CAPÍTULO TERCERO

PRIMERA ETAPA: DEL MATRIMONIO
A LA DECISIÓN DE ADOPTAR

La primera etapa en el ciclo de vida familiar de la familia biológica comienza con el matrimonio y termina cuando se produce el embarazo, para dar paso a la segunda etapa que comienza con el nacimiento del primer hijo. Este período está marcado generalmente por un tono alegre, la feliz pareja inicia su nueva vida, y coloca esperanzas en la llegada del hijo, el que idealmente es esperado con gran alegría y satisfacción.

En la que eventualmente va a ser la familia adoptante, esta primera etapa se divide en diferentes subetapas. La primera comienza con el matrimonio y en sus primeros momentos es, al igual que en la familia biológica, vivida con la alegría de la espera y termina cuando la pareja se da cuenta que el embarazo no se produce. Finaliza entonces con una sensación de pena y frustración. Hemos denominado a esta subetapa “no podemos ser tres”.

A la segunda subetapa la hemos intitularla “la lucha por el hijo biológico”, y comienza con el peregrinaje médico, terminando con el diagnóstico de infertilidad irreversible, o bien, con un embarazo, con lo que la familia se transforma en familia biológica, y se cierra con ello la primera etapa.

Si el embarazo no se produjo, comienza la tercera subetapa, que hemos llamado “enfrentando la realidad”, la que comienza cuando la pareja se convence de su infertilidad, y tiene que vivir el dolor que ello implica, con grandes diferencias individuales, entre personas que niegan que tenga importancia el ser padres biológicos y quieren adoptar de inmediato, otras personas viven lo que se ha llamado la elaboración de la infertilidad, que al igual que todo proceso de duelo tiene sus propias etapas.

La finalización de esta subetapa está marcada por la toma de la decisión de adoptar, o por la decisión de asumir su rol de pareja sin hijos, optando por realizar otras tareas trascendentes, llenando así la necesidad de ser productivos a través de otras fuentes de satisfacción.

Si la pareja decide adoptar, comienza la cuarta subetapa, que se podría llamar, “resolviendo la crisis”, la que comienza con los trámites para la adopción y termina cuando la pareja recibe al hijo. También existen parejas que no reciben un hijo pese a sus deseos, por diferentes motivos, no existencia de niños con las características deseadas, negativa de entrega de un hijo por las instituciones por motivos de enfermedad, por separación de la pareja, etc.

Es claro de lo anterior, que la primera etapa del ciclo de vida familiar para la pareja que va a convertirse en padres adoptivos, es generalmente larga.

Primera sub etapa: No podemos ser tres.

Quizás uno de los términos más vigentes en todas las épocas de la existencia humana es el de la fertilidad. Desde la antigüedad, había ritos y deidades que ensalzaban esta característica de la materia viviente, que es el reproducirse. La fertilidad ha movilizado la imaginación de artistas, músicos, poetas, pintores y literatos. La fertilidad es considerada a menudo como una fuerza elemental y eterna a la cual todos tenemos derecho a tener acceso. Es difícil concebir que haya sufrido cambios o que pueda sufrirlos en el futuro, tampoco que haya personas que no la consideren. La cultura universal proclama la existencia de la fertilidad como una necesidad de trascendencia.

Desde la mitología primitiva hasta el folklore de los distintos grupos humanos nos encontramos con la vigencia de una fuerte preocupación por la fertilidad, la que se traduce en mitos y leyendas, en dioses de la fertilidad, en complejos rituales que invocan la gracia de estos dioses, ya sea para favorecer a la mujer en edad para procrear, ya para asegurar una tierra fértil y una cosecha productiva en la próxima temporada. Katchadourian y Lunde (1) ilustran este planteamiento argumentando que “Varios rituales y medicinas eran usadas en algunas sociedades para aumentar la fertilidad. Las mujeres Kiwai eran incitadas a comer arañas o huevos de arañas para curar la infertilidad. Las mujeres Andamanese comían un tipo de sapo que se caracterizaba por producir grandes cantidades de descendientes…”

Históricamente, el interés en la fertilidad se puede constatar a partir de la primera encarnación de la figura humana con el descubrimiento de un fetiche de la fertilidad proveniente del período paleolítico.

Es claro, en nuestra sociedad actual, que todos los grupos sociales valoran la fertilidad y que la mujer embarazada es objeto de atenciones por parte de personas de diferentes edades y niveles. Basta ver el orgullo con que la mujer joven embarazada camina, desde los primeros meses, en una posición que denota el vientre.

La fertilidad y el papel que desempeña en la vida de los individuos depende, en cierta medida, de las costumbres, que son derivaciones de un cierto orden social, las que a su vez dependen de variados factores como la política, en sus expresiones económica y social, dado que las condiciones de vida influyen, necesariamente en las necesidades, ideas y sentimientos de una época, de un país y de una clase social; la religión, que existe sin duda en el origen de la vida interior del hombre y determina en gran parte sus valores y sus temores, su sentido del bien y del mal, de la justicia e injusticia, de lo necesario y lo innecesario, y la familia que organiza y domina la vida en común, creando una moral de grupo, cuyas exigencias subsisten a menudo en forma de atavismos inconscientes.

Sin embargo, la fertilidad concierne sobre todo al hombre y a la mujer que se aman y la pareja que se une. Sean cuales sean los factores sociales o culturales que gravitan sobre la fertilidad, ésta no deja de ser un sentimiento privado, proveniente de lo más profundo del ser, que no se expone a la luz del día, sino cuando su propia fuerza le impide guardar silencio, o porque choca de modo trágico con el mundo exterior.

No es de sorprender, por lo tanto, que todos nos sintamos poseedores de la capacidad de procrear, porque es parte de nuestra naturaleza como seres vivos y que el vernos enfrentados con su ausencia nos remueva e implique un impacto en lo más profundo de nuestro ser; impacto que se intensifica con la reacción del entorno, la cual deja en evidencia el incumplimiento de esta ley natural.

Aspectos sociales de la infertilidad.

Del mismo modo que la cultura universal proclama la fertilidad como un valor, castiga a la infertilidad como a una desgracia vergonzosa. El rechazo social a la infertilidad es más claro en los estratos socio culturales más bajos, donde la mujer infértil es objeto incluso de malos tratos. Ello puede comprenderse si se acepta que a niveles inferiores de cultura, lo biológico es más cercano y que se requiere de un nivel de educación para aceptar las expresiones de la fertilidad en otro tipo de actividades del intelecto y del espíritu.

La pareja que se ve imposibilitada de cumplir el mandato ancestral de “creced y multiplicaos” se ve brusca y definitivamente alejada de una experiencia trascendental de la vida. Repentinamente el ideal y la realidad se presentan discrepantes y antagónicos: la realidad destruye la fantasía y la ilusión.

El camino hasta que la pareja enfrente la dura verdad: que son una pareja infértil y que nunca podrán engendrar sus propios hijos, es generalmente muy largo y doloroso. Antes de llegar a aceptarlo, la pareja ha realizado todos los esfuerzos, sometiéndose a infinidad de exámenes y tratamientos, siempre albergando una luz de esperanza la que indefectiblemente se frustra al llegar el período menstrual de la mujer. Hay un ciclo de padecimientos de 28 días. Finalmente la pareja se encuentra sola, la medicina utilizó todos sus recursos y conocimientos, pero sin resultados.

En ese momento, la pareja se ve enfrentada a una crisis psicológica de gran envergadura, crisis que comenzó a vislumbrarse en el momento en que surgieron las primeras dudas, solo que ahora cobra su real dimensión, presentándose angustiante y amenazadora.

El apoyo social con que la pareja cuenta en este momento de gran vulnerabilidad prácticamente no existe y, a menudo, solo contribuye a profundizar el dolor vivenciado. Las otras personas, las fértiles y las que supuestamente lo son, no tienen conductas aprendidas adecuadas para acercarse a la pareja. Esta situación de “abandono social” se ve fuertemente agravada cuando ésta ha mantenido en secreto su problema, evitando así provocar compasión, preocupación, o pasar a ser el tema central de las conversación es de los amigos y la familia, por temor de llegar a ser objeto de sentimientos de lástima.

El entorno social responde a veces con incredulidad, negando un hecho que es real, con el fin de “aliviar” un problema que tarde o temprano tendrá que ser asumido. Se descalifica a médicos y a sus sistemas de tratamiento, se proponen nuevas alternativas alabando sus virtudes, se relatan “casos increíbles” que descansan sobre soluciones mágicas y abordajes esotéricos. La pareja en esta oportunidad puede verse negativamente influenciada, aprovechando estas nuevas “posibilidades” para evitar enfrentarse a tan dura realidad. Al mismo tiempo, esta reacción de terceros aumenta la sensación de lo terrible, inasumible, de la infertilidad. La misma actitud social puede verse potenciada debido a que la “pérdida” que se sufre, no está representada por un objeto real que deja de estar o de existir, o como lo dice Rowe (2): “El perder la esperanza de un hijo es como un duelo y, sin embargo, es mucho más difícil de lamentar que cuando uno pierde a una persona querida a través de la muerte, debido a que no hay un foco para el duelo”.

Por tanto, la pérdida de la capacidad reproductiva (el abandono del hijo que no ha de venir), se enmarca en un “duelo existencial”, que es una situación difícil de lamentar, por ser tan difusa y abarcativa. Hay una sensación de vacío, similar a la que sienten los adolescentes en busca del sentido de la vida. En este caso, la situación se agrava porque, si bien prácticamente todos los adolescentes se supone viven períodos similares, no existe un espacio social para expresar este duelo, que ni siquiera existe “oficialmente”, como por ejemplo cuando alguien muere. En esas circunstancias existen todos los rituales funerarios del entierro, las visitas de condolencia en las que se puede hablar de la tristeza y del dolor. Sin embargo, es difícil para la pareja que enfrenta el diagnóstico de esterilidad irreversible, el encontrar personas que puedan comprenderlas y entender los sentimientos movilizados.

