I
LAS TRADICIONES ESPIRITUALES
EN LA ACTUALIDAD
«Cada manifestación de lo sagrado es importante: cada rito, cada mito, cada creencia o figura divina.»
MIRCEA ELIADE5
«El Señor es mi pastor» es un hermoso salmo, pero las personas están cansadas de ser ovejas. Cada vez son menos las que están dispuestas a hacer lo que les diga el sacerdote, el rabino o el pastor protestante; o entrar en una iglesia abarrotada y llevar a cabo ritos sin sentido. Y menos aún las que están dispuestas a restringir sus intereses sexuales porque un sacerdote célibe, reprimido sexualmente u obsesionado, les dice que lo hagan. Pocas mujeres están dispuestas a seguir siendo observadoras de segunda clase ante una jerarquía masculina. Y muchas iglesias están vacías y en declive.
Para algunos, la respuesta consiste en resistirse al cambio e insistir en la religión de antaño. Otros no ven la necesidad de practicar ninguna actividad religiosa o espiritual, sea cual sea. Ambos planteamientos tienen sus peligros: uno induce al lavado de cerebro y el otro a una vida demasiado superficial. Un tercer grupo busca otra alternativa. Yo recomiendo una forma nueva y más profunda de ser religioso, no sólo espiritual, que satisfaga tanto a creyentes como a buscadores.
Aproximadamente cuatro de cinco personas en el mundo pertenecen a una religión organizada, y éstas necesitan también un nuevo enfoque más personal y estimulante. Incluso ellas sienten la acuciante necesidad de convertirse en seres espirituales y no seguir simplemente un credo o cumplir con los ritos de rigor.
Si te hallas entre el veinte por ciento de personas que son ateas y agnósticas, tú también puedes crear una forma de vida espiritual concreta —es probable que no desees utilizar la palabra «religión»—, y también puedes beneficiarte de las tradiciones espirituales y las religiones sin creer en ellas. Están a tu alcance, al igual que al alcance de sus seguidores. Puedes ufanarte de formar parte del veinte por ciento de humanistas ilustrados y sin embargo maravillarte ante la belleza de las tradiciones antiguas.
Los escépticos califican este enfoque más libre de las religiones del mundo como «un enfoque de cafetería», «una religión de bar de ensaladas» o «la proliferación de la espiritualidad», tomando prestado un poco de aquí y de allá. Se da la circunstancia de que las cafeterías y los bares de ensaladas me gustan y la comparación no me ofende. Nada te impide profundizar en las enseñanzas e incluso las prácticas de una tradición formal sin rendirte a la religión en su integridad. En mi caso, las ideas clave del taoísmo, el politeísmo griego y el budismo zen sumaron a mi experiencia sustancialmente católica, creando un rico tesoro del que tomar prestadas imágenes, historias, enseñanzas y sabiduría. La mera belleza de la arquitectura, la música, las artes visuales y otras representaciones artísticas en las tradiciones las hacen aún más valiosas.
Mi padre era un ferviente católico, en muchos aspectos liberal en su pensamiento, pero tradicional en su práctica. Un año, por Navidad, le regalé un libro sobre religiones asiáticas. Lo leyó enseguida y me dijo que era uno de los libros más interesantes e importantes que había leído en su vida. A lo largo de los años lo releyó varias veces y nunca se cansaba de decirme lo mucho que le gustaba. A punto de cumplir cien años su fe católica fue en aumento, pero su afecto por ese libro no mermó. Deduzco que si mi padre, que llegó a cumplir cien años, al que yo llamo afectuosamente «el fontanero filosófico», podía ser un buen católico y estudiar el taoísmo seriamente, cualquiera puede hacerlo.
Muchas tradiciones, muchas sabidurías
Las tradiciones espirituales de todo el mundo, grandes y pequeñas, ofrecen dos importantes regalos: sabiduría y belleza. Aquellos que entienden la religión como una verdad esculpida en granito probablemente no obtendrán mucho provecho de estos beneficios. Para ellos, la religión se basa en convicciones inamovibles y una absoluta corrección. Pero tú puedes construir una vida sobre la sabiduría y la belleza, atesorando conocimientos sobre la experiencia humana y la gloriosa expresión de esos conocimientos plasmados en el arte y la artesanía. El primer enfoque puede hacerte duro e inflexible, pero el segundo puede hacer que tu vida sea muy bella.
Ésta es una de las principales diferencias de esta religión nueva y personal: profundizar, en lugar de tener razón. Esto significa estudiar tu tradición u otras que te atraigan y seguirlas a tu estilo, con sinceridad y entusiasmo. La cuestión no estriba en unirse al grupo adecuado, sino en hallar los recursos que te permitan ahondar en tu búsqueda y te ofrezcan percepciones interesantes.
