Mide un metro con setenta y cinco, una altura superior a la media de las mujeres argentinas de su tiempo. Pesa actualmente ochenta kilos, unos cinco por encima de su peso ideal. Tiene los ojos verdes, no del que habitualmente se prefiere para los ojos, sino de un verde, a juzgar por testimonios y fotografías, algo oscuro, que se podría denominar, con alguna dispensa, color mate cocido. No obstante, aun cuando no se trate del verde más deseado para unos ojos, parecen ser los suyos realmente notables, por el color, tamaño, brillo e intensidad de la mirada; así lo han manifestado al menos cinco de los testigos consultados, siendo los más enfáticos su ex compañera de trabajo Zulma Z. (Zanzotto, soltera, 42 años), “si algo le envidié siempre fueron los ojos” y Nicolás Bustamante (divorciado, 51 años) a quien llamaremos Nicolás 1, porque hubo dos personas con ese nombre en su vida y con las dos tuvo ella una relación similar, quien le dice en una carta fechada el 5 de febrero de 1990: “...me gustan la noche, el jazz y las judías de ojos verdes...”.
El cabello es, o ha sido, pues ahora se lo tiñe, castaño, más exactamente caoba, con apenas una inclinación al colorado, “sólo una idea de rojizo en el castaño, sobre todo cuando se pone al sol”, según Alicia F. (Finchelman, soltera, nacida como ella en 1952) que la conoció desde chica pues vivían en la misma cuadra. “De chica fue, podría decirse, pelirroja”, agrega la misma Alicia, y ésa parece ser la razón por la que todos los testigos mujeres dicen que cada vez que cambió el color de su cabello (Nota del Informante: según se ha podido comprobar lo tuvo negro, castaño claro, caoba y rubio ceniza), éste terminó virando al colorado. Hay quienes aseguran que a los veintiocho años habrían comenzado a salirle algunas canas; quien más insiste en esto es Guillermo R. (Rodríguez, nacido en 1948 y su ex marido), quien dice en la primera de las tres entrevistas concedidas a este informante: “Cuando la conocí ya se le notaban”.
De cualquier modo, todos coinciden en que siempre tuvo una cabeza de rulos apretados, como si se tratara de una africana, pero de piel blanca y ojos verdes; aunque muchas judías, y éste es el caso, judía por parte de madre, tienen el pelo de esta manera.
La mujer en cuestión se llama, no se demorará más el asunto, Eva Mondino, Freiberg por parte de madre, Rodríguez de casada, apellido que usó durante un tiempo: Eva M. de Rodríguez, tal como figura en la libreta de sanidad y en los registros de los trabajos que desempeñó entre los años 1979 y 1984, período que duró su matrimonio.
“La señora de Rodríguez no faltaba jamás, todos nosotros la respetábamos mucho, lamentamos tanto (N. del I.: es curioso el modo en que el testigo refuerza la palabra tanto) que se fuera de la repartición”, dice apenas consultado el contador Ricardo Sánchez, quien fue su jefe por unos meses, en los primeros años del matrimonio de Eva, cuando la relación con su marido Rodríguez aún no se había deteriorado.
Durante siete años, entre los dieciocho y los veintiséis, se desempeñó en diversas ocupaciones, y hubo incluso un período en el que no se desempeñó en nada, en absoluto, y del que se dará cuenta más adelante. Trabajó como baby sitter y animadora de fiestas infantiles, en primer lugar, “llegó a animar incluso las fiestas de los hijos del actual señor Presidente de la República”, según testimonio de su primo Orlando Mondino (terapista ocupacional, empleado en una clínica psiquiátrica de la ciudad, dos años mayor que ella), “naturalmente que entonces no eran los hijos del Presidente, pero sí de personas muy vinculadas, y ella sabía hacer muy bien ese trabajo”. Eva fue animadora de fiestas infantiles y baby sitter, como se ha dicho, entre los dieciocho y los veinte años, cuando era estudiante universitaria (“fue algo que empezamos juntas, nuestra primera sociedad”, dice su amiga Lila, 48 años, nacida Torres, ex de Ludueña).
