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Las caras del narcisismo materno

 

«Toda la vida, toda la historia sucede en el cuerpo. Estoy aprendiendo sobre la mujer que me llevó dentro de ella.»

Sidda Walker, en
 
Divine Secrets of the Ya-Ya Sisterhood[10],[11]

La confianza, el amor y el conocimiento propios sólo pueden ser enseñados a una hija por una madre que posea esas cualidades ella misma. Por añadidura, para transmitirlas con éxito, la madre tiene que haber forjado una relación entregada y equilibrada con su hija. Uno de los problemas del narcisismo es que no permite el equilibrio. Las hijas de madres narcisistas viven en un ambiente familiar extremo. Fieles a su legado de amor deformado, que ha sido transmitido de generación en generación, la mayoría de madres narcisistas o bien se exceden en su tarea de progenitoras (la madre absorbente), o bien se quedan cortas en ella (la madre negligente). Aunque estos dos estilos parecen ser opuestos, para un niño criado con uno de los dos, el efecto del contrario es el mismo. Tu imagen de ti misma se distorsiona y parece imposible librarse de los sentimientos de inseguridad.

La madre absorbente asfixia, al parecer inconsciente de las necesidades o deseos exclusivos de su hija. Tal vez te criaron de esta manera. Si es así, es probable que las cualidades naturales que tenías, los sueños que querías hacer realidad y, tal vez, hasta las relaciones más importantes para ti eran alimentados raras veces. Tu madre te enviaba constantemente mensajes sobre quién necesitaba que fueras, en lugar de validar quién eras realmente. Desesperada por merecer su amor y aprobación, te adaptabas y, al hacerlo, te perdías a ti misma.

Si te crió una madre negligente, el mensaje que te transmitía, una y otra vez, es que eras invisible. Sencillamente, en su corazón no había cabida para ti. Como resultado, te desestimaba y no te tenía en cuenta. Los niños cuyas madres los ignoran gravemente no reciben ni siquiera las necesidades más básicas de comida, techo, ropa o protección, y mucho menos orientación y respaldo emocional. Es posible que la falta de un ambiente hogareño firme te haya vuelto insegura, enfermiza o hiciera que fracasaras en la escuela. El abandono emocional y físico te envía el mensaje de que no importas.

Tener una madre narcisista, tanto si es absorbente como si es negligente, hace que la individuación —tener una identidad propia independiente— sea difícil de lograr. Las hijas con unas necesidades emocionales no satisfechas vuelven, una y otra vez, a sus madres, esperando ganarse su amor y respeto en un momento más tardío. Las hijas que tienen un «depósito» emocional lleno disponen de la confianza necesaria para separarse de una manera sana y pasar a la vida adulta. Más adelante, en el capítulo sobre recuperación, abordaremos esto con más profundidad. Por el momento, veamos las diferentes caras que presentan tanto las madres absorbentes como las negligentes y el efecto que tienen en sus hijas.

La madre absorbente

La madre absorbente trata de dominar y controlar todos los aspectos de la vida de su hija. Toma todas las decisiones y presiona a su hija sobre cómo vestir, cómo actuar, qué decir, qué pensar y qué sentir. La hija tiene poco espacio para crecer y alcanzar su plenitud individualmente o para encontrar su propia voz, y se convierte en muchos aspectos en una extensión de su madre.

Las madres absorbentes suelen parecer unas madres geniales. Como siempre están involucradas en la vida de sus hijas y puede que siempre estén haciendo cosas para ellas y con ellas; las personas ajenas a la familia suelen verlas como madres activas y entregadas. Sin embargo, la propia imagen debilitada y la sensación de falta de valía que sus hijas extraen de esta conducta son trágicas. Las madres narcisistas no son conscientes de las consecuencias perjudiciales y a menudo devastadoras de su conducta, lo cual no disminuye, por supuesto, sus duraderos efectos.

  Miriam tenía veintiocho años, estaba prometida para casarse y atrapada en una furiosa pelea con su madre por el control de su vida. La madre no aprobaba a su prometido y hacía todo lo concebible para entrometerse en su relación, llegando incluso a hablar mal de él a varias personas de la empresa donde el joven trabajaba. «Mi madre esperaba que me llegara la noticia de que mi prometido era un fracasado o, mejor todavía, que él se rindiera y se fuera de la ciudad.»
  «Déjame que te diga un par de cosas sobre las relaciones amorosas», le decía, con demasiada frecuencia, la madre de Toby. Toby, cuarenta y ocho años, describe a su madre como alguien a la que «le encantan los hombres y sabe cómo manipularlos». Cuando ella llegó a la edad de tener citas, su madre la instruía sobre cómo conservar el interés de un hombre, regañándola si no era lo bastante coqueta. «Me desabrochaba los botones superiores de la blusa y me enseñaba a actuar de un modo sexy.» Toby recuerda el sabio consejo de su madre: «Si no te acuestas con ellos, los pierdes».
  La madre de Sandy siempre quería que su hija fuera igual que ella. Se enorgullecía contándole a la gente que estaba tratando de conseguirlo. Cuando Sandy empezó a hacer terapia, sentía que tenía que luchar contra la percepción de toda la familia que la veía como si fuera una versión más joven de su madre. «Estábamos unidas, mi madre y yo, pero tuve que pedirle a todos mis parientes que, por favor, dejaran de cargarme con los pecados de ella.»

