DOS


Cuna de políticos, militares, jueces y guerrilleros13

—¡Gungo! —se escuchó gritar por encima del ulular persistente del viento, desde una celda del fondo, que en medio de la noche oscura y fría retumbó como un estrépito tras los anchos muros de la cárcel de Rawson. Allí los presos apenas si podían iluminarse con unas miserables y tenues lamparitas. Era el momento en que la penumbra y la soledad se apoderaban del lugar.

Ese grito, que era de júbilo, de alegría, pudo escucharse a mediados de 1971, y el primer sorprendido fue su destinatario, Enrique Gorriarán Merlo, quien a esa altura de su vida ya había olvidado que Gungo era el apodo de su infancia, el que conocían solamente sus familiares, vecinos y amigos de San Nicolás de los Arroyos, en la provincia de Buenos Aires. Es que, como dirigente de la organización guerrillera Ejército Revolucionario de Pueblo (ERP), que actuaba en la clandestinidad, estaba obligado necesariamente a olvidarse de muchas cosas.

Al escuchar el grito, una duda asaltó a Gorriarán Merlo. Se quedó pensando y, luego de unos segundos de suspenso, el dueño de esa voz se identificó:

—Soy Roberto Quieto.

Pero claro, se dijo a sí mismo Gorriarán, si esa voz es inconfundible. Roberto Quieto era el hermano mayor de uno de sus mejores amigos de la infancia, Carlitos, ambos compañeros inseparables también de Juan Servini, hermano de la actual jueza Federal María Romilda Servini de Cubría, Chuchi, como la llamaban los que la habían visto nacer en San Nicolás.

A la mañana siguiente, cuando Quieto y Gorriarán Merlo se encontraron en el desayuno, los abrazos, las palmadas en el hombro y los recuerdos empezaron a brotarles con alegría. Allí los otros presos políticos que como ellos abarrotaban la cárcel de Rawson —adonde eran trasladados por decisión del gobierno militar de entonces— se enteraron, por ejemplo, de que en San Nicolás a Roberto le decían Pechito, por un dejo de compadrito que tenía al andar. Fue ahí, en Rawson, donde iba a comenzar una amistad entre ambos, que durante la infancia nicoleña no se había podido dar, entre otras cosas porque el futuro jefe montonero era seis años mayor que Gungo. Pero la vida finalmente los había hecho reencontrarse, instalados políticamente en el mismo lugar aunque en espacios diferentes, combatiendo a la dictadura militar que se había iniciado en 1966 con Juan Carlos Onganía y que, en el momento del reencuentro en Rawson, había continuado con Alejandro Agustín Lanusse.

Claro que ambos habían recorrido caminos diversos antes de llegar a esa cárcel de la provincia de Chubut. Quieto venía de la militancia universitaria y había fundado, junto a Carlos Olmedo, la organización político-militar Fuerzas Armadas Revolucionarias. Sería también en la cárcel de Rawson donde se producirían los primeros acercamientos y conversaciones entre los de la R, como les decían a los de FAR, y los de la M, es decir, Montoneros. Un proceso que culminaría con la fusión de ambas organizaciones en 1973.

Un joven estructurado

Roberto Quieto nació el domingo 30 de enero de 1938 a las tres de la madrugada en el barrio porteño de Caballito. Más exactamente, en el 174 del Pasaje San Eduardo, hoy Pasaje El Maestro, casi esquina Rosario. Los diarios de ese día traían la noticia de que las tropas franquistas habían bombardeado, en el marco de la Guerra Civil Española, a la población de Barcelona. Entre los muertos había treinta niños que jugaban en una plaza donde se encontraba la capilla y el convento de San Felip Neri, el que a su vez era utilizado como centro de chicos evacuados de otras ciudades españolas. Ese mismo día, el general Francisco Franco iba a anunciar la formación de su primer gobierno. Se trataba del comienzo de una feroz dictadura, que sólo iba a finalizar con su muerte en 1975.

