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Zombificados

En La telaraña de Charlotte, la clásica novela infantil escrita por N. E. B. White, una araña teje la palabra terrible y otros mensajes en su red con la idea de salvar del matadero a un amigo porcino. Volví a experimentar la misma admiración por lo inteligente de su proceder que sintiera de niña al ver la foto de una araña del mundo real cuya telaraña —si bien no tenía las connotaciones sobrenaturales de la de Charlotte— también resultaba asombrosamente original. Este ser con ocho patas —un araneido tropical conocido como Allocyclosa bifurca— había abandonado su motivo circular estrechamente tejido en favor de un patrón desparramado y de estilo libre, distinto por entero a cuanto yo había visto en la escuela arácnida de diseño45. Asimétrica, con hilos de seda que se unían en un caleidoscopio de ángulos, parecía ser la creación de una araña en pleno viaje de LSD.

Resultó que mi impresión no estaba del todo desencaminada. La araña de hecho había sido drogada, pero no por un científico, como sospeché en un principio, sino por una avispa parasitaria (Polysphincta gutfreundi). Su tiranía sobre la araña empieza cuando la avispa se pega a esta y deposita un huevo en su abdomen. A medida que madura en una larva parecida a un gusano, la larva perfora pequeños agujeros en el abdomen de la araña, por los que chupa diversos jugos. Con esta fiable fuente de nutrientes, la larva crece con rapidez mientras la araña sigue construyendo telarañas y capturando presas con normalidad. Al cabo de una semana aproximadamente, la larva de la avispa empieza a inyectar unos compuestos químicos que inducen a la araña a, literalmente, construir una guardería. La resultante estructura de red, que tiene poca semejanza con la anterior telaraña normal, cuenta con filamentos reforzados, más resistentes a los fuertes vientos y lluvias de las tormentas tropicales, y gracias a su refugio en lo alto, la larva en desarrollo se mantiene a salvo de los depredadores en el suelo. Por si un pájaro o lagarto trata de asaltar la guardería, la araña incluso teje una decoración especial destinada a esconder la presencia del parásito.

¿Qué recompensa se lleva la araña por todo este trabajo tan arduo? Justo cuando está terminando de retocar la guardería para la avispa, la larva entonces la mata, succiona todos sus fluidos vitales y deja que su reseco cadáver caiga al suelo. La larva de la avispa, que está dotada de una sola hilera de patas gruesas y cortas, cubiertas en sus extremos por unos ganchos diminutos, a continuación se suspende de la red diseñada a su antojo y crea un capullo. Mientras descansa en su interior como una momia en su sarcófago, muda de piel una vez más y emerge como una avispa adulta.

Son bastantes las avispas parasitarias que explotan de forma parecida a diferentes especies de araneidos. William Eberhard, un entomólogo y aracnólogo del Smithsonian Tropical Research Institute y la Universidad de Costa Rica, descubrió el fenómeno en 2000, pero hoy se culpa de no haber reparado en la manipulación decenios atrás. La estrategia es muy común, según reconoce. Este científico de pelo plateado y setenta años de edad empezó a sentirse fascinado por las avispas durante su primer año en Harvard, cuando aceptó un tedioso empleo en el sótano del museo de zoología comparada de la universidad. Una de sus funciones era la de reponer el alcohol evaporado en los frascos donde se conservaban los especímenes invertebrados. Eberhard detestaba aquel trabajo en un entorno frío, húmedo y subterráneo, pero el conservador de la colección con el tiempo se apiadó de él, lo invitó a subir al piso de arriba y le enseñó a catalogar las especies atendiendo a su parentesco. Vistas de cerca —mientras trataba de dar con los rasgos que tenían en común—, resultaban ser unos portentos de belleza, con los que se familiarizó en tanta medida como un joyero con las gemas. Con la mirada experta y acostumbrada a discernir su morfología y costumbres, con los años se fijó en numerosas telarañas de aspecto asombroso, hechas por araneidos en un estilo tan alejado de su diseño habitual como el realismo lo está del expresionismo abstracto. No solo eso, sino que, al examinarlas de cerca, siempre se encontraba con capullos de avispas colgados de estas telarañas tan raras. «Pero no me detuve a pensar en profundidad cómo se explicaba todo aquello —dice—. Daba por sentado que la araña posiblemente estaba debilitada por la larva de avispa en su abdomen, por lo que no tenía fuerzas para tejer una red normal». En vista de que muchos organismos enferman por obra de los parásitos, nuestro hombre no dio mucha importancia al fenómeno. Eberhard no recuerda qué fue lo que finalmente le llevó a poner en cuestión sus suposiciones, pero un día se dijo: ¡Un momento, estúpido! ¡Esto es interesante! Y cuando se tomó la cuestión verdaderamente en serio, lo que vio le dejó atónito. «Comprendí que mis suposiciones de que la araña se sentía débil y apática, de que apenas podía moverse, no tenían nada que ver con la realidad —indica—. Estaba llena de energía y trabajando sin parar, aunque haciendo algo distinto por completo».

