Puntas de proyectil y artefactos líticos, Piedra Museo, Santa Cruz.

La arqueología ha demostrado la existencia de poblaciones indígenas en el actual territorio argentino hacia fines del Pleistoceno. Desde hace unos 13.000 a 10.000 años en la Patagonia, así como en el borde oriental de la Puna, diversos sitios en reparos rocosos o a cielo abierto muestran vestigios materiales dejados por sociedades de economías cazadoras-recolectoras. Los diferentes ambientes en que se enmarcan estos hallazgos arqueológicos estaban sujetos a condiciones climáticas y bióticas distintas de las actuales, imperantes hacia fines de esa época caracterizada por la actividad de los glaciares. Los hallazgos inscriptos en ese lapso constituyen nuestros datos más antiguos, pero no todos ellos han de ser tomados como evidencia fehaciente de las primeras poblaciones ya que el ritmo de avance de las investigaciones en ambas regiones sugiere que podrían esperarse antigüedades más altas en los próximos años. En efecto, el uso y la explotación de materias primas líticas, la complementación funcional de los sitios y su reutilización en el tiempo, sugieren cierta estabilidad en el uso de los recursos de determinados espacios y ello indica que estamos frente a una fase de colonización ya iniciada, donde el comienzo de esa estabilidad estaba ligado a una movilidad muy acentuada y a una muy baja densidad de población. Bajo estas circunstancias es factible esperar evidencias más antiguas, aunque escasas y esporádicas; una expectativa coincidente con lo que denominaría una fase de exploración, previa a la colonización1.

Una primera afirmación es que el ingreso de esas primeras poblaciones a nuestro territorio habría ocurrido durante o antes del lapso indicado, por distintas zonas geográficas y siguiendo distintas direcciones. Esto se apoya en la información arqueológica disponible para ocupaciones humanas del fin del Pleistoceno, en el área andina ecuatoriana y peruana, en la del Bajo Amazonas y del Planalto brasileño, indicando que tanto la vía de las tierras altas andinas como la de las sierras y tierras bajas del Este y Nordeste sudamericano pudieron permitir el acceso de tales poblaciones, antes de los 10.000 años de antigüedad.

EL POBLAMIENTO AMERICANO VISTO DESDEEL TERRITORIO ARGENTINO

Buena parte de los arqueólogos están de acuerdo en que el poblamiento de América ha tenido como puerta original de entrada la zona del actual estrecho de Behring, desde Siberia, y que esas primeras poblaciones fueron ocupando gradualmente los espacios, desde el norte al sur de ambos subcontinentes; pero respecto del cuándo de ese primer poblamiento existen posiciones encontradas. Esas posiciones tienen en cuenta no sólo la interpretación de las evidencias arqueológicas sino también los lapsos en que existían corredores libres de hielo, en las zonas heladas del noroeste de Norteamérica, permitiendo el paso de esos primeros pobladores. Las posturas más conservadoras —generalmente basadas en las evidencias más abundantes y las menos discutidas del ámbito norteamericano— aceptan antigüedades máximas de 12.000 a 13.000 años antes del presente (AP), con las que varios sitios de la Argentina y Chile mostrarían un sincronismo demasiado ajustado para poder ser aceptados. Posiciones más extremas hablan de fechas superiores a 40.000 AP, apoyándose en evidencias arqueológicas muy discutidas tanto en Norteamérica como en Sudamérica —por ejemplo los niveles más profundos de sitios como Monte Verde en Chile o Pedra Furada en Brasil, con dataciones de Carbono 14 próximas o superiores a los 30.000 años AP—, hechos que ahondan las discrepancias. Frente a estos extremos, una actitud prudente, que daría suficiente cuenta de la diversidad de situaciones ambientales y adaptativas que se observan a fines del Pleistoceno, es aceptar el acceso a América por Behringia, entre los 15.000 a 20.000 años AP.

Este lapso estaría acorde con un avance gradual de ocupación del espacio. Un avance que no implica una dirección norte-sur constante sino múltiples direcciones posibles, dependientes de la saturación de población en los espacios circundantes. En tal sentido también la información etnográfica sobre cazadores-recolectores llama a cautela respecto a la rapidez con que puedan darse las migraciones hacia otros territorios cuando se trata de poblaciones pequeñas ya que estos procesos dependen en grado extremo de factores vinculados con la intensidad de uso de esos espacios y la presión demográfica, aun aceptando la existencia de territorios vacíos aptos para colonizar. Esta etapa inicial de la historia indígena de América ha sido llamada —entre otras designaciones vigentes— Paleoindio, un término originado en América del Norte, de uso actualmente muy extendido entre los arqueólogos, y cronológicamente equivalente a las etapas finales del Paleolítico Superior de Eurasia. Ambas designaciones hacen referencia a sociedades cuya economía de subsistencia, pautas de consumo y movilidad dependían en buena parte de la caza de distintas especies de una fauna que se extinguió en las regiones de referencia hacia el final del Pleistoceno o comienzos del Holoceno. En la pampa bonaerense y en el extremo sur patagónico hay buenos ejemplos de la interacción de estos primeros pobladores con esa fauna. El equipamiento técnico para la caza de algunas de las especies de megamamíferos extintos tenía como característica el uso de puntas de proyectil de piedra tallada cuya manufactura incluía una prolija terminación por retoque a presión de bordes y caras, logrado con una varilla de hueso de punta roma llamada retocador. En algunas regiones también se daba el diseño de un pedúnculo con extremos proximales expandidos, que permitía asegurar la atadura de la parte basal de la punta a un elemento intermediario que se unía —pero se desprendía fácilmente— al astil. Según los lugares y circunstancias, este pedúnculo era a veces adelgazado mediante una acanaladura lograda con procedimientos técnicos específicos. Frente a otros artefactos de piedra tallada esas puntas poseían una mayor inversión de trabajo manual y eran utilizadas como cabezales de dardos o de lanzas para la caza.

En esos tres mil años del proceso de poblamiento hubo cambios en las tecnologías y organización socioeconómica de las poblaciones colonizadoras, resultantes en parte de sus interacciones con distintos medios físicos. Así es que, hacia el 10.000 AP, el panorama de América ofrecía un complejo cuadro de sociedades de base económica cazadora-recolectora, pero con distintas estrategias de organización tecnoeconómica y social, las cuales posibilitaron la explotación de ecosistemas diferentes.

Tomando esa última fecha como límite promediado entre Pleistoceno y Holoceno, presentamos una tabla para la zona andina y pampeano-patagónica de la Argentina que incluye la mayoría de los sitios —o componentes estratificados de un mismo sitio— con ocupaciones tempranas de cazadores-recolectores pleistocénicos. De los 22 tabulados, hay 18 casos con dataciones radiocarbónicas superiores a 10.000 AP; 12 que presentan asociaciones con faunas extintas y 8 casos que muestran el uso de esas puntas de proyectil, llamadas puntas cola de pez por la forma particular de su pedúnculo.

En la tabla hemos agrupado la información argentina con la de sitios chilenos del extremo sur patagónico para observar el comportamiento de la zona andina y pampeano-patagónica en su conjunto. Si bien no los trataremos en particular, estos sitios chilenos nos interesan ya que su ocupación debió haberse realizado desde el actual territorio argentino, dentro de la amplia zona de circulación delimitada por la vertiente oriental de los Andes y la costa del Atlántico, evitando la zona con hielos permanentes del oeste cordillerano, al sur del paralelo de 46° S. Un hecho notable es que la mayoría de las asociaciones arqueológicas con fauna extinta reconocidas para la Argentina ocurren al sur del paralelo de 35° S, concentrándose en la pampa bonaerense y la Patagonia meridional. El componente inferior de la Gruta del Indio en Mendoza constituye un caso en el que se plantea la contemporaneidad de uso del sitio y posible consumo de fauna extinta por grupos humanos que dejaron evidencias de fogones y escasos artefactos líticos. No muy lejano de este sitio del Sur mendocino se ubica, al oeste de la cordillera, el de Tagua-Tagua, en Chile central, donde se cazó fauna extinta utilizando puntas cola de pez, entre 11.000 y 10.000 años atrás. Por el contrario en otros tres sitios ubicados al norte del paralelo de 35° S, Agua de la Cueva (Mendoza), la Cueva III de Huachichocana e Inca Cueva 4 (Jujuy), con niveles de ocupación datados entre 10.700 y 10.000 años AP, no muestran consumo de especies de fauna extinta con las que, sin embargo, convivieron. A estos tres se ha agregado recientemente el Alero de las Circunferencias (Jujuy), muy próximo a Inca Cueva 4, con ocupaciones ubicadas dentro del rango mencionado y con las mismas características de consumo.

Tabla 1: Sitios tempranos de cazadores-recolectores de la Argentina y extremo sur de Chile.