Quieto nació justo cuando la trágica década de 1930 estaba llegando a su fin, aunque todavía faltaba una última pincelada para que la catástrofe se consumara de manera completa: el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, en septiembre de 1939, en la que morirían 55 millones de personas, y al término de la cual los Estados Unidos y la Unión Soviética se dividirían el mundo en dos bloques hegemónicos para dar comienzo a otra guerra, la Guerra Fría, cuyas batallas se librarían siempre en territorios extranjeros, la que a su vez dividiría el planeta en un bloque “occidental y cristiano” (Estados Unidos y el oeste de Europa, bajo el sistema capitalista) y otro bloque oriental y comunista, donde imperaba la Unión Soviética sobre los países de Europa del Este. La Guerra Fría iba a tener también su correlato en América Latina y marcaría a toda una generación de jóvenes, dirigentes políticos e intelectuales, que se verían impulsados a comprometerse con su época. Y en este contexto se produjo también el triunfo de la Revolución Cubana, un hecho que dejaría su impronta en los acontecimientos políticos de los años sesenta y setenta en América Latina.

Roberto Quieto nació en el seno de una familia de clase media. Amílcar, su padre, era un pequeñoburgués, liberal, antiperonista, radical y rotariano, muy informado de los acontecimientos económicos y políticos de la Argentina y del mundo. Su madre, Josefa Pepita Argañaraz, era una mujer de ideas de avanzada para la época y tenía una marcada inclinación por los problemas sociales, interés que terminó transmitiendo a todos sus hijos. Era maestra, discípula de la célebre Rosario Vera Peñaloza, y recibida de profesora de Física, Química y Matemática en el Normal nº 1 de la avenida Córdoba, de Capital Federal. Durante mucho tiempo dictaría esas materias en el colegio de La Misericordia, ubicado en avenida Cabildo y Virrey Loreto. Amílcar Quieto había estudiado hasta quinto año de Medicina, carrera que había abandonado para convertirse en un próspero viajante de comercio de la empresa Massalin Particulares. El radio que le tocaba cubrir era la zona de Zárate, Campana, San Nicolás de los Arroyos y Pergamino. De la unión de Amílcar Quieto y Josefa Argañaraz nacieron cuatro hijos: José Luis en 1935; Amílcar Osvaldo, alias Vasco, en 1937; Roberto en 1938, y el menor, Carlos, en marzo de 1944.

La saga familiar de los Quieto en la Argentina había comenzado en Europa por una controvertida historia de amor de Marcos Quieto, un italiano nacido en Venecia, hijo de la condesa de Ferrari, quien llegó a nuestro país a fines de la década de 1880. Marcos emigró a la Argentina porque en Italia se había enamorado de una mujer de condición humilde, muy por debajo de su nivel socioeconómico. Ese amor no fue tolerado por su padre, quien tomó la decisión de desheredarlo. Sin amedrentarse, Marcos redobló la apuesta y decidió partir hacia nuestro país con ella, gracias a una fortuna, sobre todo en joyas, que le había dado su madre. Y ni bien pisó suelo argentino se radicó en Santiago del Estero, donde instaló una explotación de carbón. Pero poco tiempo después el amor de su vida murió y Marcos quedó solo con dos hijos pequeños.

Sin embargo, Marcos, el primer Quieto en la Argentina, no estaría solo por mucho tiempo. Pronto conoció a Edelmira Pereyra, mezcla de criolla con quechua, a quien según la leyenda familiar le sentaban muy bien las joyas de su suegra. Dicen que era hermosa, bajita, de pelo negro y lacio y ojos grises. De ella Roberto Quieto habría heredado los rasgos aindiados que tanto lo caracterizaban. Marcos tuvo con Edelmira once hijos más, que se sumaron a los otros dos que habían nacido de su primer matrimonio, Carlos y Luis. Entre aquellos once hijos se encontraba Amílcar, el padre de Roberto Quieto. Por esas cosas del destino Marcos Quieto murió el 7 de septiembre de 1942, el Día del Montonero.

