Capítulo 1
Come on, fellows!

Mr. Bayne

El tren emprendía lentamente la marcha hacia la villa de Peñarol. En el lujoso vagón que disponía para su uso privado, Mr. Charles W. Bayne se preparaba para encarar su primera inspección en los talleres. Era el nuevo administrador general de la Central Uruguay Railway Company of Montevideo Limited.

Vista desde el arroyo Seco, la bahía mostraba decenas de barcos anclados frente a su puerto, la mayoría veleros y algunos vapores. Mr. Bayne, como inglés victoriano que era, no se sentía extraño en ningún lugar; menos aún en ese pequeño país donde todo parecía ser inglés.

Eran británicos los hacendados que habían impulsado la modernización del campo y la ganadería; el Uruguay poseía el mayor número de cabezas de ganado per cápita en el mundo entero. Los frigoríficos ingleses desarrollaban la tecnología para la conservación de la carne, extractos, enlatados y refrigeración. Ferrocarriles y capitales eran todo lo que el Uruguay parecía necesitar para cumplir con el papel de proveedor de la mesa y los telares británicos.

Desde Londres se habían invertido más de cuarenta millones de libras en las últimas dos décadas, cifra más importante, en su escala, que las destinadas a la China o a África Occidental. En este pequeño y accesible territorio, con recursos naturales y cultura europea, las inversiones daban mejores márgenes de interés que el 3  % anual ofrecido por negocios similares en la metrópoli.

Pero Mr. Bayne no llegaba en el mejor momento. En ese año de 1906, el país y sus empresas apenas comenzaban a recuperarse de la depresión económica causada por el colapso financiero de la Baring Brothers. El surgimiento de un nacionalismo económico uruguayo era inquietante, el movimiento sindical crecía y el Gobierno anunciaba un proyecto de ley que limitaría la jornada de obreros y empleados.

Los ferrocarriles tenían la mayor concentración de obreros y el sindicato mejor organizado. La Central Uruguay Railway era la mayor empresa del país y había sido la primera en experimentar el cambio de los tiempos.

Un año antes, en agosto de 1905, una huelga había detenido el trabajo «a lo largo de toda la línea»; los ferroviarios exigieron un nuevo contrato de trabajo, elevación de los salarios y el despido de dos maquinistas ingleses «impopulares».

El gerente, Frank Hudson, solicitó la intervención del presidente Batlle y Ordóñez, pero este apoyó al sindicato, ante lo cual «la Compañía se vio obligada a conceder sus pedidos y consintió en despedir a los dos maquinistas ingleses». El incremento de jornales costó a la empresa «un recargo de “£ 15.000 en su nómina de sueldos”; a cambio, los obreros se comprometieron a no presentar nuevas demandas en los próximos tres años».1

El Central no producía los dividendos esperados pese a su posición ventajosa en el mercado del transporte, y el ejercicio de 1905 había arrojado déficit. Por lo tanto, reordenar la empresa y revertir el peso del sindicato eran las principales preocupaciones y objetivos del nuevo administrador general.

Mr. Bayne fue distraído de estas reflexiones por Leonard Crossley, un taquígrafo que había traído consigo desde Londres.

—Me han comentado, Mr. Bayne, que el club de fútbol de la empresa es el más popular del país.

La interrupción de su asistente le recordó otro de los problemas que tenía que resolver.

—¿Le interesa el fútbol, Mr. Crossley?

—Mucho, señor. Es más, estoy en América por diez centímetros —dijo sonriendo y esperó la reacción de su jefe, quien se limitó a mantener la mirada, aparentando atención—. Yo jugaba en la segunda división profesional en Londres. Un sábado, después de un partido, se me acercó un caballero, me felicitó por mi juego y lamentó que no fuera diez centímetros más alto. De lo contrario, debutaría inmediatamente en primera división, en el Everton. Por eso estoy en América, señor, por diez centímetros de menos.

El tren ya estaba deteniéndose en la estación de Peñarol, el centro vital del Ferrocarril Central del Uruguay; diecisiete hectáreas de enclave británico. Mr. Bayne, su asistente y los jefes de talleres iniciaron su recorrido por ese pedazo de la Inglaterra industrial a diez kilómetros de Montevideo.

Allí se levantaban, desde 1891, los talleres de la empresa, su barrio obrero y las viviendas de altos funcionarios. El anterior administrador general, Frank Hudson,2 se había encargado de promover la instalación de un juzgado de paz y una escuela pública subvencionada por la empresa. A falta de local propio, funcionaba en el Centro Artesano de los Empleados del Ferrocarril Central del Uruguay, centro social y cultural de la villa, lugar de bailes y conferencias.

En setiembre de 1891, cuando no habían transcurrido cinco meses desde la inauguración de los nuevos talleres, se creó el Central Uruguay Railway Cricket Club, al que todo el mundo en aquel 1906 conocía por su nombre de guerra: Peñarol.

Cuando un entusiasmado Crossley le señaló la cancha de fútbol —«cercada con alambrado de cinco hilos, baños modernos y palco para damas, señor»—, Bayne volteó brevemente la mirada y continuó su recorrido de inspección.3 Pocos días después, sentado en su imponente despacho de la Estación Central del Ferrocarril, se preparaba para encarar el tema del fútbol en la empresa.

Peñarol no era un problema menor dentro de su estrategia de reorganización. El CURCC había sido creado como un asunto interno, en el corazón mismo de su densidad demográfica. El acta de nacimiento, del 28 de setiembre de 1891, tenía la firma de los más altos empleados de la administración y de la técnica, de la contaduría, la tesorería y la gerencia. Las autoridades reflejaban estrictamente las jerarquías.

El equipo de fútbol, en cambio, las abolía. En él habían jugado, desde sus orígenes, empleados de alto y mediano rango administrativo, como Arthur W. Davenport, Edmundo Acebedo, Juan Pena y Julio Negrón, capitán del club ya en 1895. Había también ingenieros, como John Woosey y Percy Segfield, jefe de Talleres, y simples obreros como el maquinista James Buchanan.

Pero en quince años Peñarol había desbordado ampliamente las dimensiones originales previstas por la empresa y era seguido por una multitud surgida de los sectores populares que vivaba los nombres de sus jugadores, todos funcionarios del Ferrocarril, por supuesto, y ahora criollos en su inmensa mayoría.

Unos días más tarde, en su amplio escritorio de la Estación Central, Bayne recibió a la delegación del CURCC para cumplir con otro de los rituales que implicaba asumir su cargo de administrador general.

—Señor —dijo uno de la directiva—, venimos a ofrecerle la Presidencia del Central Uruguay Railway Cricket Club.

—La presidencia de Peñarol —corrigió Mr. Bayne.

Todos se miraron.

—De Peñarol, querrán decir —insistió serenamente.

Mr. Bayne tomó los papeles que tenía preparados y agregó:

—Señores, el año pasado se gastaron mil ochocientas cincuenta libras esterlinas en arreglos de vagones destrozados por causa del fútbol. Los jefes de los talleres se quejan de la ausencia de determinados obreros especializados que son casualmente jugadores del club, y el rendimiento del taller es bajo. El año pasado, la memoria del Directorio local de Montevideo comunicó a Londres un déficit en el ejercicio, sin abstenerse de informar sobre la victoria de Peñarol como campeón de la Copa Uruguaya de 1905, en carácter de invicto y sin ningún gol en contra.

Nadie osó interrumpirlo para explicarle la magnitud de tal hazaña.

—El Directorio de Londres me ha dado órdenes severas de evitar gastos superfluos, estimular el tráfico de cargas y el transporte de pasajeros, de poner orden en los servicios y estimular el celo de los empleados. Por lo tanto, mi respuesta es evidente. Es más: creo que sería conveniente evitar partidos en Peñarol y aun pensar seriamente en desafiliar al club de la Liga.4

Mr. Bayne acababa de definir un conflicto que duraría hasta 1913. No habría más tolerancia. Al mismo tiempo que el proceso de popularización y acriollamiento del club era incontenible, Peñarol pasaría a ser, dentro de la empresa, un asunto interno de los talleres, ya no de las altas jerarquías.

Aquel día no fue del todo perdido, sin embargo, para la delegación de Peñarol. Al salir se les acercó Leonard Crossley, el taquígrafo con diez centímetros de menos. Contó nuevamente su circunstancia, quedó incorporado al club y encontró su destino: un lugar en la historia de un fútbol que sería glorioso y la tierra que lo acogería por el resto de su vida. Crossley sería el primer maestro de arqueros del Uruguay.

Lejos de este escenario, en el jardín de su chalé de Broadstone, cerca de Southampton, el recién jubilado Frank Hudson colocaba un cartel de fondo amarillo y letras negras que decía «Peñarol». A sus amigos y vecinos les mostraba la foto del equipo, obsequio de la directiva, y contaba la historia de «un ideal deportivo que florece en un país generoso y bueno».5

Mientras, en todas las barriadas montevideanas se escuchaban los cantos de aliento del cuadro carbonero, que había sabido conmover como nadie el alma popular. La muchachada entonaba con fervor criollo aquellos estribillos que se transmitían de padres a hijos:

Siento ruido de pelotas
Y no sé y no sé lo que será.
Es el viejo Peñarol
Que se viene, que se viene de ganar.

La libretita del ingeniero John Woosey

Cuando Crossley y Bayne llegaron a Montevideo, en 1906, el críquet, deporte nacional inglés que figuraba en el nombre oficial del club, continuaba reuniendo a socios y familiares en elegantes jornadas que terminaban con un té al caer la tarde. Incluso varios de los futbolistas más destacados del club practicaban también este deporte.

Sin embargo, el destino histórico del club de Peñarol ya había sido definido por una asamblea celebrada el 5 de mayo de 1892: el ingeniero John Woosey, uno de los 118 fundadores, propuso practicar el football association, y su moción fue aprobada, con el acuerdo del administrador.

Woosey, llegado en marzo de 1891, tenía una libreta de apuntes con los aspectos fundamentales de la reglamentación del football association: croquis y medidas de los campos de juego, así como reglas recién incorporadas, como el área y el penal, que disminuyeron radicalmente la violencia contra los arqueros y contribuyeron a lograr un juego «más limpio, más franco, menos peligroso».6 También se había incorporado el saque de banda con las manos, que en el Uruguay aún lo hacía con el pie el primero que llegara a la pelota; por esa razón los equipos colocaban en los laterales a sus hombres más veloces.

Cuando su propuesta fue aprobada, Woosey dejó el Albion, junto con un colega, en lo que probablemente fueran los primeros pases con resonancia en el naciente fútbol uruguayo. El Albion, ofendido, eliminó «de sus registros sociales a John D. Woosey y H. C. Sagehorn por asociarse a Peñarol» (sic).7

El ingeniero Woosey fue uno de los primeros once jugadores que el 3 de mayo de 1892 estrenaron las camisetas aurinegras en un partido contra los alumnos del Colegio Británico y ganaron 2 a 0. El resto de los jugadores fueron P. Sedfield, P. Desham y J. McGregor, R. Burns, W. Jones y J. Burns, J. Woosey, Hopkins, A. Davenport, T. B. Davies y H. C. Sagehorn.

Si bien las crónicas no han otorgado la felicidad de conocer detalles biográficos de todos aquellos primeros peñarolenses, varios de ellos han dejado huellas de su historia.

El golero, Percy Sedgfield, era ingeniero jefe de los Talleres y jugó en 1893 y 1894. Integró la directiva desde 1893 y fue el presidente entre 1909 y 1913. Falleció en Montevideo en 1939.

El back izquierdo, John McGregor, también jugaba de golero. Había sido elegido por la asamblea como primer capitán y, por lo tanto, era responsable de la integración del equipo, de ordenarlo en la cancha y de su rudimentario entrenamiento.

Los mellizos Burns, Richard y John, eran irlandeses. En Peñarol eran conocidos por el apellido de su padrastro, Doull o Dull. Más tarde, en una fecha no precisada, Richard se radicó en Buenos Aires. Allí vivía aún en 1951, y era en ese momento, junto con su hermano John, Arthur W. Davenport y Arthur Frederick, uno de los cuatro sobrevivientes del grupo de 118 fundadores.

Emilo Carlos Tacconi dejó un vívido retrato de aquel John Burns o Johnny Dull, de rubia cabellera y ojos azules, travieso humorismo y espíritu zumbón.

Llano y comunicativo. Amable y correcto siempre. […] tenía un gracejo inagotable, un poder mágico de inventiva para la ocurrencia burlesca, de finas calidades. El copioso repertorio de sus anécdotas, siempre festejadas, revestía su personalidad de un cálido pintoresquismo, muy grato a la sensibilidad popular.8

Eduardo Gutiérrez Cortinas aporta los datos precisos. Nacidos en Dublín en 1865, John vivió en Peñarol hasta jubilarse en 1922 y luego en Montevideo, donde falleció de 1956.9

George Hopkins era empleado administrativo. Dirigente de la primera comisión, jugó hasta los comienzos del siglo XX.