A menudo las personas evitan abordar el tema de la infertilidad con los afectados y ello se debe a que el depositario de la pérdida es la persona misma, es decir, lo que se pierde es parte integral de la persona, la cual continúa existiendo. Además, existe en el aire una sutil y jamás dicha sensación de que las personas infértiles serían responsables de lo que les pasa, habría una generación interna de la causa del duelo, a diferencia de lo que pasa cuando alguien queda mal herido en un accidente, en el cual fue víctima. La pareja infértil es víctima y victimario. Las personas que rodean a la pareja, su familia y grupos de amistades, se sienten en conflicto al tener que abordar y compartir la realidad que los aqueja. Sin embargo, ante la imposibilidad, llegado el momento, de hacer “como si no pasara nada”, las personas a menudo recurren a frases de pseudo-consuelo, cuyo contenido refleja un desconocimiento de y una conceptualización superficial y frívola de un profundo conflicto humano: “Qué bien.....pueden tener tanta libertad y no deben vivir pendientes de los horarios de los niños”, “no sabe que suerte tuvo de no haber pasado por el desagradable trance del embarazo. Nunca recuperé mi figura y viera qué estrías me han quedado”; “Ay, los hijos, son puros problemas..”

La pareja, entonces, no solo debe enfrentarse a su propio duelo interno, a las dificultades que esta realidad crea en su vida de tal, máxime cuando se atribuye a uno de ellos la causa, sino que también se ve expuesta a múltiples respuestas externas cargadas de rechazo, angustia, desconcierto y temor, las que ponen en evidencia que ”su” problema también afecta a “otros” significativos en su vida.

Esto lleva a muchas parejas a retraerse en esta etapa de sus vidas de la vida social, sintiéndose por ello marginados y parte de grupos minoritarios, al igual que las personas que viven solas o los divorciados.

Ayuda a mantener la sensación de marginalidad, el que toda la propaganda comercial, tanto en revistas, diarios, como en la televisión y en tiendas y la calle toda, utilizan con mayor frecuencia que otras relaciones, la de madre e hijo, la de padres-hijos. No solo la venta de ropa infantil o maternal o de casas, sino incluso la propaganda para artículos tan diversos como la venta de sitios en el cementerio, vinos, detergentes y máquinas de afeitar, utilizan la emoción que genera el infante y la relación entre padres e hijos.

Familia extensa e infertilidad.

Es muy importante el papel que cumple la familia de la pareja infértil, dado que tiene el poder de contribuir a aliviar o a agravar el trauma que se presenta. Los familiares pueden apoyar a la pareja y así se transforman en una cálida y respetuosa instancia de continencia afectiva, son el regazo donde la pareja se puede sentir acogida y comprendida. En cambio, si la familia no acoge ni comprende lo que les pasa, la pareja se siente aún más aislada, más culpable e infeliz, El cómo responda la familia, el papel que asuma, las actitudes que demuestre, las atribuciones que haga, son factores que finalmente determinarán en distinto grado los pasos que la pareja tome en pos de la elaboración de su problema.

Debido a la carencia de apoyo social que se mencionaba antes, el papel que asuma la familia extensa es de vital importancia ya que las parejas jóvenes que tienen dificultades, van a recurrir, en forma natural en busca de apoyo y consuelo, a aquellas personas que puedan acogerlos y, con una alta probabilidad, los padres, hermanos, abuelos, tíos, serán elegidos con este propósito.

Es de lamentar que todavía la psicología contemporánea no se haya preocupado de estudiar específicamente las repercusiones que las actitudes familiares tienen sobre el resultado final de esta problemática de la pareja. Sin embargo, es posible hipotetizar, basándose en conocimientos de la psicología clínica, que una actitud de aceptación y aprecio incondicional, es un factor básico indispensable para que la pareja pueda elaborar su pérdida y decidir sobre uno de los posibles cursos de acción que le permitirán posteriormente, canalizar su necesidad interior de trascendencia, su fertilidad, por otras vías que no sean la parentalidad biológica.

También es posible especular que es importante que la familia no asuma una actitud “salvadora” intentando que la pareja no viva las distintas etapas propias de un duelo, a fin de impedir que “sufran”, dado que de esta forma solo se lograría prolongar la vivencia de un proceso psicológico que es necesario para poder lograr la elaboración de un nuevo proyecto de vida.

Lamentablemente a menudo los parientes cercanos suelen, en forma inconsciente, culparse por lo que sucede, recurriendo a respuestas afectivas inadecuadas, motivadas por la necesidad de reparar, de alguna forma, lo que se conceptualiza como injusto. Este sentimiento de culpa inconsciente, genera en ellos también una fuerte dosis de ansiedad. En este contexto, la madre y las hermanas de la mujer infértil pueden recurrir a actitudes desesperadas que obedecen a su deseo de tranquilizarla. Algunas hermanas suelen sentirse culpables de la propia fertilidad : “si pudiera te daría a mi guagua” y la designan “madrina” (segunda madre), como inconsciente compensación.

Muy a menudo se observa que la familia asume un rol abiertamente cuestionador, quedando en evidencia la inconformidad sentida. Esta actitud deja a la pareja infértil en una situación de desamparo, pudiendo llegar a convertirse en un factor tan destructivo que ponga en peligro o arruine las relaciones entre la pareja o entre ésta y la familia. Es triste constatar que algunas familias utilizan este período de tanta vulnerabilidad y sensibilidad, para desenterrar antiguos conflictos que tienen relación con la elección de la pareja, sobre todo cuando los ataques provienen de la familia del miembro presumiblemente “fértil”.

En ocasiones las actitudes de la familia se hacen sentir de manera mucho más disimulada e indirecta, pero no por ello menos incisiva y dura. Este estilo de comunicación se reduce, a menudo a comentarios tales como: “Los Pérez hace solo tres años que se casaron y ya tienen dos hijos”; “qué feliz es fulanita, ya tiene nietos” (3). Este interés que la familia demuestra, “naturalmente” cae como un peso y una exigencia extra sobre la pareja, la cual solo puede verse aun más dañada. A menudo, la joven pareja termina por marginarse de las reuniones o celebraciones familiares tales como cumpleaños o nacimiento de niños en la familia, como una manera de evitar la constante “afrenta” o compasión a que son sometidos en dichas situaciones.

Así, no solo la sociedad se encuentra incapacitada para acoger y respetar a una pareja que presenta el problema de la infertilidad, sino que a menudo también las familias de las personas en dificultades solo se muestran como depositarios y estrictos demandantes del cumplimiento de las ideologías reproductivas predominantes en la sociedad.

Individuo, pareja e infertilidad.

La infertilidad de la pareja podría ser conceptualizada como una crisis del desarrollo para quienes buscan la parentalidad, la cual afecta tanto al individuo como a la relación marital, por lo que debe ser abordada en ambos niveles.

Los motivos de la infertilidad pueden estar centrados en el hombre, en la mujer o en la pareja. En este último caso, cada uno de los miembros de la pareja podría ser hipotéticamente fértil con otro compañero. Cuál es el miembro fértil acarrea una serie de problemas en sí que repercuten en la vida marital. En países machistas como el nuestro, es para el hombre mucho más difícil que para la mujer asumir su infertilidad, y es bastante común el ya que el marido no ha querido hacerse los exámenes, cuando se ha agotado el examen médico de la mujer sin encontrar una causa de la infertilidad.

Salvo en el caso que la infertilidad sea producto de la interacción, es decir de la pareja, se presenta una situación en la que existe un miembro fértil y otro infértil y, psicológicamente, se produce una serie de acuerdos generalmente implícitos, por medio de los cuales el miembro fértil se “sacrifica” en pos del matrimonio y el miembro infértil “compensa” este sacrificio. Estos acuerdos pueden ser altamente lesivos para el desarrollo de la pareja. Hay claramente una crisis en la que cada uno debe sopesar y analizar su relación afectiva, el valor asignado a ésta y a la necesidad de ser padre o madre.

La sana resolución de este conflicto psicológico por parte del individuo y de la pareja, sentará las bases que permitirán el crecimiento personal y la creación de una nueva forma matrimonial con otras alternativas y metas, pero unidos en todos los altibajos y momentos dolorosos o excitantes de una vida en comun

No es posible asumir un hecho tan significativo y trascendental en la vida como es el de la infertilidad, sin antes luchar con todas las fuerzas y medios disponibles con el fin de intentar modificarlo. Comienza aquí el largo peregrinaje que pasa por aspectos físicos psicológicos y sociales.

Comienza así la segunda subetapa, que podríamos llamar

Segunda Subetapa: La lucha por el hijo biológico.

Cada persona requiere de una firme y profunda convicción de valoración personal. La contribución de la sexualidad a la auto imagen, a esta valoración personal, es de gran importancia. Aun cuando nadie puede aspirar a ser universalmente querido y admirado, todos necesitamos recibir reconocimiento y cariño proveniente de personas significativas y de uno mismo. Un importante componente en la autoimagen de la persona, es su imagen sexual, tanto a sus propios ojos como a los de los demás.

