Los dioses nórdicos vivían en el Asgard, el Olimpo vikingo. Un arco iris servía como puente con el mundo de los humanos. El rey Gylfi, después de perder parte de su territorio para esa visita inesperada (Gefiun y sus dos reses), emprendió un viaje insólito que ante tantas situaciones insólitas parecía lo más normal del mundo. Iría a hablar con los dioses, llamados ases. Conocía algo de magia —no nos olvidemos que en la Era del Bronce todos conocíamos algo de magia— y el sombrero polvoriento y gastado le daba aspecto de peregrino.
El rey de Suecia partió, sin avisar a nadie, en búsqueda de la morada de los dioses, que seguramente estaría en la dirección del Bifrost, el arco iris del norte. Supo que estaba en buen camino cuando avistó un espléndido galpón con el techo cubierto por escudos de oro. Era el Valhalla, la casa de los muertos valientes, atendida por las valquirias, mujeres guerreras vikingas que elegían quién debía morir en las batallas. Ahí los ases celebraban con los humanos fiestas y luchas de entrenamiento, la mejor manera de vivir para un guerrero, sin que jamás les faltase de beber o de comer. Ahí el rey Gylfi podría exponer sus dudas sobre el universo y seguramente le darían respuestas correctas. Por fin, Gylfi rompió el silencio:
—¿Cuáles podrían ser los nombres de vuestras señorías?
—Alto —dijo uno.
—Igual-de-alto —dijo el otro.
—Yo soy el Tercero —dijo el último—. ¿Quién eres?
Gylfi, medio turbado contestó:
—Soy el caminante cansado. Busco a alguien que realmente esté bien informado. Podría decirse que busco a la persona más capaz del cielo y de la tierra. ¿Hay alguien de esa naturaleza por aquí?
Alto, intrigado, creyó importante explicar a Gylfi el peligro que, corría.
—En verdad, tendrías suerte si salieras de aquí sin sufrir ningún daño. ¿Qué quieres saber exactamente?
—Querría saber quién es el principal y más antiguo de los dioses. También quiero saber cómo fueron creados el cielo y la tierra y de dónde vienen los gigantes, quién creó el ser humano, el fuego, el Sol, la Luna y las estrellas, por qué llueve...
Igual-de-alto intervino:
—Es evidente que quieres conocer los pormenores de primerísima mano. Y eso es un tema arriesgado.
El Tercero dijo:
—Lo ideal es que te acerques al fuego, porque el relato de todo eso nos va a llevar tiempo...
Y esto es lo que el rey Gylfi aprendió de la boca de los propios ases.
Al principio era el vacío y el abismo. Tan grande que parecía no tener fin. Su nombre: Ginnungagap. Ni luz, ni agua, ni hojas; tampoco silencio, ni siquiera un grano de arena. Nada. Y de pronto esa nada pasó a ser algo y comenzó así la transformación del mundo. Fuego y hielo —Muspelheim— que, combinados, crearon las aguas de los ríos, manantiales y mares.
El encuentro de esos dos elementos tan dispares provocó un estruendo espectacular, centelleando con chispas y gases fundidos, bloques de masas pesados y demoledores hielos en movimiento. A lo ancho, insuflado por el fuego, se formaba el cuerpo de un gigante: Ymir.
Al principio apenas podía moverse y un caldo de lodo hirviente, con hielo, dio forma a su cabeza. Por eso sus descendientes, los gigantes de hielo, se llamarían Aurgelmir —hierve-barro—. Durante interminables años durmió Ymir en la misma posición, hasta que empezó a sudar. De sus axilas nacieron el hombre y la mujer gigantes.
En el deshielo apareció una enorme vaca, Audumla. Sus patas eran tan colosales que parecían columnas en el espacio. Lamiendo al hielo, descongeló a Buri, el primer humano que sobrevivió gracias a la Gran Amamantadora. De ahí que sea la vaca el símbolo número uno del alfabeto rúnico —Feoh—, el comienzo de todo. Buri tuvo un hijo llamado Bor, que desposó a la giganta Bestla. De esa unión nacieron tres hijos: Odín, Vili y Ve.

Los hijos de Bor entraron en disputa con el viejo Ymir, dándole muerte. Todos los océanos tuvieron su origen en la sangre del gigante. Su cuerpo, cual arcilla, moldeó los valles, las montañas, las cuencas vacías de los lagos; de su pelo surgieron los árboles y las plantas; de su cráneo, el cielo, sostenido por cuatro enanos: Norte, Sur, Este y Oeste. El águila de Odín agitó sus alas y creó el viento, que desparrama el cerebro de Ymir por el aire: las nubes. De las cejas del gigante se hizo la Tierra del Medio o Midgard, lugar de los humanos. También separaron a sus enemigos, los gigantes, concediéndoles la tierra de Jotunheim —tierra de gigantes—. Cuando Odín se sentó, observó todo con atención y comprendió todas las cosas que vio. De su unión con Jord, la diosa de la tierra primigenia, nació Thor, el dios del rayo. De su unión con Frigg, la diosa de la tierra cultivada, nació Balder, dios de la luz, Hodur, el ciego, y Hermod, el ágil. De su unión con Is —o Rind—, la tierra sin cultivar o la tierra helada, nació Tyr, el dios de la guerra. Así se formó la raza de los aesir, los ases.
Pero aún desconocían el día y la noche.
El cabello de Nott —la noche— era tan negro que parecía tener estrellas. Por su belleza y gran carácter se casó con tres mandos, uno tras otro. El primero era un primo lejano, llamado Oscuro, y con él tuvo un hijo, Espacio. El segundo marido fue un misterio, no se dio a conocer. El tercer marido de Nott fue Delling, que significa el Alba. De esa unión nació Daeg, el día, rubio y luminoso. Cuando Odín los vio tan hermosos les dio un caballo a cada uno y una misión: dar una vuelta en el cielo por día, para que todos pudieran verlos. El caballo de Nott es negro y se llama Hrímfaxi, el de Daeg es blanco y se llama Skinfaxi.
—Lo del día y la noche puedo entenderlo —dijo Gylfi—. ¿Pero... y el Sol y la Luna?
—¡Ah! —dijo Alto—. Ésa es otra historia...
El Sol y la Luna se balanceaban en el espacio, sin control. Un hombre llamado Giramundos no se cansaba de mirarlos y solamente podía compararlos con la belleza de sus dos hijos, a quienes llamó, en honor a los astros, Sol y Luna.
Cuando los dioses se enteraron, lo consideraron una afrenta que no podían dejar pasar y obligaron a Sol y a Luna a trabajar hasta el final de los tiempos, el crepúsculo de los dioses, el Ragnarok. Mientras recorran sus órbitas, dos lobos, Skoll y Hati, los perseguirán hasta alcanzarlos en el momento oportuno.
Wotan, Woden, Wuodam, Padre de la poesía, Padre de la magia, Viejo creado, Grim (encapuchado), Señor de los vientos del norte, Señor de los ejércitos, Señor de las batallas, Padre de los muertos en batalla, Ouvin, Guodan, Gudan, Wodanaz, Maestro de la inspiración, Señor de las runas, Guardián de las runas, Jefe de los magos, Señor de la vida, Aldafur, Caminante desconocido, Señor de las encrucijadas, Vada y Od son algunos de los nombres del rey de los dioses nórdicos. Su día de adoración es el miércoles —Wednesday—; su color, el azul; sus animales, el águila, los dos cuervos, el lobo y el caballo, que no eran animales comunes, por supuesto. Los cuervos se llamaban Hugin (espíritu) y Munin (entendimiento) y soplaban al oído de Odín las novedades de los vivos y de los muertos. Geri y Freki eran sus lobos protectores y comían la carne ofertada a Odín en sacrificio. Sleipnir, su caballo de ocho patas, volaba. Además, tratándose de un mundo chamánico donde las iniciaciones se realizaban a través de enseñanzas simbólicas que unían el mundo animal al hombre iniciado, no podía faltar el jabalí. Schrinnir era el jabalí-alimento que renacía todos los días, y al igual que Isis, Ishtar y Adonis, también representados por el jabalí, volvían a la vida con el poder de la diosa.