Arthur W. Davenport era uno de los menores del grupo británico, nacido en 1866. Al fundarse el CURCC, Davenport, que era un alto empleado administrativo, fue su primer secretario. En aquellos primeros tiempos del fútbol, cuando los mejores jugadores eran los que poseían el tiro más fuerte, a Davenport se lo apodaba el Terrible. Ya radicado en su Inglaterra natal —uno de los pocos prohombres de Peñarol que no se afincaron definitivamente en el Uruguay—, fue declarado socio honorario en 1939; volvió de visita en 1951, con motivo de los 60 años de Peñarol, y escribió orgulloso: «Tengo el honor de lucir mi firma al pie del acta de fundación del Club […] del cual continúo formando parte en mi calidad de Socio Fundador y Honorario».10

Thomas Bower Davies seguramente ocupaba un cargo de cierto rango en la empresa, puesto que vivía en una casona en Peñarol, vecina a la del ingeniero Percy Sedgfield y frente a la de Roland Moor. Davies, capitán en 1894, integraría la directiva durante más de veinte años, desde 1891, y la presidiría en forma interina en el año de transición de 1913. Su hermano William sería destacado back del club durante muchos años y luego dirigente; también su sobrino Thomas, Tommy o Maquinaria Lewis, jugador y luego dirigente hasta la década del cincuenta, cuando integraba la comisión fiscal, quien registró la más larga actuación dirigente en la historia del Peñarol. Los Davies y los Lewis, más allá de su origen inglés, habían nacido en Montevideo.

Nada se sabe de P. Desham, W. Jones ni Herbert C. Sagehorn.

En los dos primeros años de práctica del fútbol, la crónica guardaría otros trece partidos, siete contra Albion y seis contra el Montevideo Cricket. Salvo un sorpresivo triunfo por 5 a 0 frente al Albion, el grande de aquellos primeros tiempos, el resto son derrotas.

Los primeros adelantados criollos

Si bien entre los 118 socios fundadores figuran 45 uruguayos, en aquella primera formación histórica de club de Peñarol el único nacido en el Uruguay era T. B. Davies. En 1892 apareció la primera figura destacada: Julio Negrón, funcionario de los talleres, que estaba en la lista de los fundadores y era admirado «por su espíritu de lucha, su invencible resistencia y la vivacidad de un dribling desconocido».11 Era tal su prestigio que solía ir invitado a defender otros equipos, como Albion y Montevideo Cricket.

En la asamblea del 2 de octubre de 1896, Frank Hudson informaba: «ha sido el mejor año en fútbol».12 Extendía sus conceptos elogiosos a la personalidad deportiva de Julio Negrón al expresar que había sido un héroe en la cancha y lamentar que se alejara del país para radicarse en Buenos Aires. En la capital porteña, Negrón continuaría practicando fútbol, como defensa del Belgrano A. C. y del Lobos A. C.

Antes de finalizar el siglo, los peñaroles acrecentarían el número de sus astros netamente criollos, que pronto serían mayoría. Edmundo Acebedo, William Davies, Lorenzo Mazzucco y Juan Pena fueron los más destacados. Los cuatro serían campeones de la primera Copa Uruguaya en 1900, así como en 1901 y 1905. Mazzucco y Davies también ganarían la copa de 1907.

Edmundo Acebedo y Lorenzo Mazzucco tuvieron una vida breve y merecen una memoria larga.

Acebedo —así, con b— jugaba de delantero. Hombre de cultura, secretario de los Talleres, fue elegido como capitán del equipo en 1900, 1902, 1904 y 1905. Con intermitencias, su carrera se extendió hasta 1909. Integrante de la directiva durante varios años, como capitán del club, vocal y tesorero, Acebedo sería una figura clave en el proceso de independencia del club en 1913. Falleció tempranamente, en 1925.

Lorenzo Mazzuco marcó toda una época por su dominio del salto y el juego de cabeza. Individuo emotivo y de fuerte personalidad, sus arengas se hicieron famosas: «Come on, fellows!! Come on, fellows!!», gritaba para alentar a los suyos.13

«Mazzucco, que era todo un hombre, cuando volvíamos derrotados a Peñarol, en el viejo coche clásico, lloraba como un niño…», recordaría años después Ceferino Camacho, y agregaría: «Yo también he llorado muchas veces».14 Lorenzo Mazzucco falleció en plena juventud el 18 de diciembre de 1909.

William Davies —flaco, de cabello rubio y mostachos en forma de manubrio más rubios aún— no solo era un buen back, sino también un gran atleta, campeón de cien metros y carrera de obstáculos en Montevideo y Buenos Aires. Socio honorario desde 1917 y dirigente durante muchos años, cuando falleció, en 1956, fue enterrado en el Cementerio Británico y cubierto con la bandera de Peñarol.

Juan Pena fue la estrella del período. Su biografía constituye, en sí, una síntesis de la historia del fútbol uruguayo en sus orígenes. Fue un excepcional jugador y también dirigente. Era hijo del director de cancha del Montevideo Cricket Club. Nació y se desarrolló en los campos de críquet y fútbol y fue gran señor en ambos deportes.

Pena fue nómada en un fútbol concebido como fiesta del amateurismo. Buzzetti lo define como «un sembrador del deporte».15 Antes de llegar a Peñarol había fundado, con los hermanos Camacho, Ceferino y Aniceto, el Platense en 1898. En Peñarol jugó hasta 1906. En 1907 se radicó en Buenos Aires, donde se clasificó campeón jugando en el Belgrano.

Luego de un breve retorno a Peñarol en la segunda mitad de 1908 —malas épocas para el club—, creó en ese mismo año, junto con otros peñarolenses, el Oriental, un efímero y quizás primer intento de independizar a la colectividad carbonera de la empresa.

Siempre en la búsqueda de realizar su ideal, un club de gente amiga, en 1910 Pena fue convencido por Domingo Prat, fundador y primer capitán de Nacional, de que allí podría encontrar ese ideal. La experiencia duró solo una temporada y Juan Pena siguió buscando su ideal deportivo. Por fin, en 1916 volvió a jugar algunos partidos en Peñarol, de cuyos registros sociales jamás se había dado de baja y siempre se «mantuvo firme vitoreándolo».16 Designado socio honorario en 1942, el 23 de setiembre de 1950 recibió una medalla de oro por sus 50 años en los registros sociales. Su elegante figura era infaltable en todos los homenajes y festejos del club. Quienes lo conocieron no dejaban de señalar su caballerosidad, hombría de bien y su amor al deporte. Falleció el 6 de abril de 1964.

La alegría de la villa

Peñarol, aquel equipo de ritmo inglés y gambeta criolla, se hizo dueño del alma de aquel claro villorrio de cuento / donde el rey es un ferrocarril, como escribió el poeta Pedro Leandro Ipuche.

En los ríos de anchas pasiones
Formó el pueblo su cuadro feliz.

Amparado por la mayor concentración obrera del país, sumada a «las repetidas hazañas deportivas, el calor de los primeros partidarios, la pujanza y el espíritu de lucha, la guapeza deportiva», Peñarol conmovería como ninguno el alma popular y crearía «una verdadera mística […], única en nuestro medio».17 Así lo constataron Juan Antonio y Mateo Magariños, quienes vieron nacer el fútbol en el 900, y así continúa vivo más de un siglo después.

Caso pasional instintivo y curioso. […] Peñarol, a diferencia de las otras instituciones nacidas entre los universitarios británicos o entre elementos pertenecientes al alto comercio y la industria, vio la luz del día en medio de los obreros de los talleres del Ferrocarril, trayendo con su surgimiento aires de democracia. Por esto o por aquello, lo cierto es que Peñarol resultó el niño mimado y adorado por el pueblo, […] engrosando sus filas los obreros de las fábricas, los empleados del comercio, alumnos de las escuelas, como los de Artes y Oficios, pronunciados en block por Peñarol en el año 1906, quienes recibieron la que fue probablemente la primera bandera de la hinchada, hoy en el museo del club.18

Durante más de dos décadas el cuadro de fútbol sería la alegría de aquella villa donde todo era pautado por el ferrocarril y lo británico, donde el sonido del pito del taller era el verdadero y único reloj público, de lunes a sábado. Todo, salvo el nombre de la villa, a la que los ingleses habían querido llamar Nueva Manchester. A su pesar, la misteriosa fuerza de la palabra Peñarol se mantuvo como nombre de la localidad, tanto como se impondría sobre el impronunciable nombre oficial del club.

En efecto, el nombre oficial CURCC fue inmediatamente sustituido por Peñarol. Así lo registran, sin excepciones, todos los documentos de la época.

En Peñarol, la fiesta empezaba los domingos de mañana temprano, cuando Luis Mauri o Tomás Bornio llegaban a la cancha del club, en el cruce de los caminos Villaron (hoy Coronel Raíz) y Casavalle.

Emilio Carlos Tacconi evocó la figura de don Tomás Bornio, obrero ferroviario de blusa azul y alpargatas, que además de su trabajo en la bodega —la Dirección de Abastecimientos del Ferrocarril— era canchero y ecónomo del club:

Los domingos de mañana aparecería, rodeado de chiquilines del barrio, para iniciar la marcación de la cancha. […] Uno llevaba la regadera con la tiza líquida: otro el carrito de una sola rueda […] que al girar sobre el pasto iba trazando la raya. Un tercero los banderines del corner; aquel, el rollo de chaura y las estacas para tender la guía de marcación; su compañero, el martillo y otra herramienta; este, el pincel de brocha gorda y un balde. Don Tomás marcha adelante, con el pesado fardo de las redes. Y a veces, en las eventualidades de pista barrosa, alguien con la bolsa de aserrín al hombro, para mejorar las condiciones del área chica. Y ya sabíamos que el mejor colaborador del día tendría el honor de marcar a pincel el sitio del penal, a once yardas de la línea del gol.19

Por fin, luego de sacar a las ovejas de Juan Pippo, encargadas de podar el césped, don Tomás preparaba y surtía la casilla, una sólida construcción de madera, ladrillo y cinc con techo a dos aguas, adornada con plantas trepadoras, que era el vestuario de los jugadores, común para los veintidós antagonistas pero dividido en dos compartimientos, uno para cada equipo. Por fin, don Tomás Bornio izaba a la entrada de la cancha la bandera amarilla y negra.

Mientras tanto, los mostradores y vidrieras de los comercios de la villa aparecían inundados de volantes de propaganda impresos en negro sobre fondo amarillo con las leyendas Peñarol for ever o Peñarol, ¡hip hip, hip, hurra! «Nos parece verlos, especialmente —distribuidos de mesa en mesa— en el restaurante de don Luis Salvitano, donde almorzaba una gran parte de los oficinistas ferroviarios radicados en Peñarol».20

Muchas horas antes de comienzo de los partidos, Peñarol se agitaba con «el tumulto multitudinario que llegaba de la ciudad en trenes expresos, colmando pasillos y pescantes y estribos de los vagones… Y los gritos, las corridas, los entusiasmos, la efervescencia de los “hinchas”»21 y los vendedores ambulantes: barquilleros con su cilíndrico tarro de ruleta, los maniseros y los que alquilaban cajones y latas para los espectadores parados en segunda fila.

Durante el partido, los vehículos rodeaban el escenario deportivo. «Carruajes, carros, jardineras, tilburys, carricoches; toda la gama de rodados de tracción a sangre, con banderas y banderines en lo alto y cintas y escarapelas en las testas de los equinos».22 Entre los espectadores se destacaba la presencia de la maestra María Vittori con los alumnos de la escuela de la villa,23 primeros socios no empleados, identificados por sus casquetes deportivos negros con delgados filetes en amarillo que dividían el paño en forma de gajos. El club había importado estos gorros por primera vez en 1894, para distribuirlos entre los socios menores, de entre 10 y 15 años.

De aquel primer grupo de socios menores surgiría una generación de jugadores y dirigentes: Bernardo Mauri, Ricardo y Modesto de los Ríos, Dalmiro Vittori, Bernabé Pons, Juan y Ángel Luis Cabuto. También de esa escuela salieron los poetas que le cantarían al club: Ovidio Fernández Ríos, Pedro Leandro Ipuche y Emilio Carlos Tacconi.

Luego de los partidos, al caer la tarde, se repetía la escena de largos convoyes del ferrocarril que mezclaban los silbatos de la locomotora con los cánticos que celebraban las victorias.

Cada lunes, los astros del club del pueblo y los hinchas se cruzaban en las calles de la villa, enfundados cada uno en su vestimenta de trabajo. En los patios de la escuela, en los talleres, en las plazas y comercios se contaban las hazañas o se velaban las derrotas.

Aquellos primeros públicos futboleros vibraban con los quites de Davies y Mazzuco, con las atajadas de Anselmo Faustino Fabre —que además era guitarrero en el Centro Artesano y anarquista—, con las combinaciones y disparos de Pena, Camacho, Acebedo y Lewis y con las hazañas físicas de Fred Jackson y James Buchanan, quien jugaba de back izquierdo y fue un reconocido maestro para otros jugadores, como Ricardo de los Ríos y Willliam Davies.

James Buchanan era un escocés optimista y ganador que había llegado a Peñarol en 1897. En el ferrocarril trabajaba de maquinista, por lo que muchas veces llegaba con atraso a los partidos, preocupación constante de dirigentes y partidarios. También se decía que los retrasos a veces se debían «a los vapores del whisky, que hacían largo y pesado el viaje».24

El rival de siempre

Pronto, antes que en ningún otro país sudamericano, los sectores populares uruguayos se integraron al fútbol hasta apropiarse de ese espectáculo en un principio reservado a las clases altas. En menos de una década el fútbol se hizo inmensamente popular. La revista Rojo y Blanco, en su número del 8 de julio de 1900, comentaba:

Nuestro pueblo ha aceptado, incorporándolo definitivamente a sus fiestas, el juego del football puesto en boga por numerosos clubes ya organizados y en algunos de los cuales figuran elementos eminentemente nacionales. Los grandes partidos […] llevan a las canchas inmensas concurrencias, entre las que desfila nuestra sociedad elegante que va acostumbrándose a compartir con todo el pueblo, las emociones de esas luchas atléticas. El football está, pues, consagrado fiesta de todos y para todos.

