Nacido con un pan bajo el brazo
Las mitologías son importantes. En retrospectiva difícilmente puede parecernos casual que al primogénito de una próspera familia praguense, que encarnaba en miniatura los logros de una nación que había logrado su independencia en una fecha relativamente reciente, pero una nación con una antigua historia, le pusieran el nombre del santo patrono de Bohemia. Ni tampoco parece casual que en virtud de sus orígenes y su nombre se convirtiera en heredero de una dinastía. Al igual que a san Wenceslao,1 el duque de la dinastía Premislida del siglo X, le siguieron tres reyes del mismo nombre, el fundador de la dinastía Havel, Vácslav, hijo de un molinero emprendedor, y espiritista en sus ratos libres, bautizó con su mismo nombre a su hijo, Václav Maria, quien a su vez hizo lo mismo, el 5 de octubre de 1936 con su propio hijo, el futuro presidente. La mitología no acaba ahí, ya que el tratamiento legendario de la figura histórica de san Wenceslao supone un equivalente directo del relato del rey Arturo, tal vez con los mismos antecedentes. No lejos de Praga hay un monte llamado Blaník, que probablemente es una loma hermana de Planig, en Renania, de Blagny, en los alrededores de Dijon, y de Bligny, cerca de París, todas ellas con raíces celtas, en cuyo interior se cuenta que hay un ejército de caballeros durmientes, a la espera del momento en que las cosas no puedan pintar peor para la nación checa, y entonces, a las órdenes del mismísimo san Wenceslao, acudirán en su ayuda. Quienquiera que lleve ese nombre por tercera vez en otras tantas generaciones debe de estar llamado a altos designios.
Había buenos motivos para semejantes ambiciones. Empezando desde cero con el proyecto de alcantarillado de una pequeña localidad, el abuelo Havel había creado una empresa de construcción y un imperio inmobiliario, que incluía la orgullosa casa de Praga, a orillas del río Moldava, donde vivía la familia; no obstante, su máximo logro fue el gran complejo comercial y de entretenimiento llamado Lucerna en la plaza oportunamente llamada de Wenceslao, que era a la vez el Piccadilly y los Campos Elíseos de la bulliciosa capital. Fue el primer edificio de la ciudad construido en hormigón armado, y en aquella época todo el mundo lo llamaba «el Palacio», pero con su salón de baile, sus tiendas, sus bares, un cine, un club de música y numerosas oficinas, hoy podríamos llamarlo un centro comercial. Praga no es tan grande como Nueva York o Londres, pero tampoco es una ciudad pequeña, de modo que la regularidad con la que ese tipo de lugares y símbolos reaparecen una y otra vez en la biografía de Václav Havel resulta bastante sorprendente.
Los dos hijos de Vácslav tampoco eran mancos. Václav Maria siguió los pasos de su padre y expandió el negocio de construcción e inmobiliario, aunque lo afectó gravemente la Gran Depresión de principios de la década de 1930. Inspirándose en un viaje que hizo de joven a California, concibió una urbanización exclusiva en las colinas de Barrandov, sobre el río Moldava, contrató a los arquitectos modernos más destacados para construir en aquel lugar las primeras villas de tejado plano y estilo funcionalista, tan diferentes de las típicas casas con tejado a dos aguas de Praga, y a todo ello le añadió un bar y restaurante al estilo norteamericano, con vistas espectaculares sobre el río y la ciudad, siguiendo en líneas generales el modelo del restaurante Cliff House de San Francisco.2
Al otro hijo, Miloš, también lo inspiró California, aunque más por sus empresarios de sueños que por sus constructoras. En los solares adyacentes a la urbanización de su hermano construyó uno de los mayores estudios de cine del continente, y se convirtió en uno de los fundadores de la industria cinematográfica checa. El parecido con las colinas de Hollywood era tan llamativo que uno casi esperaba que hubiera un gran rótulo colocado en lo alto de la colina para que todo el mundo pudiera verlo desde cerca y desde lejos. Y de hecho, desde 1884, hay allí una placa conmemorativa de acero de cinco metros de largo con el apellido «Barrande», el paleontólogo francés que da nombre a la roca, y que se ve desde la otra orilla del río, anticipándose en cuarenta años al rótulo de Hollywood, lo que suscita dudas sobre cuál fue la fuente de inspiración original.