Odín ejemplifica las distintas fases de un dios que perdura en el imaginario de Occidente. Como chamán, instauró las reglas de la sociedad primitiva: curó, plantó y enseñó los ritmos rúnicos. Fue el padre del alfabeto, de la comunicación, de la poesía. Como rey de los ases, cumplió con los protocolos, tal como Zeus, provocando la ira de su mujer, Frigg, por las sucesivas infidelidades. Odín estableció los límites a los enemigos y fue responsable de la Edad de Oro vikinga, que culminó con las invasiones que los llevaron a reinar en Francia e Inglaterra, imponiendo tributos y vasallaje. También fue Odín quien dio las bases para una organización asamblearia que sería el embrión de la política democrática y a menudo anárquica de los pueblos del norte. Ya en la era actual, el dios vikingo convive sin cargos de conciencia al lado de la cruz cristiana, uniendo esfuerzos para que la religión, sea pagana u oficial, ayude a mejorar a la humanidad, guiándola en un camino evolutivo.
Odín es el infinito, la unión de las polaridades, lo imprevisto. Fue encontrado en las rutas, caminando descalzo, buscando abrigo. Entregó su ojo derecho al gigante Mimir, guardián de la fuente de la sabiduría, a cambio de todas las respuestas. Como el rey Gylfi, no ahorró esfuerzos para lograr el conocimiento, y como patrono de las runas resurge anunciando un nuevo horizonte en las conquistas vikingas: el paisaje interior. Es ahí, en lo más profundo de la conciencia, que duerme en cada uno de nosotros el gigante inerte Ymir, el fundamento de todas las cosas. Transformarnos significa romper con el paisaje, crear nuestros propios valles, mares, montañas. La metáfora del homicidio de Odín, como en toda mitología, supera el aparente significado inmediato: propone la modificación que tanto necesitamos para abrir las puertas de nuestra mente, de nuestros corazones, de nuestro ser integral.
Es la mujer de Odín, también conocida como “la bien amada”, modelo de esposa y de madre. No debe confundirse con Freya, diosa de la belleza y del placer.
Los historiadores contemporáneos sostienen que se trata de distintos aspectos de una misma diosa. El período 3500-2500 a. C. es la era de la Gran Madre; en su transcurso, el misterio del nacimiento y la fertilidad fue el centro de la vida religiosa de la comunidad. Cuando la agricultura y el pastoreo permitieron una vida más equilibrada en cuanto a la producción y almacenamiento del alimento y el grupo ya no se vio amenazado por la escasez del invierno o de la caza, poco a poco, muy gradualmente, fueron cambiando los rituales que evocaban las fuerzas naturales.
En este nuevo cuadro económico la mujer, símbolo de la magia de la vida, pasó a formar parte de una cosmogonía celular, distinta, más restricta pero no menos importante; dejó de oficiar los cultos, como siempre lo había hecho, pasándolos a manos del sacerdote, y se encapsuló en el hogar, de donde aún le cuesta salir cuatro mil años después...
La división del arquetipo de la diosa en Hera y Afrodita —en Grecia—, Juno y Venus —en Roma—, María y Magdalena, demarcan el terreno de la mujer pura de la impura, como si, en esa división, una tuviera que quedarse con el corazón y la otra con el sexo. Pareciera que el mito de la Gran Diosa fue tan poderoso que la única manera de atenuarlo para dar lugar al dios soberano era quebrándolo. De ahí nacen Frigg y Freya, que nunca se separarían por completo, dado que comparten atributos, comandan el primer aettir —serie de ocho runas— y son homenajeadas conjuntamente en el quinto día de la semana: friday, viernes.
El amuleto que caracterizaba a Frigg era el manojo de llaves, que toda mujer casada debía llevar en el cinturón no sólo para mostrar su condición sino para recordar que eran las guardianas de los valores del hogar.
Sus hijos son Balder, el bello, Hodur, el ciego, y Hermod, el ágil. Tal como Zeus, Odín no desperdiciaba oportunidad para unirse a otras mujeres, fueran diosas, gigantas o humanas, como en el caso de la madre de Bragi, su hijo poeta. Es probable que esa divinidad posterior, desconocida hasta el siglo IX, sea resultado del contacto con los romanos, que acostumbraban unir dioses y humanos, dando lugar a los semidioses.
También conocido por Donner o Donar, Señor del rayo, los truenos, los relámpagos y las tempestades. Señor de los machos cabríos, presente en las mitologías de todas las tribus germánicas, su día es el jueves —Donnerstag en alemán y Thursday en inglés— y el color que lo caracteriza es el rojo. En Noruega llegó a ser más importante que el propio Odín, por su fuerza, sencillez y nobleza, aliadas a un espíritu combativo que resultaba mortal para sus enemigos.
El rayo era su manifestación más importante. Cuentan las leyendas que era Mjolnir, su martillo, el que brillaba en el cielo cuando Thor luchaba con los gigantes. Cuando el trueno retumbaba, era él que salía con su carro celeste, del que tiraban machos cabríos. La Edda —así se llama a la compilación de las historias de la mitología escandinava— lo muestra como un guerrero rudo, sencillo, de estatura impresionante, barba pelirroja y mirada de fuego, pero también lo contrapone a la astucia del adorable Odín, que evitaba los medios violentos para lograr sus objetivos. De ahí que Thor, en la mayoría de las tribus del norte, nunca haya llegado a la grandeza de su padre, el dios de la inteligencia, invencible cuando las armas eran la picardía y la retórica.
Otros elementos indispensables para las manifestaciones de Thor eran su cinturón mágico y los guantes de hierro. El primero duplicaba la fuerza de sus golpes y los segundos permitían el contacto con Mjolnir, el martillo-rayo.
Su madre es Jord, la tierra primigenia, y su mujer Sif, la de los cabellos de trigo. Sus hijos son Magni, el fuerte; Modi, el colérico; Thrudh, la dócil, y Ull, el magnífico, que es adorado en gran parte de Escandinavia por haber ideado el transporte por “skis”. Además, en Suecia es recordado como un gran mago.
El palacio de Thor, Bilskirnir, con nada menos que quinientas cuarenta salas, quedaba en el Thrudvang de los dioses, o sea, en el campo de fuerza. Ahí vivían también sus criados: Thialvi, fiel compañero de viajes y confidente, y Jarnsaxa, giganta de quien algunos autores suponen que era madre de Magni y Modi.
Thor es el dios que derriba todas las barreras que se antepongan en su camino. Protege no solamente su palacio sino todo el Asgard, el Olimpo de los dioses vikingos.
Mjolnir, el martillo mágico fabricado por los enanos Sindri y Brokk, tiene su representación rúnica en el número tres, número del bien y del mal.
