, desilusionado de los beneficios económicos que podía obtener de ese apoyo, el presidente sostuvo una postura muy crítica a la posición norteamericana.10 Con el seudónimo de Descartes, puntualizó su actitud frente a los desafíos externos de la Argentina y América Latina. Los diplomáticos norteamericanos tomaron nota de esta postura ambigua, al conocer que Perón era el autor de los artículos que publicaba el diario Democracia.11

A principios de 1951, durante la Reunión de Consulta de Cancilleres de Washington, la delegación argentina manifestó su reserva frente a la participación de fuerzas militares y sostuvo que el gobierno de Perón no tomaría ninguna decisión “sin la expresa consulta y decisión del pueblo argentino”.12 Como Descartes, Perón rechazó las pretensiones de Estados Unidos de reclamar la solidaridad continental frente al conflicto. Sostenía que los pactos internacionales debían basarse en “la buena fe, la mutua conveniencia y la reciprocidad”. La abstención norteamericana frente al reclamo argentino por las Malvinas le parecía la prueba evidente de que esa reciprocidad era inexistente: Estados Unidos reclamaba una solidaridad continental para enfrentar a una potencia extra continental, pero prefería “apoyar incondicionalmente el despojo (británico), pese a la declarada Doctrina Monroe”. Si la potencia continental negaba un voto que el presidente definía como “un tanto lírico” frente a esa cuestión, no cabía esperar que el pueblo argentino aceptara la “exigencia de hacer matar a sus hijos y destruir sus riquezas para repeler una agresión al continente americano que, según parece, puede producirse en Asia o Europa”.13

En abril de 1951, Perón acusó al imperialismo de ser “la causa” del comunismo. Focalizando en la concepción leninista, sostuvo que el imperialismo se expresaba través del dominio político colonial o económico. Las presiones norteamericanas eran la respuesta a la política de “independencia económica” de la Argentina, que con su orientación estaba “desmembrando un imperio”.14 Como el egoísmo había dominado la actitud del capitalismo yanqui frente a las naciones de América Latina, Estados Unidos se enfrentaba con la resistencia latinoamericana para hacer frente común ante el avance comunista. Para Perón “la suerte adversa de la metrópoli lejos de ser una amenaza puede ser una liberación”. Frente a los dos imperialismos sostenía que “un mundo de países soberanos, como lo anhela el justicialismo, libres política y económicamente, sería el camino de la felicidad humana, pero también nada menos que el derrumbe de todos los imperialismos”.

Al mismo tiempo Perón mantuvo una postura favorable a la colaboración con los Estados Unidos, especialmente en el área del desarrollo económico. Según su opinión, para que ello fuera posible, ese país debía abandonar su “actitud oportunista”. En otra nota firmada como Descartes, sostuvo que si ese país quería lograr la unidad continental debía “colaborar con los países latinoamericanos en un plan orgánico que tienda a diversificar las economías de los países americanos desarrollando la industrialización y explotación de sus recursos”.15 Solo así serían posibles la solidaridad continental y el fortalecimiento de toda América como “bastión de la democracia”.

La falta de una visión de largo plazo por parte de los gobernantes norteamericanos le parecía el resultado de la única fórmula que encontraban las fuerzas económicas y financieras ante la dependencia de esa economía con respecto al aparato militar y sus industrias, lo que más tarde se conocería como “complejo militar industrial”. Citando a Joseph Schumpeter, Perón afirmaba que la hegemonía norteamericana parecía basarse principalmente en el empleo de la fuerza militar, algo que había llevado al economista austronorteamericano a pronosticar para la segunda posguerra el surgimiento de un nuevo orden que poco antes había denominado como “socialismo militarista”. Como se sabe, Perón pensaba que una tercera guerra mundial era inevitable, pero no sería como la que había finalizado en 1945, caracterizada por el enfrentamiento directo entre las potencias. Estados Unidos y Rusia preferirían el combate indirecto, lo que hacía presumir de un conflicto prolongado que solo finalizaría con la “destrucción progresiva y agotamiento” de una de las partes.16

En cualquier caso, el mundo de posguerra demandaría más alimentos y materias primas, reforzando el papel estratégico de América Latina. El desafío de la región era lograr la colaboración de Estados Unidos para promover el desarrollo económico. Pero esa meta requería antes que los países latinoamericanos se integraran económicamente: “una confederación latinoamericana de naciones sería nuestra única garantía frente a un porvenir preñado de acechanzas y peligros. Unidos seríamos fuertes y numerosos. Desunidos seremos fácil presa de la conquista imperialista”.

Con el estallido de la crisis de 1952, las pretensiones de Perón en torno a la construcción de un nuevo orden económico y una postura equidistante en el plano internacional pasaron a segundo plano. Las urgencias de la coyuntura llevaron al gobierno peronista a asumir una postura pragmática. A pesar de que Gómez Morales terminaba de publicar un libro donde proclamaba las virtudes de las políticas anticíclicas keynesianas, en 1952 se vio obligado a aplicar un severo programa de ajuste, caracterizado por una fuerte contracción monetaria y crediticia que provocaría una breve pero aguda recesión. A partir de entonces el gobierno peronista revisó varios de los lineamientos de su política económica, incluso promoviendo la inversión extranjera. En el plano internacional, la tercera posición cedió ante una postura más cercana a los Estados Unidos. En cambio lo que sobrevivió fue el proyecto de la unión aduanera sudamericana, cuyos primeros pasos se darían con la firma de acuerdos con Chile, Paraguay y Ecuador. Esta política generó la oposición de Brasil y Estados Unidos que acusaban al gobierno peronista por sus proyectos expansionistas.

2. La economía argentina según el análisis de Perón, 1955-1959

En septiembre de 1955 una rebelión cívico-militar derrocó al gobierno peronista. El sorpresivo derrumbe del régimen político que Perón había construido desde los años 40 inauguró una nueva etapa en la historia política del país que los rebeldes de 1955 esperaban que fuera de progreso y restauración de las libertades públicas. Con la excepción de algunos pequeños grupos, los militares y civiles antiperonistas comprendían que les aguardaba una trabajosa tarea de “desperonización”. Pero la mayoría compartía la certidumbre de que la carrera política del líder justicialista había culminado. Como afirmaba el editorial de un matutino porteño, en los lluviosos días de septiembre se había asistido al “triste fin, sin pena ni gloria, de la carrera pública de un hombre sobre el cual diremos, piadosamente, a fin de mitigar la justa cólera ciudadana, que fue un extraviado”.17

Sin embargo, la esperanza de que se iniciara una nueva etapa histórica, donde el peronismo como fenómeno social y político perdería fuerza, se esfumó muy pronto. En su lugar, el “problema” de la perduración del peronismo y la inestabilidad económica y política se convirtieron en dilemas de difícil resolución para los gobiernos que se sucedieron a partir de 1955. Si bien el peronismo no cayó por razones económicas, es claro que los problemas que enfrentaba la economía argentina eran importantes. Los militares y civiles que asaltaron el poder en 1955 hicieron un balance muy crítico de la economía peronista. Los informes de Raúl Prebisch, publicados en octubre de 1955 y enero de 1956, levantaron grandes controversias, incluso en el campo antiperonista.