Los hermanos estaban muy unidos, pero eran muy diferentes. Václav Maria era un hombre de familia, serio, sensato y sólido, un paradigma de las virtudes burguesas, incluyendo una o dos amantes que mantenía discretamente a salvo de miradas curiosas. En sus tratos de negocios, lo que lo motivaba no era tanto «el deseo capitalista de conseguir beneficios, [...] sino la iniciativa, pura y simple, la voluntad de crear algo».3 Era un pilar de la sociedad, miembro del Club de Rotarios, masón y miembro de diversos clubes y asociaciones, un patriota ilustrado, que crio a sus hijos en la «atmósfera intelectual del humanismo masarykiano»,4 políticamente bien relacionado, pero no activo, un hombre culto, amigo de importantes escritores y periodistas checos, con una considerable biblioteca propia, un buen marido con su esposa y un padre «maravilloso y bueno»5 con sus dos hijos. Además era un hombre genuinamente decente y modesto, como queda claro por la forma en que trataba a sus subordinados, y más aún por la forma callada y digna con la que sobrellevó las adversidades y la exclusión social durante los últimos treinta años de su vida.
Miloš, el magnate del cine, era el bohemio de la familia, un hombre homosexual con un estilo de vida derrochador que celebraba fiestas multitudinarias, y que prefería la compañía de las estrellas del cine y los músicos a la de los banqueros y los políticos. Él y su círculo representaban lo que pasaba por ser el glamour en Checoslovaquia durante la década de los treinta. Según casi todas las fuentes, Miloš estaba totalmente volcado en sus estudios y era fiel a sus estrellas, lo que dio lugar a que se implicara en algunos proyectos cuestionables y en algunas concesiones y compromisos aún más cuestionables a raíz de la ocupación de Checoslovaquia por los nazis en 1939, cuando los estudios se convirtieron en una parte de su máquina de propaganda de guerra.
Božena, la madre de Václav, no era una simple nota al pie en aquella familia de individuos fuertes, sino que era claramente una personalidad por derecho propio, el arquetipo de la matrona praguense, igual que su marido era el arquetipo del caballero y su cuñado el arquetipo del vividor. Ella organizaba la vida familiar, se encargaba, con la ayuda de varias niñeras, de la crianza y educación de sus hijos, estuvo siempre a cargo de la agenda social, y hacía sus pinitos con la música, las artes y la ciencia. Su padre, Hugo Vavrečka, otro destacado producto del renacimiento nacional, era un ingeniero de Silesia, periodista, escritor y diplomático, un temprano visionario de la integración centroeuropea, y que además fue, durante poco tiempo, ministro del Gobierno checoslovaco.
Aunque Božena era, a decir de todo el mundo, una madre buena y concienzuda, y fomentaba todo tipo de intereses intelectuales en sus hijos, desde la química y las ciencias en general hasta el interés por la literatura y las representaciones caseras de teatro de guiñol, al parecer no era una madre demasiado complaciente en lo emocional, sobre todo con respecto a su primogénito. Adoraba a Ivan, su hijo pequeño, nacido dos años después que Václav, al que hacía responsable de su bienestar, y le echaba la culpa de todo lo que saliera mal –una desagradable experiencia bastante habitual para cualquier hermano mayor.6
No obstante, en conjunto, fue una infancia privilegiada, acomodada y feliz, y Václav fue un niño privilegiado, acomodado y feliz. El único problema, tratándose de un niño nacido en 1936, era que aquello no iba a durar mucho.
Su madre, muy aficionada a documentar la vida de la familia, aporta el que acaso sea el mejor ejemplo de las contradicciones que iban a condicionar la vida de Havel. El álbum familiar de 1938, que Božena recopiló e ilustró amorosamente con sus propios dibujos, empieza con una fotografía panorámica de la urbanización Terrazas de Barrandov, bajo el titular «Venóškovo» (del Pequeño Václav),7 lo que venía a decir, clara aunque equivocadamente, que algún día aquellas viviendas serían suyas.
