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Capítulo 1 |
Viajar, ir al cine, leer un libro, tener relaciones sexuales, escuchar música, tomar una copa de vino, ir de compras, comer un buen bife de chorizo, e incluso tomar mate o una Coca-Cola son acciones que disfrutamos y que, por ende, nos generan placer.
Pero ¿qué es el placer? En el Diccionario de la Real Academia Española, el placer se define como: “1. Agradar o dar gusto. 2. Goce o disfrute físico o espiritual producido por la realización o la percepción de algo que gusta o se considera bueno. 3. Diversión, entretenimiento”.
Algo para agregar: la forma de experimentar una sensación placentera es totalmente subjetiva, ya que no todos disfrutamos el mismo tipo de experiencia o momento de la vida de igual forma. Incluso, ante una misma sensación que generaría placer a la mayoría de la gente, siempre hay quien la internaliza de manera distinta.
Si tomáramos una sensación de placer, la clasificáramos y le diéramos un puntaje de 1 a 10, podríamos hacer un ejercicio personal, comparando experiencias vividas. Por ejemplo, un viaje puede ser uno más del montón (puntaje de 5) o el más dichoso de nuestra vida (puntaje de 10).
Pero, además, un mismo placer puede ser vivido por dos personas con una diferencia marcada en su intensidad. Por ejemplo, dos personas tienen sexo; una la pasó genial (puntaje de 9) y la otra tuvo una experiencia buena (puntaje de 7). Por otra parte, siempre en referencia a la subjetividad del placer, ¿un 9 para alguien es igual que un 9 para otro?
El mecanismo cerebral placer-recompensa
Cuando logramos algo, esperamos una recompensa, un premio que nos haga sentir bien. En el cerebro existe un centro del placer, llamado justamente “placer-recompensa”, responsable de interpretar las diferentes acciones o situaciones que nos generan este sentimiento.
Dentro de la infinidad de formas de placer, comer, beber y tener sexo son las más relevantes para el ser humano. Son recompensas llamadas primarias, las más primitivas, y en las tres está presente el mecanismo de la supervivencia, ya que la supervivencia de cada especie se alcanza mediante la reproducción (sexo) y la alimentación (comida y bebida); de ahí que sean las que generan mayor satisfacción.
El centro del placer que se activa mediante el complejo circuito cerebral llamado “sistema de placer-recompensa” incluye el deseo (“querer algo”) y el placer en sí (“disfrutar algo”). Es el encargado de dirigir nuestros sentimientos de motivación, la recompensa y el comportamiento. En este circuito participan varios genes; el más importante es el DRD2.
Para sentirlo, además de los genes son necesarios los sentidos. En efecto, para llegar a esa sensación se ponen en funcionamiento la visión, la audición, el gusto, el olfato, y el tacto. Imaginemos que es domingo al mediodía, y nos sirven una porción de tira de asado acompañada con papas fritas. En ese momento nuestros cinco sentidos comenzarán a adquirir toda la información y la enviarán por diferentes circuitos nerviosos al centro del placer en el cerebro, donde será procesada. En otra parte del cerebro, a la que también llegó esta información, está guardada (de una forma similar a un archivo en la computadora) la memoria de lo que representa este plato de comida, lo cual genera múltiples señales que significarán que vamos a disfrutar al comer asado con papas fritas y no tendremos más hambre. La conjunción de estas señales cerebrales le ordena al cuerpo que agarremos el cuchillo y el tenedor, y que comamos.
Los cinco sentidos activados a su máxima expresión le comunican al cerebro que estamos ingiriendo algo rico y que al mismo tiempo se está llenado el estómago. Estas acciones hacen que el sistema de placer-recompensa libere el neurotransmisor dopamina, que es el que genera placer. Esa sensación es la recompensa: lo que nos ganamos por comer algo tan rico, como un asado de tira con papas fritas.
En el cerebro, estos mecanismos no se producen aisladamente y en un solo centro sino que se interconectan, por ejemplo, con los centros de la memoria y del comportamiento, por lo que las acciones o elementos que proporcionan placer serán recordados y aprendidos para que podamos repetirlos en el futuro. Por suerte, también existen mecanismos que frenan estos impulsos, de manera que podemos moderar esta repetición del comportamiento; si no, estaríamos todo el tiempo comiendo asado con papas fritas.
DRD2: el gen del placer y sus aliados
Son varios los participantes de este proceso. El neurotransmisor dopamina es fundamental en este mecanismo (como también lo es en las funciones cognitivas y en el abuso de drogas o sustancias). Además, se han identificado algunas variantes genéticas de los genes COMT, DAT1 (también conocido como SLC6A3) y DRD4 (participa en el deseo sexual) que colaboran con la neurotransmisión de la dopamina en el sistema de placer-recompensa y el mecanismo de procesar las emociones. Pero, sin duda, el gen más importante en este dispositivo tan complejo es el DRD2, que tiene la información para que se constituya este tipo de receptor en el que actúa la dopamina para generar su efecto (si lo lleváramos a un ejemplo cotidiano, la dopamina sería una flecha y el receptor, el blanco).