Simultáneamente a los trabajos mencionados, Eva llevó a cabo estudios de grado en la Escuela de Trabajo Social. “Vino a esta facultad por un imperativo de la época”, dice Maura Centurión, por entonces su profesora y hoy secretaria académica de la Escuela, “(aunque) más bien creo que tenía condiciones para cursar una carrera artística, porque era muy creativa, Música sobre todo porque era también muy disciplinada”. Lo cierto es que Eva continuó sus estudios en dicha Escuela, hasta que la clausuraron1 y entonces se trasladó al Instituto Domingo Cabred, donde gracias a su capacidad de adaptación, a su inteligencia, notable según todos los testimonios, y al reconocimiento de algunas materias aprobadas en Trabajo Social, pudo dar cuenta, rápidamente y sin mayores problemas, de la carrera de Psicopedagogía, hasta recibirse, en julio de 1976.
Entre los veinte y veintidós años, trabajó como ayudante, categoría Ayudante Alumna, en la cátedra de la profesora Maura Centurión, en la Escuela de Trabajo Social de la Universidad, hasta que cerraron la cátedra y la Escuela; y también se desempeñó como profesora ad honorem de una cooperativa de enseñanza, hasta tanto la misma consiguiera subsidio estatal. Pese a no tener al momento título habilitante, dio clases allí durante dos años “sin cobrar un centavo” (Eva), a menos que por cobrar se entienda la recuperación del dinero invertido en pasajes de colectivos —4 boletos diarios de lunes a jueves— que debía tomar desde el barrio donde vivía hasta donde se encontraba el colegio, dinero que puntualmente le reembolsaba la cooperadora.
Un poco más tarde, entre 1975 y 1976, cuando tenía veintitrés y hasta los veinticuatro años, fue, a destajo, empleada de un diario, en el cargo de correctora suplente, lo que le permitió sostenerse con cierta comodidad durante un tiempo, pues ése sí era un trabajo pago y, si se mira bien, no mal pago (“ganar ganaba bien, pero figúrese la época, estamos hablando del 75, 76, ¿sabe lo que eran esos años?, y ella ahí, en el diario, ocultando como podía lo que le pasaba, haciéndose la que pensaba de otra manera, saliendo a esas horas a la calle, cuando uno no sabía con qué se iba a encontrar a la vuelta de la esquina”, dice Orlando Mondino, y en otra entrevista en la que vuelve a aparecer este asunto, agrega, “pero le estoy contando lo que usted ya sabe, fue una época verdaderamente psicotizante”); un trabajo que, al menos mirado “desde el aspecto económico, era muy bueno” (también Orlando Mondino), el único inconveniente que ella parece haber visto en ese entonces (“...sí, una vez me confesó que se moría de miedo”, dice Lila, “...sólo una vez, porque aunque le parezca extraño, hablábamos poco de esas cosas en aquel tiempo”) y que también vieron las personas que la apreciaban, era la hora de salida, la una a lo menos y a veces las dos de la mañana, y el sitio en que debía tomar el primer colectivo a su casa, la calle Humberto Primo, que “estaba llena de prostitutas” (Orlando Mondino).
“Lo que más me da miedo es pensar que ella está en esa calle llena de putas, sola, esperando el ómnibus”, dice Lila Torres que la madre de Eva repetía todas las noches2, “...pero el problema no eran las putas, eran los Falcon3, ¿me entiende?”. En cambio su ex marido Rodríguez respondió a la pregunta que se le formuló con un “¿Miedo? ¡Pero si ésa nunca le tuvo miedo a nada!” y en una nueva visita fue todavía más allá: “Cuando se acostó con aquel tipo no tuvo miedo, y cuando me lo dijo esa noche, sabía bien que podía descontrolarme, romperle la cara a trompadas, y tampoco tuvo miedo”. Sea como fuere, las cosas siguieron así hasta que, por una serie de circunstancias sobre las que se intentará volver más adelante, Eva perdió el trabajo en el diario (“...fue en el 76, no recuerdo la fecha, pero fue cerca de mi cumpleaños, por octubre, creo...”, dice su amiga Lila).