El cuadro de los ferroviarios sería clave para esa popularización. Así lo señalaba La Razón, en julio de 1900, cuando decía: «El club de Peñarol ocupa hoy el primer puesto entre las asociaciones de ese tipo».25

Un ejemplo de cómo se vivían los espectáculos futbolísticos a principios de siglo fue la inauguración del Gran Parque Central, el 25 de mayo de 1900, entonces cancha del Deutscher.

Como adhesión al festejo, el tranvía de la Unión y Maroñas rebajó a tres vintenes ($ 0,06) el boleto hasta 8 de Octubre y camino Cibils, cuando habitualmente costaba $ 0,08. Pero el servicio de tranvías resultó insuficiente; largas caravanas a pie, numerosísimos carruajes, jardineras, carros y bicicletas llegaban por el camino 8 de Octubre hasta la entrada por la calle Cibils.

Entre siete y ocho mil personas —el primer récord de público— concurrieron a ver el enfrentamiento entre el dueño de casa y Peñarol. Las bandas de música de Don Bosco y el crucero Flora amenizaban el festival. La empresa tranviaria ofreció un lunch y en el intervalo el Deut-scher agasajó con un refresco servido por la confitería El Telégrafo.

En el palco se encontraban miembros del cuerpo diplomático, el jefe de Policía, periodistas y principales figuras de la sociedad montevideana. Asistían además los oficiales y marineros de los cruceros Flora, Basilick, Pegasus y Swallow, que realizaron entre ellos numerosas pruebas.26 Ganó Peñarol por 2 a 0, con goles de Buchanan y Lewis.

Dos meses más tarde, el 16 de julio de 1900, El Siglo daba cuenta del primer partido entre Peñarol y el club nacido para ser su rival histórico:

Ante numerosa concurrencia se verificó ayer en el Gran Parque Central el partido anunciado entre el Club de Peñarol y el Club Nacional de Football. El team del primero de esos centros conquistó un fácil triunfo por dos «goals» contra ninguno, acreditándose una vez más las excelentes condiciones de sus elementos que desde que se inició la presente temporada han obtenido tantas notas como partidos jugados. De la parte de los vencedores se distinguieron Buchanan, Ríos, Acebedo y Pena.

También La Razón comentaba el partido, pero resaltando la actuación de Nacional:

Se realizó ayer en el Parque Central el animado partido entre el club «Peñarol» y el «Club Nacional de Football». El match resultó interesantísimo. Los muchachos de «Nacional» hicieron verdaderas proezas luchando con un adversario de tanto empuje como lo es Peñarol, cuyos jugadores son tal vez los más aguerridos de esta orilla. El «Nacional» demostró ser digno de este y su cuadro en poco estuvo que obtuviese la victoria, dando no poco que hacer a los veteranos de Peñarol.

Quedaron en la historia los protagonistas. De Peñarol: Faustino Fabre, Ricardo de Ríos y James Buchanan, Charles Ward, Lorenzo Mazzucco y Fred Jackson; William Davies, Edmundo Acebedo, Thomas Lewis, Aniceto Camacho y Charles Lindemblat. De Nacional: J. Ballesteros; C. Carve Urioste y Germán Arímalo; Miguel Nebel, J. C. Vallarino y M. Romero; Bernardino Daglio, E. Castro, Sebastián Puppo, C. Daglio y J. Gianetto.

En pocos años los dos clubes reunirían ya la mayoría absoluta de las adhesiones. Así se hacía constar, para no citar más que un testimonio, el 3 de junio de 1907 en La Razón, al comentar un partido ganado por Peñarol 2 a 1:

 

No intentaremos dar una explicación de este hecho tan evidente, pero podemos afirmar que […] aun cuando surjan nuevos cuadros superiores a los de Peñarol y Nacional, será siempre el match realizado entre estos el más interesante, el que con más entusiasmo se jugará.

Más de cinco mil personas rodearon, formando tres filas, la espaciosa cancha.

Balloning the ball

Los aficionados que rodeaban entusiasmados los campos de juego del Novecientos disfrutaban y aplaudían un deporte nuevo que había fijado sus primeras reglas en el cercano 1863 y cuya práctica más o menos sistemática no había cumplido diez años en el Uruguay: «Fútbol elemental y primario, más ardor físico que técnico».27

Eran frecuentes los desafíos individuales, lanzados fundamentalmente en los córners. «Era el reinado del vigor físico, los jugadores buscaban el cuerpo, el famoso pechazo, expresión de virilidad».28 El público los propiciaba y festejaba estruendosamente. Algunos jugadores de Peñarol se destacaban en particular en este tipo de fútbol. Los más célebres eran James Buchanan, el maquinista escocés, y Fred Jackson, capitán en los años 1900, 1901 y 1903. Durante muchos años, Jackson sería recordado por «su pujante juego, sus eternas medias caídas e invencible en los enfrentamientos de pechazos».29

El Come on, fellows!! Come on, fellows!! de Lorenzo Mazzucco era la arenga adecuada para la rudimentaria táctica. Ceferino Camacho, half de Peñarol entre 1901 y 1914, describía así su manera de jugar a principios de siglo:

Mi característica era tomar la pelota y avanzar con ella cuando los forwards no avanzaban. Así daba empuje al team y así también le di muchos triunfos. Cuando yo levantaba los brazos en alto, los delanteros míos se iban contra el arco adversario seguros de que la pelota caería junto a ellos…30

Si bien pronto comenzaron a crearse las modalidades que harían la fama del fútbol uruguayo, todavía en 1911 Carlos Sturzenegger, que había sido jugador del Albion y el Deutscher y más tarde fue árbitro y dirigente, publicó un libro donde comenzaba por quejarse del favor que los hinchas continuaban otorgando a ese tipo de juego:

Una de las cosas que cierta parte del público más aplaude son las patadas fenomenales que suelen dar algunos jugadores: sin embargo, por regla general, estos shots elevados de nada sirven y solo conducen a dar tiempo al cuadro adverso para reorganizarse y tomar posiciones ventajosas. Balloning the ball, le llaman a esto los ingleses, y me consta que el jugador que abusa de ello no es considerado como bueno y pronto se le elimina del cuadro.31

En la primera década del siglo, la venida al Río de la Plata de equipos profesionales ingleses —varios campeones de la Liga— dejarían las primeras enseñanzas, asimiladas ávidamente por los criollos. Así llegaron el Nottingham Forest —que venció a Peñarol 6 a 1—, el Southampton, el Southafrica, el Everton, el Tottemhamm Hotspour, que se midieron con los campeones y selecciones del Río de la Plata con amplio margen favorable a los ingleses.

Por ejemplo, la visita del Southampton —equipo profesional inglés— a Montevideo en 1904 costó la significativa suma de $ 5.000 y enfrentó a un combinado uruguayo integrado por una mayoría de jugadores de Peñarol. Los ingleses ganaron 8 a 1, maravillaron al público montevideano y dejaron en el recuerdo una «combinación de su línea de forwards, donde los cinco hombres jugaron de cabeza la pelota».32 Sturzenegger comentaría que «fue precisamente con sus pases cortos, arrastrados, con los que causaba el desconcierto y la desesperación de nuestros jugadores».33 Juan Pena convirtió el único gol uruguayo.

Cuando se les preguntó a los ingleses qué jugadores de Peñarol merecían jugar en la liga inglesa, mencionaron sin vacilar a Juan Pena y William Davies.

Pena era bastante más que un shoteador a la antigua; fue el primer gran jugador criollo y echó las bases de la escuela uruguaya, que se consolidaría con Harley y Piendibene. Se lo recuerda como el primer jugador que antes de rematar paraba la pelota y dribleaba a la perfección.34

La celebrada potencia de los disparos de Juan ya no nacía del puntazo furibundo, sino de una técnica avanzada que implicaba golpear la pelota con otras partes del pie para conseguir ubicarla, casi, donde deseaba.

Desde la punta derecha del ataque aurinegro, Juan Pena promovió el juego de combinaciones que tan bien había visto realizar a las escuadras inglesas que llegaban al Río de la Plata. Si bien le gustaba el dribling, que sería la marca distintiva de los jugadores criollos, procuraba por encima de todo la practicidad de las combinaciones. Pero quizás el mayor legado de Juan Pena haya sido demostrar que por las puntas también se juega. Como wing derecho, ofreció por primera vez un replanteo ofensivo inteligente y sencillo que redujo la cuestión a un duelo mano a mano con el half izquierdo, y una vez sorteado este, tenía campo libre.35

1905, campeón invicto y sin goles en contra

El 23 de febrero de 1900 se había creado la Uruguayan Association Football League, primer paso en la organización del fútbol uruguayo, aunque mejor debería decirse —así lo sostiene Buzzetti— que los creadores estaban guiados por «el propósito primario de estructurar una organización de los clubs de la colonia inglesa y alemana».36 El CURCC se integró sin contar con el entusiasmo de la empresa. De todos modos, fue elegido como presidente el delegado de Peñarol, Percy Chater y sus socios contribuyeron con la suma de $ 46,20 para adquirir la primera copa uruguaya. En el primer campeonato participaron el Albion, el Uruguay Athletic, el Deutscher y Peñarol, quien lo ganó invicto. En 1901 se incorporó a la Liga el Club Nacional de Football. El 12 de mayo de 1901 se jugó el primer partido oficial por la Liga entre Peñarol y Nacional. Se disputó en la villa y ganó Peñarol por 3 a 1. También ese año los carboneros fueron campeones invictos. Pero en 1902 y 1903, liderado por tres hermanos Céspedes —Amílcar, Carlos y Bolívar—, el campeón invicto fue Nacional.37 Nacía una rivalidad eterna y una doble grandeza deportiva que sería, desde entonces, la esencia misma del fútbol uruguayo.

Los triunfos de Nacional en 1902 y 1903 llevaron a Peñarol a un proceso de renovación. Bajo la presidencia de Frank Hudson, y con una directiva en la que al menos cuatro de los diez consejeros eran uruguayos, los británicos comprendieron que los jugadores criollos, que eran mayoría desde 1902, estaban en camino de superarlos. De lo contrario les sucedería lo mismo que a otros equipos basados en comunidades extranjeras, como el Albion y el Deutscher, que pronto abandonarían la Liga. También era necesaria una renovación generacional. De todos modos, desde las Islas Británicas todavía habrían de llegar dos maestros, figuras fundamentales en la evolución de Peñarol y el fútbol uruguayo: Leonard Crossley y John Harley.

En 1904 no hubo campeonato, a causa de la guerra civil, aunque se jugaron numerosos partidos amistosos. Para 1905 Peñarol estaba listo para recoger el guante que le lanzaba el nuevo club. Incorporó a Eugenio Mañana, Pedro Zibecchi y Eleuterio Pintos. Pero lo más impactante sería la llegada de dos valores del Nacional campeón de 1902 y 1903: el defensa Germán Arímalo, uno de sus fundadores, y Luis Carbone, extraordinario centrehalf que llegó acompañado por sus hermanos Pancho, golero, y Pedro, puntero izquierdo.

Domingo Pratt, en aquel entonces capitán de Nacional, recordaría el episodio en 1969: «Luis Carbone […] tuvo que pasar a Peñarol porque su familia pasaba por un momento angustioso y ellos le daban empleo a él y a dos hermanos suyos. Los hinchas le gritaban “vendido” y a él se le partía el alma. Yo mismo lo autoricé a irse. Eran razones de fuerza mayor. Y se fue con lágrimas en los ojos».38

«Muchos deportistas dejaron de saludar a los mencionados jugadores y el público los recibía con muestras de desagrado cada vez que aparecían en los campos de juego».39 Se iniciaba una larga competencia paralela y dura por llevarse jugadores de un club a otro. Pases traumáticos, siempre con signos de humillación, venganza, despecho y acusaciones de traición que también formarían parte significativa de una rivalidad secular.

Germán Arímalo y Pancho Carbone se aquerenciaron en Peñarol; Luis Carbone regresaría a Nacional en 1908 y el tercer hermano, Pedro, tendría una titularidad breve y al año siguiente pasaría a Wanderers. El 6 de agosto de 1905, frente a Nacional, Pedro Carbone perdió el puesto ante uno de los más endiablados jugadores de la época, Pedro Zibecchi, Perucho, brillante puntero izquierdo que se hizo famoso de inmediato y mantuvo la titularidad durante casi una década.

Peñarol comenzó entonces la temporada 1905, integrado en su totalidad por jugadores criollos: Pancho Carbone en el arco; Davies e Irrisarri de backs; Mazzucco, Luis Carbone y Ceferino Camacho en la línea media; Pena, Acebedo, Aniceto Camacho, Mañana y Pedro Carbone en la delantera.

En el Campeonato de Liga se inscribieron Peñarol, Nacional, el Teutonia (antiguo Deutscher), el recién incorporado Wanderers y el Albion —que finalmente no se presentaría—. La temporada prometía rivalidad, goles y luchas memorables, pero ya se sabía que el campeonato iba a dirimirse entre Peñarol y Nacional.

El 14 de mayo de 1905 —cuando Nacional cumplía seis años— en el Parque Central, con el arbitraje de Carlos Sturzzenegger, se enfrentaron albos y aurinegros. Ganaba Peñarol por un tanto de Juan Pena y empató Bolívar Céspedes en el último cuarto de hora. Fue el último gol de su breve vida. Se protestó offside y la exaltación del público llevó a invadir la cancha —lo que mucho no costaba—, de manera que el árbitro suspendió el partido y la league lo anuló.

Las pasiones crecían y el segundo choque provocó otro escándalo. Se jugó el 9 de julio, nuevamente en el Parque Central, y cuando iban cero a cero el juez volvió a suspenderlo por falta de garantías y hubo una nueva anulación. Se fijó un tercero para el 6 de agosto en la villa Española, buscando un entorno más pacífico por su neutralidad. Esta vez ganó Peñarol 2 a 0 con goles de Aniceto Camacho y Juan Pena.