Las madres del mundo del espectáculo son un ejemplo clásico de madres absorbentes, esas que conducen a sus hijas por los concursos de belleza infantil o los programas de televisión como Showbiz Moms & Dads. El anuncio de este programa en una popular revista lleva la frase «Algunos padres se mueren por conseguir la fama» junto a una foto de una madre que empuja a su princesita al escenario. Hace que te preocupes por cómo estas experiencias afectan la mente de estas niñas manipuladas y por la clase de jóvenes en que se convertirán.

El musical Gypsy presenta la quintaesencia de la madre absorbente.[12] «Canta a todo pulmón, Louise», dice la madre cuando su hija está actuando en el escenario. En la versión cinematográfica original, Rosalind Russell hace el papel de Mama Rose, una madre narcisista, extravertida y exuberante con dos hijas, Louise y June, a las que empuja al mundo del espectáculo. Cuando la más joven, June, que es la que Mama Rose cree que tiene más talento, se casa y se marcha de casa, Mama Rose busca otro medio de hacer realidad sus propias aspiraciones y se centra en la mayor, Louise (Natalie Wood). Las reacciones de las hijas en esta producción son interesantes. June acaba cansándose de ser la «mona» y huye, y Louise se rebela, convirtiéndose en la famosa estríper Gypsy Rose Lee. Ambas hijas abandonan a su madre, cuyos sueños no se han hecho realidad.

Todas nosotras estamos imbuidas de un profundo anhelo por vivir nuestra propia vida, no la de nuestra madre. Sin embargo, la madre narcisista presiona a su hija para que actúe y reaccione ante el mundo como lo haría ella. Una niña criada de esta manera toma decisiones de acuerdo con lo que cree que le ganará el amor y la aprobación de su madre. Acostumbrada a que su madre piense por ella, más tarde tendrá dificultades para crear una vida adulta sana y auténtica para ella misma.

La madre negligente

Las madres que ignoran o no se ocupan de sus hijas no les proporcionan orientación, apoyo emocional ni empatía. Constantemente, descartan y niegan sus emociones. Incluso si, como mi madre me inculcaba, «Tienes un techo sobre la cabeza, ropa que vestir, alimentos que comer, entonces, ¿cuál es el problema?», yo seguía sufriendo mucho en mi interior, igual que les sucede a otras hijas con madres que las ignoran.

  La comedia/drama Sirenas retrata a una madre irresponsable y egocéntrica (Cher). En esta película, todo gira en torno a Mamá y sus relaciones, mientras que el mundo emocional de sus hijas está vacío. Algunas de las frases de las hijas en esta película lo dicen todo. Por ejemplo: «Ésta es nuestra madre. Reza por nosotras», «Mamá es muchas cosas; normal no es una de ellas», y: «Mamá, no soy invisible».[13]

Si una chica tiene suerte, quizás encuentre a otro adulto que pueda ayudarla, que reconozca y valide sus sentimientos y le proporcione algo de orientación. Esta persona puede ser un salvavidas emocional. Por ejemplo, mientras Marie crecía, su madre se negaba a enseñarle algunas cuestiones muy esenciales. «Cuando tuve mi primer periodo, a los trece años, no pude acudir a mamá. Siempre que se producía cualquier alusión sexual, incluso en la televisión, ella decía: “No me hables de sexo; no quiero hablar de eso”. Cuando necesitaba artículos personales, tenía que llamar a mi hermana o a mi maestra. Fue mi maestra la que me explicó qué era la menstruación.»

En mi consulta de psicoterapia, he visto un caso tras otro de madres e hijas cuya relación parece ser buena desde fuera, pero en su interior la niña sufre un dolor, una confusión y una angustia profundos. Siempre les digo a los niños que soy un médico de «sentimientos», porque quiero hacerles llegar el mensaje de que mi consulta es un lugar para hablar de sentimientos, unos sentimientos muy frecuentemente ignorados, devaluados o negados por sus madres. Con frecuencia, los niños aprenden más rápidamente que sus padres a hablar de esos sentimientos y empezar a curarse.

Una conducta negligente crea un profundo vacío emocional en la vida de un niño, un vacío que puede no ser detectado durante años, pero el maltrato o la negligencia físicos son más claramente visibles. Cuando los padres narcisistas son incapaces o no están dispuestos a satisfacer las necesidades más básicas de su hija —mantenerla segura, sana y en la escuela—, se ve.

Mi consulta está llena de niños maltratados o descuidados. Trabajar con ellos ha llegado a convertirse en una especialidad en mi profesión, un medio para que yo devuelva algo a la sociedad y marque una diferencia para los niños que sufren. Una parte de mi corazón necesita tratar de ayudar a las niñas pequeñas, en especial a las que están esperando a que las adopten o a las que viven en casas de acogida, anhelando una madre que no tienen.

Muchos niños me han pedido que me los lleve a casa, como una encantadora niña de ocho años que me dijo: «Doctora Karyl, ¿sabe cocinar? ¿Cuántas habitaciones tiene en su casa? ¿Tiene juguetes?» Luego añadió, en voz baja: «Si puedo ir a su casa con usted, fregaré los platos cada día, incluso limpiaré los cristales de las ventanas». Si en mi profesión no hubiera unas normas éticas que lo impiden, a estas alturas tendría en marcha un orfanato en casa. Una de mis respetadas colegas, Linda Vaugham, que también trabajaba con niños maltratados y descuidados, escribió este poema después de trabajar intensamente con una niña a la que habían sacado de casa de su narcisista madre:

Querida mamaíta,

lo estoy haciendo muy bien.

