La noche del 4 de junio de 1932 Eduardo Labougle Carranza, el embajador argentino en Portugal, recibió vía telegrama desde Buenos Aires un texto corto en el que le informaban que el nuevo canciller, Carlos Saavedra Lamas, lo había distinguido al designarlo embajador en Berlín y “concurrente” ante los gobiernos de Austria y Hungría. La alegría tenía un costo: él mismo debía informar a las autoridades portuguesas que el nuevo gobierno argentino del general (RE) Agustín Pedro Justo había determinado consolidar las representaciones en España y Portugal. No se cerraba la embajada pero en el futuro el embajador viviría en Madrid y sería “concurrente” en Lisboa. Era una capitis diminutio para el primer país que había reconocido la independencia argentina de la Corona española. Ésa fue la respuesta que educadamente le dio el titular del gobierno de la Dictadura Nacional, el general Antonio Óscar de Fragoso Carmona. Sólo aquellos que alguna vez ocuparon la embajada argentina en Portugal saben de las viejas historias y los recelos que anidan entre los dos países.
Eduardo Labougle llegaría a Berlín representando al nuevo gobierno del presidente Justo, asumido el 20 de febrero de 1932, tras el fracaso de la revolución septembrina que había encabezado el general José Félix Uriburu contra el radical Hipólito Yrigoyen dos años antes y que, para muchos observadores, fue el primer eslabón de una larga cadena de desaciertos que hundieron a la Argentina en la decadencia. Bueno es decir que las elecciones de 1932 que llevaron a Justo y “Julito” Roca al poder también fueron amañadas por el “fraude patriótico”.
Los sueños de una Argentina potente parecían desvanecerse, dejando de lado aquella definición sobre el país de un diccionario español de 1919: “Todo hace creer que la República Argentina está llamada a rivalizar en su día con Estados Unidos de América del Norte, tanto por la riqueza y extensión de su suelo como por la actividad de sus habitantes y el desarrollo e importancia de su industria y comercio, cuyo progreso no puede ser más visible”. La Argentina de 1932 no parecía reflejar ese vaticinio.
Al decir de Félix Luna, el espíritu público era desmoralizador y “la crisis económica que afligía a los argentinos contribuía a crear esa atmósfera enrarecida (…) En 1932 había en la Argentina unos trescientos mil desocupados; en ese año se exportó solamente un tercio de la carne que se había exportado ocho años antes, y su precio había caído a la mitad del obtenido en 1926. En 1933, la tonelada de trigo cotizó a $5,30, cuando seis años atrás valía $12,20. En fin, la Caja de Conversión, que en 1928 atesoraba 650 millones de pesos oro, veía reducida su reserva a 260 millones en 1932. Los sectores populares sintieron duramente la crisis, y la clase dirigente tradicional vio minada su base de poder económico, eminentemente agrícola-ganadero”.1 Para Hugo Ezequiel Lezama, Justo “sabía que era espurio como presidente. Fue incubado en la ilegitimidad y ese era el estigma que asumía con total conciencia y una cierta desdicha”.2
Sin embargo, a la hora del balance, hay que decir que la gestión de Justo sería recordada por la gran cantidad de obras públicas que se realizaron y que ayudaron a paliar la desocupación. Como bien resalta Rosendo María Fraga, “en 1932 el país tenía sólo 2.000 kilómetros de caminos de tránsito permanente y al finalizar el mandato (en 1938) eran 30.000 habiéndose multiplicado por 15 la red caminera. Los 100 kilómetros de camino pavimentado se elevan a casi 10.000 entre concreto y asfalto”.3
Con la presidencia de Justo entró en escena una generación que en sus primeros años mostró a Leopoldo Lugones (1874) y Enrique Larreta (nacido, con Jorge Newbery, en 1875). “Esta generación reina plenamente entre 1925 y 1940”, sostuvo Jaime Perriaux en su libro Las generaciones argentinas4 y a ella pertenecen, entre otros, Ramón A. Castillo, Alberto Barceló, Macedonio Fernández, Carlos Octavio Bunge, Horacio Beccar Varela, Alberto Hueyo, Honorio Pueyrredón, y los monseñores Francesci, De Andrea y Copello. También integran esta pléyade Carlos Saavedra Lamas, Robustiano Patrón Costas, Agustín P. Justo, Alfredo Palacios, Ricardo Rojas, Manuel Gálvez, Gustavo Adolfo Martínez Zubiría (“Hugo Wast”) y el embajador Eduardo Labougle (nacido en 1883). Perriaux habrá de decir que esta generación fue seguida por los que nacieron a partir de 1895 (como Federico Pinedo). Es el año límite, el eje. Y es el año del nacimiento de Juan Domingo Perón (1895 para unos, 1893 para otros).5
El mismo 4 de junio de 1932, cuando Labougle se enteró de que su gobierno había decidido enviarlo a Berlín, en Bruselas el capitán Oscar Rufino Silva6 le describía por carta a Diego I. Mason7 el fallecimiento unos días antes del general José Félix Uriburu, del que había sido testigo. Al recibir la noticia de que su “jefe” se encontraba internado en una clínica de París se había desplazado a verlo: “En el sanatorio encontré a Alberto Uriburu y a María Laura,8 optimistas dentro de la aflicción. Almorcé con ellos pero no pude ver a mi querido General; sólo me tuve que contentar con mirarlo por una rendija, pues Alberto, con toda razón, me dijo que no había querido anunciarle mi llegada, porque sabiendo como yo era para el General, temía que se afectara al verme (…) Sólo pude mirarlo sin ser visto”. Silva relata que alrededor del viejo general reinaba un clima de optimismo sobre su salud. “Yo fui contagiado por ese optimismo que me hicieron ver los médicos y me dispuse a regresar a Bruselas” hasta que, tras conversar con el médico de cabecera, “comprendí que yo no debía partir”. Luego, María Laura lo hizo entrar en la habitación y sentarse a su lado: “De allí no saldría ni por todo el oro del mundo”. A las 11.30 del 29 de abril de 1932 Uriburu “empezó a sufrir cada vez más… Así llegó la noche… Entró un sacerdote español que acercándose a su lecho le dijo: ‘General: ¡Usted se porta como un valiente! ¿No quiere que le roguemos a Dios le ayude a salir de este sufrimiento?’. Lo miró con la energía que siempre tuvo en sus ojos y en su espíritu y le respondió: ‘Como no’. Todos los que estábamos dentro de su habitación, la Señora Aurelia, María Laura, Alberto y yo, nos arrodillamos y acompañamos con nuestros ruegos la solicitud del padre…. A las doce horas del 28/29 de abril, estando ya en su habitación el médico, el teniente coronel Molina, el mayor Mendioroz, el mayor Besse, junto con los que ya anuncié y, ante una seña que el médico hizo al sacerdote, este se acercó nuevamente al lecho diciéndole: ‘General’. Enseguida le clavó sus ojos negros, los mismos ojos que nosotros hemos visto tantas veces, y le preguntó: ‘Usted se va a ir con Dios, porque es bueno y valiente, ¿usted perdona a sus enemigos?’. ‘Sí, los perdono a todos’, contestó con una mezcla de rabia, de dolor, como de cansancio de tanto sufrir… soplaba, sacudía su cabeza, diciendo a cada instante: ¡Señor, Señor!”.
Cerca de las 00:30 Uriburu “abrió los ojos, pero no veían, no podía hablar pero sí oía (…) Se acercó el teniente coronel Molina, mudo, hinchado, lleno de lágrimas, y le apretó la mano. Luego seguí yo, el mayor Mendioroz y Besse. Así el día 29 de abril, a la una y cinco de la mañana, dejó de existir nuestro General, nuestro mejor ejemplo, nuestro mejor amigo”.9 “¡El pobre ha sufrido muchísimo!”, sigue relatando Silva. Durante la operación a la que había sido sometido “acababan de abrirle desde el ombligo hasta la ingle, sin cloroformo, sólo con anestesia local, y sobre todo en el momento más doloroso en que le arrancaban las adherencias que producen las úlceras”.
Más de dos décadas después, un ex presidente de facto dijo: “El amargo y desgraciado resultado de la acción de 1930 no fue otro que atrasar un cuarto de siglo a la democracia, elemento fundamental de la República (…) En el año treinta nacieron los rencores y las diferencias profundas entre los argentinos…”.10 Lo que no podía imaginar ese jefe militar era que la Argentina habría de continuar otro cuarto de siglo de inestabilidad política hasta las primeras elecciones presidenciales, sin proscripciones partidarias, el 11 de marzo de 1973.11
El 25 de julio de 1932 el embajador Labougle desembarcó con su esposa María Susana Pearson y sus hijas en el puerto de Bremen y al día siguiente llegó a Berlín. Llevaba en sus alforjas una larga y exitosa carrera diplomática que había nacido en 1905, en pleno “orden conservador”. Tras varios destinos dentro del Palacio San Martín, en 1911 fue destinado con el rango de secretario a la legación en Holanda. Luego de dos años partió a Washington DC (donde se hizo amigo del diplomático alemán Franz von Papen) y de 1914 a 1919 cumplió destino en la Alemania del káiser Guillermo II, por lo tanto fue testigo directo de la Primera Guerra Mundial y de “la puñalada por la espalda” de 1918, como denominaron los nazis el derrumbe alemán y la rendición que terminó en el Armisticio de Compiègne, Francia (sellado en 1940 en el mismo lugar y en el mismo vagón de tren donde Francia firmaría su rendición incondicional al Führer Adolfo Hitler). También había observado desde Berlín las severas condiciones que los aliados le impusieron a la derrotada Alemania en el Tratado de Versalles. Para el mariscal Ferdinand Foch, comandante en jefe de las fuerzas aliadas de la Primera Guerra Mundial y uno de los presentes en el Salón de los Espejos, no eran tan severas y así expresó su descontento: “Este no es un tratado de paz sino un armisticio de veinte años”. Luego de veinte años y sesenta y cuatro días estalló la Segunda Guerra Mundial.
