Las Fuerzas Armadas tienen conciencia de que
se ha creado un estado de consenso público
acerca de la posible interrupción del proceso.
LA NACIÓN, 8/2/1976
Victorio Manuel Bonamín nació en Rosario el 19 de octubre de 1909. Fue el segundo de los cuatro hijos de Fernando Bonamín y Herminia Costacusta. Ingresó a los seis años al colegio salesiano San José para realizar sus estudios primarios y en 1919 al seminario menor de esa congregación para formarse como sacerdote.53 En 1925, se incorporó al seminario salesiano de Bernal (provincia de Buenos Aires) donde cursaría los años preparatorios. Su formación filosófica y teológica comenzó en Córdoba, en el Instituto Teológico y Filosófico de Villada, continuando en el Teologado Internacional Salesiano de Turín y en la Universidad Gregoriana de Roma, ambos en Italia. Allí fue ordenado sacerdote el 7 de julio de 1935.54
Su etapa de formación sacerdotal coincidió con el período de entreguerras y ascenso de los totalitarismos en Europa. En el plano del pensamiento católico ya estaba consolidada la restauración del tomismo, que se había apoderado de las corrientes teológicas dictadas en los seminarios. En la encíclica Aeterni Patris (1879) el papa León XIII otorgó carácter oficial a la enseñanza de la corriente de pensamiento derivada de los estudios teológicos de Tomás de Aquino, un religioso dominico del siglo XIII considerado por la Iglesia católica uno de los más altos exponentes de su doctrina. El tomismo se consolidó en el núcleo de la versión autoritaria del orden católico, basado en la supremacía divina y el respeto a las jerarquías, y representado en el pasado cristiano feudal. Desde esta óptica, solo adquiría sentido una sociedad estamental y disciplinada, con una preeminencia de los asuntos divinos por sobre cualquier cuestión terrenal.55
Una vez ordenado sacerdote y de regreso en la Argentina, se dedicó a la docencia en el Colegio San José56 y en 1947 fundó la revista Didascalia, que dirigiría por más de diez años. En las décadas de 1940 y 1950 su participación destacada en eventos internacionales y su paso en 1955 por la Universidad Católica de Lima (Perú) como profesor invitado le dieron cierto renombre.57
El 6 de febrero de 1960 el papa Juan XXII lo designó obispo titular de Bita y auxiliar del cardenal Antonio Caggiano (arzobispo de Buenos Aires). Fue ordenado el 20 de marzo y nombrado provicario castrense pocos días después.58 Su lugar en la institución eclesiástica no puede comprenderse sin tomar en cuenta la posición clave que ocupan en ella los obispos. Su actividad está regulada únicamente por el papa y tiene a nivel local la potestad sobre sus diócesis con independencia del Episcopado.59 Con funciones vitalicias en los terrenos espiritual, canónico y administrativo, “su poder es tan grande que en muchos sentidos ellos son la Iglesia”. Dentro del campo de poder religioso reciben una formación profesional “homogénea y homogeneizante” fundada en la domesticación del pensamiento, el discurso y la acción, y asumen la posición de controlar, sancionar y orientar “la acción de un cuerpo de clérigos especialmente reclutados y formados para ejercer el poder propiamente simbólico de imponer y de inculcar una visión del mundo”.60
Los vínculos construidos en las etapas de formación y estudio, la información con la que cuentan, el capital intelectual, la disciplina institucional, las estirpes familiares o los intereses y prestigios individuales asociados a los cargos por los que han transitado, les otorgan una legitimidad política al momento de las elecciones episcopales. Si bien la trayectoria intelectual y la docente de Bonamín sirvieron como sendas credenciales para acceder al grado episcopal, fue su vinculación desde temprano con quien llegaría a ser el eclesiástico argentino más encumbrado de la época lo que le confirió la vía de ascenso en la carrera eclesiástica. Dirá en sus últimos años: “yo he sido siempre un hombre del Cardenal Caggiano, he seguido sus directivas”.61 Supo ganarse su estima y confianza, y no dudó en llevarlo con él a Buenos Aires en 1959. Unos meses después logró su designación como obispo auxiliar y su entrada al mundo pareció estar hecha a su medida: el vicariato castrense.