Por lo que entiende, la larva utiliza un cóctel de compuestos químicos, algunos de los cuales operan sobre el sistema nervioso central de la araña para alterar su conducta, mientras que otros (también es posible que sea uno solo) la envenenan una vez que ha concluido su labor. En el curso de un experimento significativo, Eberhard apartó a la larva en el momento preciso en que iba a matar a la araña, y la araña no tan sólo se recuperó por entero, sino que el diseño de su telaraña poco a poco fue volviendo a la normalidad… aunque a la inversa, esto es, las últimas modificaciones en su diseño fueron las primeras en desaparecer. Lo que lleva a este investigador a creer que a medida que se incrementa la concentración del cóctel, los efectos sobre la conducta se tornan más pronunciados. Ello explicaría por qué cuando los niveles disminuyen tras apartar al parásito, la araña cambia su forma de tejer, pero en orden inverso. Se trata de una simple suposición, advierte. Y Eberhard no tiene idea de cómo el sistema por el que la avispa formula órdenes a través de emisiones químicas puede ser «tan increíblemente selectivo y afectar ciertos aspectos exactos del comportamiento del portador, pero no otros. Estamos hablando de unas instrucciones pero que muy precisas que la avispa está dando a la araña, unas instrucciones que van más allá de «súbete ahí» o «tírate al agua».

Para complicar aún más el descubrimiento del mecanismo subyacente, hay muchos tipos diferentes de araneidos que son parasitados por un grupo de avispas igualmente diverso, por lo que parecen darse incontables permutaciones en la ejecución de tales manipulaciones. Y las telarañas inducidas por las avispas son tan variadas que Eberhard no sabe qué esperar de los emparejamientos inusuales. Fue lo que pasó mientras caminaba por un cultivo de café en Costa Rica, donde se fijó en la larva de una rara avispa adherida al abdomen de una araña común (Leucauge mariana). Metió la araña, con la larva pegada a ella, dentro de un frasco, con la esperanza de que siguiera tejiendo en cautividad, cosa que muchas arañas prefieren no hacer. Para su alegría, la prisionera se adaptó bien a su angosta celda y puso manos a la obra de inmediato. Eberhard introdujo un arrugado pedazo de papel en el frasco —las arañas tienen problemas para fijar sus telas al cristal—, y el animal comenzó a adherir sus filamentos pegajosos a un número sorprendentemente grande de puntos en la superficie interior del papel. Su sorpresa se convirtió en conmoción cuando comprendió qué era lo que la araña estaba haciendo: en lugar de limitarse a una construcción bidimensional, plana, como es la costumbre de esta especie, el animal estaba decantándose por una estructura tridimensional. Nunca había visto que una araña de este tipo hiciera algo remotamente parecido. Todas las líneas de la red convergían en un área central, donde la araña urdía una plataforma en forma de balcón y espesamente tejida. Y en lugar de suspenderse de la red —como es costumbre entre las avispas parasíticas—, la larva descansaba tumbada de lado en su capullo, como si estuviera pegándose una siesta.

Hay otro tipo de avispa —de una variedad mucho más extendida— que también parasita a la araña de esta especie. Pero su proceder no puede ser más distinto. En respuesta a su larva, la araña teje una versión mucho más sencilla y simplificada de su normal red plana, con muchos menos rayos irradiando desde el centro y sin filamentos que los unan entre sí. En lugar de una ornada estructura tridimensional, el resultado es una red esquelética y sin el menor rastro del motivo circular emblemático del portador. Por lo visto, cada especie de avispa tiene su propia única poción para embrujar a la araña. También son muy duchas a la hora de sacarle partido a la actividad normal de la araña y de adaptar dicho comportamiento a su propia conveniencia. Eberhard pone un ejemplo: si una especie de araña vive en un emplazamiento resguardado, la avispa puede inducirla a poner una puerta en dicho emplazamiento, a fin de proteger su capullo. O si una araña suele urdir decoraciones destinadas a camuflar su propio cuerpo, la avispa la incita a usar dicha aptitud para esconder a su larva de los enemigos. En pocas palabras, estas avispas parasitarias saben cómo sacarle el máximo rendimiento a su portador.

