1 En éste y en algunos otros puntos me separo de mi venerado maestro Lujo Brentano* (en la obra que más tarde citaré). Discrepo de él, en primer lugar, en la terminología; pero también mantengo otras discrepancias objetivas. No me parece oportuno inordinar en la misma categoría cosas tan heterogéneas como el lucro obtenido por explotación y el provecho que rinde la dirección de una fábrica, y mucho menos aún designar como “espíritu” del capitalismo —en oposición a otras formas de lucro— toda aspiración a la adquisición de dinero, porque, a mi juicio, con lo segundo se pierde toda precisión en los conceptos y con lo primero la posibilidad de destacar “lo específico” del capitalismo occidental frente a otras formas capitalistas. También Georg Simmel en su Philosophie des Geldes (Filosofía del dinero)* equipara demasiado los términos “economía dineraria” y “capitalismo”, lo cual va en perjuicio de su propia exposición objetiva. En los escritos de Werner Sombart, especialmente en la última edición de su hermosa gran obra sobre el capitalismo,* lo específico de Occidente, a saber, la organización racional del trabajo (lo más interesante para el problema desde mi punto de vista), aparece bastante pospuesto a favor de aquellos factores de desarrollo que se han presentado siempre en el mundo.
2 Naturalmente, la antítesis no debe entenderse de modo demasiado radical. El capitalismo orientado en sentido político (especialmente el dedicado al arriendo de impuestos) engendró ya en la Antigüedad clásica y oriental (incluso en China e India) ciertas formas racionales de industrias estables, cuya contabilidad (que sólo conocemos muy fragmentaria y defectuosamente) tuvo seguramente un carácter “racional”. El capitalismo “aventurero” orientado a la política guarda conexiones históricas íntimas con el capitalismo industrial racional, como lo demuestra, por ejemplo, el origen de los bancos, debido en la mayoría de los casos a negocios políticos realizados con motivo de guerras; así, el Banco de Inglaterra. Esto se puso de relieve en la oposición de la individualidad de Paterson* —un típico promotor— con los miembros del Directorio que determinaron su constante actitud y que pronto fueron calificados como the Puritan usurers of Grocers’ Hall, y también en el fracaso de la política financiera de tan “solidísimo” banco, al crearse la Fundación South-Sea. La antítesis, pues, no es rígida; pero existe, en todo caso. Ninguno de los grandes promoters y financiers ha sabido crear organizaciones racionales de trabajo, como tampoco supieron hacerlo los representantes típicos del capitalismo financiero y político: los judíos (siempre hablando en general y salvando excepciones aisladas); eso fue la obra de un tipo distinto de gente.
3 El conjunto de mis conocimientos hebraicos es también muy deficiente.
4 No necesito decir que no me refiero a investigaciones como, por ejemplo, la de Karl Jaspers (en su libro Psychologie der Weltanschaungen [Psicología de las concepciones del mundo], 1919) o Ludwig Klages (Prinzipien der Charakterologie, Leipzig, 1910) y otros estudios semejantes, cuyo punto de partida es ya la primera nota diferencial respecto a nuestra investigación. No es éste el lugar para una discusión con ellos.
5 La misma opinión me manifestó hace años un eminente psiquiatra [Willy Hellpach (1877-1955) (Nota de FGV)].