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¿Qué es el perdón?
«El único antídoto contra la irreversibilidad de la historia es la facultad de perdonar.»
HANNAH ARENDT
El perdón es la clave de la salud, sana la tristeza de nuestro corazón, es la llave de la paz, reestablece la armonía en nuestras vidas y es la puerta a la libertad, ya que es lo único que nos permite dejar atrás nuestros errores y comprometernos con el cambio, así como dejar de aferrarnos a relaciones que ya han acabado y seguir adelante. Saber perdonar es lo único que termina con la guerra en nuestro interior.
Nos da libertad para que las actitudes y los actos de otras personas dejen de tener poder sobre nosotros. A través de él encontramos la paz interior necesaria para renovar la vida. También nos da alivio interior y capacidad para vivir siempre con esperanza, ya que las voces del pasado son las que nos impiden estar presentes en el aquí y el ahora.
La libertad que nos ofrece perdonar nos da la predisposición interna de abandonar nuestro derecho al resentimiento y fomenta en nosotros la compasión y la generosidad. También nos brinda la determinación de dejar ir el dolor que nos hayan causado, de aferrarnos a esa historia y de liberarnos de un equipaje que ya no tenemos que seguir cargando.
El perdón es la paz que aprendemos a sentir cuando nos liberamos de aquello que nos ha lastimado y nos ha atrapado en el malestar. Es un regalo y beneficio que nos hacemos a nosotros mismos y no necesariamente al ofensor. Se refiere a nuestra capacidad de sanar nuestras heridas y no a las personas que nos lastimaron. Nos permite retomar el poder sobre nuestra propia vida, liberándonos del pasado y asumiendo la responsabilidad de nuestros sentimientos.
La paz que surge en nosotros al perdonar nos lleva a asumir la responsabilidad de cómo nos sentimos y de convertirnos en personas con fortaleza, en vez de permanecer como víctimas de la historia que contamos.
Cuando alcanzamos la paz nos hacemos conscientes de que perdonar no cambia el pasado, sin embargo sí cambia nuestro presente y nos da posibilidades de futuro, comprendiendo que ser lastimados es parte normal de la vida, pero que ninguna herida puede determinar nuestro vivir.
Perdonar es la paz que sentimos cuando los resentimientos han cesado; cuando somos responsables de nuestros propios sentimientos, de la compasión que debemos experimentar hacia nosotros mismos y hacia los demás. Es el poder que obtenemos cuando afirmamos la profundidad de nuestra resiliencia y la capacidad de fortaleza que poseemos, como lo he expuesto en mi libro Saber crecer: resiliencia y espiritualidad[8]. En el perdón está el poder que sentimos al crear una historia nueva de vida donde descubrimos que somos capaces de sobreponernos a nuestras dificultades y dolor.
Saber perdonar nos ayuda a aceptarnos, a entender que los errores son oportunidades para crecer, a ser más conscientes y desarrollar la compasión.
Es verdad que nadie se muere por permanecer herido o enojado, sin embargo morimos de otras maneras, tal vez no físicamente pero sí espiritualmente porque perdemos nuestra capacidad de amar, de luchar, de tener esperanza y de volver a confiar. Más allá del dolor y la rabia, la pérdida de la alegría, de la esperanza, del amor y la intimidad, van opacando la vida de aquellos que no perdonan.
Perdonar nos permite recobrar la confianza en nosotros mismos para poder salir adelante cuando la vida parece haberse endurecido y nos resulta difícil de transitar. Es una afirmación poderosa de que los hechos negativos, tristes y dolorosos en nuestro pasado, a pesar del mucho dolor que nos pudieron provocar, no tienen porqué arruinar nuestro presente y mucho menos nuestro futuro; nos ayuda a recobrar el poder sobre nuestra vida para que nuestras decisiones tengan menos raíz en el dolor y mucho más fruto en lo que es mejor para nosotros y para los que nos rodean, sobre todo para aquellos a quienes amamos.