Las arañas ni de lejos son los únicos seres con motivos para temer las tácticas coercitivas de las avispas parasíticas. Y las drogas no son las únicas armas que las avispas tienen para asegurarse la obediencia de sus víctimas. La Ampulex compressa, más conocida como la avispa esmeralda en razón de su iridiscente brillo azulverdoso, recurre a la neurocirugía para conseguir sus objetivos. Su presa es la tan familiar como poco estimada cucaracha americana (Periplaneta americana). A no confundir con la, en comparación, diminuta cucaracha alemana, común más al norte; esta especie prefiere los climas más cálidos y puede alcanzar el tamaño de un ratón.

Aunque su víctima es de tamaño comparativamente gigantesco, la hembra de la avispa esmeralda que detecta el olor de una cucaracha americana la persigue y ataca con agresividad, incluso si para ello tiene que seguir al insecto en fuga hasta el interior de una casa46. La cucaracha se resiste con todas sus fuerzas, agitando las patas y escondiendo la cabeza para hacer frente al asalto, pero por lo general no le sirve de nada. A la velocidad del relámpago, la avispa pica el vientre de la cucaracha, inyectándole un agente que la paraliza temporalmente, de tal forma que el mastodonte queda inmovilizado para el delicado proceso que tiene lugar a continuación. Como un médico enloquecido y armado con una jeringa, la avispa vuelve a clavar su aguijón, en el cerebro de la cucaracha esta vez, moviéndolo en derredor con rapidez durante medio minuto o así, hasta que encuentra el punto preciso que busca, en el que inyecta una ponzoña. Poco después deja de hacer efecto el agente paralizante administrado mediante el primer pinchazo. A pesar de que el insecto tiene pleno uso de sus articulaciones y la misma capacidad de percibir el entorno que cualquier cucaracha normal, de pronto se muestra extrañamente sumisa. Según Frederic Liberstat, un neurólogo de la Universidad Ben-Gurion de Israel, el veneno ha convertido a la cucaracha en un «zombi» que a partir de ahora aceptará las órdenes de la avispa y se someterá a sus malos tratos sin rechistar. Es un hecho que el insecto no protesta en absoluto cuando la avispa arranca una de sus antenas con las mandíbulas poderosas y procede a succionar el líquido que de ella sale como quien bebe un refresco con pajita. La avispa luego hace lo mismo con la otra antena y, segura de que la cucaracha no va a irse a ninguna parte, la deja a solas durante unos veinte minutos mientras busca un escondrijo en el que depositar un huevo a ser incubado por la cucaracha. A todo esto, la esclava carente de voluntad propia asea su cuerpo —quitándose de encima esporas fúngicas, gusanillos minúsculos y otros parásitos— para que la avispa disponga de una superficie estéril a la que pegar su huevo. Cuando vuelve, la avispa agarra a la cucaracha por el muñón de una de sus antenas seccionadas y «la conduce hasta el escondrijo como quien lleva a un perro por la correa», indica Libersat. Gracias a su cooperación, la avispa no tiene que gastar energías en arrastrar a la cucaracha descomunal. De forma no menos importante, según agrega Libersat, «tampoco necesita paralizar todo el sistema respiratorio, de forma que la cucaracha sigue viva y fresca. Su larva necesita alimentarse durante cinco o seis días de esta carne fresca, por lo que no interesa que se pudra».

La avispa entra primero en la madriguera, con la cucaracha a remolque, pone un huevo en el exoesqueleto de su pierna y a continuación se marcha en busca de ramitas y escombros con los que taponar la abertura, emparedando a la cucaracha en vida. Su vástago luego procede a vaciar a la cucaracha desde abajo hasta arriba, y el retoño de avispa por último emerge de la madriguera para repetir el ciclo.