En docenas de fotografías, muchas de ellas en compañía de su madre, su padre, sus familiares, sus amigos y su hermano Ivan, y con el telón de fondo de sus juguetes, las villas y los coches de lujo, Havel es justamente el modelo del niño al que no le falta de nada. Se le ve sonriente y seguro de sí mismo, vestido y alimentado como un príncipe. Su timidez y su inseguridad debieron de desarrollarse algún tiempo después. En una de las primeras fotografías de su hermano menor, tomada a los pocos días de nacer, se ve a Václav palpando con un dedo la nariz de Ivan, «para verificar que yo existía de verdad».8 A la edad de cuatro años, era un niño con firmes opiniones. Le preguntó a un amigo calvo de la familia, un tal doctor Wahl, por qué no tenía pelo. Cuando el doctor, en un intento de seguirle la corriente al niño, le respondió que su cabello crecía de fuera para adentro, Václav le comentó con mucho sentido práctico: «¿Pues sabes, tío, que ya te está saliendo por la nariz?».9
Y sin embargo hay una nota más sombría, que Božena no dejó de documentar en el álbum. Varias de sus páginas están dedicadas a distintos desastres, titulados sin diferenciación como «La escarlatina», «La movilización» y «La guerra». Una semana antes del segundo cumpleaños de Václav, Checoslovaquia movilizó su Ejército para defenderse contra las amenazas de Hitler, para después capitular ante el acuerdo «para salvar la paz» negociado entre Hitler, Mussolini, Daladier y Chamberlain en Múnich. En virtud del acuerdo, Checoslovaquia perdía los Sudetes, con su población mayoritariamente alemana, a cambio de garantizar la integridad territorial del resto del país. Cinco meses más tarde la Wehrmacht ocupó Praga, y Hitler impuso un «protectorado» sobre Bohemia y Moravia, mientras que Eslovaquia se declaraba Estado independiente, estrechamente vinculado a la Alemania nazi. Once meses después empezó la Segunda Guerra Mundial, que provocó un tsunami que arrasó grandes zonas de Europa, dejando irreconocible su mapa político, e hizo añicos el bienestar y las certezas de millones de familias, entre ellas la de Havel.
En el caso de la familia Havel, la inminente implosión llegó con una mecha de acción retardada. En 1942, mientras el tío Miloš lograba establecer una buena relación con los alemanes en un intento de salvar sus queridos estudios, su hermano, que nunca había sido un tipo llamativo, se retiró de la vida pública y social y se llevó a su familia a la relativa seguridad y comodidad de Havlov, la residencia de campo de la familia, en el paisaje ondulante de las tierras altas de Bohemia y Moravia. Allí, los niños, atendidos por una cocinera, una doncella y una niñera, bajo la atenta mirada de Božena, siguieron disfrutando de una infancia idílica, no muy distinta del Combray de Proust, rodeados de pinos susurrantes, del canto de los cucos y del olor de las pinturas al temple de Božena. Incluso el agua del pozo olía bien.10 De hecho, por las cartas de la familia y por los dibujos de los niños, resulta difícil discernir que estaban en plena guerra. Los principales acontecimientos de los que informan Božena y los niños durante la guerra y los primeros tiempos de la posguerra son su excursión a esquiar en Barrandov durante el invierno de 1941, que el pequeño Václav contrajo la escarlatina mientras estaba de visita en casa de sus abuelos Vavrečka en Zlín, que los persiguieron unos gansos en una aldea próxima a Havlov, o que los tumbó un «frío tan grande como un elefante», junto con un apropiado dibujo del episodio, con elefante y todo.11 Algunos de los incidentes que describe Václav en las cartas a sus abuelos eran graves únicamente desde el punto de vista de un niño de diez años: «Por la tarde tuve que hacer mis deberes de castigo porque nos habíamos portado muy mal en una excursión. Fuimos al bosque a recoger ramas, y nos fuimos cada uno por nuestro lado, de modo que el maestro no podía encontrarnos».12 Incluso a esa edad Havel ya era aficionado a los efectos dramáticos: «Hoy hemos ido al cine. La película se llamaba Tabú. Era bastante buena, pero un viejo lo estropeaba todo. Era bastante viejo, feo, y le gustaban las chicas jóvenes».13 Un importante acontecimiento, relatado nada menos que tres veces en otras tantas cartas, fue que Rezi (la cocinera), Mařenka (la doncella) y Miss (la niñera) fueron a un baile. Havel señala que debieron de pasárselo muy bien en el baile, ya que volvieron a las cuatro de la madrugada. Su madre, Božena, no pegó ojo en toda la noche.14
El pequeño Václav, seguro de sí mismo, y su encantador hermano Ivan, con su pelo rizado, y al que su madre llamaba cariñosamente Ivánek o incluso Iveček –un apodo acuñado por ella–, seguían sin verse afectados por el caos que los rodeaba. Durante el verano se ve a la familia cenando al aire libre en Havlov. En una ocasión en que los niños regresaron con la cesta vacía de una expedición para recoger setas, mamá acudió en su ayuda pintando en la foto un montoncito de apetitosos boletus. En Zlín, Václav dedicaba largos ratos a jugar con el perro de la familia, señalando el comienzo de un afecto por los canes que duraría toda una vida. En verano los niños iban a bañarse a un lago cercano, y en invierno, cuando se helaba, también iban a patinar. Aparentemente Václav se sentía físicamente superior a su hermano menor: «Al cabo de media hora yo ya patinaba como un demonio. Ivan seguía cayéndose muchas veces».15
Animado por su talentosa madre, Václav dedicaba mucho tiempo a dibujar y a pintar. La elección de sus temas podría calificarse de sintomática, aunque no era ni mucho menos atípica para un niño de su edad. Dibujaba muchos reyes y reinas, castillos y coronas; incluso pintó «la Orden de San Venceslao»,16 ya que al parecer era felizmente desconocedor de que en aquella época se concedía una condecoración con ese nombre a los que colaboraban con los nazis. Le gustaba dibujar soldados con uniformes históricos, en su mayoría con bigotes como los de los Havel, u otro tipo de vello facial. Sus dibujos de aves y setas son coloridos y estilizados, no muy distintos de los que debía de dibujar el ornitólogo John James Audubon con diez años. Ivan, por su parte, había demostrado estar más en contacto con la realidad, ya que intentó dibujar un retrato de Adolf Hitler.