Sitios y componentes de norte a sur Argentina y Chile (Ch)

Datación C14 (en miles de años)

Consumo de fauna extinta

Puntas cola de pez

Otras puntas proyec.

Otros artef. líticos

Sitio en abrigo rocoso

Sitio a cielo abierto

Inca Cueva 4, Capa 2 (Jujuy)

10,6 - 9,2

X

X

X

Huachichocana III, c. E3 (Jujuy)

10,2 - 8,6

X

X

X

Agua de la Cueva, componente inferior (Mendoza)

10,9 - 9,2

X

X

X

Gruta del Indio, componente inf. o Atuel IV (Mendoza)

10,1

X

X

X

Paseo Otero 5 (Bs. As.)

10,1

X

X

X

X

Arroyo Seco 2 (Bs. As.)

11,7 - 7,3

X

X

X

X

Cueva Tixi (Bs. As.)

10,3 - 10

X

X

X

Abrigo L. Pinos (Bs. As.)

10,5

s. d.

X

X

X

Cueva Burucuya (Bs. As.)

10

s. d.

X

X

Cueva La Brava (Bs. As.)

9,9

s. d.

X

X

Cerro La China (Bs. As.)

11,6 - 10,7

X

X

X

Cerro El Sombrero, Cumbre (Bs. As.)

X

X

X

Cerro El Sombrero, Abrigo (Bs. As.)

10,8 - 10,2

X

X

X

Los Toldos, (Santa Cruz) cueva 3

12,6

X

X

X

Los Toldos 3, capa 10 (Santa Cruz)

X

X

X

X

Piedra Museo AEP1, u. 5, (Santa Cruz)

10,4 - 10,3

X

X

X

X

Piedra Museo AEP1, u. 6, (Santa Cruz)

12,8 - 12,8

X

X

X

Cueva Las Buitreras (Santa Cruz)

X

X

X

Cueva Lago Sofía, capa 2a (Magallanes, Chile)

11,5

X

X

Cueva del Medio (Magall., Ch.)

12,3 - 9,5

X

X

X

X

Cueva Fell, Per. I (Magall., Ch.)

11 - 8,1

X

X

X

X

X

Tres Arroyos 1, c. Va-Vb (Tierra del Fuego, Chile)

11,8 - 10,2

X

X

X

X

Mapa con sitios del extremo sur de América.

Puede verse en dicha tabla que la información para esos cazadores-recolectores tempranos proviene, en su gran mayoría, de cuevas y aleros bajo roca donde son más altas las posibilidades de ubicación y conservación de vestigios arqueológicos. Pero la Pampa bonaerense ha comenzado a aportar sitios a cielo abierto que permiten entender algo más sobre la variabilidad espacial de las actividades, de sus modalidades de asentamiento, subsistencia o de sus prácticas tecnológicas. Esta nueva información del área pampeana sobre sitios en abrigos rocosos y sitios a cielo abierto, ubicados entre 11.000-10.000 AP, que tienen diferencias en los conjuntos de artefactos pero que comparten áreas comunes de aprovisionamiento de ciertas materias primas (canteras de cuarcita), permite superar la posición que planteaba que esos conjuntos arqueológicos —sin puntas de proyectil— correspondían a una modalidad socioeconómica distinta, de grupos recolectores con caza poco especializada. Aquí, como en la Puna jujeña o en la Patagonia meridional, la mayor o menor tosquedad del material lítico o la ausencia de puntas de proyectil debe entenderse como aspectos diferentes de la producción de artefactos según las necesidades a las que se aplican, la actividad que los requiere o las etapas seguidas en su manufactura, en uno u otro sitio. Las diferencias corresponden a la variedad de trabajos realizados por sociedades que tenían en común el estar técnicamente equipadas y organizativamente capacitadas para la caza de grandes herbívoros; sociedades que podían también hacer uso de estrategias eventuales de carroñeo (aprovechamiento de carne en carcasas de animales muertos), caza oportunística de animales enfermos o debilitados, así como compensar su dieta con el aprovechamiento de fauna menor y prácticas intensivas de recolección.

Por último puede indicarse que el total de los sitios o componentes tabulados se distribuye en distintas zonas geográficas: Puna, Andes áridos del centro-oeste, Serranías y Zona Interserrana de la pampa húmeda bonaerense, Altiplanicie central santacruceña, extremo meridional de Patagonia continental (Magallanes) e Isla Grande de Tierra del Fuego; estas últimas consideradas como zonas unitarias, sin barreras de circulación entre los actuales territorios argentino y chileno. Esta distribución espacial muestra la diversidad de ecosistemas dentro de los que esas tempranas poblaciones interactuaron. También indica que el extremo sur de América, la Patagonia meridional y Tierra del Fuego, estaban pobladas entre 13.000 y 10.000 años AP por cazadores de fauna extinta que utilizaban otras formas de puntas de proyectil distintas de las conocidas, para la misma época y períodos posteriores, en el Paleoindio de las llanuras o planicies de América del Norte. Es importante insistir en esto ya que tiene que ver con condiciones de diversidad y heterogeneidad, temporalmente profundas, que caracterizan la complejidad y riqueza de soluciones adaptativas —en lo ambiental y lo social— que muestra el poblamiento del continente americano.

Resumiendo: el acceso de esas primeras poblaciones cazadoras-recolectoras a nuestro actual territorio ocurrió en distintos momentos, entre 14.000 y 12.000 años AP o entre 12.000 y 10.000 AP según las zonas; siguiendo vías distintas y con desplazamientos graduales en variadas direcciones. En ese entonces ya disponían de un equipamiento técnico apto para ocupar zonas ecológicas tan diferentes como las antes mencionadas.

En los siguientes acápites nos centraremos en la comparación de los datos disponibles para cazadores-recolectores del oeste de la Patagonia meridional y de la Puna argentina. La elección de estos dos ambientes y sociedades, distantes y distintos, ha sido orientada a la ejemplificación de dos diferentes programas y estrategias de organización socioeconómica. Cuentan dos historias regionales diferentes que llevan a distintos grados de complejidad en cazadores-recolectores.

CAMBIOS AMBIENTALES Y COLONIZACIÓNDEL TERRITORIO: 13.000–7.000 AP.

El lapso que incluye el final del Pleistoceno y la parte inicial del Holoceno marca, en la Patagonia meridional y la Puna, los tiempos de una fase de colonización en los que las poblaciones se estabilizaron en la explotación de aquellos recursos de sus ecosistemas que habrían de perdurar durante gran parte del Holoceno, en particular en la caza de los dos camélidos silvestres: guanacos y vicuñas. Para entender algunos aspectos de la economía y la tecnología de estas poblaciones cazadoras-recolectoras, debemos hacernos una primera imagen de los cambios ambientales y procesos naturales que modelaron los ambientes en que aquéllas transitaban. Las glaciaciones, las erupciones volcánicas con importantes acumulaciones de cenizas, los ascensos o descensos del nivel del mar así como la variación de las precipitaciones actuaron durante ese lapso modificando las formas del relieve y limitando o ampliando los espacios disponibles para la explotación de distintos recursos. Asimismo los cambios en la temperatura y humedad, medidos en escalas temporales amplias, afectaron la distribución en el espacio de algunas comunidades vegetales, como las praderas y los bosques andino-patagónicos, o la vegetación del pajonal y el tolar en la Puna, incidiendo también en la extinción de algunos de los grandes mamíferos pleistocénicos.

La disponibilidad de recursos naturales constituyó una situación crítica para esas primeras poblaciones. El éxito en la caza y la recolección dependía de una programación adecuada de la movilidad estacional, maximizando la obtención de recursos y minimizando la probabilidad de competencia con otros grupos u otros predadores (grandes carnívoros, por ejemplo). Esa necesaria movilidad fue un elemento clave en la organización social, en la toma de decisiones, en el acceso, producción o distribución de dichos recursos. Se requerían programas de acción para operar en el largo plazo y también estrategias alternativas para el corto plazo, que tomaran en cuenta la forma en que esos recursos se distribuían en el espacio y las circunstancias que pudieran dificultar o impedir su acceso. Necesarios ajustes o cambios en programas y estrategias ocurrieron durante esos cambios ambientales. En este sentido la baja demografía —la dificultad de reproducirse y crecer para sobreponerse a condiciones críticas de desnutrición y mortalidad— hacía más frágil a estas poblaciones frente a las vicisitudes ambientales. El impacto del medio sobre ellas era fuerte pero, en todos los casos, existió una respuesta. Hubo un modelado humano del medio físico en el que esa gente actuaba, que adquirió distintas intensidades según la organización particular de cada sociedad. Para esas épocas, sin embargo, nuestra posibilidad de conocer estos distintos paisajes arqueológicos depende de la intensidad con que actuaron los procesos naturales que afectaron la conservación y la visibilidad de los vestigios arqueológicos y de la probabilidad de descubrirlos.

