Nicanor Parra –«ni muy listo ni tonto de remate», como se define a sí mismo nada menos que en un epitafio– viene a romper con todo un ordenamiento generacional y continuo de la poesía chilena y latinoamericana del siglo XX y con una manera de escribir esa poesía (desorden en el cielo de esa poesía), con una obra que, según los doctores de la ley, no debiera haberse publicado: Poemas y antipoemas. Todo el derrumbe de un alquímico lenguaje de pequeño dios en beneficio de la exaltación de un lenguaje nuevo o recuperado de lo cotidiano, dejando en evidencia que el poeta –homo sapiens, homo faber–, es un hombre como todos: «se acabó el engolamiento».
Este hombre como todos es el llamado a decir –contar y cantar– las cosas por su nombre, el lenguaje de su tribu en un recuperar los decires desde sus raíces e invenciones creativas (madrigales, canciones, sinfonías) a las tablas lecturales del mundo moderno (con sus trampas y vicios). La advertencia de este nuevo lenguaje está ya en el directo y certero título: Poemas y antipoemas, y en el tratamiento nada de usual de los temas siempre humanos («temas que producían en mí un lamentable estado de ánimo») de la obra toda.
«Un tarro de basura no es sucio ni cochino al lado de esta poesía», comentaría prontamente un iracundo y bien capuchino lector. Tal convencional crítico-lector no dejaba de tener razón, pues era fácil quedarse en las nubes frente a versos como: Durante el baile pensaba en unas lechugas vistas el día anterior o Mi lengua parecida a un biftec de ternera.
Sin embargo, el mismo antipoeta se había encargado de poner sobre aviso al lector: «El autor no responde de las molestias que puedan ocasionar sus escritos». Serán precisamente estas «molestias», en sus formas y escrituras en la poesía de Parra, las que lograrán imponer un reino nuevo, de toda novedad, llamado antipoesía: «Ya me he quemado bastante las pestañas / Justo es, entonces, que trate de crear algo / Que me permita vivir holgadamente / O que por lo menos me permita morir».
Después de Cancionero sin nombre (1937), su primer libro de fuerte motivación garcialorquiana, pasará más de década y media para que Nicanor Parra vuelva a sacar la voz en la/su poesía chilena. Durante todo ese interregno o rumia de tiempo prefirió quedarse en casa, a «idear mecanismos», a «dilucidar algunas cuestiones», a «resolver pequeños problemas de emergencia». Y, en definitiva, «a soñar», pues sin ser surrealista neto y nato, su método onírico lo llevaba kafkianamente por los cementerios, las fuentes de soda, las salas de clases y otros terrenos que solo la antipoesía podía imaginar o hacer realidad.
El mismísimo Parra cuenta:
«Alrededor de 1950 me puse a llevar una especie de diario, que no es exactamente un diario, sino un revoltijo, una ensalada rusa, donde yo anoto lo que me pasa por la cabeza, lo que me parece interesantón. Una idea, una ocurrencia, un párrafo de libro, un chiste, un titular de prensa, cualquier cosa que me dice algo. Hay notas de viaje, hay cuadernos sobre los viajes a Cuba, libretas sobre giras por la Unión Soviética, por China, por Estados Unidos. Cartas, romances, anotaciones epistolares, conflictos personales y ultra-personales, confesiones extremas (casi pornográficas). En realidad, es también una especie de depósito, de detritus literario; pero sabemos muy bien que el hidrógeno tiene un ciclo muy determinado, de modo que lo que hoy es detritus, mañana puede ser flor. Y viceversa»1
Algo y mucho de ese «revoltijo» anda, sin duda, en las notas de viaje («Una vez andando / Por un parque inglés»), en las cartas a una desconocida («¿Dónde estarás tú? ¡Dónde / Estarás, oh hija de mis besos!»), en ese tiempo que lo borra todo, pero queda. Y siempre a la espera, en estos ires y venires, de un contrasentido, que ahí radica –«ya que la vida del hombre no es sino una acción a distancia»– la alteración o ruptura gestual y dialogante del antipoeta.