El encuentro decisivo entre los que ya comenzaban a ser adversarios clásicos se jugó en la segunda rueda. Peñarol mantenía un invicto perfecto y sin un gol en su arco.

Desde el mediodía de aquel 1.o de octubre de 1905, una muchedumbre se dirigió hacia el Parque Central. Desde la villa Peñarol partieron dos trenes especialmente dispuestos; de todos los rincones llegaba un público enfervorizado. Los futbolistas viajaron en su transporte habitual, el break que desde 1892 se le alquilaba a Santiago Viglietti, el mayor transportista de la zona.

El partido habría debido jugarse en la cancha de Peñarol, en la villa, pero se accedió a jugar en el Parque Central, de mayor capacidad, en virtud de la extraordinaria expectativa. Peñarol recibiría el primer dinero importante por una recaudación en un partido contra Nacional: $ 257.

Un gol de Aniceto Camacho dio el triunfo decisivo a los carboneros, su tercer título de Campeón Uruguayo; ganó todos los partidos y no recibió ni un solo gol.

Catorce días después de aquel clásico decisivo se jugó otro. En junio habían muerto de viruela dos de los hermanos Céspedes; su padre se había negado a vacunarlos. Ante tan desgraciado suceso, Peñarol resolvió «hacerse cargo de la mitad del costo de la placa que se colocará en la tumba de los tan llorados deportistas y cumplidos caballeros, Carlos y Bolívar Céspedes, defensores del Club Nacional de Football» y se propuso un partido de homenaje. Peñarol derrotó a Nacional por 4 a 0.

El campeonato de 1905 fue la última alegría de Frank Hudson como presidente de Peñarol. Al año siguiente llegaría Mr. Charles Bayne para sustituirlo como administrador general del Ferrocarril. Comenzaban los tiempos difíciles.

El intrépido señor Crossley

Muchas de estas historias las escuchó el taquígrafo Leonard Crossley, el golero inglés con diez centímetros de menos, cuando en aquel 1906 se incorporó a Peñarol. Sin embargo, su primera temporada en el club no le proporcionó alegrías deportivas, ya que Peñarol no pudo presentar el equipo que tantas satisfacciones le había dado el año anterior.

Un «duelo de familia»40 alejó desde la mitad de la temporada a los hermanos Ceferino y Aniceto Camacho. También estuvieron ausentes William Davies, su notable back, Eugenio Mañana y Luis Carbone, entre otros. Peñarol apenas alcanzó el tercer lugar en el campeonato y no triunfó en ningún encuentro por las copas Competencia y Honor.41 El campeón de 1906 fue Wanderers.

Pero ya en aquel entonces Peñarol no era «una institución que se apocaba en la desgracia».42 En 1907 volvieron los ausentes y a ellos se sumaron nuevos valores, como los hermanos Agustín y Guillermo Manito. Ceferino Camacho fue nombrado capitán y tomó algunas decisiones que serían fundamentales, entre ellas poner a Crossley en el arco en lugar de Pancho Carbone, el invicto golero de 1905.

En 1907 fui nombrado primer capitán, […] logré reorganizar el cuadro y ganamos las tres copas: Uruguaya, Honor y Competencia. Mi cuadro no tenía footballers sobresalientes, pero sí un conjunto armónico y pujante. Recuerdo que llevé a Crossley a Peñarol y sin consultar a nadie lo puse en el team en lugar de Pancho Carbone. ¡Cuántas discusiones! ¡Cuántos reproches y cuántos insultos! Pero yo creía firmemente en la superioridad de Crossley y me mantuve firme. Al entrar a la cancha me silbaron. Luego… Crossley hizo un match brillante. Realizó cosas increíbles. Y los mismos que me insultaban —me insultaban por amor a Peñarol— corrieron a felicitarme cuando terminó el encuentro.43

Con la llegada de Crossley el fútbol criollo sumaba un aprendizaje fundamental en su camino a la madurez, al introducir novedades que, vistas a un siglo de distancia, cuesta creer que no hayan nacido con el fútbol mismo.

Crossley usaba el pie solamente en situaciones extremas, es decir, atajaba la pelota, la detenía con las dos manos o la embolsaba, en vez de simplemente rechazarla. Enseñó también que el golero debía sacar la pelota jugada hacia un compañero en vez de despedirla sin mayor preocupación por su destino y que debía participar tácticamente del equipo.

Cayetano Saporiti, arquero de Wanderers y la selección en las dos primeras décadas del siglo, aportó un testimonio contundente:

Hasta la llegada de Crossley, los arqueros trataban de alejar el peligro a puñetazos y a puntapiés. […] Había que cuidarse mucho de las embestidas de los contrarios, no siendo difícil que en más de una ocasión fuéramos a dar al fondo de la red junto con la pelota y el centrodelantero adversario.44

Las enseñanzas de Crossley no fueron asimiladas de inmediato por sus colegas. «Y la razón del relativo fracaso no fue otra que las lesiones sufridas por el propio Crossley “a manos” —valga el término— de los delanteros contrarios».45 Repasando la integración del equipo en aquellos años pueden constatarse sus reiteradas ausencias a causa de las lesiones sufridas por su arriesgada forma de jugar.

Solo con los años, con la constante evolución técnica del fútbol y las nuevas corrientes, se impondrían las enseñanzas de Crossley. Pero lo que no se hizo esperar fue la idolatría de los peñarolenses por su arquero. Desde su aparición en el arco de Peñarol en aquel 1907, con su técnica, valentía y personalidad, se ganó el favor de los hinchas:

El dramático estilo de Crossley y a la pasión de los hinchas carboneros causaron no pocos problemas. Así, en un clásico jugado en 1908 fue embestido brutalmente:

[…] cayendo Crossley desmayado y teniendo que abandonar después el field, pasando Pintos a reemplazarlo. [De todos modos] en el 2.o tiempo, Crossley vuelve a ocupar su puesto […].46

Pero la cosa no quedó en eso.

[…] al final hubo las «farras» de siempre y al regresar por la calle 8 de Octubre presenciamos una verdadera batalla entre partidarios de ambos clubs, notándose en uno de los bandos gran número de alumnos de la escuela de Artes y Oficios.

El episodio más grave ocurrió dos años más tarde, cuando incluso se corrió el rumor de que Crossley había muerto.

Años después, como jugador y dirigente, Crossley sería una de las figuras claves en la transición de 1913. En 1917 fue declarado socio honorario de Peñarol. Ya retirado integró los cuadros dirigentes durante varias décadas; llegó a ser tesorero del club en 1935-1936 y uno de los fundadores del Colegio de Árbitros.

El doctor César L. Gallardo nos dejó su perfil de Leonard Crossley, cuyos aportes fundamentales para la evolución del fútbol uruguayo le habrían bastado para «merecer el bien del deporte y un lugar de preferencia en la historia del fútbol nacional».

Pero si a ello se agrega la caballerosidad de sus actitudes dentro y fuera de las canchas; el respeto por los adversarios y el reconocimiento de las victorias que éstos alcanzaron en una leal aplicación del «fair play» que aprendió en su país de origen y la simpatía que irradiaba no obstante su afán de pasar inadvertido al abrigo de una modestia sin afectaciones, se configura una personalidad de relieve singularísima…47

La gran batalla de Mr. Bayne

Mientras su taquígrafo se aquerenciaba en el Uruguay y se hacía ídolo en el arco de Peñarol, Charles W. Bayne ponía en obra sus planes para reorganizar la empresa. Los intereses sociales que habían movido a Frank Hudson estaban muy lejos de su sensibilidad y proyectos.

En primer lugar se propuso revisar los acuerdos que su antecesor había firmado con el poderoso sindicato ferroviario mediante el «estímulo amistoso» del presidente Batlle.48

Bayne comenzó por asegurarse el apoyo del nuevo presidente de la República, el doctor Claudio Williman, previendo un conflicto que con seguridad sería duro. Williman se limitó a pedir «una pequeña postergación para no verse obligado a retirar los soldados que estaban luchando contra la langosta» —así lo señaló The Montevideo Times—, cumplido lo cual Baynes «puso en ejecución sus planes con una energía y una prontitud que le ganaron la mitad de la batalla».49

El 20 de febrero de 1908, aprovechando un incidente menor, denunció el convenio. El gremio se vio sorprendido por la medida. Pocos días atrás, en los prolegómenos del conflicto, el Comité Central de la Unión Ferrocarrilera había dado a conocer un comunicado donde expresaba: «[…] las relaciones entre la Empresa y el personal han sido relativamente buenas».50

El gobierno de Williman distribuyó guardias en las estaciones, «lo que sorprendió a los obreros, porque ellos no estaban en conflicto», al decir de El Día.51 El diario de Batlle apoyó a los obreros y se preguntaba si era cierto lo que muchos afirmaban, que «la empresa, sintiéndose más fuerte, ha resuelto ir y va resueltamente al sacrificio de toda la gran masa de sus subordinados, o sea […] la totalidad del personal con el cual desde hace decenas de años viene amasando su fortuna».52

El 22 de febrero de 1908 se decretó la huelga general. La Unión Ferrocarrilera resistiría 41 días antes de desmoronarse.

Bayne, seguro de su estrategia y de los apoyos tejidos, rechazó todo intento de mediación de figuras políticas del batllismo, como los del doctor Feliciano Viera, presidente del Senado, y los doctores Rodríguez y Quinteros.

El 24 de marzo de 1908, el ministro de la legación británica en Montevideo, Robert J. Kennedy, informó al secretario de Estado para Asuntos Extranjeros del Reino Unido: «El gobierno del presidente Williman concedió a las autoridades de la Compañía Ferroviaria el apoyo más completo, proporcionando guardias militares para todas las estaciones, puentes y tanques de agua, además de enviar destacamentos de soldados para que viajaran en varios trenes». En los primeros días de abril de 1908, la huelga prácticamente había terminado. El sindicato se disolvió. La empresa del Ferrocarril había gastado más de £ 25.000 para combatir la huelga, ya que cubrió la manutención de los soldados y policías involucrados en el conflicto. El Central solo repuso a aquellos que no consideraba activistas sindicales, y las concesiones anteriores fueron revocadas.

A partir del año siguiente, Mr. Charles W. Bayne podría comunicar orgulloso a sus superiores en Londres que sus objetivos se habían cumplido. La Tribuna Popular del 18 de mayo de 1909 informaba que en ese ejercicio el Ferrocarril Central daría un beneficio de £ 471.868, mientras que en el ejercicio cerrado en julio de 1908 ya había dado £ 85.896, a pesar de la huelga.

A despetto di maligne Peñarol no ha muerto

La huelga de 1908 puso en riesgo la continuidad misma de Peñarol.

La Tribuna Popular del viernes 27 de marzo publicó una nota en la que describía la situación de cada club ante el comienzo inminente de la temporada:

De Peñarol puede decirse [que] el conflicto ferrocarrilero ha provocado la desmembración del team y del antiguo cuadro del año pasado no queda uno solo.

Las demás instituciones de la Liga se disponían a repartir las prendas del finado, ya que, de acuerdo con el reglamento, los jugadores de los equipos que cesaban en su afiliación podían ingresar en otros, en cualquier momento.

Cuatro días después el mismo diario publicó una larga e indignada carta que bajo la firma de Back II respondía a los rumores.

[…] podemos afirmar sin temor a equivocarnos: Peñarol no ha muerto. Peñarol cuenta con elementos. Peñarol jugará en Primera división a «despetto di maligne» y así es, y así sucederá, pese a quien pese. […]

Para coronar su obra de llevar a la «debacle» al club explotan la huelga de empleados del Ferrocarril. […] Consultado sobre este punto, a uno de los más caracterizados miembros del Comité de Huelga, tuvo la deferencia de contestarnos que era ridículo confundir una y otra cosa, más cuando entre sus afiliados existían muchos que, debido al football, estaban más unidos al público que al mismo Centro, por cuya razón jamás atentarían contra la voluntad del jugador. […] Con esto saben, los jugadores de Peñarol, cuál es su deber. […]

Es necesario mostrarse firme y no dejarse arrastrar por las palabras almibaradas pronunciadas por esas sirenas de nuevo cuño. Los ofrecimientos de mejoramiento de finanzas, los paseos en automóvil y las perspectivas de cruzar el charco en viaje de placer, deben, cuanto más, oírse pero jamás aceptarse.53

El anónimo autor era, seguramente, uno de los dirigentes no empleados del Ferrocarril, que ya eran fundamentales para Peñarol. Serían ellos quienes saldrían a buscar nuevos jugadores para el club y echarían las bases políticas de su independencia.

Dislocada la directiva, en el trajín del conflicto el secretario Thomas Lewis y el delegado Luis Borretti asumieron la decisión de inscribir al club en el campeonato pocas horas antes del vencimiento del plazo.

Era cierto que el plantel perdería varios de sus principales jugadores. Junto a numerosos obreros de los talleres, emigraron a Buenos Aires Aniceto y Ceferino Camacho, Eugenio Mañana y Pedro Zibecchi; se enrolaron en el Ferrocarril Oeste. El único que pidió pase para un club del medio fue Luis Carbone, que volvió a Nacional.

Un pibe de Los Pocitos

A punto de comenzar el campeonato de 1908, en las mesas del café La Paz, sobre la plaza Cagancha, lejos de los talleres y oficinas del Ferrocarril, se barajaban chances, se recibían informes llegados desde todos los barrios y se recorrían campitos y baldíos en busca de nuevos valores. Eran viejos asociados como Thomas Lewis y Ángel Echenique, junto a otros nuevos como Luis Borreti, Emilio Silva Antuña, Antonio Saraví, Pascual y Francisco Turturiello.

