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Un banco de lo más útil
«El puesto de Jefe de Sección del BPI es para la política exterior de Alemania, sin ninguna duda, tan importante como el destino de muchos embajadores acreditados ante gobiernos extranjeros.»
KARL BLESSING, funcionario del Reichsbank, 19301
Los colegas de Schacht en Berlín tenían una visión muy particular del papel del BPI, totalmente diferente del que habían concebido los Aliados cuando firmaron la Convención de La Haya. El banco creado para administrar las reparaciones iba a ser usado para acabar con ellas. Karl Blessing, protegido de Schacht, escribió un extenso memorando en abril de 1930, exponiendo la política a seguir en el BPI. «Opinión sobre cómo debería actuar el Reichsbank en el BPI» exigía que Alemania consiguiera la mayor influencia posible en el BPI. Los empleados alemanes del banco, escribía Blessing, debían asegurarse de que «no se tomara ninguna decisión importante sin que un representante alemán tuviera conocimiento de ella o hubiera tenido la oportunidad de expresar su opinión».2 Blessing reconocía la importancia del banco para los intereses nacionales de Alemania. Pedía que Alemania cubriera sus puestos en el banco con las personas más capaces y perspicaces.
Todos los Estados miembros del BPI querían proteger sus intereses nacionales en el nuevo foro internacional. Pero Blessing comprendía lo que muchos banqueros no comprendían: que aunque el BPI se presentaba como neutral, objetivo y tecnocrático, era una institución intrínsecamente política, que se ocupaba de una de las cuestiones más discutidas y amargas de la política: la culpa de Alemania en la guerra y el pago de reparaciones. Blessing escribió: «El hecho de que la cuestión de las reparaciones haya sido delegada en una institución bancaria convierte, naturalmente, a este banco en una institución política, aunque esto se niegue oficialmente».3
Francia e Inglaterra quizá creyeran que la creación del banco solucionaba el problema de las reparaciones, pero Blessing comprendía que, en realidad, la existencia del BPI ofrecía un foro para plantear nuevamente la cuestión. La sagacidad sin escrúpulos de Blessing contrastaba fuertemente con la idea de un club acogedor que tenía Montagu Norman. Blessing argumentaba que el Reichsbank debía cooperar, sin duda, con el BPI en su nuevo papel como banco de los bancos centrales. Como nación mercantil que dependía de las exportaciones, Alemania sólo podía beneficiarse de la mejora de la economía internacional. No obstante, las reparaciones eran un asunto totalmente diferente.
Blessing pedía que los funcionarios alemanes socavaran al nuevo banco haciendo peticiones imposibles que agriaran el ambiente y debilitaran su credibilidad. Planteaba una forma sofisticada de guerra psicológica contra el BPI. Los funcionarios alemanes debían «referirse una y otra vez a los objetivos completamente utópicos del banco». Los banqueros alemanes debían pedir repetidamente al BPI que garantizase los créditos a la exportación para las empresas de alto riesgo, incluso cuando estaba claro que esos créditos nunca se concederían. El objetivo era «crear gradualmente un ambiente en el banco en el cual el bacilo de la antirreparación encontrara un terreno abonado».4 Si el banco empezaba a perder credibilidad, seguro que también la perdía el Plan Young, de cuya administración estaba encargado. En 1931, Blessing dejó el Reichsbank para ocupar un puesto de alto nivel en el BPI.
Pero incluso con Blessing a bordo, el BPI no podía solucionar la crisis financiera de Alemania. Las elecciones de 1931, que dieron a nazis y comunistas un tercio de los escaños del Reichstag hicieron que el país fuera casi ingobernable. La inestabilidad política disparó la fuga de capitales, lo cual causó un aumento adicional del desempleo y una falta de confianza tanto en el gobierno como en el sistema bancario, lo cual llevó a más fuga de capitales, un desempleo más alto y un mayor apoyo para nazis y comunistas. La República de Weimar había entrado en una espiral mortal.
En junio de 1931, el canciller Heinrich Bruning declaró que dudaba de que Alemania pudiera cumplir el siguiente pago del Plan Young. La situación era tan grave que el presidente Herbert Hoover pidió una moratoria para todas las deudas y reparaciones de guerra. Fue concedida, con una duración de un año. El Banco de Inglaterra, el Banco de Francia, la Reserva Federal de Nueva York y el BPI concedieron un préstamo de emergencia a Alemania por 100 millones de dólares.
