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El inicio de las clases fue exactamente como esperaba. Elec se comportaba como si no me conociera cada vez que coincidíamos en la misma clase o en la cafetería. Fuera a donde fuera, enseguida se formaba un corro de chicas a su alrededor, y se convertía en alguien popular sin tener que decir ni una palabra. Seguramente lo que menos me sorprendió de todo fue la reacción de Victoria.

—¿Crees que tengo alguna posibilidad?

—¿De qué?

—De tirarme a Elec.

—No me metas en esto, porfa.

—¿Por qué? Ya sé que no os lleváis bien, pero eres mi pasaporte para llegar a él.

—Pues a mí no me traga. No veo como podría ayudarte.

—Podrías invitarme a tu casa, arreglarlo todo para que coincidamos todos en la misma habitación. Y luego te vas y nos dejas solos.

—No sé. Me parece que no acabas de entender cómo es.

—Que sí, que ya sé que no os lleváis bien, pero ¿de verdad te molesta si trato de acercarme a él? A lo mejor podría ayudarte si al final acabamos saliendo.

—No creo que Elec sea de los que salen en serio con una chica.

—No…, él es de los que se tiran a la chica, y me parece perfecto. Yo me ofrezco encantada.

Mi corazón latía a toda prisa, y me odié por ello. Cada vez que Victoria sacaba el tema, me sentía terriblemente celosa. Era como estar librando en secreto una batalla conmigo misma. Y no podía decírselo a nadie. No sé que parte era la que me molestaba más. ¿Era la idea de que mi amiga y Elec follaran, de que ella pudiera tocarle y convertir en realidad mis más oscuras fantasías? Eso me molestaba, desde luego, pero creo que lo que más me inquietaba era pensar que Elec pudiera conectar con alguien a un nivel más profundo mientras a mí seguía despreciándome.

Y no soportaba que eso me importara.

Saqué la mochila de la taquilla.

—Estás loca. ¿No podemos hablar de otra cosa?

—Vale. He oído que Bentley quiere pedirte que salgas con él.

Cerré la puerta de la taquilla de golpe al oír aquello.

—¿Quién te lo ha dicho?

—Se lo dijo a mi hermano. Dice que quiere pedirte que vayáis al cine.

Bentley era uno de los pijos populares. Y no acababa de entender por qué se había interesado por mí, porque normalmente solo salía con chicas de su círculo. Aunque en realidad yo no formaba parte de ningún grupo, ni del de Bentley ni de ningún otro. Por un lado estaban los que eran como Bentley, de la zona rica de la ciudad. Luego estaban los alternativos. Estaban los alumnos que habían venido de otros países en el programa de intercambio. Los que eran populares solo porque eran guapos, estrafalarios o rebeldes (Elec). Victoria y yo formábamos un grupo aparte. Nos llevábamos bien con todo el mundo y no nos metíamos en líos. Pero, a diferencia de mi mejor amiga, yo era virgen.

Yo solo había tenido un novio, Gerald, y acabó rompiendo conmigo porque no le dejé ir más allá de tocarme las tetas. Corrió la voz de que era virgen y en el instituto algunos se reían de mí a mis espaldas. Aún lo veía de vez en cuando por los pasillos, pero en general trataba de evitarle.

Victoria hizo una pompa con el chicle.

—Bueno, pero si te pide que salgáis, podemos invitar a Elec. Él viene conmigo y tú vas con Bentley. Podríamos ir a ver esa peli nueva de terror.

—No, gracias, vivir con Elec ya es bastante terrorífico.

A la mañana siguiente, mis palabras volverían para acosarme. Me estaba preparando para ir a clase, cuando abrí el cajón de la ropa interior y vi que estaba vacío.

Me puse encima unos pantalones de yoga tipo militar y entré en la habitación de Elec hecha una furia cuando él se estaba poniendo una camiseta.

—¿Qué has hecho con mi ropa interior?

—No mola cuando alguien te quita tus cosas, ¿eh?

—Te cogí una caja de cigarrillos, pero la tuve menos de cinco minutos y te la devolví. ¡Tú te has llevado toda mi ropa interior! Es muy distinto.

No sé cómo podía haber pensado que no se iba a vengar. Últimamente no me había hecho ni caso y yo, tonta de mí, supuse que todo estaba olvidado.

Me puse a registrar sus cajones. Mi mano se apartó enseguida cuando tocó una tira de condones.

—Puedes buscar todo lo que quieras. No están aquí. No pierdas el tiempo.

—¡Como me las hayas tirado te vas a enterar!

—Había algunas bragas muy sexys. ¿Cómo iba a tirarlas?

—Eso es porque me han costado un riñón.

La ropa interior seguramente era lo único en lo que me permitía gastar. Absolutamente todo lo que compraba venía de una tienda de lencería online muy cara.

Cuando me arrodillé para mirar debajo de la cama, Elec se echó a reír.

—Vaya, se te ha metido el pantalón por la raja del culo.