En otro orden de cosas, hay que decir que Eva quedó embarazada y luego se “casó” (N. del I.: se ha puesto esta palabra entre comillas, dado que, en rigor de verdad, aunque ella lo llama con orgullo “mi primer marido”, no se casó nunca con Aldo Banegas, nacido el 22 de octubre 1951; simplemente convivió con él), en los últimos meses de 1975 o, según otros, a comienzos de 1976. Cabe señalar que los testimonios difieren aquí más que en otros asuntos y que hay quienes dicen que Eva quedó embarazada en el mes de noviembre, quienes sostienen que la concepción habría tenido lugar en enero, o en febrero inclusive, quienes dicen estar seguros de que ese hijo murió al nacer, quienes creen que no existió tal embarazo e incluso quienes sostienen que el mismo es posterior en años”. Tuvo en diciembre la primera falta, estoy segura” dice Lila, quien da la impresión de conocer a Eva hasta en sus aspectos más íntimos, sin embargo una carta de Aldo Banegas, fechada el 26 de febrero de 1975, la única que ella recibió mientras él estaba cumpliendo la conscripción, dice entre otras cosas, “¿ya te diste cuenta de que también será de Libra?”, de lo que debería deducirse, dado que el signo de Libra se extiende desde el 22 de septiembre al 22 de octubre aproximadamente, que la preñez de Eva tuvo lugar en el mes de enero.
También en ese tiempo ella se desprendió de un terreno en el barrio Los Naranjos, para contribuir a instalar su casa, una pequeña construcción levantada por Aldo Banegas aquel verano (“con sus propias manos, porque era muy trabajador, para qué, para nada, o usted cree que alguna vez esa basura le dio algún valor a lo que era de mi hijo”, dice Ada Marro de Banegas, madre de Aldo), sobre un terreno de propiedad de quien sería su concubino, con lo cual lo poco que ambos llegaron a tener (N. del I.: dos piezas y un baño, con revoque grueso y contrapiso), cuando finalmente quedó en claro cuál había sido el destino del “primer marido” de Eva, no pudo ser considerado bien ganancial, de modo que “eso que era suyo no quedó ni para ella ni para el hijo4” (Lila Torres, con similar expresión Orlando Mondino) de ambos (N. del I.: pasó a manos de los padres de Aldo Banegas), en tanto ese hijo no habría podido ser reconocido por su padre, en el caso de que sea un dato fidedigno su nacimiento.
En 1976, enero y febrero de 1976 para ser más precisos, Eva Mondino estuvo conviviendo con Aldo Banegas, a quien, como se ha dicho, ella denomina “mi primer marido”, hasta que, en el mes de febrero de aquel año, Banegas, recién recibido de médico, ingresó a la Marina, en calidad de conscripto, pues había pedido prórroga por estudios universitarios.
Es interesante al respecto el testimonio de Orlando Mondino: “...a él se le cruzó la idea de desertar, pero ella terminó por convencerlo de que no; visto desde ahora, desertar hubiera sido una solución pero qué quiere que le diga, ni en sueños nos imaginamos lo que vendría...”, y en una nueva entrevista, el mismo testigo agrega más información sobre este punto: “...con tan mala suerte que, a un mes y medio de ingresar, cuando estaba en período de entrenamiento, sucedió lo que usted ya sabe (N. del I.: Orlando Mondino se refiere al golpe de Estado del 24 de marzo de 1976), y las cosas se pusieron feas y de feas pasaron a terribles”.
