
Introducción
Mi nombre es Sergio Magaña y nací en México, una tierra donde los sueños y las prácticas perceptivas ancestrales han sido secretos durante siglos, si bien ahora se están empezando a revelar. Mi misión en la vida es difundir este conocimiento secreto por el mundo. Pero es imposible entender esta misión sin tener en cuenta el país de México, un país cuyo destino se escribió con la sangre de los indígenas que murieron en él hace 500 años.
En la historia oficial del siglo XVI de la conquista de México, la que los mexicanos aprenden en el colegio, Moctezuma II, el tlatoani, portavoz y gobernador de los aztecas,1 fue un traidor que se rindió a los conquistadores españoles sin luchar y que fue asesinado por ellos. Sin embargo, la tradición oral de México cuenta una versión distinta en la que el mundo de los sueños es fundamental.
Según esta tradición, Moctezuma II era un maestro en el arte de los sueños y las profecías, como se esperaba de cualquier gobernador y guerrero en aquel tiempo, y en un sueño lúcido y profético vio el futuro de México. Sabía que el país sería conquistado, que habría una gran mezcla de razas y que él no podría hacer nada al respecto. Fue el sueño del Centeotl, el principio creativo del universo. Así es que decidió dar su tierra a los nuevos propietarios sin luchar, para evitar el sufrimiento y el derramamiento de sangre.
Sin embargo, otra historia, también propagada por la tradición oral, afirma que Cuitláhuac, sucesor directo en la línea de sangre del trono del tlatoani, se negó a obedecer la orden de rendición y ordenó secretamente el asesinato de Moctezuma II. En su calidad de tlatoani, ordenó más tarde a los mexicas y a sus aliados que atacaran. Hubo una sola batalla, la Noche Triste, en la que los conquistadores y sus aliados nativos sufrieron una derrota aplastante, y Hernán Cortés, al mando del ejército español, se vio obligado a retirarse de Tenochtitlán, conocido ahora como Ciudad de México. Se dice que Hernán Cortés se sentó bajo un árbol y lloró por la derrota.
Pero el sueño profético de Moctezuma II estaba destinado a cumplirse. Los españoles estaban infectados de viruela, una enfermedad inexistente en México en aquel tiempo, y muchos de sus cadáveres cayeron a la laguna que rodeaba Tenochtitlán. Los guerreros aztecas se lavaron sus heridas en ella y se contagiaron con la enfermedad. Cuitláhuac fue el primero en morir. Puesto que le habían seguido todos sus hombres, ahora los aztecas estaban indefensos y ya no quedaban más guerreros que pudieran salvar a México de su destino.
Tenochtiltán quedó en manos de Cuauhtémoc, un tlatoani joven, mientras los españoles y sus aliados se reagrupaban y volvían con un nuevo ejército. Tras presenciar cómo se cumplía el sueño de su predecesor, Cuauthémoc no se dedicó en aquel intervalo a defenderse, sino a esconder el tesoro de México. Los códices antiguos y una cantidad inmensa de piedras sagradas fueron enterrados en varios lugares, como Tula y Teotihuacán. Muchos de esos tesoros todavía no se han encontrado, pero según la tradición algunos saldrán a la luz pronto y entonces se sabrá la verdadera historia.
El 12 de agosto de 1521, poco antes de la caída de Tenochtitlán, defendida a esas alturas sobre todo por mujeres y niños, el joven Cuauhtémoc pronunció una consigna a los cuatro vientos para que se propagara por todo el imperio, un mensaje lleno de poesía y verdades.2 Se ha conservado en la tradición oral y en la actualidad cuenta con siete versiones distintas, todas muy parecidas, como la que se escribió en castellano en el Templo Mayor, el templo antiguo de los aztecas. Citaré solo un pequeño fragmento de la consigna, a la que el mundo está ahora reaccionando:
Nuestro sol se ha ocultado.
Es una noche triste para Tenochtitlán, Texcoco, Tlatelolco.3
La luna y las estrellas están ganando esta batalla,
dejándonos en la oscuridad y la desesperación.