De Parra se puede esperar cualquier cosa, en el terreno literario, naturalmente:
«De este modo, ha conseguido constituirse en un factor decisivo en la conformación de una tendencia paralela al antirrealismo, en aguda fricción y competencia con este, que agudiza aun más la crisis de la literatura y de los géneros, la condición ruptural y transgresora de las manifestaciones artísticas contemporáneas y, por ende, su condición de discurso crítico y subversivo de la situación cultural, política y socioeconómica de nuestro continente»2
Nicanor Parra surge de una generación de escritores –la Generación llamada del 38– que hizo más o menos época en Chile. Desde esa perspectiva el autor define posiciones: «Políticamente éramos, en general, apolíticos, más exactamente, izquierdistas no militantes. En materia religiosa, no éramos católicos; la teología nos tenía sin cuidado, aunque no tanto. Yo me inclinaba por la filosofía oriental, lo que me hacía sospechoso frente a mis compañeros más íntimos, que se dejaban deslumbrar por un filósofo ambulante del parque de la Quinta Normal, que afirmaba que el hombre debía inspirarse en los animales domésticos en materia de modales personales: del gallo debía aprender la gallardía, y del caballo, la caballerosidad»3
De esta manera, Parra es acaso el único de nuestros poetas que ha sabido incorporar el lenguaje llamado vernáculo a su tarea creativa (o destructiva), elevándolo a categoría poética (o antipoética). Es conocido su interés por los cantores populares, por guitarreros, por personajes o «cristianos» que deambulan por calles, ferias y mercados. Así, Parra hace del poema un campo verbal de exploración, deslinde y reafirmación. O, como bien señala Julio Ortega en un estudio prologal, «explora la textura de distintos espacios de ocurrencia de habla (la publicidad, las comunicaciones, la calle, la fiesta, la conversación); deslinda entre diversas formulaciones del habla poética (soliloquio, contrapunto, notación, canción); y reafirma la calidad temporal del coloquio, su instancia sensible, su articulación múltiple en el acto de la enunciación. Estos trabajos sobre la dicción dan a la antipoesía su textura compleja y dúctil, su temperatura coloquial, su fraseo paralelístico y oposicional, y su peculiar humor, sobrio y paradojal»4
Poemas y antipoemas se publica originalmente en 1954 (donde el ilativo «y» unía o desunía a los poemas de los antipoemas). Ahora, a más de cuarenta años de aquella publicación primera, unos y otros parecieran constituir literariamente un todo único y genérico en beneficio de su potencia y proyección, que ya alcanzó la antipoesía a través de estas «clásicas» páginas. El título mismo de este paradigmático libro ha dado, por cierto, temas y variaciones para críticos y estudiosos. Si bien la preposición anti puede denotar aquí una oposición o contrariedad, de acuerdo al alfabeto parriano puede, también, significar delante de (antiparras, antifaz, anticipar). Anticiparse al poema mismo, en consecuencia, como forma de imponer un nuevo tratamiento en la escritura llamada simplemente poesía: «Ha llegado el momento de modernizar esta ceremonia». Es decir, un torcerle el cuello al cisne del lenguaje. O acto inaugural en el reinventar nuestros decires.
Valga citar aquí lo que el propio Nicanor cuenta entorno a la génesis de Poemas y antipoemas, sin duda, su libro esencial y sustancial: «Yo estaba en ese tiempo en la Universidad de Oxford, en Inglaterra, el año 1950 - 51, escribiendo, puliendo libros: un mamotreto. Un buen día pasé frente a una librería; me llamó mucho la atención un libro que se exponía en ese tiempo, que estaba en la vitrina. El libro se llamaba Apoemas. Autor: un poeta francés, creo que Henri Michaux. Me llamó mucho la atención a mí esta palabra, apoemas. Pero, simultáneamente, me pareció –a pesar del acierto– una palabra que estaba a medio camino. Me dije: ¿Por qué no le pondría directamente antipoemas en vez de apoemas? Me pareció la palabra antipoema más fuerte, más expresiva, que la palabra apoemas. Y, a continuación, di un segundo paso: Me pareció que la palabra antipoema, sola, contaba nada más que la mitad de la historia, porque ¿dónde quedaban los poemas?
