Olga
El tiempo los ha convertido en algo
falso. Esa fidelidad en piedra
que nunca pretendieron ha resultado
su blasón final, y demostrado
que nuestro casi instinto es casi cierto:
lo que sobrevivirá de nosotros es el amor.
PHILIP LARKIN,
«Una tumba para los Arundel»*
Václav Havel no había cumplido los diecisiete años cuando conoció a la mujer de su vida. Más tarde se enamoraría de Dagmar Veškrnová y se casaría con ella tras la muerte de Olga, entremedias se enamoró por lo menos dos veces, cortejó de una forma un tanto indiscriminada a algunas mujeres, y él mismo también fue cortejado por otras, pero Olga fue su «única certeza»,1 su compañera, su conciencia, su primera lectora, su defensora más inquebrantable y su crítica más feroz a lo largo de cincuenta años. Su relación que sobrevivió al resentimiento de la madre de Václav, a las privaciones, a las crisis, a las infidelidades, a la persecución y al encarcelamiento, acabó desafiando las categorías estándar y se convirtió en una categoría en sí misma. La influencia que Olga tuvo en Havel (y él en ella) era tan omnipresente que es plausible afirmar que difícilmente él habría llegado a ser lo que fue sin ella. Pero por otra parte, la resolución con la que el joven poeta la persiguió, a pesar de la diferencia de edad (ella era tres años mayor que él), de su distinta extracción social (ella procedía de Žižkov, el barrio obrero de Praga, un lugar no tanto de miseria como de un carácter proletario fuerte y orgulloso), y de los largos periodos de separación, sugiere que probablemente en el fondo de su alma él sabía lo indispensable que Olga iba a ser para él.
El lugar de su primer encuentro fue el Café Slavia. Las circunstancias fueron prosaicas. En su lugar de trabajo, Havel trabó amistad con una compañera, también asistente de laboratorio, Zdena Tichá, por la que sintió una especie de encaprichamiento, como queda claro por los poemas que Václav escribió en aquella época, con Zdena como fuente de inspiración. Al parecer Zdena sentía una ambivalencia parecida hacia Havel y, aunque no llegó a ser su novia, en el Slavia lo presentó a dos amigas suyas del curso de interpretación al que asistía. Una de ellas era Olga Šplíchalová.2
Havel se sintió inmediatamente fascinado por Olga, pero al principio ella no sentía esa misma atracción por él. Václav era un chico inmaduro, inseguro, y un tanto regordete, y ella tenía novio, un verdadero experto en el oficio de la interpretación que estaba estudiando en la Academia de las Artes Escénicas de Praga. Havel perseveró, y tres años más tarde ya eran pareja. Al parecer, él nunca había tenido novia. Cuando por fin se emparejaron, ella le dijo: «No te va a resultar fácil estar conmigo», pero muy pronto iba a descubrir que estar con él iba a resultarle más difícil todavía a ella.3
¿Qué vio Havel en ella? Olga no era su igual en lo intelectual; toda la erudición que ella adquirió le llegó sobre todo a través de él. Tampoco tenía buenos contactos, y no podía presentarle a muchas personas interesantes ni a artistas famosos. Tenía un rostro hermoso y expresivo, una bonita sonrisa y el cabello oscuro, un tanto erizado y denso, pero no podía decirse que fuera una mujer sexy conforme a los estándares de la época. Había perdido dos dedos de la mano derecha a raíz de un accidente laboral, y a menudo llevaba guantes para ocultarlo. No coqueteaba ni chismorreaba, y tampoco se tomaba la molestia de guardar las apariencias en aras del decoro social.
No obstante, era absolutamente directa, y daba su opinión sin adornos cuando se la pedían, y a menudo también cuando no se la pedían. A la gente que la acababa de conocer a veces le desconcertaba su actitud descarada. Los que volvían a por más enseguida se daban cuenta de que no había agresividad, ni aquella actitud obedecía a un esfuerzo de Olga por elevarse o por humillar a los demás, sino únicamente a una increíble naturalidad que rara vez se da con tanta coherencia e intensidad. Y lo más extraordinario era que sus valoraciones y sus intuiciones, casi siempre sobre los demás, la mayoría de las veces eran acertadas. Lo que provocó que Havel se sintiera atraído hacia ella debió de ser aquella seria honestidad y su desdén por los convencionalismos. Havel, que ya había recorrido un buen trecho del camino para convertirse en un rebelde, necesitaba a una chica resabiada que conociera la calle, y no a una debutante.