En las dos áreas que hemos de comparar, los ambientes del Pleistoceno final y del Holoceno temprano mostraban condiciones climáticas diferentes de las actuales, más rigurosas y frías primero y luego algo más benignas o más cálidas y secas. Empezaremos por el extremo meridional patagónico.

Patagonia meridional

Durante el lapso comprendido entre 16.000 y 11.000 AP, comenzó la retracción de los glaciares y un ambiente de tundra y estepas herbáceas predominaba en el extremo sur y centro oeste de la Patagonia meridional. La expansión del bosque de Nothofagus (principalmente lengas) habría comenzado, según los estudios de Markgraf a los 50° Sur, hacia los 12.500 años AP, manteniéndose una vegetación de pastizales abiertos en las partes más bajas y más áridas. Otros estudios de polen en sitios arqueológicos y en turberas permitieron plantear, para la zona de las cuevas habitadas de Última Esperanza (Chile), una situación de cambio en las condiciones de temperatura y humedad posterior a 11.000 AP. Con anterioridad a 11.570 AP imperaba un ambiente de estepa con bosquecillos aislados de Nothofagus, matorrales y cierta proporción de helechos. Posteriormente se dieron condiciones de mayor temperatura y humedad, con avance del bosque, hecho que habría ocurrido aquí hace unos 9.000 años.

Una fisonomía distinta mostraba también la costa marítima. El ingreso del mar en la actual zona del estrecho de Magallanes habría ocurrido después de los 12.000 AP. Entre esa fecha y 10.000 AP, puede sostenerse la existencia de un puente terrestre que unía Tierra del Fuego con el continente correspondiendo a un nivel de las aguas del mar a 60 m por debajo de la actual. Esto es coincidente con las dataciones de Carbono 14 —de 11.800 y 10.200 años AP— para el sitio con fauna extinta de Tres Arroyos 1, en el sector chileno de la Isla Grande de Tierra del Fuego. En la zona costera de Patagonia continental esos bajos niveles de las aguas habrían permitido la existencia de una amplia franja de tierras habitables, actualmente sumergidas. Para estas épocas, ocurrieron también cambios en la dirección de los vientos predominantes y una importante erupción del volcán Reclus —cercano a Puerto Natales— hacia los 12.480 ± 470 años AP, cuyas cenizas se habrían esparcido hacia el SE, en distancias superiores a 330 km.

En el lago Cardiel —una de las grandes cuencas cerradas de la Patagonia extraandina— se demostró la existencia de modificaciones del nivel de las aguas entre el Pleistoceno final y el Holoceno temprano. Entre 10.100 y 9.700 años se indican 50 m sobre el nivel actual —el más alto nivel alcanzado después del 16.000— correspondiendo a mayores condiciones de humedad que irían declinando progresivamente. Un período seco, con un marcado descenso de los niveles del lago Cardiel, se dio entre 7.690 y 5.950 AP. Se debe concluir entonces que, algo antes del 10.000 AP, el clima de la zona extraandina de Patagonia meridional comenzaba un ciclo con condiciones de humedad y temperatura más benignas que las imperantes anteriormente.

Algunos de estos factores —la expansión del bosque sobre praderas y estepas, el impacto puntual de la acumulación de cenizas volcánicas y el paulatino ascenso del nivel del mar invadiendo antiguas líneas de costas— se conjugaron disminuyendo la diversidad de hábitats para la fauna de grandes herbívoros y otros megamamíferos ahora extintos. Esto ayudó a que la presión selectiva de la caza sobre las especies más afectadas por el cambio ambiental contribuyera a su extinción. Entre esas especies se encuentran uno de los caballos americanos, el Hippidion Saldiasi, uno de los grandes edentados, el Mylodon (?) listai y una especie de camélido, la Lama (vicugna) gracilis, distinta y más pequeña que el guanaco actual. Aparte de éstas, había otras especies que se extinguieron en la región hacia fines del Pleistoceno y comienzos del Holoceno: un camélido de porte mayor que el guanaco actual, la Lama owenii, el ñandú norteño o Rhea americana, un zorro de gran tamaño, el Canis (Dusicyon) avus —todas ellas presas potenciales de los cazadores— y dos félidos, el Smilodon sp. y la Panthera onca mesembrina, sin evidencias de que hayan sido cazados.

La información arqueológica disponible en las áreas tratadas proviene de la excavación de abrigos bajo roca; pero, seguramente, como ocurre en la pampa bonaerense o en Chile central, los asentamientos debieron incluir el uso de campamentos y lugares para faenar las presas a cielo abierto, que resultan actualmente difíciles de localizar. Muchos de estos abrigos seleccionados como viviendas son denominados “cuevas” pero son sitios que, aun en los sectores de más reparo, tienen iluminación natural. No son cavernas con sectores de total oscuridad como las utilizadas en el Paleolítico europeo. Tales abrigos representaban una opción importante para la vivienda humana ante la rigurosidad climática y es por ello que las que presentaban un tamaño adecuado, factible de calefaccionar con fogones a leña, han sido frecuentemente ocupadas, de tiempo en tiempo. Esta reutilización de los sitios en el largo plazo nos provee de una importante información comparativa para observar cambios ocurridos en lo que se produjo e introdujo dentro de esos espacios de habitación e intentar una aproximación a la vida de los grupos humanos, ya que de su aspecto físico nada podemos decir aún.

Cuatro de estos abrigos han proporcionado distinta información arqueológica sobre las primeras ocupaciones dentro del actual territorio argentino. En Cueva de Las Buitreras, en la costa sur del Río Gallegos, se encontraron niveles que contenían huesos de fauna extinta de Mylodon, Hippidion y Dusicyon avus, a los que asocian con la presencia de actividad humana en la cueva. Las primeras evidencias incluyen marcas de corte sobre algunos restos faunísticos y luego suman lascas de retalla o retoque de artefactos líticos, fragmentos de huesos y rocas caídas de la pared o techo de la cueva, factiblemente utilizadas. En este segundo momento se agrega la presencia de huesos de guanaco (Lama guanicoe) seccionados longitudinalmente. No hay dataciones de C14 de estos niveles, pero se ha estimado una edad más antigua que 9.000 AP por la existencia de una capa de ceniza volcánica que los cubre y que habría sido anterior al 8.000 AP. Estos vestigios sugieren que se trataría de ocupaciones de poca actividad, en las que se podrían haber introducido algunas partes para consumo y realizado trabajos sumarios de producción o mantenimiento de artefactos de piedra tallada. Asumiendo la primera alternativa cronológica —dada por los investigadores— sería posible integrar la Cueva de Las Buitreras como un sitio de refugio transitorio, con actividades restringidas, dentro de un radio de movilidad que incluiría sitios como Fell o Palli Aike (Chile), a unos 50 km de distancia lineal, también con registros de fauna extinta, pero con una mayor diversidad de instrumental lítico y restos faunísticos.

Vista de una unidad de la excavación de Laura Miotti en Piedra Museo, Santa Cruz.

Otros tres importantes sitios se ubican al este del meridiano de 72°, dentro de la altiplanicie central de Santa Cruz: el nivel 11 de la Cueva 3 de Los Toldos, la capa 12 de la Cueva 7 de El Ceibo y abrigo AEP11 de la localidad de Piedra Museo. Los tres sitios forman parte de promontorios o acantilados rocosos que rodean “bajos” o antiguas cuencas lagunares, caracterizados por numerosos abrigos o cuevas que fueron ocupados sincrónica o diacrónicamente en distintos períodos y que presentan numerosas representaciones rupestres, pinturas o grabados. El emplazamiento de estos sitios de la altiplanicie dista de ser casual; sigue criterios de selección mantenidos a través del tiempo que tienen que ver con distintas posibilidades de abrigo en múltiples reparos naturales, con recursos de agua potable (lagunas o aguadas), disponibilidad de fuentes próximas para el aprovisionamiento de rocas aptas para la talla y con la concentración de recursos faunísticos en relación con espejos lagunares o aguadas.

