Jaime Concha tuvo un rol central en la génesis de la nueva crítica mistraliana que hacia finales de la dictadura abrió el camino para que la generación de lectores y estudiantes de literatura, a la que pertenezco, pudiera reencontrar la originalidad, la fuerza y las repercusiones de la poesía de Mistral. Era necesario además dejar atrás la figura escolar de la poeta que nos había heredado la dictadura militar en Chile. Gabriela Mistral de Jaime Concha, publicado originalmente en Madrid en 1987, está marcado por un goce contagioso de la lectura de la poesía de Mistral. Un goce que no ciega al crítico, por el contrario, lo lleva a admirar cada detalle de manufactura, la simbología trágica, el lenguaje arcaico y el lugar de la obra mistraliana en la historia literaria latinoamericana. Concha recorre la poesía de Mistral rescatando una complejidad silenciada por una monumentalización que había empezado incluso antes de los años dictatoriales. El crítico se enfrenta a ella con independencia, escuchándola, rechazando mitos y lugares comunes. Siguiendo la clave del sufrimiento, Concha revela el patetismo, la experiencia de la carne, la teologización del sufrimiento y el dolor como fuerza creativa a través del arco poético compuesto por Desolación, Ternura, Tala, Lagar y Poema de Chile. El análisis sigue los múltiples derroteros del dolor mistraliano, con sus contradicciones y transformaciones, experiencia crítica renovadora que no cae ni en la condena del dolor como ensimismamiento masoquista1, ni tampoco en las lecturas de victimización que han visto las tragedias de la vida de Mistral como inspiración directa de sus poemas. El ejemplo más común es el caso del suicidio de Romelio Ureta y los “Sonetos de la muerte”, mito que el mismo Concha rechaza.
El resultado es un libro que fractura la imagen solemne y monolítica de la poeta en un momento en que la historia oficial entregaba una Mistral maestra ante todo, santificada, siempre repitiendo los mismos versos, en actitud de entrega maternal y sacrificio hacia los niños, hacia Chile, imagen multiplicada en el perfil hierático de los billetes de cinco mil pesos. El estudio biográfico que abre el libro va hilando en un tono conversacional, sin juicios superfluos pero con una visión analítica aguda los episodios centrales de la vida de la poeta. Concha identifica el trasfondo político y económico que empuja a Mistral a ser una “forastera empecinada” y borra de un plumazo el mito nacionalista que hasta el día de hoy repiten gobiernos e instituciones chilenas al declarar que “la Mistral no amaba ni amó nunca a Chile. …amó a un país mítico que ella se forjó”. Destaca en cambio la dimensión transnacional y transcultural del pensamiento, los afectos y la influencia internacional de Mistral, algo que todavía no se termina de aquilatar y que aún discutimos. Mistral no solo no quiso volver a vivir en Chile sino que también evitó visitarlo. En una carta a Norah Borges en 1938 le expresa su deseo de que Victoria Ocampo la visite y le aclara que: “Yo solo arriesgaría un viaje para verla si no hubiera otra manera de estar juntas. […] pues ir al Plata representa la oblig.[ación] de ir a Chile, con peligro de quedarse adentro o de salir de mala manera…”2. Este hecho es aceptado por la crítica actual que en cambio debate los efectos de esta lejanía con Chile y de la transculturación en su obra (Adriana Valdés, Elizabeth Horan, Grínor Rojo, Ana Pizarro y Licia Fiol-Matta, entre otros).