Uniforme militar

Los Quieto vivieron en el Pasaje San Eduardo y Rosario hasta que Roberto cumplió dos años y en 1940 se mudaron a la calle Martín Irigoyen 359, en la localidad de Castelar, en el conurbano bonaerense. Por entonces, tanto José Luis como Vasco y Roberto empezaron a cursar la escuela primaria en un colegio del barrio de Liniers, en el que Josefa Argañaraz se desempeñaba como maestra. Para que Roberto, que en ese entonces tenía cinco años, no se quedara solo en la casa, la madre lo llevaba con ella y sus dos hermanos. Y así, al poco tiempo de tenerlo a prueba, la maestra de primer grado aceptó que ingresara como alumno regular, ya que se había revelado como un niño con una inteligencia superior para su edad. Tanto, que cursó siempre en el mismo nivel que su hermano mayor, Vasco. Eran todos fanáticos de Boca Juniors. De los cuatro hermanos, Roberto, dicen en la familia, era el más tranquilo, el más afable y sociable.

Mientras tanto, el padre continuaba viajando para la fábrica de cigarrillos Particulares, un empleo que le estaba dejando buenos dividendos y que le permitió empezar a construir un chalet muy grande en la calle Nicolás Arredondo, a media cuadra de Carlos Casares, siempre en la localidad de Castelar. Los Quieto convivían con los abuelos maternos y en 1943 se mudaron a esa nueva propiedad. Sin embargo, la familia permanecería allí nada más que un año, ya que en enero de 1945 se irían a vivir a la localidad de San Nicolás de los Arroyos, en la provincia de Buenos Aires.

San Nicolás de los Arroyos es una ciudad con un puerto de ultramar y de cabotaje ubicada en el límite noreste de la provincia de Buenos Aires, que se recuesta sobre un brazo del río Paraná, muy cerca de Rosario. Linda al oeste con el partido de Pergamino, al sur con Ramallo, al este con el río Paraná, que la separa de la provincia de Entre Ríos, y al norte con el Arroyo del Medio, de la provincia de Santa Fe. Los Quieto llegaron en un momento en el que desde el gobierno nacional se preparaba un proceso de radicación de grandes industrias, por lo que la ciudad estaba realizando el tránsito de la economía rural a la industrial. Así, en 1947 se creó la Sociedad Mixta Siderúrgica Argentina (Somisa), aunque sólo después de más de diez años se inauguró el primer horno para que la planta entrara en actividad.

Si bien hoy es conocida por la aparición de la Virgen del Rosario y la masiva asistencia de la feligresía católica a venerarla desde hace décadas cada 25 de septiembre, y por la crisis social y política que provocó la privatización de Somisa en 1992 durante el gobierno de Carlos Menem, San Nicolás tuvo un protagonismo central en varios pasajes de nuestra historia. Juan Manuel de Rosas instaló allí muchas veces su cuartel general y estancia de gobierno. También mandó a fusilar, entre otros, al gobernador de San Luis, Luis Videla, antepasado del ex presidente de la última dictadura, Jorge Rafael Videla. La ciudad tiene la particularidad de que la numeración de sus calles va de 50 en 50 y no de 100 en 100, y fue el presidente Bernardino Rivadavia quien autorizó que se mantuviera esa característica. Fue también en esa localidad del norte de la provincia de Buenos Aires donde se celebró el 31 de mayo de 1852 el Acuerdo de San Nicolás, que permitió la sanción de nuestra Constitución Nacional. Años más tarde, el 17 de septiembre de 1861, día de la batalla de Pavón, el general Mitre entró en la ciudad y denominó “De la Nación” a la calle donde se encontraba ubicada la casa en la que se había firmado el famoso acuerdo. Justamente en la calle De la Nación al 309 iba a ir a vivir la familia Quieto, es decir, a tan sólo tres cuadras de la Casa del Acuerdo, hacia el lado del río.

Allí, don Amílcar Quieto instaló un negocio de juguetería y librería luego de renunciar a la empresa Massalin Particulares. Su mujer consiguió rápidamente un lugar para trabajar como maestra, ya que una colega que había quedado viuda con un hijo pequeño había pedido su traslado a la Capital Federal. Esa colega era la madre del que después se convirtió en el general Alfredo Arrillaga, jefe del Estado Mayor del Ejército del ex presidente Raúl Alfonsín, quien a fines de enero de 1989 condujo la represión del asalto al Regimiento Tres de Infantería en La Tablada, cuyo líder era Enrique Gorriarán Merlo.