El tamaño de estos abrigos es muy variable; el de Los Toldos es el de mayor tamaño y reparo. Estas diferencias de tamaños importan en términos del área con reparo efectivo, el número potencial de ocupantes y de los espacios de actividad disponibles. El nivel 11 de Los Toldos correspondería a ocupaciones temporarias, un lugar de habitación de un número muy reducido de personas. Esto ha sido inferido del consumo de las presas, pues se ha observado la existencia de un bajo número mínimo de animales cazados a partir de las partes óseas introducidas al sitio. Pero estas partes corresponden a las que poseen mayor cantidad de carne, por lo que se infiere que se trata de un campamento donde se realiza el consumo final de las presas de caza. Esto se refuerza por la presencia de fogones que se han ubicado en el sector más iluminado del abrigo y concentran la mayor cantidad de restos óseos y de artefactos de piedra tallada. Tanto este sitio como el nivel 12 de El Ceibo proporcionaron variados artefactos líticos retocados en sus bordes (retoque marginal) sobre grandes lascas y plaquetas de ópalos, calcedonias u otras rocas de excelente calidad para la talla. Entre ellos no se recuperaron piezas trabajadas por retalla o retoque en ambas caras de la lasca o soporte (retalla o retoque bifacial), ni puntas de proyectil, pero algunas lascas presentan retoque marginal a presión que es el utilizado en la terminación de las piezas bifaciales. El estudio sobre el microdesgaste de los filos de una muestra de artefactos líticos del nivel 12 demostró que aquí se realizaron trabajos sobre cuero o piel seca, sobre piel fresca, raspado de madera y corte de carne. Apoyándose también en la escasa y fragmentaria muestra de restos faunísticos, los investigadores de El Ceibo han sugerido que esas actividades indicarían tareas domésticas, de procesamiento de los productos de la caza posterior a la captura y trozamiento de las presas.

En relación con estos dos niveles, el originalmente denominado componente inferior de AEP-1 estaría caracterizado por artefactos sobre lascas de retoque marginal y otras utilizadas con sus filos naturales, vinculadas con tareas de procesamiento de fauna extinta y actual. Si bien éste sería actualmente el nivel de mayor antigüedad datado en la Patagonia —en 12.800 años AP— tomando en cuenta el margen de error de esta datación y la del nivel 11 de Los Toldos (12.600 ± 600 años AP) es posible plantear que los niveles tempranos de los tres sitios aludidos ejemplifican casos de complementación funcional, de lugares distintos en los que esas poblaciones tempranas habrían realizado actividades diferentes dentro de un mismo sistema de asentamiento, subsistencia y organización tecnológica. Un lugar de residencia temporaria (Los Toldos, nivel 11), otro de actividades de procesamiento secundario de los derivados de la caza (El Ceibo, nivel 12) y otro de procesamiento primario, desollado y trozamiento de animales cazados en la proximidad del sitio (AEP-1). Con respecto a la subsistencia, se ha sugerido una estrategia de caza de tipo generalizada, basándose en una mayor diversidad de especies representadas que las que ocurren en ocupaciones posteriores de estos sitios, pero debe destacarse que, desde ese entonces, el guanaco era ya la presa preferencialmente explotada frente a otras posibles, incluidos los otros dos camélidos ahora extintos Lama (vicugna) gracilis y Lama Owenii. Esta preferencia indica la capacidad técnica de estos grupos humanos para una caza a distancia, dada la rapidez de desplazamiento y otras características etológicas del guanaco. Ello implica algún tipo de proyectil de los que aún no tenemos mayores evidencias pero que, como veremos, no deben ser descartados para estos contextos.

Punta de proyectil “cola de pez” fracturada. Piedra Museo, Santa Cruz.

Volviendo al sitio AEP-1 habría otro momento de ocupación, datado entre 10.400 y 10.300 AP, que estaría representado por el conjunto asociado con una punta cola de pez. El hecho de que esta punta sea la única pieza de adelgazamiento bifacial en un conjunto caracterizado por artefactos de retoque marginal, sugiere precaución en caracterizar a los niveles antes aludidos como “sin puntas de proyectil” o sin conocimiento de las técnicas que permitían adelgazar los artefactos de piedra extrayendo materia del centro de las caras (adelgazamiento bifacial). Es plausible sostener que estos u otros diseños de puntas de proyectil habrían sido elementos altamente conservados y reciclados, en razón del tiempo y trabajo invertido en su producción y la destreza técnica requerida. Frente a esto la probabilidad de su hallazgo en contextos arqueológicos sería en general baja, dependiendo de la función del sitio. En el caso de AEP-1 se trata de un ejemplar fragmentado de una punta cola de pez de gran tamaño cuando lo común es que se trate de piezas de tamaño reducido —la mayoría de ellas con una longitud entre 3,5 a 5 cm— que por su escaso peso debieron ser utilizadas con un elemento intermediario que la conectaba con el astil y balanceaba el peso requerido en el extremo del proyectil armado. Un dato en apoyo de esto lo proporcionó el hallazgo en Chile central, en el sitio Tagua-Tagua 2, de uno de estos intermediarios, decorado con incisiones, confeccionado en un colmillo de marfil de un mastodonte neonato y asociado a las referidas puntas.

El comportamiento de este diseño en cola de pez es interesante en espacio y tiempo. Si se observa la tabla 1 se verá que hay una notable recurrencia temporal de estas puntas entre 10.100 y 11.600 AP, desde el extremo meridional patagónico hasta la pampa bonaerense y sumando el centro de Chile (Tagua-Tagua 2). Esto habla en favor de la eficacia funcional del diseño y de una tecnología compartida por diversas poblaciones tempranas, muy móviles, en las que la circulación de información cumplía un papel importante en la subsistencia y la tecnología.

Para el lapso de 10.000 a 11.000 AP se carece de mayor información en la Patagonia meridional centro-cordillerana argentina, exceptuando AEP-1. Se ha planteado que la capa 10 de la Cueva 3 de Los Toldos se habría iniciado hacia los 11.000 años AP, pero no hay dataciones que confirmen el hecho más allá de la presencia de algún resto de fauna extinta. El caso de estos sitios sin puntas cola de pez y de esta capa en particular puede ser semejante a los de la Patagonia chilena donde ya indicamos que hay varios sitios datados, con y sin puntas cola de pez, y donde hay por lo menos un caso (Cueva del Medio) en que la fauna extinta aparece asociada a contextos arqueológicos posteriores a los de las puntas cola de pez. Es probable que esta capa de Los Toldos sea contemporánea a las ocupaciones que ocurren entre el 9.700-9.000 AP en el oeste precordillerano próximo, en las zonas del Río Pinturas y el actual Parque Nacional Perito Moreno, que veremos seguidamente.

También al oeste del paralelo de 72° hay varios sitios con dataciones anteriores a los 9.000 AP que pueden ejemplificar casos de complementariedad funcional y movilidad estacional. Cueva de las Manos en el Alto Río Pinturas es uno de los más conocidos por su emplazamiento y la importancia de sus pinturas rupestres, donde hay dos dataciones iniciales del orden de los 9.300 años AP, correspondientes a la zona media de capa 6. La Cueva Grande del Arroyo Feo (sitio AFI) en la misma cuenca del Pinturas, con dataciones de 9.300 y 9.400 AP en la capa 11 base; y la Cueva 7 del Cerro Casa de Piedra (sitio CCP7) en el Parque Nacional Perito Moreno, con tres dataciones entre 9.700 y 9.100 AP en la capa 17, son los restantes. Fue entonces, entre 9.700 y 9.300 años AP, cuando ocurrieron las ocupaciones en los bordes de los profundos cañadones del Pinturas y de las “pampas” aledañas —caso del Abrigo del Búho, sin dataciones absolutas pero con un componente inferior con tipos de artefactos tecnológicamente semejantes a los de los sitios citados— y en el mismo borde del bosque cordillerano de lengas (Nothofagus pumilio), el Alero Cerro Casa de Piedra 7, emplazado por aquel entonces a la orilla de un paleolago, sobre los 900 m snm, que debió tener un clima aun más riguroso que el actual por su altura y ubicación en la proximidad de ventisqueros y frentes glaciares. En los niveles de ocupación iniciales de este sitio, datados entre ca. 9.640 y 10.530 AP y en el de AFI (capa 12, sin datación), hay escasos vestigios arqueológicos, que representarían una etapa previa de exploración de estos ambientes.

Artefactos de hueso y puntas apedunculadas de Cueva de las Manos, Río Pinturas, Santa Cruz.

Sobre la base de los fechados obtenidos en esos sitios, los rasgos técnicos de los artefactos de piedra tallada allí recuperados, las evidencias sobre el aprovisionamiento de ciertas materias primas líticas como la obsidiana y otras en torno al arte rupestre, puede plantearse una movilidad estacional que habría articulado las mejores zonas con recursos de caza y recolección del ecotono bosque-estepa, de la estepa abierta y de los microambientes formados en el profundo cañón del Río Pinturas. Esto implica una programación de la subsistencia y la movilidad en la que las diferencias de topografía y altitud —que inciden en la disponibilidad estacional de recursos de caza— eran ya conocidas y tenidas en cuenta en la programación de distintas estrategias de acción así como en el establecimiento de itinerarios que conectaran sitios de aprovisionamiento, de residencia, de tránsito y apostaderos de caza. Así, el contraste entre esos ambientes podía ser utilizado en la caza del guanaco cachorro o chulengo, aprovechando las distintas épocas de parición reguladas por las condiciones microclimáticas particulares de cada zona. También podía aprovecharse, en cada zona, la calidad y cantidad disponible de leña y maderas para la fabricación de utensilios, de recursos de caza complementarios y la posibilidad de aprovisionamiento de buenas rocas para la talla de artefactos en los trayectos entre zonas de asentamiento prolongado. Todos ellos eran recursos críticos para paliar las necesidades básicas de subsistencia durante las temporadas de invierno, con mantos de nieve persistentes.

