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Ulcinj, Albania y dos imperios
Esta historia comienza en Ulcinj, una ciudad levantada sobre un afloramiento rocoso al borde del mar Adriático, y lugar de origen de las figuras centrales de este libro. Situada cerca del extremo sur del actual Montenegro, es poco visitada hoy día por los europeos occidentales, pero ha pasado a ser un popular centro de veraneo para albaneses y kosovares, que van allí tanto por los más de once kilómetros de playas doradas, que se extienden al pie de la ciudad y hacia el sur, como porque es una ciudad de habla albanesa. Ulcinj (alb.: Ulqin; ital.: Dulcingo) no es grande –la población actual es de aproximadamente 11.000 habitantes en la ciudad misma, y otros 20.000 en su periferia– y no ha tenido un papel muy descollante en la historia. Para los historiadores modernos es más conocida por la crisis surgida tras el Congreso de Berlín de 1878, cuando la decisión de adjudicar Ulcinj al estado montenegrino se enfrentó a la oposición del Imperio otomano, al cual pertenecía desde 1571, y de los habitantes de la ciudad, en su mayoría albaneses musulmanes. Anteriormente había sido muy temida, en los siglos XVII y XVIII, por ser una conocida guarida de piratas, especialmente relacionados con los «corsarios de Berbería» del norte de África. Fue afamada, además, porque el autodesignado mesías judío, Sabbatai Sevi, cuya proclamación conmocionó a todo el mundo judío, murió allí en el exilio en 1676, tras su misteriosa (y para sus seguidores, profundamente perturbadora) conversión al islam. Pero, como la mayoría de las ciudades de la región, Ulcinj tenía una historia mucho más antigua. En origen iliria y después romana, había formado parte de una larga sarta de poblaciones costeras del Adriático oriental, con sus propias tradiciones municipales, integradas primero en provincias bizantinas y después, en los reinos o principados eslavos. Bajo los últimos mandatarios eslavos, la dinastía Balšić o Balsha de finales del siglo XIV, había sido un importante centro comercial, fuertemente vinculada a Dubrovnik, y había acuñado su propia moneda. Ulcinj quedó bajo poder veneciano en 1405, y tras algunas tempranas interrupciones, permaneció bajo su dominio hasta la conquista otomana en 1571.1
La primera descripción detallada de Ulcinj que se conserva data de la década de 1550, el punto cronológico, en efecto, donde arranca este libro. En ese momento era una ciudad bastante pequeña, de escasa importancia económica. Pero era importante para Venecia por estar situada en una frontera decisiva: era el puesto de avanzada más distante de una larga faja de territorio veneciano en la cosa oriental del Adriático, colindante con en el Imperio otomano. Un funcionario veneciano que visitó Ulcinj en 1553 registró 300 unidades domésticas, con un total de 1.600 habitantes, de los cuales 300 eran hombres en edad de combatir. Dividió a éstos en tres categorías: nobles, ciudadanos y «trabajadores» («lavoratori»), siendo estos últimos los que trabajaban las tierras circundantes, y producían el vino y el aceite de los cuales «los nobles y los ciudadanos obtienen la mayor parte de sus rentas». El territorio perteneciente a Ulcinj era pequeño (tres kilómetros por diez), con dos o tres aldeas y 600 habitantes; pero, como se observaba en otra relación del mismo año, suministraba suficiente grano para alimentar a la ciudad medio año y suficiente vino para todo el año, además de un excelente aceite de oliva para la exportación. No todos los trabajadores estaban ocupados en el campo; en un informe de 1558 se decía que muchos se ganaban el sustento como marineros y que la mayoría de la población era pobre. En efecto, la pobreza general de esta ciudad es algo que se desprende de todos estos documentos; en avances recientes los otomanos se habían apoderado de gran parte de lo que en su día había sido un hinterland agrícola extenso y rentable, y el modesto volumen de comercio que pasaba por Ulcinj no bastaba para compensar la pérdida. Las rentas de la ciudad consistían en no más de 700 ducados de oro anuales en derechos de aduana sobre las mercancías, y no más de 50 por el comercio de caballos (comprados a los otomanos y enviados desde allí a Venecia), además de 120 o 130 ducados de impuestos sobre el vino, utilizados para pagar el sueldo del gobernador de la ciudad. Pero dado que los costes básicos de defensa eran de 1.770 ducados anuales, es evidente que el mantenimiento de Ulcinj no era una posibilidad viable sin los subsidios venecianos. Y por la queja, presentada en uno de estos informes, de que un soldado corriente destinado allí tenía dificultades para vivir con un salario anual de 32 ducados, nos hacemos una idea de la escala penosamente escasa de las finanzas municipales, que, de haberse empleado exclusivamente en soldadas, no habrían podido sufragar a más de 27 hombres.2
Puesto que Ulcinj era una ciudad fronteriza, cabría esperar que hubiera sido mantenida como prominente plaza fuerte militar. Pero la estrategia veneciana respecto al Imperio otomano no era excesivamente hostil, y la mayoría de los escenarios militares habrían supuesto tanto el reclutamiento de combatientes de la localidad como el rápido refuerzo de la ciudad por mar. Por ello, sólo se mantenía allí un pequeño contingente para vigilar el territorio y actuar en caso de posibles incursiones, algunas de las cuales adoptaba la forma de ataques de piratas por mar. En 1553 había solamente ocho soldados, mandados por un oficial veneciano, en la guarnición del castillo, además de 18 soldados de infantería bajo un capitán de Padua, 19 «estradiotes» (caballería ligera) con dos capitanes albaneses y 24 soldados martolos (término general que designaba a los combatientes balcánicos locales), reclutados en el territorio, que eran «hombres extremadamente fieros», armados con cimitarras, lanzas y arcos con flechas envenenadas. La ciudad en general había sido descrita en 1553 como «no fortificada»; en realidad tenía murallas, pero esto sugiere que no se habían mantenido en estado defensivo. El castillo en sí quizá pudiera parecer imponente, con sus «murallas altas y viejas»; pero, como precisaba el documento de 1558, quedaba tapado por dos puntos de terreno más elevado en el acceso por tierra y, por el lado del mar, «parte de la muralla amenaza ruina». Anteriores informes y mensajes de Ulcinj habían ya transmitido una mala impresión de las defensas de la ciudad: en 1531 el gobernador había advertido sobre las malas condiciones del armamento, diciendo que «alguna artillería y armas de fuego son totalmente inútiles», y el oficial de artillería destinado allí tres años antes se había quejado también de los albaneses con los que debía tratar.3
A uno de los funcionarios que visitó la ciudad en 1553 tampoco le resultaron simpáticos sus habitantes: «Estos albaneses», escribió, «tienen costumbres bárbaras.» Y añadía a continuación –como si ello diera prueba de su barbarie– que «hablan la lengua albanesa, que es totalmente diferente del dálmata [eslavo]». Pero, decía, «son dignos de encomio en esto, que son fidelísimos a su príncipe. Entre ellos no hay persecuciones extremas ni odios intestinos, pero son muy prestos a la cólera, y se enzarzan voluntariamente de palabra en la plaza, pero con igual rapidez se despeja esta hosquedad natural suya». En algunos sentidos, habría parecido un lugar extraño y remoto a un visitante de Venecia, sobre todo uno de clase patricia, como era este funcionario, Giovanni Battista Giustinian. Una impresión similar puede resultar de observar uno de los pocos restos materiales conservados del periodo veneciano: una inscripción en piedra sobre la entrada de una casa, en una de las estrechas calles de la ciudad vieja: «Nemo profeta aceptvs est in patria sva», «Nadie es profeta en su tierra», reza (citando a Lucas 4: 24); probablemente fue colocado allí por un ciudadano veneciano expulsado de Venecia, que abrigaba amargos sentimientos por hallarse en tan lejano exilio.4
