Capítulo 5

 

Me levanté de un brinco y las crías de libélula, o lo que fueran, se alejaron del agua volando en espiral, abandonándome. Giré la cabeza, preguntándome de dónde había salido la voz. ¿Era de una persona invisible? Me habían pasado tantas cosas raras en ese valle que seguramente podía ocurrir lo más inusitado en él.

De súbito algo se movió y la vi. Sentada al otro lado de la laguna, medio oculta por unas matas, había una chica con un gorro de lana marrón en la cabeza. ¿Cómo era posible que no la hubiera visto?

Dije estas palabras en voz alta.

—Me mimetizo con el lugar —respondió ella saliendo de las matas. Sostenía algo en la mano. Era un bloc de dibujo y un carboncillo, uno de los caros, me dije. Como los que la profesora de arte usaba en el colegio y que no nos dejaba tocar nunca a los alumnos para que «no se los estropeáramos».

La chica parecía ser de mi edad, pero era un poco más baja que yo, y eso que pese a estar a punto de cumplir los trece yo no era demasiado alto que digamos. Como iba vestida con ropa verde y marrón, y el tono oscuro de su piel solo era un poco más claro que el del tronco de los árboles, se confundía con la vegetación. Hasta que se movió.

—¿Quién eres? —me preguntó.

Los insectos que nos rodeaban habían enmudecido.

—Soy Peter —respondí.

De pronto sentí una oleada de calor en mi interior. Reconocí la sensación, era de enojo.

—Peter Stone —repetí, intentando no perder la calma. Nunca mostraba mis sentimientos, si es que lograba controlarme.

Aunque me moría de ganas de escupir. Noté un sabor amargo en mi boca. Como si la tuviera llena de bilis por la rabia que sentía.

¡Y no me extrañaba! Ahora que por fin había encontrado un lugar para estar solo y en silencio, esta chica había aparecido en él. Tal vez incluso vivía cerca del lugar. Llenaría el valle de bullicio y parloteo. Me volví de nuevo hacia el agua, esperando que se largara con viento fresco.

—Muy apropiado —dijo, y luego volvió a sentarse con las piernas cruzadas y empezó a dibujar. No dijo una palabra más.

¿Apropiado? ¿Qué quería decir? El cosquilleo de la curiosidad era más fuerte que el de las crías de libélula revoloteando sobre mi piel. Pero no iba a preguntárselo. Si me quedaba callado, ella se acabaría yendo. Esta táctica siempre me había funcionado en el colegio, en el recreo e incluso en casa. Si me quedaba en silencio, la gente se aburría y me dejaba en paz.

Bueno, al menos la mayoría de las veces. Me estremecí al recordar la ocasión en que la táctica me había fallado. Al recordar lo que hizo que mis padres decidieran que nos mudáramos tan lejos de nuestro antiguo hogar. Que mi padre me mirara cada día como si se avergonzara de mí.

Me sacudí de encima los oscuros pensamientos y me concentré en la chica. ¿Qué estaba dibujando? ¿Y por qué había dicho apropiado? Creía saber lo que significaba.

Adecuado.

No pude aguantarme más. Se lo tenía que preguntar.

—¿A qué te refieres?

Ella alzó la vista, sus ojos marrones eran más profundos que la laguna que había entre nosotros. Arrugando el ceño contempló su cuaderno de dibujo y luego me miró.

—A tu nombre. Peter Stone. También es un poco repetitivo.* ¿En qué estarían pensando tus padres cuando te lo pusieron?

Ahora esta chica me estaba empezando a irritar de verdad. ¿Por qué creía que mi nombre era adecuado y repetitivo? Me puse en pie.

—¡No te levantes! —exclamó—. Ya casi he terminado.

—¿Terminado el qué?

—No te muevas aún —dijo indicándome con la mano que me volviera a sentar—. Ya casi estás. Pero no he podido dibujar todos los caballitos del diablo… —su voz se apagó y me la quedé mirando.

¿Caballitos del diablo? ¡Oh!, de modo que así era cómo se llamaban esas pequeñas libélulas. Entonces lo entendí. Las había estado dibujando, al igual que a mí. Volví a sentarme, sintiéndome raro. Nadie me había dibujado antes. No era un chico interesante. Tenía un pelo castaño del montón, ojos marrones y una estatura mediana. Nada especial. A decir verdad le resultaba invisible a casi todo el mundo.

Pero ella en cambio era la clase de chica que la gente suele dibujar. Mientras seguía dibujando me recordó a los caballitos del diablo: sus brazos eran delgados y gráciles. Las pestañas le revoloteaban como las alas de encaje de las libélulas. Se parecía un poco a un hada, aunque la expresión de su cara era de pura irritación humana.