¿Qué vio ella en él? Teniendo en cuenta su edad, su físico no muy imponente y sus erres vibrantes, Václav no mostraba las características convencionales para ser un novio deseable. Aunque a mucha gente Olga le resultaba llamativa, pocos habrían podido decir lo mismo de Václav. Su hambre intelectual y su cultura debieron de impresionar considerablemente a Olga, pero ésas no eran necesariamente las cualidades que lo habilitaban como un compañero de fiar en las difíciles calles del barrio de Žižkov. No obstante, tenían una cosa en común: ninguno de los dos era frívolo ni superficial. Al igual que Olga, aunque de una forma completamente diferente, más suave y más amable, Havel tenía la seriedad de quien realmente está convencido de lo que dice, incluso con diecinueve años. Y además eso iba acompañado de una esperanza idealista inquebrantable, una especie de simplicidad rayana en la ingenuidad, algo casi infantil e inmensamente vulnerable, como la convicción de que el bien puede producirse en una fábrica. Olga podía relacionarse con eso; desde una edad muy temprana una de sus tareas había sido cuidar de los niños pequeños de su extensa familia, y se dedicó a ello con el instinto natural de protección de una madre amorosa pero práctica. Enseguida advirtió el lado inseguro e indefenso de aquel joven, y su hambre voraz de ser querido. Si él la asumió como discípula intelectual, ella lo asumió como huérfano a su cargo. La frecuente observación por parte de algunos amigos de que Olga «estaba al lado de Václav más como una madre que como una esposa»4 podría prestarse con demasiada facilidad a las manidas interpretaciones de psicología barata, pero desde luego Havel no aspiraba a replicar su relación con su madre. Es cierto que, al tratarse de un hombre que «que creció entre los brazos amorosos y firmes de una madre dominante», Václav «necesitaba una mujer enérgica a mi lado a la que pedir consejo, y que al mismo tiempo fuera alguien que me inspirara respeto».5 Sin embargo, al mismo tiempo, Havel buscaba el tipo de atención exclusiva y de lealtad incondicional que Božena, que adoraba a su hermano Ivan, no pudo darle. En cierto sentido, Václav buscaba a la madre que nunca tuvo.
Por último, además, ambos eran marginados, ella más por decisión propia que él. En la realidad social que los rodeaba a duras penas había algo que les pareciera atractivo o digno de interés. «La experiencia fundamental de mi generación es [...] vivir a conciencia la idea que tenían los comunistas del socialismo en su puesta en práctica [...] y formular una visión de ella, en gran medida negativa, por desgracia.»6 Su desarrollado sentido de la verdad y la honestidad debía de retroceder ante la crueldad, las pretensiones y la hipocresía de la ortodoxia predominante. Aunque Olga, en virtud de sus orígenes proletarios, no se habría topado con los mismos obstáculos que Václav en su camino hacia una educación superior, decidió no ir por esa dirección: se daba cuenta de que habría sido totalmente incompatible con el tipo de educación que estaba recibiendo sentada a una mesa del Slavia. En su actitud desafiante, ambos aprendieron a aferrarse el uno al otro, en confiar mutuamente y depender completamente el uno del otro, sin ningún tipo de reservas.
El círculo de amigos de Havel, que iba en aumento entre Los del 36 y la tertulia del Slavia, aprendió a aceptar y a apreciar a Olga. Aunque ella no aportaba gran cosa en cuanto a brillantez intelectual, era una persona tan realista y con unas raíces tan firmes que, en vez de sentirse superiores, los amigos de Havel le tenían cierto respeto, y también sentían un miedo constante a que ella los pusiera en su sitio, o peor aún, que los dejara en evidencia como farsantes.