El umbral o la puerta, variantes de la runa del martillo, se relacionan íntimamente con la figura del héroe. Así, tanto Napoleón como Hitler quisieron atravesar un pórtico como gesto simbólico de la concreción de sus hazañas. Napoleón construyó el Arco de Triunfo para inmortalizar las 172 batallas victoriosas bajo su gobierno. Hoy es uno de los símbolos más queridos de Francia, razón que llevó a Hitler a transponerlo cuando ocupó París. Irónicamente, los sucesos que más movilizaron al pueblo francés fueron la celebración del funeral de Napoleón en 1840 y los festejos del final de la Segunda Guerra Mundial desencadenada por Alemania, Italia y Japón. El homenaje a su héroe nacional y el final de una pesadilla que atemorizó al mundo llevaron a más de cien mil personas a la avenida Champs Élysées. En el acto de transponer la puerta de Francia, todos los presentes revivieron al héroe que llevaban dentro.
La puerta y el martillo demuestran los poderes adormecidos del héroe, quien sale a la luz en el momento que los descubre. La espina también tiene esa propiedad. Cínicamente, le clavaron una corona de espinas a Jesús para proclamarlo rey de los judíos. A su vez, la espina adormeció por cien años a la Bella Durmiente del Bosque, que sólo despertaría con el beso de un príncipe que la transformara de niña en mujer, en la más larga adolescencia narrada en los cuentos de hadas.
Thor, el martillo, la puerta y la espina son una misma cosa. Quien pueda capturar y desvelar ese enigma controlará sus poderes más allá de cualquier dificultad que la vida le presente. Coraje y ganas de cambiar son las consignas de las runas del primer aettir, compuesto por Feoh, la vaca; Urz, el toro; Thorn, la espina; Ansur, el verbo; Rad, el viajero; Ken, la antorcha; Gyfu, la unión, y Win, la alegría.
Si los ases vivían en el Asgard, el Olimpo de los teutónicos, los vanires eran otra importante raza de dioses que no habitaban el Asgard sino el Vanaheim, al este de la copa del árbol del mundo. El más importante de los vanires era Niord, padre de Frija y Frey, y el más grande marinero que el mundo haya visto. La unión de Niord con Skadi fue resultado de un compromiso con los ases.
Skadi, al ver a su padre Thiazzi muerto en combate con los dioses, fue a pedir al Asgard la reparación de tamaña desgracia. Odín, avergonzado, le dio a elegir un marido, con la condición de que a los candidatos sólo les viera los pies. Así, ases y vanires fueron colgados de tal manera que Skadi, a través de un agujero, pudiera elegir. Lo primero que imaginó la joven fue que entre todos esos pares de pies colgantes estarían los de Balder, el bello, y ésa sería su única oportunidad de conquistarlo. Cualquier error que cometiera sería irreparable.
Un dios como Balder tenía que ser excelso; así, los pies no podían desentonar en un conjunto tan armónico. No cabían dudas: los pies más cuidados, los más blancos, los más suaves, los perfectos serían los de Balder. Pero así fue como, sin quererlo, la hija de Thiazzi eligió como consorte a Niord, el vanir de los mares, quien, por estar siempre en el agua, tenía los pies más bellos del Asgard. A partir de entonces comenzó una historia de desencuentros para la pobre Skadi. Ella amaba la montaña, los aullidos de los lobos, la altitud; Niord quería a los alcatraces, los astilleros y el olor a salitre de la costa.
De esa unión entre mar y montaña nacieron Frija y Frey, símbolos de la fertilidad de la tierra y del amor. Y cuentan que cuando los hermanos paseaban, todo se llenaba de flores, los pollitos rompían sus cáscaras y los humanos pensaban en el amor.
El amuleto de Frija es un collar llamado Brisingamen, que lleva ese nombre por haber sido confeccionado por dos enanos de la tribu Brising, especialistas en joyas. Cuentan que el precio que tuvo que pagar para obtenerlo fue bastante alto. Los enanos tenían gran cantidad de oro y de plata, y no era exactamente eso lo que querían como forma de pago: una noche cada uno con la bella Frija fue el valor del collar.
Pero Frija tuvo tan poca suerte que, después de obtenerlo, Loki —el dios del mal— se lo robó. Mientras la diosa dormía, Loki se transformó en un mosquito y a duras penas pudo transportar la pesada joya. Tal fue la rabia de Frija cuando despertó que inmediatamente fue a hablarle a Odín, que puso como condición para rescatarle el collar otra noche para él...
Pero ésas son cosas del pasado. Frija ama tanto los adornos que a su hija le puso el nombre Hnoss, adjetivo para calificar todas las cosas bellas y traducción literal de “joya” en sueco.
Ottar, padre de Hnoss, era otro de los verdaderos amores de Frija. En muchas zonas por donde salió en búsqueda de Ottar la conocen por Hnor, Mardoll, Gefn, Syr o Sjofn —por eso “extrañar” es sjafani en sueco—. Su carro es tirado por dos gatos, grandes como leones. Cuentan que las lágrimas lloradas por Ottar antes de llegar al suelo se transforman en oro rojizo.
La belleza de Frija atrajo a muchos enemigos al Asgard. Miles de trampas se urdieron para obtener su amor, entre ellas la desaparición del martillo de Thor, robado por los gigantes.
La historia del robo de Mjolnir nos da una idea de lo que era la idiosincrasia de este fascinante pueblo. Eran guerreros orgullosos de sus pertenencias pero a la vez dotados de una flexibilidad llena de gracia en lo que respecta a la moralidad y a los valores éticos. A través de las historias de sus dioses sentimos que sus errores, dudas o distracciones son tan humanos como los nuestros. Eso confirma la idea de que Occidente desconoce sus historias.
El precio del rescate del martillo era, por supuesto, la mano de Frija. Fuera del Asgard, Thor tendría pocas posibilidades de enfrentar con éxito a sus contrincantes. Menos aún, sin su martillo. Loki, astuto como nadie, fue acusado de responsable, aunque esta vez sin serlo. Pero como hacía poco tiempo que su mal genio había cortado las trenzas de oro de Sif, esposa de Thor, le debía un favor a éste por no haberlo matado. En realidad, Loki sabía cómo obtener el martillo, pero Thor tendría que colaborar...
No sería fácil esta empresa. Para empezar, el dios del rayo tendría que vestir enaguas y falda de colores, haciéndose pasar por Frija en el banquete de casamiento. Loki sería su ama de llaves, la acompañante. A principio Thor se negó terminantemente; ¡jamás nadie lo vestiría de mujer! Pero por votación se decidió aprobar el plan. Los ladrones dijeron que únicamente con Frija en camino estarían dispuestos a negociar. Y así fue: Thor —hermoso con un pañuelo que le cubría la barba y el bigote— y Loki, el astuto, volaron a la tierra de los gigantes.
“La novia” devoró sin dificultad un buey entero y ocho salmones y bebió tres barriles de hidromiel en el banquete. El gigante estaba asombrado con tanto apetito. Loki aseguró que desde que supo que sería su esposa, Frija había perdido por completo la voluntad de tragar bocado... Por eso el hambre en esas circunstancias.
Al querer robarle un beso a la falsa Frija, el rey de los gigantes observó los ojos más asombrosos que había visto en toda su vida: rojos, chispeantes... Loki le aseguró que era la falta de sueño, ya que, por la noticia del casamiento, hacía una semana que la diosa no dormía.
Hasta que llegó el momento de la ceremonia, cuando el novio y la novia tendrían que jurar sobre el martillo que serían el uno para el otro. Thor, al poner sus manos sobre el Mjolnir, recuperó confianza y armó tal batalla que quedaron pocos gigantes para contar la historia.
Así fue como Frija se salvó de casarse con un gigante.
La diosa del amor vive en el Asgard, donde tiene su palacio: Sessrumnir. Vale recordar que es muy atenta a las plegarias humanas y que de su nombre deriva el nombre de honor “Fru”, que acompaña a las mujeres nobles. Cuando entra en batalla, la mitad de los muertos le corresponde a Odín y la otra mitad a ella. Le agradan las canciones de amor y todo lo que se refiera al encuentro de dos personas que estaban alejadas.