No obstante lo cual, las condiciones básicas de aquella vida urbana no habrían resultado muy ajenas a nadie de la Italia continental. Aunque la mayoría de sus habitantes solía hablar albanés, y sólo una minoría, la lengua eslava, la lengua para la vida pública, y gran parte de la actividad mercantil, era el italiano. Un magnífico edificio civil frente al mar, que probablemente sería el ayuntamiento, estaba directamente inspirado en el Palazzo del Governo (ayuntamiento) de Ancona. Había una catedral románico-gótica, con obispo y capítulo catedralicio, y al menos otras cinco iglesias. El catolicismo tenía una larga tradición en esta ciudad, y aunque sus mandatarios eslavos medievales habían fundado y patrocinado iglesias ortodoxas, era significativo que las más importantes de éstas se encontraran fuera de las murallas de la ciudad. Nada sabemos sobre la educación en Ulcinj, pero había sin duda suficientes clérigos para garantizar estudios elementales en italiano y latín; un escritor humanista, Martino Segono, del pueblo kosovar de Novobërdë (srb.: Novo Brdo), fue obispo de Ulcinj a fines del siglo xv, y un erudito de Ulcinj, Lucas Panaetius «Olchinensis», publicó ediciones de obras de César, Plauto y Aristóteles –así como del filósofo Marsilio Ficino y el carismático predicador Girolamo Savonarola– en Venecia en las décadas de 1510 y 1520. Con seguridad se mantenían relaciones frecuentes con Venecia, no sólo por asuntos comerciales y administrativos, sino también por la importante población de emigrados de Ulcinj que vivían y trabajaban en aquella ciudad. En suma: aunque era un mundo de pequeña ciudad, y en muchos sentidos un lugar aislado, ir allí desde Italia no representaba cruzar una divisoria fundamental, sino trasladarse a una parte lejana de la esfera cultural veneciana aún reconocible.5
Lo mismo cabría decir de la ciudad de Bar, otra posesión veneciana, situada unos veinte kilómetros al norte (en línea recta). No se trataba de la moderna ciudad portuaria de este nombre, sino de la «Vieja Bar» (Stari Bar), una población amurallada a unas pocas millas tierra adentro, que sobrevivió hasta fines del siglo XIX pero fue entonces gradualmente destruida por bombardeos de artillería, una enorme explosión de municiones y un terremoto. A mediados del siglo XVI Bar era una población mayor que Ulcinj (con 2.500 habitantes frente a 1.600), y más próspera: el terreno agrícola que le pertenecía era mayor, y exportaba cantidades considerables de vino y aceite. También había aquí una catedral católica, junto a otras iglesias, pero había asimismo un componente ortodoxo entre la población. Al margen de afiliaciones religiosas, la mayoría de los habitantes eran eslavo-hablantes. Un estudio sobre emigrantes de Bar en Venecia muestra que allí se asociaban mucho más con los emigrados de los pueblos inmediatamente al norte –Budva y Kotor (ital.: Cataro)– que con los de Ulcinj; es probable que la lengua tuviera alguna relación con ello. Pero mientras que los albaneses constituían una minoría en la población de Bar, Giustinian anotaba en su relación de 1553 que en las aldeas cercanas se utilizaban ambas lenguas; toda esta zona era un espacio fronterizo entre los mundos de habla albanesa y de habla eslava, y debió ser común el bilingüismo.6
Como observaba Giustinian, había quien consideraba Bar como el final de Albania y el principio (avanzando hacia el norte) de Dalmacia. Pero el uso de estos nombres era flexible, y eran tratados como nombres geográficos –si bien con criterios poco claros– más que como demarcadores lingüísticos. La práctica oficial de Venecia solía aludir a todo este territorio litoral montenegrino, que se extiende hasta el flanco norte del Golfo de Kotor, como la «Albania véneta», y la definición otomana de Albania también llegaba hasta este punto tan septentrional; pero algunos escritores ponían el límite superior de Albania en Ulcinj o incluso más al sur, en la desembocadura del río Drina. Cuando los documentos de este periodo hacen referencia a los albaneses, pueden utilizar este término de modo que se corresponde aproximadamente con nuestro moderno sentido etnolingüístico, pero también puede significar simplemente la gente de una zona geográfica mayor, o al menos distinta, que la actual Albania.7
Al visitar la región en 1553, Giustinian se formó una impresión aún peor de los habitantes de Bar que de los de Ulcinj. Aunque advirtió complacido que esta ciudad podía suministrar 500 combatientes extremadamente belicosos, calificó sus costumbres como totalmente bárbaras («barbarissimi»), a lo cual añadía: «son huraños y naturalmente enemigos de los forasteros, y apenas se quieren a sí mismos, son maledicentes y muy irritables». Un cierto ethos de violencia parece haber estado presente en esta sociedad: un estudio sobre violencia y el clero a finales del siglo xv resalta dos casos de seglares que mataron a sacerdotes en Bar, un caso de dos sacerdotes luchando entre sí, y otros de dos sacerdotes dando una paliza a un diácono. En 1512 estalló una disputa entre dos clérigos que reclamaban ambos la cercana abadía benedictina de Ratac. Cada uno de ellos representaba a un grupo de interés con su propia facción de hombres armados; cuando dejaron de luchar entre sí, había 62 personas muertas. (Como veremos, no obstante, operaban en esto razones sociopolíticas de mayor calado que la mera rivalidad eclesiástica.) Y había aún mayor violencia fuera de las murallas de la ciudad, debido a las muy tensas relaciones entre el pueblo de Bar y los Mrkojevići (ital.: Marcovichi; alb.: Mërkoti), un clan o tribu belicoso, con 1.000 guerreros, que dominaba la campiña en torno a la ciudad. Habían sido cooptados por las autoridades venecianas en el siglo XV, y habían prestado un leal servicio militar. Pero gran parte de su territorio había sido posteriormente tomado por los otomanos, y cuando se levantaron contra sus nuevos señores las autoridades venecianas de Bar les denegaron su ayuda, no queriendo violar el reciente acuerdo de paz veneciano-otomano. Éste era, se decía, el origen de su feroz hostilidad hacia la ciudad. Pese a ello, muchas familias urbanas habían mantenido la tradición de matrimonios mixtos con los Mrkojevići; y el sistema de justicia de Bar, bastante sumario, significaba también que los ciudadanos denunciados por las autoridades marchaban de inmediato a unirse al clan, en lugar de permanecer en la ciudad con la probable perspectiva de ser ahorcados. Era tal la inseguridad general, que los habitantes de Bar no podían salir a trabajar en sus campos sin guardias armados, y los altos funcionarios, como Giustinian, a su llegada, no podían viajar desde la costa a la ciudad (menos de cinco kilómetros) sin una escolta de caballería ligera estradiota. Pero Giustinian vio una ventaja en este conflicto continuado: sólo su «guerra» constante con los Mrkojevići, dijo, impedía que la gente de Bar se matara entre sí «como perros rabiosos».8
Esta situación no era atípica en el complicado estado de cosas de las tierras fronterizas veneciano-otomanas, o incluso en las zonas fronterizas cristiano-otomanas en general. A menudo, la causa endémica de conflicto no era la oposición entre uno y otro Estado, sino animosidades locales entre grupos que compartían varios rasgos de identidad: los Mrkojevići eran eslavos, como la mayoría de los habitantes de Bar, y ortodoxos, como algunos de ellos. El hecho de que el principal territorio Mrkojevići estuviera al otro lado de la frontera otomana no significaba que sus ataques contra el pueblo de Bar fueran pro otomanos (la historia del origen de esta disputa sugiere exactamente lo contrario); pero tendía en efecto a prolongar y reforzar el conflicto, dado que daba prestancia a cualquier gobernador de Bar tentado de tomar represalias contra las aldeas de los Mrkojevići.
