CAPÍTULO 2
Pavelić al gobierno, la religión al poder

El gobierno del Poglavnik

Al asumir el gobierno, Pavelić se hizo con el control de la mayor parte de Croacia y Bosnia-Herzegovina. Aunque las tropas alemanas e italianas eran las que dominaban militarmente el territorio, le dieron autonomía a Pavelić para que construyera un Estado totalitario en la zona.

Pavelić no fue un innovador dentro del universo nazi-fascista. Apenas llegó al poder, montó la usual parafernalia propagandística destinada a exaltar su figura y aclamarlo como salvador predestinado de su patria. En cada pieza de propaganda aparecía el rostro del Poglavnik interrogando a quien lo observase con la mirada severa de un sacerdote de la Santa Inquisición.

Bajo su mandato se repitieron los procedimientos fundamentales del autoritarismo: toda forma de oposición fue reprimida violentamente por medio de paramilitares vinculados al partido de gobierno, la prensa independiente fue puesta bajo asedio, el sindicalismo fue colocado en un rol de obediencia al gobierno, el Estado se ajustó a la concepción corporativista y la sociedad fue sometida a un clima de lucha permanente contra una variedad de enemigos políticos, étnicos y religiosos.

Pero en un aspecto Pavelić sí fue original: en la importancia suprema que tuvo la religión católica en su gobierno. De hecho, al llegar al poder anunció en la catedral de Zagreb que regiría sobre el “Estado católico de Croacia”. Luego decretó la enseñanza cristiana obligatoria en los colegios y la necesidad de que todos los funcionarios estatales fuesen católicos. Quizá pueda hallarse alguna similitud con la España cristiana de Francisco Franco, aunque el dictador español nunca llegó a los extremos de Pavelić cuando se trató de mezclar actos religiosos y de gobierno.

El otro rasgo distintivo de Pavelić fue su absoluta falta de carisma. A diferencia de Hitler y Mussolini, que presumían de sus dotes de oradores en grandes ceremonias organizadas para exaltarlos, Pavelić aparece por lo general con el mismo gesto hosco y hasta incómodo frente a las multitudes que lo saludan. Su cuerpo rechoncho, los tacones y sombreros altos para disimular su baja estatura y los uniformes cargados de insignias y medallas lo asemejan más a las parodias de los dictadores tropicales que popularizó Hollywood que a la imagen de un hombre potente y decidido que sus propagandistas intentaban crear.

Algunas biografías del dictador croata lo describen como un personaje taciturno que se quedaba hasta la madrugada en su despacho revisando los papeles de gobierno y, entretanto, se entregaba por largas horas a ordenar obsesivamente su colección de estampillas. De hecho, uno de los primeros actos de gobierno, fuera de las masacres que emprendía, fue organizar un Congreso Mundial Filatélico en Zagreb.

Aunque sus propagandistas intentaron imponer la figura del Poglavnik como un caudillo lleno de vigor y patriotismo, la cruzada religiosa se convirtió en un estímulo más fuerte para sus seguidores que la mirada fría y las proclamas impostadas de Pavelić. En la existencia de un discurso independiente de la suerte que corriera el líder reside la razón más fuerte para explicar por qué el movimiento ustasha fue el único sistema ideológico fascista que pudo ser reivindicado con éxito en el siglo siguiente.

En su idea de retornar al antiguo reino cristiano, Pavelić halló un obstáculo en la ausencia de una casa real que pudiera heredar el título nobiliario croata. La mirada tradicionalista de los ustashas los hacía desear que el antiguo Estado medieval se cumpliera incluso en ese aspecto, aunque su intento de conseguir un rey en Italia terminó en el fracaso.3

Prácticamente todos los funcionarios del régimen de Pavelić eran además integrantes del movimiento ustasha, al igual que decenas de miles de croatas. La Hermandad de Cruzados Croatas afiliada a los ustashas reunía medio millar de asociaciones y 30.000 miembros, mientras que su correspondiente femenina agrupaba a 425 sociedades con 19.000 miembros. Los miembros de la juventud ustasha eran jóvenes de entre 6 y 17 años reclutados a lo largo de toda Croacia. Se estima que en total el movimiento ustasha registrado superaba los 100.000 integrantes.

Si bien Mussolini fue el primer apoyo de Pavelić, el régimen ustasha comenzó a incorporar elementos del nazismo desde su llegada al poder.