Como observa Toniolo, «el recién nacido BPI se situó en el centro del primer experimento realizado para intentar gestionar una crisis financiera internacional».5 No tuvo éxito, pero también es verdad que era poco probable que lo tuviera. Solucionar la crisis de la deuda alemana era una tarea que superaba con creces al BPI, aunque hubiera sido creado expresamente con el propósito de facilitar el pago de las reparaciones.
En diciembre de 1931, el ministro alemán de Finanzas escribió al BPI diciendo que, como Alemania sufría «una crisis sin paralelo», el banco debía volver a examinar toda la cuestión de las reparaciones. El BPI creó un comité, encabezado por un miembro italiano del consejo, Alberto Beneduce, para que examinara el asunto. Carl Melchior, destacado banquero judío alemán y vicepresidente del BPI, representaba a Alemania. Melchior había servido como capitán en el ejército alemán en la Primera Guerra Mundial, en la cual resultó gravemente herido. Cualificado diplomático y financiero, había sido miembro de la delegación alemana en la Conferencia de Paz de París, en 1919. Había representado a Alemania en el Comité Young y presidido el comité de finanzas de la Sociedad de Naciones. Su tacto y sus aptitudes habían ayudado a Alemania a reincorporarse a la comunidad de naciones. Las conclusiones del Comité Beneduce, publicadas justo antes de la Navidad de 1931, fueron un triunfo para Berlín. Todas las reparaciones intergubernamentales debían «ajustarse» para garantizar la paz y la estabilidad económica. «Ajuste» era un eufemismo por abolición. Seis meses después, en 1932, los gobiernos europeos se reunían en Lausanne para considerar las recomendaciones del Comité Beneduce. Acordaron cancelar las reparaciones alemanas, salvo por un último pago.
El BPI se presentaba como una institución nueva y moderna, pero los bancos centrales y la guerra siempre habían estado entrelazados a lo largo de la historia. El Banco de Inglaterra fue fundado en 1694, en parte para recaudar fondos para la guerra del rey Guillermo III contra Francia. El banco aceptaba depósitos y emitía billetes al portador contra los fondos, que podían cambiarse por oro. Los empleados añadían detalles personales del cliente al documento, precursor de los billetes bancarios actuales. Al cabo de poco más de un siglo, en 1800, Napoleón Bonaparte fundó el Banco de Francia. El emperador quería lograr la estabilidad y el crecimiento económico después de las guerras y la agitación revolucionaria de finales del siglo XVIII. El Reichsbank se fundó en 1876, en parte para financiar el expansionismo alemán, después de que la guerra franco prusiana de 1870 provocara una crisis de liquidez. Los banqueros alemanes fueron previsores. En 1904, se redactó una ley que suspendía la convertibilidad de los reichsmarks en oro en tiempos de guerra.6 Al llegar el verano de 1914, la guerra que se avecinaba provocó una retirada masiva de oro de las reservas del Reichsbank. En julio, el banco perdió 103 millones de marcos en una semana y suspendió la convertibilidad al oro, lo cual era una medida ilegal. Cuatro días después, el Parlamento aprobó una ley, con efectos retroactivos, autorizando la decisión.7
A pesar de todo, también había motivos para dar poder a los tecnócratas financieros para que siguieran dirigiendo la economía global, sin verse limitados por consideraciones políticas. Fueron los políticos y los gobiernos, algunos de ellos elegidos democráticamente, no los banqueros, los que llevaron el mundo a la guerra y causaron millones de muertes. Los banqueros financiaban los conflictos de sus jefes políticos, como se les exigía, pero no tenían ningún deseo de ordenar a los hombres que se metieran en una lluvia de balas para ganar una pulgada de campo embarrado en Bélgica. Por el contrario, los cargos de los bancos centrales compartían unos objetivos en apariencia igual de benignos: estabilidad, crecimiento económico y mayor prosperidad para todos. Esos banqueros formaban una hermandad mundial, unidos por vínculos comunes que trascendían unos intereses nacionales chovinistas. En una época en que el nacionalismo había hecho pedazos el viejo orden europeo, quizás el transnacionalismo de los banqueros trajera la paz. Al fin y al cabo, el BPI había sido diseñado específicamente con ese propósito después de la guerra. Al gestionar los pagos por reparaciones de Alemania y actuar como fiduciarios de los préstamos de Dawes y Young que habían permitido a Alemania cumplir con sus obligaciones internacionales, el banco debía, en teoría, desactivar el explosivo problema alemán.