El rol del sexo en la autoimagen varía entre individuos y grupos de individuos; también algunos atributos sexuales tienen mayor significación que otros. Por ejemplo, la seguridad de la propia virilidad es de una importancia fundamental, vital, para la mayoría de los hombres, quienes vivencian la impotencia como humillante. Es muy probable que un hombre impotente pierda la confianza en sí mismo y se sienta incompetente aun en áreas que no tienen relación directa con su conducta sexual

Históricamente se ha evadido o negado la infertilidad en el hombre, tal vez debido a una repercusión de la equívoca, pero a menudo establecida, relación entre virilidad y fertilidad: la infertilidad de un hombre sería un indicador de su falta de virilidad.

Por el contrario, las mujeres tradicionalmente, se han mostrado menos preocupadas de su desempeño sexual, aun cuando esta actitud ha ido cambiando en los últimos tiempos. El que la mujer pueda aceptar públicamente su derecho a una sexualidad plena es una actitud muy moderna, ya que incluso en el siglo pasado las mujeres “virtuosas” se envanecían de su frigidez. Para ellas, el trauma no está principalmente relacionado con su femineidad como compañera sexual, sino más bien con la infertilidad. Es el fallar a la tarea específica de ser madre, donde está expuesta al escrutinio público, donde su adecuación como mujer puede verse cuestionada, afectando profundamente a su autoimagen. “El espacio de valoración social de la mujer, por lo tanto, está bastante circunscrito a la reproducción, a la capacidad procreativa. La mujer es valorada por la posibilidad de embarazarse y, de este modo, validar la potencia del hombre que exhibe orgullosamente a su mujer encinta” (3).

Esta diferencia entre hombres y mujeres en el impacto de la autovaloración sexual sobre la autoimagen tiene, sin duda, raíces sociales influenciadas por culturas predominantemente machistas y con resabios del puritanismo, y su impacto influye fuertemente sobre la asunción, elaboración y resolución del conflicto que crea la infertilidad en la pareja.

Aun en los sectores sobrepoblados del mundo, la infertilidad constituye un drama para la pareja afectada. Es común que en muchas sociedades se atribuya gratuitamente el problema a la mujer. En muchos casos, es justamente la mujer la que prefiere decir públicamente que el problema es de ella, antes de aceptar que éste radica en su marido. Por supuesto, que la no aceptación pública de la realidad en cuanto a la infertilidad, crea complejos acuerdos tácitos de compensaciones: favores y recompensas.

No siempre es uno de los miembros de la pareja el que causa la infertilidad de ésta, es bastante común que en muchos matrimonios infértiles, ambos posean un cierto grado de infertilidad, los que al ser combinados imposibilitan la concepción. Sin embargo, si cada uno por separado hubiese formado pareja con otra persona de fertilidad normal, su posibilidad de concebir o engendrar estaría dentro de un rango de normalidad. Por ello es importante que cuando una pareja desea tener hijos y han visto frustrado su deseo durante algún tiempo, sean ambos, marido y mujer, quienes acudan a un especialista en busca de ayuda. Aquí también, se hace presente el machismo, en la inmensa mayoría de los casos, el marido consulta cuando la mujer ha agotado todos los exámenes existentes sin que se haya encontrado en ella factor alguno que pudiese explicar el que no conciba.

La mayoría de las parejas, después de pasar un largo período de su vida en común buscando el embarazo (tal vez años) sin obtener el resultado esperado, recurren a la ciencia médica como la única vía de solución. La esperanza por el tratamiento va acompañada, a menudo, de angustia, frustración y sentimientos de culpa y de auto denigración. Algunas parejas aplazan la consulta médica, hacen como que “no pasa nada”, sabotean el diagnóstico y el tratamiento, realizando lo que Videla y Maldonado (3) denominan una “alianza de esterilidad”, la que cumple la función de mantener a los cónyuges en un eterno estado de “pseudo búsqueda de solución”. Es probable que tras ello haya una motivación inconsciente de evitar el enfrentamiento de la realidad. La pareja puede llegar a esta “solución” debido al alto nivel de angustia que les genera el tener que enfrentar un probable diagnóstico de infertilidad o, tal vez, el matrimonio conscientemente desee concebir un hijo, lo que permite ratificar su imagen de personas completas, pero inconscientemente no lo desea. Además puede servir para disfrazar un temor compartido a la parentalidad y a la responsabilidad que ella implica (puede haber un temor patológico al parto, fantasías de incapacidad en la crianza, de incapacidad de mantener, miedo a la ligadura que el hijo implica, etc.) También las características de personalidad de los afectados y el estilo de relación de pareja determinan, en gran medida, la evolución y resolución del problema. Al respecto Kraft (4) dice que “cuán traumático este descubrimiento pueda llegar a ser no solo está relacionado con la manera en la cual la información es obtenida, sino que también con la estructura de carácter, las patologías pre-existentes y las vulnerabilidades del individuo”.

Sin embargo, si a pesar de las dificultades que se presentan, la pareja se mantiene unida y son capaces de apoyarse mutuamente en el largo camino que inician, habrán dado el primer paso importante hacia la solución o asunción de su conflictiva.

Existen parejas que, ya sea por razones de edad, trabajo o filosofía de vida, han tomado voluntariamente la decisión de permanecer sin hijos, centrando sus intereses personales en otros quehaceres o actividades que la vida les depara. Pareciera que la fertilidad tiene un papel de primordial importancia en el desarrollo integral de la persona, pero es necesario tener claro que el que una persona sea fértil no se refiere exclusivamente a la fertilidad biológica, al engendrar y concebir hijos, sino que a la fertilidad en un sentido mucho más amplio, que implica el entregar vida, a través de múltiples caminos, el enseñar, el crear belleza a través del arte, el crear ideas y hacerlas llegar a otros, el abrir caminos a los demás a través de la amistad y del amor.

La adopción es un medio también de alcanzar la fertilidad, es uno de los muchos caminos que se abren frente a algunas parejas infértiles. Para ellas, la decisión inicial de consultar a un médico es un tema extremadamente delicado. De una forma u otra implica el plantearse la posibilidad de que exista un problema en uno o en ambos esposos, algo que “no funcione bien”, o algo “defectuoso” lo que naturalmente conlleva una alta dosis de temor y angustia.

El diagnóstico y el tratamiento de la infertilidad es un proceso largo, que se extiende a veces por años, período durante el cual la pareja se mueve entre la esperanza y la desesperanza, la ilusión del triunfo y la posible derrota. En la intimidad personal y de la pareja, este período se presenta como una constante afrenta a la autoimagen de cada individuo y como un reto a las bases mismas del matrimonio. Al respecto, Owens (5) argumenta que “Más aun, el esperar los exámenes y sus resultados, despierta ansiedades a los niveles más profundos, dado que un diagnóstico negativo puede tener implicaciones para cada esposo independientemente, pero también para la estructura misma de la relación marital”.

La naturaleza de los exámenes requeridos para un adecuado diagnóstico, necesariamente implica la exploración y manipulación de los genitales, lo que indudablemente es vivenciado como una angustiante intromisión al mundo íntimo y delicado de la pareja. Al ingresar la pareja al proceso del diagnóstico y tratamiento médicos, todo su mundo se ve consumido y controlado por el tema del embarazo deseado. No solo las frecuentes visitas al médico, sino que también la rutina del funcionamiento diario, los temas de conversación, los libros que leen, y muy especialmente la vida sexual, la que pierde espontaneidad, se ven invadidos e inundados por la búsqueda del embarazo: la mujer debe tomarse periódicamente la temperatura con el fin de detectar el momento de la ovulación, se les pide tener relaciones sexuales a ciertas horas, en ciertos momentos. El sexo, al dejar de ser espontáneo, deja también de ser la expresión del amor, deja de ser algo privado, y se transforma en un acto mecánico que debe ser ejecutado a tiempo y, en ciertos casos, en ciertas posturas recomendadas como más facilitadoras de la concepción. Esta tensa realidad puede, en ocasiones, producir alteraciones en el funcionamiento sexual de la pareja, lo que contribuye a elevar el nivel de angustia vivenciado. Schechter (6) dice que “los sentimientos sexuales, que en muchos casos son espontáneos, cálidos, excitantes y placenteros, se restringen e inhiben cuando el coito responde a una prescripción. Y como se lo realiza en el período de la ovulación, se desarrollan unas tensiones extraordinarias, originadas en el que marido o la mujer se percatan preconcientemente de su responsabilidad en la falta de concepción” .

Transcurre así el tiempo y la pareja centra cada vez más su vida en la preocupación del embarazo, la angustia aumenta y el matrimonio entra en un “ciclo mensual” de esperanza y depresión determinado por las expectativas de embarazo y la desilusión al presentarse la menstruación.

Para algunos, el angustiante tiempo de espera y los múltiples esfuerzos invertidos producen el resultado esperado: el embarazo. Sin embargo, para otros menos afortunados, la situación se vuelve crítica al recibir el diagnóstico de infertilidad irreversible. Aquí la ciencia médica “abandona” a los “pacientes” viéndose éstos enfrentados a una realidad para la cual no se encuentran capacitados. En este momento surge con todas su fuerza la conflictiva psicológica, la que no había sido considerada ni vivenciada hasta ahora en profundidad. A menudo es muy difícil para una pareja enfrentar la crisis psicológica mientras exista algo de esperanza.

En algunos casos, la medicina no encuentra ninguna razón para que el embarazo no se produzca y sugiere la posibilidad de que la causa sea psicógena, es decir, que exista a nivel inconsciente en uno o ambos cónyuges un temor a la parentalidad que impide la concepción. Pareciera que a los seres humanos les cuesta menos aceptar una “falla” biológica que psicológica, y muchas veces la pareja no sigue el consejo de comenzar una psicoterapia y, sin enfrentar su realidad de infértiles “no hay causa biológica para que no tengamos un hijo”, deciden la adopción “hay tantos casos en que no se concibe por ‘nervios’, la fulanita adoptó y al año siguiente estaba embarazada”, con lo cual se crea una situación potencialmente conflictiva, de la que hablaremos más adelante.