Los sitios y capas arqueológicas mencionadas, juntamente con las capas 10 y 9 de la Cueva 3 de Los Toldos —anteriores a 8.750 AP— demarcan un lapso en el que se cumplió el proceso de ocupación de los distintos ambientes del interior y el oeste de la Meseta Central de Santa Cruz. Vista en la perspectiva de aquellas primeras ocupaciones, se habría completado una etapa de acomodación a las condiciones ambientales y al uso de recursos, en la que también ocurrió el último impacto humano sobre algunas especies de la megafauna, contribuyendo a su extinción. Desde una perspectiva evolutiva ese lapso —entre 9.700 a 9.000 años AP— representaría el momento inicial de un proceso en el que se fue haciendo efectiva y estable la presencia humana en esos distintos ambientes, en el sentido de una continuidad temporal en el uso de aquellos espacios con mejores alternativas de caza y recolección. Así, ese espacio de tiempo podría verse, en sentido estricto, como un momento temprano de la etapa de colonización.

En el extremo meridional continental, esta franja temporal está representada por los sitios del período II-III de Magallanes, en el que se discute el uso del nuevo diseño de puntas de proyectil, las de contorno subtriangular o sublanceolado, sin pedúnculo, ya presentes en Cueva de las Manos. Éstas van a tener una larga persistencia en la zona cordillerana y precordillerana de la Meseta central, caracterizando a conjuntos artefactuales que, según distintos autores, fueron reunidos bajo la designación de Toldense, Tradición Toldense, Subtradición Toldense o Tradición Río Pinturas. En la Patagonia chilena —en sitios como Cueva del Medio, Fell y Palli Aike— estos diseños van a ser característicos del Período III de Magallanes, reemplazando a las puntas cola de pez y asociándose recurrentemente al uso de bolas de piedra, como otro tipo de proyectil implementado en la caza. El empleo de bolas ha sido señalado en el sitio Marazzi de Tierra del Fuego —datado en ca. 9.500 AP— y registrado en las más tempranas pinturas rupestres del grupo estilístico A de Cueva de las Manos. Éstas son escenas de cazas colectivas asociadas con los primeros niveles de ocupación. Aquí y en otros sitios del Pinturas y del Parque Perito Moreno, están representadas como armas constituidas por una única bola unida a una larga cuerda que termina en una manija recta transversal, a modo de cruz. La cuerda, extremadamente larga, era llevada enrollada —a modo de un lazo— en el hombro del cazador (representaciones de Cueva de las Manos y del Alero Gorra de Vasco). El uso de esos proyectiles —durante y después del lapso que tratamos— explicaría la baja frecuencia de puntas de proyectil en los sitios de estepa abierta y cañadones, dado que podría haber actuado como arma alternativa y de uso estandarizado para la caza. Una expectativa distinta la proveen sitios de borde de bosque o de caza invernal, en campos nevados —como los del Cerro Casa de Piedra— donde el uso de dardos con puntas de proyectil de piedra tallada habría sido más eficiente.

Los vestigios arqueológicos en estos abrigos rocosos indican una marcada orientación hacia la captura del guanaco y el aprovechamiento de su carne, piel, tendones y huesos. Otras presas circunstanciales fueron el puma (Felis cf. concolor), el zorro gris (Dusicyon cf. griseus), el chinchillón o vizcacha de la sierra (Lagidium sp.), el ñandú petiso (Pterocnemia pennata), alguna especie de peces locales (Percichthys sp. o Diplomystes sp.) y un caracol terrestre (Chilina sp.). El aprovechamiento de huesos de guanaco incluía retocadores de distintos tamaños para dar forma final a los artefactos líticos, punzones y artefactos biselados no identificables por su estado fragmentario. La selección de soportes óseos también recaía sobre algunos huesos largos de aves (no identificadas) para la fabricación de punzones que sirvieran también como pasadores de tientos. Restos de vellones de lana de guanaco y trozos de cueros en proceso, en el sitio CCP7, agregan evidencias para plantear el laboreo de pieles como parte de las tareas realizadas en ambos sitios. En la parte media de la capa 6 de Cueva de las Manos hay un punzón con la punta acanalada y una madera biselada que presentan distintas series de incisiones, oblicuas y paralelas, a modo de marcas intencionales de ornamentación. Esos primeros indicios de arte mobiliar —en piezas transportables— se dieron también, en el Período II de Magallanes, en Cueva Fell, permitiendo ver relaciones con motivos del arte rupestre local.

Raederas y raspadores, Río Pinturas 1, Santa Cruz.

En Cueva de las Manos hay evidencias arqueológicas que permiten asociar los niveles más antiguos de ocupación con la ejecución de las pinturas rupestres del Grupo Estilístico A, asociación establecida por las investigaciones de C. J. Gradin. Este grupo se caracteriza por escenas de caza, de gran dinamismo, que se superponen entre sí sugiriendo distintas épocas de realización. Es notable cómo los ejecutores utilizaron la superficie del soporte para representar rasgos de una topografía virtual donde guanacos y cazadores se despliegan. El número de cazadores varía: de 8 a 12 para las primeras escenas y hasta 57 para las últimas, indicando la existencia de cazas colectivas que agrupaban muchos grupos familiares, o a más de una banda. Las sucesivas ocupaciones de Cueva de las Manos han estado también vinculadas con la ejecución de pinturas rupestres y el sitio muestra una importante secuencia estilística que fue compartida, en sus etapas posteriores, por otros sitios del área. Pero Cueva de las Manos concentró el mayor número conocido de pinturas del mencionado Grupo A, por lo que debió haber sido un lugar de visita o reunión privilegiado, en el lapso de 9.300 a 7.000 AP. Las evidencias de asociación entre pinturas rupestres y niveles de ocupación consisten en la presencia de un bloque desprendido del techo del alero, que contiene distintas representaciones y los resultados de los análisis por difracción de rayos X, realizados tanto sobre muestras de pigmentos y trozos de yeso encontrados en la excavación como sobre pequeñas muestras, tomadas directamente de las pinturas rupestres. Los estudios comparados mostraron que el yeso y los pigmentos ocres encontrados en la capa, datada en alrededor de 9.300 AP, son los mismos que se utilizaron en la preparación de la mezcla pigmentaria para realizar una figura de guanaco, semejante a otras del mencionado grupo A.

En la evolución del arte rupestre patagónico centro-meridional importa señalar que fue en ese lapso de 9.700-9.000 AP donde se ubican las primeras evidencias arqueológicas que marcan la asociación entre capas o niveles de ocupación y manifestaciones parietales. En la Capa 10 de la Cueva 3 de Los Toldos se encontraron también dos fragmentos de corteza de roca desprendidos del techo con pintura roja; los negativos de manos son los únicos motivos rupestres de la cueva. En principio, se ha asociado aquí la realización de esas pinturas con el Toldense, pero existen algunos indicios que dejan entrever la posibilidad de un origen anterior, por la presencia de una porción de pintura amarilla en el nivel 11. El otro dato proviene de Cueva Fell, donde pinturas situadas en zonas bajas de la pared guardan relación con las capas asignadas al Período II de Magallanes, entre 9.030 y 9.100 años AP. Es bien interesante recalcar que en Fell, Río Pinturas y Los Toldos, las representaciones están vinculadas con modalidades estilísticas distintas: geométricas simples del estilo Río Chico en Fell, escenas de caza con negativos de mano en Cueva de las Manos; y tan sólo negativos de manos en Los Toldos. Ya en esos momentos existían marcadas diferencias regionales que estaban anticipando trayectorias distintas en la evolución del arte rupestre de ambas áreas.

Escenas de caza y negativos de manos en negro, rojo y ocre. Cueva de las Manos, Río Pinturas, Santa Cruz.