Instalado en Paraguay, Perón comenzaría una ardua tarea de evaluación de las razones de su derrocamiento y de análisis crítico de sus sucesores, mostrando su intención de continuar desempeñando un papel relevante en el escenario político.18 Como el propio ex presidente reconocería años más tarde, las dificultades económicas de la Argentina, los errores de sus adversarios políticos y la renovada adhesión de vastos sectores populares al peronismo fortalecerían su posición como un actor político insoslayable. Una de las tareas iniciales consistió en ensayar una interpretación sobre los acontecimientos que habían culminado con su derrocamiento. En esas reflexiones, la dimensión económica ocupó un lugar destacado. A principios de 1956 Perón daba a conocer su primer libro del exilio: La fuerza es el derecho de las bestias. En ese texto presentaba una versión fantasiosa de la economía peronista y censuraba a sus sucesores por sus planes destinados a retrotraer el país a 1943. Perón sostenía que las reformas económicas impulsadas por su gobierno tenían como fin sustentar las conquistas sociales impuestas a partir de 1943. Para él esas conquistas solo podían sostenerse si el país dejaba de ser una colonia. Caracterizaba la situación económica de 1945 como “un desastre” por su desorganización y por la dependencia del capital extranjero. Afirmaba que la Argentina tenía entonces una deuda externa de dos mil millones de dólares y pagaba en concepto de amortizaciones e intereses doscientos cincuenta millones, unos datos completamente falsos. Para obtener la “independencia económica” había sido necesario recuperar los resortes económicos: los servicios públicos en manos de las empresas extranjeras, pagar la deuda, crear una marina mercante nacional, transformar el agro superando su condición “casi medieval” e industrializar el país. En este último aspecto Perón adjudicaba a su gobierno haber industrializado la Argentina, una imagen que se instalaría exitosamente en el sentido histórico común de los argentinos. Como se ha señalado, Perón justificaba la industrialización en fundamentos sociales y militares: consolidar una economía que permitiera sostener las reformas sociales y reforzar la autonomía de la nación. Pero al mismo tiempo retomaba una conceptualización que había sido dominante en los escritos de Alejandro Bunge y sus discípulos, quienes habían abrevado en los economistas de la escuela historicista alemana como Federico List. Apoyaban la idea de que la industrialización era una etapa de la evolución económica de una nación:

 

La evolución natural de las comunidades nacionales marca en la historia de las naciones etapas de superación. De pueblos pastores pasan a agricultores para, finalmente, llegar a pueblos industriales. Las etapas no se aceleran pero tampoco pueden detenerse […]. La necesidad de la industrialización surge de las consideraciones generales de la evolución y se impone en particular más por necesidades demográficas que por otras consideraciones, además de las necesidades de la economía colectiva […]. La Argentina, con una población cercana a los veinte millones de habitantes, ha llegado a un alto grado de su evolución técnica y cultural […]. Si no industrializamos al país en estas circunstancias, quince millones de habitantes tendrían que vivir a expensas de la producción agropecuaria, mientras cinco millones útiles, por falta de trabajo, tendrían que pulular ociosos en las ciudades y en los pueblos.19

 

Si bien reconocía que a partir de 1948 la economía había enfrentado graves problemas, sostenía que la industrialización avanzó “en forma portentosa” gracias a los planes quinquenales que se habían ejecutado con “matemática exactitud”. En cambio el nuevo gobierno aspiraba a retrasar el proceso con el objetivo inmediato de crear desocupación y bajar los salarios, pero con la meta final de retrotraer la economía argentina a 1943.

En su libro, Perón era lapidario con respecto al informe Prebisch. A la hora de censurarlo incurría también en fantasías que en adelante repetiría una y otra vez. Así por ejemplo afirmaba —como se mencionó— que su gobierno había recibido y cancelado una deuda de casi dos mil millones de dólares, cuando en realidad solo había recibido una deuda externa nacional y provincial de doscientos cuarenta y ocho millones. Y también cuando sostenía que los datos ofrecidos por Prebisch sobre la posición externa del país en 1955 (y que ascendían a la suma de quinientos setenta y nueve millones de dólares) eran totalmente erróneos. Perón incluía allí el préstamo que el Eximbank había acordado otorgar a la empresa estatal Somisa (Sociedad Mixta Siderúrgica Argentina), aunque todavía ese préstamo no había sido efectivizado. Asimismo, si bien acertaba al calificar a buena parte de los compromisos externos como deudas comerciales contraídas en el marco de los convenios bilaterales y por lo tanto no financieras, señalaba que “en el informe, intencionalmente se le ha agregado un 9 a la derecha de la cifra real de 57 millones de dólares, aumentándola a 579.000.000 de dólares. Esto solamente es ya bastante para descalificar a los asesores de la dictadura”.20

Más allá de estos “errores” y de la peculiar visión retrospectiva que el ex presidente hacía de las políticas económicas de su gobierno, lo que resalta de la lectura de su libro es que Perón pensaba las dimensiones políticas y económicas como dos esferas totalmente autónomas: las cuestiones económicas apenas parecían haber desempeñado algún papel en su derrocamiento. Es cierto que Perón identificaba con precisión algunos de los intereses económicos que se habían opuesto a su gobierno y cuyo papel en su derrocamiento distó de ser menor, como el grupo Bemberg (confiscado y nacionalizado por evasión impositiva) y el empresario Alberto Gainza Paz, propietario de La Prensa y al que Perón suponía accionista de la agencia internacional United Press.21 Sin embargo, pensaba que la rebelión cívico-militar había sido protagonizada por “la reacción clerical”, los grupos opositores y la “traición” de algunos sectores de las Fuerzas Armadas.

Por fuera de los círculos peronistas, la intervención de Perón en el debate económico y político fue mal recibida en Buenos Aires. La revista Qué —dirigida por Rogelio Frigerio y que se convertiría en el órgano de expresión de una nueva corriente política que encabezaría el dirigente radical Arturo Frondizi— hizo un detallado análisis del contenido de La fuerza es el derecho de las bestias. La revista censuró varias de las afirmaciones de Perón, como las relativas a la situación externa, la inflación, el nivel de la emisión monetaria, los vínculos con empresas extranjeras y el contrato firmado con la Standard Oil. Incluso el balance de la revista Qué sobre la industrialización, que sería el eje de la propuesta desarrollista sostenida por Frondizi y Frigerio, resultó también muy crítico. En sintonía con lo que Prebisch afirmaba por entonces, la revista sostenía que: “Nadie ignora que en 1946 existía una industria nacional en pleno desarrollo. Se estimuló un incremento industrial, pero provocando un desequilibrio con las industrias del campo que ahora tiene graves consecuencias”.22 El punto es importante no solo por lo que muy pronto sostendría la usina ideológica del desarrollismo, sino también porque en los siguientes meses la revista de Frigerio integraría a conocidos simpatizantes del peronismo y revisaría su herencia económica de una manera más positiva con el propósito apenas disimulado de acercarse a los trabajadores peronistas.

A fines de 1956 Perón volvió a analizar la coyuntura en un documento titulado “La situación argentina”, donde partiendo de una caracterización del contexto económico-social arribaba luego a algunas consideraciones sobre la estrategia política que debía impulsar el peronismo. Allí reiteraba la caracterización de las medidas de la “Revolución Libertadora” que buscaban justificarse sobre la base de “una situación de bancarrota que solo existía en la mente enfermiza de estos malvados”. El objetivo era “parar la manufactura, desmontar la industria y retornar a ser un pueblo de pastores y agricultores”. Responsabilizaba a los militares por sus políticas económicas, pero advertía que por detrás de ellos estaban los intereses de los exportadores de manufacturas británicos y estadounidenses para quienes la industrialización argentina significaba la pérdida de “muchos miles de millones de dólares”.

Las consecuencias sociales eran muy negativas y no podía esperarse que el pueblo “reducido al hambre y la miseria” colaborara con el gobierno. Por ello consideraba que —tras once años de políticas sociales peronistas— la “lucha de clases” retornaba al escenario social. Frente a la acción represiva de la dictadura, las organizaciones obreras habían reaccionado convirtiéndose en “organismos de lucha en la clandestinidad”. Más importante aún, la clase trabajadora había reforzado su adhesión al peronismo como lo mostraban algunas elecciones sindicales donde nuevos líderes peronistas lograban triunfar. Para Perón era claro que “los trabajadores, como clase, siguen viendo en el ‘peronismo’ al único movimiento que los representa auténticamente”.23 Las expresiones de rebeldía de la mayoría de la clase trabajadora demostraban que comprendían que lo que estaba en juego era “su dignidad y su derecho de clase”.