Tengo sobresalientes en todo en la escuela

y ya no lloro a la hora de irme a la cama,

aunque mi nueva mamá dijo que podía.

Recuerdo lo mucho que odias las lágrimas,

me las secabas a bofetadas

para hacerme fuerte.

Me parece que funcionó.

He aprendido a usar un microscopio

y me ha crecido el pelo cinco centímetros.

Es bonito, igual que el tuyo.

No me dejan limpiar la casa,

sólo mi propia habitación,

¿no es una regla extraña?

Tú dices que los niños causan tantos problemas

al nacer que más les vale compensarlo.

No he de cuidar

de los otros niños, sólo de mí, y eso me gusta.

Todavía siento el nudo en el estómago

cuando hago algo mal, pero

tengo escrito en mi espejo:

«Los niños se equivocan. No pasa nada».

Lo leo cada día.

A veces, incluso me lo creo.

Me pregunto si alguna vez piensas en mí

o si te alegras de que la que creaba problemas se haya ido.

No quiero volver a verte nunca.

Te quiero, mamá.[14]

A veces, estos niños tienen muy poco para comer, viven en hogares mugrientos, antihigiénicos, no tienen atención médica o han sido objeto de abusos físicos, sexuales o emocionales. Es trágico que esta clase de maltrato esté extendido y, aunque se denigra diariamente a las agencias de servicios sociales, gracias a Dios están ahí para ocuparse de estos niños necesitados.

  Madeline, una niña adorable de diez años, cuida casi por completo de sí misma en casa. Aunque vive en una situación que está lejos de ser ideal, atesora mucha esperanza en su corazón. «Mi mamá nunca cocina para nosotros. Nunca hemos tenido una de esas comidas familiares que ves en la tele, donde toda la familia se sienta alrededor de la mesa y comen todos juntos. Yo me preparo mi propia comida y soy bastante buena con las latas de sopa y los macarrones con queso.» Un día Madeline decidió cocinar para su madre. Preparó pasta «muy buena» y cuencos de fruta para las dos. Cuando la pequeña Madeline anunció que la comida estaba lista, su madre le dijo que estaba a dieta y que no tenía hambre. «Así que, como ya había puesto la mesa con dos platos —explica Madeline, ladeando la cabeza, segura de sí misma—, primero llené mi plato y me lo comí todo, y luego me puse delante de su plato, lo llené y también me lo comí todo. Fingí que ella estaba allí. Hice el papel de las dos. Incluso tuve una conversación fingida con ella, diciendo: “¿Qué tal te ha ido el día? ¿Qué has hecho hoy?”»
  Marion, setenta años, cuenta una historia horrible sobre lo que le pasó a su hermana. «Mi hermana mayor desapareció cuando tenía dieciséis años. Una noche mi hermano fue a recogerla a la iglesia y no estaba. La buscamos durante un año y medio. Luego, un día, llegó un tráiler y se bajó un tipo enorme, seguido de mi hermana y un bebé. Entonces nos enteramos de que mi madre se había encontrado con él por casualidad, que a él le pareció que mi hermana era muy guapa y que le preguntó a mi madre cómo conseguirla. Ella le dijo: “Dame trescientos dólares y me la puedes quitar de encima”. ¡La compró! Ahora mi hermana pregunta: “¿Por qué mi madre me vendió?” Aquel hombre fue horrible con ella, la encerraba en un armario mientras estaba trabajando para que no se pudiera escapar. Abusaba de ella. Cuando mi padre lo averiguó, quería matar a aquel tipo y yo pensé que también iba a matar a mi madre».

Veo un número asombroso de padres negligentes en casos de divorcio. Dado que el sistema judicial funciona basándose en relaciones acusatorias, los cónyuges suelen acabar ajustando cuentas de una u otra manera. En general, los profesionales que asesoran a las familias durante los procedimientos de divorcio trabajan para la madre o para el padre. En muchos trámites para fijar el tiempo de estancia con cada progenitor, la discusión se centra no en lo que es mejor para el niño, tal como dicta la ley, sino en lo que más le conviene al padre o la madre. Es triste que en nuestra cultura muchos de los que evalúan y juzgan ese tiempo de estancia presten más atención a lo que los padres quieren que a lo que es realmente mejor para los niños. En Denver, incluso se habla de qué evaluador es «del padre» y cuál «de la madre». ¿Qué hay de ser el «defensor del niño»?

A veces, el divorcio lleva a uno de los padres a poner al niño en contra del otro para salirse con la suya en la batalla por la custodia. Es un ejemplo clásico de maltrato emocional del niño que le hace mucho más daño de lo que esos padres alienadores creen. En estos casos, puede que cuiden del niño físicamente, pero hacen caso omiso de sus necesidades emocionales.

  La madre de Keri destruyó la relación de ésta con su padre cuando los dos adultos se divorciaron. «Mamá estaba demencialmente celosa de papá. Decía: “Ve a ver a tu padre; yo estaré bien”, y luego caía en un estupor depresivo durante diez días y nos hacía sentir culpables. Llegó a ser tan grave que dejamos de ver a nuestro padre, porque no queríamos hacer daño a mamá. Luego, él murió de repente y ni siquiera pudimos ir al funeral. No podíamos llorar su muerte en presencia de mamá porque la perturbaba demasiado.»