Un día, el Vasco José María Rodríguez comentó que conocía a un muchacho que jugaba en el Buenos Aires, un cuadrito de barrio que tenía su sede en la zona del Mirador Rosado (hoy avenida Brasil y Simón Bolívar). Vivía en Haedo y Diego Lamas, a la entrada del pueblo de los Pocitos, y allá fueron Rodríguez, Francisco Turturiello y otro allegado, de apellido Mateo. Se encontraron con un joven de 17 años —había nacido el 5 de junio de 1890— y le ofrecieron jugar en Peñarol. El pibe declinó cortésmente el ofrecimiento; les dijo que lo lamentaba mucho, pero ya estaba comprometido con la muchachada del Buenos Aires. No se dieron por vencidos y aquella misma tarde, cuando José Piendibene salía rumbo a las canchas de Punta Carretas, le salió al encuentro el delegado de Peñarol, Emilio Silva y Antuña, y arrancaron conversando por Gabriel Pereira hacia abajo. Los argumentos no mellaban la negativa del muchacho.

Así, al llegar a la altura de Libertad y mientras cruzaban la plazuela frente a la comisaría 10.a , se encontraron con Ángel Piendibene, el hermano mayor, a quien José tenía un gran cariño y respeto. El delegado le dijo a boca de jarro: «Quiero llevarlo a Peñarol y él se empeña en que tiene que ir a jugar por un cuadrito de barrio…». Ángel miró a su hermano y, señalando un tranvía de caballos que venía subiendo trabajosamente por Pereira hacia el Centro, le tocó cariñosamente el hombro y le dijo: «Acompañá al señor…».

Años después, ya ídolo del Peñarol, José Piendibene confesaría cómo cambió su decisión y la verdadera razón de su primera negativa: era hincha de Nacional. «Pero mi amistad con José María Rodríguez, back entonces de Peñarol, y la decidida intervención de Silva y Antuña me obligaron ello, y mis simpatías lógicamente cambiaron».54

Tomaron el tranvía hasta la Estación Central. Allí, el sonido de dos pitadas largas y una corta anunciaron la partida del tren hacia Peñarol y a José Piendibene el inicio de una carrera de veinte años defendiendo a los carboneros, quienes lo amarían hasta la idolatría y sin renuncios. Una historia de amor sin fin y sin par.

El 26 de abril de 1908 —la huelga había finalizado hacía veinte días— debutó con la camiseta de Peñarol contra el French. Jugó de puntero, haciendo ala con Ramaseca Canavesi.

Aquella tarde, el pibe de Pocitos probablemente recibió el primero de una larga lista de apodos honoríficos. Los hinchas, con ese reflejo mágico de imaginar en cada nuevo jugador la reencarnación de otro, lo llamaron Penita, pensando en el gran Juan Pena.

En su barrio la admiración por Piendibene se transformó en orgullo localista y cualquier esfuerzo era poco para ir a ver al ídolo del pueblo. Guillermo García Moyano, contemporáneo y vecino, recordó así su viaje hasta la villa un domingo de mayo de 1908:

Para nosotros los chicos, más que para los grandes, Piendibene era «José» a secas. […] Los chicos lo tuteábamos y lo señalábamos a nuestros padres al cruzarnos por la calle, o cuando, a través de la vidriera, lo veíamos con sus hermanos en la «Hojalatería y Zinguería de Piendibene Hermanos», en la calle Chucarro. La admiración era explicable. Un pocitero que se había iniciado jugando en «El Intrépido» y en «El Pampero», cuadritos del pueblo, era ahora de los poquísimos que sin ser ferroviario, integraba el cuadro de primera división de «los carboneros». […]

Uno de los amigos preferidos, Capellini, hijo de obreros, nos tenía alborotados con la posibilidad de una ida en carro [para ver un partido contra Nacional en la villa Peñarol]. Desde el jueves se sabía que Pedrito Lombardi, dueño de un carro grande, de los de mudanza, de cuatro ruedas y tres caballos que eran tres pingos, uno de ellos cadenero, se largaba hasta «La Estancia» pudiendo llevar hasta una veintena de gente pocitera. Y cobraba por todo el viaje tan solo dos reales!

[…] Las incomodidades no existían cuando se tenía once años y había que ir a ver a jugar a «José». Mi madre estuvo vacilante, pero al final accedió. […] El domingo fue tibio, de sol luminoso. Antes de las once, en la puerta de la casa de los Lombardi, en la calle Barreiro, el grupo viajero había casi llenado la capacidad del carro. Bien pronto se arrancó, hacia Buceo, para tomar luego al trotecito, el camino Propios hasta Peñarol. El viaje era una fiesta y una alegría general. ¡Cómo jugó Peñarol y qué bien jugó «José» aquella tarde!55

Pena y Penita

En la segunda mitad de la temporada, Penita y Pena jugarían juntos brevemente. Así lo anunciaba La Razón el 5 de septiembre de 1908, en una larga nota donde además resumía la carrera de Juan Pena:

Peñarol, el viejo coloso que conjuntamente con Nacional ha sabido conquistar casi por completo la totalidad de las simpatías del público que acude solícito a las barreras de nuestros fields, […] está de felicitaciones. Juan Pena, […] vuelve al club de sus viejos amores, en cuyo eleven le está reservado el puesto de honor.

Juan Pena vestiría la casaca aurinegra durante el resto de la temporada, pero esos serían sus últimos meses en Peñarol.

Peñarol y Nacional abandonan la Liga

En aquel fatídico año de 1908, los problemas parecían no tener fin. Eran tiempos en que los resultados de los partidos y los goles podían apelarse —así sería hasta 1936—. En ese sistema los delegados resultaban fundamentales y los partidos «ganados en la Liga» formaban parte del folclore futbolístico.

El primer incidente se produjo cuando se fijó un partido para un día feriado nacional, pero laborable para los talleres del Ferrocarril. Peñarol solicitó la postergación del partido, ya que no podría formar cuadro. La Liga, por unanimidad, resolvió acceder al pedido. Sin embargo, en la víspera de la fecha originalmente fijada, River Plate, su rival, pidió reconsideración; se votó, la Liga se rectificó y decidió que el partido habría de jugarse.

A las diez de la mañana del día siguiente el capitán Leonard Crossley recibió en su trabajo un telegrama de la Liga de Football en la que le notificaba que debía presentar su equipo esa tarde. Crossley presentó, bajo protesta, un equipo con los jugadores disponibles, mientras se pedía la anulación del encuentro. Ganó River Plate, que además tenía un gran equipo y sería el campeón de la temporada, y el partido se dio por bueno.

En otro partido, frente al Montevideo, ambos equipos llegaron al campo con nueve jugadores, pero el Montevideo completó los once con dos jugadores del Bristol y ganó. Pese a ese acto antirreglamentario, la Liga otorgó los puntos al Montevideo.

En la segunda rueda del campeonato Peñarol había obtenido, como en la primera, un fácil triunfo sobre el French, esta vez por 5 a 1, pero «el Capitán del French protesta el partido, alegando que el primer goal de Peñarol fue marcado de un corner directo, que «por la regla antigua se invalidaba» y que el juez al otorgar el tanto, había desmoralizado al team!».56

Peñarol anunció que, si esa protesta tenía andamiento y se anulaba el partido, se retiraría de la Liga. La protesta del French fue desechada, pero pocos días después, el 30 de agosto, el Dublín protestó un partido que había perdido 3 a 2 con Peñarol, por invasión del público a la cancha, aunque el juez había dejado constancia en el formulario de que la tal invasión no había influido en el resultado. El 7 de setiembre la Liga accedió a la protesta del Dublín y anuló el partido.

El 19 de septiembre de 1908, el delegado de Peñarol comunicó que «el team que representa deja de estar afiliado a la Liga, por cuyo motivo devuelve a esta el trofeo que les acredita como campeones de la temporada de 1907».

Pocos días después también Nacional se desafiliaba por motivos similares. Así consta en la edición de La Tribuna Popular del 3 de octubre. Ambos clubes regresarían para la siguiente temporada, en marzo de 1909.

Fuera de la Liga, los grandes —que ya eran los grandes— decidieron jugar una copa entre ellos, auspiciada por la empresa de tranvías La Comercial y bautizada con el nombre de su gerente, Juan Cat. Ganaron un partido cada uno, la primera final se jugó de manera amistosa debido a graves incides previos y la finalísima fue para Nacional (3 a 2, el 22 de noviembre).

John Harley, el escocés que trajo la cortita y al pie

Paralelamente, Peñarol jugó dos partidos amistosos con Ferrocarril Oeste de Buenos Aires. En el primero, el 12 de octubre en Buenos Aires, Peñarol ganó 4 a 0. En Ferrocarril Oeste jugaron Aniceto Camacho y el histórico James Buchanan, el maquinista escocés, que estaba ya por colgar los botines. En el puesto de centrehalf se destacaba John Harley, un jugador bajito, un poco chueco, peinado al jopo, que por una especie de magia, sin desplazarse mayormente, frenaba a los delanteros rivales y luego entregaba la pelota a ras del suelo a sus compañeros mejor situados, ya fueran delanteros o defensas.

Hubo revancha en Montevideo el 25 de octubre. Peñarol ganó 1 a 0. Sin embargo, La Tribuna Popular comentó que Harley «sin duda alguna fue el mejor hombre del field».57

Alguien sugirió que Harley viniera a Montevideo, al menos por unos meses. Se hicieron gestiones e incluso la prensa lo comentó cuando se anunciaban los equipos para el tercer partido de la Copa Cat: «Se dice que Harley, el notable centro half del Ferrocarril Oeste de Buenos Aires, figurará en el cuadro peñarolense».58 No sería en esa ocasión, pero para la temporada siguiente los carboneros, imperiosamente necesitados de nuevos valores, lograrían convencerlo de tentar la aventura montevideana y conseguir empleo en el Ferrocarril Central del Uruguay.

A los 23 años, en los talleres de Peñarol, trabajando como dibujante, el escocés John Harley, al igual que Leonard Crossley tres años atrás, encontraría su lugar en el mundo. El Ferrocarril Central sería su empleo durante treinta y siete años; Uruguay, su patria; Peñarol, su pasión deportiva.

«Acá fue Juan Harley quien nos enseñó a bajar la pelota y combinar el juego», dijo Juan Pena.59 «Fue el mejor centrehalf de todos los tiempos, en ese difícil puesto que es la llave del equipo»,60 afirmó contundente José Piendibene en 1951.

«La influencia de Harley en nuestro medio fue decisiva en cuanto a modificar radicalmente el panorama técnico y táctico del fútbol criollo», sostuvo César L. Gallardo, el más respetado de quienes conocieron y estudiaron el llamado fútbol de 12, base de la escuela futbolística uruguaya.

El football inglés, que se había implantado en Montevideo, obedecía a dos directivas primarias: la defensa operada de hombre a hombre, y el ataque movilizándose con pases largos. Harley levantó la bandera del football escocés, fundamentalmente por el advenimiento del pase corto como elemento fundamental. Los demás aspectos, edificados sobre esa base, vendrían solos: armonización y sentido colectivo, velocidad del juego.61

Así lo explica Buzzetti, mientras Gallardo concluye:

Por eso cuando se habla de «escuela o táctica» uruguaya, debe recordarse el punto de partida y la ineludible ascendencia impuesta por Harley para encontrar el vínculo hereditario y para explicarnos el señorío que «el pase corto» imprimió en el fútbol del Uruguay, hasta llevarlo a las más altas cimas alcanzadas por el deporte en el mundo.62

John Harley había nacido en Glasgow el 5 de mayo de 1886, y en 1906 emigró a la Argentina. Trabajó en el Ferrocarril de Bahía Blanca, en de Rosario de Santa Fe y en el Ferrocarril Oeste. Allí coincidió —en 1908— con los hermanos Camacho, Eugenio Mañana y Pedro Zibechi.

Cuando Harley se integró a Peñarol, el joven José Piendibene quedó deslumbrado por su capacidad para interceptar los pases con una precisión matemática en el cálculo de las distancias y su impecable juego de cabeza; ese salto justo para despojar a su rival y luego salir jugando con pases cortos, precisos y elegantes. Harley terminó de modelar su propio carácter futbolístico.

[…] ya que supo aprovechar como ningún otro, su picardía, su habilidad, su serenidad, y sobre todo su don de mando de la línea ligera. Fueron Piendibene y Harley dos inteligencias unidas para un mismo fin: belleza y practicidad.63

Con Harley el fútbol uruguayo dejaba de ser un recorrer desorbitado tras la pelota, para transformarse en una práctica regulada por reglas tácticas.

El primer centrojás

Pero además Harley introduciría definitivamente la gravitación del centrehalf como puesto emblemático del fútbol uruguayo y de Peñarol. Durante el resto del siglo, con una continuidad asombrosa, Peñarol buscaría en los sucesores de Harley la esencia misma de su ser futbolístico; se llamarían Juan Delgado, Álvaro Gestido, Lorenzo Fernández, Obdulio Varela y Néstor Gonçalvez, por citar solo a los más grandes en el puesto.

Con Harley y Piendibene se introdujo otra variante, característica del modelo escocés: la delantera en abanico, en la cual «el centro-forward juega retrasado, elaborando juego con los entrealas. Esta modalidad se impone ya en 1911 con José Piendibene y los equipos uruguayos de 1912 y 1917 serán los máximos exponentes de la variante escocesa del 2-3-5».64

Maestro y caballero

Harley no solo legó un magisterio futbolístico al Uruguay. Dejó también un testimonio de grandeza personal para quienes lo conocieron. Dice Buzzetti que «fue en el campo de juego la nota más alta de la caballerosidad deportiva, y se honró, honrando al adversario. Fue sencillo y bueno».65

En una ocasión prefirió tirar deliberadamente un penal afuera por considerar que el fallo del juez era equivocado, aunque Peñarol perdiera. Varios recogen esta anécdota. Mantrana Garín la presenció:

Estoy viendo a Harley, capitán del team, colocar lentamente la pelota frente al arco que daba al camino Casavalle, y cuando el juez ordenó la ejecución del tiro penal, la pelota salió de su pie lentamente y completamente desviada del arco.