El impacto del plan “del contador Prebisch” no se limitaba a reforzar la adhesión de los trabajadores. Perón creía que otros sectores estaban virando hacia el peronismo:

“Reconquista de sectores de la burguesía afectados por la política antiindustrial y por la pretensión de hacer absorber a los patrones gran parte de los aumentos de los salarios. Conquista de algunos sectores, anteriormente indiferentes, abrumados por la extraordinaria carestía de vida y por los problemas planteados por los tremendos desequilibrios que se ha producido en los presupuestos domésticos”.24

Sin embargo, no se trataba de un razonamiento puramente economicista. Por el contrario, el documento concluía a favor de una estrategia de intransigencia afirmando que “la política es el arte de lo posible y toda lucha por la conquista del poder es de carácter político”.25 De cualquier manera resulta claro que el análisis consideraba a las repercusiones económicas de las políticas oficiales como un factor clave a la hora de explicar la recuperación del peronismo.

En los años siguientes Perón continuó interviniendo en las discusiones económicas a través de la prensa, la publicación de folletos y libros, y la copiosa correspondencia que mantenía con los dirigentes políticos. Esta tarea era marginal en relación con su intensa labor de reconstrucción de redes políticas, pero no cesó en sus expresiones sobre el destino económico de la Argentina.

Durante su permanencia en Caracas, Perón escribió varias notas referidas a la evolución económica argentina. Dos de ellas, “¿Qué pasa con la economía argentina?” y “La tragedia del peso argentino”, circularon por diversos canales en la Argentina y fueron incluidas (con algunos cambios) en Los vendepatria publicado en 1957.26 El libro estaba integrado por dos partes bien diferenciadas: la primera se concentraba en el análisis de la política económica del gobierno de la “Revolución Libertadora”. La segunda, en cambio, presentaba un estudio de las alternativas políticas. Lo destacable es que Perón, con excepción de las notas mencionadas, no analizaba el problema económico. Pero sí reproducía extensamente las notas publicadas por Raúl Scalabrini Ortiz en la revista Qué.27 En este sentido, el libro marcaba un acercamiento a los análisis que se hacían sobre la realidad argentina en los grupos frondicistas.

En esas notas —como había sido la norma desde 1955— el ex presidente presentó un balance muy positivo (e imaginario) de su gobierno. Perón sostuvo que la economía argentina no había enfrentado ningún problema ni en el sector externo, ni en el aspecto de las finanzas públicas, ni en los sectores productivos. Incluso señalaba que su gobierno no solo había nacionalizado varios sectores estratégicos, sino que también había pagado una deuda externa que ahora calculaba en tres mil millones de dólares. Más interesante que esa reinterpretación idílica del pasado era su mirada sobre los problemas económicos que enfrentaba el gobierno del general Pedro Eugenio Aramburu y que habían conducido al ministro de Hacienda Eugenio Blanco a sostener que la Argentina estaba al borde de la bancarrota por el nivel de su deuda interna.28

Para Perón la crisis era coyuntural, una crisis de desequilibrio antes que la destrucción de la capacidad productiva de la economía argentina, que era el resultado de la falta de conocimiento de los equipos que se habían sucedido desde 1955. La causa fundamental de los problemas era la decisión de suspender los controles de precios y aumentar los gastos públicos, lo que había alentado la inflación y la caída de la demanda. Otras políticas solo habían acentuado los desequilibrios como la devaluación monetaria, la emisión de circulante, la apertura del mercado doméstico a los productos importados, la suspensión del plan quinquenal y de los contratos petroleros. A estos factores económicos se sumaba la represión al movimiento obrero que solo había provocado mayores contratiempos, al desatar los conflictos y la caída de la productividad obrera. Por supuesto, los “libertadores” preferían responsabilizar a Perón por todos los problemas, pero se equivocaban. Su análisis concluía con una fórmula que repetiría en los años siguientes: “Los que más trabajan por mi regreso son los que están en la Casa Rosada de Buenos Aires”.29

En “La tragedia del peso argentino”, Perón insistía en su tesis sobre el fracaso de las políticas implementadas a partir de 1955, que con el pretexto de una crisis totalmente imaginaria “comenzaron a desequilibrarlo todo”: la economía privada, las finanzas estatales, el equilibrio social y el Estado. Perón caracterizaba a la situación como “caótica” y advertía a sus contrincantes que “en la economía nada se puede remediar con la mentira”. El ex presidente comenzaba a impugnar a sus enemigos políticos por la deshonestidad en el manejo económico. Así por ejemplo la inclusión de varias empresas entre las firmas industriales “interdictas”, acusadas de recibir tratamientos preferenciales durante el régimen de Perón, había estado dirigida por el deseo de “los gorilas” de apropiarse de esas compañías a través de la compra de las acciones convenientemente depreciadas. Algo parecido ocurría con la política monetaria. Perón acusaba a Aramburu y Blanco de mantener de manera artificial el valor del peso argentino, en medio de una política monetaria fuertemente expansiva, mediante la venta de ciento cincuenta millones de dólares, que habían ido a parar a manos de especuladores bien informados. Concluía que “una política monetaria no se mantiene con falsedades ni maniobras ingenuas, sino que es el reflejo de la situación económica financiera que se vive”.30 Por supuesto, los más perjudicados eran los habitantes de la Argentina. Si la moneda se había depreciado un ciento por ciento desde 1955, Perón sostenía que la situación del pueblo argentino era diez veces peor que entonces.

En esos días Perón fue entrevistado por la prensa e interrogado por la situación de las empresas intervenidas por los militares, en especial las de capital alemán. El tema era objeto de controversia en la Argentina, ya que la intervención oficial sobre las firmas radicadas en tiempos de Perón —sobre todo aquellas ligadas al empresario Jorge Antonio— estaba generando pleitos internacionales. En efecto, las negociaciones del gobierno de Aramburu con el Club de París se encontraban en gran medida paralizadas por los reclamos que Alemania Federal realizaba sobre las deudas comerciales, las empresas interdictas y las firmas nacionalizadas en 1947 que integraban la Dirección Nacional de Industrias del Estado (Dinie). Al mismo tiempo la paralización de los proyectos industriales era motivo de censura por parte de la revista Qué. Esta publicación advertía (con razón) que la política de Aramburu perjudicaba el avance de la industrialización y alentaba al capital extranjero a radicarse en Brasil, en detrimento de la economía argentina.31

Por su parte, Perón culpó al gobierno por el deterioro financiero de esas firmas y sostuvo que el propósito final era favorecer a los importadores de Gran Bretaña y Estados Unidos que habían visto el avance de los intereses alemanes en la Argentina como una amenaza.32 Más específicamente sobre Mercedes-Benz Argentina, una empresa donde Antonio poseía el cincuenta y uno por ciento del paquete accionario, Perón condenó la actitud oficial que había conducido a la paralización completa. Evitando identificar al socio argentino, que se había convertido en el principal apoyo económico del ex presidente, sostuvo que la compañía “ha constituido uno de los esfuerzos más extraordinarios de la industria argentina asociada con la industria alemana” y previó que el próximo gobierno constitucional debía indemnizar a la firma por los daños causados.