En muchos lugares de Escandinavia, Frija es más popular que la consorte de Odín, Frigg. Conviene pensarlas como una sola persona, aunque las fábulas de las Edda las presenten como dos diferentes.
Cuando Frey se enamoró de Gerda, la hija de una ogresa que vio desde el nido de Odín, se enfermó de amor y los dioses creyeron que era el final de todo. La naturaleza moría día tras día y poco quedaba de la vegetación cuidada en el jardín de los ases. No hubo otro remedio que hablar con el padre de la bella Gerda, Gymir. El precio que el ogro pedía por la mano de su hija era nada menos que la espada mágica de Frey. Ésta, forjada por los gnomos, tenía el poder de actuar por sí sola.
Se ofrecieron muchos tesoros a cambio de la espada: once manzanas de Idunn, que salvaban del envejecimiento a quienes las comiesen; un anillo mágico de oro que a cada octava noche se multiplicaba por nueve; castillos, corceles... Pero nada que no fuese la espada mágica del dios de la fertilidad entusiasmó al padre de la novia.
Y así fue como gigantes y ases se unieron en parentesco, enfureciendo a Odín —el que todo sabe—, que veía en esa unión el comienzo de agotadoras batallas que culminarían en el Ragnarok, el apocalipsis vikingo.
Frey ni siquiera dudó en entregar su espada a cambio de Gerda y según la Edda Menor, entonó esta canción:
Una noche es larga,
¡pero otra es aún peor!
¿Por qué debo sufrir por tres?
Antes, un mes me parecía poco:
la mitad de esta noche
que aún falta para mi boda.
A los pocos meses Frey, Gerda, Niord y Frija tuvieron que mudarse del Vanaheim al Asgard, tal era la intensidad de las disputas interfamiliares que se desencadenaron a partir del casamiento.
Una vez más, como siempre, desde la formación del mundo, Odín tenía razón.
Angrbode, madre de Gerda y esposa de Gymir, era una bruja capaz de asumir varias identidades en un mismo día. También se la conocía como la Bruja del Bosquehierro. Al saber que nadie podría impedir su entrada al Asgard, ya que era la madre de la novia, se presentó vestida de gala en la primera oportunidad, burlándose de todos los presentes.
La única forma de terminar con una bruja era quemarla viva. Lo dicen los ritos paganos, aunque la Iglesia Católica se haya adjudicado la autoría de tamaña solución. Así fue que los guerreros, recordando las maldades que Angrbode había sido capaz de hacer, decidieron poner punto final a la nigromante. Pero no hubo caso: la bruja, aun hecha cenizas, seguía expeliendo olores nefastos y chispazos mortales. Fue cuando Loki, el terrible, tuvo la feliz idea de tragarse el corazón intacto de Angrbode. Nadie supo cómo, pero fue tal la descompostura de Loki, que no se lo vio durante mucho tiempo. Dicen que la maldad de ambos tomó forma y que del dios nació Fenris, el primer lobo.
Hasta entonces los vanires y los ases nunca habían guerreado entre sí. Con la muerte de la madre de Gerda, la venganza resultaba inevitable y serían miles los que tendrían que luchar para reparar el error. Así empieza la historia de los regentes del segundo aettir de las runas, ya no tan idílico y perfecto. Comienza el Aettir de Haegl o Hagall. Las runas que lo componen son Haegl, el granizo; Nied, la necesidad; Is o Ice, el hielo; Ger, la cosecha; Ewoh, la defensa; Peorth, el mundo oculto; Eolh, la protección, y Sigel, el Sol, y se caracterizan por las dificultades e impedimentos propios de la supervivencia en estado de alerta. Todavía no es la guerra. Son los preparativos de los vikingos, que ya incorporan la idea de luchar, su juego predilecto.
Para hacerse aún más creíbles, los arquetipos de los dioses y diosas vikingos nunca son totalmente buenos o malos. Conviven “humanamente” los conceptos de honradez y picardía, humor y seriedad, bondad y pasión. En el caso de Loki, su porcentual maligno supera ampliamente su lado dócil. Su belleza no era del todo perfecta, como la de Balder, pero atrapaba. Cuentan que a Odín le gustaba la presencia de Loki, como a un chico las travesuras. Los distintos nombres como se lo conoce son: Malvado compañero inseparable de los ases, o Dios taimado, Ladrón de las trenzas de Sif y Saqueador de las manzanas de Idunn. Primeramente fue conocido como un demonio del fuego. Su padre, Farbauti —el Creador del Fuego—, y su madre, Laufrey —la Isla de los Bosques—, dan una idea del desastre que nacería de esa unión. El mismo nombre “Loki” deriva de la raíz germánica que significa “llama”.
Loki es el padre de la Serpiente que rodea el mundo, Jormungarder, del lobo Fenris y de la diosa Hel. Odín, cuando supo de la existencia de esas horribles criaturas, las hizo llamar. A Hel le dio el Reino de las Profundidades, lugar donde descansan los que murieron de vejez o enfermedad; a la Serpiente la tiró al océano, donde, mordiendo su propia cola, mantiene unido al mundo. A Fenris, el lobo capaz de comer un ternero con huesos incluidos, no había más remedio que sujetarlo de alguna manera. Sólo mezclando seis ingredientes de lo más originales un enano obtuvo finalmente la cadena que necesitaba: el ruido de la caída de las patas de un gato, la barba de una mujer, las raíces de una montaña, la respiración de un pez, los nervios de un oso y la saliva de un pájaro.
Odín sabía que uno de los hijos de Loki sería el desencadenante del Ragnarok, el final de los tiempos, y sabía que ese hijo era Fenris.
Loki era considerado un seductor por excelencia; de ahí se entiende su éxito entre las mujeres, que valoraban en él cierto tipo de maldad como talento natural. Si de este talento se trataba, Loki era todo un galán. Su mujer, la bella Sigyn, es el símbolo de la fidelidad en el matrimonio. Desde la condena de Loki por el asesinato de Balder, cuando se lo sentenció a la pena de vivir atado a una roca mientras una serpiente lo tortura con gotas de veneno que le caen sobre el cuerpo, la pobre Sigyn pasa el tiempo juntando veneno en un pocillo... Durante los segundos que demora en vaciar el pote lleno, algunas gotas caen sobre Loki y es entonces cuando la tierra se ve sometida a terremotos.
Hay mucha controversia con respecto al desarrollo de la figura de Loki, el Mal. En el banquete de Aeger, de la Vieja Edda, Loki llegó a recordar a Odín:
¿Te acuerdas, Odín,
que en las mañanas de los tiempos
mezclamos nuestra sangre?
Entonces aseguraste
que jamás beberías una bebida
si no nos la ofrecían a los dos.