Yo me levanté de un salto y apreté los dientes.

—Es lo que pasa cuando no tienes ni unas jodidas bragas que ponerte.

Me moría por tirarme del pantalón para sacarlo, pero eso solo habría empeorado las cosas. Me incorporé para mirarle.

Elec me miró de arriba abajo.

—Las recuperarás cuando esté preparado para devolvértelas. Y ahora si me perdonas… —dijo, y se fue corriendo escaleras abajo.

Ni siquiera me molesté en intentar detenerle. Ya sabía que no iba a ceder. De camino al instituto me pasé por Target y compré algunas bragas baratas para usarlas mientras encontraba la forma de recuperar las mías.

Ese día volví a casa muy nerviosa. Entre lo de la ropa interior y que Bentley me pidió que saliéramos, necesitaba desesperadamente un helado… y no un helado cualquiera, sino un helado casero de los que me preparaba de vez en cuando con la máquina que me habían regalado por Navidad el año anterior.

Eché todos los dulces que habían sobrado de Halloween y acabé con una deliciosa combinación de barritas de chocolate, caramelo y coco con base de vainilla.

Cuando terminé de prepararlo, me senté a la barra de la cocina con mi cuenco gigante y cerré los ojos mientras saboreaba cada bocado.

Oí que la puerta de la calle se cerraba de un portazo y al poco Elec entró en la cocina. El olor a cigarrillos de clavo y colonia flotaba en el aire. No soportaba ese olor.

Adoro ese olor, quiero fundirme en él.

Como de costumbre, Elec no me hizo ni caso. Fue hasta la nevera, cogió la leche y se puso a beber directamente del cartón. Vio mi helado, se acercó a la barra y me quitó la cuchara de la mano. Se la metió en la boca y se zampó el helado. El metal del piercing del labio chocaba contra la cucharilla, y la lamió con fuerza hasta que quedó limpia. Yo estaba hecha un manojo de nervios. Luego Elec me devolvió la cuchara. Su lengua apareció levemente entre los dientes, como si fuera una serpiente. Jo, hasta los dientes los tenía sexys.

Abrí el cajón, cogí otra cuchara y se la di. Y los dos nos pusimos a comer del cuenco sin decir nada. Una cosa tan simple, y sin embargo el corazón me iba a mil. Era la primera vez que me concedía voluntariamente el honor de honrarme con su compañía.

Al final, a mitad de un bocado, me miró.

—¿Qué le pasó a tu padre?

Me tragué el helado y traté de contener la emoción. La pregunta me pilló desprevenida. Dejé la cuchara contra el cuenco.

—Murió de cáncer de pulmón a los treinta y cinco. Fumaba desde que tenía doce años.

Elec cerró los ojos y asintió como si comprendiera. Era evidente que había entendido por qué me afectaba tanto que fumara.

Pasaron unos segundos, y estaba mirando al cuenco cuando dijo:

—Lo siento.

—Gracias.

Los dos seguimos comiendo helado hasta que no quedó nada. Elec cogió el cuenco, lo lavó en el fregadero, lo secó y lo guardó. Y se fue a su cuarto sin decir nada más.

Yo me quedé en la cocina un rato más, repasando aquel extraño encuentro. Su interés por mi padre me había sorprendido. También pensé en el momento en que Elec había lamido mi cuchara y en lo que sentí cuando la lamí yo después.

El teléfono sonó. Un mensaje de texto de Elec.

Gracias por el helado. Estaba muy bueno.

Cuando volví a mi cuarto, encontré unas braguitas perfectamente dobladas en mi armario. Si esa era su manera de tenderme una rama de olivo, no sería yo quien la rechazara.

El Elec «amable» duró muy poco. Unos días después de nuestro bonito encuentro ante el helado, se presentó en el café donde yo trabajaba después de clase, justo en la hora punta. El Kilt Café estaba en la misma calle que el instituto, y servía cosas como sándwiches, ensaladas y café.

Y por si no era ya bastante malo que se presentara allí, se había traído a la que seguramente era la chica más guapa del instituto. Leila era una rubia platino con pechos altos y firmes. Justo lo contrario que yo. Yo tenía un físico más propio de una bailarina o una gimnasta. Mi melena rubiorrojiza era lisa y sencilla, en contraposición con la melena voluminosa al estilo tejano de ella. Por su aspecto cualquiera habría pensado que era una zorra, pero en realidad era una chica muy maja.

Leila saludó.

—Hola, Greta.

—Hola —dije mientras dejaba sus menús sobre la mesa.

Elec me miró fugazmente, pero ya vi que prefería evitarme. Supongo que no sabía que yo trabajaba allí, o al menos yo no se lo había dicho.

Sentí una punzada de celos cuando vi que rodeaba las piernas de Leila con las suyas por debajo de la mesa.

No estaba muy segura de que ella supiera que Elec era mi hermanastro. Yo no hablaba de él con la gente del instituto, y supuse que él tampoco hablaría de mí.