A fin de comprender cómo la avispa domina a su portador de mucho mayor tamaño, el equipo de Libersat nutrió al alado tirano con un compuesto radioactivo que fue incorporado a su ponzoña. Después de que la avispa picara a la cucaracha, los investigadores pudieron ver adónde se dirigía el veneno. Descubrieron que la ponzoña anulaba un centro neuronal fundamental para la toma de decisiones. Por decirlo en pocas palabras, la información procedente de los ojos y demás órganos sensoriales de la cucaracha es transmitida a este nexo y, tras procesar dicha información, el insecto decide qué va a hacer a continuación. Según explica Libersat, las cucarachas no son unas autómatas que reaccionan a los estímulos de la misma forma cada vez. Al igual que nosotros, pueden resultar impredecibles. Piensan antes de actuar, motivo por el que son tan duchas en escapar del ser humano que las persigue armado con un periódico enrollado. De modo que cuando la ponzoña desbarata ese módulo de mando central, al animal de hecho le han arrebatado el libre albedrío. En lugar de correr para salvar la vida, se ve paralizado por la indecisión. Todo cuanto hace falta es que la avispa estire un poco de ella para que se sobreponga a la inercia y eche a andar hacia la muerte con docilidad.

La forma en que la avispa guía su aguijón hasta dicha crítica región cerebral —una agrupación de neuronas la mitad de pequeña que la cabeza de un alfiler— fue un enigma difícil de resolver para el equipo de Libersat. Según indica, su precisión es tal que resulta comparable con los sistemas más modernos de la medicina para localizar y destruir unos objetivos muy pequeños alojados en el cerebro. Para conseguir que la avispa revelara su secreto, los investigadores le hicieron una jugarreta. Extirparon el cerebro de la cucaracha y entregaron el animal a la avispa para ver qué hacía con él. La avispa sondeó su cabeza durante casi ocho minutos hasta que la frustración le llevó a dejarlo correr.

Este y otros experimentos les llevaron a resolver el misterio. Finalmente descubrieron que el extremo del aguijón de la avispa tiene unos mecanorreceptores especiales que notan la tensión y la presión. Cuando el aguijón llega al recubrimiento que encierra el cerebro de la cucaracha, se tropieza con un material ligeramente resistente que se comba. «Lo que indica a la avispa: hinca por aquí y a continuación pulveriza la ponzoña —explica Libersat—. Es una especie de sensación táctil». Por si no bastara con sus impresionantes y ultramodernas aptitudes como cirujana, la avispa esmeralda también es una química muy creativa. Al analizar su ponzoña, el equipo de Libersat se sorprendió al descubrir que uno de sus ingredientes es la dopamina, un neurotransmisor conocido porque empuja a las ratas a aparearse. Se preguntaron si este compuesto químico explicaba la forma en que la avispa induce a la cucaracha a limpiarse de parásitos que pudieran dañar a la larva. Y sí, al inyectar dopamina a una cucaracha no infectada, el animal respondió sumiéndose en una limpieza corporal. La dopamina también ejerce profundo efecto sobre las motivaciones de un animal, lo que ofrece una nueva pista sobre el modo en que la avispa amaestra a su víctima. «A la hora de manipular la estructura neuroquímica de sus presas, estas avispas son mucho mejores que los neurocientíficos que las estudian», se maravilla Libersat.

En otros rincones del reino animal, los parásitos manipulan a sus portadores por razones muy diferentes. Un percebe del género Sacculina, por ejemplo, trata de redirigir la atención que un cangrejo dedica a sus vástagos al cuidado y la nutrición de los retoños del propio percebe. Resulta difícil creer que un percebe pueda trazar semejantes planes, y más todavía que tenga el talento necesario para llevarlos a la práctica, pero la Sacculina está claramente por encima de lo que es habitual en su clan. No tiene valvas ni se adhiere a rocas, algas y demás. La Sacculina lleva a pensar en un manojo de raíces que hayan invadido el interior suave y carnoso del cangrejo como un cáncer metastásico47. Si hay un ser de la vida real que se ajusta a la imagen pesadillesca de un ladrón de cuerpos, estamos hablando de este percebe.