Al recibirse el diagnóstico de infertilidad, comienza la tercera subetapa la que podemos denominar:

Tercera Subetapa: Enfrentándose a la realidad.

Cuando el proceso médico de diagnóstico y tratamiento llega a su fin con el desafortunado resultado de “infertilidad irreversible”, pueden ocurrir varias cosas en el individuo y la pareja.

Muchas parejas al comienzo pasan por un período de incredulidad o negación de la situación que se les presenta resistiéndose a aceptar el diagnóstico médico. Esta fase corresponde a la etapa Negación y Aislamiento, la primera del modelo de elaboración del duelo descrito por Elisabeth Kubler-Ross (7), duelo que vive la pareja infértil por la muerte de su capacidad reproductiva. Verbalizaciones tales como “esto no es cierto, no me puede estar pasando a mí”, son una respuesta inicial bastante común. No importa el tiempo de dudas e incertidumbre que haya transcurrido antes de la revelación del diagnóstico, no importa las fantasías que hayan surgido durante ese período; el enfrentarse a un diagnóstico de infertilidad constituye una experiencia traumática para la persona afectada y la pareja. En este caso, la negación inicial funciona como un respaldo en el cual el matrimonio o el individuo se apoya por un tiempo, tiempo que le permite ordenarse, reflexionar y reconsiderar, hasta poder movilizar otros mecanismos de defensa menos radicales.

Luego sobreviene una segunda etapa: la de la rabia, período durante el cual aflora una multiplicidad de emociones que permiten un desahogo inicial: sentimientos de pena, rabia, culpa, envidia y resentimiento son sentidos por el individuo y la pareja. A menudo esta rabia es desplazada por la persona afectada en todas direcciones y proyectada en el ambiente de manera casi azarosa. Se culpa a los médicos por su incapacidad, al cónyuge, a los padres, a Dios... En ocasiones estos sentimientos son absorbidos en forma culpógena por la persona afectada, dando pie a severas autocríticas y sentimientos de inadecuación. “No sirvo” “Se ensartó conmigo”, “cualquier imbécil puede hacerlo y yo no”.

Frecuentemente es sólo uno de los cónyuges el que presenta el problema de infertilidad. Esta situación puede crear un serio desequilibrio al interior de la pareja, dado que a uno de sus miembros le toca “cargar” con la culpa, sintiéndose responsable de privar a su pareja de la ilusión del hijo.

Esta realidad a menudo es asumida de una manera distinta por el hombre y por la mujer, evidenciándose una actitud más “desinteresada” o “negadora” por parte del hombre. A su vez la mujer no sólo se muestra más dispuesta a asumir sus limitaciones, sino que incluso puede llegar al extremo de hacerse “cargo” del problema de su marido. En muchos casos, la mujer, sabiendo ambos que el problema es del marido, reconoce abiertamente “no podemos tener hijos porque yo tengo un problema”. No solo el papel social de la mujer la estimula a asumir la responsabilidad, sino que la íntima relación que se establece entre fertilidad y virilidad en el hombre, parece motivarla a proteger a su marido de tal deshonor. Por lo tanto “la mujer prefiere ocultar la esterilidad del hombre por la vergüenza de no tener un cónyuge lo suficientemente viril como para ser capaz de embarazarla”. (3)

Esta “transacción” entre marido y mujer, de que la mujer asuma la culpa sin tenerla, puede también implicar un costo para la relación, convirtiéndose en la base de un acuerdo de “indemnización”, en que el hombre quedaría con una profunda deuda, viéndose sometido a su mujer como una forma de pago por el favor concedido. Esta deuda puede ser posteriormente saldada al acceder el marido a la adopción para satisfacer a su mujer, sin que él se encuentre afectivamente comprometido con la decisión, pero de todas maneras, a nivel consciente, inconsciente o en ambos, la mujer alberga resentimiento por la situación.

La persona infértil suele albergar fantasías de abandono por parte del miembro fértil de la pareja, lo que puede generar un estilo de relación en donde los celos patológicos, la culpa y los sentimientos de auto denigración terminen por destruir la relación, dando paso a una profecía auto cumplida (“yo sé que me vas a dejar”). El dolor sentido por la injusticia de la infertilidad lleva a frustraciones, disgustos y resentimiento. Algunas personas se preguntan por qué ellos han sido castigados así. La noción de la esterilidad como castigo puede surgir en la pareja como un recipiente en el cual se depositan culpas pasadas que no fueron elaboradas en el momento. Es así como pueden aflorar culpas por conductas de infidelidad para con la pareja, abortos, sexualidad promiscua, largos períodos de tiempo evitando el embarazo, etc.

Es muy importante que estas culpas se aborden como un paso necesario previo a la elaboración de la infertilidad, ya que de permanecer, imposibilitarían la elaboración sincera y profunda del problema planteado, lo cual, sin duda, repercutiría en las alternativas futuras de la pareja. Al respecto, Videla y Maldonado (3) indican que “la sensación del ‘yo no merezco’, derivada del sentimiento de culpa, resulta en una prohibición de vivir cosas buenas o de creer que se puede crear algo bueno”.

De cualquier forma, no importa cuál de los dos miembros de la pareja sea el infértil, si el matrimonio decide permanecer unido, la situación necesariamente plantea una renuncia: la mujer tiene que renunciar a su capacidad de embarazarse si decide seguir viviendo con su marido infértil, por el contrario, si es la mujer la infértil, el hombre tiene que renunciar a su capacidad de engendrar, si quiere mantener su matrimonio. Es una red compleja de renuncias por el amor al otro… En el caso que ambos cónyuges presenten problemas de bajo nivel de fertilidad, surge de igual forma la necesidad de renunciar a la parentalidad biológica por parte de los dos, dado que, posiblemente, cada uno por separado podría establecer un vínculo fértil con otra pareja.

Tradicionalmente se ha abordado la infertilidad como un problema que presenta uno de los cónyuges: “el culpable” que impide la procreación de un hijo a su pareja : “el inocente”. Dentro de este marco la tendencia ha sido culpar a la mujer mientras no se compruebe su inocencia, y de mirar como inocente al hombre mientras no se descubra su culpabilidad. Evidentemente que esta forma de conceptualizar el problema sólo contribuye a agudizar aun más la conflictiva existente, dado que divide a la pareja en roles antagónicos y no contribuye a generar una comprensión del fenómeno que permita el surgimiento de una solución.

De acuerdo a Videla y Maldonado (3) la noción de “pareja infértil” cambia la manera de mirar la situación de la esterilidad, ayudando a disminuir la necesidad de encontrar el culpable, como así también disminuiría la tendencia a focalizar la investigación en solamente uno de los miembros de la pareja, casi siempre la mujer. El centrar el problema en la pareja, y no en uno de sus miembros, permite a los cónyuges compartir la responsabilidad y facilita la elaboración del trauma ya que se canalizan los afectos en la búsqueda de una solución común, dificultando así la gestación de culpas, rabias y resentimientos para con el otro.

El no enfrentar la realidad de la infertilidad puede tomar múltiples formas y responder a diversas motivaciones y deseos, tanto conscientes como inconscientes. La infertilidad provoca un daño a la imagen de sí, la que queda empobrecida y algunas personas vulnerables, pueden inconscientemente centrar en la infertilidad todos sus problemas, atribuyendo la mayoría de ellos a este hecho, el que asume una importancia excesiva y desproporcionada en sus vidas. El adulto requiere reorganizarse para asumir que ha perdido un ideal de sí mismo como padre biológico y para algunas personas ello implica desistir de la esperanza de la trascendencia al no poder visualizar otros ámbitos en que focalizar su creatividad.

El poder enfrentarse a los intensos sentimientos que surgen debido al conocimiento de la infertilidad, requiere de tiempo y de valor. Cuando la pareja se encuentra en medio del sufrimiento y del dolor, la posibilidad de mirar hacia un mañana pleno y realizado, parece imposible. Sin embargo, con el tiempo, y teniendo la honestidad de aceptar la realidad, la mayoría de las personas son capaces de hacer otros planes y de continuar su vida.

No importa hacia donde la pareja o el individuo mire o se dirija en este período, con toda seguridad encontrará pesar. Al ver televisión, al caminar por la calle, al acudir al trabajo, al visitar familiares o amigos, siempre se verán enfrentados, como a propósito, a padres, a madres y a hijos. El anuncio de la llegada de un nuevo miembro a la familia extensa, producirá sentimientos ambiguos, de alegría, envidia, celos. La situación afectiva vivida por el matrimonio los mantiene, por así decirlo, en un permanente recuerdo de su “incapacidad”. Más aun, pareciera que el deseo intenso de engendrar y criar a un hijo, interfiriera con la necesaria elaboración para asumir la realidad. Este período de dolor y pesar corresponde a la etapa que E. Kubler-Ross (7) denomina depresión en el proceso de duelo que vive la pareja.

Cuando la pareja, después del período de duelo por la pérdida de su capacidad reproductiva, logra salir del estado de “vacío existencial” del cual surgen sentimientos de falta de sentido de la vida, hasta obtener una existencia con sentido, puede dedicar su energía al logro de sus nuevos objetivos. Varios autores plantean que la elaboración profunda y acabada de la infertilidad es una necesidad “sine qua non” para que la pareja y el individuo puedan proyectar su vida, haciendo uso de todo su potencial, con el fin de expresar el máximo de sus capacidades al considerar otras perspectivas existenciales.