Estudiosos como Bergua, Niedner y Branston aseguran que el pacto de Loki y Odín fue un pacto de sangre y, por lo tanto, de hermandad. Nuevamente la ironía forma parte de la historia de los humanos representados en la mitología de los ases, dioses y semidioses: castigando a Loki, se estaban castigando a ellos mismos. La traición a la palabra dada por Odín pone a los ases en descubierto. Según Heinrich Niedner “con la giganta Angrbode —la que produce tristeza— tuvo al lobo Fenris (...) Odín se une a una fuerza gigantesca de la naturaleza, pero la hace desarrollarse, ennoblecerse y elevarse. Loki se une a la materia, pero con esa unión sólo hace que se desarrolle el principio malo, que se expresa entonces en toda clase de fenómenos terribles: el mar lanza sus olas contra el cielo y se precipita sobre la tierra; el aire tiembla, luego lleva la nieve y los vientos huracanados...”.1
Otro nombre de Loki es Loder, Lopter —el aéreo—, “aire caliente e inconstante” en alemán. Entre los ases lo culpan por el robo de las manzanas de Idunn, por cortar los cabellos de oro de Sif, mujer de Thor, por el robo del collar de Frija, por la muerte de Balder y otras faltas. Pero también es cierto que fue él quien ideó el rescate del martillo de Thor y dio a luz a Sleipnir, el caballo de ocho patas de Odín. La leyenda es que después de las batallas de Asgard, tras la muerte de Angrbode, las murallas que lo circundaban quedaron literalmente destruidas. ¿Quién repararía tamaña estructura? Un caballo encantado, Svaldifari, y su dueño, un gigante albañil. Ambos prometieron entregar el trabajo antes del verano pero con una condición (casi obsesiva): la mano de Frija. Los ases estaban prontos a negarse cuando Loki dijo que se haría cargo de la situación, sin tener que entregar a Frija al gigante: él aseguraba que el trabajo no podría ser entregado a tiempo y que, si era necesaria una mano negra, él estaba dispuesta a darla. Pero la muralla crecía día tras día. Los ases estaban espantados de la potencia del animal y de las horas que pasaban el albañil y Svaldifari reparando el muro. Faltaba muy poco para que se cumpliera el plazo y la muralla lucía como en sus mejores épocas. Loki empezó a ponerse nervioso. Heimdall, el Guardián de la muralla, eterno enemigo de Loki, un día antes de la fecha estipulada lo obligó a tomar una decisión, costara lo que costase. Fue entonces que Loki se transformó en una hermosa yegua en celo, y provocó a Svaldifari, que derribó al albañil, quien tuvo que abandonar la obra “por razones de fuerza mayor”.
Loki, la hermosa yegua, volvió semanas después, agotado, y en algunos meses dio a luz a Sleipnir, el caballo preferido de Odín.
Así se salvó Frija, nuevamente, de ser llevada al Jotunheim, la Tierra de Gigantes.
Balder, el bueno; dios de la luz y de la perfección. Hijo de Frigg y de Odín, tenía tal hermosura que nadie podía dejar de quererlo. Rayos de luz salían de su cuerpo y su sabiduría solamente podría ser comparada con la de su padre. Habitaba el palacio de Breidablik, lugar del vasto esplendor que en la Vieja Edda es nombrado así:
Breidablik es la séptima morada
donde Blader construyó él solo
un palacio, en este país
donde existen, que yo sepa,
menos crímenes.
La vida transcurría de una manera deslumbrante para Balder, y los caminos se abrían a su paso. Hasta que empezó a tener sueños horribles. En ellos sentía que le quedaba poco tiempo, que alguna tragedia lo llevaría a la muerte. Frigg, su madre, asustada con los presentimientos hizo prometer a todas las cosas animadas e inanimadas que existiesen en el Asgard que jamás dañarían a su hijo. Así la piedra, el fuego, los espinos, las lanzas y sus guerreros, martillos, todo, absolutamente todo lo que los rodeaba juró no hacer daño a Balder, el bueno. Y se organizó una gran fiesta para que todos pudieran comprobar que nada afectaba al dios y que las pesadillas habían sido vencidas.
Los invitados se divertían en tirarle los más variados objetos a Balder y, efectivamente, nada parecía dañarlo. En la punta de la mesa Loki observaba, enfermo de celos por la inmunidad “santificada” de Balder. No pudo contenerse. Se transformó en una íntima amiga de Frigg y pidió que le contara el secreto del juramento. Frigg, entre risas, contó que a la única cosa que no había podido hacer jurar —porque era demasiado joven y vivía lejos— era al muérdago. De inmediato Loki salió en búsqueda de la madera desconocida. Sabía que estaba al oeste del Asgard, y la encontró. Como las maldades generalmente se encomiendan, hizo una lanza de muérdago y pidió a Hodur, el hermano ciego de Balder, que se la lanzara. Balder cayó muerto. Por un momento los presentes se miraron entre sí, sin saber qué hacer. Las luces se apagaron frente a la tragedia que el mismo dios había profetizado. Terror, dolor y disgusto.
Hermod, el ágil, también hermano de Balder, decidió pedir la devolución de su alma en el Reino de las Profundidades, la casa de Hel. Con su dolor a cuestas marchó a lo de Hel, quien dijo no tener ningún problema en entregar a Balder, con la condición de que todos los humanos, gigantes y gigantas, ogros y ogresas, enanos, dioses y gnomos lo lloraran.
La noticia alegró a Frigg. Había una remota esperanza: conseguir que todos lloraran por Balder. Como generalmente sus pedidos eran cumplidos, Frigg mandó mensajeros por todo el universo pidiéndoles el llanto y solamente una, una única giganta, contestó:
Thok llorará
Chispas de fuego
Por la muerte de Balder;
Ni en vida ni en la muerte
Me ha dado ninguna alegría.
Dejad que Hel guarde lo que tiene.
Se supone que Thok era nada menos que Loki, con otra máscara.
Hel no permitió que Balder volviera al Asgard. El cuerpo fue quemado en su barco, Ringhorn. La pira funeraria ardió por varios días y muchos voluntarios, entre ellos Nanna, hija de Nep y mujer de Balder, partieron a la casa de Hel: el Reino de las Profundidades.
Ahora empezaría la caza de Loki, ya desaparecido. Sabía que no lo perdonarían jamás, porque esta vez había dejado en tinieblas a media humanidad.
Tiuz, para los germanos de norte; Ziu, para los del sur; Tiw, para los sajones y Tyr para los escandinavos, su nombre proviene de la raíz sánscrita Dyaus, transformada en Zeus por los romanos y Deus para los latinos. Su culto es anterior al de Odín y Thor y su consigna, el valor. Su runa, Tyr, fue encontrada en los yacimientos arqueológicos, grabada en empuñaduras de espadas, lanzas y cuchillos. Tenía la finalidad de ayudar a vencer al enemigo en la guerra.
La valentía de Tyr ocupa el primer lugar en el escalafón de los dioses. Por eso rápidamente lo asociaron con Marte, el dios romano de la guerra. De Tyr sacaron los ingleses Tuesday, que en una transposición al latín sería Martis dies. No eran pocas las tribus que se pintaban la runa de Tyr sobre el cuerpo, antes de una batalla. Este acto mágico confería la fuerza necesaria para retornar con vida. Su color es invariablemente el rojo; su piedra, el rubí, y el día de culto, el martes. La diferencia entre el dios de la guerra romano y el escandinavo es la lealtad. Para los pueblos del norte europeo, Tyr no solamente es el Valiente, sino también el Justo: sella pactos y cuida que se cumplan. Su encuentro con el lobo Fenris, hijo de Loki, muestra el porqué de tanta devoción.
Sabiendo que el lobo no se dejaría probar la cadena indestructible hecha especialmente por el enano para someter al hijo de Loki, Tyr ofreció —sin garantías— poner la mano en la boca del lobo hasta terminar la prueba de fuerza, sabiendo que si la cadena fuese realmente mágica, perdería su mano. Y así fue como el dios de la guerra quedó manco para siempre.
Las runas habían advertido que el lobo Fenris sería uno de los desencadenantes del Ragnarok y no se equivocaron. A la larga, dieron muestra de que sus predicciones habían sido precisas.