El énfasis con que Mistral insistió en su independencia política (entendida por ella como la no afiliación a ningún partido) ha llevado muchas veces a subestimar su discurso y participación política y más aún su rol en la historia de la primera mitad del siglo XX en Latinoamérica. Concha observa que la conciencia de clase de Mistral, su compromiso con los campesinos y la clase trabajadora es mucho más que un detalle biográfico. Su origen campesino se transforma en una conciencia social “que ensancha su visión, haciendo que llegue a postular una especie de internacionalismo campesino, más allá de las patrias urbanas”. Para Concha, lo campesino, lo rural y el folclore son elementos centrales en la poesía mistraliana; identifica a Mistral como “el único poeta campesino con que cuenta nuestra América y uno de los exponentes más sensibles y sensatos de un humanismo rural…”. Su poesía emana de este imaginario campesino, sin embargo su compromiso va mucho más allá. Está también presente en su prosa y en sus cartas, que nos recuerdan que Mistral tenía opiniones políticas claras: llevaba la bandera del pacifismo, luchó hasta el final por la reforma agraria, se declaró siempre en contra de los autoritarismos, a favor de la democracia y la clase trabajadora. “Vengo tamborileando sobre la conciencia de nuestros políticos”3, dirá acerca de su campaña por la reforma agraria llevada a cabo a través de numerosos frentes: la prensa, cartas, conferencias y el envío —en su calidad de cónsul—de folletos y revistas de agricultura donde pedía la difusión de nuevas tecnologías entre el campesinado. Aunque apoyó abiertamente a Sandino, en Chile pidió la reforma agraria a políticos y a varios gobiernos, sin llamar a una revolución. Privilegió métodos pacíficos para demandar cambios sociales; sin embargo su experiencia en México posrevolucionario le dio los argumentos para ‘amenazar’ con violencia y revolución a quienes estaban en el poder4. El campesino, según Mistral, no reclamaba porque no se sabía ciudadano con derechos, pronto lo sabría: “El cine y la revista ilustrada van a contárselo, tarde o temprano…Entonces él va a moverse. De un solo empellón y mortal. El ‘empellón’ se llamó en México, Emiliano Zapata y sus morelenses; saqueó, quemó, mató y repartió el suelo, todo en la misma hora”5. Inmediatamente después de la evocación de esta escena de revolución y violencia, el texto, dirigido al lector de elite del diario El Mercurio, sugiere: “Los patrones deberían poner la mejor cara a las leyes agrarias que lleguen al Congreso, los patrones que forman parte del Congreso y los que quedan afuera y que manejan opiniones de prensa y de círculos”6. Textos como este pueden explicar de algún modo la oposición de ciertos sectores de la elite conservadora a Mistral y las acusaciones de hacer política que recibe.
Otro modo en que Concha se aleja de la mitificación y las lecturas anteriores de Mistral es situándola en relación con la tradición literaria chilena y latinoamericana, sin el aislamiento al que ha sido frecuentemente sometida. Ubica a Desolación dentro de una corriente lírica intimista chilena en la que Mistral participa junto a varios poetas como Guzmán Cruchaga, Magallanes Moure y Pedro Prado, e identifica el agrarismo e espiritualismo mistralianos como rasgos posmodernistas evidentes a su vez en Herrera y Reissing, Vallejo y Lugones. Aunque Mistral hasta 1922 vive lejos de la capital mantiene relaciones epistolares con los principales escritores y críticos chilenos de ese momento. La joven escritora dialoga como un ‘hermano’ más con miembros del grupo artístico Los Diez e incluso antes de salir hacia México lee, hace crítica literaria y difunde las obras de sus colegas. La creación de redes y el diálogo epistolar fueron estrategias de profesionalización fundamentales en el desarrollo de Mistral como poeta e intelectual. El archivo de Mistral en la Biblioteca Nacional, recientemente digitalizado y ampliado gracias al legado de Doris Dana, revela la función central de la chilena en el campo literario e intelectual latinoamericano. Sus cartas dan testimonio de los procesos mediante los cuales la escritora ofrece o acepta escribir prólogos, gesta su participación en diarios y revistas, se suma a causas políticas, apoya proyectos editoriales, promueve a escritores jóvenes, consigue trabajos para ella y otros, todo lo cual tiene un efecto palpable en la historia literaria e intelectual latinoamericana. Sin duda, Mistral fue un agente cultural de la talla de Pablo Neruda, Alfonso Reyes y Victoria Ocampo.