A partir de su designación abandonó la dirección de la revista Didascalia para cumplir la función catequística en las FF.AA. Su capacidad para sistematizar y presentar diversas temáticas, un enérgico tono de voz, una postura “triunfalista” y una actitud itinerante le valieron una consideración especial al interior del mundo castrense y la certeza de saberse con una suma de capitales que los otros no poseían. Pero es quizás el mote de “pedagogo” y no el de “teórico” lo que mejor lo define. Personajes del mundo eclesiástico —como Julio Meinvielle o Jean Ousset— o del mundo laico —como Bruno Genta o Carlos Sacheri— fueron referentes teóricos para la formación de las instituciones castrenses. Pensaron y desarrollaron por largo tiempo cuestiones referidas a las temáticas religiosas en confluencia con las político-militares. En comparación con ellos, Bonamín entró tarde al mundo de estas ideas y su tarea se concentró en sintetizarlas y reproducirlas en charlas, conferencias y escritos.
Fue obispo y provicario castrense, es decir que alcanzó la jerarquía episcopal —el grado más alto del sacerdocio—, pero no desempeñó sus funciones en una diócesis u obispado de jurisdicción territorial (como Buenos Aires, Villa María o Río Gallegos), sino en el vicariato castrense, de jurisdicción personal.62 Obispo diocesano y vicario castrense no son lo mismo: el primero ejerce su jurisdicción a nombre propio y el segundo a nombre del papa. Por lo general, “vicario” refiere a quien actúa en nombre de otro y tiene el oficio de acompañar, ya sea a un párroco (el vicario parroquial) o a un obispo titular (el vicario general del obispado) y puede ser este último tanto un sacerdote como un obispo auxiliar. En el caso del vicariato castrense, tanto su máxima autoridad (el vicario) como su segundo (el provicario) fueron obispos. En resumen, Bonamín alcanzó la dignidad eclesiástica de “obispo” y cumplió la función de “obispo auxiliar” en el vicariato castrense con el cargo de “provicario”.
Se desempeñó en el vicariato hasta 1982. El tiempo que abarcan sus diarios (1975 y 1976) coincide con sus 65 y 66 años de edad. Al cumplir 67 se halló “más próximo a la eternidad” y molesto por no recibir “ningún saludo de los capellanes”, aunque encontró consuelo en los llamados telefónicos de Videla y Massera (DVB 19-20/10/1976). El 19 de noviembre de 1991 falleció a causa de un trastorno cerebrovascular. Hoy, recordado más por su figura militar que sacerdotal, sobre su tumba puede leerse un único epitafio: “Sirvió a las Fuerzas Armadas”.63
Como actor protagónico de estos años, Bonamín plasmó en los diarios algunos de sus hitos: la inestable presidencia de María Estela Martínez de Perón, la crisis económica, el activismo sindical, las internas militares, el Operativo Independencia y el golpe de Estado.64
El 2 de junio asumió como ministro de economía Celestino Rodrigo, una figura del riñón de José López Rega, quien desde la muerte de Perón ejercía una poderosa influencia sobre la flamante presidenta. El día 4 anunció un conjunto de medidas regresivas conocidas como el Rodrigazo, que conllevarían una fuerte reducción del salario real. “Se temen grandes disturbios para los próximos días, como secuela de las drásticas medidas económicas tomadas por el Gobierno”, anotó Bonamín (DVB 6/6/1975). Las movilizaciones masivas y ocupaciones de fábricas durante este mes obligaron a la Confederación General del Trabajo (CGT) a convocar a una huelga general el 27 de junio.
Por primera vez en la historia, el movimiento obrero realizaba una huelga general contra la política económica de un gobierno peronista. Bonamín percibió “muy pesada la atmósfera del país” y al día siguiente escribió: “Fuerte discurso de la Presidenta, que les recuerda lo de ‘trabajar una hora más por día, gratis’. Se esperan o se temen reacciones agrias” (DVB 28/6/1975). En su discurso, Isabel acusó a los sindicalistas de desconocer la difícil situación del país, rechazó los aumentos salariales y apoyó el plan económico de Rodrigo. Entonces la CGT, dirigida por Casildo Herrera, convocó a un nuevo paro general para el 7 y 8 de julio.