El perdón, llevado a sus últimas consecuencias, implica la capacidad de reconstruir la confianza en la vida, de volver a tener esperanza, de promover un diálogo abierto respecto a lo que se ha lastimado para que, con acuerdos y trabajo, se pueda renovar una relación cuando ambas partes lo desean.
La esperanza que nos da el perdón nos permite seguir adelante con nuestra vida; al hacerlo nos reconectamos con ilusiones e intenciones positivas que nos abren horizontes. Significa cambiar una narrativa de dolor y resentimiento por una historia de esperanza y de objetivos hacia el futuro que nos dejará continuar apreciando la belleza de la vida a pesar de haber sido lastimados.
Definir el perdón es un verdadero reto, ya que cada uno de nosotros tiene conceptos e ideas diferentes. Sin embargo, las tradiciones, la experiencia y la investigación clínica, que ahora existe, nos auxilian para tener un acercamiento a lo que verdaderamente significa y nos ayudan a puntualizarlo:
El perdón es como una balanza entre la justicia y la misericordia, conlleva tanto una acusación como una decisión de no vengarse. Sin embargo, no significa que se declara al ofensor como inocente o que se le libera de asumir la responsabilidad de las consecuencias que sus actos provocaron. Significa que decidimos no convertirnos en verdugos y que optamos por la libertad emocional y la paz espiritual que el acto de perdonar nos da, abriéndonos a la esperanza del futuro.
Ante todo el perdón es una actitud que requiere de un cambio de percepción, de poder considerar a las personas y a las situaciones de otra manera, es un proceso tanto psicoemocional como espiritual y requiere de tres ingredientes importantes: voluntad, pensamiento positivo y fortaleza espiritual.
Cuando alguien perdona a una persona que ha trasgredido ciertos límites y que lo ha lastimado, es el que perdona quien realmente cambia a través de una nueva actitud.
Saber perdonar es, ante todo, un proceso, un esfuerzo personal, una intencionalidad. Es la gana de liberarnos del doloroso pasado; es tomar la decisión de no seguir sufriendo, de sanar el alma y el corazón. Es no conceder lugar al odio o la rabia. Es dejar ir el deseo de lastimar al otro o a nosotros mismos por algún motivo que pertenece al pasado. El perdón empieza cuando, por voluntad propia, decidimos sacudirnos de la decepción y entrar en diálogo con la realidad.
Dejar ir no significa desprenderse de la realidad, sino más bien dejar ir el pasado para poder vivir más plenamente el presente, y es la capacidad de vivir el presente lo que nos prepara para crear un futuro mejor. Luchar contra el perdón y superar esa lucha para llegar a perdonar sucede cuando descubrimos que la vida sigue, cuando nos damos cuenta que no debemos quedarnos atascados en una experiencia del ayer.
No podemos perdonar hasta que no nos decidimos a hacerlo y puesto que perdonar es un camino y un proceso, sólo nuestra voluntad nos llevará a caminarlo. Es importante recordar que es un esfuerzo cognitivo/pensante que no significa que el proceso se haya completado, simplemente es el punto de partida.
Cuando racionalmente determinamos que fuimos tratados injustamente, sólo podremos llegar a perdonar cuando tenemos la voluntad de abandonar, dejar atrás el resentimiento y las respuestas vengativas, a las cuales, muy justificadamente, podemos tener derecho. Al decir que: «racionalmente hemos determinado que fuimos injustamente lastimados» significa que no nos hemos precipitado en hacer un juicio del ofensor. El que en realidad perdona evita distorsionar la verdad y puede discernir que la otra persona ha cometido algo indebido.
Perdonar no es una actividad pasiva, sino más bien una que está plena de momentos de lucha y de ambivalencia. Al referirnos a la voluntad no se quiere implicar algo que se logra simplemente al tomar una decisión, es tan sólo el inicio del camino que implica un proceso consciente que requerirá esfuerzo. La experiencia nos muestra que podemos decidir perdonar por la mañana, y por la tarde volver a sentir una rabia que reclama venganza. El proceso puede tomar semanas o meses.