Encerrémonos en nuestras casas,
dejemos desiertas las calles y los mercados,
ocultemos en el fondo del corazón nuestro amor por los
códices, el juego de pelota, las danzas, los templos,
conservemos en secreto la sabiduría que con tanto amor
nos enseñaron nuestros honorables abuelos,
y este conocimiento se transmitirá de padres a hijos, de maestros a discípulos,
hasta la llegada del Sexto Sol,
momento en que los nuevos hombres sabios lo recuperarán y salvarán México.
Entretanto, dancemos y recordemos la gloria de Tenochitlán,
el lugar donde el viento sopla con fuerza.
Es una versión resumida de aquella consigan, escrita con la sangre de la derrota de México. El conocimiento de la tradición se fue transmitiendo de padres a hijos y de maestros a discípulos, y ahora es el periodo de la llegada del Sexto Sol, el momento en que esta tradición ancestral está resurgiendo gracias a los mexicas, los hombres y mujeres sabios que la siguen.
Ser mexica no tiene por qué significar haber nacido en México. En la actualidad hay muchos mexicas de países extranjeros que están despertando al poder de los sueños. Yo he tenido el honor de formar a algunos en la tradición.
Los mexicas dicen: «El que no recuerda sus sueños está muerto en vida, porque no puede controlar su vida cuando está despierto». La primera vez que lo oí me ofendí. En aquella época todavía no había practicado los sueños floridos, el nombre con el que se conocen los sueños lúcidos en la tradición antigua. Pero más tarde, cuando empecé a desarrollarlos, comprobé que era una gran verdad.
Hoy día, según mi propia experiencia, les aseguro que no somos lo que comemos ni lo que pensamos, sino lo que soñamos. Como es natural, lo que comemos y pensamos constituye una parte esencial de nuestra vida, pero lo que la mayoría no entendemos es que lo que soñamos es lo que determina lo que comemos y pensamos y quiénes somos.
Y, sin embargo, nuestra forma de hablar refleja esta verdad antigua. Cualquier idioma tiene expresiones como «la mujer de mis sueños», «el trabajo con el que siempre soñé», «la vida con la que siempre había soñado», etc., que nos demuestran que las personas de antaño del mundo entero sabían perfectamente que primero soñamos algo y después lo vivimos.
En una ocasión me hundí en una depresión muy profunda y fue gracias a los sueños que me curé de forma asombrosa. A partir de entonces nunca he dudado de que los sueños son el medio más eficaz para transformarnos.
Pero eso no es todo. Durante miles de años muchos pueblos han experimentado con el mundo de los sueños y las prácticas perceptivas y han obtenido resultados sorprendentes. Este es el conocimiento que compartiré con ustedes en este libro, la información sobre una de las tradiciones más antiguas de México y los resultados increíbles que está dando a los que ahora la siguen.
También relataré las experiencias personales que viví con mis maestros, y espero que esto ayude a los que sienten curiosidad por los sueños y a los que ya han oído la llamada de su mente soñadora y del Sexto Sol y deseen emprender el camino del guerrero de los sueños.
1Tlatoani, «el propagador de la palabra», la persona que se ocupa de transmitir las decisiones tomadas por los miembros de los tres consejos que gobernaban las altepatls (ciudades) de Tenochtitlán, Texcoco y Tlatelolco. Se ocupaban tanto de asuntos militares como religiosos.
2En la actualidad se conoce como la última Orden de Cuauhtémoc en el Anáhuac. Esta es la versión corta:
Nuestro Sol
se ha ocultado,
su rostro
ha desaparecido,
dejándonos en una gran oscuridad.
Pero estamos seguros
de que regresará.
Volverá a alzarse
y a brillar en el firmamento.
3Tenochtitlán, Texcoco y Tlatelolco formaban parte de Mexihca o Mexicah, el lugar del ombligo del mundo. Los mesoamericanos que se establecieron en ese lugar del Valle del Anáhuac se concentraron en el islote de la laguna de Texcoco, donde fundaron la ciudad de Tenochtitlán, y crearon una tradición religiosa, política, cosmológica, astronómica, filosófica y artística de gran riqueza. Su lengua materna era el náhuatl. Los nahuas que habitaban en Tenochtitlán y Tlatelolco eran llamados «mexicas» y se llamaban a sí mismos «mexincahs».