Frente a esta nueva huelga, Bonamín expresó su profundo desprecio hacia la acción gremial de los trabajadores: “Incertidumbre. El país entero bajo el yugo de la CGT; como ni en la peor de las ‘dictaduras militares’; pero en plena era de la ‘libertad del trabajo’” (DVB 8/7/1975). Los resultados del paro serían adversos para el gobierno: el objetivo de cercenar el poder de los sindicatos fracasó, los ministros Rodrigo y López Rega debieron renunciar a mediados de julio y se aprobó un aumento salarial de más del ciento por ciento. Se abría paso a una etapa de impotencia política y crisis de autoridad del Estado.65
Por otro carril avanzaban las internas militares. A mediados de mayo la presidenta relevó de la comandancia del Ejército al general Leandro Anaya y puso en su lugar a Alberto Numa Laplane. Esta decisión se enmarcaba en la construcción de un nuevo esquema de apoyos, cuyos pilares eran el sector empresario y las FF.AA. El general Anaya venía actuando como portavoz de las críticas de un grupo de generales hacia el gobierno, que reclamaban por falta de acompañamiento político al Operativo Independencia. Por su parte, Laplane defendía el profesionalismo integrado, una “doctrina que comprometía el apoyo de la institución a la política gubernamental”.66
Sin embargo, desde el principio el nuevo comandante no contó con suficiente apoyo interno. El 18 de agosto el provicario leyó un panfleto interno del Ejército contra Laplane y anotó preocupado: “mal índice, divisionismo”. Durante este mes crecieron las presiones para que Isabel renunciara, ante lo cual tuvo un nuevo gesto hacia las FF. AA: nombró como ministro del Interior a Vicente Damasco, un coronel en actividad que había sido encargado de la seguridad personal de Perón desde su regreso al país. Pero los cálculos le fallaron: los jefes militares analizaron que la participación de un coronel en un gobierno desprestigiado comprometía la imagen y la neutralidad del Ejército. Sumado a esto, Damasco —al igual que Laplane— era ideológicamente cercano al gobierno peronista, a diferencia del resto de los jefes militares, entre quienes crecía la facción del profesionalismo prescindente que defendía la no colaboración con el poder político. Ese sector estaba representado por el general Jorge Rafael Videla.67
“Mucho ajetreo en el ambiente militar, siempre a raíz de la presencia del Crnl. Damasco al frente del Ministerio del Interior estando en actividad. Hoy pidió pase a retiro. Los comandantes de cuerpos piden que haga lo mismo el Comandante General, Gral. A. N. Laplane”, escribió Bonamín el 26 de agosto. El sector de Videla exigía la destitución de Laplane y el pase a retiro de Damasco. Dos días después el gobierno cedió al reclamo y Videla fue nombrado comandante general del Ejército. La estrategia de los “profesionalistas prescindentes” era mantenerse neutrales mientras la crisis política se agudizaba y esperar el momento adecuado en que su intervención tuviese más condiciones de legitimidad.68 En coincidencia con esta línea, cuando el coronel Juan Carlos Pita le encargó a Bonamín una oración para el Día del Ejército, este anotó en su diario: “trae instrucciones sobre ‘no atacar al gobierno’, que caiga solo!” (DVB 27/5/1975).