«Entonces me pareció que el libro que yo estaba trabajando en ese tiempo debía titularse Poemas y antipoemas. O sea, en el libro debían aparecer dos objetos diferentes pero complementarios: los poemas tradicionales y, en seguida, este otro producto, estrambótico, más o menos destartalado, que se llama el antipoema. Yo relacionaba, además, este dúo. Como profesor de Física yo estaba acostumbrado a trabajar con átomos, entonces pensaba en términos de protones y electrones, en términos de cargas positivas y negativas.
«A estas alturas ustedes tienen que darse cuenta que en estos momentos estamos tocando algo sumamente importante. Yo lo hice esto en forma un poco intuitiva, pero a continuación he tenido que ver que lo que estaba ocurriendo en este planteamiento era algo más o menos sustancial... Pienso en estos momentos en ese principio marxista fundamental: cómo funciona la naturaleza, cómo funciona la historia y cómo funciona el espíritu humano; mediante un proceso llamado proceso dialéctico que consiste más o menos en lo siguiente: se hace un planteamiento, este planteamiento origina automáticamente un antiplanteamiento o contraplanteamiento, y lo que hay que hacer a continuación, entonces, es la síntesis. Se habla de tesis, antitesis, y síntesis. Así opera la naturaleza en todos sus cambios, así opera el espíritu humano, así opera la historia nada menos.
«Fíjense ustedes que ese juego, inocente entonces, del título del libro, de este libro Poemas y antipoemas, en buenas cuentas, no resultó tan inocente».5
¿Cómo quemar las naves tradicionales, entonces? Partiendo de la misma tradición en un decir las cosas como son, sin retórica o alegoría alguna, aunque este decir haga poner el grito en el cielo, a la manera de ese poema-antipoema de título semejante: «Desorden en el cielo». El alma chilena y Del mar a la montaña (Carlos Pezoa Véliz, Diego Dublé Urrutia) en las acuciosas lecturas genealógicas de Parra, junto a aquellas otras de lenguas diversas en sus vertientes nutricias:
«En la época en que yo escribí algunos de los antipoemas más importantes, leí con mucha antención a Kafka. Pero no tan solo a él. Leí también a los ingleses. Hay algunos críticos que piensan que Poemas y antipoemas viene directamente de la poesía inglesa. Bueno, es una mezcla de todo eso y de muchas otras cosas más. La lista es larga y en ella no pueden estar ausentes Aristófanes, Chaucer, por ejemplo»6
La verdad es que Nicanor Parra rompe de golpe con toda una tradición literaria, con todo un tono, un decir, una forma estereotipada para el quehacer poético. La clave está en Advertencia al lector, texto pórtico o fundamento de estos antipoemas, ars-antipoética, si se quiere. La palabra «arcoiris», la palabra «dolor», la palabra «torcuato» no aparece por ninguna parte en los 29 textos de este libro. «Sillas y mesas sí que aparecen a granel, / ¡Ataúdes! ¡útiles de escritorio / lo que me llena de orgullo». El lector, ya advertido, no podrá ignorar la página-terreno que está pisando.
De esta manera, este lector pasará a ser un lector cómplice, comprometido en medio de un cúmulo de contradicciones y en un mundo que se recompone a través de un método rápido de preguntas y respuestas. Es decir, no hay lector pasivo, aunque ignore de dónde vienen esas voces que lo hacen temblar (v.g: poema Las tablas).
La antipoesía se vuelve cotidiana. El antipoeta es un hombre más, un albañil que construye un muro, un constructor de puertas y ventanas, un hombre «capaz, incluso, de ironizar su propia existencia». Parra ha expresado muchas veces que no hace literatura, que solo cuenta sus cosas: «Los poemas son como secreciones glandulares. ¡Ay del poeta que siga haciendo el quite a los giros del lenguaje cotidiano, combinando palabras que suenen más o menos bien, como nos enseñaban en la escuela! La unidad fundamental de la poesía es el giro idiomático y no la palabra: Durante medio siglo / La poesía fue el paraíso del tonto solemne / hasta que vine yo / Y me instalé con mi montaña rusa».