Después de Berlín, Labougle fue encargado de negocios en Cuba y ministro plenipotenciario en Colombia, Venezuela y México. Más tarde fue destinado a Suecia, Noruega, Dinamarca y Finlandia. Tras su larga gestión en el Berlín de la República de Weimar y el Tercer Reich, el presidente Roberto M. Ortiz lo envió en 1939 como embajador en Chile y Ramón A. Castillo lo nombró en Brasil hasta 1942, año en que se retiró. Tras su final debió haber imaginado que nunca más volvería a pisar los largos pasillos del Palacio San Martín, en Arenales 761. Sin embargo, el gobierno de la Revolución Libertadora que derrocó a Juan Domingo Perón en 1955 volvió a designarlo por un corto lapso en la Alemania ocupada con sede en Bonn. Su hija Delia me dijo que su gran amigo fue el almirante Isaac Francisco Rojas.12
A las pocas horas de llegar a Berlín lo recibió el ministro alemán de Asuntos Extranjeros, el barón Konstantin von Neurath,13 y dado que era verano recién presentó sus cartas credenciales al presidente Paul von Hindenburg el 10 de septiembre y al canciller Franz von Papen el 15 de septiembre. Durante el encuentro con su amigo de los tiempos de Washington le sorprendió escucharle decir: “Usted que conoce al pueblo alemán sabe que necesita ser dirigido. Es su idiosincrasia”. No en vano el escritor británico Christopher Isherwood anotó: “Berlín se hallaba en estado de guerra civil, el odio estallaba súbitamente sin anunciarse, salido de alguna parte…”.14
Por las conversaciones mantenidas con las autoridades de la República de Weimar y las visitas de cortesía a sus colegas acreditados en Berlín, Labougle vislumbró que “Alemania se encontraba en medio de una crisis cuya solución no podía dilatarse, y se vivía en plena lucha. Había una gran depresión espiritual, un intenso desasosiego que predominaba entre las clases dirigentes”.
La Alemania de 1932 tenía cinco millones de desocupados15 y “estaba emocionalmente agotada por una serie aparentemente interminable de elecciones”,16 como supo observar John Toland en su reconocida biografía sobre Hitler. La inestabilidad absoluta hizo caer al gabinete de von Papen el 17 de noviembre de 1932, a quien sucedió el general Kurt von Schleicher. Unos días antes (el 6 de noviembre) se habían llevado a cabo las últimas elecciones parlamentarias bajo un clima democrático, en las que el nazismo no obtuvo la mayoría que esperaba para acceder al poder. En esas horas de indecisión un grupo de fuertes empresarios y capitanes de la industria le enviaron una carta a Hindenburg en la que respaldaban a Adolfo Hitler como canciller de Alemania.17
Nuevamente, “el pintor de casas”, como despreciativamente denominaba el mariscal von Hindenburg al jefe del Partido Nacionalsocialista, vio postergados sus sueños de llegar a canciller a través de procedimientos democráticos y no revolucionarios, como querían sus tropas de asalto —los camisas pardas— de las SA [Sturmabteilung].
Con el paso de las semanas, el nuevo gabinete del canciller Schleicher no consiguió debilitar ni dividir el partido nazi (por ejemplo, ofreciéndole la vicecancillería a Gregor Strasser, un alto jefe del ala izquierda del nacionalsocialismo que sería fusilado en 1934)18 ni equilibrar la situación económica y social. A mediados de enero de 1933 el número de desocupados llegaba a seis millones, de acuerdo con registros oficiales.19 El embajador Labougle no lo dice concretamente en su libro Misión en Berlín20 pero la caída de Schleicher comenzó a concretarse con la primera reunión privada entre Hitler y von Papen en la casa del empresario Kurt von Schroeder, en las cercanías de la ciudad de Colonia. Fue el 4 de enero de 1933, y en ese momento von Papen le abrió las puertas a Hitler para conformar un nuevo gabinete. Hitler expuso que si él era canciller debía tener la jefatura del gobierno, integrada por partidarios de von Papen dispuestos a cambiar muchas cosas en Alemania: “Estos cambios incluían la eliminación de los socialdemócratas, los comunistas y los judíos, de todos los altos cargos alemanes, y la restauración del orden en la vía pública”.21 No se puede decir que Hitler no fue claro o que usó subterfugios. Quedaron en volver a encontrarse.
Apenas once días más tarde el nacionalsocialismo ganó las elecciones en el pequeño estado de Lippe, generando la sensación de una marea popular que arrollaba todos los obstáculos: “Fíjense en Lippe”, fue la consigna de Joseph Goebbels.22 Cinco días más tarde (el 20 de enero) el Partido Nacionalsocialista (NSDAP) rompió su tregua con el gobierno de Schleicher y en la noche del domingo 22 Hitler se reunió con Oskar von Hindenburg, hijo del mariscal, su colaborador más influyente, en la casa de Joachim von Ribbentrop,23 un vendedor de champagne que luego sería embajador en Londres y más tarde ministro de Asuntos Exteriores del Tercer Reich. Cada uno concurrió a la cita con sus asesores pero en un momento Hitler pidió hablar a solas con von Hindenburg. No hay constancias escritas de lo conversado pero trascendió que Hitler exigió la Cancillería, el Ministerio del Interior (para Wilhelm Frick)24 y una cartera para Hermann Göring (nada menos que el poder en la Gobernación de Prusia). Todos los historiadores coinciden en que, además, Hitler chantajeó a Oskar von Hindenburg: si no se cumplían sus exigencias, estaba dispuesto a revelar un negociado de evasión fiscal por su campo de Neudeck, que comprometía tanto a su padre como a él.25 James y Suzanne Pool dicen que tras asumir Hitler, se agregaron cinco mil acres más libres de impuestos a la hacienda Neudeck y al convertirse el Führer en comandante supremo del Ejército, tras la muerte del presidente von Hindenburg, Oskar fue ascendido a comandante general del Ejército.
Entre intrigas, refriegas en las calles, completa inestabilidad y el abatimiento físico e intelectual del mariscal von Hindenburg (que no conseguía concentrarse más de media hora en un tema), el 30 de enero de 1933 Adolfo Hitler asumió la Cancillería del Reich acompañado por un gabinete de “coalición nacional”. En el momento de asumir dijo: “¡Juro que emplearé todas mis fuerzas en conseguir el bienestar del pueblo, respetaré la Constitución y las leyes, cumpliré con los deberes que me corresponden y realizaré mis tareas imparcialmente y con justicia!”. Von Hindenburg inclinó su cabeza a manera de aprobación y dijo: “¡Y ahora, señores míos, adelante con Dios!”.
En la primera reunión del gabinete, Hitler, con el apoyo de Göring, propuso llamar a elecciones el 5 de marzo de 1933 con la intención de lograr los dos tercios necesarios en el Parlamento y dictar una ley de “prerrogativas especiales”.26
Para algunos, Franz von Papen había logrado una gran victoria porque seguía siendo un hombre trascendental dentro del nuevo gabinete y para von Hindenburg; otros ponen el acento en lo que representaba el nuevo ministro de Economía y Agricultura, Hjalmar Schacht, quien primero se desempeñó como presidente del Reichsbank. Lo cierto es que, como afirma Ian Kershaw, “la democracia (alemana) se entregó sin lucha” y entre las siete de la tarde y la medianoche del mismo día algunos comenzaron a tomar conciencia de lo que se avecinaba mientras observaban el paso de millares de camisas pardas de las SA con sus antorchas por la avenida Wilhelmstrasse. “Es casi como un sueño… un cuento de hadas… el Nuevo Reich ha nacido. Catorce años de trabajo han sido coronados por la victoria. Comienza la revolución alemana”, escribió Goebbels en su diario la noche del 30 de enero. “No habrá fuerza viviente capaz de sacarme con vida de aquí”, les confesó Hitler a sus íntimos.27
“Yo profetizo solemnemente que este hombre maldito arrojará a nuestro Reich al abismo y llevará a nuestra nación a una miseria inconcebible. Las generaciones futuras os maldecirán en vuestra tumba por lo que habéis hecho”, se atrevió a escribirle a von Hindenburg el general Erich Friedrich Wilhelm von Ludendorff.28 Tres días más tarde, von Hindenburg agregó una tarea más a Hermann Göring al nombrarlo comisario de la Aviación del Reich. Él designó como segundo al presidente de Lufthansa, Erhard Milch.29 Estaba próximo a ser mariscal de campo.
No había pasado una semana en el poder cuando el viernes 3 de febrero de 1933 Adolfo Hitler expuso su pensamiento a los jefes militares de la Reichswehr [Fuerzas de Defensa] durante una reunión secreta en el domicilio del general Kurt von Hammerstein-Equord, jefe del Estado Mayor del Ejército, gestada por el ministro de Guerra y comandante en jefe de las Fuerzas Armadas alemanas, general Werner Eduard von Blomberg. Fijó, entre otras pautas:
En líneas generales, la exposición del nuevo canciller —que tenía como objetivo lograr la adhesión castrense— no hablaba de guerra y sólo trató sobre el “espacio vital”, algo que ya había escrito en su libro Mein Kampf [Mi lucha]. Algunos tomaron sus palabras con indiferencia y otros lo apoyaron. El jefe de la Armada, almirante Erich Raeder, comentaría más tarde que le pareció “extraordinariamente satisfactorio”.
El dueño de casa, von Hammerstein-Equord, no duraría mucho tiempo en el cargo. Era amigo de Schleicher y en la intimidad sostenía que los nazis eran “una banda de mafiosos y pervertidos”. Sus dos hijas, Marie-Luise y Helga, pertenecían al Partido Comunista e informaron a los soviéticos los términos de la exposición de Hitler.