Los patrones de conducta de las madres que maltratan, ignoran o descuidan a sus hijos suelen ser identificables, pero se hacen mucho más complejos y confusos cuando una madre narcisista manifiesta una mezcla de conductas absorbentes y negligentes. Veamos la forma en que actúa esta combinación particular.

Mezcla de conductas absorbentes y negligentes

Aunque mis investigaciones indican que la mayoría de narcisistas exhiben, preferentemente, uno de los dos tipos, los dos estilos no son mutuamente excluyentes. Una madre puede pasar de absorbente a negligente y volver a absorbente, como hace la madre de la película La fuerza del cariño. Aurora, la madre (Shirley MacLaine), examina constantemente a su hijita para ver si respira. La sacude, despertándola bruscamente, para comprobarlo. Cuando la pequeña rompe a llorar, Aurora señala su aprobación maternal con un satisfecho «Así está mejor», y cierra la puerta, dejando a la niña llorando sola en su cuna.[15]

Mi madre exhibía ambos extremos con dos hijas diferentes; una conducta absorbente con mi hermana y otra negligente conmigo. Creo que su comportamiento estaba relacionado con el puesto que ocupábamos en el orden del nacimiento y el lugar donde estaba mi madre en la vida. En pocas palabras, me presionaba para que creciera rápidamente para cuidarla y ayudarla a cuidar al resto de la familia, y trataba de hacer que mi hermana siguiera siendo niña ayudándola en todo. Yo era la segunda hija mayor. Mi madre se negaba a ayudarme y daba por sentado que ya me las arreglaría. Siempre hacía cosas por mi hermana, que era la más pequeña, incluso cuando se portaba de forma irresponsable. Mientras que a mí me transmitía el mensaje de que tenía que solucionar las cosas yo sola, para mi hermana el mensaje era que no podía hacer nada sin su intervención.

Un cuidado materno efectivo consigue el equilibrio entre permisividad y restricción. Una niña que ha sido criada en ese terreno intermedio aprende que puede crecer junto con sus cualidades y pasiones; sus sentimientos se reconocen y se tratan con respeto. Pero una niña que crece fuera de ese terreno medio debe superar un doloroso conjunto de obstáculos si quiere disfrutar de unas relaciones amorosas sanas, tomar decisiones profesionales satisfactorias y, algún día, ser una auténtica madre, afectuosa y bondadosa.

Las seis caras del narcisismo materno

«Pero, basta ya de hablar de mí. Hablemos de ti.

¿Qué piensas de mí?»

Bette Midler, en el papel de CC Bloom,
 en
Eternamente amigas[16]

En mis investigaciones he identificado seis tipos de madres narcisistas, todos dentro del espectro absorbente-negligente. Yo los llamo «las seis caras». Cuando revises esta lista, por favor comprende que tu madre puede ser principalmente de un tipo o ser una combinación de varios. Además, la madre absorbente y negligente puede estar entretejida en cualquiera de los tipos siguientes.

LLAMATIVA-EXTRAVERTIDA

Ésta es la madre sobre la que se hacen películas. Es una animadora pública, adorada por las masas, pero secretamente temida por quienes viven con ella y por sus hijos. Si puedes formar parte de su espectáculo, mucho mejor. Si no puedes, será mejor que tengas cuidado. Se la ve, es llamativa, divertida y «extremada». Algunos la adoran, pero tú desprecias la visible mascarada que representa para el mundo. Porque sabes que no le importas ni a ella ni a su espectáculo; lo único que le importa de ti es cómo haces que ella parezca ante el resto del mundo. Ver cómo el mundo reacciona ante ella te confunde. Ves que no te ofrece a ti, su hija, la misma calidez y carisma que les ofrece a otros, a los amigos, colegas, familia, incluso a los desconocidos. «Ojalá me quisiera, entonces podría ser lo que le apeteciera y a mí no me importaría», te dices. Quieres, desesperadamente, que te conozca y, también, que te deje ser tú misma.

Con mucha frecuencia, estas madres llevan una vida de ensueño y quieren que sus hijas encajen en su mundo social y se adapten a su molde.