Si observamos el comportamiento del ser humano, nos quedará claro que es inteligente. Cuando queremos algo, implementamos todo tipo de acciones para conseguirlo. Si el objetivo requiere aprender una destreza nueva, también lo haremos, ¿o no? Por lo tanto, para obtener una recompensa también se puede necesitar la activación de una de las funciones cognitivas, como es el aprendizaje. El ejemplo clásico es el perro de Pavlov.
¿Sabías que…
Pavlov ganó el Premio Nobel de Medicina en 1904 por el estudio de la fisiología de la digestión? El científico ruso demostró en los perros cómo funcionaba el aprendizaje y su relación con la recompensa. Identificó que, cuando estaban por recibir un plato de comida, los perros salivaban. Entonces, cuando les llevaba la comida, hacía sonar una campana, como una forma de entrenamiento. De esa manera, el perro asociaba el sonido de la campana con la llegada del alimento. Para descubrir este mecanismo de estímulo-respuesta, el científico hacía sonar la campana, y automáticamente el perro comenzaba a salivar, aunque no estuviera presente el plato de comida. Este tipo de aprendizaje asociativo, que tiene un rol fundamental en la toma de decisiones, es conocido como “condicionamiento pavloviano o clásico”.
Otro factor integrado al proceso para alcanzar el placer es el trabajo. Es decir, hay que trabajar y adoptar un comportamiento activo con el fin de conseguir la recompensa que nos genera placer.
Las emociones también participan en el placer: algunas personas sienten más, otras, menos. Esta diferencia de sensibilidad hace que vivamos una determinada situación o momento con mayor o menor intensidad. Tal participación de las emociones nos brinda un efecto positivo, ya que ese momento se disfruta con mayor placer; pero, si la situación es negativa, sufriremos más. Con el paso del tiempo, las personas con mayor sensibilidad tendrán un recuerdo más detallado, lo que se conoce como “memoria emocional”.
En la memoria emocional participa el neurotransmisor noradrenalina. Pero este neurotransmisor también interviene en el inicio del estímulo emocional y en situaciones de estrés. Es clave, por ejemplo, si está en juego nuestra vida, ya que se presenta en momentos en los que hay que decidir si quedarse o escapar, por lo que resulta fundamental para la supervivencia.
Las personas que tienen una memoria emocional más fuerte poseen una variante del gen ADRA2b, que es importante en los circuitos cerebrales en los que participa la noradrenalina. Estas personas viven las emociones con mayor sensibilidad y de una manera más intensa lo que genera que sean más receptivos al placer y disfruten más.
Estas variantes genéticas prevalecen en el 50% de las personas de origen caucásico y el 10% de las de origen africano, por mencionar algunos grupos étnicos. A su vez, una persona con esta variante del gen ADRA2b tiene mayor riesgo de desarrollar ansiedad, trastorno de estrés postraumático y adicciones. Variantes de este gen y de DRD2 participan en el mecanismo por el cual un determinado placer puede convertirse en una adicción.
El placer genera uno de los sentimientos más deseados por el ser humano: la felicidad. Hay dos genes, conocidos como los “genes de la felicidad”: el SLC6A4 y el MAOA, este último es exclusivamente femenino. La baja expresión del gen MAOA está asociada con un mayor sentimiento de felicidad en las mujeres.(1) Sin embargo, esta relación no se observó en el estudio realizado en hombres por la Universidad del Sur de Florida (Estados Unidos) y publicado en 2013.
Por otra parte, un estudio publicado en enero de 2016 demostró que una variante del gen FAAH que participa en el mecanismo del placer y en la reducción de la sensación del dolor también prevalece en las personas que se declaran más felices en diferentes países del mundo. Desde luego, una variante genética no es la única determinante del sentimiento de felicidad: en él evidentemente también intervienen factores personales, económicos, climáticos, legales y sanitarios.
¿Por qué un placer puede convertirse en una adicción?
Cada una de las sustancias que se consumen o actividades que realizamos para obtener placer tiene la potencialidad de convertirse en una adicción. En realidad, el cerebro se vuelve adicto.
El sistema de placer-recompensa constituye una de las áreas más estudiadas por los científicos, ya que se ve afectado en casos de adicción a sustancias, depresión y esquizofrenia. Por ser sustancias químicas que tienen su efecto directo en el centro del placer del cerebro, las drogas se encuentran dentro de los elementos que más placer generan. A su vez, el receptor DRD2 es el punto donde actúan los medicamentos antipsicóticos, lo que explica la importancia de esta área cerebral en el desarrollo de las enfermedades psiquiátricas mencionadas.
Cuando una persona consume una droga, está actuando directamente en el receptor DRD2 dentro del sistema de placer-recompensa, lo que genera un aumento del neurotransmisor dopamina y produce como resultado la sensación de placer. La persona y, por lo tanto, su cerebro, internalizan y memorizan este efecto positivo, lo que hace que tengan (la persona y su cerebro) la intención y deseo de volver a experimentarlo en el futuro. Se genera un círculo vicioso: el cerebro necesita la droga y la satisfacción de esta necesidad se convierte en la actividad central de esa persona. Conseguir y consumir la sustancia comienza a ser más importante, incluso, que comer. Con el paso del tiempo, el cerebro se vuelve adicto y se altera el centro de placer-recompensa. La persona consume la droga, pero ya no le genera placer, sino que es una forma de aliviar de manera transitoria la angustia que padece.