El aettir que encabeza el dios Tyr va de la runa 17, Tyr, hasta la 24, y se compone por Beorc, el abedul; Eoh, el caballo; Man, la humanidad; Lagu, la intuición; Ing, la evolución y el dios Tyr de los ingevos, ubicados en las márgenes del mar Báltico; Daeg, el día, y Othel, la sabiduría. Es una serie madura, evolutiva, que se inicia con el impulso de Tyr y termina con la prosperidad y sabiduría de Othel, pasando por la espiritualidad de Man y los poderes psíquicos de Lagu.
Era el guardián del Asgard. Su palacio se encontraba al final del Bifrost, arco iris que unía el mundo de los humanos al mundo de los dioses. Vigilante y enemigo acérrimo de Loki, no desperdiciaba oportunidad para aconsejar a quienes necesitaran ayuda. La figura del viejo sabio lo relaciona con Othel, la última runa del oráculo, símbolo correspondiente al que acumuló riquezas a través de la experiencia de los años.
Cuenta el Poema de Rig que en un viaje Heimdall pidió hospedaje a tres matrimonios, uno en cada ciudad que visitó. Eran totalmente distintos entre sí y lo único que los unía era que ninguno de ellos podía tener hijos. Heimdall los bendijo y creó, en ese acto, la clase de los siervos, la de los campesinos y la de los nobles.
El cuerno enterrado bajo la tercera raíz del fresno Yggdrasil se llama Giallar, allí espera que Heimdall anuncie la última batalla en el reino de los ases, el Ragnarok. En ese momento Loki será derrotado, y también Odín, para que el bien y el mal puedan renacer nuevamente.
Dios de los escaldos, poetas de las sagas heroicas. Hijo de Odín con una humana. Cuentan que Bragi vivió en el siglo IX y fue tan famoso que lo elevaron a la categoría de dios.
Diosa de la juventud. De ella depende el panteón nórdico, ya que sin sus cuidados los ases hubieran vivido como cualquier mortal, envejeciendo. Bajo su protección crecen las manzanas de oro del Asgard, tan deseadas por los demás habitantes del Yggdrasil, árbol del mundo.
Loki, al ser atrapado por el gigante Thiazzi mientras volaba con la capa de plumas robada de Frija, astutamente negoció su libertad. Prometió a su captor traerle a Idunn, de quien el gigante estaba enamorado. Pero para eso tendría que engañarla, diciéndole que había visto en el Jotunheim manzanas mucho mejores que las que ella cultivaba en el Asgard. El plan de Loki funcionó de maravilla. La ingenua Idunn voló con él, que la entregó en manos a Thiazzi.
Al poco tiempo empezó a notarse la ausencia de la Señora de la Juventud. Su esposo, Bragi, tenía la certeza de que el único que podía haber urdido la desaparición de su mujer era Loki, que varias veces había amenazado con represalias porque el dios poeta se negaba a cantarle loas. Esta vez Loki había cumplido lo prometido.
Una semana sin Idunn fue como si hubieran pasado diez años. Frija se rehusaba a salir, tal era el estado de su cutis. Thor parecía un campesino cansado. Odín, al ver a Frigg enferma de preocupación, decidió llamar a Loki. Éste se presentó como si fuera el más justo de los hombres, hasta que la imperativa voz de Odín le hizo recordar cuál había sido la última vez que había visto a la joven Idunn. Mejor que la encontrara; si no, pagaría muy caro por esa travesura.
A Loki se le ocurrió en el acto una idea: volaría bajo la forma de un halcón y transformaría a Idunn en una nuez, para que fuera más fácil sacarla de entre las posesiones de Thiazzi y también más sencillo transportarla. Todo saldría bien.
Efectivamente, el plan funcionó hasta que notaron la mirada fija del gigante, que de inmediato se transformó en águila. Así comenzó una lucha de magos pocas veces vista en el cielo. La pobre Idunn caía y era alzada a metros del piso, en el aire. Los ases, creyendo que era el fin para todos, decidieron hacer una enorme hoguera que quemó las alas del águila-Thiazzi, que cayó a tierra.
De esa manera se libró Idunn del gigante enamorado, pero faltarían años para que se liberara de Loki, el terror del Asgard, capaz de cualquier artimaña para salvarse de las amenazas de sus enemigos.
La síntesis mitológica esbozada revela la idiosincrasia de los pueblos que crearon las runas y pone en evidencia su cercanía con respecto a nuestra cultura.
Los cuentos de los hermanos Grimm, por ejemplo, tan famosos entre los chicos de todo el mundo, son versiones de antiguas historias provenientes de los pueblos del norte de Europa, Bretaña y Galia. “Grimm” en inglés antiguo significa el encapuchado, otro de los nombres de Odín, que alude a cómo se vestía para disimular su condición y pasar inadvertido. Esas increíbles historias de castillos, sapos que se transforman en príncipes y espadas mágicas eran esencialmente las mismas que se escuchaban hacía cientos de años, sólo modificadas por los hermanos Grimm en lo que se refiere a los detalles. Los relatos escandinavos antiguos están en la base de la tradición narrativa occidental.
Las runas, por ejemplo, ya existían antes de la formación del alfabeto griego. Por lo tanto, no pueden derivar de él aunque algunos historiadores, apasionados en su helenismo, afirmen que sí. Sin duda, olvidan las ruinas de Alvae, en Portugal, y el alfabeto Hallristingnor, formas tempranas de runas que datan del período neolítico basal (5500-4500 a. C).
Por otra parte, los vikingos influyeron con sus viajes no sólo sobre los pueblos continentales de Europa, sino que llegaron a Sudamérica antes que Colón. Hay restos y huellas de asentamientos vikingos en plena Amazonia y también en Tiahuanaco, donde los cultos que se realizaban eran sumamente parecidos a los del norte europeo.2 En Hawaii, muy lejos de Escandinavia, existe la leyenda —coincidente con la mitología nórdica— de un árbol que sostiene el mundo.
Esos testimonios nos dan una idea del coraje de los guerreros y navegantes vikingos que recorrieron los siete mares con la precariedad de la tecnología náutica de su época. En las excavaciones vikingas se encuentran monedas y metales acuñados en el Extremo Oriente, Arabia, África, etcétera. Todo indica, entonces, que este pueblo a la vez ruidoso y secreto unió su raíz tempranamente a las culturas occidentales, sufriendo todas las influencias a las que un pueblo viajero está sometido. De ningún modo puede aceptarse que salga de pronto de la total oscuridad y aislamiento, como nos hacen creer los manuales de historia clásica, y nacer para la historia cuando los romanos empiezan a invadirlos, en el año 300 d. C.
Uno de los grandes estudiosos de las runas, Michael Howard, comparte esta misma teoría y concluye: “Aunque las runas tuvieron su origen histórico en las edades de Bronce y de Hierro, recién se las tuvo en cuenta cuando hacia los primeros siglos de la era cristiana, en las regiones del norte italiano y del sur germano, adquirieron las formas que hoy conocemos. A veces se dice que los caracteres epigráficos rúnicos no fueron más que una burda intentona, por parte de un pueblo primitivo, de copiar los caracteres de la escritura latina, pero se descubrió una forma muy temprana de alfabeto rúnico en Alvae, Portugal, que data del período neolítico. Por lo tanto, es más lógico suponer que nuestro alfabeto proviene del sistema de las runas y no a la inversa”.3
A la vez, desconocemos que las naves griegas hayan llegado al mar Báltico o al mar del Norte. Tácito escribió en el año 98 lo que se tituló “De las costumbres, sitio y pueblos de la Germania”. Intentó con esa obra “avergonzar” a los romanos, de la misma manera que Rousseau y Montaigne alababan a los “salvajes” en la época de la Enciclopedia, quizá con la intención de marcar la decadencia de las sociedades bélicas y colonialistas, resaltando las virtudes de la vida simple. En Germania, Escandinavia y Dinamarca eran consideradas “enormes islas” de las que muy poco se sabía, pero empezaron a estudiarlas para dilatar aún más las fronteras del Imperio Romano, irónicamente vencido por los bárbaros trescientos años después...