Entre las guías que utilizo está el Tao Te Ching, los Evangelios, las historias sobre los dioses y diosas griegos, las enseñanzas de los maestros zen, los poemas sufíes, las canciones y los relatos épicos de los americanos nativos y los escritos de los trascendentalistas de Nueva Inglaterra. Estas sólidas fuentes me han procurado en su conjunto los conocimientos que precisaba para pisar terreno firme en mi vida espiritual.
A ellas añado también los escritos seculares que profundizan en sus reflexiones sobre la experiencia humana, los cuales sitúo junto a los textos sagrados. Para mí, las obras teatrales de Samuel Beckett y los poemas de Rainer Maria Rilke y Emily Dickinson destacan por su rigurosa descripción de los principales problemas que nos afectan a todos. La sensual y penetrante poesía de nuestra coetánea Jane Hirshfield abunda tanto en la espiritualidad tradicional como en la natural. La lista de poetas y dramaturgos rayanos en lo sagrado es muy larga.
Los escritos de C. G. Jung, en particular sus memorias autobiográficas dotadas de una extraordinaria profundidad, Recuerdos, sueños, pensamientos, junto con su trabajo sobre la alquimia y las tradiciones espirituales, sirven como una teología y una psicología básicas. Del mismo modo que teólogos como Paul Tillich me ayudan a expandir mi formación cristiana, Jung me ayuda a centrar mi religión personal. Asimismo, sigo hallando apoyo en las numerosas fuentes judías que tengo hoy a mi alcance, en especial los rabinos Lawrence Kushner y Harold Kushner, y siempre, por supuesto, Abraham Joshua Heschel.
Las tradiciones espirituales ofrecen los rudimentos de una vida religiosa. Te dicen cómo vivir e imaginar un mundo atento y con sentido. Puedes buscarlas, estudiarlas y adaptarlas a tus propios fines. Si las estudias, no necesariamente como un erudito sino como un buscador sincero, no serás un aficionado. Serás un estudiante serio de la religión que estás creando.
Leer es una práctica espiritual
Recomiendo leer los textos espirituales clásicos de todo el mundo, en especial los que te atraigan más. Léelos despacio y con atención, meditando en ellos. En muchas religiones formales leer constituye una práctica espiritual. En el primer siglo después de Cristo existía la costumbre de leer en voz alta pasajes del Nuevo Testamento. En el cristianismo hallamos la lectio divina, leer a modo de meditación. En el islam la lectura del Corán6 es una devota práctica espiritual, rodeada de una etiqueta espiritual muy precisa. No debes tocar siquiera un ejemplar del Corán hasta no haberte purificado antes. Recuerdo, cuando era un niño del coro, católico, de once años, sostener un misal encuadernado en cuero contra mi frente mientras el sacerdote lo leía durante una misa mayor solemne. En el judaísmo, el gran honor concedido a los manuscritos de la Torá demuestra también la importancia sagrada de los libros y la lectura. Los sijs conceden un gran honor al Gurú Granth Sahib, una colección de escritos tradiciones que enseñan la forma de vida sij.
Puedes practicar tu propia lectio divina, leyendo para adquirir una percepción espiritual más que para informarte o divertirte. Elige un texto breve de una fuente clásica y lee despacio una frase tras otra. Léela más de una vez, a ser posible en voz alta, para que la palabra penetre en ti de modo sensual. Deja que el sentido y la belleza del lenguaje te impresionen. Quizá tengas que probar varias traducciones hasta encontrar la que te satisfaga más. O, como hago yo, puedes utilizar varias traducciones a la vez, probando una tras otra. Deja que los matices de los textos te ofrezcan una estimulante y variada noción de lo que dicen.
Puedes crear una estantería especial de libros, las fuentes de tu lectura espiritual, libros que consideras sagrados. La mía incluye la Biblia, el Corán, una traducción especial de los Salmos, la inspiradora colección de Jane Hirshfield titulada Women in Praise of the Sacred, la autobiografía de Jung y la Odisea de Homero. Tú puedes hacer lo mismo con tu lector electrónico, otorgando a estos libros un lugar especial. Puedes leerlos con asiduidad y de forma reverente. La práctica cristiana lectio divina comporta cuatro acciones: leer, meditar, rezar y contemplar. Después de leer con atención, analizas los pensamientos en tu mente. A continuación entablas un diálogo con lo divino, y por último te abres al mundo que te rodea. Te abres por completo y sinceramente.
