I. Confesión y estructura social

CUANDO SE PASA REVISTA a las estadísticas profesionales de aquellos países en los que existen diversas confesiones religiosas, suele ponerse de relieve con notable frecuencia1 un fenómeno que ha sido vivamente discutido en la prensa y la literatura católicas y en los congresos de los católicos alemanes:2 es el carácter eminentemente protestante tanto de la propiedad y empresas capitalistas, como de las esferas superiores de las clases // trabajadoras, especialmente del alto personal de las modernas empresas, de superior preparación técnica o comercial.3 Este fenómeno lo hallamos expresado en las cifras de las estadísticas confesionales, no sólo allí donde las diferencias de confesión coinciden con las de nacionalidad y, por tanto, con el distinto grado de desarrollo cultural (como ocurría en la Alemania oriental con alemanes y polacos), sino, en general, allí donde el avance del capitalismo [, en la época de su mayor auge,] tuvo poder para organizar la población en capas sociales y profesionales, de acuerdo con sus necesidades. ¿Cuál es la causa de esta participación relativamente mayor, de este porcentaje más elevado en relación con la población total con el que los protestantes participan en la posesión del capital4 y en la dirección y en los más altos puestos de trabajo en las grandes empresas industriales y comerciales?5 El hecho obedece en parte a motivos históricos,6 que tienen sus raíces en el lejano pasado, y en los que la adscripción a una determinada confesión religiosa no aparece como causa de fenómenos económicos, sino más bien como consecuencia de los mismos. La participación en aquellas funciones presupone posesión de capital, una educación costosa // y, con frecuencia, una y otra cosa; hoy, aparece ligada a la posesión de la riqueza hereditaria o, al menos, a una situación de mediano bienestar.

Precisamente una gran parte de los territorios más ricos del Reich, más favorecidos por la naturaleza y su situación geográfica —tan decisiva para el desenvolvimiento comercial— y que más amplio desarrollo habían logrado en el orden económico, especialmente la mayoría de las más ricas ciudades, se habían convertido en el siglo XVI al protestantismo, y aún hoy puede decirse que los efectos de esa conversión han sido beneficiosos para los protestantes en la lucha económica por la existencia. Pero entonces surge este problema histórico: ¿por qué eran precisamente estos territorios económicamente más desarrollados los que tenían una peculiar e irresistible predisposición para una revolución eclesiástica? Alguien podrá creer que es fácil responder a esto, pero no es así. Ciertamente, la ruptura con el tradicionalismo económico parece ser un momento excepcionalmente favorable para que el espíritu se in cline a la duda ante la tradición religiosa y acabe por rebelarse contra las autoridades tradicionales. Pero conviene tener en cuenta un hecho que hoy suele ser olvidado: la Reforma no significaba únicamente la eliminación del poder eclesiástico sobre la vida, sino más bien la sustitución de la forma entonces actual del mismo por una forma diferente. Más aún: la sustitución de un poder extremadamente suave, en la práctica apenas perceptible, de hecho casi puramente formal, por otro que había de intervenir de modo infinitamente mayor en todas las esferas de la vida pública y privada, sometiendo a regulación onerosa y minuciosa a toda la conducción de vida (Lebensführung). En la actualidad, hay pueblos de fisonomía económica absolutamente moderna que soportan el dominio de la Iglesia católica —“la cual castiga al hereje, pero es indulgente con el pecador”, como lo era entonces todavía más que ahora— [como lo soportaron los riquísimos países de progresiva economía que había en el mundo hacia fines del siglo XV]. En cambio, para nosotros, la forma más insoportable que cabría imaginar de control eclesiástico sobre la vida individual, sería // el dominio del calvinismo, tal como tuvo vigencia en el siglo XVI en Ginebra y Escocia y en gran parte de los Países Bajos a fines del mismo y en el siguiente, y en la Nueva Inglaterra y la misma Inglaterra durante parte del siglo XVII. [Y como tal lo sintieron extensas zonas del antiguo patriciado de aquella época en Ginebra, Holanda e Inglaterra.] Lo que hallaron censurable aquellos reformadores —nacidos en los países más desarrollados económicamente— no fue un exceso de dominación eclesiás ti coreligiosa en la vida, sino justamente lo contrario. ¿A qué se debe, pues, que fuesen precisamente estos países económicamente desarrollados y, dentro de ellos, las clases [medias] “burguesas” entonces nacientes, los que no sólo aceptaron esta tiranía puritana [hasta entonces desconocida], sino que incluso pusieron en su defensa un heroísmo del que la burguesía no había dado prueba hasta entonces ni la ha vuelto a dar después sino muy raramente: the last of our heroism, como no sin razón dice Carlyle?*