Las semejanzas de rasgos apuntadas entre Patagonia centromeridional y Magallanes pueden ser interpretadas más como un flujo de información dado por la suma de múltiples interacciones entre distintos grupos que como una convergencia de soluciones tecnológicas independientes. Los componentes vinculados al lapso que tratamos en Cueva de las Manos y Los Toldos adelantan elementos nuevos del Período III de Magallanes y a la vez comparten algunos de los indicados en el Período II. El caso de la sucesiva aparición de los nuevos diseños de puntas triangulares sin pedúnculo, como rasgo particular, en el área de la Altiplanicie Central, Magallanes y Alto Limay, en Nordpatagonia (Cueva Traful y Cuyín Manzano en Neuquén) ha llevado a distintos investigadores a plantear situaciones de convergencia o un horizonte de rasgos compartidos. Si nos atenemos a las cronologías actuales, es factible sostener que las interacciones que hicieron posible ese flujo de información habrían operado como dos casos distintos, de acuerdo con su dirección, intensidad y momentos de inicio y perduración: entre el área centro-meridional y Magallanes hacia el 9.500-5.000 AP; y entre la primera y el Alto Limay, entre el 8.000-6.000 AP. Para el primer caso, por lo que venimos explicando del proceso de colonización en Patagonia central, no parece plausible sostener la idea de una corriente poblacional nueva para explicar los nuevos rasgos del Período III de Magallanes, ni tampoco la de desarrollos convergentes, como fue planteado por otros autores. Otros rasgos relativos a la tipología y técnica de factura de otros útiles de piedra tallada (raspadores y raederas), la aparición de las bolas de piedra alisada o pulida, los negativos de manos o las piezas de arte mobiliar en Magallanes, sugieren que esto ocurrió en la interacción entre poblaciones situadas en procesos de colonización ya avanzados, pero con un alto grado de movilidad, lo que facilitaba los contactos intergrupales a distancia y la circulación de información.

Seguidamente veremos cuál es, comparativamente, el panorama del fin del Pleistoceno y comienzos del Holoceno en el área circumpuneña.

Negativos de manos en ocre y blanco; representaciones de animales y figuras antropomorfas, en rojo. Cueva de las Manos, Alto Río Pinturas, Santa Cruz.

La Puna y su entorno

En la Puna argentina y en quebradas que acceden a ella, abrigos bajo roca como el de Inca Cueva 4, Alero de las Circunferencias y la cueva III de Huachichocana —en la Puna de Jujuy y su borde oriental— muestran los primeros indicios de ocupación humana, entre 10.800 a 10.200 AP. A diferencia de los sitios patagónicos y pampeanos de esas épocas, aquí no hay asociación con fauna extinta que, sin embargo, coexistía con el hombre en esos mismos ambientes. Estas diferencias en la selección de presas se suman a otras referentes a las tecnologías de asentamiento, caza y recolección, indicando que hacia el final del Pleistoceno, muy distintas estrategias económicas caracterizaron a las poblaciones cazadorasrecolectoras de las áreas referidas. Tales diferencias sugieren también que, en el caso de la Puna y su inmediata periferia, se trata de procesos de poblamiento y manejo económico de espacios y recursos naturales que son, temporalmente, más antiguos de lo que en la actualidad conocemos.

Diversos estudios llevados a cabo en la Puna argentina, en el Altiplano boliviano y en el área atacameña han mostrado que las condiciones de fines del Pleistoceno eran de mayor humedad y frío que las actuales, y que esas condiciones se habrían extendido hasta comienzos del Holoceno, cuando se produjo un marcado cambio hacia condiciones más cálidas y secas —o de extrema aridez— entre 8.500 y 7.500 años AP, según las zonas. Entre 15.000 y 10.400 años atrás, los espejos lacustres altiplánicos y atacameños habrían alcanzado su máxima extensión (fase Tauca), probablemente sujetos a regímenes de precipitaciones vinculados con vientos de la vertiente oriental de los Andes, diferentes a los que actualmente predominan en esa región. Considerando que las zonas más secas de la Puna pueden presentar un promedio de 0 a 200 mm anuales, para esas épocas se estima un promedio superior a los 500 mm, lo que implica también diferencias apreciables en la vegetación existente. Al respecto los estudios polínicos en la Puna jujeña ponen de manifiesto el predominio de gramíneas y especies herbáceas, así como la presencia de polen de pinos y alisos, acarreados por los vientos del este. La menor altura del límite de las nieves permanentes —finipleistocénicas— indica condiciones frías, más acentuadas que las actuales. En todas esas situaciones, el ambiente habría mantenido las características de un desierto o semidesierto de altura, pero mostrando diferencias en la extensión de las zonas verdes, de la faja de nieves permanentes y de los espejos lacustres.

Mapa con sitios arqueológicos del norte de Argentina y Chile.

Los hallazgos en los abrigos mencionados, juntamente con los de la denominada Fase Tuina en las zonas próximas al Salar de Atacama (Chile), indican que ambas vertientes andinas estaban ya habitadas en el lapso aludido. Las evidencias provienen de dos sitios atacameños, la Cueva de San Lorenzo y el abrigo de Tuina. En este último, como en los sitios jujeños, se observan ocupaciones sucesivas que alcanzaron o superaron el noveno milenio antes del presente. En Huachichocana III, la ocupación temprana incluyó un episodio de inhumación secundaria; y en Tuina e Inca Cueva 4 hay evidencias de una preparación previa del piso de habitación, sugiriendo sitios de retorno previsto. El uso de los parajes y los vestigios recuperados plantean un conocimiento previo del área y sus recursos en los términos antes usados, y un proceso de colonización previo ya avanzado.

En Inca Cueva 4, la zona de habitación contenida en la capa 2 comprendía un recinto previamente excavado, un espacio delimitado a modo del de una casa-pozo rudimentaria. Este espacio de habitación bajo nivel, subcircular de 2,5 m de diámetro máximo, contenía fogones cuyas cenizas y carbones fueron sucesivamente limpiados y tirados en un basural exterior al recinto, o en un escalón de acceso al mismo. Dos de esas acumulaciones resultantes del vaciado de fogones proporcionaron dataciones entre 9.900 y 9.650 años AP; y el último fogón en uso, una fecha de 9.230 AP. En el interior y exterior de esa vivienda se registraron pozosdepósitos o “bodegas” que conservaban revestimiento de paja en sus fondos. El fechado más antiguo de Carbono 14 (10.600 años AP) fue realizado sobre tallos y hojas desechados de una raíz tuberosa comestible silvestre llamada “soldaque” (Hipsocharis sp.). Estos restos vegetales constituían el fondo de ese pequeño basural ubicado junto al borde exterior del espacio de habitación. La distribución espacial de las dataciones, el mantenimiento de los fogones, la presencia de estratificación dentro del basural y los pozos-depósitos acondicionados con paja indican que el sitio formaba parte de un circuito de nomadismo estacional, de retorno programado. La misma área de habitación fue ocupada, reiteradamente, dentro de ese lapso, entre fines del Pleistoceno y comienzos del Holoceno. Estas condiciones, sumadas a la conservación de fibras animales y vegetales, la diversidad de especies vegetales de recolección en floración y los restos faunísticos aquí recuperados, constituyen evidencias a favor de que se trataba de un campamento ocupado preferentemente hacia fines de primavera y verano, con un fuerte énfasis en la caza y el consumo de chinchíllidos —principalmente vizcacha de la sierra (Lagidium sp.)— y, en menor medida, camélidos y cérvidos (huemul del norte).

Variación y cambio en puntas de proyectil de Antofagasta de la Sierra, Catamarca.

La selección de materias primas líticas en este sitio (cuarcita, ftanita y otras rocas silíceas), las puntas de proyectil triangulares apedunculadas, la morfología de los raspadores y otros artefactos así como las propias técnicas de manufactura, muestran estrechas semejanzas con los niveles, cronológicamente comparables, de los otros sitios mencionados. Con Huachichocana III, capa E3, comparte la presencia de plumas de aves de las tierras bajas; y agrega el uso de cañas macizas (Chusquea sp.) y de columelas de un gran caracol terrestre (Strphocheilus sp.). También se pueden mencionar el consumo de algarrobo y cactáceas, así como la presencia de técnicas cesteras y la cordelería en lana y fibra vegetal. En Inca Cueva 4, la cordelería en lana y los restos de vellones de lana de camélidos resultan en extremo significativos para inferir su manufactura en el lugar. Se suman también recortes de pieles de camélidos y de cérvidos, así como adornos de pezuñas de cérvidos, con orificios de suspensión.

La práctica funeraria registrada en la capa E3 de Huachichocana III indica un tratamiento secundario de un individuo masculino joven, de 18 a 20 años de edad, cuyo cráneo apareció fragmentado y parcialmente quemado, dentro y en el borde de un fogón datado en ca. 9.620 AP. Partes del resto del esqueleto —vértebras, huesos coxal y sacro, costillas y extremidades inferiores— fueron reagrupadas, envueltas con paja y cabellos humanos, colocadas en el piso junto al fogón y protegidas con lajas del techo de la cueva. No había ajuar directamente asociado pero, a una distancia de 1,50 m, se halló una cesta pequeña, de técnica espiral, conteniendo artefactos de plumas y lana de camélidos y pequeños ajíes identificados como Capsicum chacoense o Capsicum baccatum var. baccatum. El sedimento del fogón también contenía huesos de roedores carbonizados.