Poco después de la publicación de Los vendepatria, Perón avanzaría en un acuerdo con Frondizi, líder de la Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI), para apoyar su candidatura en las elecciones presidenciales de febrero de 1958. Fue entonces cuando conoció a Frigerio, que sería el negociador del pacto con Frondizi. Por medio de este acuerdo, Perón ordenaba a los peronistas apoyar la candidatura de Frondizi a cambio de la promesa de este de realizar una serie de concesiones como el levantamiento de la proscripción y la normalización de la vida sindical, permitiendo a los peronistas acceder a la conducción gremial. Según Perón el acuerdo incluía también la revisión de las medidas económicas que se consideraban “lesivas a la soberanía nacional”, la restauración de la nacionalización de los depósitos y la puesta en marcha de “una política económica de ocupación plena y amplio estímulo a la producción nacional, la elevación del nivel de vida de las clases populares y el afianzamiento de los regímenes de previsión social”.33

Más allá de la discusión sobre la existencia del acuerdo y de sus términos, cabe poca duda de que Perón estimara posible su cumplimiento. A fines de mayo de 1958, en una carta a Frigerio, el ex presidente reconocía la dificultad de la coyuntura marcada, entre otros problemas, por una inminente crisis de balanza de pagos. Para Perón “el cuadro desolador” que ofrecía la economía argentina moderaba en extremo el optimismo por la victoria:

 

No podemos hacernos muchas ilusiones sobre el futuro inmediato, desde que a ustedes les tocara cargar con la más antipática tarea: restringir. De manera que de lo que hagan dependerá en gran parte el futuro económico de la nación, pero también el porvenir político del partido que representan. El desgaste está siempre en proporción directa de los sacrificios que se imponen.34

 

Este análisis comprensivo de las dificultades de la coyuntura se tornaría en una posición muy crítica a las políticas de Frondizi y Frigerio. Si como se ha argumentado Perón no podía resultar beneficiario del desplazamiento de Frondizi por las Fuerzas Armadas, ello no evitó que realizara un examen agudo de la estrategia desarrollista.

El giro ortodoxo de las políticas frondicistas hacía prever que el presidente no estaba dispuesto ni podía cumplir (debido a la presión de las Fuerzas Armadas) con las promesas contraídas con el peronismo y el movimiento obrero. Pero este argumento, que era compartido por todos los actores políticos y sociales que denunciaban “la traición de Frondizi”, no era para Perón el centro del problema. En realidad, lo que la crisis argentina ponía sobre relieve era el fracaso de la estrategia de Frondizi, que Perón consideraba como materialista. En efecto, el presidente parecía convencido de que la aplicación del “Plan de Estabilización y Desarrollo” solucionaría todos los problemas del país. Suponía que la maduración de las inversiones extranjeras —alentadas por el programa de ajuste— permitiría reanudar el crecimiento de la economía y, luego de un período de deterioro de las condiciones de vida populares, el aumento de la demanda de trabajo, lo que posibilitaría reforzar la frágil alianza del gobierno con algunos dirigentes sindicales:

 

Frondizi tiene dos graves problemas que, aunque tengan entre sí una absoluta interdependencia, él considera siempre en absoluto, como si el uno nada tuviera que ver con el otro: el político y el económico. Hasta ahora ha subestimado el problema político porque aprecia la realidad bajo cánones marxistas, y aunque hoy mismo carezca de importancia a su concepción materialista, es el capitalismo extranjero el que le da preeminencia en el análisis del drama argentino.35

 

Más importante aún que la observación sobre el influjo del marxismo sobre Frondizi y Frigerio, que además era compartido por los altos mandos de las Fuerzas Armadas que observaban con suspicacia al presidente y su consejero, era el análisis de Perón sobre la naturaleza de la crisis argentina y el papel de los factores políticos y económicos. Fue entonces cuando Perón ensayó un diagnóstico que mantendría hasta su retorno al país. Esto es que la crisis argentina no tenía sus raíces profundas en la economía: “El problema argentino es eminentemente social y político, agravado por la mala situación económica y el enfoque materialista de estos grupos de estructura marxista, que hasta ahora no han hecho sino cometer desatinos”.36

Para cumplir sus objetivos, en diciembre de 1958, el gobierno buscaba un nuevo acuerdo con el peronismo. Frondizi y Frigerio querían asegurar la paz social para lograr que la implementación del programa económico diera sus frutos. A cambio de ello se comprometían a cumplir con las principales promesas contraídas en febrero como el reconocimiento del Partido Justicialista, la normalización de la Confederación General del Trabajo (CGT) y otros vinculados directamente a Perón, como la devolución del cadáver de Evita. Por supuesto, Perón no creía en ninguna de las promesas de Frondizi, a quien descalificaba política y moralmente en muy duros términos: “Para él no existe ética alguna y no obedece otra ley que la de la necesidad”.37 Pero lo importante en ese momento de reorganización del peronismo era que el gobierno necesitaba de su apoyo para consolidarse. Por lo tanto había que sacar provecho de esa situación: “Ellos necesitan tiempo y nosotros también. La diferencia estriba en que ellos lo necesitan para salvarse, y nosotros para organizarnos y prepararnos para que no se salven”.38

Sin embargo, Perón advertía que el programa de integración y desarrollo tenía como objetivo final la destrucción de las tres banderas levantadas por la “doctrina peronista”. Ello suponía desmantelar, por imposición de las empresas transnacionales, la legislación laboral y sindical; provocar mayor desocupación para dominar a la clase trabajadora y las organizaciones sindicales; en lo económico, lograr nuevos préstamos en Estados Unidos, a costa de los intereses de la clase trabajadora, y a largo plazo, “confiar las soluciones al capitalismo internacional mediante la explotación petrolífera, la energía eléctrica, el carbón y el acero”.39 El punto débil de la estrategia de Frondizi y del “equipo Frigerio” era que solo contaban con un plan económico, pero carecían de una táctica política. En consecuencia, Perón argumentaba que el movimiento peronista tenía grandes posibilidades de derrotar al gobierno, impidiendo que alcanzara sus objetivos finales: “Nos enfrentamos al gobierno más impopular de toda la historia argentina, cuyas medidas parecen destinadas a aumentar nuestro prestigio en el pueblo”.40

La crítica de Perón a la gestión de Frondizi y Frigerio se mantuvo hasta el final de la experiencia desarrollista. Incluso en 1962, con el seudónimo de Descartes, volvió a condenar la política petrolera del gobierno porque implicaba la “entrega” del petróleo a empresas extranjeras, más allá de que esa política tenía varios puntos de contacto con la que él mismo había propiciado en 1955.41

A partir de 1959 el interés de Perón por la evolución económica argentina decreció a favor de su preocupación por reforzar el liderazgo en su movimiento, amenazado por el integracionismo desarrollista y la tendencia de algunos dirigentes de su movimiento por negociar con el poder. El ex presidente no se cansaba de acusar a Frondizi y Frigerio por la traición de sus promesas y de censurar a los dirigentes sindicales y a los políticos neoperonistas que se acercaban al gobierno.42 En septiembre de 1960, instalado en Madrid, Perón reprobó al desarrollismo en duros términos: “Colaborar con este gobierno de ladrones y de sátrapas es atarse la soga que ha de ceñir el cuello de los trabajadores hasta asfixiarlos. Es necesario que esa soga pase también por el cuello de los patrones y de los políticos al servicio de los intereses espurios del capitalismo y de la oligarquía vacuna”.43 Gracias a la información que recibía desde Buenos Aires, seguía de cerca el impacto del plan de estabilización. En carta al catalán José Figuerola, Perón volvió a argumentar que el capitalismo conduciría fatalmente al comunismo:

 

En la Argentina, nosotros trabajamos con éxito para una solución que no fuera comunista […]. Nosotros seguimos y seguiremos trabajando intensamente, pero me temo que no llegaremos a tiempo. Toda América Latina está intensamente sacudida por la pugna que envenena al mundo y la ola de contaminación que se inició en Cuba parece extenderse como reguero de pólvora en todos los pueblos sudamericanos.44