  La madre de Sherry era un ejemplo perfecto de esto. Se esforzaba mucho por atraer la atención. Su aspecto cambiaba con tanta frecuencia como el tiempo, y para conseguir el máximo efecto dramático. «No recuerdo verla nunca con su color de pelo natural», dice Sherry, de cincuenta y cinco años, con una sonrisa irónica. Recuerda las diferentes fases de su madre. «A principios de los sesenta, tenía el look de Jackie O, con unos sombreros enormes. Cuando aparecieron las cosas mod, llevaba gafas de sol y minifaldas. Siempre iba a la moda, era el centro de atención. Siempre pensé que no quería entrar en su territorio. Recuerdo que me sentía avergonzada por los minishorts, con medias debajo. Botas gogó blancas y tacones de aguja. Siempre lo llevaba todo un paso más allá de lo hortera. No sé, pero me parece que ella sabía que no era muy auténtica. En realidad, dijo que quería esta inscripción en su tumba: “Que la auténtica Betty se ponga en pie, por favor”.»
  Amy tenía una madre excéntrica y llamativa, cuyo carisma la ayudaba a entrar y salir de muchas situaciones interesantes. Tenía 144 pares de zapatos con bolsos y relojes a juego, y era una autoproclamada médium que había tenido su propio programa en la tele por cable. Mentirosa y chismosa crónica, la madre de Amy solía reunirse con los vecinos para hacerles lecturas psíquicas. «Una señora de nuestro edificio decidió que mi madre era Satán y convenció a los vecinos, así que nos echaron del barrio. La respuesta de mi madre fue que la gente sufría un cortocircuito si se le daba demasiada información espiritual. Siempre tenía una excusa para todo o trataba de echarle la culpa a otros.»
  La madre de Lina tenía un lugar perfecto donde brillar ya que era propietaria de un local nocturno elegante. Lina sonríe al recordar cómo, cada noche, su madre se ponía un vestido de fiesta e iba a su cafetería a hacer de anfitriona. La madre de Lina, que había sido cantante de blues en Hollywood, afirmaba que había cantado con Desi Arnaz, asistido a fiestas con Frank Sinatra y que se había sentado en las rodillas de Gary Grant. Para Lina, su madre sólo era puro show. «Le gusta decirle a la gente a quiénes conoce. Todo tiene que ver con su imagen. Sigue haciendo cosas inapropiadas, como ponerse a bailar para captar la atención o hacer una entrada de la que todos se den cuenta. Siempre he pensado que era raro que cuando la presentaba a mis amigos, ella dijera: “Me alegro mucho de que me hayáis conocido.»

LA MADRE ORIENTADA AL ÉXITO

Para este tipo de madre, lo que logres en la vida es de primordial importancia. El éxito depende de lo que haces, no de quién eres. Espera que actuarás al máximo nivel posible. Esta madre está muy orgullosa de las buenas notas de sus hijos, de su victoria en los torneos, de que los admitan en la universidad adecuada y de que se gradúen con los títulos pertinentes. Además, le encanta jactarse de ellos. Pero si no llegas a ser lo que tu madre orientada al éxito cree que deberías ser y no logras lo que ella cree que es importante, se siente profundamente avergonzada y puede que incluso reaccione con un ataque desenfrenado de furia y rabia.

Aquí entra en juego una dinámica confusa. Con frecuencia, mientras la hija intenta alcanzar un objetivo dado, la madre no le presta ningún apoyo, porque su intento la aleja de ella y le quita un tiempo que debería dedicarle a ella. Pero, si la hija consigue lo que quiere, la madre sonríe con orgullo en el banquete o en la ceremonia de entrega de premios. Es un mensaje muy contradictorio. La hija aprende a no esperar mucho apoyo, a menos que se convierta en todo un éxito, lo cual la prepara para una baja autoestima y un modo de vida orientado al éxito.

  De pequeña, a Yasmin le encantaba montar a caballo. Pero la madre era reacia a sostener esta pasión costosa y que requería mucho tiempo. No obstante, su padre la ayudaba y trabajaba duro con ella para prepararla para las carreras de barriles, y la madre estaba furiosa con él. Pero el éxito cambió la dinámica familiar. Cuando Yasmin ganó un lazo azul en el rodeo infantil, «Mamá se pegó la sonrisa de ganadora en los labios y empezó su orgía de fanfarroneo.» Yasmin recuerda que se sentía confusa y dolida.
  Carol creció sintiéndose controlada por lo que su madre ambicionaba para ella. Tomó lecciones de piano durante siete años, durante los cuales tuvo que tocar en recitales, además de para los amigos de su madre. «Estaba tocando y oía cómo bufaba cuando me equivocaba. Podía sentir que la decepcionaba. Sentía que tenía que ser perfecta para ella. Cuando fui lo bastante mayor para decidir, no aprobé el examen de la academia de piano donde ella quería que fuera. Después de eso, no me acerqué a un piano durante doce años. Cuando me fui de casa y tuve mi propio hogar, quise tener un piano para tocar sólo para mí. Todavía no puedo tocar delante de mi madre. Cuando empecé a ir a terapia, tuve que dejar de tocar otra vez porque me hacía revivir todos los viejos problemas con mi madre. Sigo teniendo una relación de amor/odio con el piano. De alguna manera, se cruzó la raya que separaba lo que beneficiaba a mi madre y lo que me beneficiaba a mí. Yo era un trofeo para ella.»
  La madre de Eleanor juzgaba a los demás únicamente por sus logros académicos. Lo primero que preguntaba siempre era a qué universidad había ido alguien. «La gente de Harvard y Stanford eran los mejores que podías conocer.» Luego quería saber el nivel de su título. «Los M.D. (doctor en Medicina) y los Ph.D. (doctor en Filosofía) destacaban. Cualquier cosa por debajo de eso no era lo bastante buena. Todas sus amigas eran la doctora Fulana de Tal o estaba casada con el doctor Mengano. No le importaba qué clase de personas fueran, ni siquiera si eran agradables con ella o con nosotros.» Eleanor se recostó en la silla, exhalando un suspiro de alivio, y me dijo: «Gracias a Dios, conseguí unos cuantos sobresalientes cuando estudiaba y tengo un par de títulos, porque, de no ser así, es probable que ni siquiera me hablara. Mi pobre padre sólo está en el nivel de maestría; no sé cómo ha podido sobrevivir a su lado».
  La madre de Mia está obsesionada con la limpieza. «Era una maníaca de la limpieza. Todo tenía que estar perfecto, y limpiábamos la casa antes de que viniera la asistenta. Si hay una única cosa fuera de su sitio, se da cuenta y se pone echa un basilisco. Es más que un monstruo de la limpieza. Mi madre sacaba todo lo que había en mi armario y me hacía poner un código de color en mi ropa. Yo tenía que limpiar el baño cuatro veces hasta que lo hacía a la perfección.»
  En la película Aprendiendo a vivir, la hija con retraso en el desarrollo le dice a su narcisista madre: «Mamá, no me miras, no me ves, no a la auténtica yo. No quiero jugar al tenis, ni al ajedrez ni ser artista. Quiero ser yo. No puedo hacer esas cosas, pero puedo amar».[17] ¡Qué mensaje más poderoso!