A ambos niños les fascinaban los instrumentos, la maquinaria compleja y las fábricas. «Abuelo, ¿podrías dibujarme cómo está hecha una aspiradora para que entre la electricidad y chupe el polvo y la porquería? Estoy deseando saberlo.»17 El abuelo Vavrečka lo complació con gusto. Pero al parecer en el joven Václav la curiosidad intelectual iba unida también a una buena dosis de empatía y de conciencia social. Un día le preguntaron qué temperatura hacía, y él contestó desconcertantemente: «Dieciséis grados en la escala Réaumur», y a continuación añadió: «Me da pena el pobre hombre. Todo el mundo prefiere a Celsius, así que Réaumur me dio lástima».18
En Havlov, durante la guerra, los dos niños empezaron a asistir al colegio del pueblo. Aunque no se sabe nada del nivel del centro, por lo menos en dos ocasiones Václav presumió ante sus abuelos de que había sacado todo sobresalientes en su hoja de calificaciones, sin olvidarse de añadir que Ivan consiguió un notable en canto y en caligrafía.19
Percibimos la imagen de un niño brillante, con talento, seguro de sí mismo, algo más que un pequeño sabihondo. En una ocasión que su abuela iba a hacerles una visita desde Zlín, la madre de Václav le escribía a la anciana: «Estoy seguro de que querrá leerte editoriales políticos, y que sin duda añadirá sus propios comentarios».20 Havel fue un zoon politikon desde sus comienzos.
A pesar de todos los aspectos envidiables de su situación, el propio Havel no recordaba su infancia como una época particularmente feliz. Lo achacaba a las «barreras sociales» que experimentaba como un niño privilegiado que se estaba criando en un entorno rural y mayoritariamente campesino y proletario. Lo percibía como un «muro invisible» detrás del cual él, y no sus vecinos, se sentía «solo, inferior, perdido, ridiculizado» y «humillado por mi estatus “superior”».21
Esa sensación de sentirse marginado y aislado, y al mismo tiempo injustamente privilegiado, acompañó a Havel a lo largo de toda su vida. A su juicio, lo dotó para siempre de un punto de vista desde «abajo» o desde «fuera».22 Atribuía sus problemas, que entonces no habría podido diagnosticar como existenciales, a la «atención involuntariamente perjudicial» de sus padres.23
A diferencia de Franz Kafka, uno de sus grandes modelos, Havel nunca se sintió víctima de unas fuerzas impersonales aplastantes que estaban más allá de su control. Puede que su tenacidad y su valentía interiores fueran lo que lo llevaban a desafiar y a enfrentarse una y otra vez a dichas fuerzas de igual a igual, y ocasionalmente como vencedor y conquistador a pesar de, o tal vez debido a, la conciencia de su propia fragilidad como individuo. Fue ese espíritu rebelde lo que lo predestinó para el papel de marginado, más que de víctima. Su punto de vista siempre había sido desde «fuera», más que desde «abajo».
A pesar de todo, es posible que Havel estuviera sobrevalorando la singularidad de sus propios sentimientos. Es natural que la mayoría de los adolescentes experimenten una sensación de aislamiento de sus compañeros, de sus familias y de su situación social. Él mismo cita el hecho de ser «un lechón bien alimentado» como una de las circunstancias que contribuyeron a su sensación de ser un marginado, una situación nada extraordinaria a esa edad.