3. La crisis argentina no es económica sino política

Después del derrocamiento de Frondizi, Perón ocasionalmente volvió a referirse a la situación económica de la Argentina. Los conflictos políticos y las luchas en el interior del peronismo concentraron casi toda su atención. En cambio, la intervención de Perón en el debate económico —que había sido activa en los primeros años de su destierro— declinaría ostensiblemente. El archivo Perón de la Hoover y el referido por investigadores que han accedido a algunas cartas del ex mandatario muestran que este se concentró en el intercambio con dirigentes políticos y sindicales. En cambio, se resalta el lugar marginal de los economistas peronistas y de los dirigentes empresarios en el intercambio epistolar del líder justicialista. El análisis de la correspondencia de la colección que se conserva en la Hoover Institution permite conjeturar que Perón tenía pocos interlocutores con quienes discutir sobre la evolución económica en un plano que superara el análisis coyuntural. Con excepción de algunas cartas que tenían como destinatarios al ex ministro de Comercio Exterior y dirigente peronista Antonio Cafiero, y a los empresarios Jorge Antonio y Rogelio Frigerio, el tema no parece haber sido objeto de atención del ex presidente. El economista más importante del peronismo, Alfredo Gómez Morales, volvió a tener una participación pública en los años 60, pero (como ocurrió en 1963) el ex ministro solía señalar que su intervención la hacía en nombre propio y no como representante del movimiento peronista.45 Por su parte Cafiero, que cada vez se definía más como un dirigente político que como un economista, tuvo una destacada intervención en el análisis de la problemática económica cuando en 1961 publicó Cinco años después. El libro —que se convirtió en el primer ensayo realizado por un peronista sobre los gobiernos justicialistas y las políticas implementadas luego de 1955— fue muy bien recibido por Perón. En los siguientes años Cafiero también se concentró en la lucha política y el asesoramiento a los sindicatos, especialmente la Unión Obrera Metalúrgica, con la que tenía un vínculo muy estrecho.46

Una de las pocas intervenciones de Perón tuvo lugar a fines de 1965, cuando publicó “El concepto justicialista”, un documento que circuló en Buenos Aires y que tres años más tarde sería incluido en La hora de los pueblos. Allí Perón efectuó un balance muy crítico de las políticas económicas argentinas a diez años de producido su derrocamiento. En líneas generales, el texto seguía el análisis que él venía realizando desde entonces. Esto es el incremento de la deuda externa, el déficit crónico del balance de pagos y el desequilibrio de las cuentas fiscales. En particular resaltaba las consecuencias de la política económica sobre el empleo, con el aumento de la desocupación, los efectos regresivos sobre la distribución del ingreso y las dificultades de la economía real.47 La perspectiva crítica hacia la administración del presidente Arturo Illia contrastaba fuertemente con cierta coincidencia en la orientación de las políticas económicas. Como recordó Cafiero, poco antes del frustrado retorno de Perón en 1964, los peronistas habían intentado un acercamiento con el radicalismo del pueblo, incluso manifestado su acuerdo con la política económica a la que Perón se comprometía a no combatir, pero la dura postura del gobierno radical contra el peronismo reforzó el enfrentamiento entre ambos sectores.48

Con la instauración de la dictadura del general Juan Carlos Onganía, Perón se vio más marginado del escenario argentino. La suspensión de la actividad política anuló un espacio que había sido clave para su estrategia, fortaleciendo al mismo tiempo a la dirigencia sindical, en particular al sector liderado por Augusto Vandor. Sin embargo, en los inicios Perón justificó el derrocamiento de Illia y apoyó a los nuevos dueños del poder, tal vez impulsado por la idea de que podría influir sobre el nuevo régimen. En un mensaje grabado a sus partidarios sentenció: “El gobierno militar, surgido del golpe de Estado del 28 de junio, ha expresado propósitos muy acordes con lo que nosotros venimos propugnando desde hace más de veinte años. Si estos propósitos se cumplen, tenemos la obligación de apoyarlos”. La postura inicial de apoyo expectante se vio acompañada por el reforzamiento de la tesis política de la crisis nacional, incluso hasta afirmar la excepcionalidad de la Argentina en contraste con otras naciones periféricas:

 

La situación económica no es el problema […]. Debemos persuadirnos de que no somos un país subdesarrollado, sino descapitalizado y endeudado, que no es lo mismo. Es preciso que si queremos capitalizarnos procedamos primero a impedir la descapitalización galopante en que nos hemos metido, y luego que nos pongamos a trabajar en firme, porque nadie se hace rico pidiendo prestado o siendo objeto de la explotación ajena.49

 

El drama de la Argentina era de naturaleza política por la tentativa de construir un régimen político de exclusión de las mayorías populares. Por lo tanto, creía que debía darse un tiempo al nuevo régimen para encontrar las soluciones. Había que desensillar hasta que aclarase, según la fórmula del momento. Pero aclaró muy pronto: la “Revolución Argentina” era un nuevo tipo de dictadura, sin plazos, pero con objetivos que iban más allá de la coyuntura política. Más aún, uno de los objetivos de los ocupantes de la Casa Rosada era instaurar un nuevo orden autoritario que se prolongaría por años, al menos hasta que el ex presidente falleciera en el exilio.

El general se mantenía informado sobre las alternativas económicas y políticas por medio de los dirigentes políticos y sindicales fieles a su conducción, así como nuevos y viejos aliados. En esa correspondencia se destacan las luchas internas entre las distintas facciones que se disputaban la influencia en el interior de la dictadura de Onganía. Así en el archivo Hoover se conserva una copia de la carta de Walter Beveraggi Allende, un economista nacionalista y un duro opositor del peronismo, al general Gustavo Martínez Zuviría, comandante del Primer Cuerpo de Ejército, hijo del escritor nacionalista y amigo del presidente Onganía. En ella Beveraggi Allende denunciaba la influencia que los liberales tenían sobre la política económica a partir del nombramiento, en enero de 1967, de Adalbert Krieger Vasena como ministro de Economía y Trabajo. Para Beveraggi Allende, la nueva devaluación respondía a los intereses del “capitalismo financiero internacional, en complicidad con sus capataces y cómplices nativos”, entre los que estaban el ministro Krieger Vasena y el embajador argentino en Washington Álvaro Alsogaray, que buscaban alentar la depreciación de los activos de las empresas nacionales y obligar a sus propietarios a venderlas al capital extranjero “por monedas”.50 La carta ponía de relieve que las presiones sobre el régimen militar eran variadas y que ello podía abrir nuevas brechas para renovar las presiones sobre los militares. Aunque es poco recordado, el propio Perón había coincidido con algunos de sus interlocutores en la búsqueda de una nueva y renovada alianza entre su movimiento y algunas facciones militares. Como veremos, este fue el caso de Frigerio, quien también condenó la política económica de Krieger Vasena, a la que consideraba como “la contrarrevolución”.51

En febrero de 1968, casi a un año de la puesta en marcha del plan de estabilización que inauguró el “tiempo económico”, José Alonso le advertía a Perón que el equipo económico estaba enfrentando horas decisivas y que Onganía se debatía entre las presiones de las distintas fuerzas políticas y económicas. “Cinco equipos trabajan para comprometer al presidente en sus próximos pasos… El Ateneo-Frondizi-la Unión Industrial-la Sociedad Rural-un grupo nacionalista en nombre de militares, al margen de los liberales de K. V.”.52 El ex secretario de la CGT observaba que con la prohibición de la actividad política el peronismo estaba en igualdad de condiciones que otras fuerzas políticas, pero advertía al líder justicialista que las estrategias seguidas desde 1955 ya no eran efectivas debido principalmente a las dificultades económicas que enfrentaban los trabajadores y sobre todo los dirigentes: “Lo escuálido de la economía hogareña fuerza a buscar soluciones de momento, por cualquier camino, y esto rompe el esquema clásico del peronismo; por eso hay tanta diferencia entre lo que dicen y lo que hacen los dirigentes y los peronistas”. Por ello reclamaba una revisión de las estrategias y tácticas, en particular se inclinaba por tratar de ejercer alguna influencia sobre los militares, imitando así el camino seguido por Krieger Vasena: “Nadie hará una revolución por nosotros, y si no tenemos con qué hacerla o nos falta decisión, habrá que copar una como hacen los liberales o esperar mejores tiempos y oportunidades”.