El miércoles 8 de febrero el embajador Eduardo Labougle concurrió al palacio presidencial, en la Wilhelmtrasse Nº 77, porque Hitler hizo su presentación protocolar ante el cuerpo diplomático acompañando al mariscal Hindenburg. Según el diplomático argentino, el Führer lucía frac, su peinado estaba desalineado y “no teniendo cinturón donde siempre ponía sus manos, sus dedos jugaban algo nerviosamente con los puños de la camisa y las mangas del frac, demasiado largas”.
A miles de kilómetros de Berlín, en el país que muy bien representaba el embajador Labougle, también había presos políticos acusados —algunos falsamente— de conspiración contra el presidente Agustín P. Justo. En diciembre de 1933 se decretó el estado de sitio en toda la Argentina. Basta leer la tapa del diario nacionalista La Fronda del 16 de enero de 193431 y observar que a varios dirigentes políticos radicales se les había concedido la opción a salir del país (de acuerdo con el artículo 23 de la Constitución Nacional). “La mayoría optó por no optar”, escribió el historiador Félix Luna. “Alvear debió haberse quedado en el país, como un símbolo del padecimiento argentino.”32
Puede verse el listado de los que “fueron embarcados en el transporte Pampa que zarpó con destino a Europa”: entre otros, el ex presidente constitucional Marcelo Torcuato de Alvear,33 Manuel Goldstraj, secretario privado del ex presidente, y Florencio Lezica Alvear (los tres a Lisboa); Ricardo Bordenave, el ex senador Pedro Duhalde y el ex intendente de Buenos Aires Carlos Noel (los tres a Vigo), y varias decenas más. Otros no quisieron marcharse y fueron enviados a una prisión en el inhóspito sur en el transporte Chaco. Entre las decenas de presos sobresalían el gobernador salteño y ex candidato a vicepresidente de Alvear, Adolfo Guillermo Güemes; José Luis Cantilo, más tarde presidente de la Cámara de Diputados de la Nación; Honorio Pueyrredón, gobernador electo de Buenos Aires al que no se le permitió asumir; el escritor Ricardo Rojas; Enrique Mosca, que en 1946 sería candidato a vicepresidente de la Nación por la Unión Democrática, y el dirigente Francisco Antonio Turano. Más de medio centenar quedaron a disposición del Poder Ejecutivo en la isla Martín García, entre otros, Julio Busaniche, ex vicepresidente de la convención radical, el escritor Raúl Scalabrini Ortiz y Jorge Walter Perkins.34
Más que un gobierno democrático, el nuevo régimen nazi parecía regido y asaltado a mansalva por una banda de facinerosos sin que nadie, absolutamente nadie, los pudiera frenar. Una sucesión de hechos así lo indican. El 17 de febrero Göring hizo una limpieza total de la policía incorporando en sus filas a miembros de las SA [Sturmabteilung, “tropas de asalto”] y las SS [Schutzstaffel, “compañías de protección”]. El 22 creó una fuerza auxiliar de las SA y SS, una policía política, la incipiente Gestapo. Dos días más tarde, los hombres de Göring asaltaron el cuartel general comunista, la Casa Karl Liebknecht. Los pocos jefes que no habían sido detenidos fueron llevados a prisión. “Disparen primero y pregunten después”, les aconsejó a sus tropas. El 20 de febrero invitó a veinte empresarios de primer nivel para presentarles a Hitler y solicitarles ayuda económica para la campaña de las elecciones del 5 de marzo. En los archivos de Krupp se encontró el texto de lo que allí afirmó el invitado principal: “Si queremos aplastar definitivamente al enemigo —dijo Hitler— ante todo tenemos que apropiarnos de los instrumentos del poder (…) No se debe atacar nunca antes de haber alcanzado la cima del poder, mientras no se cuente con la seguridad de haber ampliado al máximo el poder propio (…) Ya no volveremos atrás, aunque las elecciones no arrojen un resultado tajante. La alternativa está bien clara: o el resultado es rotundo, o tendremos que provocar una prueba de fuerza que dirima definitivamente el asunto por algún otro medio”.
Sin sonrojarse, Göring les dijo: “Tengo la seguridad de que la industria se alegrará de haber hecho este sacrificio cuando se dé cuenta de que las próximas elecciones del 5 de marzo serán las últimas que se celebren en Alemania en un plazo de diez años, ¡y tal vez en un siglo!”.
El 27 de febrero de 1933 por la noche, cuatro semanas más tarde de la llegada de Hitler al poder, ardió el edificio del Reichstag, la sede del Parlamento. El holandés Marinus van der Lubbe —“un pirómano comunista medio tonto”, dirá Göring— fue encontrado culpable y se lo descubrió miembro de una amplia conspiración comunista. Hitler, caminando sobre los escombros, exclamó: “Esto es una señal del cielo”. En pocas horas von Hindenburg le confirió poderes especiales para atacar a los comunistas, incluso con la pena de muerte.35
En esas elecciones los nazis obtuvieron el 43,9% de los votos (288 de los 647 escaños en juego); sus aliados nacionalistas lograron el 8% (52 escaños); el Partido Comunista (KPD) 12,3% y los socialdemócratas (SPD) 18,3%. A pesar del avance electoral, el nacionalsocialismo y sus aliados sólo tenían 340 bancas y no llegaron a las 432 que se necesitaban para una mayoría de dos tercios. Cuando se inauguraron las sesiones, ochenta y un diputados comunistas estaban ausentes (detenidos o escondidos) y, de esa forma, Hitler obtuvo la mayoría para que se aprobara el decreto de habilitación [Notverordnun]. “¡Weimar por fin ha muerto!”, exclamó el presidente de la Cámara, Hermann Wilhelm Göring. Ahora sí tenía una gran parte del poder. Sólo faltaba la muerte natural de von Hindenburg.
El nuevo Parlamento fue inaugurado el martes 21 de marzo de 1934 en Potsdam con la presencia de von Hindenburg y miembros de la familia imperial, encabezada por el Konprinz Guillermo, que lucía el uniforme de los Húsares de la Muerte. Con una gran escenografía preparada por Goebbels —la mirada puesta en los sectores conservadores de la sociedad— se realizó una gran misa en la catedral Garnisonkirche [Iglesia de la Guarnición], donde reposaban los restos de Federico el Grande y Guillermo I. El cuerpo diplomático fue invitado a asistir con ropa de etiqueta (jaqué). El embajador Labougle contó que asistió a la misa y luego hablaron von Hindenburg y Hitler. En esta oportunidad, el jefe nacionalsocialista leyó un discurso que se tituló “Nuestra Voluntad”:
Al presentarse el gobierno nacional en esta hora solemne por primera vez ante el nuevo Parlamento, anuncia al propio tiempo su voluntad inquebrantable de acometer y llevar a cabo la gran obra de reorganizar el pueblo y el Estado alemanes (…) Consciente de actuar como intérprete de la voluntad nacional, espera el gobierno de los partidos que integran la representación popular que al cabo de quince años de sufrimientos y miserias sean capaces de superar los estrechos doctrinarismos y dogmas partidistas y se sometan a la férrea ley que la crisis y sus amenazadoras consecuencias a todos nos imponen (…) Queremos restablecer la primacía de la política, llamada a organizar y dirigir la lucha por la vida de la nación (…) Pero queremos también atraernos todas las fuerzas verdaderas, vivas del pueblo, porque en ellas vemos el sostén del porvenir de Alemania y a la vez que nos esforzaremos en unir a todos los hombres de buena voluntad, procuraremos reducir a la impotencia a cuantos pretendan causar perjuicio al pueblo alemán.
Tras la misa con sus himnos, el coro comenzó a cantar “Wir treten zum veten” [Nosotros venimos a rezar], mientras afuera se escuchaban las salvas de los cañones. Luego, cuenta el embajador argentino, “se formó un desfile de participantes, cuyo orden fue el siguiente: representantes del gobierno del Reich; miembros del cuerpo diplomático; presidentes de los gobiernos estaduales; consejeros de Estado, diputados, etc.”. Más tarde, en las tribunas se presenció el desfile de los miembros del partido nazi y de las Fuerzas Armadas. De ese día soleado, Labougle anotó que flotaba en el ambiente “la prepotencia” de los nuevos dirigentes del Tercer Reich y “el decaimiento anímico de los viejos líderes del Reichstag… y más de uno de mis antiguos conocidos me confesó que ya nada podían hacer ante la fuerza cada día mayor que empleaban los nacionalsocialistas dispuestos a terminar trágicamente con toda oposición, introduciendo el principio totalitario de obedecer al jefe [Führer] porque siempre tiene razón. Los que no pensaran así irían a parar al ostracismo, a la cárcel o a los campos de concentración”.