Una pauta bastante similar se observaba costa arriba en el pequeño pueblo de Budva, también bajo dominio veneciano. Hoy, este conglomerado de casas de piedra con tejados rojizos, casi totalmente rodeado por el mar, es uno de los lugares más preciados del patrimonio cultural de la región. En los años 1550 era un lugar mísero, al que correspondía una diminuta franja de tierra donde toda la agricultura había sido sustituida por viñedos, para complementar los escasos ingresos de los marineros, pescadores y pequeños comerciantes del litoral que allí vivían. El pueblo y el territorio juntos sumaban sólo 800 almas, entre las cuales habría, como máximo, 200 combatientes. Convertidos al catolicismo (afiliados antes a la Iglesia ortodoxa serbia) en 1521, tenían obispo propio, pero éste residía casi siempre en Italia. La descripción que hizo Giustinian de los budvanos acaso explique el porqué: «tienen costumbres bárbaras, y viven sórdidamente como gitanos, en una sola habitación con sus animales, como casi todos los albaneses [esto es, gentes de la «Albania véneta»], lo que se debe a la extrema pobreza que hay en esta provincia». El problema de la seguridad no provenía aquí de los habitantes de las cercanas aldeas otomanas, con las que Budva mantenía relaciones muy amistosas. Surgía, más bien, del odio eterno entre el pueblo de Budva y otro poderoso clan o tribu, los Paštrovići, que dominaban una zona extensa, con base clánica al sureste de Budva. El origen de esta hostilidad era oscuro. Como observó Giustinian, persistió no obstante dos factores comunes: ambos grupos tenían lazos de sangre, y ambos eran «fidelísimos» a Venecia. También los Paštrovići habían sido cooptados como fuerza guerrera por Venecia (podían reunir 1.200 hombres), y les habían concedido una serie de privilegios para mantener su lealtad: disfrutaban de ventajas fiscales y comerciales, y aplicaban sus propias leyes, autogobernándose, como decía el informe de 1558, «casi como los suizos». Para los venecianos esto generaba una situación incómoda, en que la gente de Budva se identificaba más con Venecia y se prestaba mejor a ser gobernada por ésta, pero los Paštrovići eran los que, para fines de seguridad, más importaban a los intereses venecianos.9
De camino hacia el norte desde Budva, Giustinian viajó por tierra, con una guardia de caballería estradiota, atravesando el territorio de un clan que había transferido sus lealtades a los otomanos unos quince años antes. Este viaje le llevó hasta Kotor, otro enclave fortificado bajo dominio veneciano (con murallas defensivas que ascendían por la empinada ladera de un monte a espaldas de la ciudad, para abarcar una pequeña fortaleza en su cima). Kotor está emplazada en el punto más interior del Golfo de Kotor, una enorme extensión de agua parecida a un fiordo, de forma irregular y espectacular belleza, que ofrece el mejor refugio de agua profunda en toda la costa oriental del Adriático; no sin motivo fue una importante base naval austrohúngara durante la Primera Guerra Mundial. De todas las ciudades mencionadas hasta este momento, Kotor era la más importante. No sólo tenía una población de tres o cuatro mil habitantes, y considerables ingresos fiscales del comercio con el hinterland; controlaba además un territorio largo, con 32 aldeas, que serpenteaba a lo largo de los litorales este y norte del golfo. (Aunque no llegaba hasta la entrada del mar: los otomanos habían tomado posesión de un puesto estratégicamente importante allí, la ciudad y fortaleza de Herceg Novi (ital.: Castelnuovo).) Quizá Kotor no fuera oficialmente clasificada como capital de la «Albania véneta» en esta época, pero es así como funcionaba en casi todos los aspectos: de esta forma, por ejemplo, aunque los recursos judiciales contra las órdenes de los gobernadores de Bar o Ulcinj iban directamente a Venecia en causas mayores, aquellas que suponían demandas por valor inferior a 100 ducados iban a los gobernadores de Kotor. Las razones por las que ésta tenía una elevada situación jerárquica eran a un tiempo militares y comerciales. Pero si bien los intereses militares podrían inducir a pensar que las relaciones con las autoridades otomanas locales eran aquí más tensas, dichos intereses estaban muy contrapesados, en circunstancias normales, por la conexión comercial, que suponía el flujo de tejidos de lana, pieles, cera y caballos otomanos por un valor bruto anual de 300.000 ducados. Giustinian, que escribía sólo trece años después de una importante guerra veneciano-otomana con serios combates en esta región, declaraba que «se llevan las gentes de Kotor y sus súbditos muy bien con los turcos».10
Lo cual no dejaba de ser una ventaja, porque el Estado otomano que se extendía al otro lado de estas tenues franjas de territorio veneciano, al este y al sur, era con diferencia la potencia más dinámica de Europa oriental. En los dos siglos anteriores, el Imperio otomano se había expandido a un ritmo asombroso. Hacia 1400, los sultanes otomanos se habían ya apoderado de Tracia, Bulgaria y Macedonia, habían arrebatado el gran puerto de Salónica a los venecianos, infligido una derrota estratégica a un ejército de coalición liderado por los serbios en la batalla de Kosovo, y enviado numerosas fuerzas merodeadoras por todo el norte de Albania llegando incluso a Ulcinj. Durante un breve periodo en los primeros años del siglo XV, su avance fue detenido, y aun obligado a retroceder, pero pronto estuvieron otra vez en movimiento; la mayor parte de Albania, con la excepción de un puñado de ciudades bajo control de Venecia, fue conquistada –empleando una combinación de acción militar directa y cooptación, bajo presión, de los señores del lugar– entre 1415 y 1423. Otros territorios balcánicos del norte estaban ya sometiéndose a la influencia otomana o incluso aceptando estatus vasallático; pero después de la toma de Constantinopla en 1453, el sultán Mehmed («el Conquistador») decidió prescindir de los métodos de gobierno indirecto, y envió a sus ejércitos para incorporar, primero, los territorios serbios y, después, el reino de Bosnia al Estado otomano. La conquista de la Grecia continental se llevó a cabo también en esta época. La siguiente gran fase de expansión en Europa se produjo con las campañas húngaras del sultán Süleyman el Magnífico en la década de 1520, cuando una gran parte del reino de Hungría pasó a ser territorio otomano. El ejército del sultán se enfrentó entonces a las fuerzas del Sacro Imperio Romano lideradas por los Habsburgo –en 1529 incluso ante las murallas de la propia Viena, que los otomanos estuvieron a punto de capturar–. Hubo muy pocas conquistas directas en la Europa continental a partir de entonces, aunque el poder del sultán se fortaleció considerablemente a lo largo de los siguientes decenios en las tierras rumanas; pero el Estado otomano siguió presentando una enorme amenaza militar a sus vecinos del norte y el oeste, gracias sobre todo a los recursos económicos obtenidos cuando, en 1516-1517, el padre de Süleyman conquistó los productivos territorios de Siria y Egipto.