En junio de 1941, Pavelić viajó a Berlín para postrarse ante Hitler. El líder nazi le aconsejó que apurara las medidas drásticas contra la población adversaria. Era una forma de darle carta blanca para actuar en el territorio que dominaba militarmente junto con Mussolini. El consejo del Führer llegaba tarde: Pavelić ya había ordenado llevar adelante una limpieza étnica con el supuesto de que los croatas, idealizados como una tribu aria perdida, debían prevalecer numéricamente sobre otros grupos raciales.4

El gobierno ustasha diseñó un programa destinado a matar o a convertir al cristianismo a los tres millones de serbios, los 45.000 judíos y unos 20.000 gitanos que vivían en el territorio de Croacia y Bosnia-Herzegovina que controlaban. Los 700.000 musulmanes y los miembros de comunidades montenegrinas, albanesas, eslovacas, húngaras, germanas y macedonias no representaban un problema dado que se los consideraba aliados contra los serbios.5

La primera masacre contra los serbios ocurrió el 27 de abril de 1941, cuando una escuadra ustasha ingresó al pueblo serbio de Gudovac. A partir de entonces, poblados enteros fueron vaciados de las comunidades serbias y sus propiedades entregadas a familias católicas “étnicamente puras” o a los musulmanes enrolados en el régimen.6 Los que sobrevivían a las masacres fueron enviados a los campos de concentración.

En 1 de junio de 1941 se emitió una ley que ordenaba que los serbios ortodoxos optaran entre convertirse al catolicismo o abandonar el territorio de Croacia. Quedaba claro que la tercera opción era tratar de entenderse con los paramilitares. Esta ley de bautismo forzado fue avalada por la Conferencia Episcopal de la Iglesia Croata celebrada el 17 de noviembre de 1941.

En esos días, las plazas y transportes públicos de Zagreb comenzaron a exhibir carteles que advertían: “Prohibido el ingreso a serbios, gitanos, judíos y perros”. Mientras tanto, los ciudadanos serbios eran obligados a portar un brazalete azul con la letra P (por pravoslavni, “ortodoxo” en idioma croata) y los judíos a llevar uno amarillo con la letra Z (zidov, “judío” en croata). También se les prohibió ir a los barrios croatas o caminar por las aceras de Zagreb.

El 12 de junio de 1941 el ministro de Justicia de Pavelić, Milovan Zanitch, anunció que los ciudadanos serbios y judíos serían sometidos a severas restricciones para moverse dentro del país. A ello se le sumaba la orden dada por el ministro del interior, Andrija Artuković, para que “los serbios y judíos residentes en Zagreb dejen la ciudad en doce horas” bajo amenaza de ser ejecutados allí donde fueran encontrados.

Se trataba de una medida perversa para los que intentaban huir de la violencia, ya que los caminos eran controlados por los ustashas que tomaban por asalto las caravanas de refugiados. Luego estaban los puestos fronterizos, guardados por otros ustashas que los sometían a nuevas masacres o los enviaban a los campos de concentración. Más allá, sólo había países dominados por el Eje en donde las políticas raciales los condenaban a la expulsión o su internación en centros de exterminio.

Mile Budak,7 ministro de Educación ustasha, reveló el 22 de julio la brutal simpleza del plan étnico del Estado croata:

Para las minorías, como los serbios, judíos y gitanos, tenemos tres millones de balas. Mataremos a un tercio de la población serbia, deportaremos a otro tercio, y al resto lo convertiremos a la fe católica para que, de esta forma, queden asimilados a los croatas.

Según el ministro Zanitch, su país

es sólo para los croatas y para nadie más. No habrá caminos ni medidas que los croatas no empleen para hacer nuestro país realmente nuestro, limpiando de él a todos los ortodoxos serbios. Todos aquellos que llegaron a nuestro país hace trescientos años deben desaparecer. No ocultamos nuestras intenciones. Es la política de nuestro Estado y para su promoción lo único que haremos será seguir fielmente los principios de los ustashas.

Cerca de un tercio del total de los serbios de Croacia decidió cambiar de fe, como deseaba Budak. Se les ordenó que portaran en todo momento un salvoconducto que probara su conversión.

Ese certificado era un seguro de vida en la Croacia de Pavelić. Es lo que les dejaron claro a los habitantes de la aldea de Glina el 4 de agosto de 1941. Ese día, una horda liderada por un abad del monasterio de Gunic sorprendió a los serbios dentro de una iglesia ortodoxa celebrando una misa. El cura les exigió el certificado de conversión. Sólo uno de los presentes, Ljubo Jednak, lo tenían encima y se le dejó ir. El resto, unas mil quinientas personas, fue degollado o quemado vivo dentro del edificio. Otras masacres similares ocurrieron en las villas serbias de Kljuch, Tuke Brezovac, Klokocevac y Bolac.

Incluso cuando consentían a pasarse al catolicismo, los serbios tampoco tenían garantizada su vida. El 2 de agosto de 1941, las autoridades ustashas de las ciudades de Vrgin-Most y Cemernica anunciaron que los ortodoxos que concurrieran a una misa de conversión masiva planeada para las tres de la tarde dejarían de ser perseguidos. Unos cinco mil hombres, mujeres y niños serbios aceptaron la propuesta y marcharon a un descampado donde se preparaba la ceremonia de bautismo masivo. Fueron recibidos por un grupo de soldados y sacerdotes ustashas. Tuvieron que esperar toda la tarde y noche a la intemperie a que comenzara la ceremonia. A la mañana siguiente fueron formados en una gran ronda y ametrallados sin piedad.