—Os dejo unos minutos para que os lo penséis —dije, y volví a la cocina.

Mientras les espiaba, vi que Leila se incorporaba y le plantificaba un beso en la boca. Me puse mala. Le cogió el aro del labio entre los dientes. Habría jurado que estaba ronroneando. Brrrr. Nunca en mi vida había tenido tantas ganas de desaparecer.

Volví a la mesa de muy mal humor.

—¿Ya habéis decidido lo que vais a tomar?

Elec miró a la pizarra donde aparecían los platos del día y sonrió con sorna.

—¿Cuál es la sopa del día?

El muy cabrón.

—Pollo.

—No. Eso no es lo que pone ahí.

—Es lo mismo.

—¿Cuál es… —repitió Elec— la sopa… del día?

Yo me lo quedé mirando un momento y apreté los dientes.

—Sopa «Cock-a-leekie».*

El dueño del café era de Escocia y por lo visto aquello era un plato de su tierra.

Él me dedicó una sonrisa traviesa.

—Gracias. Tomaré la sopa de polla. ¿Leila?

—Yo quiero la ensalada verde —dijo ella mirándonos al uno y al otro con expresión confundida.

Yo me lo tomé con calma y tardé un rato en llevarles la comida. Me daba igual si la sopa se enfriaba.

Unos minutos después, Elec levantó el índice para indicarme que me acercara.

—¿Sí? —resoplé.

—Esta polla pierde. Está floja y fría. ¿Podrías llevártela y decirle al cocinero que le falta sabor?

Parecía que estaba conteniendo la risa. Leila no decía nada.

Me llevé la sopa a la cocina y la tiré de mala manera en el fregadero junto con el cuenco de cerámica. Pero en vez de hablar con el cocinero, de pronto se me encendió la lucecita y decidí encargarme de aquello personalmente. Cogí el cucharón y serví más sopa en otro cuenco. Abrí una botella de salsa picante y le eché una cantidad más que generosa.

Aquello estaría ardiendo en más de un sentido. Volví a salir y la dejé con cuidado ante Elec.

—¿Algo más?

—No.

Me volví a la cocina y esperé en el rincón para ver qué pasaba. La expectación me estaba matando. La lengua se le iba a caer en cuanto probara mi especialidad.

Elec comió la primera cucharada. No reaccionó.

¿Cómo puede ser?

Comió una segunda cucharada y sus ojos me buscaron. Su boca se curvó en una sonrisa y entonces cogió el tazón y se puso a beber como si fuera un vaso. Se limpió la boca con el dorso de la mano, le susurró algo a Leila y se levantó.

Leila estaba de espaldas cuando él se acercó a mí y me agarró del brazo. Me arrastró a la fuerza al pasillo oscuro que llevaba a los servicios.

Me empujó contra la pared.

—Te crees muy lista ¿eh? —El corazón me golpeaba con fuerza en el pecho. No me salían las palabras, así que meneé la cabeza—. Muy bien, pues la bromita la vas a pagar muy cara.

Y antes de que pudiera responder, me sujetó la cara con las dos manos y me puso los labios en la boca con fuerza. El metal del anillo que llevaba en el labio me rozó la piel cuando me la abrió furioso con la lengua y se puso a besarme con violencia. Yo gemí, confusa pero también excitada por aquel repentino asalto. Mi cuerpo se sacudía. Elec olía genial. Sentía que me iba a desmayar por la sobrecarga sensorial.

A los pocos segundos, el calor de la salsa picante de su lengua empezó a penetrar en la mía y noté que me quemaba. Pero, aunque me sentía como si la lengua se me fuera a caer, por nada del mundo hubiera querido que la sacara.

Nunca me han besado así.

Entonces, sin más, se apartó.

—¿Todavía no has entendido que es mejor que no me toques los huevos?

Elec se fue y yo me quedé jadeando en el pasillo con la mano en el pecho.

Jo-der.

La boca me ardía, junto con todos los demás orificios del cuerpo. La zona entre los muslos me palpitaba. Cuando conseguí recuperarme lo bastante para salir, me di cuenta de que en algún momento tendría que llevarles la cuenta.

Decidí terminar con aquello y me fui con el portafacturas de cuero a su mesa, y lo dejé delante de Elec sin establecer contacto visual.

Oí que le decía a Leila que lo esperara fuera, que él se ocupaba. Se metió la mano en el bolsillo y dejó algo en el portafacturas, y al poco se fue.

Seguramente ni siquiera me habría dejado propina. Abrí el portafacturas y me quedé de piedra porque, junto con un billete de veinte dólares, encontré mi tanga favorito de blonda negra y una nota escrita en la cuenta:

Quédate el cambio, o mejor, cámbiate y póntelo, porque me parece que lo que llevas puesto debe de estar un poco mojado.


* Cock-a-leekie: Sopa tradicional escocesa hecha con puerros, patatas y caldo de pollo. El personaje juega con la palabra «cock», que además de «pollo», también es una forma coloquial de referirse al pene. (N. de la T.)