Hay una historia que circula por San Nicolás y que cuenta que allí vivía Federico Gard, vendedor de Jabón Federal, igual que Juan Duarte, hermano de Eva Perón. Según la leyenda, a mediados de octubre de 1945 Juan le habría preguntado a Federico si no tenía un amigo con casa en el campo para esconder a su hermana y a su cuñado, que era un coronel del Ejército que andaba “fragoteando”. Gard lo contactó entonces con uno de los millonarios del lugar, Román Subiza, un prominente abogado nicoleño de tan sólo treinta años, de origen radical, quien le prestó al matrimonio Perón la estancia Los Dos Hermanos.

Luego de pasar unos días en el campo, Perón y Eva se habrían trasladado a la casa que Subiza tenía en Alem 114, en pleno centro del pueblo, y ahí Evita le habría pedido que les prestara plata para financiar la campaña presidencial de 1946. Luego del triunfo en las elecciones del 24 de febrero de 1946, Perón lo nombró secretario de Asuntos Políticos, y pocos años después lo llevaría en la lista como candidato a senador nacional por el peronismo de la provincia de Buenos Aires.

En San Nicolás Subiza era socio en un estudio jurídico del padre de otra vecina ilustre, la actual jueza federal Servini de Cubría, cuyo abuelo, Crisanto Servini, había sido camarista, y su padre, de origen radical, juez de un tribunal oral en lo Civil y Comercial. Los Servini eran a su vez vecinos del conservador Vicente Solano Lima, que en 1973 sería elegido vicepresidente en la fórmula que encabezaría Héctor Cámpora. Años antes, según los lugareños, cuando Subiza llegó al poder, habría empezado a perseguirlo, hasta que Solano Lima terminó exiliado en Montevideo, Uruguay.

La jueza Servini recuerda que conoció a Roberto Quieto en cuarto grado de la escuela primaria, cuando éste ingresó junto a su hermano Vasco a pesar de ser casi dos años menor. Y que, una vez que terminaron la primaria, dejaron de verse porque ella entró en la escuela Normal y ellos en el Nacional. Roberto tuvo primero una breve y aleccionadora experiencia en el Liceo Militar, y luego ingresó también en el Nacional de San Nicolás. Había querido concurrir al Liceo Militar para no hacer la conscripción, pero su padre se había opuesto tenazmente diciendo: “Vos ya sos grande y yo no te voy a pagar el Liceo; si te conseguís una beca vas, pero si no, no”. Es que don Amílcar, como buen yrigoyenista, detestaba a los militares. Pero, a pesar de la advertencia paterna, finalmente Roberto Quieto ingresó en el Liceo Militar en diciembre de 1949, luego de haber ganado una beca por quedar entre los cinco mejores promedios. “¡Éste se salió con la suya!”, dijo el padre, contrariado, cuando llegó la carta con la novedad.

En el Liceo Militar se encontró con que tenía de compañero al mencionado Arrillaga. Pero Quieto nunca iba a llegar a general de un ejército regular como aquél, entre otras cosas porque, más temprano que tarde, dejaría el Liceo por culpa de un instructor de cadetes que le hacía la vida imposible. Se trataba nada menos que del que décadas después se revelaría como el temible represor tucumano Antonio Domingo Bussi.