Existió una tercera opción religiosa, que era pertenecer a la Iglesia Ortodoxa Croata, una variante de fe creada en abril de 1942 y que funcionaba bajo la supervisión del Estado ustasha. La “iglesia paveliana” mezclaba aspectos de la Iglesia Ortodoxa Rusa con elementos del catolicismo vaticano y una fuerte retórica de alabanza al Poglavnik y sus ideas.

El 10 de abril de 1941 Pavelić firmó un decreto que legalizaba el decomiso de las propiedades de los judíos. Se estima que gracias a esa norma el dictador croata acumuló un botín cercano a los ochenta millones de dólares de la época en efectivo y joyas. El 30 de abril, una nueva norma ordenó el encierro de judíos en centros de internación “Para la protección de la sangre aria y del honor del pueblo croata”.

En 1941, los oficiales ustashas les pidieron a los judíos de Zagreb una tonelada de oro para evitarles la deportación. Pese a que consiguieron reunir lo que les pedían en una apurada colecta, miles de judíos fueron enviados a los campos de concentración. En octubre de ese año, vaciada la ciudad de hebreos, una horda ustasha destruyó por completo la principal sinagoga de la ciudad. Un grupo de al menos ochocientos judíos croatas fue “exportado” el 15 de julio de 1943 al campo de concentración de Auschwitz, como regalo a Hitler, donde fue ejecutado a poco de llegar.

En términos estadísticos, Pavelić cometió la peor masacre sobre una población judía entre todos los regímenes fascistas europeos. En total, asesinó al 95% de los integrantes de esa comunidad en Croacia y Bosnia. La cifra más cercana, de acuerdo con un trabajo realizado por el diario alemán Spiegel, es la de la Shoá en Holanda, en donde fue exterminado el 91% de los judíos. Idéntica suerte sufrieron los 20.000 a 30.000 gitanos croatas y una variedad amplia de “enemigos” que incluía a rivales políticos, homosexuales, comunistas, liberales y a todos aquellos que no entraran en el estrecho esquema de preferencias de Pavelić. Por lo general, los pocos sobrevivientes que escaparon a la masacre fueron los que lograron llegar a países ajenos al Eje o los que fueron ocultados por las tropas italianas, que en ocasiones actuaban motivados por el horror que despertaba la salvaje política ustasha.

Las detenciones de los enemigos del régimen fueron llevadas en su mayoría por los ustashas. El resto fue ejecutado por la Gestapo alemana, la gendarmería croata y el ejército regular o Domobranstvo.

El 25 de septiembre de 1941 se dio a conocer una nueva ley que permitía detener discrecionalmente a cualquier ciudadano que fuera considerado un peligro para la nación croata y facilitaba su internación en los campos de concentración.

En total se crearon veintiséis campos de exterminio en Croacia. Los más importantes fueron Jasenovac, Brescica, Gornja Rijeka, Koprivnica, Jablanac, Jastrebarsko, Lobor, Mlaka, Stara Gradiška, Pag y Senj.

Jasenovac, el mayor de todos, era en realidad un complejo de centros de detención situados en la ribera del río Sava, a cien kilómetros al sur de Zagreb. Comenzó a funcionar el septiembre de 1941. Allí fueron masacradas unas 600.000 personas. Era manejado por la policía política del régimen (Ustaska Narodna Sluzba, UNS), un cuerpo asociado a los ustashas cuyo primer jefe fue Vjekoslav Luburić.8

En una celebración de la navidad de 1942, probablemente pasado de copas, Luburić presumió ante un grupo de alemanes de haber matado más personas que los otomanos, una cantidad muy grande considerando los siglos que los musulmanes controlaron la región.

La costumbre de los ustashas era ejecutar a la mayoría de los que recién llegaban a los campos de exterminio y mantener vivos a aquellos que podían ser usados en tareas de mantenimiento, construcción y administración. La industria bélica alemana empleó a algunos campos croatas para tercerizar algunos procesos de la fabricación de municiones. Las deplorables condiciones de vida en los campos provocaron la muerte de una mayoría y el resto cayó a manos de los guardias ustashas que cada día tomaban una cuota de vidas para satisfacer sus deseos sádicos.

Los métodos eran tan salvajes como variados: golpes, asfixia por inmersión, uso de gas venenoso, ahogamiento en cal viva, inanición y abandono de los enfermos de tifus, infecciones o malaria para que agonizaran sin atención ni alimentos.

Para darse una idea de la monstruosa maquinaria de exterminio que funcionaba en Jasenovac, sólo 87 de sus 600.000 prisioneros llegaron a ver el final de la guerra.9 En la mayor parte de los campos ustashas, la proporción de muertes fue similar.