Las amistades personales entre los banqueros podían ser profundas y duraderas. El vínculo entre Norman y Schacht, por ejemplo, duró casi treinta años, hasta la muerte de Norman, en 1950. Sobrevivió a la hiperinflación de los años veinte, al crac del mercado de valores en 1929, al hundimiento de la República de Weimar, al auge y caída del Tercer Reich, al juicio a Schacht en Núremberg por crímenes de guerra, a la desintegración del Imperio británico, al comienzo de la Guerra Fría y a la división de Alemania. Esas profundas conexiones entre hombres poderosos eran raras y potencialmente valiosas.
Incluso el mandato más nebuloso de cooperación entre los bancos centrales del BIP tenía sus defensores. Economistas y banqueros llevaban tiempo alegando que, conforme la economía mundial aumentaba en complejidad y los bancos centrales se volvían más poderosos, se necesitaba algún tipo de entidad coordinadora que garantizara la estabilidad financiera. En 1892, Julius Wolff, profesor de la Universidad de Breslau, propuso que se creara una nueva institución financiera en un país neutral para emitir una moneda internacional. La nueva unidad estaría respaldada por las reservas en oro de los bancos centrales y se usaría para préstamos de emergencia a países en crisis. Luigi Luzatti, político italiano, escribió en 1907, en el periódico vienés Neue Freie Presse, que los bancos centrales libraban una «guerra monetaria» innecesaria al competir por las existencias de oro subiendo los tipos de interés y mediante otros mecanismos. Sería mucho mejor, defendía, que los bancos adoptaran una política de «cooperación cordial» suministrando oro a los bancos que lo necesitaran. Pedía que se creara una nueva comisión para coordinar «la paz monetaria internacional», ya que incluso cuando los bancos centrales se prestaban unos a otros, los intereses nacionales influían en dichos préstamos. Así pues, había necesidad de una institución técnica y apolítica que se ocupara de esas transacciones, el equivalente financiero a la Unión Postal Universal. El BPI parecía reunir los requisitos.
Además, el banco era una criatura de su tiempo, nacido de nuevas instituciones multilaterales dirigidas por tecnócratas apolíticos. La Sociedad de Naciones, precursora de Naciones Unidas, desactivaría las crisis políticas mundiales, mientras que el BPI garantizaría la estabilidad financiera. Pierre Mendès-France, político socialista francés, escribió en julio de 1930 que el BPI, después de administrar el Plan Young, «aumentará progresivamente su parcela y, poco a poco, la experiencia mostrará los ámbitos que puede abordar sin peligro».8 Mendès-France, que fue primer ministro en la década de 1950, alababa al BPI y a la Sociedad como potenciales precursores de la paz. «En las nieblas del futuro, el propósito mítico de una unión de orden financiero... bajo una administración sabia y prudente», escribió, «puede llegar a ser una poderosa ayuda para conservar la paz mundial».9
El gobierno de Estados Unidos tenía una opinión diferente. El BPI nació de las negociaciones sobre las reparaciones presididas por dos estadounidenses, Charles Dawes y Owen Young. Sus primeros presidentes, Gates McGarrah y Leon Fraser, eran estadounidenses. Pero Henry Stimson, el secretario de Estado, proclamó que Estados Unidos no quería «participar directa o indirectamente en la recaudación de las reparaciones alemanas por medio de un banco o de cualquier otro modo».10 Estados Unidos nunca había pedido reparaciones, por lo tanto no tenía ninguna razón para participar en el BPI. Ni siquiera se había incorporado a la Sociedad de Naciones, aunque el presidente Woodrow Wilson prácticamente había inventado la institución. La oposición al BPI en el Departamento de Estado era tan fuerte que George Harrison, gobernador de la Reserva Federal de Nueva York, incluso evitaba Basilea cuando viajaba a Europa. Washington rechazó el puesto en la dirección del BPI ofrecido a la Reserva Federal. Fue el consorcio de bancos estadounidenses —J. P. Morgan, el First National Bank de Nueva York y el First National Bank de Chicago— que habían comprado acciones al fundarse el banco quienes asumieron el puesto, en su lugar.