LA PSICOSOMÁTICA

La madre psicosomática usa las enfermedades, los achaques y los dolores para manipular a los demás, para salirse con la suya y para centrar la atención en ella. Le importan poco los que la rodean, incluyendo a su hija, o sus necesidades. Si tu madre era así, el único medio que tenías para conseguir su atención era cuidar de ella. Si no respondías a ella o si te rebelabas contra su conducta, mi madre se hacía la víctima poniéndose más enferma o sufriendo una crisis relacionada con la enfermedad para redirigir tu atención y hacerte sentir culpable. Yo lo llamo el «método del control por enfermedad». Es muy eficaz. Si la hija no responde, parece mala y se siente como una fracasada que no puede ser amable con su madre. Lo más importante para una madre psicosomática es que su hija esté allí para cuidarla y comprenderla.

Muchas veces, la madre psicosomática utiliza sus enfermedades para huir de sus sentimientos o para no enfrentarse a una dificultad en la vida. Lo habitual es que la hija oiga de su padre o de otros miembros de la familia: «No se lo digas a tu madre. Se disgustará o se pondrá enferma». Algunas hijas aprenden que si ellas mismas se ponen enfermas consiguen atraer algo de atención por parte de sus madres psicosomáticas porque la enfermedad les proporciona un vínculo común. La madre puede identificarse con la enfermedad y es capaz de comunicarse a través de ella con la hija, pero debe tener cuidado de no estar más enferma que la madre, porque entonces ésta no se sentirá cuidada, algo a lo que se siente con derecho.

  Aunque las migrañas debilitan de verdad, la madre de May las usaba como medio para escapar de los problemas de la casa y no se cuidaba de ninguna manera que la ayudara a evitar esos dolores de cabeza. Por ejemplo, nunca trataba su estrés, un detonante común de las migrañas, y se permitía disgustarse por muchas cosas. «Mi madre no era capaz de hacer frente a nada. Al instante le daba dolor de cabeza y había que llevarla a urgencias para que le pusieran una inyección que la dejaba fuera de combate días y días. Entonces mi padre y yo teníamos que solucionar el problema que fuera. ¡Era su medio de escape!» Esto continuó durante toda la juventud de May. «Recuerdo que una vez le dije que salía con un hombre mucho más joven y fue como si el dolor de cabeza se presentara tan de repente que ninguna de las dos supo qué le había pasado. ¡Creo que no le gustó lo que le dije!»
  A Irene la culpaban por la incapacidad de su madre de afrontar el estrés. «Siempre que algo iba mal en casa, mi padre decía: “Mira lo que le has hecho a tu madre”. Ésta acababa en el dormitorio, llorando, y tenía dolor de cabeza y diarrea y se pasaba horas en el baño y luego salía y se echaba en el sofá con un paño alrededor de la cabeza y muy triste. Mi padre acudía al rescate y nos culpaba a nosotros, diciendo que ella soportaba muy mal el estrés.» Irene necesitaba que la reconocieran, pero aprendió que, «si no estoy a la altura de sus expectativas, empieza a sufrir achaques, le salen pupas en la boca, extraños sarpullidos y se pone enferma debido al estrés emocional. Todo tiene que girar en torno a ella».
  La conducta de la madre de Jackie empeoró conforme ella y su marido envejecían y él empezó a ponerse enfermo. «Mi madre siempre tenía que estar más enferma que mi padre. Si yo le prestaba atención a él porque se encontraba mal, ella siempre tenía que “superar” la enfermedad. Una vez fingió un ataque al corazón. No puedo contar las veces que me llamó al trabajo y yo acudí corriendo sólo para encontrarme con que no le pasaba nada. La única vez que no fui después de que me llamara, estuvo días sin hablarme, me dijo que yo no le importaba y me escribió cartas desagradables.»
  Mona lloró durante la terapia mientras hablaba de la operación de cadera de su padre, que le resultó muy difícil porque se estaba haciendo viejo y estaba débil. Pero en realidad lloraba porque «durante todo el tiempo que mi padre pasó por esto, mi madre decía que le dolía la cadera y que también necesitaría que la operaran. No podía permitir que le prestaran atención a él. ¡Era repugnante! Sus caderas están perfectamente. En cuanto mi padre se recuperó, nunca volvimos a saber nada de las caderas de ella».
  Celeste me cuenta: «Mi madre no paraba de quejarse. Cuando se levantaba o se sentaba o caminaba por la habitación, no hacía más que gemir. No había ninguna razón física para que lo hiciera. Parecía ser su manera de conseguir que todos los presentes la miraran y le preguntaran si estaba bien. Entonces decía: “Pues claro que estoy bien. ¿Por qué?”»

