Capítulo 1

Una propuesta llena de esperanza

1. En el marco de la nueva evangelización

Los obispos de Latinoamérica y El Caribe, reunidos en Aparecida, Brasil, en mayo de 2007, hicieron la siguiente constatación:

Tenemos un alto porcentaje de católicos sin conciencia de su misión de ser sal y fermento en el mundo, con una identidad cristiana débil y vulnerable. Esto constituye todo un desafío que cuestiona a fondo la manera como estamos educando en la fe y cómo estamos alimentando la vivencia cristiana; un desafío que debemos afrontar con decisión, con valentía y creatividad, ya que en muchas partes la iniciación cristiana ha sido pobre o fragmentada. O educamos en la fe, poniendo realmente en contacto con Jesucristo e invitando a su seguimiento, o no cumpliremos nuestra misión evangelizadora. Se impone la tarea irrenunciable de ofrecer una modalidad operativa de iniciación cristiana que además de marcar el qué, dé también elementos para el quién, el cómo y el dónde se realiza. Así asumiremos el desafío de una nueva evangelización, a la que hemos sido reiteradamente convocados. (DA 286-287)

Esta necesidad de una nueva evangelización se hizo consciente para Latinoamérica cuando el papa Juan Pablo II, al celebrarse los 500 años de la llegada de la Buena Nueva a América, hizo, desde Haití, un ferviente llamado a encontrar y aplicar nuevos métodos y formas en la evangelización, acompañados de un nuevo ardor misionero.

Esta gran meta ha preocupado fuertemente a la Iglesia. El hecho contundente de la pérdida y debilitamiento de la fe, ciertamente exige sacar las consecuencias y llevar a la vida lo que el Papa Juan Pablo II planteara.

El concilio Vaticano II, a mediados del siglo XX, señaló la ruta de una profunda renovación de la Iglesia. Pablo VI, con su memorable exhortación apostólica “Evangelii Nuntiandi”, (Anunciando el Evangelio), buscando la aplicación del concilio, destaca que la misión propia de la Iglesia es evangelizar, es decir, transmitir la fe en forma atrayente y eficaz, para transformar el mundo en Cristo Jesús.

Los últimos pontífices han reiterado este llamado. Lo que Juan Pablo II proponía a la Iglesia en el continente americano, Benedicto XVI lo amplía más allá. La nueva evangelización constituye un desafío para toda la Iglesia, especialmente también para la Iglesia en Europa, lugar desde el cual nos llegó la Buena Nueva de Cristo. Convoca, por eso, a un sínodo sobre la fe y proclama para toda la Iglesia la celebración de un Año de la Fe.

El Santo Padre Francisco, desde que asumió el pontificado, ha sabido transmitir, por su palabra y ejemplo, un extraordinario impulso misionero en el pueblo de Dios.

Es en este contexto donde adquiere su verdadera dimensión lo que propone el fundador de Schoenstatt. Desde el inicio él planteó claramente un objetivo: la renovación mariana del mundo en Cristo. Consideró como vocación y tarea central de su Obra, conformar un movimiento de educación de la fe, ofreciendo una nueva pedagogía de la fe.

Su propuesta surge de una honda experiencia personal, de la escucha de los signos del tiempo y de los frutos logrados en la puesta en práctica de su método pedagógico. Él pudo verificar la eficacia de una pastoral mariana renovada, afianzando su convicción del extraordinario potencial evangelizador que ésta entraña.

Estaba convencido de que el Señor mismo era quien señalaba a la Iglesia y al mundo actual, a María como la “Gran Señal” de luz para nuestro tiempo. Las palabras de Jesús: “Ahí tienes a tu Madre”, decía, las repite hoy el Señor, esperando que sus discípulos, al igual que Juan, la recibiesen como su Madre y Educadora, como “la Mujer vestida de sol”, signo de esperanza para una Iglesia renovada.