La jornada festiva culminó en el teatro de la Opera de Berlín con Los maestros cantores de Núremberg, de Richard Wagner. “Se decía que era la favorita del Führer y nosotros los diplomáticos debimos oírla hasta el cansancio”, contó Eduardo Labougle.36
El jueves 23 de marzo el nuevo Parlamento aprobó la “ley para solventar la miseria del pueblo y del Reich” y autorizó al gobierno a realizar tareas que hasta el momento eran exclusivas del Reich [Imperio]: 1. dictar leyes; 2. controlar el presupuesto del Reich; 3. acordar tratados con Estados extranjeros; 4. decidir cambios en la Constitución y 5º. transmitir todas las atribuciones directamente al canciller del Reich. Sólo había una limitación: los derechos del presidente del Reich no debían ser afectados.37
Desde las primeras jornadas de su gestión, Hitler se vio constantemente rodeado por una serie de altos jefes del partido nazi, amigos personales y funcionarios del gobierno. Lograr acceso a su persona era difícil. Si no eran miembros de la “Chauffeureska” como Ernst “Putzi” Hanfstaengl, jefe de prensa de la Oficina Extranjera,38 llamaba al grupo de choferes y ayudantes que llegaron de Bavaria con el nuevo canciller, el círculo de acero se cerraba con las presencias permanentes y controladoras de Göring, Goebbels (aceptado por von Hindenburg como ministro de Educación y Propaganda) y unos pocos elegidos. Además de esta situación debían tenerse en cuenta los horarios inusuales del propio Führer: se acostaba ya entrada la madrugada, después de ver una película de cine para relajarse (generalmente King Kong, cuenta Ian Kershaw), se levantaba tarde y almorzaba cerca de las dos. Nada era previsible. De allí que para un embajador como Labougle fuese un logro poder sentarse frente a Hitler en una cena junto con media docena de invitados. Fue el 10 de mayo de 1933 en la casa de Otto Wagener, situada en la boscosa zona de Grunewald, cerca de Berlín.
El dueño de casa asistía en materia económica a Hitler y era un alto miembro de las SA, llegando a ser su jefe de Estado Mayor durante la crisis interna que protagonizó Walter Stennes en Berlín (1930-1931), contrariado con Goebbels por los escasos lugares que se le otorgaba a las SA en las listas de candidatos al Parlamento. Además los “camisas pardas” dudaban del liderazgo de Hitler por considerar que se debía tomar el poder por la fuerza cuanto antes, mientras el Führer sostenía que había que hacerlo dentro de los cánones democráticos de la República de Weimar, “sin ninguna ruptura radical de las condiciones existentes”.39 Así lo aseguró ante el Tribunal del Reich en Leipzig, en septiembre de 1930, en lo que dio en llamarse el “juramento de legalidad de Hitler”. Amplios sectores de las SA expresaban un pensamiento cercano a la izquierda y recelaban las relaciones de su jefe con los capitanes de la industria. “Yo estaba disgustado porque Hitler pactó con la derecha y nosotros (las SA) estábamos más a la izquierda”, confesó von Oven, más tarde uno de los secretarios de Goebbels. La situación sería definida luego de 1933 con la “noche de los cuchillos largos”, en la que se destacaron Heinrich Himmler y Reinhard Heydrich al frente de las SS.40
Digamos que el diplomático argentino sabía moverse pero, además, todavía tenía a sus espaldas a la Argentina, un país económicamente promisorio. Esa noche vio a Hitler comer un plato vegetariano y explicar que no tomaba vino desde hacía una década. En general se habló de música y temas artísticos. Como entre los pocos asistentes se encontraba el pianista Bachbauss, se escucharon algunos temas clásicos alemanes que el invitado principal siguió con “profunda atención”.
De pronto sucedió lo inesperado (para los comensales, no para Hitler). Se acercó a Hitler el príncipe Augusto Guillermo, el único de la dinastía Hohenzollern que se había afiliado al nacionalsocialismo, y le pidió permiso para retirarse porque acababan de avisarle telefónicamente que frente a la Biblioteca Nacional, sobre la Unter den Linden, miembros de las SA estaban quemando libros de autores judíos. “Hitler pareció recibir la noticia con la mayor indiferencia (y) la reunión prosiguió con el mismo tono”, escribió el embajador argentino.
Esa noche, el canciller alemán había llegado acompañado por Wilhelm Brückner, coronel de brigada de las SA y más tarde general de las SS. Ninguno de los dos podía ignorar lo que sucedía en el centro de Berlín porque era el final esperado por la Asociación de Estudiantes Alemanes. El 6 de abril de 1933 los estudiantes habían convocado a la población a realizar una “purga intelectual” y requisaron las bibliotecas públicas, universitarias y privadas, retirando de ellas lo que denominaban “basura intelectual” bajo la consigna: “El judío sólo puede pensar en judío; si escribe en alemán, miente”. El 19 de abril la asociación avanzó un paso más al instar a los estudiantes a señalar y expulsar a los profesores “ineptos”. Contaron con la complicidad de catedráticos y docentes. A la campaña se sumaron las casas editoriales y la revista de la industria del libro.
El acto del 10 de mayo fue considerado por Labougle una “sombría noche” y la crónica mundial lo consideró un “bochorno”. En el acto, presidido por Joseph Goebbels, fueron arrojadas a las llamas las obras de Sigmund Freud, Thomas Mann, Albert Einstein, Karl Marx, Georg Hegel, Franz Kafka, Hermann Hesse y Rosa de Luxemburgo.
Años más tarde, en ese lugar se levantó un monumento con una frase de Heinrich Heine escrita siete décadas antes: “Allí donde se queman libros se terminan quemando también personas”.
En septiembre el cuerpo diplomático fue invitado a participar del Congreso de la Victoria en Núremberg, una cita obligada para el nacionalsocialismo. Según Labougle, se realizaron consultas entre los jefes de misión y los embajadores de las grandes potencias consideraron que “no correspondía” asistir teniendo en cuenta que la invitación había sido realizada por Adolfo Hitler en su calidad de jefe del Partido Nacionalsocialista. Labougle y otros estimaron que debían concurrir por considerar que el jefe del partido era el jefe del Estado y que “el partido era el Estado y el Estado era el partido”.41 Las películas de aquel congreso muestran al embajador argentino bajando junto con otros colegas del tren especial para los diplomáticos. Apenas llega a la estación una niña se le acerca con un ramo de flores y él agradece sacándose el chambergo. Luego se observa una larga fila de miembros de las SA y SS que serían sus asistentes y choferes. Entre las tantas actividades recibieron la visita de Hitler al tren donde vivían. También asistieron a algunos actos, y durante el discurso de cierre Hitler comenzó a criticar a los regímenes democráticos, actitud que molestó a la mayoría de los diplomáticos. El jefe de la delegación rumana codeó a Labougle y le dijo: “¿Y es a oír esto que nos invitan?”.
En sus Memorias de la Segunda Guerra Mundial, sir Winston Churchill denominó como “los años de la langosta” (1931-1935) a la etapa en la que Alemania se rearmaba al margen del diktat de Versalles mientras las potencias occidentales miraban hacia otro lado, distraídas en otros menesteres o no deseando asumir sus responsabilidades. Fueron tiempos desperdiciados, “los años que la langosta ha comido”, como explica la frase bíblica de la que el estadista británico tomó la cita (Joel, capítulo II, versículo 25). En abril de 1933, cuando ya Hitler estaba instalado en la Cancillería, sobre la Wilhelmstrasse, Churchill les dijo a los ingleses durante uno de sus varios discursos en el Parlamento, con una lucidez poco común:
Los alemanes exigen igualdad en los armamentos e igualdad en la organización de ejércitos y flotas, y se nos ha dicho “No podéis mantener a una nación tan grande en una posición inferior. Ellos deben tener lo que otros tengan”. Nunca he coincidido con este punto de vista. Es sumamente peligroso exigir semejante cosa. Nada en la vida es eterno, pero podéis estar seguros de que tan pronto como Alemania llegue a la completa igualdad militar con sus vecinos y mientras no se hayan reparado las injusticias que en su concepto se cometieron y en tanto se encuentre en esa disposición de ánimo en que desgraciadamente la hemos visto, nos encontraremos nosotros a insignificante distancia de la reanudación de la guerra en toda Europa (…) Una de las cosas que se nos dijeron después de la Gran Guerra fue que la adopción por parte de Alemania del sistema democrático y de las instituciones parlamentarias sería una garantía y seguridad para nosotros. Todo eso ha desaparecido. Hay ahora allí una inflexible dictadura, en donde reina el militarismo y en donde se trata de despertar e incrementar todas las formas del espíritu bélico (…) Hay ahí esas manifestaciones belicosas o marciales y también esa persecución de los judíos sobre la cual tantos miembros de la Cámara han hablado…42
Churchill, en esos días, también estaba atento al lanzamiento del plan cuatrienal, anunciado el 1º de febrero de 1933, destinado a superar la crisis económica en Alemania. Ese día Hitler anunció: “Antes de cuatro años el desempleo habrá de quedar superado y el campesino alemán tiene que haber salido definitivamente de la miseria”.
Como bien han detallado numerosos analistas militares, luego del tratado de paz de 1919 Alemania vio restringida la capacidad de su flota de superficie a seis acorazados, seis cruceros ligeros y seis destructores. De ser la segunda potencia naval del mundo luego de Gran Bretaña a comienzos de la Primera Guerra Mundial, había quedado reducida y sin capacidad de poner en riesgo la seguridad de los países aliados (muchos navíos fueron puestos bajo la custodia inglesa y otros fueron hundidos por los propios alemanes en 1919).
En el mismo tratado se le autorizaba a Alemania dar de baja sus acorazados y reemplazarlos por navíos de un máximo de diez mil toneladas de desplazamiento, cuando un acorazado de esa época tenía como mínimo veinticinco mil toneladas de desplazamiento y poder de fuego (cañones de 305 a 406 milímetros, como el caso del británico HMS Dreadnought de 1905).