Quieto tenía también de compañero a un hijo de Román Subiza, con quien se hizo tan compinche que la primera vez que volvió a San Nicolás desde allí fue en el avión particular del funcionario peronista. Con el tiempo se convertiría una rutina que los jóvenes regresaran al pueblo en el auto de Subiza padre. En San Nicolás Roberto también era muy amigo de Mario Bas, hoy médico de nota del lugar y suegro del actor Ricardo Darín. Bas contó que, en esa época, era muy común ver a Quieto en las fiestas de quince luciendo el uniforme militar de gala. Es que era muy elegante, muy prolijo, puntilloso con el aseo de su persona, dice Bas. Vestía siempre de traje. Era el típico “pituco” del pueblo. Además, era atlético, muy buen jugador de básquet y gran nadador. Marta, la esposa de Bas, recuerda que para su cumpleaños de quince, en diciembre de 1953, el amigo de su marido asistió vestido con un traje oscuro con chaleco, impecable. “Despertaba admiración porque era muy buen mozo.” Marta es psicóloga, y quizás por defecto profesional afirma lo siguiente sobre la personalidad de Quieto: “Era muy estructurado, tenía la imagen de un señor, a pesar de que era un chico. Era muy pensante para su edad. Cuando me sacó a bailar me sorprendió porque me preguntó qué carrera iba a seguir cuando terminara el secundario, algo en lo que ni se me había ocurrido pensar. También me llamó la atención que no me tuteara, que se dirigiera a mí de usted”.

Pero a pesar de que al joven Quieto le gustaba lucir los atuendos militares, las cosas en el Liceo no marcharían como esperaba. Aprobó el primer año con una buena calificación en aplicación y conducta, aunque con un insuficiente en aptitudes militares. Es que Bussi lo tenía a maltraer. Sin embargo, para no dar el brazo a torcer ante su padre, insistió con hacer segundo año allí. Pero no aguantó, y antes de terminar el ciclo, la situación estalló y regresó a San Nicolás a cursar en el Nacional. El director del Liceo Militar, que luego sería uno de los mentores del golpe de Estado contra Perón en la provincia de Córdoba, el general Videla Balaguer, envió una carta a don Amílcar Quieto para que intercediera ante su hijo a fin de que continuara estudiando en esa institución. Pero no hubo caso. A Videla Balaguer le decían Elena, porque era muy petiso. Había un cantito famoso en esa época que decía: “Videla, videlita, devolvé la medallita”, porque en una oportunidad había sido condecorado por Perón y después resultó ser uno de los iniciadores del golpe de 1955.

Compañeros de colegio

Gorriarán Merlo vivía en la calle Mitre 328, justo a la vuelta de la casa de los Quieto. “Yo me pasaba todo el día en su casa, era como una sala de entretenimientos propia”, evocó con nostalgia el ex guerrillero, poco antes de morir, durante una entrevista que concedió para este libro. Gungo, aparte de ser amigo de Juan Servini y de Carlos Quieto, también era compinche de Benito Urteaga, luego integrante del ERP. Benito era hijo de uno de los principales referentes del radicalismo, junto a Arturo Mor Roig, en San Nicolás. Justamente el padre de los Quieto era muy amigo de Mor Roig, quien en la década de 1970 había sido ministro del Interior del presidente de facto Lanusse. Mor Roig sería asesinado en 1974 por un comando de Montoneros, mientras almorzaba en una parrilla de San Justo.

En San Nicolás Roberto Quieto y Enrique Gorriarán Merlo iban al mismo colegio, sólo que uno al turno mañana, porque hacía el Nacional, y el otro a la tarde, a cursar el Comercial. Por aquellos años, era muy común que las familias de clase media mandaran a sus hijos a estudiar a los colegios militares. Así, por ejemplo, Gorriarán intentó entrar en la Escuela Naval, que era más elitista todavía que la de Ejército. En sus memorias, el ex dirigente del ERP cuenta que en San Nicolás se dio la casualidad de que en pocas manzanas alrededor de su casa vivieran personas que tendrían un protagonismo fundamental en los hechos políticos de la Argentina en las décadas de 1960 y 1970. “Enfrente de la casa de Roberto, a pocos metros de la calle Chacabuco sobre la misma calle Nación, vivía una familia de apellido Bárcena, de la que el hijo menor iba a la escuela conmigo. El hermano mayor, Washington, iba a la escuela Naval, y fue acusado de torturas y desapariciones en el centro clandestino que funcionó en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) durante la dictadura militar que gobernó a nuestro país entre 1976 y 1983”, aseguró. Gorriarán precisó también que “en la misma manzana de la casa de Quieto, por la calle Chacabuco, vivía un oficial del Ejército de apellido Mosto, que era de la aviación militar, casado con una prima de él, que terminó siendo parte del grupo cercano a Guillermo Pajarito Suárez Mason”, un represor que tuvo a su cargo el Primer Cuerpo de Ejército durante esa misma dictadura. “En tanto, sobre la calle Mitre, también a una cuadra y en diagonal a la casa de Roberto, vivía una chica, Nélida Patissano, que se casó con un compañero de la dirección del Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo (PRT-ERP) y en esa misma cuadra vivía yo”, indicó el ya fallecido jefe guerrillero.