Las concesiones a las FF.AA. continuarían. El 6 de octubre, al día siguiente del intento de copamiento del Regimiento de Infantería 29 de Formosa por parte de la organización armada Montoneros, el presidente interino Italo Luder —cubriendo una licencia de Isabel— firmó los decretos 2770, 2771 y 2772, por medio de los cuales concedió mayor poder de acción a los militares para expandir a nivel nacional la “lucha antisubversiva” que había comenzado en Tucumán ocho meses atrás. Esta herramienta legal abrió las puertas del Estado a los militares otorgándoles la facultad de “ejecutar las operaciones militares y de seguridad que sean necesarias a efectos de aniquilar el accionar de los elementos subversivos en todo el territorio del país”. La medida gubernamental se enmarcaba no solo en las presiones castrenses, sino también en un consenso amplio y previo: “desde Perón hasta las propias FF.AA., pasando por Isabel y diferentes ministros, todos habían planteado públicamente la necesidad de eliminar al enemigo interno”. También los principales voceros de la Unión Cívica Radical y la prensa dominante.69
Para diciembre la interna militar llegó a su punto más agudo. En la mañana del 18 un grupo de oficiales de la Fuerza Aérea Argentina (FAA) a las órdenes del brigadier Jesús Capellini se sublevó y detuvo a su comandante general, Héctor Fautario. Lo cuestionaban por su falta de firmeza en la “lucha antisubversiva” y pedían su relevo. En horas de la tarde aviones de la Brigada Aérea VII de Morón sobrevolaron amenazantes sobre la Casa de Gobierno y lanzaron volantes con sus proclamas. Los sublevados consideraban “totalmente agotado el actual proceso político que ha devastado al país” y parafraseaban la homilía más recordada de Bonamín, diciendo que no soportaban más “la humillación y vergüenza de velar las armas para el festín de los corruptos”. El levantamiento tuvo una motivación vinculada con las internas en la FAA, pero además la pretensión de que Videla se hiciera cargo de conducir el gobierno nacional. Es decir, llamaron a un golpe de Estado, convocaron al Ejército y la Armada a “operar hasta el derrocamiento de la autoridad política y la instauración de un nuevo orden de refundación con sentido nacional y cristiano”.70 Bonamín escribió en su diario: “El día transcurre en expectativa. Esto es el principio del fin; o el fin de cualquier principio” (DVB 18/12/1975).
En la madrugada del lunes 22, luego de la mediación del obispo castrense Adolfo Tortolo, los sublevados declinaron su actitud. El saldo: no lograron deponer a la presidenta por falta de apoyo en las FF.AA., pero Fautario fue reemplazado y ninguno de ellos sancionado. Además “la sublevación se convirtió para los militares en un ensayo general que les permitió observar la pasividad de la sociedad frente a un intento cierto de quebrar el orden institucional”, incluidos los partidos políticos y la CGT.71 Luego del levantamiento asumió como comandante general de la FAA Orlando Ramón Agosti, el brigadier propuesto por los militares. Con este nombramiento se completaba la tríada de comandantes que tres meses después darían el golpe. Al escribir en su diario “esto es el principio del fin”, Bonamín pensaba en este preanuncio. Y al agregar “o el fin de cualquier principio”, era consciente de un riesgo: la jugada de los aeronáuticos podía entorpecer la estrategia más paciente del general Videla y del almirante Emilio Massera, comandante general de la Marina.
Se iba 1975 y la presidenta enfrentaba varios problemas: el avance de las FF.AA. sobre su gobierno, las huelgas y movilizaciones de trabajadores, las disputas internas del peronismo y las presiones para que renunciara. No logró disciplinar a sindicalistas y políticos ni ampliar su base de apoyo. La convocatoria a unirse contra la “subversión” no modificó en su favor la relación de fuerzas con los militares.72
Faltaban 84 días para el golpe de Estado y Bonamín inauguraba su diario de 1976 con “esperanza y optimismo”. El 22 de enero se encontró con Raúl Di Carlo y Miguel Ángel Iribarne, miembros de la revista católica Verbo, y anotó: “Es gente que se mueve entre Oficiales del Ejército; promueve el Golpe. Lo quieren pronto, antes de que se abra el proceso electoral”.
La situación del gobierno empeoraba. El 16 de febrero se produjo un lock-out empresarial dirigido por la Asamblea Permanente de Entidades Gremiales Empresarias (APEGE). “Hoy, por 1ª vez en el país -y, parece, en el mundo- hubo un paro general del empresariado nacional, como acto de protesta contra la calamitosa conducción económica del desgobierno que soportamos” (DVB 16/2/1976). La APEGE, que sostenía un planteo liberal ortodoxo con eco en algunos sectores de las FF.AA., se había conformado en agosto de 1975 para contrarrestar la presencia de la Confederación General Económica (CGE), de visión estatista y cercana al gobierno peronista.