Para Harley no había sido penal, y por lo tanto como deportista no podía aceptar el favoritismo del juez.66

El Yoni defendió a los aurinegros durante más de una década y fue capitán entre 1909 y 1916. Se retiró en 1920; tenía 34 años y sufría de miopía. Dos años más tarde una asamblea lo designó socio honorario de la institución.

Cuando tenía 65 años, el 19 de junio de 1951, se le tributó un homenaje al «reformador» del fútbol uruguayo, ante 45.000 espectadores en el Estadio Centenario.

El escocés John Harley murió en 1959 y fue hasta el momento de su muerte un leal partidario de Peñarol y un uruguayo más, de esos que construyeron el país, hayan nacido donde hayan nacido.

En vísperas de la independencia

La renovación técnico-táctica propuesta por Crossley, Harley y Piendibene, así como la incorporación de jóvenes valores —entre ellos Carlos Scarone— comenzaría a dar frutos a partir de 1909. Si bien River Plate fue el campeón en la anómala temporada de 1908 —y repetiría en 1910—, en la de 1909 Wanderers y Peñarol «fueron las fuerzas más completas y formidables».67

En ese año de 1909 Peñarol sobresaldría ya por un rasgo con el que se habría de identificar históricamente: su rebeldía, su sentido dramático del fútbol y esa voluntad de dar vuelta resultados imposibles.

En casi todos los partidos jugados, Peñarol demostró poseer un espíritu de reacción verdaderamente admirable, tanto que se le llamó «el cuadro del último cuarto de hora». Con Peñarol no se tenía ganado un encuentro hasta que el referee hiciera sonar la pitada final.68

La «muerte» de Crossley

Mientras estas historias sucedían en las canchas, las relaciones entre el club y las autoridades del Central continuaban deteriorándose. En 1909 sucedió un episodio que José Luis Buzzetti indica como el causante de la «definitiva crisis». Buzzetti —presidente de Peñarol entre 1952 y 1955—, tuvo trato directo con los protagonistas, por lo cual su testimonio y opinión resultan relevantes.

El asunto en cuestión fue un partido contra el Montevideo, equipo de la comunidad alemana, antes llamado Deutscher y luego Teutonia. Se jugó en Peñarol el 16 de mayo de 1909, ante 1500 personas, y terminó 2 a 2. El juez validó un gol que Alfredo Schroeder había hecho luego de atropellar a Crossley y lesionarlo de un rodillazo.

No era la primera vez que ocurría un incidente en los partidos con el Montevideo. Existía una vieja rivalidad deportiva, caracterizada por «juegos violentos y finales tormentosos», decía un diario de la época.

Inmediatamente, mientras Crossley era llevado a un sanatorio, se corrió el rumor de que había fallecido. Los hinchas de Peñarol reaccionaron indignados y los incidentes fueron graves. Según Buzzetti, «los socios de Peñarol prendieron fuego el vagón en que volvían los jugadores del Montevideo, originándose un violento episodio».69

El diario La Razón, cuyos cronistas deportivos estaban lejos de simpatizar con Peñarol, informaba en su edición del 17 de mayo de 1909 sobre el episodio del día anterior basándose exclusivamente en las declaraciones del propio agresor. Bajo el título «LO OCURRIDO AYER EN PEÑAROL - CONVERSANDO CON ALFREDO SCHROEDER », dice:

Es joven, fuerte, alto vigoroso, de una musculatura admirable.

[…] He jugado con la corrección acostumbrada y sólo la fatalidad podría intervenir en la desgracia ocurrida al jugador Crossley. […]

¿Y no se dio Ud. cuenta de que había pegado o no con la rodilla?

No señor. Ahora, después de lo que me dice presumo que Crossley se me echó encima mío en el afán de defender sus posiciones, entonces tropezó con mi rodilla. Esto es lo probable. Digo que es lo más probable, porque desgraciadamente mis fuerzas no son escasas y el golpe que puede haber recibido Crossley debe haber sido bastante rudo.

La Liga no fue tan ingenua y el 18 de mayo Schroeder no solo fue suspendido, sino descalificado. De todas maneras, La Razón volvió a tomarle declaraciones y a sostener que las heridas de Crossley eran tan leves que al día siguiente había concurrido a su trabajo.

Esas afirmaciones merecieron una inmediata respuesta de directiva de Peñarol, publicada en toda la prensa del 19 de mayo, en la que desmentía enfáticamente tales afirmaciones. Ese mismo día, La Tribuna Popular comunicaba que Crossley seguía grave:

[…] continúa en la gravedad del mal que aqueja a este distinguido footballer, víctima de un accidente censurable.

Las casas que tienen teléfono en Peñarol, así como la del delegado de este club, Sr. Silva Antuña que vive en los Pocitos, han tenido que atender ayer numerosas llamadas para conocer la marcha de la salud de Crossley.

La lesión de Crossley —probablemente un traumatismo de cráneo— lo mantuvo fuera de las canchas durante un mes.

Con respecto a los incidentes, si bien no hay referencias al incendio del vagón, La Razón informó con este título: «DESPUÉS DEL MATCH MONTEVIDEO-PEÑAROL - GROSERÍAS INCLASIFICABLES ».

Nos aseguran varios jugadores del Montevideo, que después del lamentable percance ocurrido a Crossley y que son los primeros en lamentar, fueron víctimas de las más mordaces invectivas y de los más acerados insultos y amenazas. Para completar la «hazaña», un sinnúmero de parciales, haciendo gala de un fanatismo que espanta, esperó la salida del tren que conducía a los jugadores de regreso a esta ciudad para hacerles blanco de una granizada de piedras, que pese al volumen de éstas y al número de familias que ajenas al partido venían en el mismo convoy no ocasionó milagrosamente ninguna desgracia. […] Hasta cuándo, señores míos, hasta cuándo.70

No es de descartar que los afectados, muy cercanos a los círculos sociales en los que se movía Bayne, le presentaran sus protestas. Sea cual fuera la gravedad de los incidentes, es claro que el administrador general no estaba dispuesto a seguir tolerando en sus dominios a aquel cuadro plebeyo y multitudinario que había desvirtuado su misión original de ser un club cerrado, exclusivo y pequeño para los empleados del ferrocarril.

«Y la empresa decidió terminar»,71 dice Buzzetti. El club sería desafiliado de la Liga o debía, al menos, abandonar la villa de Peñarol.

La huelga de 1908 ya había roto los últimos lazos de aquel proceso afectivo entre Peñarol y la empresa. Había quedado en claro que el Ferrocarril Central y Peñarol, hijo adoptivo de las clases populares, ya no eran compatibles. Los dados estaban echados y se entraba en la fase final de un duro y largo proceso de conflictos y negociaciones que duraría todavía cuatro años. Si bien son escasos los documentos y testimonios capaces de reconstruir los detalles, existen suficientes elementos como para hacerse una idea bastante precisa de las tensiones y los conflictos que signaron la historia carbonera hasta 1913.

Francisco Simón, maestro de la villa Peñarol y abogado, era el asesor del sindicato. Constituye un hecho muy significativo respecto al espíritu que animaba a los peñarolenses que fuera el doctor Simón el primer candidato propuesto en 1913 para presidir el club en su vida independiente, cuando ya era senador de la República y figura muy cercana a Batlle y Ordóñez. Tan significativo como que su nombre fuera vetado por la empresa.

A su vez, la situación se hacía cada vez más incómoda para los dirigentes que ocupaban cargos jerárquicos en el Ferrocarril. Percy Sedg-field dejó constancia de que Mr. Bayne había «sugerido reiteradamente la conveniencia de evitar partidos en Peñarol, y la necesidad de sacar el club de allí»,72 y hechos como el relatado agudizaban la situación.

Las tensiones se fueron agravando. En medio de las negociaciones de 1913, pocos días antes del arreglo definitivo, el Diario del Plata publicó esta opinión:

EL OCASO DE UN CAMPEÓN / 1905-1913 / UNA DIFERENCIA

Del viejo campeón sólo quedan reminiscencias. En la actualidad es una entidad carcomida por esa fuerza que solo regula perniciosos antagonismos, estos que han eliminado el entusiasmo, el amor y hasta los más elementales principios de disciplina que saben ser norte de las instituciones que viven al calor de sus tradiciones.

Entretanto Peñarol va al ocaso con el general sentimiento de todos los adictos al viril deporte. Tal así lo aseveran las cosas actuales; tal así lo justifican los defensores de los clásicos colores; ni se lucha con aquellos entusiasmos de otrora ni ya en las antes bizarras filas existe aquel espíritu sportivo gran forjador de victorias y de triunfos. […] Peñarol se debe al pasado; lo contrario será ofenderlo.73

1911. La última alegría antes de la travesía del desierto

Mientras se procesaba la crisis institucional que terminaría con la salida de Peñarol de la empresa, en el campo deportivo el año 1911 ofrecería la última gran alegría antes de la transición y la independencia. Pasarían siete largos años antes de vivir otra.

El equipo de 1911 tuvo un año excepcional: al regreso de Ceferino Camacho74 se sumó la llegada, desde Nacional, del Loco Ángel Romano, para inaugurar un ala con Carlos Scarone que sería famosa en Peñarol, luego en la selección y, a partir de 1915, en Nacional. Ángel Romano evocaría, en 1969, el estilo practicado en aquellos años.

[…] ¡Y Pendi! Entrábamos en abanico, tuya y mía. Con Carlos Scarone jugábamos de memoria: él la jugaba entre el back y el half. Cuando Pendi me hacía una seña, yo sabía que iba para mí. Cuando la agarraba, amagaba por afuera y se la metía a Pendi. Después él la ponía donde se le antojaba.75

Peñarol ganó el Campeonato Uruguayo con ocho puntos de ventaja sobre el segundo, River Plate. Se disfrutaron también tres victorias sobre Nacional, dos de ellas por goleada: 4 a 0 el 10 de abril en la villa y 7 a 3 en el Parque Central el 1.o de noviembre, que fue el mayor tanteador en la historia de los clásicos.

Justo es decir que en 1911 Nacional sufría una grave crisis interna que le hizo perder gran parte de su equipo titular. La mayoría de los escindidos se fueron al Bristol.

Ambas crisis, la de Nacional en 1911 y la que vivía Peñarol, culminada en 1913, obedecían a un mismo principio. El fútbol uruguayo iniciaba el inexorable camino que llevaba desde un fútbol recreativo y casi totalmente amateur hacia un modelo competitivo orientado progresivamente al profesionalismo.76

Al año siguiente Nacional, renovado en el plano deportivo y dirigente, ganaría el campeonato, no sin haber despertado fuertes enconos y acusaciones de profesionalismo por parte de clubes como el Libertad, de donde se había traído lo que hoy se llamaría un paquete: Abdón Porte, Alfredo Foglino, Francisco y Manuel Varela. También llegó Santiago Demarchi, del Belgrano, y volvió desde River Plate el puntero Pablo Dacal.

La situación casi genera un cisma en la Liga. Los clubes ofendidos, comandados por los antiguos nacionalófilos, ahora en el «Bristol —“sombra negra” en ese aspecto de Nacional—, aducen ante la Liga que los jugadores tricolores son “profesionales” y se niegan a jugar contra su equipo en el campeonato oficial».77

La comisión directiva de Peñarol se mantuvo al margen: «Son las autoridades de la Liga las que deben indagar el asunto y tomar las medidas pertinentes».78

A pesar de una rivalidad deportiva que en una década se había transformado en la más fuerte entre los clubes uruguayos, las relaciones institucionales eran caballerescas en la mayoría de los casos. En ese año de 1911, el Club Nacional de Football inauguró nuevas instalaciones en el Parque Central con un partido amistoso frente a Peñarol que sería su único triunfo clásico de ese año, con un 2 a 1. La fiesta incluyó un almuerzo de camaradería y un lunch a los jugadores. Habiéndose pactado que a Peñarol le correspondería un tercio de la recaudación, la Comisión resolvió rehusarla, «pues Nacional ha tenido muchos gastos con tal motivo».79

Al año siguiente, 1912, el fútbol uruguayo llegaba a su mayoría de edad. Se conformó una gran selección y se consolidó el estilo creado por Harley y su discípulo Piendibene, al que ya se conocía como el Maestro. Por primera vez los futbolistas uruguayos se mostrarían superiores a los argentinos —su gran referente y rival histórico— a lo largo de cuatro célebres encuentros disputados en ese año.

Pero Peñarol vivía una intensa crisis institucional y le resultaba muy difícil armar el equipo; se jugaba con suplentes o con jugadores fuera de puesto. A los carboneros —dicen los hermanos Magariños— «parecía que les habían arrancado el alma». Por eso, cuando los jugadores aparecían en las canchas, daban la impresión de «almas muertas».80

Sólo cuando se enfrentaban a Nacional revivían. Entonces volvían a ser jugadores de Peñarol, gallardos y pujantes. Nacional era para ellos el aceite alcanforado o el suero vital que les devolvía las energías. Ante su eterno y bravo rival se crecían.81

El 29 de setiembre de 1912 se jugó un partido por la Copa Competencia. Empataban 2 a 2 cuando, diez minutos antes de terminar, el juez expulsó a dos defensas de Peñarol, Alfredo Betucci y Bernardo Savio. Se debía jugar un alargue, nueve contra once. Nacional, confiado en su superioridad numérica, se lanzó al ataque, pero en un contragolpe Peñarol logró un penal a su favor y Carlos Scarone convirtió su segundo gol de esa tarde. Nacional se desesperó y volvió al ataque.