A través del almirante Hans Zenker, comandante de la Reichsmarine entre 1924 y 1928, la Marina alemana diseñó un modelo de acorazado “de bolsillo” (al decir de los ingleses) clase Deutschland, que revolucionaría lo visto hasta ese momento. En general, desplazaban diez mil toneladas (aunque llegaban hasta las doce mil), con cañones de 280 milímetros en dos torres triples y seis cañones de 152 milímetros. Sus nuevos motores diésel le daban una gran autonomía y veintiocho nudos de velocidad máxima (los acorazados tipo de aquella época apenas llegaban hasta los veintitrés nudos). El primero de los tres cruceros se denominó Deutschland y comenzó a construirse el 5 de marzo de 1929. Clasificado como un simple panzerschiff [acorazado de bolsillo], fue botado el 19 de mayo de 1931. A manera de ejemplo, digamos que vino a reemplazar al acorazado SMS Preussen de 1904 (con un desplazamiento de quince mil toneladas; velocidad de catorce nudos; cuatro cañones de 280 milímetros, catorce de 170 milímetros, dieciocho de 88 milímetros y seis tubos lanzatorpedos). Luego llegaron el gemelo Admiral Scheer, el 14 de abril de 1934, y el Admiral Graf Spee el 30 de junio de 1934.43
El sábado 30 de junio de 1934, en una gran ceremonia realizada en los astilleros Wilhelmshaven, en el norte de Alemania, y presidida por un representante de la República de Weimar y el almirante Erich Raeder, la hija del vicealmirante Maximilian Graf von Spee, Huberta, procedió a bautizar el nuevo navío de guerra rompiendo la tradicional botella de champagne contra su casco: “Por orden del presidente del Reich yo te bautizo Admiral Graf Spee”, dijo la mujer, vestida de negro y con un pequeño sombrero. Luego se descubrió la placa con el nombre del barco y, a continuación, el casco se deslizó hacia el agua para comenzar la siguiente etapa de la construcción, el montaje y armado del navío. Finalmente, la banda militar entonó el himno mientras el público comenzó a recitar “Deutschland, Deutschland über alles…”.
Es bueno aclarar esta instancia porque en alguna que otra página de internet se observa al canciller Adolfo Hitler en el momento de la “botadura”. El Führer no asistió a la ceremonia, simplemente porque en esas horas se jugaba gran parte de su destino. Hitler debía decidir su relación y su liderazgo como jefe del partido y el gobierno con Ernst Röhm, el jefe de las SA o “camisas pardas”. Era un problema que aún no había sido resuelto —como hemos visto— desde los tiempos de los conatos de las SA al liderazgo del Führer de los años 1930-1931. Sin cerrar esa brecha iba a resultarle difícil llevar adelante su política exterior: básicamente convencer a las potencias de que no estaba atizando un plan de rearme militar. Y, además, como jefe del gobierno que aspiraba a ser jefe del Estado, dado que se agravaba la enfermedad del presidente von Hindenburg, debía cerrar una alianza con las Fuerzas Armadas que las SA le impedían. Con especial atención, los capitanes de la gran industria observaban cómo se iba a definir el conflicto, más aún cuando Römh opinaba que “las SA eran la reencarnación heroica de la voluntad y el pensamiento de la revolución alemana… ¡La SA es la revolución nacionalsocialista!”.44 Su revolución debía ser de izquierda pero Hitler no opinaba lo mismo. En febrero, durante una visita a Berlín del británico Anthony Eden, Lord del Sello Privado [Lord Privy Seal] para tratar temas de desarme, Hitler le explicó que pensaba reducir las fuerzas de las SA.45
Para esa época, además, el mariscal von Hindenburg se retiró enfermo a su casa de campo de Neudeck y su influencia se fue desvaneciendo. Por lo tanto, ante su eventual ausencia se jugaba ahora la jefatura de las Fuerzas Armadas y del Estado alemán.
Durante la primera semana de junio (para algunos el 4 de junio), Hitler y Ernst Röhm, jefe de las SA, mantuvieron un encuentro que duró cinco horas. En esa oportunidad, Röhm pidió la unificación bajo su comandancia de las fuerzas militares (la Reichswehr) y los “camisas pardas”.46 La respuesta de Hitler fue que en septiembre se concretaría el pedido, por lo tanto Röhm ordenó a sus tropas tomarse todo el mes de vacaciones. En ese momento comandaba cuatro millones de efectivos y las fuerzas militares regulares eran apenas cien mil.
Tras la cumbre, Röhm declaró que “si los enemigos de las SA se engañan con la esperanza de que las SA no regresen a sus deberes tras las vacaciones (…) recibirán cumplida respuesta en el momento y en la forma que parezcan necesarios. Las SA son y seguirán siendo el destino de Alemania”.47
El 8 de junio la agencia noticiosa alemana publicó una “orden del jefe del Estado Mayor Röhm” que informaba: “He decidido seguir el consejo de mi médico y hacer una cura de reposo con el fin de recuperar mi salud…”. Mientras tanto, el 14 de ese mes Hitler realizó su primer encuentro personal con Benito Mussolini en Venecia, en la que el Duce destrató al jefe alemán.
Tres días después, durante una conferencia en la Universidad de Marburgo, Franz von Papen —algunos sostienen que instigado por von Hindenburg— criticó a los jefes nazis que insistían con “el partido único” y llamó a Hitler a luchar contra “los reaccionarios”, aquellos que propugnaban una “segunda revolución” nacionalsocialista. “¿Hemos pasado por la revolución antimarxista para llevar adelante el programa marxista? —le preguntó a la audiencia—. Ningún pueblo puede soportar una revolución permanente desde dentro si es que quiere perdurar en la historia. En cierto momento, el movimiento debe cesar y la estructura social recomponerse.” También criticó los controles de prensa y a Joseph Goebbels y defendió a la Iglesia católica. Tuvo palabras duras contra “el culto a la personalidad” al afirmar: “Los grandes hombres no los hace la propaganda, sino que surgen de sus propias acciones”. Según el historiador Ian Kershaw, el discurso fue redactado por Edgar Julius Jung (asesinado durante “la noche de los cuchillos largos”, el 1º de julio de 1934) porque von Papen imaginaba despertar una intervención militar, con el apoyo de von Hindenburg, contra Hitler, pero en cambio fue utilizada por los nazis contra “los reaccionarios” de las SA en la noche del 30 de junio. Como diría Konrad Adenauer, su ex compañero del Partido de Centro (católico), von Papen era “una persona extremadamente ambiciosa, cuya principal preocupación era llegar a ser alguien importante”.48
El 20 de junio Hitler concurrió al Carinhall, el nuevo castillo de Hermann Göring, para encabezar una pomposa ceremonia a la que asistieron diplomáticos, políticos y jefes militares y en la que fueron enterrados en una cripta de granito los restos de su primera esposa, la sueca Carin Axelina Hulda Göring, fallecida el 17 de octubre de 1931.
Un día después Hitler visitó a von Hindenburg con la excusa de informarle de su reciente viaje a Venecia pero el mariscal y presidente quería hablar de otra cuestión: a pesar de su visible debilidad le dijo al canciller que pusiera orden de manera urgente en Alemania, o de lo contrario promulgaría la ley marcial y el Ejército se haría cargo del poder. El mismo 21 de junio Göring dijo durante una reunión del gabinete de Prusia: “El Führer inició la primera revolución. Si el Führer desea hacer una segunda revolución, nos hallará dispuestos y preparados. De lo contrario, nos encontrará igualmente dispuestos y preparados a actuar contra cualquier hombre que se atreva a desafiar su voluntad.”49
La tríada de Göring, Goebbels y Heinrich Himmler, jefe de las SS desde 1929, vio confirmadas sus sospechas y convencieron a Hitler de que en el corto plazo sería víctima de un golpe de Estado. Por lo tanto, el 25 de junio Hitler ordenó a la Reichswehr que se pusiera secretamente en estado de alerta. El 28, Hitler y Göring visitaron una planta siderúrgica de Krupp y participaron de la ceremonia de casamiento del Gauleiter de Essen [líder regional del partido] Josef Terboven.50
En medio de rumores (algunos ciertos y otros falsos) y acechanzas de todo tipo, en la madrugada del sábado 30 de junio de 1934 Hitler y sus ayudantes llegaron a Munich desde Bonn, donde los esperaban las tropas SS de Josef “Sepp” Dietrich.51 Desde Berlín las SS y SA ya habían redactado las listas de quiénes iban a ser asesinados. En la capital alemana, Reinhard Heydrich despotricaba contra “los círculos reaccionarios”, “los comunistas que se habían introducido en gran número dentro de las SA y las conexiones de Röhm con Francia (en particular culpaban al embajador francés André François-Poncet).52 Para el ascendente Heydrich, “las únicas fuerzas que pueden proteger al Estado y al gobierno del Führer son las SS y el Ejército”.53
En esas primeras horas del día 30, Hitler, sus custodios y tropas de la Leibstandarte de Dietrich, transportadas en camiones del Ejército, recorrieron los sesenta kilómetros que separaban Munich del Hotel Hanselbauer, en el centro turístico de Bad Wiessee sobre la costa del lago Tegernsee, donde dormían Röhm, sus ayudantes y varios atractivos jóvenes que participaban en sus fiestas homosexuales. Comenzaba a regir, impiadosamente, la “ley de Saturno”, aquella que amparada en la mitología griega sostiene que la revolución se devora a sus hijos.
Hitler entró en su habitación y en voz alta le dijo que estaba “detenido” y lo mismo ocurrió con el resto de los miembros de las SA. Desde allí fueron conducidos a la prisión Stadelheim de Munich, donde comenzaron a ser fusilados a la luz de los focos de los automóviles. En Berlín se repitió la misma escena luego de que Joseph Goebbels llamara a Hermann Göring y transmitiera la palabra clave “Kolibri” (que indicaba la purga de los enemigos). No sólo fueron asesinados miembros de las SA, también murieron el general von Schleicher y su esposa en su casa; el general von Bredow en la puerta de su hogar; Gregor Strasser, ejecutado en el edificio de la Gestapo en la Prinz-Albrecht-Strasse; Erich Klausener, jefe de la Acción Católica; Gustav Ritter von Kahr, fusilado en el campo de concentración de Dachau por su “traición” durante el putsch de 1923; Pater Bernhard Stempfle, que ayudó a Hitler a redactar Mi lucha, quizá por conocer secretos de la vida del Führer y del suicidio de su sobrina Geli Raubal, y el periodista Fritz Gerlich, fusilado en Dachau el 1º de julio. También fueron asesinados Herbert von Bose y Edgard Julius Jung, asistentes del vicecanciller von Papen. La oportunidad hizo que en esa “noche de los cuchillos largos” fueran pasados por las armas algunos miembros de las propias SS considerados irrecuperables, como Othmar Toifl, jefe del campo de concentración de Columbia-Haus. Se dieron situaciones dantescas como en el caso del Gruppenführer-SA Karl Ernst, que fue detenido cuando partía de luna de miel a Madeira y fusilado por las SS al lado de tres “camisas pardas” que, supuestamente, habían participado con él en el incendio del Reichstag. Antes de morir gritó “¡Heil Hitler!”.