En cambio, Eleanor Lansing Dulles estaba claramente en el campo internacionalista. Publicó su libro sobre el BPI en 1932, pese a algunas dificultades cuando se rumoreó que era una espía de Estados Unidos y perdió su despacho y el acceso a documentos internos. McGarrah, presidente del banco, escribió a John Foster Dulles que lamentaba que el banco no hubiera podido ser más abierto con ella. «Siento no haber podido ser más útil a su hermana y nos habría alegrado darle acceso a todo, incluyendo un despacho aquí, pero... el trabajo de este banco, como el de cualquier otro, es en gran medida confidencial».11
Eleanor Dulles era, con diferencia, la más atractiva de los hermanos Dulles. Era una mujer enérgica y profesional con una mente aguda e ideas propias, en una época que no era favorable a mujeres así. Su vida personal estuvo marcada por la tragedia; pronunciada antinazi, se enamoró de David Blondheim, intelectual judío, y se casó con él, con gran consternación de su familia. Posteriormente, él se suicidó. Más tarde, Eleanor Dulles disfrutaría de una carrera estelar en el Servicio Exterior de Estados Unidos, especializándose en Alemania. En The BIS at Work, describió una institución que funcionaba perfectamente, una especie de Sociedad de Naciones financiera, donde las diferentes nacionalidades trabajaban en una armoniosa cooperación. El banco era un modelo futuro para el mundo y deberían habérsele concedido mayores poderes para impedir que los intereses nacionales reivindicaran cada uno los suyos. «Si no se le da al BPI el poder y las facilidades para trabajar en este problema, el resultado será el surgimiento de rivalidades financieras», advirtió.
Un banco central tras otro conseguirá una influencia predominante y, cada vez que este banco central se vea amenazado por la influencia financiera rival, la estabilidad del sistema económico se verá tensada de nuevo hasta el punto de ruptura como en 1931. Para evitar catástrofes así se debería reforzar al BPI para satisfacer las urgentes necesidades que tiene delante.12
Por desgracia para Eleanor Dulles y sus compañeros idealistas, el plan de Blessing y Schacht para el BPI estaba a punto de cristalizar. El nuevo régimen de Alemania explotaría el alcance supranacional del BPI para favorecer sus propios intereses nacionales. Para abril de 1933 el terror nazi había empezado en serio. Legalistas como siempre, los legisladores alemanes habían votado que la democracia dejaba de existir. La Ley de Habilitación, aprobada por el Reichstag el mes anterior, eliminaba el derecho de los ciudadanos a la libertad de expresión, de reunión, de viaje y de protesta. Permitía la detención, la tortura y la reclusión arbitrarias. Alemania era ahora una dictadura racista. El 1 de abril, las tropas de asalto nazis sembraron el caos en todo el país, cerrando con barricadas la entrada a las tiendas judías, embadurnándolas con estrellas de David y eslóganes que pedían a la gente que no comprara a los judíos. Los primeros prisioneros empezaron a llegar a Dachau, prototipo de campo de concentración de las SS.
Poco después del pogromo de abril —la señal más clara hasta entonces de las intenciones de los nazis para Alemania— Hitler le pidió a Schacht que volviera a su viejo puesto de presidente del Reichsbank. Schacht aceptó y, así, recuperó su puesto en el consejo de administración del BPI. Schacht era un nacionalista alemán conservador, más que alguien que creyera en la supremacía racial aria. Los judíos, pensaba, eran demasiado prepotentes, pero podían ser útiles para la economía. Schacht toleraba, más que defendía el antisemitismo de Hitler. Utilizaba su privilegiada posición para hablar, ocasionalmente, contra la campaña contra los judíos, pero no era antinazi. Quería una Alemania fuerte y económicamente independiente. Si Hitler ofrecía la mejor oportunidad para conseguirlo, entonces que así fuera. En 1930, Schacht le había dicho a Bella Fromm, columnista de sociedad judía: «¿Por qué no darles una oportunidad a los nacionalsocialistas? A mí me parecen bastante listos.»13 Ahora tenía la oportunidad de dársela.
Los nazis también le parecían «bastante listos» a la dirección estadounidense del BPI. «El orden y la disciplina en Alemania son ejemplares en el presente», le escribía Gates McGarrah a Leon Fraser en 1933. «La inmensa mayoría de la población tiene la impresión de que el destino de Alemania está en manos de unos líderes fuertes, inspirados por la buena voluntad, de forma que una visión optimista respecto al futuro desarrollo está justificada».14 El orden, la disciplina y la buena voluntad que McGarrah tanto admiraba tendrían un alto precio, aunque él no tuvo que pagarlo. Carl Melchior, sí.