Uno de los oficiales de Jasenovac, llamado Hinko Picilli, tuvo oportunidad de observar los hornos crematorios que operaban los nazis en sus campos de concentración. Decidido a superarlos, ordenó la construcción de catorce hornos en Jasenovac en febrero de 1942. En lugar de usarlos para quemar cadáveres, Picilli los usó para lanzar a los prisioneros vivos a las llamas.

Los ustashas innovaron en la industria de la muerte al crear una red de centros de detención exclusivos para niños en Lobor, Jablanac, Jasenovac, Mlaka, Brocice, IJstici, Stara Gradiska, Sisak, Jastrebarsko y Ciornja Rijeka. Unos 20.000 niños que no habían sido asesinados fueron entregados a los orfanatos de la iglesia para su “reeducación” en la fe cristiana.

En la posguerra se condenó al ustasha Ante Vrban por la masacre de miles de niños en Jasenovac, en donde sólo en 1942 fueron internados 24.000 hijos de serbios ortodoxos. Durante el proceso judicial, Vrban acusó a los jueces de mentirosos cuando lo culparon de haber usado gas Zyklon B, comida mezclada con soda cáustica y golpizas para asesinarlos. En su defensa, dijo que él “había matado personalmente a sólo sesenta y tres”.

El campo Ustice en Jasenovac fue reservado para los prisioneros gitanos, aunque también se usó el de Gradina para detenerlos. En Ustice se los hacía trabajar en las fábricas de ladrillos o en el aserradero que proveía de madera al complejo de exterminio. Si las condiciones en que sobrevivían los cautivos serbios y judíos eran terribles, los gitanos eran tratados aún peor. La mayoría dormía a la intemperie, descalzos o desnudos, comiendo alimentos repugnantes. El dispensario del campo sólo atendía a guardias y eventualmente a algún prisionero de otra etnia.

Ivan Šarić, el obispo de Pavelić

Pocos miembros del alto clero croata abrazaron las ideas genocidas de Pavelić con el entusiasmo de Iván Šarić, el arzobispo de Sarajevo. Desde el principio de su carrera eclesiástica, el religioso se interesó por la militancia política a favor del catolicismo y fue uno de los primeros dirigentes de la organización Acción Católica en Croacia.

Sarić fue uno de tantos que expresaron públicamente el consentimiento de la curia con la política de exterminio de Pavelić. Era también un antisemita convencido. Poseído por el fanatismo, escribió en una ocasión a Pavelić:

Contra los avaros judíos con todo su dinero, quienes querían vender nuestras almas, traicionar nuestros nombres, esos miserables. Usted es la roca donde se edifica la patria y la libertad. Proteja nuestras vidas del infierno, marxista y bolchevique.

La actitud de Sarić era compartida por la mayoría del clero croata, que además alentaba a sus integrantes para que se integraran en las escuadras ustashas y participaran en la conversión forzosa de la población serbia o la deportación de judíos y gitanos a los campos de exterminio.

El brazo armado de Sarić eran las Águilas Negras, un grupo ustasha liderado por el sacerdote Bodizar Bralo, que actuaba como un comando móvil dedicado a recorrer Bosnia asesinado pobladores serbios. Bralo era conocido por su peculiar costumbre de ejecutar un baile cada vez que finalizaba una masacre.

Detrás de la persecución, existía además un formidable negocio. En 1941 el gobierno ustasha convino que los bienes confiscados a la Iglesia Ortodoxa Serbia serían transferidos a la curia croata. Si se considera que fueron decomisados más de mil templos y otras propiedades, es posible darse una dimensión de la fortuna que obtuvieron. De una parte no pudo apropiarse por la costumbre de los ustashas de quemar las iglesias serbias con sus fieles adentro. Otra parte fue convertida en almacenes, instalaciones militares e incluso en retretes públicos. El encargado de contabilizar y administrar los bienes ortodoxos y judíos rapiñados fue el obispo de Zagreb, Aloysius Stepinac.

La Iglesia Católica también percibía ingresos por la conversión obligada de los serbios. Cada uno de los certificados de bautismo costaba 180 kuns (unos diez dólares de la época). Ese monto era pagado por el converso a los curas ustashas y luego era depositado en una cuenta de la curia croata. El registro de conversiones y pagos era manejado por el obispo Stepinac.

Una de las prácticas dentro del sistema de conversión era obligar a los que “optaban” por ser católicos a escribir una carta al obispo de Zagreb para agradecerle por el bautismo. Algunas de estas cartas fueron enviadas por el sacerdote al Vaticano para mostrar el éxito de la política religiosa de Pavelić. En una de ellas, fechada el 8 de mayo de 1944, Stepinac le informaba al papa Pío XII que 244.000 serbios ortodoxos habían sido cristianizados. Era una inmensa fortuna en almas y dinero que la cúpula eclesiástica aceptó sin juzgar los medios usados para lograrlo.