Una anécdota permite iluminar el modo particular que tuvo Mistral de insertarse y participar en un campo literario casi completamente dominado por hombres residentes en la capital. En 1911, tres años antes de ganar el primer premio de los Juegos Florales de Santiago, Lucila Godoy escribe una carta al poeta chileno Antonio Bórquez Solar. En esta primera carta –que está inédita– le expresa una profunda admiración por su obra y le confiesa el deseo de conocerlo. Cartas como estas abundan en los archivos de los escritores del periodo, tanto de lectores como de jóvenes escritores. Sin embargo, esta carta de Mistral es diferente. La maestra no solo expresa su admiración y alaba al poeta, sino que también se presenta ante él como escritora, y le dice: “escribí algunas veces en ‘La Ley’”. Un diario en el que el poeta participaba. Al mismo tiempo, Mistral se identifica como parte de un grupo de “muchachos dados a la lectura de los modernistas” junto a los cuales discutían la poesía de Bórquez Solar. Este dato la diferencia también de una admiradora, que desde el espacio privado y doméstico lee a un poeta conocido en su época, al asociarla a un grupo de ‘muchachos’, posiblemente escritores jóvenes como ella, que en provincia crean un espacio de diálogo literario. La carta termina con el siguiente ofrecimiento de la joven maestra al poeta: “Creo que aquí no han llegado sus obritas, si no están agotadas, por qué no enviarlas? En este público lector, tan mediocre, su … discípula, podría permitirse el honor de anunciarlas en un artículo en vez de anunciarla en un aviso… Le indicaría una librería seria y conveniente”7. Este es un ejemplo emblemático de lo que Mistral hará innumerables veces más durante su carrera. Cuando más tarde escribe en la prensa juicios positivos acerca de la obra de Neruda o Marta Brunet, lo que hará es ofrecer el respaldo de su prestigio literario, generalmente a un escritor más joven o menos conocido. Pero, en 1911 el caso es distinto, si bien ella ya publicaba desde 1905 en diarios y revistas, lo que le ofrece a Bórquez Solar es promoción gratis y más importante el inicio de una relación de colaboración a distancia (ella estaba en Antofagasta). Si bien en esta primera carta Mistral no le habla de su propia poesía ni le manda textos, un poco más adelante sí lo hará y recibirá un juicio muy positivo del escritor con quien se escribirá frecuentemente durante su periodo chileno.
Jaime Concha evalúa la poesía mistraliana no con la vara de otros poetas, pero sí en diálogo con la obra de otros escritores. Mide el valor estético de su lírica en cuanto a su propia originalidad y aporte. Observa sus raíces, intertextos e influencias. En el caso de Ternura, establece una conexión con los orígenes de la poesía lírica que Mistral reactiva y recrea en una síntesis innovadora que el crítico explica como “una sabia combinación de forma culta (en la estela de las formas breves cultivadas por Bécquer, Martí y Darío) y de aire popular, con vitales raíces folclóricas”. La profundidad de las raíces poéticas mistralianas y la fuerza con que las recrea, Concha las ubica en una escala de valor similar a prácticas poéticas como el Altazor de Huidobro: “Por los mismos años en que Huidobro trazaba la pirueta vanguardista de Altazor (1931), buscando captar la raíz aérea de la voz y la palabra, la Mistral trataba de rescatar de los labios sellados de las mujeres el brote de una canción aún muda. Modos distintos en la variada poesía chilena; y diferencias también de ‘género’”. Concha identifica el modo en que la crítica se ha codificado en términos de género adelantándose a los debates que vendrán, y aunque no elabora esta idea deja abierta la puerta para los trabajos que desde el feminismo y los estudios de género han reevaluado la figura de Mistral.