Su propuesta no se limitó a destacar y fortificar una piedad mariana tradicional, arraigada profundamente sobre todo en el ámbito latino. La pedagogía y pastoral marianas que él propone suponen una profunda revisión y renovación tanto de la imagen de María como de la piedad y pastoral marianas existentes. Su propuesta pastoral mariana no se remite a una revelación privada o al sueño de un gran enamorado de María; no es el fruto de impulsos de orden emocional, sino que está fundamentada en el orden objetivo de la redención, tal como Dios Padre lo dispuso en su plan de amor. Su propuesta se basa en la Palabra de Dios, en lo que la Biblia nos revela del misterio mariano y en la doctrina de la Iglesia.

Su objetivo es abrir el camino hacia un encuentro personal con Cristo y a un compromiso con su obra redentora. Para él, la Virgen María es justamente el camino más corto, apto y seguro para adentrase en el misterio de Cristo. La transmisión de la fe marcada por el sello mariano conforma un proceso vital, un encuentro personal, una auténtica transmisión de vida.




2. Una convicción avalada por la Iglesia

Cuando el P. Kentenich plantea su visión de una pastoral y educación de la fe mariana, no está solo. El Espíritu Santo sopla en toda la Iglesia suscitando múltiples iniciativas que buscan la renovación y fortalecimiento de la fe. El magisterio de la Iglesia y los últimos pontífices han ido señalando derroteros y mostrando los caminos de la nueva evangelización. En este sentido es notable cómo la persona y misión de la Virgen María se han ido destacando cada vez con mayor fuerza.

El horizonte de una nueva época mariana se anuncia ya con la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción por Pío IX, el 8 de diciembre de 1854.

El P. Kentenich interpreta la proclamación de este dogma en el sentido de que Dios quiere destacar, en el horizonte de una época marcadamente centrada en el hombre, el ideal del ser humano en su mayor plenitud: en la Inmaculada Concepción Dios muestra al ser humano tal como lo pensó al crearlo y al restaurar su imagen en Cristo Jesús.

El Papa san Pío X, en su encíclica Ad diem illum, publicada con ocasión de los 50 años de la proclamación del dogma de la Inmaculada, afirma que María es el camino más directo y vital para encontrar a Cristo. El P. Kentenich menciona una y otra vez este pasaje de esa encíclica:

Nadie vale más que María para unir eficazmente los hombres a Jesús. Y como según la doctrina del divino Maestro: “Ésta es la vida eterna: conocerte a ti, único Dios verdadero, y al que enviaste, Jesucristo” (Jn 17,3), así como alcanzamos por María un conocimiento vital de Jesucristo, por ella también nos es más fácil adquirir la vida de que es él principio y fuente.

Y agrega en el mismo lugar el Santo Padre:

Desdichados los que abandonan a María bajo el pretexto de rendir honor a Jesucristo. ¡Como si se pudiese encontrar al Hijo de otra manera que con María, su Madre! (ADI, 6).

Se trata de encontrar a Cristo no teórica sino vitalmente y de establecer con él una profunda unión de vida y misión. Y en la nueva evangelización esa es precisamente la meta. Para logarlo, como afirma el Papa, María es el camino más fácil y directo. Ella no nos aparta de Cristo, muy por lo contrario: nos ata estrechamente a él.

La proclamación del dogma de la Asunción de María en cuerpo y alma a los cielos, por Pío XII, el 1 de noviembre de 1950, constituye otro hito importante por el cual Dios mismo, a través del Santo Padre, destaca en la persona de María el destino del hombre.

Afirmamos que el P. Kentenich no se basa en milagros y apariciones de María para fundamentar una pastoral mariana; sin embargo, acoge también como una confirmación de su propuesta pastoral, las apariciones de María oficialmente reconocidas por el magisterio de la Iglesia, a saber: las manifestaciones de María en Lourdes a Bernardita Soubirous, en 1858, como a los pastores en Fátima, en 1917. Éstas muestran cómo María misma se manifiesta también en forma extraordinaria, llamando la atención de la Iglesia y del mundo respecto a su persona y al papel que ella posee como Colaboradora en la obra redentora de Cristo, en la vida de la Iglesia y en su misión frente al mundo.