Mientras McGarrah ensalzaba a la nueva Alemania, los nazis forzaban a dimitir a su colega Melchior, vicepresidente del BPI. La desgracia del eminente banquero judío era lamentable, murmuraban en Basilea, en especial después de tres años de leales servicios, pero no se podía hacer nada; ciertamente nada por parte del BPI, que debía permanecer neutral en los asuntos internos de sus miembros. Leonardus Trip, presidente del Banco de los Países Bajos, sustituyó rápidamente a Melchior. El ascenso del banquero holandés dejó una vacante en el consejo del banco, que fue llenada —como se recogía en el Informe Anual de 1933 del BPI— por el «barón Curt von Schröder de la casa de banca J. H. Stein, de Colonia».
Esta concisa descripción infravaloraba al noble alemán. Kurt Freiherr von Schröder (su nombre se suele escribir con «K») era uno de los banqueros más poderosos e influyentes de la Alemania nazi, descendiente de una dinastía cuyo imperio incluía a J. Henry Schröder, en Londres, y Schrobanco, en Nueva York, a cuyo consejo se incorporó Allen Dulles en 1937. Sociable, cosmopolita y muy viajado, von Schröder era conocido como financiero internacional fiable, parte de la nueva élite global que estaba a sus anchas tanto en los clubes de caballeros de Londres como en los comedores de Wall Street. El banquero alemán tenía una estrecha relación con Frank Tiarks, director del Banco de Inglaterra, que era uno de los socios del banco J. Henry Schröder de Londres. Tiarks había fundado Schrobanco en Nueva York y había reclutado a Gates McGarrah para su consejo. Entre 1923 y 1939, Kurt von Schröder viajó con regularidad a Londres y se reunió a menudo con Tiarks. Los dos hombres tuvieron muchas «charlas de negocios juntos», testificó más tarde Schröder. Durante sus estancias en Londres, von Schröder otorgó préstamos a las empresas industriales Flick, cuyo director, Friedrich Flick, inyectaba dinero al partido nazi. Los préstamos, como la mayoría de acuerdos de Kurt von Schröder, pasaban por su pariente el barón Bruno von Schröder, director de la filial en Londres de los bancos de J. Henry Schröder. Kurt von Schröder también hacía negocios con otros grandes bancos británicos, entre ellos Guinness Mahon, Kleinwort y Lloyds, todo en nombre de J. H. Stein, el influyente banco privado de Colonia del que era socio.15
Hjalmar Schacht nombró personalmente a von Schröder para el consejo del BPI. Fue algo totalmente inesperado. «El Sr. Schacht me llamó un día en Berlín y me dijo que necesitaban a un hombre nuevo para el BPI y que pensaba que yo era el adecuado... Me quedé muy sorprendido», les contó von Schröder a los interrogadores aliados en 1945.16 Tanta modestia era poco convincente. Von Schröder disfrutaba de estrechos lazos personales con las más altas jerarquías del partido nazi. Había ayudado a llevar a Hitler al poder. En enero de 1933, von Schröder había organizado una reunión en su villa de Colonia entre Hitler y Franz von Papen, el excanciller, que más adelante sería vicecanciller de Hitler. También estaban presentes Rudolf Hess, adjunto de Hitler en el partido nazi; Heinrich Himmler, jefe de las SS; y Wilhelm Keppler, recaudador de fondos y enlace de Hitler con los empresarios alemanes. Más tarde Keppler dirigió el Himmlerkreis, el círculo de hombres de negocios que canalizaba dinero al fondo de reptiles de Himmler en el banco J. H. Stein.
En la reunión, Hitler explicó sus planes para la autarquía económica.17 Alemania ya no podía depender de otros países para ninguna de sus necesidades. El país debía ser autosuficiente, especialmente en caucho y petróleo sintéticos. Sin ellos Alemania no podría hacer la guerra, anunció Hitler. La producción de caucho y petróleo sintéticos era responsabilidad de IG Farben, el conglomerado de productos químicos nazi, lo cual explica que Hermann Schmitz, consejero delegado de IG Farben, se uniera más tarde a Schacht y Schröder en el consejo del BPI. Durante la guerra, Schmitz canalizó, vía Schröder, dinero a Himmler, en la cuenta especial «S» en el banco J. H. Stein, según revelan los documentos de la inteligencia británica. Sólo en 1941, Schmitz transfirió 190.000 reichsmark a la cuenta personal del líder de las SS. Himmler apreciaba su generosidad, como escribió Schröder a su compañero en el consejo del BPI, pidiéndole que transfiriera una suma similar:
Por lo tanto, me tomo la libertad de pedirle que, de nuevo, este año remita la misma cantidad para la cuenta especial «S» del Reichsführer de las SS, en la firma bancaria JH Stein, de Colonia. Le agradecería que satisficiera esta petición. Como sabe, el Reichsführer siempre ha apreciado particularmente esta contribución y puede estar seguro de su gratitud.18
Carl Melchior, que había servido a su país y al BPI con tanta diligencia, llevaba tiempo atormentado por su mala salud; murió en diciembre de 1933.