Sería de importancia consignar aquí que Eva nunca se llevó bien con los padres de Aldo, quienes “la rechazaron desde un principio” porque “era una soberbia, una agrandada, por qué va a ser”, dice Ada Marro de Banegas, madre de Aldo, y a su vez, también ella tuvo desde un comienzo “cierto rechazo por ellos”, a quienes consideraba “algo ordinarios, gente de mal gusto”, siempre que se atienda al testimonio de su amiga Lila. De cualquier modo, y aun a riesgo de parecer subjetivo a los ojos del mandante, quien redacta este informe se ha construido, luego de sucesivos encuentros con los suegros de Eva, la impresión de que a éstos, la muerte de su hijo, les parece, por lo menos ahora, a la distancia, casi tan grave como les pudo haber parecido en su momento el concubinato con Eva.
Lo cierto es que la mujer de la que se ocupa este informe estuvo “casada” con Aldo Banegas, por unos pocos meses (N. del I.: entre finales de 1975 y comienzos de 1976, sin saber, ni ella misma, hasta cuándo duró la relación, por la forma imprecisa en que ésta se disolvió), pero antes de ello, casi podría decirse que cuando se conocieron (“...no sé qué le hizo, sólo sé que ella perdió la cabeza y que él le exigió, porque fue él, de eso estoy segura, que vendiera el terreno...”, dice ofuscada, en la primera entrevista, Dora Freiberg de Mondino, madre de Eva), ella vendió el terreno (N. del I.: el boleto de compraventa tiene fecha del 6 de junio de 1975) y entregó el dinero a Aldo para que construyera“con sus propias manos” (Ada Marro de Banegas), en un terreno que éste ya tenía, las dos habitaciones y un baño en los que iniciarían la vida en común. Se estima que por esa causa (N. del I.: entregar lo que era de su propiedad a Aldo Banegas, sin certificar la entrega ni el concubinato ante escribano público o por otras instancias legales), mientras duró su embarazo, ni tampoco en los años que vinieron después, no logró obtener pensión, ni derechos alimenticios, ni indemnización estatal, ni nada que la protegiera económicamente, por ningún motivo y de ninguna manera, y ésa parece haber sido la razón por la que años más tarde comenzó a trabajar en aquel sitio y también por la que, según Pacha (Francisca Freytes, viuda de Narváez, 49 años, amiga de Eva, docente particular), “hizo esas cosas de las que ahora se la culpa”. Así se podría decir, recogiendo las opiniones de los testigos y sin miedo a caer en errores, que a la mujer en cuestión, durante aquellos años —1976 y siguientes— las cosas no le fueron del todo bien, e incluso se diría que, según testimonio de su amiga Lila, “comenzaron a irle decididamente mal, lo que no tenía nada de raro, porque las cosas no estaban bien para casi nadie por esa época”, y agrega, “...no sólo no le iban bien a ella, imagínese, éramos veinte millones de desgraciados, y para peor por ese tiempo se murió nuestro amigo...”, en clara referencia a la muerte de Ernesto Soteras, compañero de estudios de la protagonista de este informe y amigo de ambas (N. del I.: según el diario La Voz del Interior del 3/11/1978, Ernesto Soteras murió en un enfrentamiento con las fuerzas de seguridad), sucedida en noviembre de 1978, en una situación oscura que no es del todo ajena a Eva.
Si Eva no se hubiera llamado Eva, tal vez “hubiera sufrido menos” (Orlando Mondino, este encomillado y los siguientes) en la infancia, porque llevar ese nombre “la cargó de problemas familiares5 y de situaciones vergonzosas para todos nosotros”, ya que “de ningún modo se llamaban así las hijas de radicales como eran su viejo y el mío”. “Claro que hubieran podido ser peronistas, por el trabajo que hacía su papá6, pero no lo eran”, dice Alicia Finchelman, y Lila Torres agrega: “...parece que cuando nació, la madre lo volvió loco a don Juan, hasta que logró que le pusiera Eva, eso es lo que me dijo ella una vez...”.