A lo largo del siglo veinte se fue dando, como nunca antes y cada vez con mayor intensidad, una nueva elaboración doctrinal de la mariología. El estudio exegético mariano, realizado por eminentes teólogos, se preocupó de esclarecer la enseñanza bíblica sobre María, mostrando con nueva luz la riqueza y densidad teológicas de los textos bíblicos que aluden directa e indirectamente a su persona y su misión en el plan de redención.

Todo este largo proceso, que no es el caso describir aquí en detalle, desemboca en el gran acontecimiento del Vaticano II, primer Concilio ecuménico que entrega una visión global de María, inserta en el misterio de Cristo y de la Iglesia.

En la Constitución Apostólica Lumen Gentium, se muestra el ser y la acción de María según el plan de Dios, señalándola como prototipo de la Iglesia y, a la vez, como la Madre que nos acompaña en el crecimiento de nuestra fe. Con su amor materno, afirma el Concilio, cuida de los hermanos de su Hijo, que peregrinan y se debaten entre peligros y angustias y luchan contra el pecado hasta que sean llevados a la patria feliz. Por eso, la Bienaventurada Virgen en la Iglesia es invocada con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora (Cf LG c.8).

Luego del Concilio Vaticano II, es Pablo VI quien asume un rol de gran importancia en esta dirección. Como un hecho relevante, al final del Concilio, destaca la proclamación de María como “Madre de la Iglesia” (21 de Noviembre de 1964).

Durante los años posteriores al Concilio, la vida eclesial sufrió profundas conmociones. El Concilio fue interpretado y aplicado de diversas maneras. Dentro de esa conmoción, la piedad mariana existente sufrió serios ataques. Se la tildó de devoción alienante que debía ser superada y dejada de lado.

Las enseñanzas y perspectivas señaladas por el magisterio de la Iglesia, antes y durante el Concilio Vaticano II, parecieron haberse olvidado y haber perdido interés para aquellos que querían cambios profundos en la Iglesia y en la realidad socio cultural.

En este contexto, el Papa Pablo VI escribe la exhortación Apostólica, El Culto a María, donde aborda con mucha fuerza y claridad la necesidad de revisar la imagen de María que tiene nuestro pueblo cristiano, imagen, dice, que aparece a menudo apartada de la Biblia, apartada de la Iglesia, apartada de la liturgia, apartada del hombre actual: extra-bíblica, extra-litúrgica, extra-eclesial. Muestra así la necesidad de revisar, corregir y enriquecer la imagen de María que reinaba mayoritariamente en el pueblo de Dios.

En su exhortación apostólica, Pablo VI señala algo también particularmente importante en la perspectiva antes señalada. Muestra a María en relación a las aspiraciones del hombre actual; afirma que ella “no defrauda esperanza profunda alguna de los hombres de nuestro tiempo” (MC 38). La señala como signo de luz en una época centrada en el hombre, que tiene una palabra importante que decir, especialmente a los constructores de la sociedad.

En la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, realizada en Medellín (1968), que se llevó a cabo en un tiempo en que la piedad mariana sufría un serio descrédito, poco o nada se habla de María. Sin embargo, esta situación se revierte en la III Conferencia General, que se realizó en Puebla (1979). Esta Conferencia de los obispos latinoamericanos marca un cambio y constituye otro importante hito en relación a la pastoral mariana y a la importancia de María en la evangelización.