Olga también tuvo una acogida relativamente cordial por parte del padre de Václav. Era un hombre sin demasiadas complicaciones, un tanto abochornado por su antiguo estatus social privilegiado, aunque no directamente avergonzado de él como su hijo, y apreciaba bastante a aquella joven, o en cualquier caso respetaba la elección de su hijo. En cambio, Božena no estaba igual de entusiasmada, ni mucho menos. Al ser una chica de campo emigrada a la gran capital de Praga, es posible que Božena tuviera una mayor necesidad de aferrarse a su estatus para sentir cierta seguridad. O puede que simplemente fuera un poco esnob. Criticaba la sencillez de Olga, sus modales poco afectados, su familia, su acento de clase trabajadora y su escasa formación. No cabe duda de que Božena tenía en mente una chica de «la buena sociedad» para su hijo, alguien como la excelente Jana, hija del filósofo Jan Patočka, un personaje muy respetado y visitante ocasional de la casa de los Havel.7 Sin embargo, algunas de las referencias indirectas de Václav apuntan a que en el fondo Božena desconfiaba de aquella joven porque la consideraba una aventurera intrigante que lo único que quería era aprovecharse de aquel hijo suyo que iba dando tumbos, una vez que lo hubiera entrenado para ser un hombre de éxito, lo que, aunque fuera cierto, difícilmente habría sido motivo para condenarla.8
Desde luego Božena quería que su hijo fuera feliz, e incluso es posible que la preocupara un poco que Václav no tuviera una novia formal sobre todo después de que Jiří Paukert se hubiera enamorado locamente de Ivan, aunque el encaprichamiento hubiera sido puramente unilateral. El espectro del tío Miloš debía de cernirse sobre ella. Si Olga hubiera adulado, aunque fuera mínimamente, a aquella formidable matrona, y hubiera intentado ganarse su favor y sus consejos, es posible que todo hubiera salido bien. Pero eso habría sido esperar lo imposible de Olga, aunque hay que decir que se tomaba muchas molestias para no provocar a la señora Havel. Y eso no resultaba del todo fácil: para entonces la pareja pasaba gran parte del tiempo en la «madriguera» de Václav en el apartamento familiar. Era la clásica situación de una disputa entre dos mujeres fuertes, una madre y una amante, por su hombre.
Pero desde muy pronto el resultado estaba cantado. Havel respetaba y temía no poco a su madre, pero al mismo tiempo daba muestras de una fuerte vena independiente que lo llevaba a rebelarse contra su autoridad. Olga encarnaba la rebelión por excelencia. Y, aunque Václav temía decepcionar a su madre, muy pronto empezó a temer todavía más decepcionar a Olga. Y sobre todo, temía decepcionarse a sí mismo. En su fuero interno, casarse con Olga era una cuestión de «dignidad humana básica y de confianza en mí mismo, cosa que en realidad yo nunca tuve».9 Cuando, a instancias de él, Václav y Olga se casaron en una ceremonia civil, el 9 de julio de 1964, Havel optó por no decírselo a sus progenitores. Tan sólo le anunció la noticia a su padre en una carta que le envió cinco días después desde la segura distancia de su refugio de luna de miel, un pequeño hotel a las afueras de Karlovy Vary. Aparentemente, dejaba en manos de su padre y de Ivan comunicarle la noticia a su madre.
En aquella carta a su padre, llamativamente distinta de la famosa epístola de Kafka por su total ausencia de rencor y de acritud, Havel resume –da la impresión de que más por su propio bien y por el de su madre que por el del destinatario– sus motivos para casarse y sus sentimientos hacia Olga tras ocho años de estar juntos. En vez de una defensa apasionada de la persona amada, la carta parece más un sobrio análisis coste-beneficio, aunque también da fe de un compromiso serio y responsable. El argumento principal es una simple constatación de hechos: «Nos comprendemos y nos sentimos bien el uno con el otro».10 En vez de entrar en detalles, Havel procede a confesar sus enamoramientos e infidelidades pasajeras, que, «en vez de apartarme de Olga, siempre me llevan de vuelta a ella, y hacen que me dé cuenta, una y otra vez, lo carentes de significado y nimios que son todos esos asuntos “de cama” en comparación con una comprensión real y duradera...».11 Havel admite que Olga «no es ni será nunca catedrática de la Universidad de Harvard [sic]».12 Lo que ella aportaba a la relación era «un elemento de sentimiento puro, saludable y sin mediación por la vida y los valores creativos; un elemento de inteligencia natural primaria y casi incómodamente franca a la hora de evaluar todas las proporciones del mundo que nos rodea».13
Aquí y en otros contextos, en las cuestiones referentes al sexo opuesto, es comprensible que no quedemos del todo convencidos por el bagaje intelectual de las actitudes de Havel. Nos llama la atención que un varón de su generación y de su geografía exponga los términos de una relación sin tener en cuenta los puntos de vista y los sentimientos de la otra persona. No cabe duda de que Olga, aunque hubiera aceptado los términos de su relación, habría preferido un compromiso emocional más profundo y más exclusivo por parte de Havel. Sin embargo, descalificar a Havel simplemente como el enésimo machista sonaría a moralismo barato. El movimiento, al fin y al cabo, se demuestra andando, y aquella relación siguió andando otros cincuenta años, algo de lo que no puede presumir mucha gente.