En la infancia, el parásito es una larva que vive en libertad y nada por las aguas hasta que, guiada por el olor, se posa sobre un cangrejo. La hembra de Sacculina —las larvas vienen en dos géneros— a continuación clava la aguzada parte de su exoesqueleto en forma de daga a través de la gruesa armadura del cangrejo. Por medio de la punta de su arma, inyecta una diminuta agrupación de sus células, cuya forma recuerda la de un gusano, y al momento deja atrás su aparatoso abrigo exterior. Una vez dentro del cangrejo, las células crecen hasta convertirse en un espeso amasijo de raíces que terminan por invadir los ojos antenados del crustáceo, su sistema nervioso y otros órganos. El cangrejo sigue comportándose como sus pares no infectados, recorriendo la orilla y alimentándose de moluscos. Pero el alimento que reúne proporciona a la Sacculina las energías necesarias para despojarlo de su poder, lo que con el tiempo lleva a la esterilización del animal, uno de los recursos preferidos por los manipuladores parasitarios.

El crustáceo cesa de aparearse o crecer más y ahora tan solo vive para alimentar al percebe y ayudarlo a reproducirse. En el punto de su vientre donde una hembra de cangrejo normalmente desarrolla una bolsa para sostener a su progenie, el colonizador aparta sus tenazas y elabora otra bolsa para su propia prole. Guiadas por el olor, dos larvas masculinas terminan por entrar en esta cámara y empiezan a fertilizar los huevos de la hembra. «Lo que de hecho sucede es que estos dos machos se convierten en parte integral de la hembra», dice Jens T. Høeg, experto en los percebes parasitarios. «En el plano funcional, la hembra se convierte en hermafrodita». Mientras los huevos se desarrollan, el cangrejo mantiene limpia la bolsa del invasor deshaciéndose de algas y otros parásitos y, llegado el momento de la salida del cascarón, el crustáceo migra a aguas más profundas. Allí libera a las crías por medio de grandes latidos y hastas agita las corrientes con sus pinzas para facilitar su marcha. Y los retoños del percebe no tardan en ser arrastrados por la corriente… para enseñorearse de otros cangrejos.

Pero los servicios del portador para con el parásito están lejos de haber terminado. Por el contrario, no han hecho más que empezar. La Sacculina sigue produciendo nuevas remesas de huevos y, cada pocas semanas, el cangrejo vuelve a las aguas más profundas para repetir el mismo ritual de dispersión de las crías del parásito. El crustáceo ha cesado de tener una voluntad propia, y no volverá a tenerla en el resto de su vida.

No tan solo las hembras de cangrejo se ven forzadas a una vida de esclavitud. El percebe puede convertir a un cangrejo en una cangreja. Los cangrejos macho por lo general tienen el abdomen estrecho, pero una vez invadidos por la Sacculina, su cuerpo asume las formas más anchas propias de la hembra y también desarrolla una bolsa para alojar a las crías del parásito. Para completar este cambio de sexo, el macho feminizado hace gala de los instintos maternales necesarios para que se esmere en el cuidado y protección de los vástagos del parásito.

Desde Escandinavia a Hawái, pasando por la costa meridional australiana, en el mundo hay más de cien especies de Sacculina, y el percebe parasitario infecta a un número asombroso de cangrejos en ciertas regiones: hasta el 20 por ciento en los fiordos de Dinamarca; el 50 por ciento en Hawái; el 100 por cien en algunas zonas del Mediterráneo. Es posible identificar los crustáceos infectados por las excrecencias amarillentas, parecidas a champiñones, que exhiben en sus partes inferiores; se trata de la bolsa del parásito. Dado que los cangrejos infectados ya no pueden mudar a una valva de mayor tamaño, también acostumbran a estar recubiertos de algas y percebes (del tipo corriente y no invasivo). Si te tropiezas con uno de estos híbridos seres huyendo a la carrera por la orilla, párate a admirar la titánica hazaña del parásito. Esta forma con ocho patas puede dar la impresión de estar actuando como cualquier otro cangrejo, pero en realidad es un robot anfibio.

En principio, los hongos no parecen tener mucho que ver con los percebes parasíticos, pero existe un tipo que se hace con el control de su portador —una hormiga carpintera— y coloniza su cuerpo de modo parecido. Con la matización de que sus tácticas son exactamente las mismas. El hongo no explota el afecto de progenitor en provecho propio. Pero su objetivo final es idéntico: lo que quiere es que su portador encuentre un lugar ideal para propagar a sus propias crías y brindarles un prometedor inicio en la vida.