En efecto, sus padres no eran peronistas, más bien se podría decir que fueron, sobre todo su madre, anti-peronistas. Juan Mondino7 se afilió al Partido Radical (N. del I.: abundan los testimonios al respecto, aunque no se ha podido dar con su ficha de afiliación) mucho antes que se produjera la fractura entre los radicales del pueblo y los intransigentes, y permaneció, después de dicha fractura, con los primeros, por lo cual se podría decir que pertenecía al ala más conservadora del antiguo Partido Radical. “Era un caballero, un hombre a la vieja usanza, como debe ser...”, dice Rinaldo Mondino, hermano del padre de Eva, de 84 años de edad y en pleno uso de sus facultades.
Consultado sobre este asunto, Guillermo Rodríguez dijo: “Yo al viejo no lo conocí, cuando nos casamos hacía años que había muerto, pero por lo que sé, era un gorila8, como ella, que se las daba de revolucionaria y le daban asco las camisetas traspiradas, qué quiere que le diga, ser gorila y llamarse Eva9 es bastante ridículo, ¿no le parece?”. A la pregunta hecha por este informante al ex marido de Eva, sobre las razones que tendría la madre de ésta para ponerle ese nombre a su hija, siendo también ella anti-peronista, el mismo responde con un estruendoso “¡...para cagarlo al viejo, para qué va a ser, si ella era tan reaccionaria como él”10.
La madre de Eva, la señora Freiberg de Mondino, de 74 años, hija de judíos alemanes, provenientes de Maguncia, según todos los testimonios, detestaba el peronismo (N. del I.: si se le permitiera a este informante introducir una opinión personal, diría que como casi todos los hijos de inmigrantes por aquel entonces), por su carácter totalitario, o acaso por su carácter popular (N. del I.: fragmentos de cartas de la señora Freiberg de Mondino abonan las impresiones de este informante, v.gr. “...tanto esfuerzo por criarla bien, para que después se junte con ese negro ordinario11, peronista tenía que ser”, carta dirigida a su hermana Esther, por entonces en Israel, en octubre de 1975), esto según, entre otros testigos, Lila Torres quien, además de haber sido, y de ser, amiga entrañable de Eva, la conoce desde chica, y es hija de Berta Roitman12, quien fue a su vez amiga entrañable de la madre de Eva. “Nuestras madres se quisieron mucho, como hermanas, aunque a veces pensaban como enemigas”, dice Lila Torres en reiteradas oportunidades, sin que este informante deje de notar la insistencia que ella pone en aseverar tal cosa. Sin embargo (N. del I.: a pesar de la filiación antiperonista de sus padres), y aunque parezca una verdad de perogrullo, Eva se llama Eva y, pese a todos los equívocos que ello pudiera ocasionar, Dora Freiberg de Mondino, “consciente al extremo de lo que significaba ponerle a su hija ese nombre” (Orlando Mondino) (N. del I.: téngase en cuenta que Eva nació en 1952, poco después de la muerte de María Eva Duarte de Perón, en el período de mayor idealización de su figura), en aquel momento histórico, no quiso renunciar a llamarla Eva porque “ése era el nombre de su abuela” (Rinaldo Mondino), por otra parte, varios testigos (Rinaldo Mondino, Orlando Mondino, Lila Torres, Alicia Finchelman, entre otros) dicen saber que la relación entre Dora y su madre no era buena y que, en los hechos, habría sido “la abuela de Dora quien crió a Dora, y entonces esto del nombre fue así aunque el padre pataleara”, dice Lila Torres.
Si Eva hubiera llevado el pelo corto, sin duda habría pasado por ser “una chica modosa y educada” (Rinaldo Mondino), pero con el pelo a los hombros, en una cabeza enrulada como era la suya, “tenía el aspecto de una hippie, no era como nosotras” (Alicia Finchelman, este encomillado y los siguientes), acentuado esto por la vestimenta que “solía usar: polleras largas y camisolas de algodón teñidas o en batik, sandalias franciscanas hechas por amigos o compradas en las ferias de artesanías y botas salteñas para el invierno”.