En los dominios que gobernaban directamente, los sultanes impusieron un eficaz sistema de mando militar y civil. El sistema administrativo estaba pensado para proporcionar dos cosas esenciales: hombres para la guerra y dinero para pagarlos. Gran parte de la tierra agrícola estaba, por ello, dividida en posesiones militar-feudales otorgadas a espahíes o soldados de caballería, los cuales recaudaban tributos en tiempo de paz, se quedaban con parte de estas rentas para su propio uso, y traían servidores armados de sus posesiones cuando eran convocados para alguna campaña. (Había también un ejército permanente con base en Estambul, formado por regimientos de caballería y los soldados regulares de infantería conocidos como jenízaros.) El territorio estaba dividido en grandes distritos denominados sancaks –palabra turca para estandarte– gobernados por sancakbeys, congregados a su vez por provincias, algunas tan grandes como países actuales, gobernadas por beylerbeyis. Pero en el nivel local gran parte de las labores administrativas eran desempeñadas por jueces (kadis), que también impartían justicia otomana, ateniéndose a un sistema legal que unía principios islámicos y decretos sultánicos y, en muchos casos, elementos del derecho tradicional local. Los no musulmanes podían pedir justicia al kadi, aunque con algunas desventajas legales. Pagaban además un impuesto de capitación, aplicado sobre una base gradual a los varones adultos, del cual estaban exentos los musulmanes. Ahora bien, en circunstancias normales, el régimen otomano no hizo intento alguno para forzar a sus súbditos no musulmanes a convertirse al islam; tanto la Iglesia ortodoxa como la católica siguieron activas en los territorios otomanos. Ello se debía en parte a principios islámicos tradicionales en relación a los «pueblos del libro» (una categoría que incluía a todos los cristianos y a los judíos), y en parte a que las rentas públicas descenderían si dejaban de pagarse los impuestos cobrados a los no musulmanes. Pero una razón subyacente era que el Estado otomano, como muchos imperios premodernos, tenía un interés muy limitado en las vidas de sus súbditos, sin deseo alguno, al parecer, de influir en ellas mientras recibiera el dinero y el potencial humano militar –además de algunos otros servicios y materias primas fundamentales– que necesitaba. Es cierto que el poder otomano se ejercía en ocasiones de modo caprichoso y autoritario; pero lo mismo ocurría en muchos estados cristianos. En algunas zonas de los Balcanes la situación del campesinado experimentó una auténtica mejoría cuando quedaron bajo dominio otomano, dado que la cantidad de trabajo que estaban obligados a hacer en las tierras del espahí era mucho menor que la debida a sus anteriores señores feudales. Es más, en los siglos XV y XVI se dieron muchos casos de campesinos que migraban desde zonas no conquistadas para asentarse en territorio otomano.11
Hubo, no obstante, resistencia armada a los otomanos en algunas zonas mucho después de que se hubiera impuesto su gobierno. A menudo había implicado en ello motivos religiosos; podía también deberse a hostilidad popular a los tributos y a las levas para campañas remotas, en aquellas regiones donde los anteriores mandatarios apenas habían hecho ninguna de las dos cosas; y otro factor importante era la insatisfacción de los dirigentes locales, religiosos o laicos, cuya autoridad social excedía con mucho el restringido poder político que estaban autorizados a ejercer. En ningún sitio de los Balcanes se intentó derrocar el dominio del sultán con mayor intensidad y persistencia que en la Albania del siglo XV, donde el heredero de una importante familia terrateniente, Gjergj Kastriota –conocido como Skanderbeg, por la denominación turca «Iskender Bey», «Señor Alejandro»– capitaneó una serie de campañas antiotomanas durante los 25 años anteriores a su muerte en 1468. Tres veces fueron a Albania los sultanes en persona, junto a sus ejércitos, para aplastarle, y ninguna de las tres veces lograron conquistar su principal bastión, la fortaleza de Krujë. Skanderbeg murió de enfermedad, no en el campo de batalla, y hasta 1478, un decenio después de su muerte, Krujë no fue finalmente tomado.12
Cuatro ciudades de la Albania otomana van a figurar con frecuencia en este libro. Una es Shkodër (ital.: Scutari), situada en el extremo sur de un gran lago de ese nombre, a sólo una jornada de viaje desde Ulcinj en dirección este. Al sur de Shkodër, y a similar distancia de Ulcinj, pero más fácilmente accesible por mar, estaba la ciudad de Lezhë (ital.: Alessio). Hacía mucho tiempo que existían estrechas relaciones, tanto económicas como sociales, entre Ulcinj y estos dos lugares. Ambas eran ciudades comerciales costeras o semicosteras, situadas en los dos extremos de una importante ruta comercial que transportaba mercancías a través de las montañas de Albania del norte, desde Kosovo y desde lugares mucho más distantes. Shkodër está conectada al Adriático por el río Bunë (srb.: Bojana; ital.: Boiana), y los buques de transporte marítimo que entraban por su desembocadura podían llegar a una distancia de diez kilómetros de la ciudad. En aquel punto había un puerto fluvial; largas reatas de mulas descargaban allí sus mercancías en barcos venidos de Venecia y otros lugares. Lezhë estaba muy próxima a la costa, en un punto donde el río Drina se abría en dos ramificaciones principales antes de desaguar en el mar, y se beneficiaba tanto de su propio puerto como de un fondeadero cercano emplazado en una bahía más protegida.N1 Veintiún kilómetros al sur de Lezhë (en línea recta) se encontraba la ciudad de Durrës (ital.: Durazzo), y más de ochenta kilómetros al sur de ésta, también en la costa adriática, estaba Vlorë (ital.: Valona). Ambas son actualmente las principales ciudades portuarias de la Albania central y meridional respectivamente.13
En la década de 1390, cuando la presión otomana militar y política empezó a irrumpir en los territorios albaneses –que, divididos como estaban en un mosaico de señoríos feudales, estaban mal pertrechados para resistir–, Durrës, Lezhë y Shkodër fueron puestos por sus autoridades locales bajo dominio veneciano. En tanto que ciudades comerciales tenían una clase mercantil de habla italiana, y Venecia era en sí el socio comercial predominante; así pues, esta medida parecía lógica, el mejor modo para proteger su actividad comercial frente a la amenaza de la conquista otomana. Durante toda la vida de Skanderberg estas tres ciudades estuvieron bajo gobierno veneciano, en una versión muy ampliada de la «Albania véneta». Quedaron por ello en gran medida libres de la agitación experimentada por el resto de las tierras albanesas. Pero la campaña otomana que al fin tomó la fortaleza de Krujë en 1478 logró también conquistar Lezhë, y un asedio épico de las fuerzas otomanas a la ciudadela de Shkodër, iniciado aquel mismo año, triunfó finalmente en 1479. Durrës quedó bajo control veneciano durante otros dos decenios, pero cayó ante los otomanos en 1501.14