En Wall Street, el ascenso de Hitler era observado con fascinación y preocupación. Fascinación porque el advenimiento en Alemania de un Estado ultranacionalista, con un partido único, parecía haber eliminado finalmente el espectro del bolchevismo. Pero ¿estaban realmente a salvo las inversiones y los valores de Wall Street? Estaban en juego sumas importantes de dinero, que involucraban a las compañías más poderosas de Estados Unidos, varias de las cuales estaban profundamente entrelazadas con IG Farben. La empresa alemana operaba en Estados Unidos bajo el nombre de General Aniline and Film (GAF). Entre los miembros fundadores del consejo estaban Walter Teagle, presidente de Standard Oil; Edsel Ford, presidente de Ford Motors; Charles E. Mitchell, presidente del National City Bank; y Paul Warburg, de la dinastía de banqueros del mismo apellido. Standard Oil era el socio más importante de GAF, y las dos empresas firmaron un acuerdo de investigación y desarrollo para la producción de petróleo. (Standard Oil también mantenía unas relaciones excelentes con el BPI: Robert Porters, el más alto cargo administrativo del banco, lo dejó para convertirse en asesor de la compañía petrolífera.)
Standard Oil era propietaria de las patentes del caucho sintético, conocido como Buna, pero había cedido su control a IG Farben. En 1929, Walter Teagle había aceptado un acuerdo de cártel para la «división de territorios» con su socio alemán. «IG se mantendrá fuera del negocio del petróleo y nosotros nos mantendremos fuera del sector químico», explicó un cargo de Standard.19 El acuerdo Standard Oil-IG Farben estableció el modelo para una serie de poderosos cárteles. John Foster Dulles realizó gran parte del innovador trabajo legal para ellos. Sullivan and Cromwell representaban a General Aniline and Film, la filial en Estados Unidos de IG Farben.
Dulles era director de International Nickel Company (INKO), el mayor productor de dicho metal del mundo. En 1934, INKO firmó un acuerdo de cártel con IG Farben, intercambiando suministros de mena de níquel por los derechos de licencia de un proceso de refinado del níquel recién patentado.20 Dulles también concertó cárteles químicos. Representaba a Solvay American Investment Corporation, filial en Estados Unidos de una firma belga que estaba asociada a IG Farben. Solvay American tenía el 25 por ciento del capital de Allied Chemical & Dye Corporation, una empresa estadounidense. En 1936, Allied estableció un acuerdo de cártel con IG Farben para la producción de colorantes. Y así fue como, durante toda la década de 1930, los financieros y abogados de Estados Unidos —y ninguno más que John Foster Dulles— se aseguraron de que el dinero, las materias primas y los conocimientos expertos estadounidenses fluyeran de manera constante hasta el Tercer Reich.
Pero seguía habiendo una cierta incomodidad en las salas de juntas y en los clubes, no debido a la persecución de los judíos ni a los campos de concentración, sino porque el partido nazi parecía tener todavía algunas tendencias peligrosas: su nombre, por ejemplo, traducido como Partido Nacional Socialista Alemán de los Trabajadores. Los «camisas pardas», la facción «izquierdista» nazi, seguían teniendo mucho poder. Los banqueros e industriales necesitaban garantías frescas, de primera mano. Necesitaban reunirse con Hitler.
El enviado de Wall Street fue Sosthenes Behn. El 4 de agosto de 1933, The New York Times informaba de que Hitler había tenido su primera reunión con «representantes de las finanzas estadounidenses». El periódico observaba: «El canciller Hitler, que está descansando en su refugio de montaña en la región de Salzburgo, ha recibido hoy a Sosthenes Behn, director del National City Bank de Nueva York, y Henry Mann, su vicepresidente residente en Alemania... No se conoce el motivo». Pero no era necesario motivo alguno. Behn había fundado la International Telephone and Telegraph Company (ITT) en 1920. ITT había crecido hasta ser una de las compañías más poderosas del mundo. Tenía filiales importantes en Alemania, algunas de las cuales se dedicaban a la producción de armamento. ITT necesitaba tener allí a un banquero bien relacionado para cuidar de sus intereses y filiales. Lo encontró en Kurt von Schröder.