LA ADICTA

En El clan Ya-Ya, la novela de Rebecca Wells, Sidda describe el sonido de la voz de su madre como «la cacofonía de cinco lingotazos de bourbon». Aunque estaban «a dos mil millas de distancia, Sidda podía oír cómo entrechocaban los cubitos de hielo» mientras hablaba con su madre por teléfono. Luego dice: «Si alguien hiciera una película sobre mi infancia, ésa sería la banda sonora».[18]

El padre o la madre que tienen un problema de abuso de sustancias siempre parecerán narcisistas, porque la adicción es más fuerte que cualquier otra cosa. A veces, cuando un maltratador está sobrio, la conducta narcisista desaparece. Otras veces, no. Pero mientras está consumiendo, siempre estará centrado en sí mismo y en su dios, la adicción. Los hijos de padres alcohólicos o toxicómanos lo saben bien: la botella o la droga elegida siempre está por delante de cualquier otra cosa o persona. El abuso de drogas es un medio efectivo para enmascarar los sentimientos. Está claro que la madre que se presenta borracha al concierto del coro donde canta su hija no piensa en las necesidades de ésta.

  Hanna tuvo que defenderse sola durante la mayor parte de su infancia. «Durante años mi madre estuvo enganchada al Tylenol con codeína y al Valium; lo que la dejaba totalmente aniquilada. Para cuando cumplí los diez años, ya había estado casada siete veces. Íbamos de un sitio a otro con muchos hombres diferentes.» Cuando Hanna tenía catorce años, su madre le dijo que quería suicidarse. Ella le suplicó que no lo hiciera, diciéndole que «la necesitaba y no podría sobrevivir sin ella». Hanna se detiene un momento mientras cuenta la historia. Su dolor es palpable. «A pesar de todo, lo hizo. Murió por su propia mano. Siempre fui la perdedora: primero una madre que no estaba allí y luego una madre que se suicidó.» Después del suicidio de su madre, Hanna vivió en un camping para caravanas y continuó yendo a la escuela. Le fue bien hasta el tercer año de instituto, cuando empezó a saltarse las clases diciendo que estaba enferma y a consumir drogas y alcohol.
  La madre de Julia iba de fiesta casi cada noche. «Mientras crecía, vivíamos en un barrio con muchos padres y madres solteros y todos daban fiestas. A mi madre le gustaba dar fiestas en casa para no tener que contratar a una canguro. Yo me convertí en una de esas criaturas “morales”. Detestaba que bebieran, que fumaran, que contaran historias verdes, que maldijeran, etc. Solía quejarme de todo esto a mi madre y a su novio. Se hartaron, así que me humillaban llamándome “Reinita”. Cuando planeaban la siguiente fiesta, mamá dijo: “Vamos a tener una fiesta salvaje esta noche, Reinita, así que puedes irte a tu habitación, donde no serás molestada”.»

La mejor manera de describir el mantra de la madre narcisista y adicta es con la canción de Billie Holiday: «Smoke, Drink, Never Think» (Fuma, bebe, no pienses nunca).[19]

LA SECRETAMENTE MALVADA

La madre narcisista que es malvada en secreto no quiere que los demás sepan que maltrata a sus hijos. Por lo general, tiene un yo público y un yo privado totalmente diferentes. Las hijas de estas madres las describen diciendo que son bondadosas, cariñosas y atentas en público, pero maltratadoras y crueles en casa. Es difícil no sentir un gran resentimiento hacia tu madre por esto, especialmente si engaña a mucha gente fuera de la familia. Si tuviste una madre así, sabrás lo atroz que es esta conducta contradictoria. En la iglesia, tu madre te rodea los hombros con el brazo y te da un chicle que saca del bolso con una cálida sonrisa. En casa, cuando le pides un chicle o te acercas a ella, te da una bofetada o te insulta. Esta madre es capaz de anunciar en público: «Estoy muy orgullosa de mi hija. ¿Verdad que es preciosa?», y luego, en casa, decir: «Realmente tendrías que perder peso, llevas un desastre de pelo y vistes como una puta». Estos mensajes imprevisibles y contradictorios son demenciales.

  En público, la madre de Veronica era una santa, pero en casa, era colérica y maltratadora. «Cualquier cosa que ella sintiera era el centro del universo y la vida entera tenía que detenerse para acomodarse a eso. Si tenía dolor de cabeza o estaba depre, teníamos que andar con pies de plomo. Sus sentimientos lo dominaban todo. Mis sentimientos eran minimizados, por decirlo suavemente, y aprendí que no estaban a la altura de los suyos. Siempre decía: “Si tú supieras… Siempre crees que te ha ido mal”, pero siempre que íbamos a algún sitio, actuaba de un modo muy cariñoso, y falso de verdad. Nuestras peleas se libraban dentro de casa y nadie las veía.»
  A Robin, la conducta de su madre la confundía. «De niña siempre había adorado a mi madre y creía que estaba de mi parte, pero cuando mi hermano y yo llegamos a la adolescencia, solía decirnos lo horribles que éramos. “Nunca tengas hijos”, decía.» La madre de Robin le contaba que había intentado abortar cuando estaba embarazada de ella tirándose por las escaleras y tomando ciertos medicamentos. «Probablemente, habría abortado de mi hermano —me dice Robin—, pero mi padre iba a ser enviado a la guerra y, en aquellos tiempos, si estabas embarazada no reclutaban a tu marido.» Dado que había tenido tres abortos provocados y uno espontáneo, decía que Robin y su hermano eran «nacidos vivos». «Lo que resultaba muy extraño era que, delante de otros, siempre hablaba de lo mucho que quería a los niños y de lo mucho que había hecho para tener los que tenía y de que éramos un milagro. ¡Ya!»
  Después de casarse, Hailey saboreaba la libertad de estar lejos de su secretamente malvada madre. «A mi madre no le gustaba mi marido y no quería vernos. ¡Era estupendo! Hasta que un día decidí ir a visitarla. Trabajaba como cuidadora de una señora anciana del barrio y decía cosas maliciosas entre dientes sobre esa pobre mujer. Fui a almorzar con ellas. La señora era dura de oído, pero seguía preocupándome que mi madre la criticara estando ella delante. “Joder, ¿no te parece que podría ir todavía más despacio?” Era mezquino. Me recordó lo que yo había vivido toda mi vida. Mi madre tiene un lado agradable y un lado oscuro. Una vez que esta anciana muera, volverá a proyectarse en nosotros. Ahora la que lo recibe es la pobre mujer.»