Mi lectio divina sería algo distinta: lee despacio, medita sobre las palabras, deja que te conduzcan a un lugar profundo, asimila el mensaje o la lección de ese lugar. Penetra en el mundo con tu imaginación ilustrada y preparada por las imágenes de tu lectura meditativa. Si quieres rezar, hazlo después de estos cuatro pasos.
Una idea clave en cada tradición
Cada tradición espiritual contiene unas ideas clave que ofrecer a tu percepción espiritual en general. Yo acudo al Tao Te Ching para que me recuerde lo que David Hinton traduce como un «oscuro enigma». Conozco bien este fenómeno en mi vida. Me canso de oír a algunas personas referirse a la luz, porque a mi entender el gran misterio es más oscuro que luminoso. No lo encuentras sólo en la luz de la esperanza pura y la felicidad. A veces, tienes que acercarte a la oscuridad y analizar tu vida y soportar el tormento de la autoconfrontación. También puedes sentir el dedo de lo divino cuando enfermas de cáncer o pierdes a un hijo.
Acudo a los Evangelios para otros asuntos determinados en la vida espiritual. Allí encuentro una lista de cuatro instrucciones especiales: 1) sana a los demás; 2) afronta lo demoníaco; 3) respeta a tu prójimo; pero no sólo a los de tu círculo; 4) despierta y permanece despierto. Este último paso constituye el sentido existencialista profundo y personal de la resurrección. Son auténticos retos, que Jesús imponía a sus seguidores íntimos cuando emprendían su primera misión.
De los poetas sufíes aprendo a embriagarme con lo divino que me rodea por doquier. Buscar la divinidad, dicen, es como estar en un lago y tener sed. Me enseñan a bailar como un planeta que gira alrededor del sol, encarnando la atracción de todos los seres hacia su fuente de vida.
De San Francisco, que es posible que estuviera influido por los sufíes, y de los americanos nativos aprendo a relacionarme con el mundo natural como con la familia. Hermano sol y hermana luna. Los abuelos y las abuelas en el cielo. Me siento más conectado que desligado del mundo, viviendo en un planeta maravilloso, en lugar de en un planeta que ha sido meramente explicado y explotado.
En la tradición judía del árbol cabalístico observo otras pasiones arquetípicas enmarcadas en un hermoso y riguroso diseño de flujo y tensión, contrarios y tándems, los movimientos ascendentes hacia el espíritu y descendentes hacia el alma.
Ante todo, en las complejas historias de los dioses y diosas griegos, de ninfas y extraños animales, aprendo cómo los profundos deseos y temores cotidianos están interrelacionados. Observo cómo lo espiritual interacciona con las profundidades del alma, cómo lo religioso y lo psicológico funcionan en el mismo espectro. El politeísmo no es sólo una creencia en muchos dioses, sino una devota atención a numerosos momentos sagrados, a menudo contradictorios, en la vida cotidiana.
Las tradiciones espirituales educan y enriquecen la imaginación. Sin ellas, ¿cómo podríamos ver el amplio abanico de poderes que nos empujan en todas las direcciones mientras tratamos de hallar sentido a la vida? Cada tradición nos ofrece una pista sobre cómo abordar un determinado aspecto de los misterios que representan un reto para nosotros, en especial el más grande, que consiste en cómo hallar sentido en una vida que no dura eternamente. Casi todas ofrecen alguna versión de la paradoja en virtud de la cual nos sentimos plenamente realizados cuando nos ocupamos de los demás. La palabra puede ser «compasión», «caridad», «seva» o «altruismo»: todas apuntan hacia la capacidad de empatizar con los otros.
La historia del buen samaritano en los Evangelios no es una lección sobre ayudar a alguien en apuros, ser un «buen samaritano» en el sentido habitual de la frase. Se trata de responder a alguien que está en apuros cuando esa persona no es un pariente o un vecino, no pertenece a tu círculo, sino que se halla al margen del mismo o incluso consideras un enemigo. Esa concienciación radical y ausencia de egoísmo constituye la medida de la compasión.7
Tomar prestadas ideas y prácticas
Las tradiciones espirituales no tienen que vendernos su valiosa mercancía, pero pueden prestárnosla. El lenguaje, las ideas, las técnicas, los métodos y los rituales están allí para que los tomemos prestados. Podemos aprender de diversas tradiciones cómo meditar, cómo honrar días especiales, cómo venerar a personas extraordinarias, cómo emprender un peregrinaje, cómo rezar, cómo ayunar y abstenernos, cómo reunirnos en sagrada comunión, cómo perdonar y sanar y ofrecer gratitud, cómo casarnos y cómo enterrar a nuestros seres queridos.