Incluso cuando es una simple espora, este hongo concreto, el Ophiocordyceps, nada tiene de dócil48. Al entrar en contacto con una hormiga carpintera, de la espora brotan unas extensiones que perforan el insecto, pasan a su interior e invaden su cuerpo entero. La espora a continuación ordena a la hormiga que se suba a un pimpollo de árbol al mediodía solar exacto. Tras ascender una treintena de centímetros, el insecto se traslada a la cara inferior de una hoja situada en el lado noroeste de la planta y se aferra a su vena principal, un sólido punto de unión. En ese mismo momento, el hongo destruye los músculos que controlan las mandíbulas de la hormiga, condenándola a mantenerlas cerradas para siempre. Petrificado como una estatua, el portador muere, y de su cabeza brota el hongo, un tallo solitario con un cuerpo fructificador en la punta. Este pronto estalla, sembrando el suelo de esporas, que otras hormigas no tardarán en picotear

David Hughes, un entomólogo de origen irlandés que trabaja en la Universidad estatal de Pennsylvania, fue el primero en documentar el fenómeno. «Hubo quienes rechazaron mis primeros informes, hechos en 2004 y 2006, porque la gente simplemente no se lo creía», explica.

Según agrega, las hormigas zombis —como las denomina— no tan solo existen, sino que son muy comunes.

En los bosques pluviosos del mundo entero es posible encontrar hasta veintiséis de sus espeluznantes cadáveres por metro cuadrado. Hughes comenta: «Tengo la costumbre de llamar “los campos de la muerte” a estos densos cementerios».

A fin de entender las estrafalarias órdenes que el hongo imparte a la hormiga, Hughes ha movido hojas con hormigas zombis pegadas a ellas a alturas un poco más bajas o elevadas, o a distintos lados de la planta. Los hongos transplantados no tienen tanto éxito para propagarse en estos casos, y está claro que existe una lógica evolutiva tras las tan precisas órdenes que el parásito da a la hormiga. Hughes no termina de establecer de qué se trata. Cree que posiblemente esté relacionado con el hecho de que los hongos crecen mejor en temperaturas frías y aire muy húmedo. La parte noroeste de la planta recibe menos sol, y es más probable que las hojas situadas a baja altura estén cubiertas por la sombra. Sin embargo, ni por asomo se explica qué hace el hongo para que la hormiga se aferre a la vena principal de una hoja, lo que resulta ajeno al comportamiento normal de una hormiga. «En principio, no hay razón para suponer que la hormiga pueda distinguir entre la vena y la lámina».

También le deja perplejo que la hormiga muerda la vena al mediodía solar. Su teoría es que, cuatro horas después, coincidiendo con la puesta de sol, el hongo se trasladará del interior al exterior de la hormiga, en un peligroso momento de transición en el que corre mayores riesgos de morir. La llegada de la noche proporciona las condiciones de oscuridad y humedad favorecedoras de su crecimiento, de forma que quizá está tratando de sincronizar un momento vulnerable en su desarrollo con una hora ventajosa del día.

Hughes no se contenta con el trabajo de campo, sino que estudia la manipulación en su laboratorio, donde conserva los cerebros de las hormigas vivos dentro de frascos de cristal (¡este órgano no necesita de un cuerpo para funcionar!). Después mete hongos en los recipientes. Al germinar, el parásito produce una serie de elementos químicos, algunos de los cuales replican compuestos presentes en el cuerpo de la hormiga. Pero Hughes sospecha que posiblemente también emplea sustancias químicas ajenas para controlar a la hormiga… como un poderoso alucinógeno, por ejemplo. Su intuición se basa en el estrecho parentesco entre el parásito y el hongo cornezuelo, del que se deriva el LSD.

Hasta ahora, cada manipulador al que me he referido resulta ser un parásito, pero no todos se ajustan a dicha categoría. Algunos manipuladores alteran la conducta de otro ser en interés propio, pero a cambio ofrecen un beneficio. En consecuencia, seguramente es más apropiado llamarlos simbiontes. En vista de que estos gobernantes más amables también ponen en cuestión la idea de que los pensamientos de uno son de uno y de nadie más, voy a referirme a los simbiontes en las próximas páginas. De hecho, es posible que nosotros mismos estemos influidos por ellos: se sospecha que las bacterias normalmente presentes en el organismo humano manipulan nuestro comportamiento para su beneficio pero también para el nuestro. Más tarde hablaremos de ellas, pero por el momento fijémonos en un benévolo manipulador que tan solo afecta a los seres humanos de manera tangencial pero que siempre se las arregla para arrancar una sonrisa a los amantes del café y el té. La historia la protagoniza un traficante de drogas dotado de pétalos: esa delicia bienoliente que llamamos flor.