Schacht no tardó en volverse contra el banco que había ayudado a crear. La Conferencia de Lausana en 1932 canceló la obligación alemana de pagar reparaciones a los vencedores aliados. Pero los empréstitos que Alemania había suscrito bajo los planes Dawes y Young para cumplir con dichas obligaciones seguían pendientes. A los financieros de Wall Street no les importaba si Alemania usaba esos fondos para pagar reparaciones o para financiar una nueva campaña armamentista. Querían saber que recuperarían su dinero. En la junta del consejo de junio de 1933, Schacht les dijo a los gobernadores del consejo del BPI que estaba a favor de pagar el empréstito del Plan Dawes, pero no el del Plan Young. Sencillamente, Alemania no tenía recursos suficientes para pagar los dos. Schnacht estaba bajo una intensa presión política por parte de los líderes nazis, que querían anular ambos empréstitos que consideraban los últimos vestigios de la humillación sufrida por Alemania en Versalles.
Los acreedores, naturalmente, disentían. Se convocó otra conferencia, ésta presidida por Leon Fraser, presidente del BPI, y celebrada en la sede del Reichsbank en Berlín en mayo de 1934. La reunión de Berlín fue un fracaso total. Poco después, Alemania anunciaba una moratoria total para todas las deudas a medio y largo plazo, incluyendo los empréstitos Dawes y Young. El anuncio provocó la ira cuando los tenedores de bonos vieron cómo sus activos se evaporaban. J. P. Morgan llegó a proponer que el BPI reclamara los fondos alemanes guardados en Suiza. No era realista ni práctico. El BPI no podía hacer nada más que presentar una protesta contra lo que Fraser llamó «el modo absolutamente arbitrario con que el gobierno alemán ha hecho caso omiso de sus compromisos».21
No tuvo ningún efecto, porque el viejo zorro, como se conocía a Schacht, les había ganado la partida a todos, con un juego de póquer internacional a gran escala. El gobernador del Reichsbank comprendió que un impago global dañaría gravemente la posición y la solvencia internacionales de Alemania. Sin embargo, era imperativo liberar a Alemania de las obligaciones impuestas por los planes Dawes y Young y de toda la carga política y emocional que traían consigo. La política de autarquía económica esbozada en la reunión en casa de Kurt von Schröder y el memorando escrito por Karl Blessing en 1930 no exigían menos. Así que, en cuanto Alemania se liberó del BPI, Schacht cerró rápidamente acuerdos bilaterales con los titulares de los bonos Dawes y Young en siete países, incluyendo Inglaterra, Francia e Italia, aunque con un tipo de interés reducido. Era el viejo principio de divide y vencerás, aplicado brillantemente al nuevo terreno de las finanzas internacionales. Igual que destruyeron el imperio de la ley en Alemania, lo mismo hicieron con las obligaciones financieras internacionales del país.
La arbitraria quita de las obligaciones de pago de la deuda alemana que realizó Schacht demostraba que los compromisos firmados por Alemania eran papel mojado. Al mismo tiempo, las actividades de algunos de los que trabajaban en el BPI parecían, igualmente, menos que escrupulosas: la combinación de secretismo, información privilegiada y las enormes cantidades de dinero que manejaban estaban teniendo efectos no deseados. Al parecer, algunos miembros del BPI traficaban con esa información. Basilea estaba llena de rumores de que los funcionarios del BPI usaban su conocimiento privilegiado de las actividades del banco para especular contra el franco suizo. Un duro artículo del Berner Tagblatt, un periódico suizo, publicado en mayo de 1935, había causado escándalo, en especial porque parecía basarse en documentación de una fuente de alto nivel dentro del BPI. La mayoría de los banqueros suizos estaban convencidos de que el BPI no confiaba en el franco suizo. Un diputado llegó a plantear la conducta del BPI en el Parlamento helvético. La situación se estaba volviendo incómoda para la dirección del BPI.