En Inca Cueva 4 se encuentra también información sobre la ejecución de pinturas rupestres. Sobre un soporte previamente preparado con yeso, los primeros ocupantes ejecutaron representaciones geométricas simples utilizando pigmentos minerales en rojo, ocre, amarillo y negro, mezclados del mismo modo que en Patagonia, con yeso, para aumentar su adherencia a las paredes de roca. Estas figuras abstractas, caracterizadas por conjuntos de trazos digitales agrupados, trazos paralelos alineados, alineaciones de puntos y diversas figuras en forma de peines invertidos (pectiniformes), escaleras de mano (escaliformes) y de rectángulos segmentados o combinados, configuran un repertorio iconográfico particular que no incorpora la figuración biomorfa sino hasta épocas más tardías. Con distintas combinaciones de signos muy simples, constituyó un sistema simbólico compartido por distintos sitios de la Puna hasta ca. de 4.000-3.000 años AP. El arte rupestre, entonces, también forma parte del registro arqueológico conocido para las poblaciones tempranas de la Puna argentina.

Arte rupestre abstracto. Punta de la Peña 5, Antofagasta de la Sierra, Catamarca.

El estudio de los restos faunísticos en las capas inferiores de Inca Cueva 4 y Huachichocana permite diferenciar distintas actividades cumplidas en ambos sitios. El primero tuvo que ver con el consumo de chinchíllidos, el procesamiento secundario de unidades anatómicas y la extracción de médula de huesos de camélidos; el segundo con el procesamiento primario de camélidos cazados en las proximidades del sitio, el consumo local de animales jóvenes y el transporte, a otros sitios, de partes de animales adultos, con buen rendimiento de carne. Se trataría de sitios que cumplieron funciones diferentes, dentro de un modelo de movilidad estacional entre zonas con recursos predecibles. Los pozos de almacenaje en Inca Cueva 4, más la relativa sincronía con las ocupaciones datadas en el cercano Alero de las Circunferencias, indican que esta movilidad estaba programada entre determinados sitios, incluyendo algunos equipados para permanencias prolongadas.

Otros lugares del Holoceno temprano, que se ubicaban en quebradas con buena disponibilidad de recursos dentro del ámbito puneño, son “La Cueva” de Yavi (Jujuy) y los niveles inferiores de Quebrada Seca 3 (Catamarca), fechados entre 10.000 y 9.000 AP.

Es importante insistir en que, fuera de los sitios reseñados en la Puna argentina, no hay aún evidencias, cronológicamente sustentadas, en la zona valliserrana o de las selvas de montaña, de ocupaciones del Holoceno temprano. Sin embargo, en el lapso entre 10.800 a 9.000 AP, los hallazgos puneños demuestran que los recursos de aquellas regiones fueron utilizados, y plantean la cuestión de si éstos fueron obtenidos por intercambio, o por acceso directo. Al respecto, el modelo de movilidad estacional programada, entre zonas con alta disponibilidad de recursos, que contempla diferenciación funcional de sitios, almacenamiento y territorios de explotación extendidos, dentro del ámbito desértico, propone la captación de estos recursos como resultado de interacciones múltiples y de un permanente flujo de información entre las distintas vertientes andinas. En este modelo debería aceptarse que esas regiones —de las cuales carecemos de información arqueológica en estos momentos— debieron haber estado ya habitadas o previamente exploradas (valliserrana, selvas occidentales).

Así como se planteó para Patagonia centro-meridional, la programación estacional, los circuitos de movilidad amplios, la circulación de información en grandes distancias y la existencia de sistemas simbólicos diferenciados serían características compartidas por ambas regiones comparadas, en el período correspondiente al Holoceno temprano. Empero, desde una perspectiva que enuncie las diferencias, éstas pasan por el repertorio de recursos y las prácticas características de esas poblaciones del desierto y semidesierto puneño, que impresionan al arqueólogo por la riqueza y diversidad de las tecnologías implementadas en las estrategias de subsistencia. Las mismas deben entenderse a la luz de un manejo muy pautado de la diversidad de recursos existentes en ambientes altamente contrastados —como el desierto y las selvas de montaña—, un conocimiento de las situaciones de riesgo que implicaba la vida en el desierto y un dilatado tiempo de ensayos y errores, capaz de estructurar ese conocimiento tecnológico. Las diferencias señaladas apoyan una mayor complejidad de las estrategias de subsistencia utilizadas en el área circumpuneña, a comienzos del Holoceno. El otro componente fue la capacidad de una programación de largo plazo, capaz de minimizar las situaciones de riesgo ambiental, donde las interacciones a larga distancia con grupos que habitaban esos distintos ambientes fueron estrategias recurrentes para paliar situaciones de carencia de recursos, derivadas de condiciones ambientales adversas, como las que ocurrieron en el Holoceno medio durante épocas prolongadas.

INTENSIFICACIÓN Y DIFERENCIACIÓN: 7.000-3.000 AP

Hace 7.000 años, la Patagonia centro-meridional precordillerana y la Puna habrían estado sujetas a prolongados períodos de sequía y aridez que afectaron la extensión de las zonas de pastura de los camélidos salvajes, introduciendo un factor de riesgo en la base de estas economías de caza y recolección. En ambas áreas la información arqueológica —para el lapso 8.000-5.500 AP— proviene de sitios vinculados con recursos de agua y vegetación permanentes. En las tierras altas de Atacama, en Chile, se propuso la existencia de una suerte de “silencio arqueológico” para explicar la ausencia de ocupaciones registradas en este lapso. Sitios como Quebrada Seca 3 muestran este repliegue de las ocupaciones a esos sitios que, a modo de oasis, concentraban recursos y alternativas de caza. Intensificar la explotación de los recursos vegetales y faunísticos en estos sectores, sin agotarlos, requirió distintos programas y estrategias de acción. Estas últimas, que debieron ser muy diferentes de región en región, según la forma de distribución de los medios de subsistencia, son importantes para entender los procesos de diferenciación que les siguieron, configurando las distintas fisonomías regionales que se encontraban en el NOA, cuando se registran las primeras poblaciones agropastoriles, o en la Patagonia meridional, hacia el tercer milenio antes del presente.

Patagonia centro-meridional

La zona comprendida al oeste del meridiano de 72°, entre los ríos Deseado y Belgrano-Chico, nos sirve de ejemplo para entender los cambios ocurridos durante el lapso señalado. Un programa que procurara intensificar el uso de recursos, para obtener un máximo provecho de los mismos sin riesgo de sobreexplotación, habría requerido cambios en la movilidad, abriendo circuitos de menor extensión que aprovecharan sitios estratégicos de caza para interceptar los movimientos estacionales ya conocidos de las tropas de guanacos. Así, en la zona del actual Parque Nacional Perito Moreno se puede observar cómo diversos sitios se escalonaban en altitud, utilizando y equipando cuevas de máximo reparo en gradientes bajos; y sitios a cielo abierto, en gradientes más altos, para acompañar esos movimientos. En la cueva 5 del Cerro Casa de Piedra, las ocupaciones datadas entre 6.800 y 6.500 AP muestran la preparación de los pisos de habitación con revestimientos de gramíneas transportadas, varios fogones que estuvieron activos en distintos lugares del espacio utilizado y abundantes restos indicativos del trabajo de preparación de pieles, cueros y otros artefactos. Al igual que en los sitios a cielo abierto, aparecen allí escasos fragmentos de puntas de proyectil, a diferencia de la cantidad de otros artefactos de piedra tallada y retocada, destinados a trabajos manuales (raspadores, raederas, cuchillos). La bola de piedra, simple, continuaría siendo entonces el arma de caza predilecta. El cambio en la tecnología no habría afectado los proyectiles sino las formas-base o soportes líticos utilizados en la preparación de los artefactos de uso manual. La introducción de la técnica de hojas ocurrió a partir de esta época y consiste en la utilización de núcleos preparados para la extracción de numerosos de estos soportes o fragmentos, de formas rectangulares alargadas. La forma de estos productos de talla y la cantidad posible de extraer de un mismo núcleo representaron un importante ahorro de materia prima y la posibilidad de estandarizar la producción del instrumento de mayor uso y descarte en los sitios patagónicos: el raspador. En síntesis, esta estrategia puede ser vista, alternativamente, como la respuesta a la necesidad de una mayor producción, más fácil y rápida, de esos tipos de instrumentos y como una economía de materia prima.