En 1952, cuando Roberto Quieto dejó el Liceo Militar y volvió a estudiar al Nacional de San Nicolás se encontró con la novedad de que su hermano Vasco estaba de novio con Chuchi Servini. “Me faltaban dos meses para cumplir quince años cuando empecé a noviar con Vasco. En ese momento se usaba mucho hacer bailes en nuestras casas, y él casi siempre iba con José Luis. Roberto no iba tanto a bailar. Para ese entonces había empezado a salir con su primera novia, Vilma Del Lito, que vivía a dos cuadras de mi casa y que siempre me pasaba a buscar a la mañana para ir el colegio”, refirió la jueza.

En San Nicolás, cuando no había un cumpleaños que festejar, los jóvenes iban a bailar al Club Regatas o al Social. En el verano, durante el día, disfrutaban de la pileta del Club Belgrano o iban al río. Y una vez allí era muy común que se cruzaran a las islas Lechiguanas. En su pueblo Roberto Quieto se relacionaba con la high class, por ser hijo de un próspero comerciante y de una madre profesora del Colegio Nacional. Pero a pesar de pertenecer a un círculo económico y socialmente destacado, elegía ir con frecuencia a los barrios marginales. Sobre todo a uno donde había un club ubicado en la periferia del pueblo, llamado El Abrojal. Un gran amigo de Quieto, Miguel Rosas, lo describió como un sitio al que asistía en general gente mayor y donde se jugaba a las bochas, al billar y al básquet. Con los años Quieto se iba revelar como un eximio jugador de billar en las trasnoches del porteño bar La Academia, ubicado en la avenida Callao casi esquina Corrientes. Iba todos los viernes después de salir de la Facultad de Derecho con algunos de sus compañeros. Entre ellos quien luego sería ministro de Trabajo de Carlos Menem y de Desarrollo Económico de Jorge Telerman, Enrique Rodríguez.

El noviazgo entre Vasco y Chuchi duró cuatro años, el amor sobrevivió al colegio secundario e incluso llegó hasta la Facultad de Derecho, adonde ingresaron juntos. Sin embargo, él nunca se recibió de abogado, como sí lo hicieron Chuchi y su cuñado, Roberto. Según la jueza Servini la relación terminó porque habían empezado a salir “desde muy chicos y cada uno fue creciendo de manera diferente, entonces llegó un momento en que ya no coincidíamos”. Entre las cosas de él que a ella le daban “mucha rabia” había una en particular, y era “que Roberto lo viniera a buscar a mi casa para llevarlo al Comité Radical que estaba por la calle Pellegrini, que era de Mor Roig. No me gustaba que se metiera en política, además en esa época nadie andaba en política. Roberto tenía mucho ascendiente sobre Vasco y eso a mí tampoco me gustaba”, recuerda la magistrada. La política terminó por separar a Vasco de María Servini; casi como una mueca trágica del destino, a Roberto Quieto la política también lo iba a separar de su mujer Alicia y de sus hijos. Pero como lo advirtió el hermano mayor de los Quieto durante una entrevista que concedió para este libro, la política era un tema “central” en esa familia, y casi no se hablaba de otra cosa en las reuniones familiares. Una de las grandes impulsoras de esos debates era Josefa Argañaraz, la madre de los Quieto.

13. Los testimonios de Miguel Ángel Rosas (amigo personal de Quieto), Enrique Gorriarán Merlo, Mario Bas, Marta Bas, María Servini de Cubría, Enrique Rodríguez y José Luis Quieto incluidos en este capítulo han sido extraídos de entrevistas realizadas por la autora para este libro.