Los efectos de la conquista otomana en estas ciudades fueron bastante drásticos. En el caso de Shkodër, la mayoría de la población cristiana huyó; por ello, a medida que la población fue gradualmente recuperándose (de cerca de 730 habitantes en 1500 a cerca de 1.410 en 1582, aunque el total probablemente fuera superior antes de la década de 1570), se convirtió en una ciudad de mayoría musulmana. La ruta comercial fue restaurada con el tiempo; según el texto de Giustinian de 1553, las mercancías que solían pasar por Shkodër eran pieles, cera, lana, alfombras, fieltro, camelote (un tejido de lujo fabricado con seda y cachemir) y especias de todo tipo, y algunos de estos productos venían desde puntos muy distantes, como Asia Menor y Armenia. Una parte de este comercio seguía asimismo llegando a Lezhë. También en esta ciudad había huido la población cristiana en 1478 cuando se produjo la conquista otomana, y los que permanecieron en la llamada «isla» –el triángulo de tierra entre los dos brazos del río– se fueron también tras una fallida revuelta en 1501-1503; hacia la segunda mitad del siglo XVI, Lezhë estaba formado solamente por el castillo y su guarnición, una población de acaso 400 musulmanes, y un pequeño asentamiento cristiano a sus pies, en la orilla del río. No obstante todas estas vicisitudes, los mercaderes de Venecia y Dubrovnik seguían yendo a Lezhë; según un informe de 1559 se mercadeaba allí con sedas persas, aunque la relación de Giustinian resaltaba que los granos, traídos de las fértiles llanuras del norte de Albania central, eran el producto principal.15
Durrës perdió también su población cristiana tras la conquista otomana de 1501. En un registro fiscal compilado unos cuantos años después solamente figuraban los 118 miembros de la guarnición de la fortaleza; los viajeros que visitaron el lugar en el segundo decenio del siglo XVI, la describieron como una ciudad en ruinas. No obstante lo cual, en los años 1550 Durrës aparecía con bastante frecuencia en los informes venecianos como centro de piratería o corsarismo. El comandante de la flota veneciana, Cristoforo da Canal, comunicaba en mayo de 1556 que había ocho barcos corsarios en Durrës, y el año siguiente un barco mercante de Venecia fue capturado por cinco naves corsarias frente a la costa de Ulcinj y llevado directamente a Durrës. Probablemente se trataba de corsarios musulmanes, y lo que sin duda les atraía a este puerto era la presencia de un castillo bajo mando otomano cuya artillería podía protegerlos cuando eran perseguidos por galeras venecianas. (En una ocasión, en 1559, un comandante naval veneciano hizo caso omiso de este hecho y no dudó en bombardear el castillo y hundir varios barcos, con objeto de recuperar seis naves mercantes; esta acción inaudita a punto estuvo de provocar una guerra.) Pero el corso era, a fin de cuentas, una forma de actividad económica; los bienes robados se vendían a menudo en Durrës, lo cual sugiere que operaba allí una economía de mercado, y la ciudad tenía funcionarios otomanos civiles, no sólo militares. Como veremos, poco después en ese mismo siglo operaba también como centro de exportación de granos.16
Vlorë se convirtió igualmente en base corsaria, y era asimismo –a escala mayor– fuente de granos para los comerciantes que la visitaban. Pero aunque a menudo aparece asociada a Durrës en las descripciones de extranjeros, y aunque ambas ciudades habían funcionado de modo muy similar como centros comerciales en el periodo preotomano, sus historias recientes habían evolucionado de modos muy distintos. Vlorë fue una de las primeras ciudades albanesas tomadas por los otomanos (ya en 1417) y, dado que fue pacíficamente rendida por su gobernante, había experimentado trastornos mucho menores en aquel momento. El gran cambio demográfico, ocurrido a consecuencia del dominio otomano, fue la afluencia de grandes cantidades de judíos que huían de las persecuciones de Europa occidental, y que fueron acogidos allí a fines del siglo XV y principios del XVI. Hacia 1520 había al menos 2.700 judíos viviendo en Vlorë, instalados en barrios que recibieron los nombres de sus lugares de origen, como «Ispanyol» (España), «Qatalon» (Cataluña), «Qalivrus» (Calabria) y «Otrondo» (Otranto, el puerto situado en el tacón de Italia). En aquel entonces constituían más de un tercio de la población; el resto eran mayoritariamente cristianos (ortodoxos griegos) y el componente musulmán era muy reducido. La población judía descendió a medida que avanzó el siglo, pero siguió siendo un factor esencial en la vida comercial. Con el tiempo, el aumento de las actividades corsarias –aquí también con la complicidad de los militares otomanos locales– contribuyó a fortalecer el elemento musulmán, pero la base de la economía siguió siendo el comercio de granos (hacia Venecia y Dubrovnik sobre todo), algunas exportaciones de vino y sal de roca, y la minería local de bitumen o brea de alta calidad, material esencial para la construcción y mantenimiento de los barcos.17
Es necesario aclarar otro aspecto de estas historias. A primera vista, podría parecer que el elemento foráneo imperaba en todos los ámbitos, no sólo en lo concerniente al poder dominante, sino también por la introducción de población musulmana en la ciudad y por el creciente predominio de los corsarios. Es una impresión falsa. Con contadas excepciones (soldados y alguna otra), los musulmanes no eran inmigrantes traídos de lejanos territorios islámicos; eran albaneses del lugar que se habían convertido al islam. Las razones para la conversión eran diversas, y en muchos casos probablemente guardaban mayor relación con una mejoría de posición social y económica que con cuestiones religiosas. Pero si bien los albaneses musulmanes disfrutaban de algunas ventajas legales, no constituían en modo alguno una casta diferenciada, y los fuertes lazos de lealtad familiar siguieron operando por encima de las divisiones religiosas. Hubo en esto más continuidad, y también más cooperación, de lo que pudiera parecer a primera vista. En el caso de Vlorë se encuentran muchos ejemplos de musulmanes, cristianos y judíos trabajando juntos como comerciantes, propietarios de naves y capitanes navales. (Así, por ejemplo, en 1567-1568 el judío «Abraham de Vlorë» y el musulmán «capitán Sinan» contrataron la compra de 22,5 toneladas de trigo para vender en Venecia; en 1576 un barco propiedad de «Mustafa» transportó un cargamento perteneciente a «Ioannis Theodorus» desde Vlorë a Dubrovnik.) En cuanto a los corsarios, la piratería a escala menor y las razias costeras habían sido largamente endémicas en estas aguas, como en muchos otros puntos del Mediterráneo. A medio camino entre Lezhë y Durrës, por ejemplo, estaba la península de Rodon (ital.: Redoni), cuyos hombres, aún cristianos a mediados del siglo XVI, salían en botes de construcción casera para hacer incursiones en otras zonas litorales. (Eran, no obstante, enemigos acérrimos de los corsarios de Durrës.) Se encuentran casos de piratería en la zona de Rodon-Durrës ya desde el siglo XIV. Y cuando, en fecha tan temprana como 1479, el sultán emitió órdenes contra los corsarios de Vlorë, cabe sospechar no sólo que éstos eran hombres de familias locales, sino también que eran todavía ortodoxos griegos, porque no había musulmanes en la ciudad en aquella fecha.18