Esto implica llegar a la etapa que Kubler-Ross denomina de “Aceptación”. Sin embargo, al igual que en los duelos por la muerte de algún ser querido, el tema puede continuar surgiendo y ser revivido aun cuando se encuentre esencialmente elaborado. La total elaboración es un largo proceso, pero es posible darse cuenta de que se encuentra en el camino de la elaboración, pues cada vez es más espaciado en el tiempo el surgimiento del recuerdo y el dolor y cada vez se requiere de menos tiempo para superarlo. Rowe (2) cita a una mujer infértil que dice “Mi infertilidad reside en mi corazón como un viejo amigo. Yo no sé de él a veces por semanas, y entonces, un momento, un pensamiento, un comercial de televisión con un bebé, y yo siento el apretón, talvez también me da pena y dejo caer algunas lágrimas. Entonces pienso ahí está mi viejo amigo, siempre será parte de mí”. Esto confirma que aun cuando es posible elaborar la pérdida de la capacidad reproductiva y vivir una vida plena, queda una huella en la persona que a menudo es imposible borrar.

En adultos sin patologías profundas, aun cuando puedan observarse respuestas patológicas transitorias, su natural capacidad de adaptación los impulsa a la búsqueda de una solución de la crisis que se les presenta. La forma a través de la cual se logra esta sana adaptación varía de individuo a individuo y de pareja a pareja. Kraft (4) plantea que el proceso de elaboración tendría algunos componentes que necesariamente deben ser abordados para poder lograr una adecuada elaboración del trauma, destacando de entre ellos los tres siguientes:

La herida debe ser tratada en forma de no dejar una amargura permanente, esto implica ponerse en contacto con todo lo que para el individuo, significa la pérdida permanente de su capacidad reproductiva, permitiéndose la vivencia del duelo por la pérdida de esta experiencia trascendental de la vida.

La tarea de restituir la imagen corporal deficiente, llegando a aceptar la incapacidad física. La aceptación emocional de la incapacidad reproductiva se presenta como un aspecto de central importancia en este proceso.

La tarea de evaluar la importancia de la parentalidad como una fase del desarrollo y determinar si otras actividades pueden compensarla. Indiscutiblemente es la posibilidad de ser padres la que se ve repentinamente negada, la incapacidad reproductiva se vivencia como un trauma debido a que imposibilita, al menos biológicamente, la asunción del rol parental. Es por esto que ningun proceso de elaboración de la infertilidad puede concluir adecuadamente sin considerar en profundidad los afectos, ideas y fantasías que giran en torno a la parentalidad. Erik Erikson (8) escogió el término “generatividad” para describir el principal logro psicosocial de la edad adulta, ya que según él, la característica central del individuo en esta etapa es su habilidad para trascender los intereses personales inmediatos en pos de los hijos que vendrán, asegurándose el derecho de ser necesitado y el privilegio de necesitar.

La pareja en este período puede verse tentada por diversas pseudo-soluciones, las cuales prometen terminar con el angustioso estado en que se encuentra, pero que no son producto de una seria reflexión y vivencia del duelo, sino más bien, de un desesperado intento por escapar a la realidad a que se enfrenta. Es así como la idea de adoptar un hijo “puede aparecer como la gran promesa, la esperanza de terminar con el tedio, la soledad, el vacío y la inutilidad” (3). Algunas parejas recurren a la adopción como un tratamiento auto prescrito ante la pena de no poder tener un hijo biológico. Si se recurre a la adopción sin haber resuelto el severo trauma causado por la infertilidad, es probable que ésta fracase, pues ha sido una decisión apresurada para no enfrentar el problema real.

Kent y Richie (9) plantean que existen dos patrones de enfrentamiento a la realidad en parejas adoptivas infértiles. Muchas parejas, vistas como pacientes en la práctica clínica, describen “una reacción de hecho” al haber descubierto su infertilidad, seguida de una decisión inmediata de adoptar Estas parejas reportan haber experimentado muy poco afecto acerca del tema. Esto refleja que ellas no han pasado por el período de duelo normal, no siendo capaces de ponerse en contacto con los afectos propios del tema.

Las autoras plantean las diferencias de las experiencias relatadas por parejas entrevistadas u observadas en grupos de discusión para padres adoptivos, que no han tenido problemas que los lleven a consultar clínicamente. “Estas parejas, especialmente las mujeres, recuerdan un largo período de decaimiento, episodios de llanto y rabia periódicos en situaciones que les recordaban su infertilidad... y sólo gradualmente haber comenzado a pensar en la adopción, mientras la depresión se superaba. En esencia, ellos parecían describir un proceso de duelo por la pérdida de su capacidad reproductiva y por la pérdida de los hijos propios que esperaban, pero que nunca llegarían. La decisión de adoptar no llegó hasta que su deprivación fue trabajada y aceptada” (9).

Es probable que no todas las parejas muestren un patrón tan claro como el descrito por Kent y Richie, en lo que se refiere a negar totalmente el impacto de la infertilidad y vivenciar en profundidad el duelo. Existen parejas que elaboran la pérdida en menor profundidad que otras o que niegan ciertos aspectos del proceso que pudieran producir serios desequilibrios en la estructura psicológica del individuo. Sin embargo, para poder optar a un camino alternativo de parentalidad, se requiere haber resuelto en gran medida la pérdida del ideal de sí mismo que significa la incapacidad reproductiva. Desde este punto de vista, aparece de central importancia el rol que pueden desempeñar los distintos profesionales de la salud mental en lo que se refiere a ayudar a las parejas infértiles a elaborar su pérdida.

Una pareja que ha luchado con todos los elementos a su alcance para lograr la gratificación de la procreación, y que ha sido capaz de asumir en gran medida la dolorosa realidad de su infertilidad, vivenciando el duelo como parte del “camino de solución” podrá, maduramente, tomar una decisión acerca de las distintas alternativas de vida que se le presentan.

Cuadro comparativo
de la primera etapa del ciclo de vida familiar

 

 

Familia biológica

Familia adoptiva

Etapa única

1a. Subetapa

Comienzo: Matrimonio

Comienzo: Matrimonio

Término: Embarazo

Termino: La pareja se da cuenta de que el embarazo no se produjo

2a. subetapa: “Lucha por el hijo biológico”

Comienzo: Comienza el peregrinaje médico

Término:

1.Diagnóstico de infertilidad irreversible

2. Embarazo

3a.subetapa:”Enfrentando la realidad”

Comienzo: La pareja se convence de su infertilidad.

Proceso de elaboración de la infertilidad.

Término: Toman la decisión de adoptar u optan por otras tareas trascendentes (*) asumiendo el rol de pareja sin hijos.

4a.subetapa:” Resolviendo la crisis

Comienzo: La pareja comienza los trámites para la adopción.

Término: Se recibe al hijo o no se recibe, lo cual requiere otra elaboración.

 

 

(*) Aquí existe otra alternativa, la posibilidad de elaborar psicológicamente la infertilidad y optar por otra fuente de satisfacción psicológica de la necesidad de ser productivos.

La alternativa de la adopción

Las parejas que han resuelto satisfactoriamente el trauma de la infertilidad y que, luego de un profundo proceso de maduración, han determinado formar una familia con hijos, cuentan con la posibilidad de la adopción como un camino viable.

El asumir y elaborar la infertilidad no necesariamente tiene que resultar en el genuino deseo de adoptar un niño. Existen para la pareja múltiples caminos de vida que le pueden brindar una existencia sana y plena. Hay parejas que escogen dedicar más tiempo a su actividad laboral o profesional, compartir actividades culturales y recreacionales que mantengan unida a la pareja, o ejercer alguna labor de apoyo social, trabajos comunitarios a través de instituciones y grupos afines, lo que les permite satisfacer la necesidad de sentir que cooperan en el logro del bienestar de otras personas. La necesidad de trascendencia puede expresarse a través del desarrollo de actividades creativas en cualquier campo de la ciencia o del arte.

El advenimiento de desarrollos tecnológicos que han procurado avances que permiten un control prácticamente “perfecto” de la natalidad, junto con corrientes sociales tales como el feminismo, la incorporación masiva de la mujer al trabajo fuera del hogar, y la preocupación por el desenfrenado crecimiento de la población, tienden a trasladar la parentalidad desde el estatus en que “se da por hecho” hacia uno en que existe “una toma de decisiones racional”. Lamanna (10) plantea que “aun cuando permanecen presentes en nuestra sociedad las presiones normativas orientadas a la formación de la familia y la crianza de los hijos, la opción de disminuir el número de éstos e incluso de permanecer sin ellos, se está considerando actualmente como una legítima alternativa de vida”.

El carácter racional y voluntario de la parentalidad, se manifiesta en su máxima expresión en parejas que, ante la imposibilidad de engendrar deciden activamente asumir el rol de padres con un niño concebido por otros, donde el parentesco, entendido como consanguinidad, está ausente. Sin embargo, la evidente voluntad presente en la decisión de adoptar un hijo, tiene ribetes paradójicos, ya que la pareja no ejerce una opción amplia, sino que más bien restringida debido a que no puede concebir sus hijos. No obstante, esta decisión debe estar provista de real voluntad de desear formar una familia por un camino diferente como es la adopción.

La decisión de optar por la alternativa de la adopción es generalmente el producto de un largo proceso de cuestionamiento personal tras los esfuerzos por agotar todas las posibilidades de concebir un hijo. En la opción de vida que significa la adopción, se requiere lograr un delicado equilibrio de todos los factores que intervienen en ella, elementos sociales, culturales y especialmente personales, de cada uno como individuo y de la pareja como tal.