Todo empezó hace más de diez años, cuando unos investigadores farmacéuticos alemanes descubrieron que numerosas variedades de flores añaden cafeína a su néctar49. Geraldine Wright, una neuroetóloga estadounidense de la Newcastle University, en Inglaterra, leyó el informe sobre su descubrimiento y se quedó atónita. La presencia de cafeína en semillas y hojas es conocida desde hace mucho tiempo, pues a los insectos les resulta tóxica y amarga, razón por la que las plantas muchas veces recurren a este compuesto para repelerlos. Pero lo último que esperaba era que encontraran insecticida en el néctar. Al fin y al cabo, estamos hablando del dulce alimento que las plantas en flor usan a fin de atraer a las abejas para su polinización. Sin embargo, al seguir leyendo, Wright reparó en que las cantidades de cafeína en el néctar eran muy inferiores a las existentes en otras partes de la planta, lo que sugería que las abejas posiblemente ni llegaban a detectarla. Wright llevaba años estudiando a las abejas con el propósito de entender los mecanismos sustentadores del aprendizaje y la memoria humanos, pues los cerebros de las abejas son bastante parecidos a los nuestros en el plano molecular. Empezó a considerar la posibilidad de que una dosis tan baja de cafeína pudiera ser un estimulante para ellas, como lo es para nosotros. Y entonces tuvo una inspiración: era posible que las flores, se dijo, estuvieran usando esta droga para mejorar la memoria del insecto, con intención de que volviera para cruzar la polinización con ellas. A la abeja seguramente también le favorecería recordar dónde se encontraba situada una excelente fuente de néctar.

Wright tenía las aptitudes idóneas para investigar esta posibilidad. Entre otras cosas, y como no es de sorprender, su profesionalidad resulta absoluta a la hora de manejarse con abejas, cuyos aguijonazos no le dan miedo. (Antes de hablar con ella visité su página web en el portal de la universidad, donde encontré una foto en la que aparecía cubierta con «un bikini de abejas», un enjambre de insectos que pudorosamente cubría sus partes femeninas más íntimas y delicadas. Según me contó, «a los apicultores les gusta hacerse fotos con las abejas a modo de barbas o de bikinis, para fanfarronear un poco»). Pero si bien tenía los conocimientos y el arrojo para examinar el efecto de la cafeína en las abejas, carecía de los fondos precisos. Como tantos otros científicos en situación precaria, Wright no tenía un financiador, lo que le obligó a costear el proyecto de su bolsillo. Ella misma se pagó el viaje a Costa Rica para recoger néctar de las flores de las plantas del café, la elección más obvia a fin de comprobar su teoría.

Fueron dos semanas de trabajo, que al final de nada sirvió. Los maleteros del aeropuerto londinense de Heathrow perdieron su maleta llena de probetas con la sustancia. Echó mano al bolsillo otra vez y volvió al país centroamericano para repetir la labor. «No hace falta que se apiade de mí —indica—. Me divertí mucho. También fueron unas vacaciones».

Unos meses después tenía el suficiente néctar de café para poner a prueba su teoría en el laboratorio británico. Se quedó asombrada al comprobar que sus abejas tenían una memoria prodigiosa con o sin la adición de la cafeína. Se rascó la cabeza y pensó que el examen de memoria al que había sometido a las abejas quizá era demasiado fácil. Les había hecho reconocer un aroma floral determinado y al día siguiente había medido hasta qué punto era bueno su recuerdo. Pero en su estado natural, las abejas saltan de flor en flor cada treinta segundos, por lo que están obligadas a recordar centenares de aromas en el curso de un día o dos. En términos humanos, «resulta comparable a empollar para un examen, lo que te obliga a absorber un montón de información en muy poco tiempo, en oposición a estudiar menos datos a lo largo de un período más largo de tiempo, con una mucho mejor memorización». Incrementó la dificultad del examen de memoria, y el resultado esta vez fue oro científico puro50. Las abejas obtuvieron pésimos resultados sin cafeína, pero una vez les fue suministrada la dosis normal en el néctar, «se desempeñaron de modo casi perfecto. Un resultado bastante sorprendente. Creo que es el primer caso donde nos encontramos con que una planta manipula farmacológicamente a un animal».