Pero obsérvese además, muy particularmente, que si bien, como se ha dicho, es posible comprender la mayor participación de los protestantes en la posesión del capital y en la dirección de la moderna economía como natural consecuencia de la mejor posición económica que han sabido mantener con el transcurso del tiempo, cabe mostrar otro tipo de fenómenos en los que de modo evidente se revela una inversión de esta relación causal. Recordemos, por ejemplo (para no citar sino el caso más saliente), la notable diferencia que se observa en el tipo de enseñanza que dan a sus hijos los padres católicos en relación con los protestantes, fenómeno que lo mismo se observa en Baden o Baviera que en Hungría, por ejemplo. Se comprende —por la razón económica apuntada— que el porcentaje de católicos entre alumnos y bachilleres de los centros “superiores” de enseñanza no sea el que corresponde a su proporción demográfica.7 Pero ocurre que también entre los bachilleres católicos // el porcentaje de los que acuden a los modernos centros de enseñanza dedicados especialmente a la preparación para estudios técnicos y para profesiones de tipo industrial y mercantil, en general, para cuanto significa específicamente profesión burguesa (como los llamados Realgymnasien, las Realschulen, las Bürgerschulen superiores, etc.), es notablemente inferior al de protestantes, porque los católicos prefieren aquella otra formación de tipo humanista que proporcionan las escuelas a base de enseñanza clásica; ahora bien, este fenómeno ya no puede explicarse, como el primero, por una causa económica, sino que, por el contrario, más bien ha de ser tenido en cuenta para explicar por él (aun cuando no sólo por él) la menor participación de los católicos en la vida capitalista. Y todavía es más curiosa otra observación, que ayuda a comprender por qué los católicos // participan también en menor proporción en las capas ilustradas del elemento trabajador de la moderna gran industria. Es un hecho conocido que la fábrica nutre las filas de sus trabajadores más preparados con elementos procedentes del pequeño taller, en el cual se forman profesionalmente, y del que se apartan una vez formados; pero esto se da en mucha mayor medida en el elemento protestante que en el católico, porque los católicos demuestran una inclinación mucho más fuerte a seguir en el oficio, en el que suelen alcanzar el grado de maestros, mientras que los protestantes se lanzan en número mucho mayor a la fábrica, en la que escalan los puestos superiores del proletariado ilustrado y de la burocracia industrial.8 En estos casos, pues, la relación causal consiste en que la elección de profesión y todo ulterior destino de la vida profesional ha sido determinado por la educación de una aptitud personal, en una dirección influenciada por la atmósfera religiosa de la patria y el hogar.9

Esta menor participación de los católicos en el moderno capitalismo alemán resulta tanto más chocante cuanto que contradice una experiencia que se da en todo tiempo,10 a saber: que las minorías nacionales o religiosas que se contraponen, en calidad de “oprimidas”, a otros grupos “opresores”, por su exclusión espontánea o forzosa de los puestos políticamente influyentes, suelen lanzarse decididas a la actividad industrial, que permite a sus miembros más dotados satisfacer una ambición que no pueden colmar sirviendo al Estado. Así ocurrió con los polacos en Rusia y en la Prusia oriental, donde impusieron adelantos económicos que fueron incapaces de implantar en la Galitzia, dominada por ellos, y lo mismo había ocurrido antes en Francia con los hugonotes, en la época de Luis XIV; en Inglaterra con los no conformistas* y los cuáqueros,* y —last but not // least— con los judíos, desde hace dos milenios. En cambio, entre los católicos alemanes no se encuentra un fenómeno semejante, al menos con caracteres que lo hagan especialmente perceptible; tampoco mostraron un especial desarrollo económico [, a diferencia de los protestantes,] en épocas pasadas, en las que —en Inglaterra o en Holanda— eran perseguidos o simplemente tolerados. [Más bien ocurre lo contrario: han sido siempre los protestantes (singularmente en alguna de sus confesiones, de que se tratará más adelante) los que, como oprimidos u opresores, como mayoría o como minoría, han mostrado singular tendencia hacia el racionalismo económico, tendencia que ni se daba ni se da entre los católicos, en cualquier situación en que se encuentren.]11 La razón de tan distinta conducta ha de buscarse, pues, en una determinada característica personal permanente y no [sólo] en una cierta situación histórico-política de cada confesión.12 //