Al mes siguiente el personal fue interrogado, uno por uno. Gates McGarrah, que había dejado su puesto de presidente, pero seguía en el consejo, escribió a Johan Wilhem Beyen, su colega holandés y compañero en el consejo, que la investigación había revelado una información alarmante. Uno de los «funcionarios de alto nivel» del banco tenía cuentas tanto en Londres como en Suiza, ambas en descubierto con garantía de valores y acciones. El funcionario había estado especulando con libras esterlinas y francos suizos, vendiéndolos cuando eran fuertes y volviendo a comprarlos cuando se debilitaban. «Esto, por supuesto, es un caso claro de especulación monetaria», admitía McGarrah, pero no había necesidad de tomar ninguna medida, escribía. Si los bancos no ponían objeciones y el descubierto era a largo plazo, «podría resultar difícil criticar con demasiada dureza o interferir con energía en los asuntos privados de alguien de cierto rango que se esfuerza por cuidar de su propia fortuna de la manera que considera mejor».22 En otras palabras, aunque aquel funcionario de alto nivel del BPI estaba, en verdad, especulando, no se debía hacer nada, especialmente debido a que era un hombre de «cierto rango».
Otro caso, que incluso el conciliador McGarrah observó que «exige un comentario», involucraba a un miembro del personal que tomaba prestado dinero en Londres para comprar oro. Era alarmante que, como explicó cuando lo interrogaron, ese funcionario del BPI lo hubiera hecho «al mismo tiempo que su jefe». Esas prácticas eran «sumamente indeseables», decía McGarrah, especialmente porque el jefe del funcionario era miembro de la dirección del BPI (en los documentos no queda claro quién es).23 Por ello, el BPI no estaba en condiciones de emitir un desmentido oficial sobre la especulación, continuaba McGarrah. Lo mejor que podía hacer el BPI era informar al Banco Nacional Suizo de que habían recibido la seguridad por parte de su dirección y empleados de que no se había producido ninguna especulación (aunque sí que se había producido) y que el banco tomaría medidas contra la posibilidad de que se produjera en el futuro. En los años treinta, los banqueros, como muchos de sus contemporáneos actuales, querían que se acallara lo antes posible cualquier posible escándalo sobre su rectitud personal. «Quizá sea mejor procurar que el asunto desaparezca de muerte natural, de puertas afuera, y actuar sólo con una investigación más a fondo», observaba McGarrah.24
1Citado en Toniolo, Central Bank Co-operation at the Bank for International Settlements 1930-1973, 59.
2Op. cit., 58.
3Ibid, 59.
4Ibid, 59.
5Ibid, 106.
6Hew Strachan, Financing the First World War, Oxford University Press, Nueva York, 2004, 28. (Editado en español con el título La Primera Guerra Mundial, Crítica, Barcelona, 2004.)
7Niall Ferguson, Paper and Iron: Hamburg Business and German Politics in the Era of Inflation, 1897-1927, Cambridge University Press, Londres, 2002, 117.
8Pierre Mendes-France, La BRI Son rôle Dans la vie économique mondiale, publicado en L’Esprit International, 1 julio, 1930, 362.
9Ibid.
10Toniolo, 46.
11Gates McGarrah a John Foster Dulles, 14 octubre 1930. Archivo del BPI, fichero 7.18 (2) MCG, 7/53.
12Eleanor Dulles, The BIS at Work, Macmillan, Nueva York, 1932, 480.
13Weitz, Hitler’s Banker, 106.
14Gates McGarrah a Leon Fraser. Archivo del BPI, fichero 7.18 (2) MCG, 12/20a.
15Interrogatorio a Kurt Freiherr von Schröder, 13 noviembre 1945, Colección Charles Higham, Colección «Trading with the Enemy», cajón 3, carpeta 6, Biblioteca de Artes Cinematográficas de la Universidad de California del Sur.
16Op. cit.
17Se puede acceder a este documento, en alemán, en http://www.ns-archiv.de/krieg/1933/04-01-1933.
18Donald MacLaren, dosier de la inteligencia británica sobre Hermann Schmitz, parte de «Brief for the De-Nazification of the German Chemical Industry», 1 diciembre 1945. Colección del autor.
19Joseph Borkin, The Crime and Punishment of IG Farben, The Free Press, Nueva York, 1978, 51.
20Ronald W. Pruessen, John Foster Dulles, The Free Press, Nueva York, 1982, 129.
21Toniolo, 154.
22Gates McGarrah a Johan Wilhelm Beyen, 27 de junio 1935. Archivo del BPI, 7.18 (2) MCG, 12/79a.
23Op. cit.
24Ibid.