De pronto, Piendibene, jugando de back, hizo un quite, levantó la cabeza y buscó a quién dársela, pero no encontró a nadie en el ataque. «Fue como un relámpago. No recuerdo cuántos eran, pero eso sí, que crucé toda la cancha».82

[…] y se vino bandeando gente. Le salió Gorla, después Porte, después Fuggini, después el inglés Crocker, después Castellino, y cuando todos quedaron en el campo tendidos, el Maestro se la pasó por el moño a Tagucho Demarchi y la de gajos fue a morir a las piolas, quedando señalado uno de los goles más brillantes que se vieran en Montevideo.83

«Los goles más hermosos le pertenecieron», escribió Luis Alfredo Sciutto, que vio muchos de ellos. Difícilmente haya habido un jugador cuyos goles hayan merecido ser contados tantas veces y con tanta precisión.

No se sabe bien por qué, pero el partido fue anulado luego en la Liga. Sin embargo —como diría años más tarde Peregrín Anselmo, en una situación similar—: «¿Y los goles quién se los saca de adentro?».

El segundo de hierro

El año 1913 no fue mejor. Al llegar a la última fecha de la copa uruguaya Peñarol había jugado catorce partidos, de los cuales había ganado cinco y perdido seis, además de tres empates. De tres clásicos jugados en el año fue derrotado en dos, uno 3 a 2 (el 13 de abril) y otro 4 a 1 (el 20 de abril), este con gresca generalizada incluida. Para el 14 de diciembre de 1913 estaba fijado el de la segunda rueda del Campeonato Uruguayo.

Peñarol, que ya no tenía chance alguna en un campeonato que se dirimía entre Nacional y River Plate, se aprestaba a jugarlo con su segunda división, puesto que la directiva había suspendido a los titulares por haber organizado un partido a su beneficio y sin su autorización.

En la sesión de la directiva del 25 de noviembre en la que fundamentalmente trató el acuerdo definitivo de transición política que habría de refrendarse en la asamblea del 13 de diciembre, se detalla el hecho:

El Sr. Pérez da cuenta a la Comisión que ha sabido que el día 16 de noviembre, nuestro primer team jugó un partido de amistad con el River Plate, habiendo cobrado entradas y al parecer el dinero había sido repartido entre los jugadores, por lo tanto solicitaba informes a la mesa. Esta manifiesta no tener conocimiento de tal partido, pues habría sido concertado sin autorización. El capitán Sr. Harley manifiesta haber jugado dicho partido y no sabe dar explicaciones precisas sobre el destino del dinero. Visto lo cual el Sr. Pérez mociona para que se suspenda por el resto de la temporada a los jugadores de nuestro primer team que hayan actuado en dicho partido y pasar una nota a la Liga a este respecto. Puesta a votación esta moción es aprobada.84

El hecho es significativo en cuanto al relajamiento disciplinario en que vivía Peñarol en esos momentos. En una nueva sesión de directiva del 12 de diciembre, se confirmó la sanción a los jugadores.

Es interesante señalar que la prensa especulaba con el hecho de que la directiva que habría de elegirse la noche previa al clásico, la que sancionaría definidamente la separación entre Peñarol y la empresa, gestionara un levantamiento de la suspensión. Varios medios de prensa, entre ellos La Tribuna Popular, dieron por hecho que Peñarol jugaría con todas sus figuras. Pero la nueva directiva, fiel a un principio de continuidad, mantuvo la sanción.

Los diarios anunciaron el partido en el tono que sería habitual a lo largo de un siglo:

El Diario del Plata tituló con una hipérbole: «POR UNA CENTÉSIMA VEZ LOS DECANOS DEL FOOTBALL URUGUAYO VUELVEN A LA LID ». En el cuerpo de la nota dice:

Una tarde más y ya van para trece años, Nacional y Peñarol pusieron de frente una rivalidad que ya desde ese momento anunciaba para nuestro football una década gloriosa de triunfos.85

El Día evocó viejas épocas —ya se cultivaba la nostalgia— en las que no se practicaba aún el amateurismo marrón:

EL GRAN MATCH DE MAÑANA - PEÑAROL V. NACIONAL

¡Peñarol y Nacional! ¿Quién no recuerda los ya lejanos tiempos en que estos clubs discutían supremacía, llevando a la brega cada jugador un caudal de amor propio, de entusiasmo tan intenso, que lograban comunicar a sus partidarios, algo de ese amor propio, algo de ese entusiasmo? Entonces ni se cobraba entrada.

La Tribuna Popular también se refiere en su crónica a los sucesos de la política interna del club:

En el match de mañana concurren circunstancias especialísimas que contribuyen a darle importancia máxima.

Por una parte Nacional en plena vitalidad las huestes constitutivas del equipo formando un conjunto poderoso y del cual mucho puede esperarse, si se aúnan con inteligencia vigores y méritos – y por otra parte Peñarol, en un período difícil de su vida.

Hemos dicho en un período difícil y hemos dicho mal.

Peñarol en los momentos actuales está a punto de volver a ser lo que siempre había sido: el bizarro, el más temible y glorioso de los clubes uruguayos, ya que las páginas de su historia, están íntimamente unidas a las del football uruguayo, tanto que constituyen de aquellas, muchas de las que dan mayor brillo y gloria al deporte nacional.

En ese mismo ejemplar de La Tribuna Popular se publicó otra nota titulada: «Peñarol volviendo a la vida activa. Su nueva Comisión».

Esta noche en el local de la Liga Uruguaya, se realizará la Asamblea de Club Peñarol y de la cual ha de surgir una nueva era de progreso para el Club de los colores aurinegros.

La nueva comisión que ha de regir los destinos del club tiene amplias miras para el futuro y el decano de los equipos uruguayos ha de resurgir prontamente.

Esa tarde, mientras Nacional presentaba sus mejores jugadores, Peñarol lo hizo con la segunda división, salvo el golero Crossley.

El partido, jugado frente a siete mil espectadores, terminó empatado en dos goles y le dio el campeonato a River Plate.

La Tribuna Popular del 15 de diciembre comentó así el partido:

UNA MAGNÍFICA PERFORMANCE DEL 2.O TEAM DE PEÑAROL

Una jornada memorable ha agregado ayer el 2.o team de Peñarol a sus anales. […]

No fue pues en vano que los parciales del viejo club peñarolense sintieron revivir ayer pasados entusiasmos y ante el deseado resurgimiento del club de sus afectos formaran interminable caravana que en el Parque Lugano tenía punto terminal.

Un día antes de ese partido, el 13 de diciembre de 1913, Peñarol había jugado otro partido histórico, seguramente el hecho político más importante desde aquella noche del 28 de setiembre de 1891. La asamblea de socios, presidida por Luis Borreti, aceptaba el acuerdo que marcaba la desvinculación definitiva del club y la empresa.

La crisis de 191386

En 1913 culminó una profunda crisis institucional, deportiva y disciplinaria. En los últimos siete años, Peñarol solo había ganado dos campeonatos, en 1907 y 1911, y las relaciones con la empresa eran cada vez más difíciles.

Peñarol, al que ya comenzaba a llamársele, con orgullo o con sorna, «el cuadro del pueblo», en 1913 contaba con 141 socios, apenas 23 más que en 1891. Además, para su administración dependía enteramente de la empresa.

El club, desde que se había fundado, era, si no una dependencia de la empresa pues tenía completa libertad, cuanto menos algo que estaba dentro de ella, ocupaba sus locales, obtenía su garantía por alquilar la cancha y ejercía otros actos que señalaban bien su carácter gremial. Las muestras de complacencia de la empresa, sus ayudas, contribuciones, rebajas, etc., lo mostraban así.87

Pero también es necesario subrayar que los principales miembros de su Consejo Directivo eran empleados que en un escenario de conflicto entre el club y sus superiores jerárquicos estaban obligados a proceder de acuerdo con su dependencia profesional.

Entre 1912 y 1913 se discutió la situación de Peñarol y se procuraron soluciones. ¿Qué era lo que estaba en discusión?

Por un lado, las autoridades del Ferrocarril, y probablemente algunos socios empleados, pretendían que Peñarol volviera a sus orígenes, esto es, se limitara a ser una institución meramente recreativa, abandonando la participación en la Liga y renunciado a su inmensa popularidad y potencia deportiva. Esta pretensión era una marcha atrás imposible para el club más popular del país, pero, al mismo tiempo, los dirigentes de Peñarol se resistían a perder los beneficios que les otorgaba su pertenencia a la empresa.

Los miembros de la comisión directiva estaban, efectivamente, ante un dilema. Obedecer a sus superiores era destruir lo que ellos mismos habían hecho grande y que incluso seis de ellos —la mayoría de los integrantes de la directiva de 1913— habían cofundado: Percy Sedgfield, Thomas B. Davies, William Davies, Isabelino Pérez, J. Best y Thomas Lewis.

¿Por qué el proceso de independencia se produjo recién en 1913, teniendo en cuenta que las relaciones con el administrador general llevaban varios años de conflicto? Es posible enumerar al menos cuatro causas.

La primera y principal: porque nunca hasta el momento habían estado en juego la existencia misma del club ni la desafiliación de la Liga.

La segunda: porque la administración de los socios empleados nunca había implicado choques con los no empleados; incluso estos tenían una participación importante en la gestión política y deportiva del club ocupando la mayoría de los puestos de representación ante la Liga.

La tercera, consecuencia de las anteriores: porque hasta ese momento las ventajas de pertenecer a la empresa habían pesado más que las escasas limitaciones que ello imponía.

Y la última: porque los intentos de crear una institución netamente criolla e independiente —como en el caso del Oriental, luego de la crisis de 1908— no habían tenido éxito y el pueblo peñarolense se había mantenido fiel al viejo club creado por los ingleses, en buena medida por las tres primeras razones.

No debe descartarse, además, que el salto cualitativo que había dado Nacional a partir de 1911 le planteara a Peñarol la necesidad de recoger el desafío e ingresar en una nueva época.

Las discusiones fueron largas y se produjeron fundamentalmente a lo largo de 1912 y 1913.

Percy Sedgfield explicó con claridad:

Se nos había sugerido reiteradamente la conveniencia de evitar partidos en Peñarol y aun la necesidad de sacar al Club de aquella villa. Que estas órdenes contrariaran o no nuestra manera de pensar no viene al caso.88

Isabelino Pérez reconoció:

Nosotros teníamos órdenes de la superioridad de buscar la mejor manera para sacar el football de Peñarol, pues la relajación de la disciplina era cada vez mayor. Con el pretexto del deporte había faltas continuadas en algunos, pedidos de licencias reiteradas en caso de partidos los sábados, discusiones, peleas, etcétera.89

Carlos Saraví, uno de los líderes de los socios no empleados, contó:

Un buen día, Edmundo Acevedo […] me vio en el café La Paz y me hizo saber que estaba resuelto, por inconvenientes surgidos con la empresa, la cesación de toda actividad footballística, de parte de Peñarol. Me dijo, a la vez que existía la mejor buena voluntad para quitar al Club su carácter gremial, y que la comisión actual estaba dispuesta a entrar en tratativas, siempre que la comisión que había de sucederla, se compusiera de gente grata para ellos, y fuera presidida por don Jorge Clulow. Inmediatamente, vi a los amigos Borretti, Risso y Turturiello, y acordada una entrevista con delegados de la Comisión, que lo fueron Isabelino Pérez, Maz, Lewis y Bernabé Pons, llegamos pronto a un acuerdo.90

El acuerdo incluía aceptar el veto a la candidatura para presidente del doctor Francisco Simón. Mr. Bayne no olvidaba su actitud de apoyo y asesoramiento a los huelguistas en 1908. Así lo confirmó Luis A. Borretti:

[…] hoy puede hacerse público, que nos pusieron como condición sine qua non, la no designación del Dr. Francisco Simón para la presidencia de Peñarol.91

Jorge Clulow, el presidente electo por la asamblea del 13 de diciembre de 1913, ocupaba un importante cargo en la Compañía del Gas y había sido presidente de la Liga en 1903.

Consolidación política e institucional de Peñarol

El lunes 15 de diciembre, sin haberse acallado aún los comentarios de la asamblea de sábado y del clásico jugado el domingo, la nueva comisión directiva se reunió, a las nueve y cuarto de la noche, en la casa de Jorge Clulow. Vale la pena recordar que el CURCC no tenía sede y solía sesionar en las oficinas y talleres del Ferrocarril o en el Centro Artesano.

Los diarios dieron cuenta de los hechos con beneplácito. El 19 de diciembre La Tribuna Popular dijo:

Hemos dicho que el viejo Peñarol volvería por sus fueros. […] Es de esperarse ahora que ya que Peñarol tendrá nuevo impulso en sus dirigentes entusiastas partidarios del club auri negro todos ellos, y con amplias miras para el futuro. […] Existe el propósito de quitar al nombre del viejo club sus iniciales clásicas («C.U.R.C.C.») y dejarle puramente «Peñarol F. Club» o «Peñarol F. Asociación».

Las reformas institucionales

En cuatro meses, de enero a abril, se procesaron las reformas institucionales fundamentales:

  1. Apertura de los registros sociales.
  2. Reforma de los estatutos y reglamentos, cambio de nombre y bandera social.
  3. Adquisición de la personería jurídica, indispensable para obtener la autonomía económica y financiera.
  4. Instalación deportiva e institucional fuera de la villa Peñarol, requisito fundamental y excluyente de la transición.