Las tradiciones abundan en ideas y ejemplos de cómo cuidar del espíritu y el alma a lo largo de nuestra vida. En estas cuestiones fundamentales no tenemos que depender por completo de nuestra originalidad, porque disponemos de diversos y poderosos modelos e instrucciones. Lo único que debemos hacer es adaptarlos a nuestro tiempo y a nuestra situación. Existe una gran diferencia entre sentirte libre para tomar prestados estos conocimientos y sentirte obligado a sustentarlos.
Durante varios años, cuando mis hijos eran más jóvenes, algunos domingos celebrábamos un pequeño ritual en nuestra casa. Apartábamos los muebles de la sala de estar, e invitábamos a vecinos y algunos amigos. Solíamos tomar prestado el modelo simple de la misa, aunque nunca pensábamos que lo que hacíamos era celebrar misa. Leíamos pasajes de distintas e importantes fuentes espirituales y seculares y cantábamos canciones procedentes de diversas partes del mundo. Nos esforzábamos en ser inclusivos, no sexistas ni autoritarios. Asimismo, dedicábamos un rato a comentar las lecturas y siempre invitábamos a los niños a participar en todo lo que hacíamos, incluyendo los debates. Siempre había animales también presentes, atentos y curiosos.
Yo sabía que el ritual que celebrábamos en nuestra casa tenía raíces muy antiguas que se remontaban a los primeros tiempos del cristianismo e incluso más atrás. Utilizaba ese venerable modelo como la base de nuestra reunión, su estructura. Pero a ese esquema añadíamos diversos e interesantes elementos de nuestra imaginación. Por ejemplo, incluíamos lecturas «sagradas» de novelistas y poetas seculares y dedicábamos media hora a comentar las lecturas. Asimismo, elaborábamos pan y utilizábamos una botella de buen vino para la «comunión». Invitábamos a amigos pertenecientes a distintas tradiciones, y todos respondían de forma positiva al esquema, aunque fuera ajeno a ellos.
Con frecuencia concluíamos el ritual con una canción o un poema de la literatura americana nativa o de Irlanda. No hay nada mejor que las oraciones celtas para experimentar un sentido de comunidad con todos los seres. También soy muy aficionado a los poemas sufíes que evocan un sentido de ultimidad y la divinidad absoluta no antropomorfizados.
He asistido a rituales que consisten en una larga retahíla de oraciones y ritos pertenecientes a una tradición tras otra. Pero nuestra reunión era distinta. Tomábamos elementos prestados de muchas fuentes, pero principalmente se trataba de un ritual nuevo y unificador que era nuestro y no una sarta de oraciones y lecturas tomadas de las distintas religiones del mundo. Ante todo, era una religión propia, nuestra, aunque estuviera conectada con antiguos ritos y oraciones.
La espiritualidad de la vida cotidiana
En mi consulta terapéutica me encuentro con muchas personas que necesitan más espíritu en sus vidas. El espíritu es el elemento que desea perfeccionar, purificar y trascender. Dirige nuestra atención hacia el futuro, el cosmos y lo infinito. Abunda en educación, progreso y visión. Nos permite avanzar y movernos en sentido ascendente en todos nuestros empeños. Hace que dejemos de obsesionarnos con la vida cotidiana, el cuerpo y la existencia sensual. El alma es lo contrario: está incrustada en nuestros problemas y goces, en nuestras circunstancias y relaciones cotidianas, y en las emociones y fantasías que residen en lo más profundo de nuestro ser. Sentimos la presencia de nuestra alma en las reuniones familiares y nuestras visitas a casa, en nuestras amistades íntimas y nuestras relaciones sentimentales. Las cenas reconfortantes y los almuerzos en buena compañía —la comida en general— hacen que el alma cobre vida. Las personas traen con frecuencia los problemas de su alma a la consulta terapéutica, y en muchos casos lo que necesitan son mejores ideas y una visión con respecto a su vida.
Christina, por ejemplo, es una mujer vivaz e inteligente que tiene una tienda en la que vende artículos hechos a mano confeccionados por artesanos de su región. A la gente le encanta su tienda, y agradecen todo lo que ella ha aportado a su comunidad.
Pero Christina se siente desdichada. Está enamorada de un abogado local, el cual está casado, aunque no es feliz en su matrimonio, y tiene tres hijos. Ella sufre por no poder estar con él. Mantienen una relación esporádica que resulta divertida durante breve tiempo, pero que luego se va al traste. Como en muchas situaciones análogas, el abogado no acaba de definirse y ella cae en estados de profunda depresión y ha pensado en vender su tienda y trasladarse a otro lugar. No sabe qué hacer.