De haber usado minifaldas que, como es de público conocimiento, también estaban de moda en aquellos años, principios de la década del setenta, hubiera impresionado como una chica de ciudad de buena condición, porque tenía estudios universitarios y “siempre fue delicada en los gestos y en el habla”, según palabras de Orlando Mondino, quien da la impresión de admirar en demasía a Eva. Hacen apreciaciones similares Rinaldo Mondino, tío de Eva, y su amiga Lila, pero otros sostienen que “vistiendo como vestía, llamaban demasiado la atención y resultaban algo toscos” (Alicia Finchelman) el tamaño un poco desmedido, el pelo y los ojos, como ya se ha dicho.
Lo que no se ha dicho todavía, pero casi todos los testigos de sexo masculino destacan, incluso su ex marido Guillermo Rodríguez (N. del I.: con conocimiento de causa, justo es reconocerlo), es que tuvo siempre —y tiene, se atrevería a decir este informante, ya que la ha visto a la distancia muchas veces y en dos oportunidades conversó largamente con ella, aunque no todo lo largo que él hubiera querido, en la pequeña sala de su casa— unos glúteos que a su edad son llamativos por lo firmes y bien formados y “unas piernas que se mantienen sin várices, ni manchas” (Guillermo Rodríguez, y con expresión similar Nicolás 1, aquel que se refirió en una carta a las judías de ojos verdes, quien dice haber tenido hace tiempo “un pequeño affaire con Eva”), incluso hoy, a los cuarenta y ocho años cumplidos13. Pese a ello, Eva parece haber usado siempre faldas amplias y largas, tal vez por comodidad, “porque eran más baratas” (Lila), o “sencillamente por razones ideológicas” (Pacha), pues por ese entonces vestirse de esa manera significaba, tal vez, no estar totalmente de acuerdo con el sistema. Así por lo menos lo aseguran los testigos Pacha Freytes, Orlando Mondino, Alberto Delfino y Lila Torres.
Al parecer, y pese a su sostenida afición a cambiar el color del cabello, la mujer en cuestión no ha pisado jamás la peluquería, ni siquiera ahora que está llena de canas. Según su amiga Lila Torres, según Alicia Finchelman, según incluso la madre de Eva, “siempre se ha teñido sola o ha dejado que alguna amiga la tiñera” (Dora Freiberg de Mondino), se “corta ella misma el pelo, apenas un poco cuando las puntas están quemadas” (Lila), “nunca se hizo la manicura, ni baños de crema, ni tratamientos de limpieza, ni depilación” (Alicia Finchelman), “no es de ahora, siempre odió las peluquerías, lo único que le gustaba era teñirse el pelo, pero eso era algo que nos hacíamos una a la otra” (nuevamente Lila). Es decir que Eva da la impresión, por lo menos en este asunto, de habérselas arreglado siempre sola, de modo que la belleza que su rostro y su cuerpo pudieron haber tenido en los años de juventud, se fue deteriorando naturalmente “sin que ella se resistiera demasiado a ese proceso” (Orlando Mondino), a excepción, como ya se ha dicho, de los ojos, los glúteos, y, en cierta medida, las piernas.
Ahora que tiene cuarenta y ocho años, según las testigos que la conocen en sus aspectos más íntimos, en algunas ocasiones, “cuando no se deja invadir por la dejadez, se depila en su casa y se limpia con una crema barata” (Pacha), pero en los tiempos de mayor pobreza, “se limpiaba la cara con un trapo mojado en leche” (Lila, este encomillado y el siguiente) y “cuando no tenía otra cosa, se ponía margarina, o aceite si se daba el caso...”. Cabe señalar que hubo además un tiempo en que Eva dejó de afeitarse axilas y piernas (“...bueno eso fue, cómo decirle, fue una asquerosidad, para qué voy a andar con vueltas...”, dice Alicia Finchelman), en parte por lo que podríamos llamar su adhesión al hippismo y en parte porque había llegado al país una prima suya, prima segunda por la rama paterna, desde Milán, y por ella Eva descubrió que “las europeas no tienen por costumbre afeitarse” (Pacha), lo cual parece haberle facilitado las cosas y dado “una excusa” (Alicia F.) que “a ella le parecía razonable” (Lila), tal vez con la idea de que se trataba de una costumbre elegante, para evitarse ese trabajo.