En el mes de enero de 1914 se dio una franquicia para la aceptación de socios activos, eximiéndolos del pago de cuota de ingreso. En ese carácter ingresaron 626 nuevos socios, entre los que se encontraban varios de los promotores de la nueva situación, como Santiago Costa, Julio Facello, Norberto Massone, Félix Polleri, Carlos Saraví, Manuel H. Semino y los hermanos Francisco, Pascual y Carmelo Turturiello.

El 16 de enero se comunicó a la Liga la integración de la nueva directiva. El 5 de marzo se resolvió el cambio de denominación y la aprobación de los estatutos reformados, «con expreso conocimiento y acuerdo de los directores del período anterior».92 El 12 de marzo una nueva asamblea aprobó lo actuado y dos días más tarde se informó lo resuelto a la Liga Uruguaya. En la siguiente sesión, del 17 de marzo, la Liga tomó nota del cambio y se lo comunicó a Peñarol.

El 13 de abril se produjo el hecho que consolidó definitivamente el proceso de transición. Con la firma del presidente de la República, José Batlle y Ordóñez, y de su ministro del Interior, Feliciano Viera, se otorgó la personería jurídica al «Club Atlético Peñarol, antes denominado Central Uruguay Railway Cricket Club».

Una vez obtenida la personería jurídica, Peñarol pudo hacer operativa la autonomía económica y financiera necesaria, es decir, estuvo en condiciones de hacerse cargo de la contratación, la constitución, la cancelación o negociación de obligaciones patrimoniales.

La conformación de un patrimonio propio y la necesidad de hacer frente a los gastos que demandaría la nueva situación eran tareas imperiosas. Lo primero sería conseguir una cancha para jugar. Se alquilaron entonces las del club Bristol, en Capurro, para las prácticas y los partidos de segunda y tercera, y la de Wanderers, en Belvedere, para los partidos como locatario. Ya en el correr de ese mismo año se obtendría una cancha propia. Así se cuenta en la memoria anual de 1914:

[…] frente a la Avenida de las Acacias, en un hermoso paraje, muy apropiado para la práctica de ejercicios físicos, el club ha adquirido la cantidad de 37.949 [metros cuadrados] por la suma de $ 20.207,88 que está abonando en mensualidades de $ 150.

[…] Con el tesoro del club se ha completado la cantidad necesaria para ejecutar las primeras obras cuyo importe alcanza a 6.000 pesos, aproximadamente.

La nueva directiva lograría, al cierre del ejercicio, consolidar un modesto capital social de $ 2.330,11 y un registro de 510 socios activos. Se pagaba medio peso en calidad de cuota mensual.

Cuando se iniciara la temporada de 1914, la vieja cancha de camino Casavalle estaría desierta. Peñarol ya no estaba en la villa ferrocarrilera. Se habían terminado los trenes cargados de hinchas en los domingos de sol, ya no correrían los chiquilines detrás del canchero, ya no se recortaría la silueta de los talleres detrás de los astros del club del pueblo. Las fotos del team ya no tendrían como fondo los vestuarios de ladrillos rojos y las plantas trepadoras. Emilio Carlos Tacconi lo diría con la nostalgia de su niñez. «Peñarol for ever ya no está en Peñarol».93

Peñarol, un claro villorrio de cuento / donde el rey es un ferrocarril. La cancha de la villa y sus hinchas (Atilio Garrido, El País, Tenfield).

Leonard Crossley, el primer maestro del arco. Con su llegada, el fútbol criollo sumaba un aprendizaje fundamental en su camino a la madurez (La Semana, 1909).

El escocés Harley, otro de los maestros del fútbol uruguayo. «Acá fue Juan Harley quien nos enseñó a bajar la pelota y combinar el juego», dijo Juan Pena. Llegó en 1909. Peñarol sería su club de toda la vida y el Uruguay su patria (La Semana, 1909).

Juan Pena, el primer maestro criollo. Prototipo del sportman y del caballero del Novecientos, en su paso por las canchas supo despertar el aprecio y la admiración (La Semana, 1909).

1. José P. Barrán y Benjamín Nahum, Batlle, los estancieros y el Imperio Británico, tomo II, «Un diálogo difícil, 1903-1910», Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo, 1981, pp. 153-154.

2. El joven ingeniero Frank Hudson (Londres, 1850-1937) llegó al Uruguay en 1873, contratado como jefe de talleres. En 1891 fue el primer vicepresidente del CURCC. Ascendido a administrador general, fue presidente de 1900 a 1906, cuando retornó a Inglaterra.

3. Basado en el relato de José Luis Buzzetti, Crónica y comentario del Club A. Peñarol, 1891-1961, Montevideo, 1962.

4. Cf. Buzzetti, o. cit., pp. 46-47.

5. Ibídem.

6. Franklin Morales, «Los albores del fútbol uruguayo», 100 años de fútbol, n.o 1, Editores Reunidos, Montevideo, 1969, p. 9.

7. Ibídem, p. 16.

8. Emilio Carlos Tacconi, Personajes de mi pueblo, Montevideo, Agadu, 1978, p. 149.

9. Eduardo Gutiérrez Cortinas, El padre del siglo, Montevideo, 1999, p. 23.

10. Alberto Mantrana Garín, La epopeya de Peñarol, Montevideo, 1953, p. 39.

11. Buzzetti, o. cit., p. 21.

12. Mantrana Garín, o. cit. p. 23.

13. Ibídem, pp. 21-22.

14. Peñarol, órgano oficial del Club Atlético Peñarol, 25 de diciembre de 1921.

15. Buzzetti, o. cit., p. 23.

16. Cf. Mantrana Garín, o. cit., p. 24.

17. Juan A. y M. Magariños Pittaluga, Del fútbol heroico, Montevideo, CIFSA, 1942, p. 68.

18. Ibídem.

19. Tacconi, o. cit., p. 110.

20. Ibídem, p. 111.

21. Ibídem.

22. Ibídem.

23. La escuela rural n.o 26 se fundó el 2 de abril de 1894, dirigida por María Vittori, quien estaría a su frente por más de 25 años.

24. Buzzetti, o. cit., p. 18.

25. La Razón, 10 de julio de 1900.

26. Magariños Pittaluga, o. cit., pp. 69-70.

27. Buzzetti, o. cit., p. 17.

28. Ibídem.

29. Ibídem, p. 32.

30. Peñarol, órgano oficial del Club Atlético Peñarol, 25 de diciembre de 1921.

31. Carlos Sturzenegger, Football, Leyes que lo rigen y modo de jugarlo, Talleres Gráficos El Arte, Montevideo, 1911, p. 15.

32. Buzzetti, o. cit., p. 36.

33. Sturzenegger, o. cit., p. 15.

34. Cf. Ulises Badano, «Historia de Peñarol», 100 años de fútbol, n.o 9, Editores Reunidos, Montevideo, 1970, p. 212.

35. Franklin Morales, Club Atlético Peñarol. Libro de oro del Centenario, La Mañana y El Diario, Montevideo, 1991, p. 40.

36. Buzzetti, o. cit., p. 30.

37. Los partidos se ganan en la cancha. El año 1903 señala un suceso que traduce una directriz de la conducta de Peñarol. El Club Nacional había ganado un partido 4 a 0 al Uruguay Athletic F. C. El club perdedor protestó el partido porque no había sido presentado el formulario en tiempo y forma. Si Nacional perdía los puntos, Peñarol sería el campeón. El presidente de la Liga, Jorge Clulow, dio el partido por válido. Peñarol, fiel a la norma de que los partidos se ganan en la cancha, votó a favor de Nacional, lo que determinó una igualdad de puntos que obligaría a jugar una final —que se jugó en 1904 y la ganó Nacional—.

38. Morales, «Los albores…», o. cit., p. 22.

39. Magariños Pittaluga, o. cit., p. 105.

40. Ibídem.

41. La Copa Competencia, instituida por F. H. Chevalier Boutell, se disputaba como torneo eliminatorio jugado en Buenos Aires y Montevideo. Fueron torneos separados hasta 1904 y a partir de allí con una final, que se realizaba en Buenos Aires, entre los ganadores de cada serie nacional. Peñarol se clasificó campeón del Competencia —serie uruguaya— en 1901, 1902, 1904, 1905, 1907, 1909 y 1916. En 1910 y 1916 ganó también la serie internacional. La Copa de Honor o Copa Cusenier —nombre de la firma que la instituyó— tenía las mismas características que la Copa Competencia, salvo que las finales se jugaban en Montevideo. Comenzó a disputarse en 1905. Peñarol ganó la serie local en 1907, 1910, 1911 y 1918, y la internacional en 1909, 1911 y 1918.

42. Magariños Pittaluga, o. cit., p. 118.

43. Peñarol, órgano oficial del Club Atlético Peñarol, 25 de diciembre de 1921.

44. Citado por César L. Gallardo, «Los arqueros», 100 años de fútbol, n.o 19, Editores Reunidos, Montevideo, 1970, p. 437.

45. Ibídem, p. 438.

46. La Tribuna Popular, 19 de octubre de 1908.

47. Gallardo, o. cit., p. 437.

48. Barrán y Nahum, o. cit., p. 157.

49. Ibídem, pp. 156-157.

50. Germán D’Elia y Armando Miraldi, Historia del movimiento obrero en el Uruguay. Desde sus orígenes hasta 1930, Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo, 1984, p. 81.

51. Barrán y Nahum, o. cit., p. 157.

52. Ibídem.

53. La Tribuna Popular, 31 de marzo de 1908.

54. Entrevista a José Piendibene en El Telégrafo, 5 de setiembre de 1921.

55. Guillermo García Moyano, Pueblo de los Pocitos, Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo, 1969, pp. 73-74.

56. Mantrana Garín, o. cit., p. 30.

57. La Tribuna Popular, 26 de octubre de 1908.

58. La Tribuna Popular, 6 de noviembre de 1908.

59. Eduardo Gutiérrez Cortinas, «Uruguayos y argentinos», 100 años de fútbol, n.o 5, Editores Reunidos, Montevideo, 1969, p. 104.

60. Juan Andrés De León (Leondé), La vida de José Piendibene, Montevideo, 1951, p. 35.

61. Buzzetti, o. cit., p. 44.

62. César L. Gallardo, «El fútbol del 12», 100 años de fútbol, n.o 3, Editores Reunidos, Montevideo, 1969, p. 53.

63. Magariños Pittaluga, o. cit., p. 206.

64. Rafael Bayce, «La evolución de los sistemas de juego», 100 años de fútbol, n.o 22, Editores Reunidos, Montevideo, 1970, p. 507.

65. Buzzetti, o. cit., p. 44.

66. Mantrana Garín, o. cit., p. 115.

67. Magariños Pittaluga, o. cit., p. 205.

68. Ibídem.

69. Buzzetti, o. cit., p. 47.

70. La Razón, 18 de mayo de 1909.

71. Buzzetti, o. cit., p. 47.

72. Percy Sedgfield, carta enviada al secretario de Peñarol, Alberto Maggi, el 26 de setiembre de 1939. Citada por Alberto Mantrana Garín: Por la verdad, Montevideo, 1939, p. 7.

73. El 7 de diciembre de 1913.

74. Ceferino Camacho volvía de Europa luego de trabajar como ingeniero civil en la empresa Krupp de Alemania, donde también jugó al fútbol en el F. C. Viktoria.

75. Entrevista de Rafael Bayce a Ángel Romano, en Gallardo, «El fútbol…», o. cit., p. 69.

76. Como señala Buzzetti, «el régimen amateur puro se mantuvo en Peñarol hasta el año 1907, en que los jugadores reclamaron el vestuario, botines de football, etc. y el pago de $ 0,50 por práctica, rompiendo el orden estrictamente amateur». Cierto es que los jugadores pagaban cuota social, pero en una entrevista publicada en El País el 21 de octubre de 1939, Ángel Etchenique reconoció que muchas veces quienes pagaban las cuotas eran los colaboradores del club.

77. Dionisio A. Vera (Davy), «Historia del Club Nacional de Fútbol», 100 años de fútbol, n.o 4, Editores Reunidos, Montevideo, 1969, p. 80.

78. Mantrana Garín, o. cit., p. 32.

79. Ibídem, p. 31.

80. Magariños Pittaluga, o. cit., pp. 248-249.

81. Ibídem.

82. Buzzetti, o. cit., p. 43.

83. Diego Lucero (Luis Alfredo Sciutto), «Piendibene, el maestro», Estrellas deportivas n.o 36, La Mañana y El Diario, 24 de mayo de 1978, p. 9.

84. Cf. Mantrana Garín, Por la verdad, o. cit., p. 44.

85. Diario del Plata, 13 de diciembre de 1913.

86. Para un estudio detallado de la transición del 1913 remitimos a Luciano Álvarez, Peñarol, la transición de 1913 y la cuestión del decanato, Ediciones de la Pluma, Montevideo, 2001.

87. Percy Sedgfield, carta citada. Sedgfield no lo dice, pero lo sugiere: la posibilidad de obtener empleo en el Ferrocarril Central era una de las mayores fuerzas de Peñarol para captar jugadores y una de las tantas ayudas recibidas.

88. Ibídem.

89. Isabelino Pérez, en Mantrana Garín, Por la verdad, o. cit., p. 8.

90. Carlos Saraví, en Mantrana Garín, Por la verdad, o. cit., p. 11.

91. Luis A. Borretti, en Mantrana Garín, Por la verdad, o. cit., p. 10.

92. Mantrana Garín, La epopeya…, o. cit., p. 44.

93. Tacconi, o. cit., p. 112.