Wright calcula que, teniendo en consideración el tamaño corporal, los insectos consumen una dosis de la droga más o menos equivalente a la que una persona absorbe a partir de una taza de café flojo.

¿Es posible que las flores también nos manipulen a nosotros? «Es probable», responde Wright riendo. Sobre todo —según aclara al instante—, como efecto secundario de la evolución. Dado que el cerebro humano comparte las mismas piedras angulares que el de las abejas, Wright considera que la cafeína también influye en nuestra cognición. Recurrimos a ella a diario para mantenernos despiertos y productivos… en pocas palabras, para obtener el «subidón» que envidiamos a las abejas. Pero, extrañamente, no está claro que la cafeína mejore la memoria humana. Algunas investigaciones indican que no, pero cuando los científicos de la Universidad Johns Hopkins recientemente estudiaron un tipo muy específico de recuerdo, no demasiado examinado hasta entonces, encontraron que de hecho sí que puede favorecer la memoria51. De forma curiosa, esta droga mejora un tipo de recuerdo en el que nos basamos para distinguir entre objetos muy parecidos pero distintos, como tipos de coches, martillos o, irónicamente, flores52.

«Si lo piensas, la cosa tiene su gracia —dice Wright—. La cafeína es la droga de uso más extendido en el mundo entero, pero las abejas llevan consumiéndola millones de años antes de nuestra aparición en el planeta53».

Sus descubrimientos encierran otro giro curioso. Según explica, entre las multitudes de plantas con floración que hay en el mundo, muy pocas tienen cafeína en su néctar, y sin embargo esta diminuta minoría de plantas están entre las más extensamente cultivadas en la actualidad. Además del cafeto, entre ellas se incluyen las plantas del té, el cacao (del que elaboramos el chocolate) y la nuez de cola (un fruto seco para mascar, muy extendido en el África ecuatorial). Como subraya Wright con humor sardónico, nos gusta la sensación que la cafeína nos proporciona, «por lo que es posible pensar que estas plantas con flor de hecho nos manipulen induciéndonos a cultivar enormes plantaciones de ellas».

En el curso de este vertiginoso recorrido por los manipuladores he hecho repetida referencia a su astucia. Pero antes de seguir es importante dejar claro que los manipuladores pueden cometer errores. Pueden confundirse y subirse al vehículo que no les conviene, esto es, una especie incapaz de cumplimentar sus objetivos reproductivos. Cosa que sucede con mayor frecuencia de lo que parece. De hecho, los manipuladores pueden causar descomunales daños colaterales, circunstancia desdichada que muchas veces se pasa por alto al estimar el alcance total de su influencia en el comportamiento animal y humano.

Lo que nos lleva al parásito del gato.


45. William Eberhard, entrevista con la autora, 31 enero 2013.

46. Frederic Libersat, entrevista con la autora, 20 marzo 2012 y 5 noviembre 2015. Para un buen artículo de resumen, véase Frederic Libersat y Ram Gal, «Wasp Voodoo Rituals, Venom-Cocktails, and the Zombification of Cockroach Hosts», Integrative and Comparative Biology (2014): pp. 1-14, doi: 10.1093/icb/icu006.

47. Jens T. Høeg, entrevista con la autora, 3 noviembre 2015. Para una exquisita descripción de la Sacculina, véase C. Zimmer, Parasite Rex (Simon and Schuster, Nueva York, 2000), edición Kindle, capítulo 4.

48. David Hughes, entrevista con la autora, 9 agosto 2013.

49. Geraldine Wright, entrevista con la autora, 10 agosto 2013.

50. Ibid.; también G. A. Wright et al., «Caffeine in Floral Nectar Enhances a Pollinator’s Memory of Reward», Science 339, número 1202 (2013): pp.1202-1204, doi: 10.1126/science.1228806.

51. D. Borota et al., «Post-Study Caffeine Administration Enhances Memory Consolidation in Humans», Nature Neuroscience 17, número 2 (febrero 2014): pp. 201-203. Véase también I. Sample, «Coffee May Boost Brain’s Ability to Store Long-Term Memories, Study Claims», Guardian, 12 enero 2014, y S. E. Favila y B. A. Kuhl, «Stimulating Memory Consolidation», Nature Neuroscience 17, número 2 (febrero 2014): pp. 151-152.

52. Michael Yassa, entrevista con la autora, 4 noviembre 2015.

53. Wright, entrevista con la autora.