De más está decir que las noticias sobre las atrocidades eran moneda corriente y los religiosos no ignoraban la masacre que estaba sucediendo en todo el territorio croata. La opción de resistirse no existía, tal como lo aprendió la decena de sacerdotes que fueron enviados en 1941 a los campos de concentración por animarse a criticar la actividad de los ustashas.

Poco después de que Pavelić llegara al poder, el Papa envió al sacerdote benedictino Giuseppe Marcene, miembro de la Academia Santo Tomás de Aquino, como representante personal a Croacia. El sacerdote tenía los privilegios de un embajador. Como tal, tuvo acceso a las más altas autoridades del régimen de Pavelić y oportunidades de sobra para enterarse e informar sobre las monstruosidades que estaban ocurriendo. En lugar de ello, prefirió mostrarse junto al Poglavnik en cuanta ceremonia y desfile se organizara, sin que faltasen oportunidades para verlo haciendo el saludo nazi.

Suponiendo que el Papa no haya sido informado por los hombres que mandó a Croacia, bien podría haberse enterado por una carta enviada por el Comité Judío Mundial el 17 de marzo de 1942, en la que le informaba que “Varios miles de familias han sido deportadas a islas desiertas en la costa dálmata o internadas en campos de concentración” y luego detallaba el destino violento al que eran sometidos por el régimen de Pavelić.

Conjeturemos que el Papa tampoco tenía intenciones de leer ninguna carta escrita por un judío. Al menos se hubiera dignado a leer lo que la propia prensa del Vaticano, que publicó el 25 de mayo de 1941, en el semanario eclesiástico Katolicki Listun, un artículo del sacerdote croata Franjo Kralik que decía:

Los descendientes de aquellos que odiaron a Jesús, que lo condenaron a muerte, que lo crucificaron e inmediatamente persiguieron a sus discípulos, son culpables de excesos más grandes que los de sus antepasados. La codicia crece. Los judíos que condujeron a Europa y al mundo entero al desastre —moral, cultural y económico— han desarrollado un apetito que solamente el mundo en su totalidad puede satisfacer. Satanás los ayudó a inventar el socialismo y el comunismo. El amor tiene sus límites. El movimiento para liberar al mundo de los judíos es un movimiento para el renacimiento de la dignidad humana. El Todopoderoso y Sabio Dios está detrás de este movimiento.

Está de más decir que la prensa aliada emitía informes constantes de las atrocidades en Croacia y que el Vaticano era uno de los Estados que recibían tales reportes. Incluso el Duce llegó al extremo de publicar un artículo en La Gazzetta del Popolo, de julio de 1942, en el que criticaba los excesos de su aliado croata. Esta publicación era uno de los órganos oficiales del partido fascista, por lo que lo que allí se publicaba podía ser tomado como expresión del pensamiento del gobierno del Duce.

La ceguera papal se confirmó cuando Ante Pavelić viajó al Vaticano y se reunió en privado con Pío XII 18 de mayo de 1942.

Aquella reunión no fue el único acto protocolar que unió al Papa y los ustashas durante la guerra. El 22 de julio de 1942 el pontífice recibió en una audiencia grupal al jefe de policía de Zagreb, Eugen Kvaternik, junto con cien seguidores de Pavelić. En diciembre, un contingente de las juventudes ustashas fue recibido por Pío XII, quien los instruyó en la importancia de hacer frente a la amenaza que representaba el bolchevismo.

En gran parte, el protocolo cargado de seguidores de Pavelić y vacío de quienes reclamaban por sus víctimas era responsabilidad del secretario del papa, Giovanni Montini, que unos años después ocuparía el sillón de San Pedro.

El prontuario de Giovanni Montini

En 1964, Pablo VI se convirtió en el primer papa en visitar el Estado de Israel. Aquel gesto de reconciliación entre dos religiones que hasta ese momento se habían rechazado mutuamente por razones históricas y teológicas, fue considerado un enorme avance en la construcción de un ecumenismo tolerante.

Sin embargo, la presencia de Pablo VI en Israel sólo fue posible porque aún no se habían difundido las pruebas de la complicidad del Santo Padre en la masacre de judíos durante la Segunda Guerra Mundial y, en particular, su compromiso con el genocidio en Croacia.

Sucede que antes de convertirse en el papa Pablo VI en 1963, el sacerdote Giovanni Battista Enrico Antonio Maria Montini había sido un hombre clave para ocultar la masacre.

Montini nació el 26 de septiembre de 1897, en la ciudad lombarda de Concesio, en Italia. Su padre, dirigente de la organización Acción Católica, le transmitió el fervor por la militancia política a favor del cristianismo. Luego de ordenarse sacerdote en 1920, comenzó a trabajar dentro de la Secretaría de Estado del Vaticano.