Es una de esas personas abrumada por sus emociones, cuyo juicio se ve empañado por lo que Jung llamaría «estados de ánimo». Parece hallarse inmersa en el líquido del amor, incapaz de respirar y analizar su vida en su conjunto. Carece de una filosofía vital, la capacidad de comprender los eventos y de una lista de prioridades, un sistema de valores que le permita vivir de forma más satisfactoria. Esta filosofía vital sería para ella un logro espiritual. Al igual que una religión formal puede ofrecer una visión de conjunto, una filosofía personal es también muy útil.
En lugar de decir a Christina «necesitas una filosofía vital», trabajé con ella para ayudarla a desarrollar esa filosofía. Le pregunté qué era más importante para ella, su tienda o su amante con el que no podía estar. No buscaba una respuesta sino un análisis de sus valores, los cuales la conducirían a su filosofía vital. Exploramos las raíces de su negocio y las raíces de su insatisfacción en materia de amor.
Su situación era complicada. Nunca se había tomado en serio sus emociones y había crecido sin madurar en ese ámbito. Sabía ganarse la vida y era creativa en su trabajo, pero ingenua en el amor. Dicho de otro modo, aunque tenía gran habilidad para relacionarse con su comunidad, su inteligencia emocional dejaba mucho que desear.
Con el tiempo, a medida que conversábamos no sobre su amante sino sobre su visión de la vida, su interés por el abogado empezó a decaer. Al cabo de unos meses vino a verme y me dijo que no entendía lo que le había ocurrido. Había ampliado su tienda y había conocido a un hombre soltero y disponible. Se habían casado y trabajaban juntos en el negocio. Este detalle me pareció significativo porque representa una unión concreta de amor y vida.
El espíritu puede ofrecer la necesaria sequedad a un alma empapada de deseo y atracción. Insufla aire a una relación sentimental opresiva, tanto si se trata de una relación seria como de una simple aventura. Una visión de conjunto sitúa la pequeña frustración en su contexto y permite que el resto de la vida fluya libremente. El alma necesita espíritu, al igual que el espíritu necesita la influencia humanizante del alma.
Lo que aprecio en las irónicas historias del autor David Chadwick sobre sus denodados esfuerzos por aprender budismo zen en Japón es su convencimiento de que el alma y el espíritu van juntos.8 David viaja a Japón y comprueba que el zen es practicado en los reverenciados monasterios. Busca una orientación en esta tradición. Y la encuentra, pero mezclada con tal confusión cultural y conflictos interpersonales que tiene que extraerla como si fuera oro. Quizá nos sirva de lección: no tomes las tradiciones tal como se te ofrecen. Lucha con ellas, esfuérzate en extraer sólo lo que tienen de valioso para ti, y desecha lo superfluo.
Chadwick escribe sobre las relaciones en el monasterio, los vecinos, los visitantes, su pareja sentimental y sus fallos humanos. En mi opinión, el relato de sus experiencias en un monasterio zen en Japón no revela un fracaso, como sugiere el título del libro, sino un éxito sutil y complicado. Tanto en la filosofía zen como en la forja del alma, a menudo el fracaso constituye la fachada superficial de un profundo éxito, o el medio de alcanzar el tipo de éxito que importa. Por supuesto, David lo sabe bien. Suele escribir en tono irónico, utilizando abundantes juegos de palabras.
Le pedí que respondiera a unas preguntas sobre su búsqueda espiritual y la forma en que formula sus actuales ideas sobre las religiones formales. Su respuesta fue brillante, pero prolija. Sólo reproduciré algunas frases: «Los ateos y escépticos racionales modernos me parecen guardianes apostados a la puerta del templo, ridiculizando y ahuyentando a los idiotas mientras ellos mismos ignoran lo que hay en el interior».
Esto se asemeja a mi análisis, cuando más adelante afirmo que una pizca de ateísmo puede hacer que tu fe en Dios se mantenga sincera, pero que demasiado puede destruir tu religión. David concluye la nota que me escribió con un interesante resumen de su planteamiento: «Desecho la paja y conservo el trigo, luego desecho el trigo y conservo la paja, luego conservo ambas cosas, luego desecho ambas cosas, ¡y luego bailo y me río y canto y grito!»
La tradición como recurso
Aunque la tarea de construir una religión propia puede resultar satisfactoria, puede progresar más rápidamente con ayuda de las tradiciones espirituales. Tu sendero espiritual corre el riesgo de ser demasiado personal y limitado. ¿De qué recursos dispones comparados con las tradiciones que han pensado en cosas que a ti jamás se te ocurrirían? Han perfeccionado conceptos, imágenes, enseñanzas y pautas morales expresadas de forma elegante e inspiradora. Han producido una belleza espiritual como jamás podría crear una sola persona. Si lees los diarios de Emerson comprobarás que dedicó muchos meses a leer a Hafiz, y las simples percepciones espirituales de Thoreau vienen envueltas en referencias a las tradiciones occidentales y orientales.