La cuestión sería, ante todo, investigar qué elementos de las características confesionales son o fueron los que obraron y, en parte, siguen obrando en la dirección descrita. Desde un punto de vista superficial y moderno podría intentarse explicar la antítesis diciendo que el mayor “alejamiento del mundo” del catolicismo, los rasgos ascéticos propios de sus más elevados ideales tienen que educar a sus fieles en un espíritu de indiferencia ante los bienes de este mundo. Tal explicación coincidiría con el esquema popular que sirve hoy para juzgar ambas confesiones. Por el lado protestante se utiliza esta concepción para criticar los (reales o supuestos) ideales ascéticos de la vida católica, a lo que contestan los católicos con el reproche de “materialismo”, que sería la consecuencia de la laicización de todo el repertorio vital llevada a cabo por el protestantismo. Ha habido un escritor moderno que ha creído poder explicar la opuesta conducta que se observa ante la vida industrial en las dos confesiones con la siguiente fórmula: “El católico […] es más tranquilo; dotado de menor impulso adquisitivo, prefiere una vida bien asegurada, aun a cambio de obtener menores ingresos, a una vida en continuo pe ligro y exaltación, por la eventual adquisición de honores y riquezas. Comer bien o dormir tranquilo, dice el refrán; pues bien, en tal caso, el protestante opta por comer bien, mientras que el católico prefiere dormir tranquilamente”.13 De hecho, con el “querer comer bien” se puede caracterizar acertadamente, en parte, la principal motivación de las zonas más indiferentes en materia religiosa del actual // protestantismo alemán, pero sólo de éste. Pues en el pasado las cosas ocurrían de modo muy distinto: lo característico de los puritanos ingleses, holandeses y americanos era justamente todo lo contrario de amor al mundo; y en esto hemos de ver uno de sus más importantes rasgos característicos. Es que, además, en el protestantismo francés ha durado largo tiempo (y, hasta cierto punto, dura todavía) el carácter que fue impreso a las iglesias calvinistas en general y, en especial, a las “bajo la cruz”, en la época de las luchas religiosas; y, sin embargo —o tal vez cabe preguntarse si no es precisamente por eso mismo—, ha sido y sigue siendo, en la pequeña medida permitida por la persecución, uno de los apoyos más considerables del desarrollo económico y capitalista de Francia. Si se quiere llamar “alejamiento del mundo” a esta seriedad y al fuerte predominio de los intereses religiosos en la conducción de vida (in der Lebensführung), los calvinistas franceses están, por lo menos, tan alejados del mundo como los católicos alemanes del norte, cuyo catolicismo es más íntimo y sincero que en ningún otro pueblo de la tierra. Y los dos se distinguen de los partidos religiosos dominantes en los respectivos países: el de los católicos franceses, amigos del buen vivir en las capas inferiores y directamente anticlericales en las superiores, y el de los protestantes alemanes, dominados por un afán terrenal de lucro y, en sus capas superiores, indiferentes en religión.14 Pocos hechos hay que prueben de manera tan clara como éste que con ideas vagas como esas del supuesto alejamiento del mundo de los católicos o el supuesto amor materialista al mundo de los protestantes, y cosas semejantes, no se va a ninguna parte, porque, con esa generalidad las hay que, en parte, todavía son válidas para hoy y, en parte, nunca lo fueron en el pasado. Por eso, si se quisiera echar a toda costa mano de ellas, habría igualmente que dejar lugar para otra serie de consideraciones // que inmediatamente acuden a la mente, e incluso habría lugar para pensar si toda esa supuesta oposición entre alejamiento del mundo, ascesis y piedad, de una parte, y participación en la actividad capitalista, de otra, no debería quedar más bien convertida en una íntima afinidad* (in eine innere Verwandtschaft).