Un año más tarde, en abril de 1969, Frigerio analizaba la estrategia seguida por Perón que buscaba influenciar sobre algunos grupos del Ejército, y al mismo tiempo amenazar al gobierno militar con el reclamo de una salida electoral. Pero contrariamente a lo que sucedía, Frigerio reclamaba que el movimiento obrero, en sus diversas tendencias, abandonara los reclamos políticos y se volcara a lanzar las demandas de las bases, “contra la política económica social que empobrece a los trabajadores y recoloniza al país”. Como Alonso, Frigerio entendía que “la alternativa electoral no es viable hoy” y que era recomendable tratar de ejercer presión sobre cada grupo social y político para dominar al gobierno:

 

El acuerdo a que llegamos sobre la naturaleza del régimen no ha variado. La Revolución Argentina o su gobierno han sido tomados desde dentro por los monopolios y su aliada la reacción. Pero la lucha se sigue dando en el ámbito económico social. Por ello, hay que ser especialistas cuidadosos en fijar el campo de la lucha y mantenerla en él, para evitar que en medio de vacilaciones o alternativas el enemigo nos lleve a donde quiere. En este sentido creo que es muy claro que la alternativa electoral es una reserva táctica de la reacción. Es la jugada que ella se reserva para cuando resulte demasiado evidente el fracaso de su actual conducción económica social o bien para el momento en que las fuerzas internas de la Revolución (especialmente el Ejército) intenten un vuelco de la situación.53

 

Unas semanas más tarde el estallido del Cordobazo transformaría el escenario político, inaugurando un período de radicalización y peronización de la juventud y de sectores de las clases medias. La posibilidad de un acercamiento con los militares se redujo aún más luego del secuestro y asesinato de Aramburu en mayo de 1970 por parte de Montoneros, un grupo armado que se autoproclamaba peronista. El nuevo escenario político permitió a Perón salir del ostracismo en la medida en que parecía inevitable la convocatoria a elecciones. En estos años Perón apenas volvió a referirse a los problemas económicos y se concentró en la recuperación de la iniciativa política, empleando diversas estrategias para presionar al régimen militar, como el aliento a los grupos armados, el diálogo con los otros partidos políticos y la movilización de los sindicatos y diferentes sectores del peronismo.

Entre 1967 y 1968 Perón publicó dos breves libros, Latinoamérica: ahora o nunca y La hora de los pueblos, respectivamente, donde se concentraba en la problemática de la inserción de América Latina en el escenario internacional. Este interés estaba vinculado al deseo de Perón de fortalecer su imagen como un líder tercermundista. De hecho, en su libro Perón reivindicó a la tercera posición como un antecedente de la posición del movimiento de países no alineados. En esos textos el peronismo aparecía como una opción entre los imperialismos capitalista y soviético, que encarnaba un “socialismo nacional cristiano” en alguna medida heredero de los “socialismos nacionales” de Alemania e Italia aplastados durante la Segunda Guerra Mundial.54 Más interesante incluso que esas definiciones era que Perón reforzaba su prédica a favor de la formación de uniones económicas y políticas en América Latina. Esta región era una reserva de recursos naturales y de producción de alimentos que en un mundo superpoblado e industrializado serían objeto de codicia de los imperialismos.55 No sabemos en qué medida estas ideas —que retomaban tópicos ensayados durante su gobierno— eran producto de nuevas influencias y lecturas. Por ejemplo, el impacto de la encíclica Populorum Progressio presentada por Paulo VI en 1967, donde se condenaba tanto el capitalismo como el marxismo, debió haber sido destacado, aunque las evidencias en los escritos de Perón no son claras. Además, las definiciones sobre el modelo deseable para la Argentina y sobre el lugar de los problemas económicos en la coyuntura que afrontaba el país no avanzaron mucho más allá de lo que ya había formulado. La consigna de que el mundo marchaba hacia los socialismos nacionales, donde Perón incluía como antecedentes los fascismos de entreguerras, resultaba atractiva para los grupos juveniles nacionalistas que se radicalizaron y aquellos que provenían de corrientes de izquierda, pero ni Perón ni sus seguidores llevaron adelante una definición más precisa de lo que ello significaba, más allá de la idea de que el socialismo debía asumir formas particulares de acuerdo a la historia de cada nación.56

La debilidad de esos planteos se reflejó también en su movimiento. Una vez que se inició en 1972 la lucha política para las elecciones presidenciales de marzo de 1973, diversos grupos dentro del peronismo comenzaron a plantearse la necesidad de formular un diagnóstico sobre la situación económica y proponer un conjunto de medidas para un eventual retorno al poder. Se formaron así el Comando Tecnológico organizado y presidido por Julián Licastro, el Consejo Tecnológico dirigido por Rolando García y finalmente el Consejo de Planificación. Este último, constituido en febrero de 1972 por Héctor Cámpora, bajo las órdenes de Perón, aglutinó a los economistas más importantes del movimiento, como Antonio Cafiero, Alfredo Gómez Morales, Pedro Bonanni y a una nueva generación de jóvenes profesionales encabezados por Leopoldo Frenkel, quien se convirtió en el coordinador general. En un clima de creciente radicalización política, al aceptar la integración en el Consejo, Cafiero consideró conveniente por un lado solicitarle a Perón directivas generales sobre lo que el movimiento propiciaba y al mismo tiempo recordarle la matriz constitutiva de las concepciones económicas que había sostenido el justicialismo:

 

He venido siguiendo atentamente cuanto Ud. viene manifestando al respecto y en especial sus referencias a la construcción de un socialismo nacional y humanista en la Argentina. Este postulado fundamental debe adaptarse a las características y a la índole propia del país y es allí donde entreveo la utilidad de los estudios técnicos de factibilidad que debemos de emprender. Por otra parte, considero que el movimiento no debe perder su fisonomía policlasista, de manera tal que los empresarios nacionales y vastos sectores de la clase media puedan sentirse interpretados por nuestra Doctrina, que así como rechaza la ideología capitalista-liberal-extranjerizante, es la antítesis del colectivismo de filiación marxista.57

 

Finalmente, en vísperas de su regreso definitivo al país, Perón optaría por conceder el manejo de la política económica a José Ber Gelbard, líder de la Confederación General Empresaria, una entidad no peronista que desde hacía al menos una década había convergido con el movimiento obrero hacia propuestas cercanas a las formuladas por el primer peronismo. Esta decisión puede ser interpretada como el resultado de la concepción de Perón de privilegiar el lugar de los “empresarios nacionales” en la conducción de la economía, como había sucedido con Miranda en 1946, pero fue también una expresión de la débil definición de las concepciones económicas del peronismo.58 Tras dieciocho años de permanencia fuera del poder, el movimiento peronista no había alentado una formulación sistemática de sus ideas en el orden económico ni había constituido equipos de especialistas en esa materia.