Tala, para el crítico, como para muchos de sus lectores es uno de los hitos de la poesía chilena, junto a Altazor y las Residencias de Neruda y en su defensa Concha sentencia lo que muchos repetirán, “la poesía de la Mistral está aún por ser valorada y reconocida en toda su originalidad”. Reconoce a Tala como parte del periodo de vanguardia, sin tratar de acomodar esta obra a la vangaurdia de Huidobro o Borges sino reconociendo que hay distintas vertientes de vanguardia y que junto con Vallejo “Tala pertenece a una vanguardia endógena, casi indígena habría que decir, en el sentido de ser autóctona”. Este gesto propone una nueva mirada a la poesía de Mistral, fisurando la imagen premoderna, retrógrada y aparentemente excéntrica de la poesía mistraliana con respecto a los movimientos literarios de su tiempo. La misma poeta fue capaz de criticar las lecturas urbanas y académicas que definirán su lenguaje poético como arcaico y muerto. Mistral defiende la vida de su lenguaje y el prejuicio y error de esas interpretaciones, “La ciudad, lectora de libros doctos, cree que en un tal repertorio arranca en mí de los clásicos añejos, y la muy urbana se equivoca…” (citado por Concha).
Finalmente, en cuanto al propósito de Concha de rastrear el sufrimiento en la poesía de Mistral, este libro propone una lectura profunda, lúcida y original que transita por las múltiples encarnaciones del dolor a lo largo de varias décadas de producción poética. Es particularmente sugestivo el modo en que se lee la ambivalencia del dolor, su relación con la experiencia creativa, los límites entre el goce y el dolor, la función espiritual del sufrimiento y su presencia en las canciones de cuna. Concha también invita a leer el dolor que excede el plano personal y subjetivo, reconoce el compromiso social en la representación del sufrimiento de los más vulnerables como un rasgo elemental en la poeta que “adopta como siempre con certeza y sin engaño, la perspectiva de los débiles y los olvidados”. Por otro lado, Concha reconoce a lo largo de su obra los ecos de las enormes tragedias históricas que tocaron la vida de Mistral (la Guerra Civil Española, la Revolución Sandinista, la Segunda Guerra Mundial) y su poesía como una espacio que da cauce a los dolores del mundo o canta rondas para “consolar a los hombres” como ella declara al inicio de Ternura.
El dolor como la locura se transforman muchas veces en fuerza y agencia en la poesía de Mistral. Lejos de ser masoquismo o victimización, el sufrimiento libera o autoriza a la mujer a actuar, como en el caso de uno de los poemas más potentes de Lagar, “La abandonada”, donde la hablante va mucho más allá de un proceso de despojamiento y olvido. La hablante se desplaza a un plano que excede el lenguaje, los valores de la sociedad y la lógica patriarcal; ocupa un nuevo espacio que se forja convocando las fuerzas de la naturaleza, como una hechicera. Aprende otro lenguaje, destroza su propio cuerpo, destruye la casa y las cosechas como lo hacen los soldados en la guerra. Sorprende la representación de la fuerza física, y la necesidad de materializar la destrucción del pasado: “Descuajando una por una/ las doce puertas que abrías / y cegando a golpes de hacha/ el aljibe de la alegría.” (Mistral Antología 341). Los elementos sobrenaturales “los leños entienden y hablan”, refuerzan una imagen de una mujer que deja atrás la lengua del amado para descubrir un poder casi divino, una mujer que termina convocando al viento para permanecer ardiendo en una noche sin fin.