Razones valederas tiene, entonces, el ensayista Mario Rodríguez Fernández para señalar que esta poesía «se instala en lo concreto, en lo banal y en lo cotidiano. No pretende ser la revelación de una realidad inmediata. Su función es poner en evidencia la condición humana tal como se presenta en las situaciones históricas. Por ello embiste contra lo absoluto y contra lo sagrado. Podemos sostener que la función de la poesía de Parra es la desacralización del mundo y del hombre»7
De esta «herejía» contra el lenguaje convencional y de esta dialéctica de las contradicciones («Yo digo una cosa por otra»), Nicanor Parra escribe su propio alfabeto, con palabras, frases, discursos («Voy a explicarme aquí, si me permiten»), soliloquios, al alcance de un interlocutor imaginario o real, aunque, las más de las veces, este interlocutor sea él mismo: «Yo soy el individuo».
En este alfabeto parriano el verso y el sujeto tienen su universo de proyección y potencia propias. Hasta la palabra «silla», o la palabra «mesa», son aquí sujeto-objeto de un movimiento perpetuo. Pero no todo es paradoja, vicios del mundo moderno, sueños absurdos. También cierto dramatismo estremece la interioridad de esta antipoesía hasta hacerse evocadora y casi nostálgica («A estas alturas siento que me envuelve / El delicado olor de las violetas / Que mi amorosa madre cultivaba / Para curar la tos y la tristeza») en un recuperar días felices o reconstruir recuerdos de juventud en una memoria presente.
Así, lo neorromántico y lo posmodernista y lo expresionista –ismos visibles y reconocibles (incluso por el autor) como líneas centrales de esta obra– constituyen vitalizadores vasos comunicantes hacia lo cotidiano y, en definitiva, hacia lo humano de esta poesía. Poesía o antipoesía de la claridad.
«El antipoema, que, a la postre, no es otra cosa que el poema tradicional enriquecido con la savia surrealista –surrealismo criollo o como queráis llamarlo. Debe aun ser resuelto desde el punto de vista psicológico y social del país y del continente a que pertenecemos, para que pueda ser considerado como un verdadero ideal poético. Falta por demostrar que el hijo del matrimonio del día y la noche, celebrado en el ámbito del antipoema, no es una nueva forma de crepúsculo, sino un nuevo tipo de amanecer poético»8
Con la aparición de Poemas y antipoemas, en 1954, Nicanor Parra inauguraba, en toda la literatura chilena e iberoamericana, precisa y definitivamente ese «nuevo tipo de amanecer poético».
Prólogo a «Poemas & Antipoemas»
Editorial Universitaria
(Colección Premios Nacionales de Literatura)
Santiago, 1998.
1 Teillier, Jorge. «Antientrevista con Nicanor Parra». Revista Árbol de Letras, 1968, pp. 78-80.
2 Carrasco, Iván. Nicanor Parra: La escritura antipoética. Santiago de Chile,1990.
3 Parra, Nicanor. «Poetas de la claridad». Revista Atenea, 1958, pp. 45-48.
4 Parra, Nicanor. Poemas para combatir la calvicie. Fondo de Cultura Económica, 1993.
5 Carrasco, Iván. Para leer a Nicanor Parra: Santiago de Chile. Ediciones Universidad Nacional Andrés Bello, 1999.
6 Morales, Leonidas. Conversaciones con Nicanor Parra. Santiago de Chile: Editorial Universitaria, 1991.
7 Montes, Hugo, y Fernández, Mario. Nicanor Parra y la poesía de lo cotidiano. Santiago de Chile: Editorial del Pacífico, 1970.
8 Parra, Nicanor. «Poetas de la claridad». Revista Atenea, 1958, pp. 45-48.