Las religiones formales a menudo son demasiado complicadas, trufadas de inútiles formalidades, conceptos psicológicos pueriles y pomposas autoridades. Hace poco vi el funeral de un famoso político y observé que el lenguaje de la ceremonia religiosa requería conocimientos arcanos y no aludía a las intensas emociones de las personas presentes. Había una abundancia de teología académica y escasa conciencia psicológica de las necesidades emocionales de la gente, como si los sentimientos no tuvieran nada que ver con la espiritualidad.
Pero detrás de todo lo superfluo puede haber percepciones que uno podría pasar años buscando. Como suelen decir las autoridades religiosas, la institución es humana, mientras que la sustancia de la religión es trascendente.
Mientras escribía este libro, tenía junto a mí un calendario de sobremesa con un dicho de Lao Tzu en la cubierta: «El mundo es gobernado dejando que las cosas sigan su curso».9 Merece la pena meditar sobre estas palabras durante los doce próximos meses. Durante todo el año trataré de dejar que las cosas sigan su curso, y este dicho filosófico será mi guía, recordándome una verdad que me animará a seguir adelante. Durante doce meses basaré mi religión en un calendario.
Esto encierra también otro secreto, en el que confío abundar más adelante. No sólo necesitamos buenas ideas; necesitamos expresarlas con elegancia y belleza. Si volviera a empezar, creo que sería un traductor de textos sagrados.
De mi tradición católica, recuerdo siempre las enseñanzas de uno de mis teólogos favoritos, Nicolás de Cusa (1401-1464), quien sostenía que todos deberíamos ser lo bastante sofisticados para saber lo que no sabemos. A continuación reproduzco una frase que me guía en mi sendero espiritual:
Una teología de la ignorancia es necesaria para la teología del saber, porque sin ella Dios no sería venerado como lo infinito, sino como una criatura, y eso sería idolatría.10
Mi propia tradición católica comparte la enseñanza central del budismo zen: no debemos aficionarnos al lenguaje técnico que empleamos en nuestra espiritualidad. Debemos saber, cada vez que lo utilizamos, que es deficiente, vacío. Cuando compruebo que estoy demasiado obsesionado con una determinada palabra o enseñanza, me acuerdo de la filosofía zen y de Nicolás. Me tomo muy en serio las enseñanzas zen y el pensamiento de este teólogo del siglo XV. Ese amor por las tradiciones me mantiene en el buen camino y evita que me entusiasme demasiado con mis costumbres.
Uno de los principales propósitos de la religión formal es ser un arte de la memoria, recordándonos cierta visión de la vida y los valores que emanan de esa visión. Olvidamos las cosas importantes. Conozco la filosofía de dejar que las cosas sigan su curso. Forma parte de mi naturaleza. Pero me alegro de recordarla cada mañana cuando abro mi calendario de sobremesa.
Todos necesitamos que nos recuerden una y otra vez las verdades que sustentan nuestra existencia, lo cual es una buena razón para leer los textos de forma reiterada. En las religiones formales repasamos con frecuencia los escritos principales, leyéndolos uno tras otro a lo largo del año. Puedes hacer lo mismo con las lecturas que tú mismo selecciones. Elige un libro determinado para los domingos o los viernes, lo que más te convenga, y lee unos pasajes cada semana.
Un calendario litúrgico es muy útil. Si es Navidad, es el momento de recordar que de la oscuridad surge la luz, de la tristeza la alegría y de la desesperación la esperanza. Si es la pascua judía, es hora de recordar que la libertad puede brotar de la esclavitud y la liberación del cautiverio. Si es el ramadán, recuerda el mandamiento de atender a los demás. Estos festivales celebran los arquetipos, las eternas pautas que sustentan los movimientos sociales y los eventos personales.
En mi año litúrgico personal, el 25 de marzo recuerdo el nacimiento de mi madre el día de la Anunciación, una fiesta católica. Recuerdo que se llamaba Mary Virginia, o Virgen María. También honro el primero de julio por ser el día en que se casó con mi padre y el día en que mi madre murió. Mi padre falleció el día de Acción de Gracias pasado, mientras yo escribía este libro, otra fiesta colectiva que ahora ocupa un lugar en mi calendario sagrado.