Tal era su eficacia en ese organismo que controla el día a día de la Santa Sede que en 1937 fue nombrado sustituto de Relaciones Ordinarias, que en los hechos lo convertía en secretario de Estado de la Santa Sede. Ese cargo lo obligaba a atender las peticiones que llegaban al Papa y estar al tanto de los reclamos que llovían sobre el Vaticano por parte de refugiados, víctimas del nazismo y familiares de perseguidos políticos en Europa. Su poder dentro del papado lo convirtió en el hombre más influyente sobre el jefe de la Iglesia Católica.

De manera que Montini tuvo un lugar privilegiado para enterarse de lo que sucedía en Croacia y, dado que cada día se reunía con el papa Pío XII para tratar asuntos de Estado, fue el responsable de elegir qué tipo de información le hacía llegar y cuál era omitida.

Montini fue el responsable de que el sacerdote ustasha Krunoslav Draganović fuese nombrado “visitador papal” en la Croacia de Pavelić en 1941, con la misión de informar lo que sucedía en esa nación, junto con el sacerdote Giuseppe Marcene. En su misión en Croacia, Draganović debía reportar directamente a Montini.

Es sencillamente imposible que el subsecretario no estuviese al tanto de las atrocidades del régimen de Pavelić. La rígida política de obediencia vaticana hace también muy poco probable que Draganović y Montini actuaran a espaldas del Santo Padre.

Por ejemplo, en abril de 1942 Draganović y Montini fueron informados de que nueve sacerdotes croatas habían sido arrestados y enviados a los campos de concentración por haberse negado a dar misa en honor a Pavelić al cumplirse el primer aniversario de su llegada al poder. Las demandas para que el Vaticano pidiera clemencia por los curas fueron ignoradas sistemáticamente. Lo mismo sucedió con las peticiones desesperadas de los miembros de la Iglesia Ortodoxa Serbia y de organizaciones judías que reclamaron al Santo Padre por la suerte de los suyos. O bien Montini no le mostraba esa correspondencia a su jefe, o su jefe les había dado poca importancia. Las opciones son igual de terribles para la historia eclesiástica.

Queda todavía la posibilidad de exculpar en parte al Papa y a su sucesor para atribuirle una cuota de la responsabilidad al secretario de Estado para los Asuntos Exteriores, Domenico Tardini. El sacerdote, que también participó de la organización de la visita de Pavelić al Vaticano, recibía información directamente de lo que sucedía en Croacia por medio de la red de iglesias que le reportaban directamente y de la oficina especial para asuntos croatas dirigida por monseñor Sigismondi que funcionaba bajo su mando.

Cuando tenía que opinar sobre lo que sucedía en Croacia, Tardini utilizaba una curiosa metáfora:

Los jóvenes suelen cometer errores que van fatalmente unidos a su juventud. No sorprende por ello que también Croacia haya cometido algunos. Eso es humano, se puede comprender y justificar… Ahora bien, con inteligencia, buena voluntad y la ayuda de Dios, podréis superar todas las dificultades.

Esta búsqueda de evadir sus responsabilidades tenía relación directa con los autores de muchas de las masacres. Es que en la Croacia de Pavelić, los ministros de la Iglesia fueron con frecuencia los que llevaron adelante algunos de los asesinatos en masa más terribles de los que se tenga registro en toda la historia de la humanidad.

La caridad, según los ustashas

Ante la inminencia de un ataque, era usual que los europeos buscaran protección con un sacerdote. La autoridad del cura era para la tradición un valor suficiente para salvarle la vida al perseguido o para que hallara refugio de sus perseguidores. En Croacia era al revés: cuando un serbio, un judío o un gitano veía acercarse a un sacerdote, sabía que era mejor correr para salvar su vida.

La acción de los curas paramilitares fue una particularidad que no se repitió en otros regímenes fascistas. Al menos un millar de sacerdotes se calzaron el uniforme ustasha apenas se formó el gobierno ustasha de 1941 y pasaron a liderar las escuadras a cargo de la represión y el control del interior croata. La gran mayoría eran curas franciscanos, aunque también era posible hallar jesuitas, diocesanos y dominicos.

Algunos habían cumplido actividades militares contra los serbios durante la preguerra; tal es el caso del padre Ivan Miletić, que dirigió una escuadra de guerrilleros ustashas desde el monasterio franciscano de Široki Brijeg. En otros casos, tomaron las armas para apoyar la invasión nazi. Es lo que ocurrió con el sacerdote Radoslav Cilavas, que al mando de un pelotón ustasha tomó un puesto militar yugoslavo el 10 de abril de 1941.

En su mayoría, los curas ustashas provenían de las organizaciones satélites de Acción Católica, entidad de la curia que a su vez agrupaba a instituciones más radicalizadas como la Gran Hermandad de los Cruzados y Demagoj, administradas por curas croatas de reconocida trayectoria nacionalista e independentista. El responsable de Acción Católica en Croacia era el sacerdote Aloysius Stepinac, obispo de Zagreb.