LA NECESITADA EMOCIONALMENTE

Aunque, a un cierto nivel, todas las madres narcisistas están necesitadas emocionalmente, algunas muestran esta característica más abiertamente que otras. Estas madres llevan sus emociones al descubierto y esperan que sus hijas se ocupen de ellas, una propuesta perdedora para los hijos, de los que se espera que calmen a su madre, escuchen sus problemas de adulta y los solucionen con ella. Por supuesto, no se presta atención a los sentimientos de estos hijos y es improbable que te acerques siquiera a recibir el mismo nutrimento que se espera que proporciones.

  La madre de Ivette sabe cómo subir las apuestas. Cuando Ivette le dice que está cansada de trabajar toda la semana, la madre dice: «Cariño, no tienes ni idea de qué es estar cansada». Luego se lanza a una diatriba sobre lo agotador que ha sido su propio día. Es raro que Ivette pueda igualar la historia de su madre, así que renuncia a decirle nada y escucha. Ha aprendido a no hablar de sus propios sentimientos, porque le duele demasiado. «Sólo le pregunto cómo está y lo dejo ahí. De esta manera, parece que se pone menos nerviosa.»

Un ejemplo clásico de madre emocionalmente necesitada aparece en la reciente película The Mother. En este melodrama cuyo guión es obra de Hanif Kureishi, Paula, la hija (Cathryn Bradshaw), se siente vacía, no consigue decidir qué hacer con su vida y con su carrera, y nunca se ha sentido querida ni valorada por su madre. Como se ha acostumbrado a tratar de complacerla, se siente atraída por hombres necesitados. Su egocéntrica madre, May (Anne Reid), empieza a mostrar lo profunda que es su necesidad cuando muere su marido y tiene abiertamente una aventura con un carpintero, del cual la hija está locamente enamorada. La madre no siente comprensión ni interés por los sentimientos de su hija y justifica sus actos diciendo que está llorando la pérdida de su marido y que la aventura hace que se sienta mejor. El crítico cinematográfico Michael Wilmington lo expresa bien: «El egocentrismo es el vicio de estos personajes; ése, no el sexo, es su pecado».[20]

Ahora que has visto desde dentro muchos tipos diferentes de madres narcisistas, es importante destacar unas cuantas cosas. La primera es que nuestras madres no nacieron así. Lo más probable es que se enfrentaran a unas barreras infranqueables para alcanzar el amor y la empatía cuando eran niñas. En la tercera parte de este libro, uno de tus retos será analizar los orígenes familiares de tu madre, para comprender más a fondo las razones de su conducta. Esto no elimina tu dolor, pero te permite empatizar con ella y perdonarla hasta un cierto punto que te ayudará a recuperarte.

Ningún narcisista actúa en un vacío. En el siguiente capítulo, estudiaremos a las familias y echaremos una ojeada al resto del nido narcisista.

 

10 Rebecca Wells, Divine Secrets of the Ya-Ya Sisterhood, Harper Collins, Nueva York, 1996, pág. 251. (Clan Ya-Ya.)

 

11 Basándose en esta novela, traducida al castellano como Clan Ya-Ya, y en Little Altars Everywhere (Pequeños altares, en castellano), se hizo una película, titulada Divinos secretos en Latinoamérica y Clan Ya-Ya en España. (N. de la T.)

 

12 Gyspy: A Musical Fable, musical, dirigido por Jerome Robbins, 1959; Gypsy, película, 1962.

 

13 Mermaids (Sirenas), película, 1990.

 

14 Del poema «Dear Mommy», de Linda Vaugham, M. A., Denver, Colorado.

 

15 Terms of Endearement (La fuerza del cariño), película, 1983.

 

16 Beaches (Eternamente amigas), película, 1988.

 

17 The Other Sister (Aprendiendo a vivir), película, 1999.

 

18 Rebecca Wells, Divine Secrets of the Ya-Ya Sisterhood, HarperCollins, Nueva York, 1996, págs. 60, 225. (Clan Ya-Ya.)

 

19 Billie Holiday, de Divine Secrets of the Ya-Ya Sisterhood, HarperCollins, Nueva York, 1996, pág. 1.

 

20 Michael Wilmington, crítica de cine: The Mother, 17 de junio de 2004, (www.chicago.metromix.com/movies/review/movie-review-the-mother/158925/content).