A Ernst Röhm se le dio la oportunidad de suicidarse y al no hacerlo se lo fusiló el lunes 2 de julio de 1934. Poco antes de morir le dijo a Alfred Rosenberg: “Todas las revoluciones devoran a sus hijos”. 54 Se estima que en esas cuarenta y ocho horas murieron entre 160 y 220 personas.
A las pocas horas el mariscal von Hindenburg firmó un telegrama dirigido a Adolfo Hitler: “Por los informes recibidos me entero de que usted con su decidida y valiente intervención personal derrotó a la traición en sus comienzos. Usted ha salvado a la nación alemana de un grave peligro. Por ello le expreso mi más profundo agradecimiento y mi aprecio sincero”. El mismo día, el viejo mariscal —que ya parecía no leer lo que firmaba— le envió a Göring otro telegrama: “Acepte mi aprobación y agradecimiento por su afortunada acción el evitar la tenaz traición. Reciba un saludo afectuoso de Hindenburg”.
Para no ser menos, el ministro de Defensa Werner von Blomberg dictó una orden del día encabezada con “Der Führer” y en la que transmitió el “ideal común” de las Fuerzas Armadas con su jefe. Sólo el capitán retirado Erwin Planck, ex secretario de Estado en la Cancillería, le advirtió: “Si usted consiente tales desafueros, correrá tarde o temprano la misma suerte”.55 En los cuarteles del Ejército se festejaba y brindaba con champagne. “All catched” (todos atrapados), telegrafió el general von Reichenau al general de brigada Von Witzleben. “Lástima —respondió éste—, me hubiera gustado estar presente.” En La orden de la calavera, Heinz Höhne cuenta que el teniente primero Claus Schenk von Stauffenberg también fue engañado por lo que se contaba en los cuarteles y dijo que “el 30 de junio se había extirpado un divieso” (forúnculo). Más tarde se arrepentiría.56
El 3 de julio se realizó una reunión de gabinete en la que Hitler trató con amabilidad a von Papen, situación que irritó al dirigente conservador que pidió hablar a solas con él. Al pasar a un salón contiguo, el vicecanciller exigió explicaciones sobre sus horas de detención en las jornadas de la Operación Kolibri, habló del asesinato de su jefe de prensa y presentó su renuncia al cargo. Luego partió a entrevistarse con el general Werner von Fritsch, comandante en jefe del Ejército, y le preguntó por qué no había hecho nada para evitar las matanzas. El militar respondió que no había recibido órdenes del ministro de Defensa. El vicecanciller lo miró, diciendo: “Como ve, estoy vivo. Pero este schweinerei57 debe ser detenido”.58 Inexplicablemente, unos días más tarde, von Papen aceptó convertirse en embajador de Hitler en Viena.
El gran vencedor de “la noche de los cuchillos largos” no fue el Ejército sino Heinrich Himmler, cuyas SS terminaron con la tutela de Röhm y sus SA. El 20 de julio Hitler le dio completa autonomía dentro del NSDAP (Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán) y también autorizó que conformara unidades armadas (un compromiso previo de Hitler con von Blomberg de que la Reichswehr sería la única fuerza armada del Reich). A partir de esas horas, el Reichsführer-SS Himmler diría: “Todo Estado necesita una élite. En la Alemania nacionalsocialista, esa élite está representada por las SS pero éstas sólo podrán desempeñar su función cuando las tradiciones auténticamente castrenses, los nobles sentimientos, actitudes y distinción de la aristocracia alemana, así como la fuerza creadora de los industriales, se conjuguen en el plano de la selectividad racial con las exigencias sociales de nuestro tiempo”.
Entre los miles de ciudadanos que se incorporaron o iban a incorporarse a las SS para integrar la élite estaba Alexander Langsdorff, primo del capitán de navío Hans Wilhelm Langsdorff, quien habría de comandar el acorazado Admiral Graf Spee. Alexander había estudiado arqueología e historia antigua germánica en la Universidad de Marburgo, donde se doctoró en 1929 y realizó diferentes estudios arqueológicos en Alemania, Egipto e Irán. El 1º de junio de 1933 se incorporó al NSDAP y el 28 de octubre de ese año llenó la ficha Nº 185.091 de las SS. En 1944 fue ascendido a SS Standartenführer [coronel] y, tras varios destinos, entre 1944 y 1945 trabajó en el Departamento de Protección del Arte en Italia,59 siendo uno de los responsables del robo de piezas de arte en Florencia que fueron llevadas a Alemania. Langsdorff figura en el amplio listado de la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS, la organización estadounidense de inteligencia durante la guerra que luego se transformaría en la CIA) como integrante de los grupos de saqueo de arte en los países ocupados (según la ALIU, unidad de inteligencia sobre saqueo de arte, encargada de hacer el inventario de las obras robadas por los nazis en la Europa ocupada).
Mientras en Berlín se vivía un drama cotidiano, en la Argentina la revista Caras y Caretas le contaba a sus lectores, con amplio desarrollo fotográfico, la visita a Buenos Aires del dirigible alemán Graf Zeppelin, comandado por el capitán Lehman, y su diseñador Hugo Heckner, dueño de la fábrica Ferdinand von Zeppelin, a quien los nazis le habían sacado la empresa por oponerse al nuevo régimen. La extensa nota fue escrita abordo del zepelín por Federico García Sánchez y firmada, nada menos, el 30 de junio de 1934, el día que comenzaba en Alemania “la noche de los cuchillos largos”.
Faltan dos hechos trascendentales en esta suerte de introducción al mundo del Kapitän zur See [capitán de navío, al mando de la nave] Hans Wilhelm Langsdorff y su tripulación. Uno considera que Adolfo Hitler no estaba dispuesto resignar ninguna de sus consignas expuestas en Mi lucha. El otro conduce a la toma total del poder absoluto del Führer en Alemania.
Como se ha dicho, el 14 y el 15 de julio de 1934 Hitler fue recibido en Venecia por Benito Mussolini. Era la primera vez que se enfrentaban personalmente. Hay que observar las imágenes de ese encuentro para advertir un Duce altivo, exultante, con más de una década en el poder, su uniforme de camisa negra y su daga en la cintura, y a su lado un Hitler con impermeable gris claro y cara de asustado. En la foto que aparece al lado del avión de Lufthansa se ve al ministro alemán de Asuntos Exteriores, Konstantin von Neurath, que se parece más a un vendedor de relojes usados y baratijas. Uno de los temas centrales del encuentro fue la pretensión alemana de que Austria retornase a la “familia”: el Anschluss. Unos meses antes, el Duce había declarado que “Austria sabe que puede contar con nosotros para defender su independencia como Estado” mientras los diarios domesticados por el fascismo y Roberto Farinacci60 se burlaban del nazismo llamándolo “socialnacionalistas”. La primera conversación se realizó en la Villa Pisani de Stra, un palacio veneciano con una inmensa fuente cuyo dueño había sido Napoleón, donde una nube de mosquitos los atacó sin piedad. Después, Hitler presenció un desfile militar en la Plaza San Marcos que en nada se parecería a los que él iba a presidir un tiempo más tarde. Era una suerte de Bella Italia. Un ritornello.
Luego volvieron a encontrarse en el club de golf de Venecia. Más tarde llevaron al visitante a observar la Bienal de arte, donde, para gran disgusto de Hitler, lo pasearon por los salones de arte “degenerado” del impresionismo y las pinturas modernistas. Para Mussolini, Hitler parecía “un fontanero con gabardina”. El jefe alemán no dejaba de hablar de su Weltanschauung [visión del mundo]. El propio Duce le contó al general Cesare María De Vecchi que Hitler parecía un disco rayado cuando hablaba de Cristo y los judíos mientras el dueño de casa trataba de aplacarlo. Con cara seria, de aburrido, Hitler observaba a Mussolini hablar a la multitud en un posterior acto en San Marcos.
Como hemos observado, a su retorno Hitler encabezó la “noche de los cuchillos largos” entre el 30 de junio y el 1º de julio. El 25 de julio, un grupo de nazis austríacos, en un intento de golpe de Estado, asesinó al canciller austríaco Engelbert Dollfuss y tomó la radio anunciando la constitución de un nuevo gobierno. Se intentó secuestrar al presidente Wilhelm Miklas y todo su gabinete pero el Ejército y la policía respaldaron la legalidad y el golpe fue derrotado. Ese día Hitler se encontraba en el festival wagneriano de Bayreuth escuchando Das Rheingold [El oro del Rin], una ópera de Wagner de cuatro actos.