Las historias de Shkodër, Lezhë, Durrës y Vlorë dan pie a algunas reflexiones más generales sobre lo ocurrido en Albania en este periodo. No es coincidencia que estas cuatro ciudades estuvieran en la costa o próximas a ella. El comercio era el factor principal que había mantenido su existencia durante siglos, y lo que les permitía disfrutar de especiales derechos municipales aun bajo dominio de señores feudales. La red de poblaciones costeras o semicosteras a la que pertenecían, con concentración mucho mayor en la parte noroccidental de Albania, era a un tiempo un elemento predominante y, por las mismas razones, también atípico, dado que no existía en el espacioso hinterland del país una red urbana a escala equivalente.N2 No debe extrañar que muchos de los habitantes católicos, de habla italiana, de Shkodër, Lezhë y Durrës decidieran trasladarse a posesiones venecianas –incluida Ulcinj– o aun a la propia Venecia. La expulsión en masa no era política otomana, pero es cierto que sus normas de guerra permitían, en efecto, tratos punitivos y esclavización de los habitantes de las poblaciones que se habían negado a rendirse cuando habían sido invitadas a hacerlo; un hecho que aumentaba el atractivo de huir para los que tenían esta posibilidad.19
Pero también es cierto que a mediados del siglo XV, el feroz y recurrente conflicto entre los otomanos y las fuerzas de Skanderbeg había originado oleadas de migración desde el interior, pasando muchos miles de personas por las ciudades de la costa para embarcarse hacia el sur de Italia. (En las aldeas de habla albanesa de Apulia, Calabria y Sicilia que perviven hasta hoy, la tradición popular tiende a fechar su llegada justo después de la muerte de Skanderbeg, lo que apuntaría a un solo, trágico, éxodo; pero, aunque esta datación puede ser aplicable a algunos casos, hubo claramente un proceso de emigración mucho más prolongado, en parte inducido por la guerra, con nuevas oleadas en las décadas de 1480 y 1490, pero en parte debido a factores económicos a largo plazo.) Muchos se asentaron como agricultores; otros aprovecharon su destreza como soldados estradiotes; la caballería ligera albanesa pasó a ser un componente habitual de las fuerzas armadas en la mayor parte de Italia, y también en otros ejércitos. En la batalla de Avetrana (en Apulia) de 1528, los estradiotes albaneses reclutados por el reino de Nápoles se vieron enfrentados a otros estradiotes, tanto albaneses como griegos, reclutados por Venecia. En el cerco de Boulogne de 1544, entre los soldados al servicio del rey inglés Enrique VIII figuraban «arbannoises»; una generación después, soldados albaneses lucharon en el ejército del rey de Francia durante las guerras de Religión francesas; en el ejército español de Flandes de la década de 1570 había estradiotes armados con jabalinas; y hubo soldados albaneses en Bruselas en 1576. Cabría decir que, a consecuencia de los largos años de lucha de Skanderbeg contra los otomanos, dos cosas se habían extendido por Europa: su propia reputación como héroe de la cristiandad y los descendientes de sus soldados de caballería.20
Las tierras albanesas no sufrieron de igual modo por la destrucción y la emigración en masa durante el periodo de sublevación de Skanderbeg. La parte sur de la actual Albania disfrutó de una situación en general pacífica bajo mandato otomano desde mediados de la década de 1430 en adelante, y sus aldeas y pueblos mostraron una tasa saludable de crecimiento demográfico. Si bien es cierto –como sin duda lo es– que el proceso de dominación otomana fue más traumático para la mitad norte de Albania que para casi ningún otro sitio de los Balcanes, la razón no es que los otomanos aplicaran allí métodos esencialmente diferentes, ni que impusieran un sistema de gobierno represivo una vez tuvieron el mando. Parece, más bien, que operaron allí dos factores diferentes. Los habitantes de la principal red de ciudades, en el extremo noroccidental del país (incluidas las tres aquí examinadas) tenían una relación especial con una gran potencia, Venecia, a la que, en última instancia, podían acudir en busca de refugio. La huida de un sector de la población tan activo comercialmente no pudo sino tener un efecto profundo y negativo en la economía. Y, por otro lado, en gran parte del resto de la zona las prolongadas guerras de resistencia destrozaron pueblos y propiedades –sobre todo cuando los otomanos utilizaron tácticas de tierra quemada– y quebrantaron las estructuras de poder vigentes. Cuando al fin fue aplastada la oposición a su dominio, los otomanos habían perdido interés en reconstruir esa parte del país precisamente porque su significación económica había decaído, por la reducción de su producción agrícola, la ruptura de las rutas comerciales y la despoblación de los centros mercantiles. Vlorë, en el sur, corrió mucha mejor suerte; y aunque algunas ciudades del norte, como Drisht (ital.: Drivasto) se vinieron abajo y quedaron reducidas a aldeas, varios lugares del sur, como Përmet y Këlcyrë, pasaron de poblamientos con dimensiones de aldea a ciudades pequeñas.21
Finalmente, unas palabras sobre el Imperio veneciano que anteriormente había vinculado Ulcinj con aquellas ciudades del norte de Albania, y al que aún pertenecía el restante territorio de la «Albania véneta». Dicho imperio –tan diferente en carácter al otomano– tenía una larga historia. Cabría decir que el «Big Bang» del Imperio veneciano se produjo en 1204 cuando Venecia participó en la escandalosa Cuarta Cruzada, la cual, en lugar de dirigirse directamente a Tierra Santa, saqueó Constantinopla y repartió los territorios bizantinos entre sus participantes. (La metáfora astronómica no es, sin embargo, enteramente acertada, pues Venecia había dominado ciertas porciones de la costa este del Adriático antes de aquello.) Aunque algunos señores feudales de otros estados de Europa occidental se asignaron territorios improductivos de Grecia continental, añadiéndoles pomposos títulos, Venecia escogió astutamente una sarta de puntos que iban a fortalecer su poder sobre las rutas comerciales –siendo el comercio, entonces y después, la sangre vital de su economía–. Puntos clave de esta nueva secuencia de posesiones eran dos puertos fortificados en la punta suroeste de Grecia, Koroni (ital.: Corone) y Modona (ital.: Modone), y la isla de Eubea (ital.: Negroponte), en el flanco oriental de la Grecia continental. También las islas menores del Egeo se consideraban venecianas; por motivos prácticos, Venecia las había entregado a la explotación privada de determinados patricios, que pasaron a ser gobernantes hereditarios de las mismas. (A la larga, esta política no funcionó bien; algunos de estos señores se convirtieron en pequeños tiranos, y se dice que las islas de Syros y Tinos guerrearon entre sí en una ocasión por la propiedad de un burro.) Con objeto de llenar un hueco importante de la serie, e impedir que Génova, su principal rival comercial, entrara en liza, Venecia se posesionó también de Corfú y Durrës en ese momento, aunque no los mantuvo mucho tiempo. Más importante fue que compró la isla de Creta, logrando derrotar la feroz competencia de Génova en ello. El avance imperial de Venecia retrocedió a mediados del siglo XIV, cuando tuvo que ceder (a Hungría) sus posesiones de la costa adriática oriental. Pero en 1386 adquirió Corfú, y los siguientes 34 años presenciaron una increíble secuencia de adiciones al territorio veneciano: Durrës, Lezhë y Shkodër en la década de 1390, la importante ciudad dálmata de Zadar (ital.: Zara) en 1409, y otros varios puertos e islas dálmatas, además de la ciudad de Kotor, hacia 1420. Como vimos, Ulcinj también cayó en manos venecianas en este periodo –como ocurrió con Bar y Budva, aunque jefes eslavos locales las recuperaron durante algún tiempo–. Así pues, en términos geográficos, mediados del siglo XV fue un punto culminante en la historia del poder de Venecia. La pérdida de Lezhë, Shkodër y Durrës a finales del siglo fue un duro golpe; Eubea fue conquistada por los otomanos en 1470, y Koroni y Modona en 1500. Pero hubo un importante beneficio: la isla de Chipre, que pasó a ser posesión veneciana, primero de facto, mediante coacción política a su última reina, y después de jure en 1489.22