4. Consideraciones finales

En este trabajo hemos analizado las ideas de Perón en torno a la economía argentina y el papel de las problemáticas económicas en la crisis política que azotó a la nación a partir de 1955. Estas concepciones económicas tienen interés no por su originalidad, ni mucho menos por la coherencia de la “ideología peronista”, sino por el lugar central que el líder justicialista tuvo en el escenario político durante casi treinta años.

En el primer aspecto, el influjo del nacionalismo económico y del pensamiento social católico fue particularmente importante en la definición del orden económico que el líder justicialista proclamaba como deseable para la Argentina: una “economía social” donde la lucha de clases sería reemplazada por la mediación del Estado. Por supuesto, lo interesante no es la densidad de estas concepciones. En cambio lo notable fue su proyección en el plano de las políticas oficiales. Este fue el caso de la política exterior en la que, pese a los cambios y giros impuestos por las dificultades de la coyuntura, Perón persistió en su postura a favor de una tercera posición, que él concebía como heredera de los “socialismos nacionales” de entreguerras. Para Perón, América Latina debía conformar un bloque político y económico que le permitiera negociar en términos más favorables sus intereses, integrándose en el bloque occidental.

Después de 1955 el interés de Perón por las cuestiones económicas se intensificó en el marco de las disputas que se producían sobre la herencia económica de su gobierno. Perón realizó un balance muy positivo de la evolución económica argentina y reconoció pocos de los problemas estructurales que el país enfrentaba. Al mismo tiempo el ex presidente acusó a los militares y a Prebisch por crear una crisis, sin fundamentos reales, con el propósito de destruir las conquistas sociales y revertir el patrón distributivo impuesto a partir de 1946. La defensa de las políticas intervencionistas y la censura a las políticas implementadas a partir de 1955 condujeron a una convergencia con la corriente liderada por Frondizi y Frigerio. Pero a fines de 1958 el giro de las políticas económicas desarrollistas alentó a Perón a formular una aguda crítica no solo económica, sino política y moral al frondicismo.

Un segundo plano de análisis remite al lugar que la dimensión económica ocupaba en la definición de la “crisis argentina”. A pesar de las dificultades crónicas de la economía argentina entre 1955 y 1973, Perón mantuvo un diagnóstico que subordinaba los problemas económicos a los dilemas políticos del posperonismo. Es decir, la posibilidad de instaurar un régimen político estable basado en la exclusión de la principal fuerza política, que era liderada por el ex presidente. Para Perón el “problema argentino” era esencialmente político. En cambio el deterioro de la situación externa, los ciclos de expansión y recesión, y el incremento de la deuda externa constituían manifestaciones de los desequilibrios económicos cuya causa última residía en la esfera política. Incluso a fines de la década de 1960, cuando se robusteció la crítica marxista al estructuralismo cepalino y surgió la teoría de la dependencia en América Latina, Perón sostenía que la Argentina no era una nación subdesarrollada, sino una economía descapitalizada.

En un contexto de fuerte radicalización política de vastos sectores intelectuales, que tuvo incluso una repercusión notable sobre el pensamiento católico del que se había nutrido la “doctrina peronista”, el líder justicialista sostuvo un diagnóstico que hacía de los factores políticos la dimensión dominante de los problemas del país. En ese marco, Perón retomó sus posturas en torno a la tercera posición, a la que concebía como un antecedente de los movimientos de descolonización del tercer mundo, y definió el orden económico ideal para la Argentina como el “socialismo nacional”, un término suficientemente ambiguo como para recibir adhesiones desde la izquierda hasta la derecha peronista. Solo el retorno al gobierno en 1973 obligaría al líder a definir en términos más concretos sus concepciones económicas.

La revisión del pensamiento de Perón sobre estas cuestiones revela el papel marginal que ocupaba la economía en su análisis. Perón continuó subordinando los problemas económicos a la política. Si bien los conflictos políticos tendrían un papel relevante en su tercer gobierno, es claro que la subordinación de lo económico a la política mostraba —en el contexto de los años setenta— una subestimación de los dilemas que enfrentaba el país. Más interesante aún, la presencia de estudiosos de las cuestiones económicas en el interior del peronismo fue relativamente escasa, y sus reflexiones tampoco se destacaron ni por el diálogo con el ya robusto pensamiento latinoamericano ni por el análisis de las experiencias de la dictadura desarrollista de Brasil instalada en 1964, el gobierno socialista de Salvador Allende en Chile y el régimen militar de Juan Velazco Alvarado en el Perú. Tal vez por esta razón muchas de las políticas implementadas entre 1973 y 1974 se caracterizaron por una notable semejanza con aquellas ejecutadas casi treinta años antes.

1 Albert Hirschman, “El paso al autoritarismo en América Latina y la búsqueda de sus determinantes económicos”, en David Collier (comp.), El nuevo autoritarismo en América Latina, México, Fondo de Cultura Económica, 1985, pp. 65-102.

2 Alberto Ciria, Política y cultura popular: la Argentina peronista, 1946-1955, Buenos Aires, De la Flor, 1983, pp. 17-21; Cristián Buchrucker, Nacionalismo y peronismo, Buenos Aires, Sudamericana, 1987; Mariano Ben Plotkin, Mañana es San Perón, Buenos Aires, Ariel, 1993, pp. 42-71; Carlos Altamirano, Bajo el signo de las masas, 1943-1973, Buenos Aires, Ariel, 2001, pp. 21-38.

3 Sobre la formación ideológica de Perón, véase Fermín Chávez, Perón y el justicialismo, Buenos Aires, CEAL, 1984; Mariano Ben Plotkin, “La ‘ideología’ de Perón. Continuidades y rupturas”, en Samuel Amaral y Mariano Ben Plotkin, Perón, del exilio al poder, Buenos Aires, Cántaro, 1993, pp. 45-67; Ricardo Sidicaro, Perón. La paz y guerra, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1996; Carlos Piñeiro Iñíguez, Perón. La construcción de un ideario, Buenos Aires, Ariel, 2013. La biografía más completa es la de Joseph Page, Perón, una biografía, Buenos Aires, Vergara, 1984. Véase también Enrique Pavón Pereyra, Perón, el hombre del destino, Buenos Aires, Abril Educativa y Cultural, vol. 4, 1973-1974.

4 Juan Domingo Perón, Filosofía peronista, Buenos Aires, Editorial Mundo Peronista, 1954. El influjo de la doctrina social de la Iglesia en las caracterizaciones del capitalismo, el comunismo y la “economía social” ha sido señalada por Cristián Buchrucker, op. cit., p. 305 y ss.

5 Alfredo Gómez Morales, Política económica peronista, Buenos Aires, Escuela Superior Peronista, 1951.

6 Félix Luna, El 45. Crónica de un año decisivo, Buenos Aires, Jorge Álvarez, 1969, nota 19, p. 74.

7 Carlos Escudé, Gran Bretaña, Estados Unidos y la declinación argentina, 1942-1949, Buenos Aires, Belgrano, 1983; Mario Rapoport y Claudio Spiguel, Estados Unidos y el peronismo. La política norteamericana en la Argentina, 1949-1955, Buenos Aires, GEL, 1994; Glenn Dorn, Peronistas and New Dealers, Nueva Orleans, University Press of the South, 2005.

8 “Carta del embajador de Estados Unidos al secretario de Estado de los Estados Unidos, Buenos Aires, 28 de abril de 1948”, en Jane Van Der Karr, Perón y los Estados Unidos, Buenos Aires, Vinciguerra, 1990, pp. 200-201.

9 “Carta de Juan Perón al secretario de Estado Dr. Edward Miller, 14 de julio de 1950”, en ibid., pp. 220-221.

10 Carlos Escudé, “La ratificación argentina del TIAR en junio de 1950”, Todo es Historia, N.º 257, noviembre de 1988, pp. 6-26.