Ulises, héroe de la Odisea, en su viaje mítico por el mundo cruzó mares inexplorados que mezclan realidad y fantasía. Tácito ya cuestionaba la veracidad de que Ulises hubiera fundado Hamburgo, como cuenta la leyenda. Verdad o especulación, no podemos discutir sin medios comprobables. Sí es cierto que la Odisea fue la base para importantes descubrimientos arqueológicos, entre ellos Troya. Lo que también es indiscutible es que Hamburgo se encuentra en el continente europeo y por menos influencia que los ritos de Odín hubieran podido tener en el norte de Germania, su cuna es la Península Escandinava.
Entre los siglos VIII y XII, era de las invasiones vikingas que se inician en 789 con el primer avance a la costa inglesa, continúan con el ataque a París en el año 855, a Bizancio en 865, a la costa de Persia en 914 y a innumerables otros centros hasta finalizar en 1069 en Asbjorn, Inglaterra, la influencia de sus costumbres ya se hacía notar.
En la morfología de las palabras en inglés podemos advertir con qué intensidad eso ha ocurrido. Por ejemplo: to go berseck, que significa “enloquecerse” en lengua inglesa, introduce en el vocabulario la expresión de desquicio del comportamiento desenfrenado de los bersekers, la tropa de elite del ejército vikingo que se vestía con pieles de oso (eso significa su nombre: “piel de oso”). Esos guerreros traían bajo sus disfraces la flecha del dios Tyr y sufrían accesos de furia hasta perder la conciencia. Según Pierre Barthelemy: “Cuando la rabia se apoderaba de ellos frente al enemigo, se precipitaban con el arma en la mano hacia adelante y sus fuerzas se multiplicaban. Nada se les resistía entonces”.4
A nadie le gustaba el comportamiento feroz de los bersekers, pero como se los consideraba guerreros en trance por la furia de Tyr, se dejaba que los posesos bajaran a tierra y destruyeran lo que vieran, ya fueran árboles, animales o cualquier otra cosa. En el colmo del furor, llegaban al extremo de arrojarse al fuego o al mar.
Las tropas de elite de Odín también podían celebrar rituales y tirar las runas a quien se lo pidiera. Los guerreros eran hijos de Tyr y por tal hazaña gozaban de privilegios en la comunidad.
Las mujeres vikingas, a su vez, eran respetadas y en muchas oportunidades compartían la guerra con sus maridos. Hay documentos que lo atestiguan, aunque no nos olvidemos que se trata de una civilización muy poco documentada y que perdió mucho de su propia historia por pertenecer a una cultura oral en la cual estaba prohibido utilizar el conocimiento superior, fuera mágico o ritual, de otra forma que no fuera la tradicional: en forma de cuentos, poemas, canciones... Es decir, siempre a través de la palabra hablada, emitida.
Cuando sitiaron París en el año 855, el monje Abbón, relator de la invasión, habla de mujeres y de familias enteras en las setecientas naves que se adentraron por el Sena hacia la capital francesa. La mujer acompañaba a su marido y le confería valor, avergonzándose cuando éste volvía derrotado o cuando había numerosas muertes entre ellos.
Las que quedaban en tierra firme pasaban meses, e incluso años, sin noticias de las tropas. Se ocupaban de la casa, de los hijos, de las cosechas, del alimento para afrontar el durísimo invierno y también, por qué no, de los rituales. Las runemals o vitkis eran mujeres habilitadas para la lectura de runas, grabados y hechizos. Curaban, pedían por sus maridos, hacían ofrendas a los dioses y cuidaban de la protección espiritual del grupo. El personaje de la saga Eric, el Rojo, la vitki Thorbjorg, “llevaba puesta una capa azul de donde pendían piedras de la parte inferior; vestía cuentas de cristal alrededor del cuello y, sobre la cabeza, una caperuza de piel de cordero forrada con piel de gato. En la mano llevaba un bastón con empuñadura, adornado con bronce y piedras incrustadas bajo el puño. Y del cinturón, ajustando el vestido largo, colgaba una bolsa con encantamientos”,5 dice una saga anónima del siglo XIII. Quienesquiera que fueran, hombres o mujeres, los magos del oráculo rúnico no debían contentarse únicamente con el arte adivinatorio. El conocimiento de la música, la poesía, la astronomía y el control del cuerpo eran propios de un iniciado, no comunes a la mayoría de la población.
La asociación de las runas con distintas manifestaciones artísticas ha posibilitado el legado testimonial, hasta hoy, de hermosas piedras talladas que ilustran naves, caballeros, serpientes y dioses rúnicos. Sólo en Suecia, se encuentran 3.500 de estas piedras. Los cánticos y sagas vikingas siguen reviviendo la mitología local y fascinando a autores de nuestra época. Pero es muy poco, en comparación con otras naciones, lo que podemos rescatar de los antepasados vikingos, porque su material de construcción preferido era la madera —rápidamente deteriorable—, sus asentamientos eran temporales y los muertos eran incinerados en piras funerarias tal como sucedía —y sucede— en la India, civilización que se asemeja en las costumbres y tiene asombrosos puntos de coincidencia con los vikingos anteriores a la época de las invasiones. Uno de esos puntos es la música.
Un músico y estudioso de los ritmos escandinavos, Ian Garbarek, para celebrar la feliz coincidencia tituló a uno de sus trabajos Sagas and Ragas comparando y contraponiendo instrumentos utilizados por los rúnicos y los védicos.
Algunos reyes que pidieron ser enterrados con sus barcos nos salvaron de la total ignorancia sobre las costumbres cotidianas, ya que sus armas y objetos preferidos iban con ellos a la tumba. También como hábito proveniente del Neolítico entre los pueblos de origen ario —y nuevamente comparamos la India con Escandinavia—, las mujeres de los reyes estaban condenadas a morir con ellos. Con el paso del tiempo, en Occidente pasó a ser un acto voluntario hasta desaparecer por completo. Hoy en día sigue siendo común en la India que las mujeres no quieran sobrevivir a sus maridos.
El Bhagavad Gita, uno de los libros de los Vedas, cuenta la batalla del guerrero Arjuna contra el clan familiar, ayudado únicamente por un voluntario, que resulta ser la encarnación de Krishna, el dios supremo. En ese relato, Krishna muestra a su discípulo los movimientos cíclicos del universo, la regeneración del mundo a través de los ideales, la vida después de la muerte, de manera análoga a lo que sucede en el Ragnarok, final de los tiempos para los teutónicos que también se inicia por una lucha entre el clan familiar de los dioses y que termina en un verdadero apocalipsis. De todos modos, el Ragnarok retoma el ciclo de regeneración del mundo, abre nuevas puertas y esperanzas para los que ven en la muerte un punto final. Así, si bien las imágenes del Ragnarok son parecidas a las del Nuevo Testamento según San Juan, la esencia del relato se aproxima más a la de los Vedas.
Etimológicamente, ragna se refiere a los dioses; y roek, es oscuridad, tiniebla. La destrucción es el final de una etapa, la última fase de la rueda que no deja de girar y que pronto volverá a recomenzar. Es la diosa hindú Kali, madre oscura como la tierra que engendra a sus hijos y los devora. Es el baile de Shiva que con sus mil brazos construye el mundo y lo destruye.