Efectivamente, lo primero que choca —para comenzar citando algunos factores puramente externos— es el gran número de representantes de las formas más puras e íntimas de la piedad cristiana, surgidos precisamente de los sectores mercantiles. Especialmente, el pietismo* tiene que reconocer este origen en un gran número de sus fieles de más rígida observancia. Podría pensarse que el “mammonismo”* ejerce una especie de revulsivo sobre ciertas naturalezas interiores y poco adecuadas para la profesión mercantil; y, de seguro, lo mismo en Francisco de Asís que en los pietistas, el advenimiento de la “conversión” se dio subjetivamente con tal carácter al convertido. Y del mismo modo podría explicarse el fenómeno no menos frecuente y curioso —hasta el caso de Cecil Rhodes—* de que muchas casas parroquiales hayan sido el centro creador de empresas capitalistas de amplios vuelos, lo que podría interpretarse como una reacción ascética de la juventud. Pero esta explicación falla cuando se dan al propio tiempo, en una persona o colectividad, la “virtud” capitalista del sentido de los negocios y una forma de piedad intensa, que impregna y regula todos los actos de la vida; y esto no se da sólo en casos aislados, sino que precisamente constituye un signo característico de grupos enteros de las sectas e iglesias más importantes del protestantismo. Esta conjunción se da singularmente en el calvinismo, en cualquier lugar que se haya presentado.15 En la época de expansión de la Reforma, ni él ni ninguna de las distintas confesiones religiosas fue vinculada a una clase social determinada; pero es característico y en cierto sentido “típico” que, por // ejemplo, en las iglesias francesas hugonotas, el mayor número de sus prosélitos estaba formado por monjes e industriales (comerciantes, artesanos), sobre todo en la época de la persecución.16 Ya los españoles sabían que “la herejía” (es decir, el calvinismo) “favorecía el espíritu comercial” [, lo que estaba de acuerdo en un todo con el parecer que sostuvo sir W. Petty en su discusión sobre las razones del crecimiento capitalista en los Países Bajos]. Tiene razón Gothein*17 cuando califica a la diáspora calvinista como el “vivero de la economía capitalista”.18 // Cabe pensar que el elemento decisivo en esto fue la superioridad de la cultura económica francesa y holandesa, de la que precisamente nació esta diáspora, o, también, la poderosa influencia del destierro y la violenta ruptura con las re la ciones tradicionales.19 Pero lo mismo ocurría en Francia en el siglo XVII, como se ve por las luchas de Colbert. La misma Austria —prescindiendo de otros países— importó directamente en ocasiones fabricantes protestantes. [Empero, no todas las sectas protestantes parecen haber actuado con la misma fuerza en esta dirección. En Alemania, parece ser que el calvinismo actuó en el mismo sentido; la confesión “reformada”20 hubo de resultar excepcionalmente beneficiosa para el desarrollo del // espíritu capitalista, en comparación con otras confesiones, tanto en Wuppertal* como en otras partes: más, desde luego, que el luteranismo, como pone de relieve la comparación tanto en general como en los detalles, singularmente en Wuppertal.21 Buckle, en Escocia, y singularmente Keats entre los poetas ingleses, han insistido en esta relación.]22 Todavía es más curiosa, y basta aludir a ella, la conexión existente entre la minuciosa reglamentación religiosa de la vida y el desarrollo más intenso del espíritu comercial, precisamente en gran número de aquellas sectas cuyo “alejamiento del mundo” es tan típico como su riqueza; nos referimos principalmente a los cuáqueros y menonitas.* El papel que los prime-ros representaron en Inglaterra y Norteamérica correspondió en Alemania y los Países Bajos a los últimos. El hecho de que en la Prusia oriental el mismo Federico Guillermo I respetase a los mennonitas como factores indispensables del progreso industrial, a pesar de su absoluta negativa al servicio militar, es uno de tantos hechos que corroboran el aserto, y desde luego uno de los más típicos si se tiene en cuenta la manera de ser de aquel rey. No menos conocido es el hecho de que también entre los pietistas tenía vigencia la conjunción de la más intensa piedad con el desarrollo del sentido y el éxito comercial;23 basta recordar la situación de // [Renania, o a] Calw;* y así cabría seguir citando ejemplos, que no hay por qué traer a cuento en estas observaciones puramente provisionales, pues ya los pocos citados demuestran que el espíritu de “trabajo”, de “progreso”, o como quiera llamársele, no puede interpretarse en el usual sentido [de “amor al mundo” ni en cualquier otro sentido] “ilustrado”. El viejo protestantismo de Lutero,* Calvino,* Knox* y Voët* tenía harto poco que ver con lo que hoy se llama “progreso”. Era directamente hostil a muchos aspectos de la vida moderna, de los que el más fiel prosélito protestante actual no sabría ya prescindir. Luego, si queremos encontrar una afinidad interna (eine innere Verwandschaft) entre determinadas manifestaciones del espíritu protestante y de la moderna cultura capitalista, no hemos de ir a buscarlo en su (supuesto) “amor al mundo” más o menos materialista (o, al menos, antiascético), sino más bien en sus rasgos puramente religiosos. De los ingleses dice Montesquieu (Esprit des lois, libro XX, cap. 7) que son los que “más han contribuido, de entre todos los pueblos del mundo, con tres cosas importantes: la piedad, el comercio y la libertad”. ¿Coincide, efectivamente, su superioridad en el orden industrial —y en otro orden de cosas, su aptitud para la li bertad— con aquel récord de piedad que les reconoce Montesquieu?

Si planteamos la cuestión en estos términos, inmediatamente se presentan ante nosotros, oscuramente presentidas, muchas importantes cuestiones. Nuestra misión ahora deberá ser formular lo oscuramente presentido, con toda la claridad que permite la inexhaustiva complicación de toda cuestión histórica. Para ello hace falta, en primer término, abandonar las vagas generalidades en que hasta ahora nos hemos movido, y tratar de penetrar en lo peculiar y distintivo de aquellos magnos idearios religiosos en que se ha traducido históricamente la religión cristiana. //

Todavía son precisas, empero, algunas consideraciones previas: ante todo, sobre la característica peculiar del objeto, cuya explicación interesa; después, sobre el sentido en que esta explicación es posible, dentro del marco de estas investigaciones.