Pero ése no es ni mucho menos todo el cuadro. En todos los recuerdos de Havel, en los testimonios y en las entrevistas sobre su infancia, hay un enorme hueco. No hace falta ser psicólogo para darse cuenta de que raramente se menciona a su madre, a diferencia de lo que ocurre con su padre, su tío, su hermano y sus abuelos. Es algo que resulta aún más extraño debido a que Božena, que se parecía más a su padre, tenía unas inclinaciones artísticas e intelectuales mayores que su esposo, hablaba varios idiomas y hacía sus pinitos en la pintura. Además, creía en un enfoque práctico a la hora de criar a sus hijos. Aunque en la familia había una gobernanta, Božena Havlová asumió la tarea de enseñarles el alfabeto a sus hijos, e incluso diseñó las grandes letras que ella misma colgó en la pared.24 Božena fomentó el talento artístico de Václav, así como su interés por la ciencia. Sin embargo, Havel raramente la menciona, y casi todo lo que sabemos de ella proviene de su hermano Ivan.
El contraste entre la relación de Havel con su madre y con su padre queda bien ilustrada por dos cartas posteriores, ambas enviadas en 1948 desde el colegio donde estaba internado Václav, en la época en que los comunistas asumían el control del país. A su madre, el 31 de mayo: «¿Me dejé en casa mi pluma estilográfica? ¿Cuáles han sido los resultados de las elecciones en Praga y en el país? Por lo demás, todo va bien. Atentamente, V. Havel».25 A su padre, hacia el 28 de septiembre, el día de san Wenceslao: «Querido papá, en el día de tu santo quiero desearte todo lo mejor que puede desear el corazón, y que las palabras no pueden expresar, sobre todo que en el futuro el día de tu santo llegue en mejores circunstancias. Tu hijo Václav Havel».26
Una cosa es dar por sentado que la relación de Havel con su madre no era particularmente íntima, y otra cosa bien distinta es intentar adivinar por qué. A primera vista, parece que no hay nada fuera de lugar. Božena era un ejemplo bastante típico de las mujeres acomodadas de Praga en aquella época. Era la zarina en su propia casa, supervisaba la educación de sus hijos, recibía en su casa y a su vez era invitada a otras casas junto con su marido, y toleraba las infidelidades de su esposo. Era un matrimonio bueno y estable, aunque para Václav era el segundo, y ella era dieciséis años más joven que él. Božena parecía una mujer que protegía y a la vez apoyaba a sus hijos, y que estaba ansiosa de que triunfaran.
Pero en algún momento da la impresión de que Božena contribuyó a la profunda ambivalencia hacia el sexo opuesto que caracterizó a su primogénito durante toda su vida. Había una necesidad profundamente arraigada de compañía femenina y de su ternura y su consuelo, pero también de la orientación y el orden que podía aportarle. Durante toda su vida, Havel buscó instintivamente la compañía de mujeres fuertes, dominantes, que pudieran marcarle una dirección y aliviar su sentido de indefensión e inseguridad. Aun a riesgo de utilizar un manido cliché psicoanalítico, todas esas mujeres, de una forma u otra, se parecían a la madre de Václav.
Al mismo tiempo, Havel a menudo no respetaba y rehuía justamente esa autoridad y ese orden que le aportaban las mujeres de su vida. Aunque las reflexiones sobre las complejidades de la relación entre un hombre y una mujer ocuparon gran parte de su tiempo y condicionaron muchos de sus escritos, Václav pasaba la mayor parte de su tiempo en compañía de hombres, donde casi siempre era la figura dominante. Aunque otorgaba una gran importancia a la gran agudeza de las intuiciones de las mujeres y a su mayor capacidad para comunicarse con los misterios más profundos de la existencia, sentía menos respeto –salvo por unas pocas excepciones destacadas– por sus facultades intelectuales. En Cartas a Olga Havel mostraba una actitud un tanto condescendiente hacia los escritos y el pensamiento de su esposa.