11 Mario Rapoport y Claudio Spiguel, op. cit., p. 111.

12 Cuarta Reunión de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores, Washington D. C., Acta Final, Washington, 1951, p. 36.

13 “Solidaridad continental”, Hoover Institution Archives, J. D. Perón Papers, Box 8, Folder 8.

14 “Cooperación económica”, Hoover Institution Archives, J. D. Perón Papers, Box 8; Folder 8. Con ligeras modificaciones, el texto se publicó en Descartes, Política y estrategia. (No ataco, critico), Buenos Aires, 1951, pp. 69-71.

15 “Actitud oportunista de los Estados Unidos frente al desarrollo económico de América Latina”, Hoover Institution Archives, J. D. Perón Papers, Box 8, Folder 6. Cfr. Documento N.º 1.

16 “Algo más sobre confederaciones continentales”, Hoover Institution Archives, J. D. Perón Papers, Box 8, Folder 7.

17 “Hacia la sombra”, Clarín, 3 de octubre de 1955, p. 1.

18 Sobre las estrategias políticas de Perón y las transformaciones del peronismo, véase Julio César Melon Pirro, El peronismo después del peronismo, Buenos Aires, Siglo XXI, 2009.

19 Juan Domingo Perón, La fuerza es el derecho de las bestias, Montevideo, Cicerón, 1958, p. 39. Esta concepción aparece también en Alfredo Gómez Morales, op. cit., pp. 213-215.

20 Juan Domingo Perón, ibid., pp. 101-102.

21 Ibid., pp. 54-57. En 1953, Perón había acusado a esos empresarios como conspiradores ante el embajador norteamericano Albert Nuffer. Véase “Despacho 1464 de la Embajada americana al Departamento de Estado. Conversación con el presidente Perón, 18 de mayo de 1953”, en Jane Van Der Karr, op. cit., pp. 233-241.

22 “Perón se olvida en el libro hechos de gran importancia”, Qué, 8 de febrero de 1956, pp. 3-4.

23 “La situación argentina”, 1956, p. 3, Hoover Institution Archives, J. D. Perón Papers, Box 8, Folder 10. Cfr. Documento N.º 2.

24 Ibid., p. 4.

25 Ibid., p. 6.

26 Juan Perón, Los vendepatria, Caracas, Atlas, 1957. Enrique Pavón Pereyra, Perón, el hombre…, op. cit., vol. 3, p. 120.

27 Juan Perón, Obras completas, Buenos Aires, Docencia, 1985, vol. 22, p. 12.

28 Juan Perón, “¿Qué pasa con la economía argentina?”, 1957, p. 1, Hoover Institution Archives, J. D. Perón Papers, Box 8, Folder 13.

29 Ibid., p. 4.

30 Juan Perón, “La tragedia del peso argentino”, mayo de 1957, Hoover Institution Archives, J. D. Perón Papers, Box 8, Folder 16.

31 “Dinie: una familia amenazada”, Qué, 22 de febrero de 1956, pp. 10-11; “Construye camiones que el país necesita, pero la amenaza el cierre”, Qué, 11 de abril de 1956, pp. 10-11.

32 “Reportaje del señor Lothar Reinbacher”, 13 de abril de 1957, Hoover Institution Archives, J. D. Perón Papers, Box 1, Folder 19.

33 El texto está reproducido en Enrique Pavón Pereyra, Perón, el hombre…, op. cit., vol. 3, p. 142.

34 Ramón Prieto, Correspondencia Perón-Frigerio, 1958-1973, Buenos Aires, Macacha Güemes, 1975, p. 18.

35 Juan Perón, “La situación argentina al 1 de enero de 1959”, p. 10, Hoover Institution Archives, J. D. Perón Papers, Box 9, Folder 10.

36 Ibid., p. 2.

37 Ibid., p. 9.

38 Ibid., p. 13.

39 Ibid., p. 8.

40 Ibid., p. 14.

41 “Política y petróleo”, circa 1962, Hoover Institution Archives, J. D. Perón Papers, Box 8, Folder 30.

42 Carta de Juan Perón a José Alonso, Ciudad Trujillo, 1 de mayo de 1959, Hoover Institution Archives, J. D. Perón Papers, Box 2, Folder, 8.

43 Carta de Juan Perón a Héctor Paluso, Juan Carlos Loholaberry, Jorge Elías y Pedro Agostini, de la Asociación Obrera Textil, Madrid, 17 de septiembre de 1960, Hoover Institution Archives, J. D. Perón Papers, Box 1, Folder 18.

44 Carta de Juan Perón a José Figuerola, Madrid, 17 de septiembre de 1960, Hoover Institution Archives, J. D. Perón Papers, Box 3, Folder 13.

45 Confederación General del Trabajo, Jornadas Económicas realizadas por la Confederación General del Trabajo, Buenos Aires, 1963, p. 173.

46 Antonio Cafiero, Cinco años después… De la economía social-justicialista al régimen liberal-capitalista, Buenos Aires, edición de autor, 1961. Véase también, Antonio Cafiero, Desde que grité: ¡Viva Perón!, Buenos Aires, Pequén, 1983, p. 69.

47 Juan Perón, “El concepto justicialista”, reproducido en La hora de los pueblos, Buenos Aires, Norte, 1968.

48 Antonio Cafiero, Desde que grité…, op. cit., p. 84.

49 Véase la transcripción de la cinta en Gregorio Selser, El onganiato, Buenos Aires, Hyspamérica, 1986, vol. 2, p. 115.

50 Carta de Walter Beveraggi Allende al general Gustavo Martínez Zuviría, 27 de agosto de 1967, Hoover Institution Archives, J. D. Perón Papers, Box 1, Folder 7.

51 Ramón Prieto, Correspondencia Perón-Frigerio…, op. cit., pp. 61-62. La similitud de las políticas desarrollistas con las de Adalbert Krieger Vasena no impidió a Rogelio Frigerio formular una dura impugnación. Rogelio Frigerio, Estatuto del subdesarrollo, Buenos Aires, Jorge Álvarez, 1967, pp. 121-124.

52 Carta de José Alonso a Juan Perón, 10 de febrero de 1968, Hoover Institution Archives, J. D. Perón Papers, Box 2, Folder 8. Cfr. Documento N.º 3.

53 Carta de Rogelio Frigerio a Juan Perón, 9 de abril de 1969, Hoover Institution Archives, J. D. Perón Papers, Box 3, Folder 16.

54 Félix Luna, El 45…, op. cit., pp. 74-75; Torcuato Luca de Tena, Luis Calvo y Esteban Peicovich, Yo, Juan Domingo Perón, Barcelona, Planeta, pp. 27-29.

55 Juan Domingo Perón, La hora de los pueblos, Buenos Aires, Norte, 1968.

56 Véase, por ejemplo, Carlos Fernández Pardo y Alfredo López Rita, Socialismo nacional. El poder peronista en marcha, Buenos Aires, Relevo, 1973, pp. 163-168. Fernández Pardo provenía del nacionalismo y estaba vinculado al grupo liderado por Rodolfo Ortega Peña.

57 Carta de Antonio Cafiero a Juan Perón, Buenos Aires, 3 de febrero de 1972, Hoover Institution Archives, J. D. Perón Papers, Box 2, Folder 25.

58 Julio Broner, dirigente de la CGE (Confederación General Económica) que secundaba a José Gelbard, recordó en sus memorias cómo la dirigencia empresaria se asombró con la decisión de Perón de ofrecer el Ministerio de Economía a Gelbard y de su negativa a nombrar a Alfredo Gómez Morales. Véase Tamara Taraciuk Broner, Julio Broner: argentino por opción, Buenos Aires, edición de autor, 2015, p. 48.