Entre febrero y marzo, el banquero Emilio Mondelli —sexto ministro de Economía del gobierno justicialista— impuso un programa liberal de ajuste buscando seducir a los empresarios nucleados en la APEGE y contener con ello el avance militar. Pero estos sectores ya habían tomado una decisión. Los militares y los grupos económicos liberales coincidían en que el peronismo ya no era “una barrera de contención contra la subversión”, sino más bien “su puerta de entrada”. Y de este diagnóstico se desprendía un programa para seguir: el desarme de sus bases económicas y el aniquilamiento de la subversión.73 Cuanto más se fortalecían los lazos de la alianza golpista, más aislado quedaba el gobierno. A fines de febrero, Bonamín almorzó en la Escuela de Comando y Estado Mayor de la FAA: “El tema del día: ¡el golpe! ¿Será para el 8-12 marzo?” (DVB 26/2/1976).
Bastaría poco más que eso. El 23 de marzo apuntó: “El ‘golpe’ está en el ambiente. Llega a casa Mons. Tortolo, pre-avisado”. Al día siguiente, las FF.AA. asumirían el poder. La sensación de orden posterior al golpe de Estado se traslució en discursos militares, en la prensa y también en el diario de Bonamín. Si antes del 24 de marzo sus páginas contenían cuantiosas menciones a la situación económica y política, a partir de allí resalta la “ausencia” del contexto. La diferencia entre las anotaciones de uno y otro año está marcada por el clima de tranquilidad del segundo, por sobre el apocalíptico del primero. Esta parte del diario es el espejo de alguien que habla desde el bando ganador. El año de las definiciones estaba transcurriendo. Ese 24 de marzo, luego de escuchar la Proclama de la Junta, Bonamín rezó en su diario: “¡Dios los ilumine y fortalezca!”.
El nuevo gobierno militar materializó un proyecto autoritario que buscó recomponer la hegemonía política, eliminando la radicalización de los movimientos políticos, sindicales, obreros y estudiantiles, además de las organizaciones armadas que para este momento estaban desarticuladas. Profundizando la metodología represiva, ya no apuntó solamente a los grupos organizados, sino también al conjunto de la sociedad con el objetivo de refundarla sobre nuevas bases y en todas sus dimensiones. De allí el nombre que asumió: Proceso de Reorganización Nacional. El genocidio en la Argentina tuvo un carácter reorganizador en los planos político, económico y cultural. Según el sociólogo Daniel Feierstein, se basó en el aniquilamiento de determinados grupos políticos y en el uso del terror para disciplinar al resto de la sociedad, destruyendo las identidades colectivas y las relaciones de autonomía y cooperación.74 Este objetivo implicó un paso previo: la construcción de la otredad negativa, de un “enemigo para la nación”. En los años anteriores a la dictadura tomó cuerpo la figura de ese otro peligroso para la sociedad: la subversión.75
El bloque de poder que pensó y concretó el golpe de Estado tenía en la mira un proceso histórico de largo alcance: la capacidad de convocatoria, organización y lucha del movimiento obrero, acumulada desde la década de 1940. Los empresarios querían elevar el grado de explotación para incrementar la productividad y la ganancia, lo que implicaba necesariamente el disciplinamiento, la transformación de las condiciones laborales y el quebrantamiento de los vínculos de solidaridad entre los trabajadores. Así, la feroz represión tuvo como blanco principal a los trabajadores y sindicatos, entre quienes se registraría para 1983 el mayor número de desaparecidos.76 Una mañana Bonamín visitó el Grupo de Artillería 1, en Ciudadela, y anotó en su diario: “La Unidad está en continuo ‘operativo’; la zona propia es eminentemente fabril” (DVB 5/11/1976).
La violencia estatal se articuló con un programa económico reestructurador, que fue factor e instrumento de la reorganización. Era necesario atacar también las bases materiales del protagonismo de los trabajadores en la economía: el modelo de acumulación basado en la industrialización por sustitución de importaciones. Las medidas de política económica a lo largo del período irían cambiando las reglas de juego en el capitalismo argentino, imponiéndose un patrón de acumulación fundado en la valorización financiera y en el protagonismo de los grandes grupos económicos.77
Como quedará demostrado a lo largo de este libro, la Iglesia católica fue protagonista de este genocidio reorganizador cubriéndolo con un sentido trascendental, sagrado y totalizador. En plena conspiración golpista, el teniente Patricio Marenco —que poco después integraría el Batallón de Inteligencia 601— se lo expresó con claridad a Bonamín: “¡Todo debe restaurarse en Dios!” (DVB 3/2/1976).