Algunas personas tienen una variante del gen DRD2 llamada TaqIA o Taq1A (A1), que genera menor cantidad de receptores de dopamina en el centro del placer del cerebro, lo que sugiere que muchas de ellas utilizarían drogas para aumentar los niveles de este neurotransmisor a fin de compensar su falta. Estos individuos tienen más posibilidades de desarrollar una adicción. Se ha demostrado que, a su vez, dicha variante genética está asociada a una mayor tendencia a desarrollar adicción a la nicotina (tabaco), al alcohol, a la anfetamina, a la cocaína e, incluso, a la comida, ya que las personas con esta variante genética también se encuentran en mayor riesgo de desarrollar obesidad.
La variante A1 está presente en solo el 10% de la población de Estados Unidos, aunque en el 50% de las personas adictas. Una prevalencia realmente significativa en este tipo de enfermos. En el caso del cigarrillo, las personas con la variante A1 tendrían un mayor riesgo de convertirse en grandes fumadores y de por vida. Son aquellos que comienzan a fumar cuando son adolescentes, luego consumen más de veinte cigarrillos diarios y tienen una enorme dificultad para dejarlo.
El factor hereditario –es decir, los genes– son responsables en un 50% de la posibilidad de dejar de fumar. Otro componente tiene que ver con los factores ambientales. Las variantes A1 y A2 del gen DRD2 son claves para el momento en que una persona intenta dejar el hábito de fumar. Científicos de la Universidad de Zhejiang (China) demostraron que las personas con variante A2/A2 tienen más facilidad para dejar de fumar, en comparación con aquellos que poseen las variantes genéticas A1/A1 o A1/A2. De manera que los genes serían los responsables de que una persona no pueda dejar el cigarrillo.
Esta información no solo confirma la participación del factor genético en el mecanismo de la adicción o en la acción para cesar el consumo, sino que también revela la necesidad de desarrollar nuevos tratamientos farmacológicos personalizados para interactuar con estas variantes genéticas. En el futuro, además de utilizar parches de nicotina o chicles, asistir a grupos de autoayuda y sesiones con el psicólogo, muy probablemente encontremos en el mercado medicamentos que interactúan con el centro del placer.
Como vemos, es muy difícil dejar de fumar. Conseguirlo es un logro personal muy importante, ya que son varios los factores que intervienen en este vicio. Ahora sabemos que en algunas personas el dejar de fumar no tiene que ver con la falta de voluntad y que fumar no es una manera de regular los niveles de ansiedad, sino que todo esto se relaciona con una composición genética que dificulta lograr el abandono definitivo del cigarrillo.
Así que si sos fumador y te cuesta dejar el cigarrillo, no te sientas mal; ahora tenés la excusa perfecta: ¡es culpa de tus genes!
Conclusiones
• Sentir placer es uno de los objetivos básicos del ser humano, tanto en el corto plazo como durante toda su vida.
• Comer, beber y tener sexo son los placeres que más disfruta nuestra especie. Son tres de las acciones más primitivas y, a su vez, necesarias para la supervivencia: reproducirse e ingerir alimentos y líquido.
• Como en todos los aspectos de la vida, alcanzar el equilibrio es difícil, pero necesario, ya que todas las acciones o productos que generan placer tienen la potencialidad de convertirse en una adicción. Ciertas variantes del gen DRD2 son piezas clave en el centro del placer del cerebro y algunas personas tienen mayor riesgo, aunque lo desconozcan. Esto demuestra la necesidad de conocer la composición genética de cada persona. El test apropiado es simple, puede realizarse tomando una muestra de saliva y analizando diferentes paneles de genes: se extrae el ADN de las células que se descaman de la boca y luego se utiliza un chip o array, una plaqueta pequeña similar a la de una computadora, donde se detectan las variantes genéticas llamadas “polimorfismos” o “SNPs”, por su sigla en inglés (polimorfismo de nucleótido simple). Los resultados se analizan e interpretan en el monitor de una computadora. Esta valiosa información genética nos permite saber si una persona tiene mayor o menor riesgo de desarrollar una enfermedad, cómo reacciona a los alimentos y medicamentos, entre tantas otras características. Conociendo esta información, podemos tomar decisiones y medidas preventivas en nuestra vida cotidiana, como modificar la dieta y ciertos hábitos para gozar de una mejor calidad de vida.
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Preguntas para conocernos mejor y conectarnos con nuestros placeres > ¿Qué es el placer para vos? > ¿Pensaste cuáles son las tres cosas que te generan mayor placer? > ¿Algún placer que disfrutás mucho se convirtió en una adicción? |
1- Trato este tema con más detalle en Genética. Cómo puede cambiar nuestras vidas, Buenos Aires, Paidós, 2014.