Jaime Concha ha dicho que “La crítica literaria chilena no es cosa individual, sino tarea de grupo, colectiva, aun cuando no haya a veces intercambio mutuo. Su común denominador es la pasión por el trabajo intelectual”. (Palabras en la Universidad Alberto Hurtado). Releer este libro hoy confirma esta idea. Concha estudió en la Universidad de Concepción bajo los profesores Gastón von dem Bussche y Gonzalo Rojas, dos grandes lectores y estudiosos de Mistral. Más tarde participó de la renovación de la crítica mistraliana de finales de los años 80 y 90 junto a Raquel Olea, Soledad Fariña, Grínor Rojo, Ana Pizarro, Soledad Bianchi, Eliana Ortega, Patricio Marchant, Jaime Quezada y Luis Vargas Saavedra, entre otros8. Raquel Olea en su último libro sobre la poesía de Mistral reitera la idea del diálogo crítico: “Sin las lecturas anteriores de la poesía mistraliana esta escritura no podría existir, tiene su soporte en lo que otras ya dijeron y en lo que dejaron de decir” (Olea 12). Y aunque Olea también nos recuerda que “La pregunta relativa a la posibilidad de revertir la institucionalidad del símbolo, de movilizar nuevos sentidos de sus construcción pública, continúa pendiente (Olea 37), no cabe duda que esfuerzos decisivos como los de Jaime Concha no solo han contribuido a ir saldando esta deuda sino que también han abierto las puertas para que una nueva generación crítica chilena (como Lorena Garrido, Soledad Falabella, Karen Benavente y Diego del Pozo, entre otros), así como mistralianos en otras latitudes (Elizabeth Horan, Licia Fiol-Matta) continúen el trabajo, se reencuentren y difundan el acto gozoso de leer la prosa y la poesía de Gabriela Mistral.
Claudia Cabello Hutt
Obras citadas
García-Huidobro, Cecilia. Moneda dura: Gabriela Mistral por ella misma. Santiago: Catalonia, 2005.
Mistral, Gabriela. En verso y prosa: antología. Lima: Real Academia Española, 2010.
---. Pensando a Chile. Una tentativa contra lo imposible. Jaime Quezada, comp. Santiago: Cuadernos Bicentenario, 2004.
Olea, Raquel. Como traje de fiesta. Loca razón en la poesía de Gabriela Mistral. Santiago: editorial USACH, 2009.
Soto Ayala, Carlos. “Lucila Godoy Alcayaga”. Literatura Coquimbana. Santiago: Imprenta Francia, 1908. 100-104.
1 Muy temprano en la carrera literaria de Mistral hay quienes condenan la representación del sufrimiento en su poesía. Carlos Soto Ayala en 1908 supone que “esas pájinas están escritas en el santuario de la soledad, egoísmo enfermo de dolor” (ortografía original 104). Ahí estaría el origen de Mistral como la escritora dolorida, mito que más tarde ella querrá matizar al destacar otros tópicos de su poesía y labor profesional. En 1924 Mistral declara: “Yo ya no quiero hacer más poesía dolorosa. (…) Ya es tiempo de aquietarse, de serenarse, se encienden lámparas, el agua tiene un color de paz y si yo persisto en esa actitud parecerá que es ‘pose’, y yo detesto la ‘pose’; por eso me enfada que se me quiera retratar con un libro en la mano o escribiendo” (García Huidobro 88).
2 Gabriela Mistral’s Papers Benson Library, Austin Texas.
3 Pensando a Chile, 360.
4 La demanda por una reforma agraria comenzó a tomar fuerza en Chile a comienzos del siglo XX y a pesar de que fue una de las promesas de campaña del Frente Popular (1936-1941) no se concretó hasta 1962 cuando el Presidente Jorge Alessandri promulgó la primera ley de reforma agraria que permitió la distribución de tierras estatales entre campesinos. Se consolidó y expandió durante el gobierno de Eduardo Frei Montalva (1964-1970) y luego fue revocada durante la dictadura militar de Augusto Pinochet.
5 Pensando a Chile, 332.
6 Íbid.
7 Gabriela Mistral’s Papers Benson Library, Austin Texas.
8 Habría que destacar la importancia del Encuentro con Gabriela Mistral que se llevó a cabo en la Casa de la Mujer La Morada en agosto de 1989 y que junto a la publicación de Una palabra cómplice: Encuentro con Gabriela Mistral editado por Raquel Olea y Soledad Fariña dieron inicio a una nueva etapa en las lecturas críticas de Mistral. Otra instancia que reunió a académicos de distintas latitudes y generó importantes nuevas lecturas fue el simposio “REleer hoy a Gabriela Mistral. Mujer, historia y sociedad en América Latina” organizado en 1995 en Ottawa, Canadá y a partir del cual se publica en 1997 un libro con el mismo título editado por Gastón Lillo y J. Guillermo Renart.