Los escandinavos tienen dioses que renacen, no son inmortales como los dioses griegos. Apuestan a una era de luz después de una gran tormenta, creen en la reconstrucción de los verdaderos valores humanos. Son dioses distintos, frágiles, que sufren toda clase de contradicción, aflicción y desamparo. Pero con una diferencia importante: vencen a la muerte, no dejan de pelear ni un solo instante, como los guerreros vikingos en sus conquistas. Así habla la Vieja Edda Poética, que anuncia el Ragnarok:
Los hermanos masacran a sus hermanos;
Los hijos de las hermanas
Hacen brotar la sangre uno al otro;
La sensualidad es soberana.
Es la edad de la espada, del hacha;
Los escudos son partidos en dos;
Es la edad de la tempestad y del asesinato,
Hasta que muera el mundo
Y los hombres no se salven
Y no tengan más piedad los unos de los otros.
Tal como dice la profecía, los lobos que persiguen a la Luna y al Sol, por fin los devorarán. Las estrellas caerán del cielo, oscureciéndolo. Los árboles serán arrancados desde la raíz y la tierra será sacudida por temblores. El barco de los muertos, Naglfar, hecho de las uñas mal cortadas de los que mueren, recolectará pasajeros, con el gigante Hrym en el comando. El cielo se partirá en dos y Loki quedará libre. Él y sus dos hijos, la Serpiente de los océanos y el lobo Fenris, vomitarán ríos de veneno, matando el aire y las aguas. Heimdall soplará con toda la fuerza el cuerno escondido bajo la última raíz del árbol del mundo y Odín, aconsejado por la Cabeza de Mimir, comenzará la gran lucha. No habrá guerrero ni valquiria que desoiga las voces de Tyr y Odín.
Esta feroz lucha es la que vivimos en el presente. El bien sigue siendo avasallado por las fuerzas del mal, que quieren apoderarse de nuestros corazones y envenenan nuestro entorno. Esa batalla empezó hace muchos años y no solamente los guerreros más combativos, los preparados, los que tienen fuerza para seguir defendiendo la virtud, el amor, son los que quedaron. Muchos perecieron en esta guerra milenaria, otros se cruzaron al bando opuesto, otros permanecen indiferentes frente a todo. Algunos predican que la vida está fuera de esta vida, neutralizando energías importantes que debemos utilizar para que este tránsito no sea en vano... ¿Cómo la vida puede ser ajena a esta vida presente? Es absurdo. El compromiso es mejorarla, con vigor y energía, diferenciándonos de los que creen que todo es una sola cosa, una masa informe donde la grandeza y la mezquindad, el asesino y el pacífico, la mentira y la verdad conviven sin diferencia de valores.
Así vemos que el corrupto, el violador, el gángster, comulgan en el mismo plato, toman del mismo vaso, todos hermanados por los beneficios que sus riquezas mal ganadas puedan aportar a las instituciones que los congregan.
El Ragnarok es una guerra acérrima contra la muerte, mientras él mismo es artífice de la muerte física.
Pero traspasemos la barrera de lo obvio, hablemos de la muerte del espíritu, de las ataduras que le imponen para que no se manifieste la verdadera naturaleza de la humanidad: la evolución, el mundo mejor, el no a las cavernas húmedas y al hambre, al crecimiento interrumpido, al conformismo frente a la aridez de la tierra, que se encamina hacia la inevitable muerte, pero que vale la pena...
La Profecía de Vala, sacerdotisa del poema Voluspá, dice:
Los hijos de Mimir juegan;
Los dioses son llamados a la batalla
Por el viejo cuerno de Gjallar,
Heimdall sopla muy fuerte
Sus sones en los aires;
Odín habla
Con la Cabeza de Mimir.
Entonces tiembla el Yggdrasil,
El fresno de fuertes raíces;
El viejo árbol murmura
cuando el gigante cede.
Todo tiembla en el Reino de Hel,
Hasta que el hijo de Surt
Devora a Odín.
¿Qué sucede con los dioses?
¿Qué sucede con los enanos?
Jotunheim6
lanza un grito desgarrador.
Los dioses tiene al Thing;7
Los enanos se estremecen
Delante de sus hundidas cavernas,
Donde habitan detrás de rocosos muros.
¿Comprendéis más o menos?
(...)
Vala conoce el futuro,
Ve mejor
Que los dioses vencedores
La terrible caída.
Garm8
ladra ruidosamente
En la caverna de Gnipa;9
Las cadenas se han desunido;
El lobo ha recobrado su libertad.
Vala conoce el futuro.
Caerá entonces otra desgracia.
Cuando Odín parta para combatir con el lobo,
Y aquel que ha matado a Frey
Cabalgue hacia Surt,
Entonces caerá de Frigg
El bienamado esposo.10
(...)
El hijo de Jord11
Retrocede nueve pasos;
Titubea, herido
Por la feroz serpiente.
Todos los hombres abandonan la tierra.
El sol se oscurece;
La tierra se hunde en el océano;
Las brillantes estrellas
Desaparecen del cielo;
El fuego y el vapor
Se desencadenan contra el cielo;
Altas llamas
Lo rodean.
Garm ladra ruidosamente...
En la segunda parte de la Profecía de Vala, Odín pregunta sobre su destino y la runemal12 responde:
El lobo devorará
Al padre de los hombres...
Odín, sabiendo que Vala dice la verdad, pregunta por el destino del mundo después de la guerra. Vala lo mira y dice:
Vio surgir por segunda vez
Del seno del mar, a la tierra
Completamente verde:
Las cascadas caen
El águila toma impulso,
Y desde lo alto de los montes
Se precipita sobre su presa.
(...)
Los campos no sembrados
Dan sus frutos,
Todos los males cesan;
Balder vuelve,
Hod13
y Balder,
Los dioses celestes, Moran juntos en el Palacio de Hropt14
¿Comprendéis esto más o menos?
Las runas aparecen en la Profecía de Vala como instrumento dejado por Odín para las generaciones futuras. En ellas está impresa la historia de Escandinavia, pero también registra el norte de Europa, los dioses celtas de Gran Bretaña, los etruscos de Italia y, de alguna manera, los dioses primitivos de todo el mundo.
Joseph Campbell demoró doce años —número del ciclo rúnico— en escribir los cuatro tomos de su principal obra: Las máscaras de Dios. Ese espectacular trabajo, propio de un Hércules contemporáneo, nos dice que las máscaras serán distintas pero que la esencia, la estructura que nos hace creer en esa fuerza poderosa indescriptible, es una. Diluvios, árboles de la vida, viajes al mundo de los muertos, madres vírgenes, no son exclusividad de nuestros dioses. Civilizaciones que ya no existen y otras que conviven en nuestro tiempo a distancia —como los aborígenes del Pacífico— comparten muchas de nuestras raíces.
1 Niedner, Heinrich, Mitología nórdica, Barcelona, Edicomunicación, 1986.
2 Mahieu, Jacques, Drakkares en el Amazonas, Buenos Aires, Hachette, 1977.
3 Howard, Michael, Las runas y otros alfabetos mágicos, Buenos Aires, Lidium, 1987.
4 Barthelemy, Pierre, Los vikingos, Barcelona, Martínez Roca, 1989.
5 Citado por Blum, Ralph, O Livro de Runas, 2aed., Río de Janeiro, Editorial Record, 1990.
6 Tierra de gigantes.
7 Tribunal popular vikingo.
8 Perro de Hel, diosa de los muertos.
9 Lugar donde está atado el lobo Fenris.
10 Odín.
11 Thor.
12 Runemal o vitki: lectora de runas.
13 Hermano de Balder.
14 Otro nombre de Odín.