Todas las parejas felices se parecen; de hecho, la característica que las define es que forman una pareja. Dos personas pueden amarse apasionadamente, cada una de ellas a su manera, sin llegar a ser nunca una pareja, a menudo con consecuencias catastróficas. Václav y Olga Havel fueron sin lugar a dudas una pareja, por muy idiosincrática y deficiente que pudiera ser en algunos aspectos. Su condición de pareja, la mayoría de las veces caracterizada por una constante discusión delante de otras personas, adquiría un aire de satisfacción callada y compartida cuando estaban a solas, cada uno leyendo un libro distinto, o haciendo una tarea diferente, aparentemente ignorando la presencia del otro. El silencio se hacía añicos en el momento en que un estímulo exterior perturbaba el equilibrio. «Olga», imploraba Havel cuando alguna tarea resultaba estar más allá de los límites de su pericia, o cuando había perdido el rastro de alguna cosa que estuviera buscando. «Vašku», le decía a su vez Olga cuando se topaba con alguna noticia indignante en el periódico comunista, o cuando advertía la presencia de un nuevo aspirante a James Bond merodeando por los alrededores. Ella era el Cancerbero de Václav cuando éste se retiraba a escribir a su estudio con vistas al jardín de la casa de Hrádeček, ahuyentando a todos los intrusos, y era su primera lectora a la mañana siguiente, mientras él fumaba nerviosamente un cigarrillo tras otro a la espera de la aprobación de Olga. Muchas parejas se rompen por culpa de las adversidades, otras por culpa del éxito; en el caso del matrimonio Havel, ambas cosas fueron sencillamente un motivo para atrincherarse y presentar un frente impenetrable. Al mismo tiempo, y a pesar de la fortaleza de su vínculo, ella era tan ferozmente independiente como él, de hecho lo era más todavía. Cuando él estaba en la cárcel, Olga se convertía en sus fieles ojos y oídos, en su apoderada y su proveedora, pero nunca desempeñó el papel de la viuda doliente, y encontraba cosas que hacer y personas a las que ver por su propia cuenta. Análogamente, Olga acompañaba a Havel, como se esperaba de ella, a los actos públicos de Estado, a las recepciones y a las visitas al extranjero cuando lo nombraron presidente, pero se negaba a ser una de esas primeras damas a tiempo completo, que se pasan el día asistiendo a todo tipo de actos sociales, algo que le resultaba tan atractivo como una jaula a un lobo. Y cuando enfermó, no desplegó su dolor y su sufrimiento ante toda la nación, sino que sufrió y murió en una orgullosa privacidad, de la misma forma que había vivido, y paradójicamente provocando la mayor manifestación de duelo público desde que el estudiante Jan Palach se inmolara en 1969 como protesta contra la ocupación soviética de Checoslovaquia. Olga era una roca, y Havel debía de saberlo cuando le escribió aquella carta a su padre.
*. Poesía reunida, trad. Damián Alou y Marcelo Cohen, Barcelona, Lumen, 2014, p. 166.
1. Dálkový výslech, p. 155.
2. Anna Freimanová, «Entrevista con Zdena Pospíchalová», en Síla věcnosti Olgy Havlové [La fuerza de la naturalidad de Olga Havel], BVH (2013), p. 60.
3. «Žádná harlekýnka» [No fue un romance de Arlequín], entrevista con Olga Havel, en Wilson (2012), p. 143.
4. Conversación con Andrej Krob, 21 de octubre de 2012.
5. Dálkový výslech, p. 156.
6. Carta a Jiří Paukert, matasellada el 28 de agosto de 1958, BVH n.º 1622.
7. Conversación con Ivan Havel, 20 de agosto de 2012.
8. Carta a Václav María Havel, 14 de julio de 1964, en Síla věcnosti Olgy Havlové, p. 12.
9. Ibíd.
10. Ibíd.
11. Ibíd.
12. Ibíd.
13. Ibíd., p. 13.