Las motivaciones que llevan a la pareja a la decisión de adoptar, la elaboración o no elaboración de la infertilidad, el impacto que ésta tiene sobre la persona, la pareja y también la familia extensa, las fuentes de adopción consideradas, la postulación, el contacto con las instituciones, las expectativas y las fantasías de los futuros padres, son algunos de los factores que están presentes e impactan inexorablemente sobre cada uno y van perfilando las bases sobre las cuales se constituiría la nueva familia. Todos estos elementos previos a la llegada del hijo serán abonos catalizadores para el terreno en que se ha de desarrollar la vida familiar.

Para que este desarrollo se produzca en óptimas condiciones, es necesario que la pareja cuente con apoyo y asesoría profesional que le permita tomar la decisión y llevarla a cabo, con el mínimo riesgo tanto para ellos como para los hijos.

• La adopción ¿para quién?

La Unesco plantea que cada niño tiene el derecho de crecer y desarrollarse dentro del marco de protección y apoyo que es la familia. La incorporación de un niño a una familia con la cual no tiene lazos biológicos y su legitimación como un miembro más de ésta, con sus derechos y deberes, permite en parte hacer frente y remediar el problema del abandono infantil. El efecto de la adopción en el niño es, en concreto, proporcionarle el mismo status legal de que gozan los niños en su familia de origen.

En ese sentido, la adopción se plantearía como una solución al problema de la niñez abandonada, procurando una familia al niño que no la posee. Es el niño quien se encuentra en un estado de carencia básica, sin madre, lo cual pone en peligro su sobrevivencia física y psíquica.

Desde el punto de vista antropológico, las autoras Minuchin de Itzigsohn y Piña de López (11) plantean que el problema de la adopción procedería de una doble vertiente: por un lado, los atributos universales de la naturaleza relacionados con el cuidado de la cría, y por el otro, las reglas o normativas sociales con respecto a esta naturaleza. La parentalidad estaría presente en la vertiente de la naturaleza y las reglas normarían esta relación,fundiéndose en un todo con la estructura social. Sin embargo, “cuando la organización de la sociedad no contempla en su desarrollo la inclusión del grupo total, se produce una situación de desequilibrio”. Esta situación genera la marginalidad de algunos grupos, que debido principalmente a la falta de medios económicos y un menor acceso al sistema simbólico que maneja la sociedad, “debe relativizar las normas urgentes en función de sus posibilidades”. Con gran frecuencia, esta adaptación a las normas afecta profundamente a la familia, generándose una desorganización familiar que da como resultado el abandono de niños, su institucionalización y su disponibilidad para la adopción, como una alternativa de solución que entrega la sociedad a sus miembros más desvalidos.

Así, la adopción busca establecer un vínculo entre un niño sin hogar y la sociedad, a través de una familia que reproduce la “situación de filiación” (11). El concepto moderno de adopción plantea que la finalidad de ella es procurar una familia al niño que no la tiene, como lo define Tau (12) “satisfacer las necesidades fundamentales del niño, mediante un marco familiar adecuado que le ofrezca las condiciones para emprender su desarrollo evolutivo y proteger su bienestar físico y emocional “.

Sin embargo, no es posible dejar de considerar la posición de los padres adoptivos. La adopción, como se describe en su historia, inicialmente consideraba a los padres o a la familia como el centro de atención y sus últimos beneficiarios. La finalidad era “un niño para los padres que lo desean o necesitan”. El dilema de “un hijo para unos padres o unos padres para un hijo” fue objeto de cambios en las distintas culturas y sujeto a variados principios y legislaciones. La adopción fue asumiendo diferentes modalidades y evolucionó hasta la realidad que se presenta actualmente: se trata de buscar un equilibrio para la satisfacción de las necesidades tanto del niño abandonado como de la pareja que desea prohijarlo.

En la adopción, se basa en una trilogía en la cual no sólo participan directamente los adoptantes y el niño adoptado, sino que también son parte importante los padres biológicos, pues, como dice Tau (12) “para que existan padres adoptantes es necesario que haya padres abandonantes, cuya renuncia a encargarse del niño permite acceder a otros a la paternidad. Los adoptantes necesitan de otros para conseguir su deseo del hijo no deseado por sus padres biológicos, que pasará a los adoptantes por el derecho que les otorga la cultura”. De esta forma el hijo adoptado procede de negativas y carencias, de la imposibilidad o rechazo de sus padres para criarlo y conservarlo junto a ellos, para pasar a ser hijo de otros que no son sus progenitores, pero que se comprometen a serlo.

En el caso particular de la pareja infértil, la sociedad le proporciona un medio para constituirse en familia con hijos, a través de una legitimidad que le asegura permanencia, le impone deberes y le otorga derechos. La adopción, igualmente, permite el desarrollo por parte de cada uno de sus miembros, de roles de connotación social positiva, que le dan una identidad y le permiten integrarse a la categoría de padres, la cual es esperada y aceptada por ellos y por la sociedad.

Es la presencia del hijo la que simboliza la familia completa, ideal de nuestra sociedad y cultura. La adopción proporciona la oportunidad de cumplir con este modelo ideal, al mismo tiempo que se traduce en una solución concreta para el niño desamparado. De este modo la adopción cumple las siguientes funciones: promueve el bienestar de los niños, permite a personas sin hijos asumir el status parental y proporciona herederos directos a quienes no los tienen.

Generalmente, existe una interrelación entre los intereses de las partes: los padres adoptantes y el hijo, pero no siempre los intereses de los padres pueden serlo para el niño, y en esta alternativa, se estima (13) que deben siempre primar los intereses del niño, ya que es la parte más dependiente. El niño posee la característica de ser al mismo tiempo el objeto deseado y el dependiente necesitado, lo que ha influido en que el valor más importante de la adopción sea la disponibilidad de familias permanentes para los niños cuyos padres biológicos no pueden o no quieren conservarlos, debiendo ser una ganancia secundaria la disponibilidad de niños para las parejas que no pueden engendrar hijos o que desean aumentar sus familias a través de la adopción.

• ¿Qué motiva a adoptar?

La motivación de la conducta ha sido uno de los centros de atención y estudio de la psicología. La explicación de la intensidad y persistencia de las conductas ha demostrado ser la base para la predicción de comportamientos futuros en las más diversas áreas.

¿Qué impulsa a una pareja a desplegar actividades que la lleven a adoptar un hijo? ¿qué los mantienen en el proceso de postulación, aún cuando éste sea penoso y largo? ¿qué determina que se sometan a largas series de entrevistas y procedimientos rutinarios en pos de su objetivo?

La psicología ha estudiado distintos fenómenos motivacionales que intervienen en el comportamiento. Entre ellos se encuentran las cogniciones acerca del objetivo o meta que tiene la conducta y acerca del valor que tiene para la persona alcanzar dicha meta. Así la conducta sigue un determinado rumbo y con una intensidad particular, dependiendo del objetivo que busque alcanzar dicha conducta y el valor que éste tiene para el individuo. Por ejemplo, dos estudiantes quieren aprobar un curso, pero para uno significa una meta importante porque si no lo aprueba perderá la beca con que estudia una carrera que ha sido la esperanza familiar y para lo cual toda la familia ha hecho esfuerzos y sacrificios; en cambio para el otro significa un curso más y no está particularmente interesado en recibirse pues le gusta estar en la universidad y su familia no se altera mayormente si lo aprueba o no. La diferencia en la intensidad de su conducta (estudiar) y el que lo haga o no, depende directamente de la importancia (valor) que cada uno sabe (cognición) tiene el resultado de su conducta.

La parentalidad está profundamente arraigada en la escala de valores de las personas. Desde la infancia, el niño va recibiendo el mensaje, ya sea a través del modelo directo de los padres, a través de los medios de comunicación y de la educación formal, que el ser padres es un rol que nos corresponde desempeñar y que es aceptado y aprobado por la sociedad. Desde el punto de vista motivacional, el formar una familia con hijos y desempeñar el papel de padres adquiere un gran valor como meta, lo que explica en parte la conducta hacia la consecusión de este objetivo. No obstante, ¿qué motiva a una pareja a formar una familia a través de la adopción?

La respuesta a esta pregunta ha sido objeto de numerosos estudios e investigaciones. No ha sido difícil obtener datos para ello, ya que es ésta la primera pregunta que se le formula a la pareja que acude a una institución en busca de adoptar un niño. Diversas investigaciones sobre el por qué de fracasos o dificultades en la adopción han enfatizado la importancia de conocer a fondo las motivaciones de los postulantes, más allá de lo que puedan manifestar explícitamente, ya que ellas son determinantes en gran medida del desarrollo de una buena parentalidad adoptiva.

Cuando la pareja no ha logrado asumir su infertilidad, a menudo busca una alternativa que le permita mantener la ilusión de normalidad, haciendo “como que no pasa nada”. Así la pareja plantea la adopción a fin de obtener una “regularización social” (14) El ser igual a los demás, escondiendo la herida que le produce el ser incapaz de engendrar y entregando ese testimonio de “virilidad” que adquiere en muchas culturas la progenie, se constituye en una razón de peso para acceder a la adopción. Desafortunamente en este caso el niño pasa a tener una función utilitaria y se transforma en el testimonio diario de la infertilidad de la pareja, realidad que va erosionando el terreno sobre el cual se asienta la nueva familia. Generalmente, estas motivaciones van acompañadas del deseo de mantener la adopción en secreto, viviendo de esta manera “como si” fueran una familia biológica.