Son días sagrados para mí, momentos de intensa piedad y meditación en mi propia religión. Las sincronicidades de estos días no hacen sino intensificar su sentido y su carácter sagrado. Si quieres ver una religión real, mira mi calendario litúrgico, una combinación de fiestas cívicas, religiosas a nivel mundial y personales.
Mi propósito es intensificar en lugar de debilitar nuestra dependencia de las tradiciones religiosas y espirituales del mundo, y hacerlo desechando la costumbre de sentirnos obligados y coaccionados. En lugar de ello, podemos adoptar con libertad y alegría las costumbres espirituales del pasado para extraer de ellas ideas e inspiración. Así, nuestra espiritualidad personal puede mezclarse con la tradición de forma alegre y creativa.
La filosofía de Emerson
Ralph Waldo Emerson estaba imbuido de la religión formal, pero al mismo tiempo dispuesto a emprender su propio camino espiritual. Educado en Harvard, se convirtió en un ministro unitario en Boston. Pero al poco tiempo se vio involucrado en una polémica sobre la sagrada comunión y abandonó el ministerio, convirtiéndose en maestro y conferenciante espiritual. A los treinta y tantos años dio una conferencia en Harvard conocida ahora como «El discurso del Harvard Divinity School». Asistió sólo un reducido número de personas, pero el impacto que tuvo su discurso fue enorme. El establishment religioso le criticó y no le invitó a regresar a Harvard durante casi treinta años. Esta conferencia hizo que su vida tomara otro rumbo, convirtiéndose en lo que podría constituir el modelo para que uno cree su propia religión.
En el «Discurso del Divinity School», precursor del libro que tienes ahora en las manos, Emerson critica el cristianismo por realzar la personalidad de Jesús, pero minimizar su humanidad. Se queja de que las Iglesias conceden demasiada importancia a los milagros. «La palabra “milagro” —tal como la pronuncian las Iglesias cristianas— da una falsa impresión; es un monstruo; no tiene nada que ver con soplar sobre las hojas de un trébol o la lluvia que cae.»
Yo me convertí en seguidor de Emerson debido precisamente a esta frase: el milagro de «soplar sobre las hojas de un trébol y la lluvia que cae». Imagina el impacto que tendría en tu religión si cambiaras tu sentido de lo milagroso de una asombrosa hazaña realizada por un maestro mago a una profunda apreciación del milagro de la lluvia. Serías una persona diferente que vive un tipo de vida diferente. No te sentirías triste debido al peso de tus deberes religiosos, sino alegre por la belleza y el carácter sagrado del mundo natural. Serías una persona feliz, abierta y amable debido a tu positiva visión espiritual basada en el mundo.
Emerson hace hincapié en el poder espiritual del individuo. «Sólo el hombre sobre el que desciende el alma, a través del cual habla el alma, es capaz de enseñar.» Se refiere a la divinidad de la persona. «¿En cuántas Iglesias siente el hombre que es un alma infinita, que la tierra y los cielos penetran en su mente, que bebe eternamente el alma de Dios?» Continúa diciendo: «Es inútil tratar de crear nuevos mitos, ritos y esquemas. El remedio de la deformidad que presentan es, en primer lugar, el alma, y, en segundo, el alma, y más alma». Ahora comprenderás por qué yo, autor de varios libros sobre el alma, admiro tanto a Emerson.
Emerson no recomienda crear nuevas religiones, porque una religión no se puede fabricar. Tampoco recomienda hacerse ateo. El ateísmo no es más que otra fervorosa religión con el problema añadido de ser excesivamente racionalista. El mejor sistema es vivir una vida más espiritual, aceptando el misterio y organizando tu vida alrededor de ese misterio. Esto mantiene la realidad de Dios, pero nos despoja de nuestras ideas sobre quién o qué es Dios. La fe y el ateísmo se combinan en una teología sagrada. No necesitas la palabra «Dios». Necesitas la realidad, el sentido de alteridad en la creación, un portal de acceso a lo trascendente.
La buena convivencia de las religiones
Al igual que yo, mi esposa fue educada como una devota católica, pero de joven empezó a interesarse seriamente en la religión sij. Un día un estudiante suyo de yoga le hizo un pequeño regalo. «Quería darte una estatuilla de san Francisco —dijo—, pero pensé que te ofendería porque es cristiana.» Mi esposa se encogió de hombros. No siente ningún conflicto entre su catolicismo nativo, que sigue atesorando y practicando a su estilo, y su sijismo. Aceptó encantada el regalo de la estatuilla de san Francisco.