Mussolini —quien debía reunirse en Italia con Dollfus dos días más tarde—61 movilizó a la frontera cuatro divisiones dispuestas a entrar a defender a Miklas y viajó a Viena a despedir los restos de su amigo. En un aparte durante los funerales le dijo al vicecanciller austríaco, Ernst Rüdiger von Starhemberg: “Sería el fin de la civilización europea si este país de asesinos y pederastas llegara a dominar Europa… Hitler es el asesino de Dollfuss, Hitler es el culpable, él es el responsable de esto”.62 En su paso por Viena, inexplicablemente Benito Mussolini vio más allá cuando dijo: “Hitler armará a los alemanes y desencadenará una guerra, tal vez dentro de dos o tres años. Yo solo no puedo contenerlo. Debemos hacer algo, debemos hacer algo rápidamente”. En la capital austríaca los golpistas fueron ejecutados y asumió como canciller el socialcristiano Kurt Schuschnigg. Hitler debió retroceder y el grave incidente tuvo, en ese momento, un resultado contrario al esperado. Como apuntó Churchill, “los acontecimientos de Austria sirvieron para unir a Francia e Italia frente a una insaciable Alemania nazi… momentáneamente”.
Enterado de la gravedad del estado físico del mariscal Paul von Hindenburg, Adolfo Hitler fue a visitarlo el 1º de agosto con una comitiva reducida. Lo esperaba en la finca de Neudeck el hijo del presidente, Oskar von Hindenburg, quien lo condujo al dormitorio presidencial. Ahí estaba el viejo mariscal en su camastro de hierro, postrado, con los ojos cerrados. Ante unas palabras de su hijo y del visitante susurró sin abrir los ojos: “Padre, el canciller del Reich, Hitler, tiene uno o dos asuntos que discutir”. El presidente miró fijamente a Hitler y volvió a cerrar los ojos, apretando sus labios. La entrevista había terminado.
A la mañana siguiente, mientras von Hindenburg yacía moribundo en su cama, el gabinete aprobaba unánimemente una ley que consolidaba en manos del Führer los cargos de presidente y canciller. Pocos minutos más tarde se anunció el fallecimiento de von Hindenburg. Hitler, además de los dos cargos, se convertía también en jefe de las tres Fuerzas Armadas.
Según el historiador John Toland, Adolfo Hitler convocó a su despacho al jefe de la Marina. Luego el Grossadmiral [gran almirante] Erich Raeder contaría: “Nos pidió sin ceremonias ni protocolos que nos acercásemos a su escritorio. Allí nos tomó juramento que él, como jefe del Estado y comandante supremo de las Fuerzas Armadas, nos leyó”. El ministro de Defensa, von Blomberg, y los tres comandantes recitaron: “Juro ante Dios prestar mi incondicional obediencia a Adolf Hitler, Führer del Reich y de su pueblo y comandante supremo de las Fuerzas Armadas, y comprometo mi palabra de soldado valiente de que observaré este juramento aun a costa de mi vida”.
Ian Kershaw tiene otra versión de ese juramento. La fórmula había sido redactada en el alto mando de la Reichswehr [Defensa], no por Hitler. Von Blomberg consideraba que de esa manera cimentaban una relación especial con Hitler que lo separaba del partido nazi y consolidaban el predominio del Ejército como “centro motriz” del Tercer Reich. “Lejos de crear en Hitler una dependencia del Ejército, el juramento, nacido de las ambiciones mal concebidas del alto mando de la Reichswehr, señaló el momento simbólico en que el Ejército se encadenó al Führer”, escribió Kershaw.
“Hitler es hoy la totalidad de Alemania”, tituló en tapa el Münchner Neuste Nachrichten el 4 de agosto de 1934. Faltaba un solo detalle para que se cerrara definitivamente el círculo tiránico. Había que llevar a cabo el plebiscito del 19 de agosto. La fórmula era muy sencilla: el electorado debía decidir si aceptaban las nuevas responsabilidades conferidas a Hitler. Concurrió más del 95% del electorado. Treinta y ocho millones lo ratificaron como Führer y cuatro millones doscientos cincuenta mil votaron “No”. Para Hitler significó un triunfo absoluto, sin precedentes. Dieciocho meses antes había recibido diecisiete millones de votos. Ahora sí Hitler podía decir tranquilamente: “No es el Estado quien nos da órdenes; somos nosotros los que dictamos las órdenes al Estado”.63
Unos pocos días antes de la Navidad de 1935, el almirante Wilhelm Franz Canaris entró en el edificio del Ejército, situado sobre la Bendlerstrasse, y se dirigió al ala del Servicio de Inteligencia del Ministerio de Defensa [Abwehr] para encontrarse con el capitán de navío Conrad Patzig. Canaris, inconfundible por su prestancia y su pelo blanco a pesar de sus cuarenta y siete años, llegaba para hacerse cargo del servicio al que aspiraba convertir en un organismo similar al servicio de inteligencia de la Gran Bretaña. Asumió la Abwehr luego de innumerables conflictos con las SS, especialmente con el SS-Gruppenführer [jefe del servicio de seguridad] Reinhard Heydrich, cuya única aspiración era integrar al servicio de inteligencia militar a su servicio de seguridad [Sicherheitsdienst o SD]. El jefe naval no era miembro del NSDAP y tampoco lo sería. Cuando la situación de Patzig se hizo insostenible y debió dejar su destino militar, el almirante Erich Raeder atendió el consejo del propio Patzig: el hombre adecuado es Wilhelm Canaris, su viejo compañero de la base naval en Wilhelmshaven.
El 2 de enero de 1935 Patzig se despidió de la jefatura del Abwehr para comandar el acorazado SMS Schleswig-Holstein hasta octubre de ese año. Seguidamente fue designado comandante del acorazado Admiral Graf Spee hasta octubre de 1937. Luego, entre octubre de ese año y octubre de 1938, el comandante del acorazado de bolsillo sería el capitán de navío Walter Warzecha, el último comandante de la Armada [Oberbefehlshaber der Kriegsmarine] en 1945.
Según cuenta Robert Gerwarth en su biografía sobre Heydrich, el SS-Obergruppenführer y Wilhelm Canaris se reunieron el 17 de enero de 1935 para establecer las delimitaciones y funciones de cada uno de sus organismos. Se convino en lo que dio en llamarse los “diez mandamientos” que, como era de esperar, nunca se cumplieron.
Cuando Adolfo Hitler asumió como canciller en 1933, nombró al ministro de primera Wilhelm Emil Edmund Freiherr von Thermann —más conocido como Edmund von Thermann— al frente de la legación en la Argentina. El nuevo diplomático apareció en Buenos Aires luciendo su uniforme de SS-Untersturmführer. En 1936, Alemania elevó su representación a nivel de embajada y el barón Edmond von Thermann fue el embajador hasta 1942.
Tras la guerra fue interrogado por la inteligencia americana, seguramente para preparar lo que más tarde se llamaría el “Libro Azul” que se usó contra el coronel Juan Domingo Perón en la campaña presidencial de 1946. Es interesante recorrer algunos tramos de ese interrogatorio —aunque nos adelantemos a los hechos— para conocer la personalidad del diplomático, que bien podría haber sido un personaje de la novela El hombre que sabía demasiado, de Gilbert K. Chesterton. Sus respuestas deben haber irritado al agente de la inteligencia de Estados Unidos Francis A. Mahony porque configuraban una personalidad indolente y carente de idoneidad, poco común para un oficial de la perversa Schutzstaffel.
Entre los días 6 y 7 de junio de 1945, el embajador alemán en la Argentina entre 1933 y 1942 fue interrogado por Mahony. Hay 101 páginas de declaraciones. Entre las tantas cosas que declaró, Thermann dijo que los países del “ABC” (Argentina, Brasil y Chile) tenían jerarquía de legaciones en 1933 y en 1936 Hitler las ascendió al nivel de embajadas (como Portugal). Dijo que antes de partir a Buenos Aires mantuvo un encuentro conjunto con von Hindenburg, Hitler y su ministro de Relaciones Exteriores. En esa ocasión, Hitler dijo que “el nacionalsocialismo no era una ideología de exportación”.
Mahony le preguntó: “¿Quién de su staff en la embajada alemana en Buenos Aires estaba a cargo de los asuntos de inteligencia y contrainteligencia?”. La respuesta fue: “Teníamos un servicio de inteligencia a cargo de Neibuhr”.
—¿Cuánto tiempo estuvo (Dietrich) Neibuhr con usted?
—Creo que estuvo todo el tiempo conmigo o llegó inmediatamente en 1934.
—¿Neibuhr se reportaba con usted?
—Sí, naturalmente, pero él informaba a la Marina en Berlín. Era capitán de navío.
—¿Usted veía todo lo que informaba (a Berlín)?
—No, no veía todo. Él tenía el derecho de enviar informes cerrados.
—¿Algunos miembros del partido gozaban del mismo derecho?
—Infortunadamente, sí. Ellos tenían ese derecho.
—¿Quién de la embajada trabajaba con Neibuhr y gozaba de ese derecho?
—El agregado militar.
—¿Quién era?
—El general Günther Neibuhr. Tenía su asiento en Río de Janeiro y rara vez lo veía… era agregado militar en Brasil y Argentina.
—¿Qué clase de actividades realizaba Neibuhr?
—Llevaba cuestiones navales. Él se ocupó del gran problema que surgió con el Admiral Graf Spee cuando se hundió, frente a Montevideo, y de la internación de cientos de marineros de la tripulación. Él se ocupó de todo el asunto y antes se interesaba por las cuestiones navales. Pienso que no estaba extremadamente ocupado antes de la guerra pero sí se trabajó mucho durante el conflicto.
—¿Era su responsabilidad informar a Berlín la entrada y salidas de barcos en Buenos Aires?
—Era responsabilidad de (Richard) Burmeister.64 Si llegaba un barco de guerra británico o americano, él hacía un informe sobre el barco y su armamento…
—¿Neibuhr era también agregado naval en Brasil?
—No, solamente en Buenos Aires. Creo que también lo era en Montevideo y Chile, no sé si le correspondía Paraguay.
—¿Cómo hicieron usted y Neibuhr u otros miembros del staff de empresas alemanas en la Argentina para juntar información de inteligencia y contrainteligencia?