En estrecha relación con la compensación de una infertilidad no elaborada, Bourgeois (15) plantea que otra motivación idealista sería la de “constituir una familia normal, entendida como una “conformidad social”. Cada individuo necesitaría desempeñar el rol que la sociedad le adscribe y ambos como pareja buscarían consolidar una identidad, transformándose en familia. La pareja, así, evita las presiones sociales que les significa ser diferentes (casados sin hijos), adoptando el modelo esperado de familia. Esta motivación se presentaría en parejas con una alta necesidad de satisfacer las normas sociales representadas a través de las ideologías reproductivas prevalentes.

Otras motivaciones pueden ser salvar un matrimonio en peligro de desintegración, retener al esposo, darle algo que hacer a una esposa aburrida, las que denotan que existen fuertes carencias en la pareja y el deseo de ocultarlas o de buscar una solución “parche”, en lugar de enfrentarlas. Estas motivaciones van a repercutir inevitablemente en la calidad de vida de la nueva familia, cuyas bases estarían cimentadas en la irregularidad e insatisfacción.

Otra motivación que aparece con bastante frecuencia, es la de padres de hijos biológicos que ya tienen alrededor de 18 o más años de edad, y que se encuentran con el nido vacío. Existe acá, probablemente, en la base del deseo de adoptar, un deseo inconsciente de evitar el enfrentamiento consigo mismo y con la relación de pareja que exige esta etapa de la vida. Algunos autores han llamado a las reacciones internas y externas que genera en la pareja el alejamiento de los hijos: “el síndrome del nido vacío”. Puede ser que la motivación para adoptar esté inconcientemente impulsada por la necesidad de tener nuevamente un hijo que cuidar, y la urgencia de la atención del niño aplaza las tareas de dicha etapa de la vida.

Aparentemente opuestas a estas motivaciones centradas en la pareja y en sus propias necesidades y carencias, estarían las que algunos autores denominan “razones humanitarias” (15). No obstante, el deseo de adoptar para dar bienestar a un desposeído podría resultar muy dañiño, como lo plantea Bourgeois (15). Esta actitud altruista de los padres les otorga el status de salvadores del niño, lo cual influye determinantemente en la relación. Un padre o una madre no le hacen un favor a su hijo cuando lo acogen, lo cuidan y lo alimentan, es más bien un deber que asumen en la mayoría de los casos con gusto y con una actitud de entrega incondicional. El niño, en esta relación, retribuye a los padres con su presencia y su mera existencia. Se constituye en una fuente de satisfacciones y alegrías para la familia. Sin embargo, este equilibrio de entrega en la relación,- que es una relación dinámica, como lo es la vida misma, - se ve profundamente amenazado cuando una de las partes, en este caso los padres, se sienten los salvadores del niño, sus benefactores. En este caso los padres perciben y caracterizan al hijo por su condición de desamparo y éste pasa a ser gratificante en la medida que refuerza la propia actitud altruista de los padres. Es muy probable que estos padres se sientan muy felices con su calidad de tales mientras el niño es chico y obediente, pero pueden sentirse frustrados y atacados cuando el hijo sea adolescente y demuestre sus propias necesidades de independencia, con la consecuente rebeldía frente a la autoridad. Esta frustración puede generar en los padres sentimientos de fracaso y desilusión.

Otra de las motivaciones que se han encontrado en las parejas que postulan a la adopción, generalmente expresadas como derivaciones del deseo manifiesto de tener un niño, es el reemplazo de un hijo fallecido (16), El adoptar un hijo como reemplazante de otro es altamente peligroso para la relación; es importante que la pareja elabore totalmente su pérdida y no busque aplacar su pena volcando sus expectativas y fantasías en el “hijo de reemplazo”. El niño adoptado estaría sujeto a constante comparación y difícilmente podría satisfacer lo que sus padres esperen de él, expectativas idealizadas por el dolor de haber perdido un hijo. No obstante, si la pareja realmente desea formar una familia o tener una familia más extensa, debería abocarse primero a elaborar plenamente su duelo, su pérdida, y solamente después de ello, podrá adoptar, porque sólo entonces estará en condiciones de ofrecer un amor y aceptación incondicional a ese niño real que pasará a ser su nuevo hijo, el que de este modo no asumirá una calidad de reemplazante. Tremouroux (14) recomienda en estos casos, el adoptar a un niño de sexo opuesto al hijo perdido.

Algunas parejas han manifestado su deseo de tener un niño para servir de compañía a un hijo único, que lo solicita. Nuevamente, se aprecia la tendencia a instrumentalizar al niño adoptado, el que vendría a la familia a cumplir un rol que se espera de él, aparte de ser solamente hijo. Como toda utilización, este tipo de motivaciones puede llevar a un fracaso en la adopción.

Para una gran mayoría de las parejas, la motivación expresada es “transmitir, no solamente una casa o bienes, sino que también una cultura, una forma de vida”. (17) El trascender en el tiempo, como una necesidad de continuidad personal y social, es posible gracias a la adopción; de esta manera, “la vida adquiere una dimensión y un sentido, ella tiene una perspectiva de eternidad”.

Bourgeois expresa que “ofrecer un pasado a un niño e insertarlo en la cadena generacional constituye, a mi juicio, la motivación más normal, más auténtida y más valedera”(15). Puede ser discutible el que el niño realmente quede inserto en la cadena generacional; no es posible recibir una herencia genética sin recibir los genes, lo que se recibe es una cultura, un marco social y cultural, hábitos, valores. Pese a que hay una entrega de lo valórico, del recorrido histórico que se asume como parte de toda herencia cultural, existe un quiebre genético. Hay una “brecha genética” como la llama Sants (18) que se produjo y no será reconstituida, porque solo puede serlo cuando el hijo ya adulto pueda integrar su historia con los antecedentes de su familia de origen. Lo que sucede es que el niño adquiere un grupo de pertenencia y un grupo de referencia.

Los padres introducen, insertan en su mundo a su nuevo hijo, y juntos van creando su realidad y su propia historia como familia, entretejiendo sus actuales experiencias y proyectándose a futuro, con una identidad propia, teniendo en el hijo la posibilidad de continuar la familia. Se constituye así una familia cimentada en las bases de trascendencia personal y social, que lleva a sus miembros a vivir con determinación y apertura, concientes de las dificultades, pero dispuestos a superarlas, convencidos de su propia identidad como grupo familiar. Son entonces un punto de partida de un futuro común. El pasado no se recrea, es el futuro el que se crea conjuntamente.

 

• La decisión de adoptar: ¿de quien surge?

“Durante el último tiempo nos hemos visto envueltos en un torbellino de emociones, pensamientos, interrogantes y dudas. Se cerraba ante nuestros ojos la alternativa de tener nuestros propios hijos y surgía en su lugar una dura realidad: somos infértiles. Poco a poco, a través de una comunicación abierta y sincera, fuimos abordando y aceptando este hecho, con pena por la pérdida, pero con mucho cariño y sintiendo un gran apoyo mutuo. No sé cómo, a medida que pasa el tiempo, hemos sabido de familias que tienen hijos adoptivos... y hemos comenzado a darle vueltas a la idea” (relato personal).

Este testimonio abierto y explícito de una dolorosa realidad, permite conocer lo que un individuo y una pareja sienten y piensan al momento de asumir una opción de tal envergadura como es postular a la adopción de un niño.

Teóricamente podría plantearse que la adhesión total e igualitaria de ambos esposos a la decisión de adoptar fuese una condición necesaria para una buena adopción. Sin embargo a menudo, aunque la pareja reporta que es una decisión de ambos, pareciera que en una gran proporción de los casos es la mujer la que decide, o la que primero plantea la idea, la que va madurando poco a poco en ambos.

El momento de decidirse por la adopción se encuentra envuelto en una nebulosa de contingencias y es más bien difícil determinar con claridad y certeza las características particulares de esta decisión, en la cual se ve involucrado no solo el hecho de recibir un niño en el seno de la familia, sino que, en muchos casos, significa someterse a rigurosos exámenes, entrevistas y períodos de espera que impactan fuertemente en la vida de los futuros padres. Es comprensible que la pareja, ya cansada de toda la serie de exámenes físicos y otros que precedieron el dictamen de infertilidad, sienta aversión ante esta perspectiva, máxime cuando aun no conoce el real sentido del proceso, que no es otro que asegurar el máximo de probabilidades de éxito a la adopción.

Cuarta subetapa: Resolviendo la crisis.

La pareja, al decidir adoptar, comienza a averiguar cómo y adonde pueden dirigirse para hacerlo. Existen en todos los países instituciones que atienden la adopción, muchas de las cuales se ocupan, no solo del niño y de la pareja adoptante, sino que también de la madre biológica, ofreciendo apoyo tanto material como psicológico. También desean averiguar sobre las leyes que rigen el proceso adoptivo. (*) La pareja se ve envuelta en dudas, oye experiencias contradictorias, “dirígete acá o acullá”, “es mejor esto o lo otro”, y generalmente no encuentra donde dirigirse para conocer todo el procedimiento que debe realizar “Anda a SENAME”, “conozco una persona que puede hacerles todos los trámites rápidamente”, “este abogado se especializa en adopciones”, etc.

La creciente demanda que existe por parte de las parejas y la disminución de niños para ser adoptados, ha llevado a las instituciones, como instancias formales de adopción, a imponer un alto nivel de exigencia a los futuros padres, junto con una gran demora para conseguir el hijo anhelado. Así, generalmente la pareja que desea adoptar debe sumarse a una larga lista de espera, una vez que haya cumplido con los requisitos que la ley impone para adoptar un hijo. Esto hace que en todo el mundo, exista una cierta tendencia a tratar de adoptar por vías extra institucionales, si ello es posible.