Citamos un pasaje del Documento de Puebla que es especialmente significativo:

La Iglesia, con la evangelización, engendra nuevos hijos (LG 64). Este proceso que consiste en “transformar desde dentro”, en “renovar a la humanidad” (EN 18), es un verdadero volver a nacer. En ese parto, que siempre se reitera, María es nuestra Madre. Ella, gloriosa en el cielo, actúa en la tierra. Participando del señorío de Cristo resucitado, “con su amor materno cuida de los hermanos de su Hijo que todavía peregrinan” (LG 62); su gran cuidado es que los cristianos tengan vida abundante y lleguen a la madurez en la plenitud de Cristo.

María no sólo vela por la Iglesia; ella tiene un corazón tan amplio como el mundo e implora ante el Señor de la historia por todos los pueblos. Esto lo registra la fe popular que encomienda a María, como Reina maternal, el destino de nuestras naciones.

Mientras peregrinamos, María será la Madre educadora de la fe (LG 63). Cuida de que el Evangelio nos penetre, conforme nuestra vida diaria y produzca frutos de santidad. Ella tiene que ser cada vez más la pedagoga del Evangelio en América Latina.

María es verdaderamente Madre de la Iglesia. Marca al pueblo de Dios. Pablo VI hace suyas una precisa fórmula de la tradición: “No se puede hablar de la Iglesia si no está presente María”. (MC 28). Se trata de una presencia femenina que crea el ambiente familiar, la voluntad de acogida, el amor y el respeto por la vida. Es presencia sacramental de los rasgos maternales de Dios. Es una realidad tan hondamente humana y santa que suscita en los creyentes las plegarias de la ternura, del dolor y de la esperanza” (Puebla 288-290).

Puebla concluye el apartado sobre María, con las siguientes afirmaciones:

La Iglesia es consciente de que “lo que importa es evangelizar no de una manera decorativa como un barniz superficial” (EN 20).

Esta Iglesia, que con nueva lucidez y decisión quiere evangelizar en lo hondo, en la raíz, en la cultura del pueblo, se vuelve a María para que el Evangelio se haga más carne, más corazón de América Latina. Ésta es la hora de María, tiempo de un nuevo Pentecostés que ella preside con su oración cuando, bajo el influjo del Espíritu Santo, inicia la Iglesia un nuevo tramo en su peregrinar. Que María sea en este camino “Estrella de la evangelización siempre renovada” (EN 81). (Puebla 303).

Uno de los aspectos marianos más destacados en Puebla es el sentido e importancia de la devoción popular mariana de nuestros pueblos, señalando su necesidad de purificación y su eficacia evangelizadora.

Todo lo que expone Puebla y enseña Pablo VI, se ve extraordinariamente reforzado por Juan Pablo II quien, ya al iniciar su pontificado, anuncia como su lema papal el Totus tuus, que define su persona y marca su orientación pastoral.

Juan Pablo II no sobresale en primer lugar por haber entregado novedosas reflexiones teológicas o doctrinales sobre la Virgen María, pero se destacó, como ningún Santo Padre, por la profundidad de su amor a ella y por su labor pastoral en la cual María siempre ocupó un lugar privilegiado.

Una vez más los obispos latinoamericanos, reunidos en Aparecida (2007), reiteran el llamado a desplegar una amplia y profunda nueva evangelización como discípulos misioneros de Cristo bajo el amparo de María, la gran discípula y misionera del Señor. Se afirma en el Documento de Aparecida:

María con su fe llega a ser el primer miembro de la comunidad de los creyentes en Cristo, y también se hace colaboradora en el renacimiento espiritual de los discípulos. (...) Desde la cruz, Jesucristo confió a sus discípulos, representados por Juan, el don de la maternidad de María, que brota directamente de la hora pascual de Cristo: “Y desde aquel momento el discípulo la recibió como suya” (Jn 19, 27). Perseverando junto a los apóstoles a la espera del Espíritu (cf. Hch. 1, 13-14), cooperó con el nacimiento de la Iglesia misionera, imprimiéndole un sello mariano que la identifica hondamente (DA 266 - 267).