Al parecer, actualmente Eva no hace sus compras en el supermercado sino en un pequeño almacén cercano a su casa, un almacén de pueblo, “de la misma manera que lo hacían su madre y la madre de su madre” (Rinaldo Mondino), aunque a diferencia de ambas ella esté viviendo en la época de gloria de los hipermercados y pueda parecer, con estas costumbres, una retrógrada. En los últimos años y hasta que decidió mudarse del barrio donde vivía, en las afueras de la ciudad, hacia, casi podríamos decir, el campo, ha recibido numerosas visitas, “cobradores de toda clase que reclaman” (Pacha, este encomillado y los siguientes) pagos no cumplidos, oficiales de justicia que llegan a su casa a “embargar muebles o a retirar los bienes embargados” y (N.del I.: tuvo en un tiempo, en la casa en que vivía, en las afueras de la ciudad, según testimonio de la misma Pacha y de Lila, una habitación desocupada, porque tras la separación de Rodríguez, en el año 1984, se corrió a un dormitorio más chico, y dejó el dormitorio matrimonial para alquilarlo y agregar de esa manera unos pesos a su presupuesto) también la visita de mujeres y hombres interesados en alquilarle una habitación. Algunos de esos hombres, al parecer (Lila, Orlando Mondino), habrían intentado en alguna ocasión propasarse con ella, no sabemos si con éxito. Así, Eva ha visto, sin razones o con ellas, comprometido una vez más su nombre (N. del I.: según Maura Centurión, en una oportunidad ella le habría confesado que su padre le decía con frecuencia “tenés que cuidar el buen nombre que te di”, expresión que no por usada deja de resultarle extraña a este informante, atento a la circunstancia de que, si no el apellido, por lo menos el nombre de pila de la hija, era, para un afiliado radical como lo fue Juan Mondino, paradojalmente casi una mala palabra) y su dignidad, es decir, una vez más ha visto comprometida su reputación, cosa que, por lo demás, a ella parece —a juzgar por los testimonios de su amiga Pacha— no importarle demasiado: “La gente dice cualquier cosa, ¿usted no lo sabe?, si han hablado lo que han hablado durante la dictadura, qué más da que ahora digan que se acuesta con Juan o con Pedro”.
1 Octubre de 1974, durante el gobierno de Isabel Martínez de Perón.
2 No le quedó claro a este informante cómo sabe Lila que la madre de Eva repetía eso todas las noches.
3 Las fuerzas policiales de la época utilizaban automóviles Ford, modelo Falcon.
4 Por una serie de razones que más adelante se expondrán, Eva parece haber inscripto a un varón en el año 1978, en circunstancias no del todo claras, en el Registro Civil de la localidad de Arroyo Algodón, en la provincia de Córdoba, como hijo de soltera de Eva Mondino, con padre desconocido, información suministrada por varios testigos, entre ellos la madre de Eva, pero de la que no hay certezas (v.gr. acta de nacimiento), en razón de daños producidos por un incendio que, en el año 1980, afectó a dicho Registro.
5 Dada la filiación radical del padre de Eva y el nombre de la hija (tan afecto a los partidarios del peronismo) que, según numerosos testimonios, habría sido impuesto por su madre.
6 El padre de Eva Mondino era ferroviario.
7 Murió de un infarto de miocardio el 27/10/76, dos días después de haber sido detenida Eva.
8 Expresión vulgar muy difundida con la que se designa a las personas de filiación antiperonista.
9 En alusión a María Eva Duarte de Perón, llamada por su pueblo Eva o Evita.
10 Guillermo Rodríguez estuvo en su juventud afiliado al Partido Peronista Auténtico y actualmente lo es del Partido Justicialista.
11 En referencia a Aldo Banegas.
12 La señora Roitman falleció en 1991.
13 No se le ha querido preguntar a Nicolás Bustamante ni a Guillermo Rodríguez cómo saben que Eva tiene, aún hoy, las piernas en esas condiciones.