En todo este proceso de formación del imperio, los motivos comerciales fueron primordiales. Venecia no tenía interés en hacerse con grandes territorios en los Balcanes continentales; es cierto que las ciudades contaban, como vimos, con sus propios dominios agrícolas, que producían alimentos y rentas, pero éstos eran en su mayoría muy reducidos (con la excepción de los de Zadar). Y aunque Creta y Chipre, una vez adquiridas, fueron naturalmente utilizadas como fuente de granos, aceite, algodón y vino, no fue ésta la razón principal de su adquisición. El interés primordial guardaba relación con aspectos prácticos del desplazamiento en los largos viajes comerciales a los mercados del «Levante» –que significaba, generalmente, Estambul, Siria y Egipto–. Para fines mercantiles se utilizaban galeras, así como carracas, que eran también las naves de guerra que, cuando era necesario, protegían ese comercio. Puesto que las galeras, con sus bancos de remeros, eran intensivas en mano de obra pero limitadas en espacio de almacenaje, necesitaban reabastecerse regularmente de alimentos y agua, es decir, puntos frecuentes donde detenerse. Las tormentas imprevisibles en el Mediterráneo eran otro factor que reforzaba este requisito. En su punto más bajo, el costado de una galera estaba a poco más de un metro del agua, lo que significaba que había un peligro real de quedar anegada con mar brava; por ello, el acceso a una serie de refugios seguros era una ventaja enorme. Un historiador moderno ha sostenido que, puesto que los métodos de navegación de este periodo eran ya lo bastante buenos para que un marino cruzara el Mediterráneo sin ceñirse a la costa, la principal razón para adquirir ciudades en la costa oriental adriática tuvo que ser el utilizarlas como puertos para las mercancías que llegaban por tierra; lo cual quizá fuera un incentivo complementario en algunos casos, no obstante lo cual, los marinos tenían buenas razones (no náuticas) para desear estas bases venecianas.23
Una vez alcanzados dichos refugios, podían también resultar útiles para otros fines, como el reclutamiento de hombres para sus tripulaciones. Las posesiones mayores, como Creta, se convirtieron en importantes fuentes de potencial humano, no sólo la fuerza bruta necesaria para remar en las galeras, sino también marineros experimentados y artesanos con las destrezas relevantes. Otra ventaja de estas bases era que podía suministrar información sobre la situación que esperaba más adelante. La información de esta índole era un bien esencial para capitanes y comerciantes. A los barcos venecianos que regresaban del Levante se les exigía detenerse en Koroni o Modona para ofrecer cualquier información que tuvieran sobre cuestiones como el precio de las especias o los movimientos de piratas y corsarios. Como comentaba Giustinian en 1553, una de las razones por las que la pérdida de Ulcinj sería muy perjudicial para Venecia era que los mercaderes serían reacios a arriesgarse a llevar sus barcos a los puertos albaneses; en aquel entonces, siempre paraban en Ulcinj para obtener la última información sobre los movimientos corsarios en la zona. De la relación de Giustinian se desprende también claramente que existía un acuerdo entre Ulcinj y los hombres de la península de Rodon, que, cuandoquiera que veían salir corsarios de Durrës, lo notificaban a Ulcinj por medio de señales de humo.24
Era preciso proteger y defender el comercio, por ello los intereses comerciales venecianos generaban también intereses de seguridad. Venecia creó la doctrina de que todo el Adriático –lo que llamaba «el Golfo»– era un lago veneciano en el que los navíos armados de otras potencias no debían entrar sin autorización. Dubrovnik, un importante rival comercial a medio camino de la costa adriática, se vio obligado a aceptar esta norma: en 1562, por ejemplo, una fusta (pequeña nave parecida a la galera) armada de su pertenencia fue capturada, frente a Dubrovnik, por un capitán veneciano que advirtió solemnemente a sus autoridades que destruiría cualquier navío que armaran. Y los otomanos aceptaron también la regla, casi siempre; a sus ojos, ésta daba a Venecia una especial obligación de vigilancia en el Adriático para la protección de los mercaderes otomanos y sus mercancías, formando parte de la red de derechos y deberes recíprocos en los que se basaban las relaciones comerciales veneciano-otomanas. Ocasionalmente, las flotas otomanas visitaban Vlorë, para abastecerse y otros fines prácticos, pero no solían navegar más allá en sentido norte. Justamente a los pies de Vlorë estaba el punto de congestión del Adriático, un estrecho entre Italia y los Balcanes de sólo 80 kilómetros de anchura. Y justamente al sur de ese estrecho está Corfú, que, con su excelente puerto y bien defendida ciudadela, era una de las más esenciales posesiones estratégicas de Venecia. Corfú, Creta y Chipre funcionaban como bases de las escuadras de galeras venecianas que podían patrullar las rutas marinas, y los territorios griegos de Venecia eran también importantes como fuente de potencial humano militar, incluida la caballería ligera estradiota. (La mayoría de los estradiotes venecianos eran probablemente griegos; el término proviene de la palabra griega «stratiōtës», soldado, y una serie de poemas cómicos escritos por un veneciano en dialecto estradiota está repleta de vocabulario griego.)25
«Imperio» es un término histórico, muy adaptable además, por lo que nada tiene de problemático adjudicarlo a este conjunto de dominios venecianos. Pero naturalmente no debe entenderse que alude a las ideas de los siglos XX y XXI de «imperialismo», y menos aún de «colonialismo». La historia veneciana en su totalidad ofrece, de hecho, sólo un caso significativo de plan colonizador: el de Creta, donde se asentaron miles de colonos venecianos en el siglo XIII, y algunos miembros de familias patricias adquirieron grandes posesiones en las que residían. En Chipre no hubo asentamientos masivos, pero los venecianos se establecieron sobre un sistema en el que anteriores mandatarios habían gestado una élite latino-griega, y algunos patricios venecianos se incorporaron a esta mezcla. Los diversos territorios eran administrados de forma diferente en este imperio dispar y flexible. Mientras varias islas griegas se convirtieron en pequeños feudos, Creta, Koroni y Modona estaban sujetas a un sistema mucho más parecido a un gobierno directo desde Venecia. Corfú, la Albania véneta y Dalmacia estaban gobernadas con mano más leve, se respetaban las leyes locales y, en algunos casos menores –el de los Paštrovići, por ejemplo– estos súbditos venecianos apenas eran gobernados. Es verdad que en los territorios griegos, y especialmente en Creta, Venecia puso algunas restricciones a la Iglesia ortodoxa, por motivos políticos así como religiosos; el clero debía reconocer la supremacía del papa (como aceptaron, de modo efímero, los ortodoxos en el Concilio de Florencia en 1493), y a los sacerdotes de Creta no se les permitía tener su propio obispo en la isla. El nombramiento de altos cargos de la Iglesia católica, en todo el imperio, estaba también fuertemente controlado. Pero, de modo general, no había un plan de italianización, o de supresión de las lenguas y las costumbres locales; la escuela, por ejemplo, era competencia local, sin intervención alguna de Venecia.26