53 La Congregación Salesiana fue creada en Italia por Giovanni Bosco, a mediados del siglo XIX. En la Argentina, hacia 1975 estaba integrada por 6 obispos, más de 780 sacerdotes, 115 hermanos coadjutores y más de 90 aspirantes, repartidos jurisdiccionalmente en 5 inspectorías (Buenos Aires, Bahía Blanca, Córdoba, Rosario y La Plata). Belza (1976); CEA (1982:265-269).
54 La mayoría de los obispos consagrados entre los años treinta y sesenta (alrededor de cincuenta), como es el caso de Bonamín, nacieron entre 1890 y 1910 de padres inmigrantes, ingresaron al seminario menor a temprana edad y continuaron sus estudios en Roma (De Imaz, 1965:169-178).
55 Echeverría (2009:124-125). Volveremos sobre esta concepción en “Anclaje ideológico de Bonamín”.
56 En su libro El colegio, comunidad de amor (1967) relata varias de las experiencias de su paso por la institución.
57 Congresos Interiberoamericanos de Educación: Río de Janeiro (1951), Quito (1954), Santiago (1957); Eucarísticos Nacionales: Punta Arenas (1946), Rosario (1950); Mariano Nacional: Catamarca (1954).
58 Boletín Salesiano Nº 190 (abril 1960, pp. 54-55); BVC Nº 7 (mayo 1961, pp. 2, 3 y 11). Según el código de derecho canónico, los coadjutores y auxiliares son obispos titulares que el papa concede a los obispos residenciales. “Por hallarse exhaustos de fuerzas” o “debido a su mucha edad o poca salud”, los nombramientos episcopales pueden ser en consideración a la persona y no a la sede. Ese fue el caso de Bonamín, nombrado auxiliar de Caggiano. Por lo tanto, su designación como auxiliar expiró con la renuncia del arzobispo en 1975, no así la de provicario castrense. CIC (Código de derecho canónico): Libro II, Parte I, Sección II, Título VIII, Capítulo II, cáns. 350 y 355. Verbitsky (2007:324-327).
59 Con “Episcopado” se hace referencia al conjunto de obispos católicos de todo el país. Los hay titulares y jubilados. Los primeros se aglutinan en la Conferencia Episcopal Argentina (CEA), que para el período 1975-1976 alcanzará un número de alrededor de 90 obispos.
60 Ghio (2007:196), Esquivel (2004:286-287), Bourdieu (2009:119 y 131).
61 Martín (2013:103). Entrevista a Bonamín en 1989.
62 Más adelante se describen y analizan las particularidades de la institución, su organización territorial, jurisdicción e inserción en el conjunto de la jerarquía eclesiástica.
63 Los restos de Bonamín se hallan en el Panteón que la Congregación Salesiana tiene en el Cementerio La Piedad, en Rosario.
64 Sobre el Operativo Independencia, ver “Treinta mil rosarios para Tucumán”.
65 De Riz (1981:129 y 2007).
66 De Riz (2007:50), Dearriba (2001:112-118).
67 De Riz (2007:52), Dearriba (2001:130-136).
68 De Riz (2007:54).
69 Franco (2012:153). Videla diría muchos años después: “Nos dieron todo el poder y competencias para desarrollar nuestro trabajo e incluso excedían lo que habíamos pedido; prácticamente nos habían dado una licencia para matar” (Revista Cambio 16, España, 20/2/2012).
70 Kandel y Monteverde (1976:139-152), Dearriba (2001:155-165). Poco después Bonamín vincularía estos hechos con el vicariato: “es la siembra del P. Roque Puyelli y del Prof. Bruno Genta… y nuestra, pero zarandeada por ellos” (DVB 9/2/1976).
71 Dearriba (2001:161).
72 De Riz (1981:137).
73 Canelo (2008:38-39).
74 Feierstein (2007 y 2015).
75 Franco (2012:240-271).
76 Conadep (1985:296); Basualdo, V. (2006); Verbitsky y Boholavsky (2013:183-272).
77 Basualdo, E. (2006:109-191 y 2013); Castellani (2007); Schorr (2013); Rapoport y Zaiat (2013).