El fanatismo de los curas ustashas puede ser resumido en la arenga que lanzó el 10 de agosto de 1941 el sacerdote Srecko Perić, jefe del monasterio de Gorica, cuando pregonó

Masacrad a todos los serbios. Matad primero a mi hermana, que está casada con un serbio, y luego a todos los serbios. Cuando hayáis terminado el trabajo, venid a mi iglesia y confesaos conmigo para obtener el perdón de vuestros pecados.

La brutalidad ustasha tuvo en el sacerdote franciscano croata Miroslav Filipović Majstorović uno de sus símbolos supremos. Filipović había sido capellán militar de Pavelić en la etapa de preguerra. Para esquivar la orden de no enrolarse que le dieron sus superiores al inicio de la invasión nazi, dejó el monasterio de Banja Luka y se alistó bajo el nombre de Miroslav Majstorović.

Antes de ser destinado a Jasenovac en febrero de 1942, Filipović había encabezado el asalto a las aldeas de Motike y Sergovac en Drakulić junto con su lugarteniente, el también sacerdote Zvonimir Brekalo. En esa ocasión, mientras gritaba “¡Voy a rebautizar a estos degenerados en nombre de Dios, sigan mi ejemplo!”, Filipović mató con sus propias manos a un niño serbio para darles valor a sus ustashas. Alentados por el ejemplo, los paramilitares masacraron a 2.302 personas.

En el juicio que se le hizo en la posguerra, Filipović no tuvo problemas en confesar que exterminó personalmente a por lo menos cien personas en los cuatro meses que estuvo destinado en ese campo. En el veredicto final, se lo halló responsable de 30.000 muertes.

Egon Berger, uno de los pocos prisioneros que sobrevivieron a Jasenovac, contó que en una ocasión un grupo de mujeres le rogó por la vida de sus hijos; Filipović ordenó lanzar a uno de los niños al aire mientras probaba ensartarlo en un pica de madera. En el cuarto intento logró su objetivo, luego de lo cual ordenó ejecutar a las mujeres y niños restantes.

Otro de los párrocos de Jasenovac fue el padre franciscano Petar Brzica, que dejó su puesto en el monasterio de Široki Brijeg para enrolarse en el cuerpo ustasha con el rango de teniente.

El 29 de agosto de 1943 se anunció la llegada de un nuevo contingente de prisioneros a Jasenovac, por lo que las autoridades decidieron hacer lugar en las atestadas barracas y organizaron un concurso entre los guardias para saber quién era capaz de eliminar a más prisioneros en una sola noche. La condición para ser parte de la competencia era no usar armas de fuego. Los sacerdotes franciscanos Miroslav Filipović, Petar Brzica, Mile Friganović, Ante Zrinusic y otro religioso de apellido Spika se anotaron en la competencia. El ganador fue Brzica, que luego de haber degollado a 1.360 prisioneros fue premiado con un reloj de oro robado a un prisionero y un festín preparado especialmente por los cocineros del campo.

En el juicio que se le hizo en la posguerra, el franciscano Mile Friganović confesó:

Apostamos para ver quién mataría más prisioneros en una noche. La matanza comenzó y después de una hora yo maté a muchos más que ellos. Me sentía en el séptimo cielo. Nunca había sentido tal éxtasis en mi vida; después de un par de horas había logrado matar a 1.100 personas mientras los otros pudieron matar entre 300 y 400 cada uno. Y después, cuando estaba experimentando mi más grandioso éxtasis, noté a un viejo campesino parado mirándome con tranquilidad mientras mataba a mis víctimas y a ellos mientras morían con el más grande dolor. Esa mirada me impactó en medio de mi más grandioso éxtasis y de pronto me congelé y por un tiempo no me pude mover. Después me acerqué a él y descubrí que era del pueblo de Klepci cerca de Čapljina y que su familia había sido asesinada y enviada a Jasenovac después de haber trabajado en el bosque. Me hablaba con una incomprensible paz que me afectaba más que los desgarradores gritos a mí alrededor. De pronto sentí la necesidad de destruir su paz mediante la tortura y así mediante su sufrimiento poder restaurar mi estado de éxtasis, para poder continuar con el placer de infringir dolor. Le apunté y lo hice sentar conmigo en un tronco. Le ordené gritar: “¡Viva Poglavnik Pavelić!, o te corto una oreja”. Vukasin no habló. Le arranqué una oreja. No dijo una palabra. Le dije otra vez que gritara “¡Viva Pavelić! o te arranco la otra oreja”. Le arranqué la otra oreja. Grita: “¡Viva Pavelić!, o te arranco tu nariz” y cuando le ordené por cuarta vez gritar “¡Viva Pavelić!” y lo amenacé con arrancarle el corazón con mi cuchillo, me miró y en su dolor y agonía me dijo: “¡Haga su trabajo, criatura!”. Esas palabras me confundieron, me congeló, y le arranqué los ojos, le arranqué el corazón, le corté la garganta de oreja a oreja y lo tiré al pozo. Pero algo se rompió dentro de mí y no pude matar más durante toda esa noche.10

El 20 de marzo de 1943, el padre Filipović fue trasladado al campo de Stara Gradiška y su lugar en Jasenovac fue ocupado por otro cura, Ivica Brkljacic. Con el cambio de párroco, el ritmo de muertes no se detuvo. No importaba el nombre del cura ustasha a cargo, siempre parecía haber otro sacerdote dispuesto a seguir adelante con las masacres.