—¿Qué pasa? —dije preguntándome si me volvería a responder con una sola palabra.

—Tu cara no me acaba de salir, porque te estás moviendo, Chico Piedra.

—¿Chico Piedra?

—Pues sí —asintió cerrando de golpe el bloc de dibujo y caminando de puntillas alrededor del círculo de piedras para ir adonde yo estaba. Iba descalza como yo—. Peter significa piedra. O roca. Y por un momento creí que eras una. Me gustaría saber cómo lo haces… No he visto a nadie que haga eso.

—¿Hacer el qué?

Nunca una persona me había confundido tanto en toda mi vida. Aunque ella hablara mi mismo idioma, no entendía la mitad de lo que me decía.

—Quedarte tan quieto —observó alzando mi mano en el aire como si me hiciera posar—. ¿Lo ves? Ni siquiera tiemblas. Es increíble. Con este pulso tan firme podrías ser cirujano.

De pronto una sombra se proyectó en su cara y alcé la vista al cielo. ¿Se estaba nublando el día? Oí el hojear de páginas y volví a mirarla. Me estaba mostrando sus dibujos.

Lancé una exclamación de sorpresa. Era…

—Asombroso —exclamé haciéndome eco de mis pensamientos—. Eres una auténtica artista.

Y en verdad lo era, había dibujado las rocas, los caballitos del diablo y a mí con una pasmosa exactitud. Ninguna de las partes era demasiado grande o demasiado pequeña. Había sombreado el contorno de las imágenes con el carboncillo para representar las sombras de las hojas del roble en los lugares correctos. Hasta los dedos de mis manos eran perfectos. Ni siquiera a la profesora de arte de mi antiguo colegio le salían tan bien.

—Gracias —dijo ella examinando el dibujo—. Creo que he captado tu cara. Los rostros no son fáciles de dibujar. Pero al quedarte quieto como una estatua me ha resultado más fácil de lo habitual. A decir verdad los caballitos del diablo se han movido más que tú. Al menos debía de haber un centenar —añadió cerrando el bloc de dibujo, y luego se lo metió bajo el brazo, sacó las zapatillas de tenis de la bolsa en la que había guardado el carboncillo y se levantó para ponérselas—. ¡Eres fantástico! Al principio no estaba segura de si eras real. He estado deseando toda la mañana tener un modelo. Creí que quizá por eso tú estabas aquí.

No pareció estar tomándome el pelo.

—¡No me digas! —respondí después de contemplarla varios segundos mientras pasaba de nuevo sobre las rocas—. ¿Creíste que yo estaba aquí porque tú lo deseabas?

A lo mejor sentía como yo que este valle era en cierto modo mágico. Que en este lugar pasaban cosas inexplicables que no sucedían en el resto del mundo.

—¡Claro! —repuso justo antes de desaparecer al cruzar el borde del saliente rocoso de la laguna—. Me refiero a que soy la chica de los deseos, ¿no crees? Porque se hace realidad lo que deseo.

—¿Qué has dicho? —exclamé intentando seguirla, pero me detuve para coger las botas: sabía que no podría darle alcance si iba descalzo por la ladera. Pero tras ponérmelas y echar a correr al lugar donde se había esfumado entre dos árboles, no pude dar con ella. Había desaparecido, lo cual era muy extraño porque las colinas estaban prácticamente desnudas de vegetación a nuestro alrededor, salvo en la hendidura que ocultaba la laguna.

Trepé un poco hasta el saliente desde donde tenía una visión panorámica del lugar, pero no la vi, pese a quedarme allí diez minutos esperando y observando. ¿Se había mimetizado con el valle? Tal vez se había escondido en alguna parte y estaba esperando a que me fuera para salir y volver a su hogar, dondequiera que viviera. Quizá residía en una de las dos casas de esta parte de la colina.

O quizá, pensé, formaba parte de la magia del valle. Me había dicho que era la chica de los deseos.

Descarté este pensamiento. Era una bobada. Ella no era nada especial, sino una simple chica. Seguramente tenía un puñado de amigas con las que volvería la próxima vez a este apacible lugar. Chicas bulliciosas que echarían a correr por el valle, explorándolo y llenándolo de palabras.

Estropeándolo.

¿Que yo era su deseo hecho realidad? ¡Y qué más! Pues yo llevaba mucho tiempo deseando estar solo, realmente solo, sin nadie que me molestara, me hablara o me dijera que era un fracaso. Y había creído que por fin vería cumplido mi sueño en este lugar.

Tal vez esa chica había conseguido su deseo. Pero ¿y yo qué?

Ella no era para mí ningún deseo hecho realidad.

 

*Peter, de Petrus, significa “piedra” como Stone. (N. de la T.)