Antiguamente la colocación de un niño abandonado en una familia no requería de un análisis exhaustivo de los futuros padres y de las condiciones de aquella familia, solo bastaba con verificar su situación económica y posición social. Actualmente y como resultado, por un lado de la gran demanda por niños y por el otro, del mayor conocimiento existente sobre las variables de las cuales depende el éxito de la adopción, los candidatos a adoptar un niño deben reunir un alto número de requisitos para alcanzar su objetivo. Se explora muy especialmente las motivaciones que los impulsan a llevar a cabo la adopción de un niño, la capacidad afectiva de la pareja, la relación existente entre ellos, junto con requisitos de estabilidad laboral y situación económica mínima para atender las necesidades del niño.

En nuestro país, el Servicio Nacional de Menores y las instituciones acreditadas ante éste entre las cuales las principales son la Fundación San José y la Fundación Chilena de Adopción, son los encargados de canalizar las adopciones Los procedimientos particulares a que debe someterse la pareja postulante, en general, se basan en la legislación actualmente vigente .

Los padres comienzan el proceso hacia la adopción muy excitados acerca del futuro que vislumbran para sí mismos con su nuevo hijo. Su deseo de formar una familia provoca expectación y ansiedad ante una respuesta afirmativa acerca de la entrega del niño. Junto con las expectativas de su futura vida, amenaza una duda actual “¿seré considerado como digno de ser padre?”

Es difícil realizar el primer trámite. El impacto de la postulación puede considerarse como un hito importante en la formación de la nueva familia. Y durante todo el proceso, y muy especialmente al comenzarlo, la pareja se encuentra vulnerable a las reacciones de los demás y muy susceptible por el stress que implica presentar ante extraños su intimidad. La recepción que reciba puede marcar fuertemente sus actitudes posteriores. Una recepción cordial, no enjuiciadora, que disminuya temores, será una primera impresión positiva que perdurará en su historia familiar. Por el contrario, una impresión negativa por un recibimiento frío, impersonal y/o enjuiciador, teñirá la actitud hacia la familia que está por formarse y llevará a la pareja a tratar de olvidar la diferencia entre ella y las familias biológicas.

Queremos adoptar un hijo.

La mayoría de los seres humanos llega a ser padres y están biológicamente capacitados para ello. No se cuestiona en profundidad la idoneidad como padre a quien engendra un hijo y lo acoge como lo que es, un miembro de la familia (salvo que realice conductas anormales que pongan en peligro la vida del niño). Sin embargo la pareja infértil, que ha vivido el impacto de la ausencia de su capacidad reproductiva con el consiguiente cuestionamiento de su autoimagen y repercusión en su autoestima, se ve enfrentada a un particular desafío: merecer un hijo.

Cada individuo, como tal y como pareja, debe volcar su intimidad ante un extraño (psicólogo, asistente social, u otro miembro de la institución encargada), en un momento generalmente pleno de dolor por la herida de su imposibilidad de engendrar. Este extraño, ante el cual debe abrirse, tendría la facultad de decidir si pueden o no realizar su deseo de tener un hijo.

La pareja postulante debe cumplir ciertos requisitos y demostrar que serán “buenos padres”. Este aspecto puede llevar posteriormente a dificultades en la relación con el hijo y consigo mismo con respecto a su desempeño del rol parental. Es posible que los padres asuman un estilo de relación con el hijo que se caracterice por cautela y desconfianza en sus propias capacidades como tales, constituyéndose en imágenes parentales débiles e inseguras ante sus hijos. Este aspecto asume un rol crítico en la adolescencia de los hijos, cuando el joven requiere de una imagen parental con la cual identificarse.

Una diferencia fundamental entre la pareja infértil y la pareja de padres biológicos es que mientras para los segundos, el tiempo de espera del hijo es un período anticipatorio rico, para los primeros es un período de ansiedad . Su capacidad parental es cuestionada por el escrutinio personal probatorio del asistente social quien se perfila como el poseedor del poder de sancionarlos y de privarlos del hijo. Se reduce, así, la ilusión de control que el sujeto tiene sobre los resultados de sus acciones y se deposita en alguien externo la virtud de proveerlo de un hijo, aspecto que incrementa aún más el caracter de dificultad y ansiedad de este período de espera.

Un elemento que asume un rol protagónico en el período anticipatorio y también posteriormente en la relación con el hijo, es la confidencialidad característica de la adopción en nuestra sociedad. Pareciera que el ideal de la cultura occidental, prevalente en nuestro país, es cortar completamente los lazos entre el adoptado y su familia biológica, lo cual ha sido asumido como la forma de familia ideal. Esta necesidad de aparecer como una familia biológica puede ser uno de los factores que han alimentado la noción occidental de la importancia del secreto de la adopción (19).

En Estados Unidos actualmente diversos autores postulan una alternativa diferente de adopción, a la cual llaman la “Adopción Abierta”. En ella, las partes involucradas, es decir los padres biológicos y los adoptantes, acuerdan por escrito ante la corte mantener el contacto entre el niño y su familia biológica, entendida ésta no solo con los padres, sino que también con los abuelos y hermanos. Aunque ésta pareciera no ser una alternativa aplicable a todos los casos de adopción, podría ser una opción positiva para los padres que, renunciando a sus derechos sobre el niño, desean sin embargo estar al tanto de su desarrollo y bienestar.

Este planteamiento ha desatado un gran debate con respecto a las ventajas y desventajas para las personas involucradas. Los que sostienen la necesidad de mantener en secreto los antecedentes de los padres biológicos del niño, fundamentan su posición en que el conocer los padres biológicos puede resultar en dilema de lealtades para el niño y crear tensiones innecesarias. Además, generalmente se ha hecho a la madre biológica una promesa de que la entrega del niño es confidencial. Este contacto podría ser también fuente de conflictos para ella en su nueva vida de relación.

La confidencialidad de los antecedentes es un hecho que debe ser considerado a lo largo de toda la vida con el hijo, especialmente cuando éste es adulto y desea conocer sobre sus raíces. Muchos padres temen que el hijo quiera tomar contacto con su familia de origen y dejarlos algún día y sienten que la confidencialidad sería una protección para ello. La actitud de los padres adoptivos frente a la confidencialidad se va alimentando desde el principio, cuando deciden adoptar. La forma cómo la pareja enfrenta la adopción y su actitud frente al secreto está íntimamente ligada con la motivación que los impulsa a adoptar. En la adopción, según Hoffman-Riem (20) se produce el fenómeno de la “construcción de la normalidad”, esto es, los padres, que se alejan de la norma social esperable de tener hijos biológicos, al adoptar hacen un esfuerzo por retornar a la normalidad, tratan de reconstruir la familia como si fuera biológica y a ello les ayuda el olvidar la adopción y así no asumir frente a los demás los valores negativos que su situación pueda tener en cuanto a la infertilidad, al elemento que los aleja de la norma. Para estos padres, la no confidencialidad constituye una amenaza.

Otro factor que apoya la confidencialidad de la adopción es el temor de los padres a que el niño se sienta dañado o inferior por no poseer el status de hijo biológico. Este aspecto a la vez implica la actitud que dichos padres tienen frente al hijo por su condición de nacido fuera del matrimonio y frente a sí mismos como padres. La filiación ha estado históricamente ligada a lo biológico y es difícil el llegar a aceptar que puede estar legitimada por el lazo afectivo existente entres padres e hijos. La sentencia final de adopción, conjuntamente con la alteración del certificado de nacimiento, borra formalmente toda evidencia de diferencia entre un hijo biológico y uno adoptado. Se pretende a través de la confidencialidad del proceso “cortar lazos de lealtad, herencia y cualquier otra relación con la familia biológica” (21). Así la ley determina que el niño adoptado tiene todos los derechos de un niño nacido dentro de la familia.

Además de la actitud de los padres frente a la confidencialidad de la adopción, se han detectado otros elementos como factores de riesgo o fracaso en la adopción. Uno de ellos se refiere a la situación de postulación, específicamente con respecto a la actitud del psicólogo y del trabajador social que seleccionan a los futuros padres. Se ha comprobado que para estos profesionales es muy doloroso y difícil el rechazar postulantes, lo que puede llevarlos a aceptar a algunas parejas no totalmente preparadas para adoptar, pero con las cuales se sienten identificados.

Otra característica del período de postulación es que, a diferencia del embarazo biológico, éste adquiere la particularidad de ser indefinido. La pareja debe esperar, sin tener claro cuanto tiempo, la llegada del hijo, aumentando la incertidumbre y expectación en ese período. Las parejas que han dado el paso de solicitar un niño, esperan ilusionadas su llegada, aunque hayan sido profundamente cuestionadas acerca de sus motivos y tengan que esperar meses e incluso años, hasta recibirlo.

No obstante las dificultades que la pareja va encontrando en su camino a ser padres, éstas se ven atenuadas por la gran disposición en muchos casos de entregarse plenamente a la crianza del hijo y a la formación de la familia. Esta gran disposición los hace también ser muy abiertos y permeables a recibir en esta etapa una formación en lo que implica ser padres adoptivos. En varios países, entre ellos Chile y Venezuela, en Sud América, al igual que en los Estados Unidos, Francia y otros países europeos, los padres postulantes asisten a cursos o talleres, que los ayudan a darse cuenta de su propio proceso de elaboración de la infertilidad, a plantearse en forma realista las dificultades y problemas que pueden tener que enfrentar, y a recibir elementos que les permitan actuar con más tranquilidad, asumiendo su rol parental.

La parentalidad adoptiva es una realidad sobre la cual no es necesario emitir juicios valóricos, sino lo que es importante es tener presente sus características, de manera tal de permitir un mejor y más sano desarrollo de la familia.

(*) Las leyes de adopción vigentes en Chile aparecen en un anexo al final de este libro.