Dado que en la Croacia de Pavelić no existía una separación clara entre lo terrenal y lo religioso, no era inusual que los sacerdotes fueran puestos al frente de la administración de regiones enteras. Las localidades de Zepce, Karlovac, Ogulin y Doboj fueron algunos de los distritos en los que los curas ustasha concentraron el poder civil, militar y religioso. En Knin, el brutal padre Simic era el gobernador y jefe de las bandas ustashas locales. Se trata del mismo religioso que una vez, cuando el comandante de la división italiana Sassari le preguntó cuáles eran sus planes de gobierno, le contestó: “Matar a todos los serbios en el tiempo más breve posible. He ahí nuestro programa”.

3 A poco de asumir como dictador, Ante Pavelić conversó con el conde Ciano, jefe de la diplomacia de Mussolini, acerca de la necesidad de conseguir un rey para Croacia. Tras examinar a los candidatos disponibles en la casa real italiana, optaron por el primo del rey Emanuele II de Italia, el duque de Spoleto. Aunque fue coronado como rey Tomislav II de Croacia, el conde Spoleto nunca quiso pisar tierra croata al enterarse del baño de sangre que se llevaba adelante en el reino que le habían regalado. El noble permaneció como monarca nominal de Croacia hasta que finalizó la guerra y luego su corona quedó en el olvido. Murió en un hotel de la ciudad de Buenos Aires el 29 de enero de 1948.

4 Aunque los croatas son un pueblo eslavo y como tales eran considerados inferiores por sus aliados nazis, Pavelić tomó las ideas de intelectuales como Ante Starčević y los sacerdotes Kerubin Šegvić e Ivo Guberina que, desde la década de 1930, sostenían, sin ningún fundamento científico, que los croatas eran un pueblo ario germano emigrado siglos antes desde el norte de Europa. Tan convencidos estaban los seguidores de Pavelić de su pasado ario que entre los requerimientos para ser oficial ustasha, en forma similar a lo que sucedía en las SS alemanas, se exigía demostrar un linaje croata puro de por los menos cuatro generaciones.

5 Los musulmanes rara vez fueron alcanzados por las políticas racistas ustasha. Como en otras regiones invadidas por Alemania, se enrolaron en un número considerable en el ejército nazi. Los alemanes reclutaron dos divisiones completas con los mahometanos de Yugoslavia, con una significativa parte de ellos provenientes de Croacia y Bosnia Herzegovina. Formaron la división 13 de Montaña Handschar y la 23 de Granaderos Kama, ambas integradas a la estructura de la Waffen SS. Pavelić contaba entre sus aliados al muftí de Jerusalén, uno de los más reconocidos antisemitas de la época, quien visitó al Poglavnik en Croacia cuando viajó a conocer a los integrantes de la división SS formada por islámicos.

6 No todos lo musulmanes dentro de la Croacia de Pavelić eran partidarios del régimen ustasha. De hecho, un grupo de religiosos de esa confesión protestó contra la barbarie ustasha y organizó una manifestación en Zagreb en apoyo de los serbios el 13 de noviembre de 1941.

7 Mile Budak fue uno de los primeros en unirse al cuerpo de ustashas. En febrero de 1939 fundó junto con Ivan Orsanic la revista del movimiento, Hrvatski Narod (“Nación Croata”), que se imprimía en el monasterio franciscano de Široki Brijeg, sitio que al mismo tiempo funcionaba como cuartel central de los grupos ustashas de exterminio de la región.

8 Vjekoslav Luburić nació el 6 de marzo de 1914 en Ljubuški, Herzegovina. Tras el asesinato de su padre a manos de los serbios, se unió al movimiento ustasha. Acompañó a Pavelić desde el comienzo de su carrera insurgente. Dirigió el campo ustasha de Janka Puszta en territorio húngaro y organizó las acciones terroristas que precedieron a la invasión nazi a Croacia.

9 La mayoría de los supervivientes escapó al final de la guerra, cuando los partisanos de Tito se acercaban a Jasenovac y los guardias se dispusieron a hacer desparecer todo vestigio de la barbarie con cargas explosivas y matar a los prisioneros que pudieran ser testigos de sus atrocidades.

10 El testimonio de la masacre fue extraído del reporte The Role of the Vatican in the Breakup of the Yugoslav State: the Mission of the Vatican in the Independent State of Croatia. Ustashi Crimes of Genocide, un informe del Ministerio de Información de Serbia publicado en 1993 y firmado por Milan Bulajić.