—Bueno, usted verá, creo que se necesitaba muy poco porque en la Argentina todo es público (no hay secretos). En una oportunidad, el capitán de navío Robbins me dijo: “Usted debe tener algunas personas de confianza”. Y yo le respondí: “¿Por qué? Nosotros tenemos 50.000 alemanes en la Argentina. En un instante sabemos si hay un buque británico en reparaciones. Sabemos qué tipo de reparación y qué le paso en el mar”.
—¿Cuál es el rol de la compañía naviera A. M. Delfino?
—Es representante de una gran compañía alemana, Hamburg Sud. Una empresa que tiene grandes barcos cargueros y otros más pequeños que navegan por los ríos interiores de la Argentina.
Mucho más adelante, el agente estadounidense le nombró ciudadanos argentinos. Quería saber su relación con ellos y Thermann se portó como un diplomático. A todos los “conocía” socialmente: Mario Amadeo fue el primero de los nombrados y el alemán respondió que “recordaba el apellido pero no a la persona”.
—¿Conoce a alguien del grupo Perón?
—No, no creo.
—¿Manuel Fresco?
—Manuel Fresco era gobernador de Buenos Aires.
—¿Qué contactos tenía con él?
—Muy poco. Lo vi una vez en su casa, luego me invito a ver su nueva oficina en La Plata.
También le preguntó por José María Rosa,65 Matías Sánchez Sorondo,66 el general Juan Bautista Molina,67 Carlos Ibarguren,68 Basilio Pertiné,69 Alejandro Zubizarreta70 y José Coll. Von Thermann no recordaba nada.
—¿Y Enrique Ruiz Guiñazú?
—Era el ministro de Relaciones Exteriores.
—¿Tenía una relación social y oficial con él?
—Nuestra relación era sólo formal y oficial.
Mahony quería saber más:
—¿Con qué frecuencia veía a Ruiz Guiñazú?
—Si sucedía algún problema… una semana fui dos veces porque tuve problemas que discutir con él. En caso contrario, cada quince días iba al ministerio, y a veces lo veía…
1 Presidentes Argentinos, Félix Luna, Compañía General Fabril Editora, Buenos Aires, 1961.
2 Balcarce 50, Hugo E. Lezama, La Bastilla, Buenos Aires, 1972.
3 El general Agustín P. Justo, Rosendo Fraga, Emecé, Buenos Aires, 1993.
4 Las generaciones argentinas, Jaime Perriaux, Eudeba, Buenos Aires, 1970.
5 Según le contó Juan D. Perón a su médico Antonio Puigvert, como escribí en Puerta de Hierro y La trama de Madrid, ambos de Sudamericana (2015 y 2013, respectivamente).
6 Archivo del edecán militar del general José Félix Uriburu, miembro fundador del GOU, director del Colegio Militar de la Nación (1944-1946), secretario general de la Presidencia en el primer gobierno de Juan D. Perón y embajador en España (1950). Archivo del general Silva en poder del autor.
7 Llegaría a teniente general y ministro de los gobiernos de facto de Pedro Pablo Ramírez y Edelmiro J. Farrell. Archivo del general Silva en poder del autor.
8 Se refiere a María Laura Mercedes Vedoya Zimmermann, esposa de Alberto Uriburu.
9 Silva, Molina y Mendioroz tendrían participación en el golpe militar que derrocó al presidente constitucional Ramón A. Castillo en 1943.
10 Discurso a las Fuerzas Armadas pronunciado en la Plaza San Martín por el teniente general Pedro Eugenio Aramburu el 28 de abril de 1958.
11 La revolución del treinta no fue un hecho aislado en el continente. También se dieron acontecimientos militares en Uruguay, Brasil, Perú y Bolivia.
12 Entrevista del autor con la señora Delia Astrid Labougle de Figueroa el 29 de junio de 2016.
13 Von Neurath seguiría como ministro con Adolfo Hitler hasta 1938.
14 Christopher Isherwood vivió en Berlín entre 1930 y 1933. Escribió Adiós a Berlín, libro que sirvió de base para la película Cabaret, dirigida por Bob Fosse.
15 Hitler, Alan Wykes, Librería Editorial San Martín, Madrid, 1973.
16 Seis elecciones en el término de un año.
17 Entre otros, Krupp, Siemens, Thyssen y Bosch.
18 Fue el 3 de enero de 1933. Strasser sería asesinado en 1934 durante “la noche de los cuchillos largos”.
19 Quién financió a Hitler, James Pool y Suzanne Pool, Plaza & Janés, Barcelona, 1981.
20 Misión en Berlín, Eduardo Labougle, Kraft, Buenos Aires, 1946.
21 Documentos de prueba contra la conspiración y agresión nazi utilizados en el juicio de Núremberg.
22 Sería ministro de Propaganda del tercer Reich.
23 Ribbentrop era partidario de von Papen y lo abandonó por Hitler. Su participación en este encuentro le abrió las puertas a su acelerada carrera diplomática.
24 Primero sería ministro del Interior, luego “protector” de Bohemia y Moravia.
25 Hasta Ian Kershaw se hace eco del incidente en Hitler 1889-1936, Tomo I, Península, Barcelona, 1999. Lo mismo revela Michael Bloch en su biografía Ribbentrop, Vergara, Buenos Aires, 1994.
26 Göring, David Irving, Planeta, Barcelona, 1989.
27 Göring, ibíd.
28 Von Ludendorff tomó parte en el Putsch de Munich de 1923, que condujo a Hitler a la cárcel hasta 1924. Rompió con Hitler en 1927.
29 Decreto presidencial del 2 de febrero de 1933, en la Gaceta Legislativa del Reich.
30 La Segunda Guerra Mundial, Hans-Adolf Jacobsen y Hans Dollinger, Plaza & Janés, Barcelona, 1989.
31 Archivo del general Oscar R. Silva.
32 Alvear, Félix Luna, Edición Libros Argentinos, Buenos Aires, 1958.
33 Su esposa, Regina Pacini de Alvear, había nacido en Portugal.
34 Dirigente radical. Sería ministro del Interior del presidente José María Guido.
35 Göring, Roger Manvell y Heinrich Fraenkel, Grijalbo, Barcelona, 1969.
36 Misión en Berlín, op. cit.
37 Historia ilustrada del Tercer Reich, Kurt Zentner, Bruguera, Barcelona, 1969.
38 Después de evitar ser asesinado por los nazis, Hanfstaengl logró huir a Suiza en 1937.
39 Adolf Hitler, Tomo I, John Toland, Atlántida, Buenos Aires, 1976.
40 El dueño de casa, Wagener, estuvo a punto de ser asesinado en la “noche de los cuchillos largos”. Se salvó por la mediación del propio Hitler.
41 Durante mayo desaparecieron los sindicatos libres y en julio el NSDAP fue declarado el único partido legal en Alemania.
42 La Segunda Guerra Mundial. Tomo I: Se cierne la tormenta, Winston S. Churchill, Peuser, Buenos Aires, 1948.
43 Los buques alemanes de guerra del período imperial llevaban el acrónimo SMS: “Seiner Majestät Schiff” [Buque de Su Majestad]. Con el Tercer Reich el acrónimo desapareció.
44 Esto fue dicho durante una conferencia de prensa a los extranjeros. Adolf Hitler, Tomo I, John Irving, Atlántida, Buenos Aires, 1976.
45 Göring, Manvel y Fraenkel, op. cit.
46 El pedido reiteraba el contenido del memorándum de febrero de 1934, en el que Röhm se proponía como ministro de Defensa en lugar del general von Blomberg.
47 Cita tomada de “Die Röhm Affäre” de K. Grossweiller, en La guerra secreta de Himmler, Martin Allen, Tempus, Barcelona, 2005.
48 A treinta días del poder, Henry Ashby Turner, Edhasa, Buenos Aires, 2002.
49 Göring, David Irving, op. cit.
50 En 1940, Terboven se convirtió en Reichskommissar de Noruega. Se suicidó con dinamita el 8 de mayo de 1945.
51 Obergruppenführer, comandante de la división Leibstandarte SS Adolf Hitler.
52 Considerado el embajador mejor informado de Berlín y de quien su cancillería no tomo en cuenta sus advertencias.
53 Heydrich, el verdugo de Hitler, Robert Gerwarth, El Ateneo, Buenos Aires, 2014.
54 Rosenberg sería ministro del Reich para los territorios ocupados del este.
55 La orden de la calavera, Heinz Höhne, Plaza & Janés, Barcelona, 1969.
56 Fue fusilado por haber atentado contra Hitler el 20 de julio de 1944.
57 Schweinerei: lío, asquerosidad, porquería.
58 Adolf Hitler, John Toland, op. cit.
59 Datos confirmados por su hija Mareile Langsdorff Claus.
60 Secretario general del Partido Nacional Fascista.
61 Su esposa e hijos se encontraban de vacaciones en la casa de Mussolini.
62 Adolf Hitler, John Toland, op. cit.
63 Discurso del Día del Partido de 1934.
64 Richard Burmeister era el agregado comercial de la embajada alemana. Se suicidó en 1944.
65 Reconocido historiador revisionista. Ex embajador de Perón en Paraguay (1973) y Grecia.
66 Ministro del Interior del gobierno de facto de José Félix Uriburu. Luego, senador nacional.
67 General de brigada, ex secretario privado de Uriburu. Agregado militar en Alemania en 1933 y jefe más tarde de la Alianza Libertadora Nacionalista (ALN). Defensor de la neutralidad.
68 Interventor federal en Córdoba del gobierno de facto de Uriburu.
69 Designado intendente de la Ciudad de Buenos Aires el 14 de junio de 1943 (decreto 353/43). Alberto Virgilio Tedín fue su secretario de Hacienda y Administración.
70 Empresario marítimo.