Los únicos requisitos generales de «venetización» eran que debían utilizarse la moneda y los pesos y medidas venecianos; que regía el derecho penal veneciano, al menos en delitos mayores (mientras que en las causas de derecho civil los jueces seguían o tenían en cuenta las leyes y costumbres de la localidad); y todo el imperio estaba sujeto a ciertos principios generales de política económica veneciana. Entre éstos figuraba tratar la producción y comercio de la sal –elemento vital en algunas economías locales– como monopolio estatal, y (desde 1502) la restricción de las dimensiones de los barcos que podían construirse fuera de Venecia. (Hay un registro de construcción de barcos en Ulcinj en la década de 1560; serían presumiblemente naves pequeñas de este tipo, de menos de ochenta toneladas.) El requisito de que toda la actividad comercial del Adriático tuviera que pasar por Venecia existía en teoría, pero era ampliamente desoído en la práctica; y la norma tradicional de que sólo los ciudadanos venecianos, y no todos los súbditos venecianos, podían dedicarse al comercio con el Levante fue abandonada a principios del siglo XVI.27
Este imperio ultramarino se conocía como el «Stato da Mar», frente a los territorios venecianos de la Italia continental, la «Terraferma». Esta distinción tenía carácter práctico, y se utilizaba, por ejemplo, en el registro de documentos de la cancillería veneciana, pero carecía de dimensión constitucional. En términos de la constitución veneciana, la diferencia esencial era entre la ciudad de Venecia, por un lado, y sus posesiones, por el otro. Venecia era la potencia dominante, y sólo los miembros de sus familias patricias –un grupo finito tras la famosa «clausura» del patriciado veneciano en 1297– podían ocupar altos cargos públicos; estos hombres eran enviados a gobernar Zadar, Ulcinj o Corfú del mismo modo que podían ir a gobernar Padua, Vicenza o Bergamo. Había otro sentido en el que estas ciudades italianas estaban en teoría igualadas a las ciudades de Dalmacia, de la Albania véneta o de Corfú: en cada uno de estos casos, el principio fundacional del dominio veneciano era que la ciudad o la comunidad se había ofrecido voluntariamente a Venecia, en un acto conocido como «dedición». Este acto había incluido la petición de que Venecia respetara las leyes vigentes en la ciudad, una petición a la que Venecia graciosamente había accedido. Como es natural, el modo de operar de esas leyes era modificado en ciertos sentidos por las nuevas relaciones de poder: donde antes el consejo de gobierno de una ciudad había sido la entidad legislativa, pasaba a ser un cuerpo consultivo al servicio del gobernador veneciano. Pero se conservaron muchos derechos con este sistema; los jueces se elegían, como anteriormente, entre el patriciado local, no el veneciano, y en algunos casos (entre ellos la Ulcinj del siglo XV) la ciudad insistía con celo en que ella misma, no el gobernador veneciano, tuviera poder directo sobre las aldeas de los territorios rurales pertenecientes a la ciudad. Otra consecuencia de que el dominio veneciano estuviera en teoría basado en un acto voluntario de entrega era que estas ciudades podían, de vez en cuando, enviar «embajadas» a Venecia, para expresar su lealtad en términos desmesuradamente adulatorios mientras solicitaban favores especiales o la reparación de algún agravio.28
En términos generales, pues, Venecia gobernaba sus posesiones albanesas y dálmatas con mano sorprendentemente leve. Solía haber tres autoridades venecianas decisivas en cada lugar: un gobernador civil (llamado «Podestà», «Conte» o «Rettore»); un gobernador militar («Capitano»); y un administrador económico o chambelán («Camarlengo»). En ciudades menores, como Ulcinj, podían unirse los dos primeros cargos en una persona. Normalmente estas autoridades ocupaban el puesto durante un máximo de dos años en cada lugar, y lo ejercían no como funcionarios de carrera sino como patricios que desempeñaban una serie de servicios públicos, de modo discontinuo, durante su vida adulta. Un historiador ha criticado duramente este sistema argumentando que era generalmente corrupto y los gobernadores nunca permanecían en el mismo lugar el tiempo suficiente para poder entender adecuadamente sus necesidades. Esta crítica parece caer en una contradicción, puesto que la brevedad de la estancia era en sí misma un medio anticorrupción, cuyo fin era reducir las probabilidades de que un gobernador quedara implicado en redes de intereses locales. Sin duda había corrupción, como demuestra el procesamiento de varios gobernadores. Pero, al mismo tiempo, lo que impresiona es que existiera un potente sistema para hacerle frente (que suponía inspectores itinerantes, o «síndicos», que atendían a las quejas contra el gobernador in situ); las prácticas corruptas se trataban allí con mayor seriedad que en prácticamente ningún otro gobierno de Europa occidental.29
Hasta qué punto eran estrictas estas normas se advierte en el conjunto de instrucciones oficiales dadas por el dogo de Venecia a Andrea Marcello cuando fue nombrado gobernador de Ulcinj en 1513 (manuscrito que es una afortunada supervivencia archivística– conservado, al parecer, por su hermosa caligrafía– puesto que es por lo demás muy escasa la documentación sobre Ulcinj en este periodo). Las órdenes siguen una pauta general: a vuestra llegada, no debéis hacer discurso alguno. Se os prohíbe actuar en el comercio. No debéis dar salario a nadie sin nuestro permiso. No podréis pasar una sola noche fuera del castillo de Ulcinj, so pena de una multa de cinco ducados. Si hurtáis dinero de nuestro dominio deberéis restituirlo, y quedaréis permanentemente despojado de todos los honores patricios. Debéis rendir cuentas a los quince días de vuestro regreso a Venecia. Podéis hacer que graven o pinten vuestro escudo de armas solamente en un sitio, con sencillez y a un coste máximo de dos ducados. Ningún hijo, sobrino u otro pariente vuestro podrá vender a ningún empleado público caballos, lana o tejido de seda, ropa, plata, etcétera; ni tampoco vos so pena de privación de todo cargo durante cinco años. Todas las multas que impongáis deben registrarse por escrito y explicarse. Y así sucesivamente. Es muy posible que las condiciones fueran más laxas en la práctica de lo que sugiere esta severa serie de órdenes, pero es evidente que, en principio al menos, la letra del derecho veneciano era tan dura en la lejana Ulcinj como en el Rialto.30
Así era, pues, el mundo en que los personajes principales de este libro nacieron, crecieron y gobernaron.
N1 Posteriores depósitos aluviales han alterado mucho el paisaje en torno a la desembocadura del Drina. La antigua separación en dos brazos es claramente visible en mapas del siglo XVII.
N2 En la segunda mitad del siglo XVI había solamente dos ciudades grandes en el interior de la actual Albania: Berat y Elbasan. La primera se había expandido mucho, tras un primer declive, bajo dominio otomano, y la segunda era en esencia creación otomana.