El modelo que surge de la distribución de los sitios es el de campamentos de tamaño reducido pero bien equipados, utilizados durante la temporada de otoño a invierno, por grupos familiares que aprovechaban abrigos de buen reparo, fácil aprovisionamiento de leña y buenas posibilidades de caza en los campos nevados. Están emplazados en las cotas más bajas de la microrregión o próximos a relieves topográficos que facilitaban la captura de guanacos y cérvidos. Otros sitios son campamentos a cielo abierto, en hoyadas naturales circundadas por lomadas, arbustos o bosque —o en abrigos amplios de fácil acceso— que habrían agrupado a un mayor número de gente; y que estaban también acondicionados, con fogones preparados, un buen número de raspadores y otros utensilios en condiciones de volver a ser utilizados, y artefactos de molienda. Estos sitios se ubican en cotas más altas y habrían estado destinados a la caza de primavera y verano. En particular, las épocas de la chulengueada podrían haber atraído una mayor agregación de familias para obtener pieles útiles para reponer vestimentas. De esta forma, la movilidad podría alternar interacciones y circuitos pero manteniendo cierto control sobre determinada región, coincidente con la de emplazamiento de los campamentos invernales. En ese sentido, habría existido una mayor restricción en la movilidad anual en comparación con épocas anteriores, y una menor continuidad en el acceso a fuentes de materias primas alejadas, lo que justificaría tanto la mayor producción como la economía que implica la adopción de la técnica de hojas. El que fuera llamado Casapedrense —caracterizado por esos artefactos sobre hojas y como una entidad cultural distinta al Toldense, en las secuencias del este del meridiano de 72°— podría entenderse, desde otra perspectiva, como un cambio en las estrategias tecnológicas de las mismas poblaciones originales, para responder a situaciones de riesgo semejantes, que en la zona central de la altiplanicie pudieron ser aun más acentuadas. Sitios como Cerro Casa de Piedra 5 y 7, y Campo Río Roble 1 y 3, en el Parque Nacional Perito Moreno, o Alero Cárdenas y Cueva de las Manos, en el Alto Río Pinturas, serían ejemplos de esas situaciones en el lapso de 7.500 a 6.500 AP.

Láminas con filo lateral retocado. Río Pinturas, Santa Cruz.

En el arte rupestre ocurrieron cambios acordes con este panorama. Las escenas de caza fueron reemplazadas por conjuntos de guanacos que no guardan proporción con el modelo vivo. Los cuerpos y extremidades cobran mayor volumen y los vientres se vuelven prominentes. La representación de la tropa con su macho adulto reproductor —el relincho— y las hembras con sus crías son ahora lo importante. Las escenas de caza colectiva no se repiten, pero sí algunas de caza individual, sólo el cazador y su presa. La preñez de las hembras, la multiplicación de la tropa, era el tema central. En Cerro Casa de Piedra 5, algunas representaciones de huemules hembras son agregadas a los conjuntos de guanacos, en concordancia con la escasa representatividad que adquieren en los registros arqueofaunísticos.

Posteriormente, en el lapso entre el 6.000 y 3.000 AP, el proceso de intensificación adquirió mayor relevancia en el registro documentado en abrigos bajo roca y sitios a cielo abierto. La coincidencia con el período de mejoramiento de las condiciones de humedad y el aumento del nivel del lago Cardiel es notable. En los abrigos hay una mayor densidad de vestigios y una reincidencia en la ocupación en el corto plazo. Aún no podemos evaluar en qué medida esto se debe a un aumento en la demografía regional o a una mayor circunscripción de los circuitos de movilidad, con retorno periódico a los sitios de máximo reparo, y un posible uso en la temporada invernal. La técnica de hojas continuó siendo utilizada y descendió el uso de instrumentos de retoque bifacial. Se acentuaron, por otro lado, las tendencias hacia una estandarización de ciertas formas de artefactos, la combinación de determinados diseños de filos en una misma pieza, la disminución de tamaños y un incremento de la cantidad de piezas abandonadas en cada sitio. Datos de la Cueva Grande de Arroyo Feo y de Cerro de los Indios indican el uso de lana y fibras vegetales en cordelería.

En el arte rupestre los conjuntos de guanacos comenzaron a formar parte de un sistema más complejo de representaciones donde ciertos signos geométricos —circunferencias concéntricas, círculos o elipses de pintura lineal, plana o puntiforme, laberintiformes— representaciones antropomorfas y zooantropomorfas empezaron a relacionarse y a ocupar posiciones recurrentes en la topografía interna de los abrigos rocosos. La figura del felino hizo su aparición en ese lapso, posiblemente como metáfora del mejor cazador. Conjuntos como los de la Cueva Grande de Arroyo Feo y de Cerro de los Indios 1 sugieren un sistema de símbolos en el que la caza del guanaco —en su reproducción, vida y muerte— se ha configurado bajo la forma de mitograma, donde el cazador vuelve a escena y las paredes rocosas del abrigo se convierten en un completo escenario. Pero cada uno de estos sitios retuvo algo particular en las formas de ejecución y diseño de las figuras. En el modelo que venimos desarrollando esto sería coherente con la circunscripción de los circuitos en torno a ciertos sitios o microrregiones.

La Puna

Ya se comentó que el aparente “silencio arqueológico”, entre 8.000 y 5.000 AP, se resolvía en una concentración de las poblaciones en zonas con agua y recursos permanentes. Las estrategias para maximizar el uso de estos últimos pueden dilucidarse parcialmente. Quebrada Seca 3 es uno de estos sitios que, en la Puna meridional, aprovechó los recursos de una vega de altura ofreciendo al estudioso una secuencia completa de ocupación. Entre el 8.300 al 7.000 AP se nota un cambio en los diseños de las puntas de proyectil utilizadas, lo que implicaría una transformación en las técnicas de caza —uso de lanza en lugar del dardo arrojado con propulsor—, pero también hubo un fuerte incremento en especies vegetales traídas de la zona valliserrana, las selvas de montaña y aun del monte chaqueño. Asegurar la obtención de presas de caza (guanacos y vicuñas) y mantener intercambios a distancia debió requerir también nuevas estrategias de producción para lograr excedentes factibles de trueque. La cuestión en torno al inicio de las prácticas pastoriles, y del proceso de domesticación que dio por resultado la llama (Lama glama), tal como la conocemos, está en el centro de la discusión arqueológica. Como animal de transporte, provisión de carne y productor de fibras gruesas —aptas para cordelería resistente en trabajos de tensión y carga— parece tener su origen en el área centro-sur andina, hacia el 4.500 AP, según los datos más seguros. Pero no se descarta un posible inicio más temprano del proceso, en una época donde la presencia de la llama ayudaría a explicar la incorporación de elementos procedentes de largas distancias y el aprovisionamiento constante de materias primas como habría sido, por ejemplo, la caña maciza utilizada para los astiles e intermediarios de dardos o lanzas.

Representaciones de camélidos, zoomorfos y figuras humanas del Arcaico medio y tardío. Quebrada Seca 2, Antofagasta de la Sierra, Catamarca.

El lapso en que ese proceso de intensificación se volvió más visible fue entre el 5.000 y 3.600 AP. En Antofagasta de la Sierra, este período está presente en los sitios con más alta densidad de vestigios —como Punta de la Peña 4, Peñas Chicas 1, los niveles superiores de Quebrada Seca 3 o Peñas de la Cruz—, algunos ubicados en ambientes de pleno desierto, como el último de los nombrados. Alrededor del 5.300 AP hay datos de prácticas funerarias en Inca Cueva 4, que incluyen cuerpos momificados naturalmente, vestidos con capas de piel de guanaco y finas vestimentas de mallas, realizadas con hilados de fibra vegetal, gorros de cestería decorada y conservación de partes del cuerpo momificado, en bolsas especialmente diseñadas. Elementos de las selvas y de la costa pacífica se integraban en los conjuntos funerarios y refuerzan la importancia que revistió el intercambio entre poblaciones estabilizadas en ciertos espacios productivos con prácticas funerarias complejas. Otro sitio fechado hacia el 4.200 AP, Inca Cueva 7, muestra un grado notable de excelencia técnica logrado en la elaboración de manufacturas sobre muy distintas materias primas. Muchos de ellos poseen representaciones geométricas, que están anunciando las formas que van a ser características en la decoración alfarera temprana. Muestran, asimismo, estrechas asociaciones con el arte rupestre local, sugiriendo posibles signos de identificación grupal.

Hacia el 3.500 AP, se ha postulado la existencia de un mejoramiento en las condiciones climáticas del desierto, con mayor humedad. Entre 3.600 y 2.900 AP, se dan las primeras referencias de la aparición de alfarería en Antofagasta de la Sierra —contexto funerario de Punta de la Peña 11— y en diversos sitios de la Puna jujeña, respectivamente. Es probable que esta aparición indique un definitivo grado de sedentarización, aunque con una dinámica particular, propia de los pueblos pastores. Los circuitos habían alcanzado, entonces, su grado máximo de restricción pero la caza, como actividad complementaria, seguiría jugando un papel importante en las economías del desierto.

Nota:

1 Borrero, 1989-90, véase también Miotti y Salemme, 1995, para el uso del concepto de fase de colonización cazadora-recolectora.