Esa actitud contradictoria hacia las mujeres también se refleja claramente en la presidencia de Havel. Por un lado, no dejaba de rodearse de mujeres, y en un momento dado incluso corrió el riesgo de que lo compararan con Muammar el Gaddafi cuando incorporó a dos mujeres a su escolta personal. Al mismo tiempo, no solía encomendar a una mujer un cargo de la máxima responsabilidad. Entre los más de cien ministros que designó para el Gobierno a lo largo de su presidencia, menos de cinco fueron mujeres. De las dos mujeres que formaban parte del antiguo círculo íntimo de la presidencia, a Eda Kriseová, una antigua amiga y excelente escritora de relatos, y a Věra Čáslavská, la gimnasta olímpica ganadora de siete medallas de oro, les asignaron, respectivamente, las tareas de atender las cartas dirigidas al presidente y de asesorarle sobre políticas sociales y de bienestar. Durante el periodo posterior como presidente de la República Checa, Havel relegó a las mujeres al papel de ayudantes y secretarias. En aquel momento, las únicas mujeres profesionales de importancia dentro de su equipo fueron sus abogadas, tanto privadas como oficiales, y Anna Freimanová, la encargada de sus derechos de autor. Tal vez, en última instancia, Havel prefería confiar en las mujeres para que protegieran su bienestar y sus intereses personales.
Así pues, quien pretenda ofrecer un cuadro matizado de la personalidad de Havel tendrá que afrontar su profunda dualidad, que se remonta hasta su infancia, y que no se limita a sus relaciones con las mujeres. Combinada con la torpeza de un niño regordete y cohibido, desde muy niño surgió en él la plena confianza en sí mismo de un chico precoz con una curiosidad y un interés intelectual inagotables, mucho mayores de lo que cabría esperar en alguien de su edad. A lo largo de todos los vaivenes de la agitada vida que lo esperaba, ambos lados de su carácter permanecieron claramente en evidencia. Si acaso, su confianza en sí mismo aumentaba en proporción directa con las adversidades y dificultades que tenía ante sí, y sus dudas acabaron siendo inseparables de los momentos en que conseguía sus mayores logros. Semejante disposición mental no contribuye necesariamente a una vida fácil, pero puede hacer que su portador esté bien equipado para afrontar las complejidades de la existencia.
1. En checo, Václav.
2. En abril de 1969, Ivan, el hermano de Václav, que a la sazón disfrutaba de una beca de doctorado en Berkeley, le envió a su padre una postal del restaurante Cliff House y de las Seal Rocks (rocas de las focas), los islotes vecinos. «Los leones marinos son de verdad. Los he visto, aullando.» Al margen añade: «Por dentro se parece todavía más a Barrandov». Archivo de Ivan M. Havel, Biblioteca Václav Havel (a partir de ahora BVH), n.º 18301.
3. Dálkový výslech (1990), p. 4.
4. Ibíd., p. 7.
5. Ibíd., p. 5.
6. Conversación con Ivan M. Havel, granja de Košik, 20 de agosto de 2012.
7. Al igual que muchos nombres de uso frecuente, «Václav», en checo se presta a una docena de variantes coloquiales y diminutivos, que indican distintos grados de familiaridad y afecto, como Véna, Venca, Venda, Venoušek, Vašek, Vašik, Vašíček, etcétera, y sus conocidos utilizaron la mayoría de ellos para llamar a Havel a lo largo de su vida. Curiosamente, aquí, al eliminar la «u» en «Venóškovo», Božena revela sus raíces de Silesia.
8. Conversación con Ivan Havel, 20 de agosto de 2012.
9. Álbum familiar de 1938, BVH, n.º 1788. En realidad, el álbum abarca un periodo de dos años, 1938-1940.
10. Conversación con Ivan M. Havel, 20 de agosto de 2012.
11. Un frío tan grande como un elefante, dibujo, invierno de 1946, BVH n.º 1389.
12. Carta a Hugo y Josefina Vavrečka, 11 de enero de 1946, BVH n.º 1472.
13. Ibíd.
14. Carta a Hugo y Josefina Vavrečka, 2 de febrero de 1946, BVH n.º 1473.
15. Carta a Hugo y Josefina Vavrečka, 9 de enero de 1946, BVH n.º 1472.
16. BVH n.º 1390.
17. Carta a Hugo Vavrečka, 25 de enero de 1947, BVH n.º 1480.
18. Božena Havlová a Josefina Vavrečková, 22 de enero de 1947, BVH n.º 1456.
19. Cartas a Hugo y Josefina Vavrečka, 18 de febrero de 1946, BVH n.º 1474; 7 de febrero de 1947, BVH n.º 1481.
20. Božena Havlová a Josefina Vavrečková, 22 de enero de 1947, BVH n.º 1456.
21. Dálkový výslech, p. 5.
22. Ibíd.
23. Ibíd., p. 6.
24. Božena Havlová (2003).
25. Archivo de Ivan M. Havel, descubrimiento reciente.
26. Ibíd.