Esta sencilla anécdota confirma el reto al que nos enfrentamos en esos momentos: aprender a apreciar la reciprocidad y buena convivencia de las tradiciones espirituales. Más allá de la tolerancia y el ecumenismo, ésta es una nueva forma de religiosidad: pensando de modo positivo en la belleza y la sabiduría de todas las tradiciones, considerándolas recursos para tu propia religión, y profundizando tanto como desees en cualquier tradición que te inspire. Éste no es el momento de «tolerar» las religiones del mundo; es el momento de prestarles atención, estudiarlas y dejarnos influir por ellas.
Para crear una religión propia, empieza por no volver a sentir conflicto alguno entre una tradición y otra. Disfruta de sus coincidencias, su reciprocidad y su buena convivencia. Regala un día una estatuilla de san Francisco a un sij o un Buda a un americano nativo.
La crítica de basarse en diversas tradiciones, que es como comer en una cafetería, contiene cierta verdad: puede ser superficial. De modo que cuando te intereses por Rumi, por el Tao Te Ching o por una tragedia griega, no lo hagas de forma superficial. Tómatelo en serio, estúdialo en profundidad. Incorpora sus profundos conocimientos a tu práctica y añádelos a tu religión personal.
Has aprendido a manejar tu equipo electrónico y tus ordenadores y tienes algunos conocimientos sobre cómo funciona el cuerpo y cómo mantenerte saludable; ahora amplía tus conocimientos sobre la religión y la vida espiritual.
El ingrediente que falta en buena parte de la espiritualidad moderna es inteligencia. Sin embargo, cuando examinas las tradiciones religiosas del mundo encuentras estudio, estudio y más estudio. Los monjes acumulan bibliotecas, tanto en Francia como en el Tíbet. Los maestros espirituales acumulan sabiduría antigua, tanto en Alemania como en África. Para ser espiritual, debes estar en guardia contra las prácticas y las ideas superficiales. Toda la esfera de la religión y la espiritualidad invita a la inconsistencia y está llena de timadores de ambos sexos. Tanto los maestros auténticos como los charlatanes te piden que aceptes su forma de aproximarse a los misterios insolubles. Es difícil distinguir a unos de otros. Tienes que echar mano de tu inteligencia y tu escepticismo.
Entre toda la paja reside el verdadero alimento espiritual. Pero no seas crédulo. No te dejes arrastrar por algo que no es digno de ti. Quizá sea preferible ser más escéptico que creyente, menos abierto y más crítico. El problema en el paisaje espiritual moderno no es sólo una plétora de material útil y genuino, sino un mercado rebosante de ideas, prácticas y líderes sospechosos.
Una valiosa variación a la hora de crear tu propia religión es regresar de forma distinta y más seria a las tradiciones de tu familia o tu infancia. Conozco a varias personas que han regresado al judaísmo y al cristianismo después de hallar a maestros imaginativos e instruidos que utilizan un enfoque novedoso. «Ahora me doy cuenta —me dijo una mujer— de que las traducciones que siempre había utilizado eran arcaicas y estaban obsoletas. Ahora tengo un joven rabino que utiliza nuevos planteamientos, lo cual me parece muy interesante. He regresado al redil y me alegro de haberlo hecho.»
En términos generales, hoy en día los maestros salidos de acreditadas escuelas teológicas comprenden el concepto de una buena convivencia entre las tradiciones. Aprecian lo que otras religiones formales tienen que ofrecer y entienden que cada persona utilice elementos de las enseñanzas y prácticas tradicionales según le convenga. Desde el punto de vista cultural, es el momento indicado para que uno cree su propia religión.
5. Mircea Eliade, A History of Religious Ideas, [Tratado de historia de las religiones: morfología y dialéctica de lo sagrado], volumen 1, trad. Willard R. Trask (University of Chicago Press, Chicago, 1978), p. xiii.
6. S. Sayyid, «Rituals, Ideals, and reading the Qur’an», American Journal of Islamic Social Sciences, i-epistemology.net/…893_ ajiss-23-1-stripped%20-%20Sayyd. Este excelente artículo no versa sobre la lectura propiamente dicha del Corán, sino sobre cómo comprenderlo.
7. Recomiendo los libros de John Dominic Crossan sobre este tema.
8. David Chadwick, Crooked Cucumber: The Life and Zen Teaching of Shunryu Suzuki, (Broadway Books, Nueva York, 1999); Thank You and OK!: An American Zen Failure in Japan (Penguin/Arkana, Nueva York, 1994).
9. Zen 2013, producido por Laura Livingston (Ziga Media, Darien, CT, 2012).
10. Nicolás de Cusa, De Docta Ignorantia, citado en Pauline Moffitt Watts, Nicolaus Cusanus: A Fifteenth-Century Vision of Man (E. J. Brill, Leiden, 1982), p. 60. Traducido por Thomas Moore.