María, Madre de la Iglesia, además de modelo y paradigma de humanidad, es artífice de comunión (...) Ella atrae multitudes a la comunión con Jesús y su Iglesia, como experimentamos a menudo en los santuarios marianos. Por eso la Iglesia, como la Virgen María, es madre. Esta visión mariana de la Iglesia es el mejor remedio para una Iglesia meramente funcional o burocrática (DA 268).

María es la gran misionera, continuadora de la misión de su Hijo y formadora de misioneros. Ella, así como dio a luz al Salvador del mundo, trajo el Evangelio a nuestra América (DA 269).

El Papa Benedicto XVI, en la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, había hecho la siguiente invitación:

El Papa vino a Aparecida con viva alegría para decirles en primer lugar: permanezcan en la escuela de María. Inspírense en sus enseñanzas. Procuren acoger y guardar dentro del corazón las luces que ella, por mandato divino, les envía desde lo alto.1

La trascendencia de este “ir a la escuela de María” la destaca el mismo Santo Padre cuando afirma:

El órgano para ver a Dios es el corazón purificado. A la piedad mariana podría corresponderle provocar el despertar del corazón y realizar su purificación en la fe. Si la miseria del hombre actual es desmoronarse cada vez más en puros bíos (vitalismo) y pura racionalidad, la piedad mariana podría contrarrestar tal “descomposición” de lo humano, y ayudar a recuperar la unidad en el centro, desde el corazón.2

El Papa Francisco continúa hoy transitando por la misma senda de sus predecesores, animado por un extraordinario fuego evangelizador que ha conmovido al mundo entero. Finalizamos estas breves reflexiones con la oración a María con la que el Santo Padre Francisco concluye su encíclica Evangelii Gaudium:

Virgen y Madre María, tú que, movida por el Espíritu, acogiste al Verbo de la vida en la profundidad de tu humilde fe, totalmente entregada al Eterno,ayúdanos a decir nuestro “sí”.Ante la urgencia, más imperiosa que nunca, de hacer resonar la Buena Noticia de Jesús.

Tú, llena de la presencia de Cristo, llevaste la alegría a Juan el Bautista, haciéndolo exultar en el seno de su madre. Tú, estremecida de gozo, cantaste las maravillas del Señor. Tú, que estuviste plantada ante la cruz con una fe inquebrantable y recibiste el alegre consuelo de la resurrección, recogiste a los discípulos en la espera del Espíritu para que naciera la Iglesia evangelizadora.

Consíguenos ahora un nuevo ardor de resucitados para llevar a todos el Evangelio de la vida que vence a la muerte. Danos la santa audacia de buscar nuevos caminos, para que llegue a todos el don de la belleza que no se apaga.

Tú, Virgen de la escucha y la contemplación, madre del amor, esposa de las bodas eternas, intercede por la Iglesia, de la cual eres el icono purísimo, para que ella nunca se encierre ni se detenga en su pasión por instaurar el Reino.

Estrella de la nueva evangelización, ayúdanos a resplandecer en el testimonio de la comunión, del servicio, de la fe ardiente y generosa, de la justicia y el amor a los pobres, para que la alegría del Evangelio llegue hasta los confines de la tierra y ninguna periferia se prive de su luz.

Madre del Evangelio viviente, manantial de alegría para los pequeños, ruega por nosotros. Amén. Aleluya

La breve reseña que presentamos muestra en líneas generales cómo la propuesta evangelizadora mariana del P. Kentenich coincide con lo que plantean los documentos del magisterio y especialmente de los últimos Sumos Pontífices. Sí, ésta es “la hora de María”; es la hora de un nuevo Pentecostés para la Iglesia y el mundo. La misión evangelizadora sin duda estará marcada por la persona y la presencia activa de María como Colaboradora de Cristo y Educadora de la fe, como “estrella de la nueva evangelización”.