El perdón es un desafío para nuestra «animalidad», ya que el instinto ante una injusticia es el de responder para, supuestamente, «equilibrar» la balanza. Sólo la capacidad autorreflexiva de nuestra humanidad y el pensamiento positivo nos llevarán a emociones positivas que nos ayudarán a evolucionar, y nos harán posible acceder a la trascendencia del perdón.
Perdonar nos permite dejar ir lo que es negativo y nos compromete con lo que es positivo. Es un proceso que involucra la disminución de los pensamientos, sentimientos y acciones negativas hacia el ofensor, y nos exige recobrar una perspectiva más balanceada de los eventos, de nosotros mismos y de nuestros ofensores.
La reducción de los afectos negativos hacia la vida, renunciar, de alguna forma, al derecho que ciertamente tenemos de castigar a un ofensor, cambiando nuestra perspectiva aun cuando reconocemos plenamente que la persona es responsable de sus actos y tendrá que asumir las consecuencias, nos libera del esfuerzo y pérdida de energía por la búsqueda de un castigo.
La investigación clínica nos muestra que el perdón involucra algo más que simplemente dejar ir lo negativo para comprometernos en la expresión de pensamientos y sentimientos positivos, conductas que nos llevan a ser proactivos y, por ende, no se quedan atrapadas en su propia reacción al pasado.
Perdonar significa dejar atrás nuestro derecho al resentimiento, a un comportamiento vengativo hacia la persona que tal vez, injustamente, nos ha lastimado. El perdón exige fomentar en nosotros la compasión, la generosidad e inclusive el amor hacia esas personas. Todo esto requiere de una fortaleza espiritual fundamentada en los valores más nobles de nuestro corazón.
Para perdonar debemos ser capaces de manifestar dos habilidades:
• Empatía, que depende de nuestra capacidad afectiva y cognitiva para ver las situaciones desde el punto de referencia de los otros.
• Imaginación, que depende de nuestra capacidad de visualizar el futuro.
Estas dos habilidades están relacionadas con nuestra fortaleza espiritual, que puede ser incrementada por nuestra religiosidad aunque, como la investigación clínica nos lo ha demostrado, el perdón impuesto por el deber religioso incrementa la presión sanguínea, mientras que el perdón causado por la empatía y el amor no lo hace.[9]
En otras palabras debemos perdonar por convicción con los valores más altos de nuestro espíritu y no por coacciones amenazantes.
La soberbia, terrible enemigo de nuestra espiritualidad, es también una de las peores consejeras en nuestro quehacer de perdonar. Para algunas personas ser poderoso u ocupar un puesto de autoridad ha significado no tener que pedir perdón. ¿Cuántos padres de familia consideran que reconocer sus errores ante sus hijos es algo impensable porque disminuiría su autoridad?
¡Qué pensamiento tan absurdo! En realidad la figura de autoridad crece en el momento en que es capaz de reconocer un error y sobre todo cuando es capaz de pedir perdón. Recordemos que el acto de perdonar genera los mejores y más cálidos sentimientos no sólo en quien perdona, sino también en el que ha sido perdonado, favoreciendo de esa manera el ámbito de todas nuestras relaciones.
El perdón es un proceso intrapersonal, algo que ocurre en nuestro interior, algo que involucra un cambio en nuestra forma de pensar, en nuestra conducta, en nuestras emociones, en nuestras motivaciones y que llega a darse cuando decidimos no quedarnos enganchados en una relación con el ofensor. También podemos decir que perdonar es un proceso interpersonal, ya que es un camino crítico dentro del contexto de las relaciones que se desean renovar o que se deciden dejar atrás.
Aspectos necesarios en el proceso del perdón
Tanto la investigación clínica como la experiencia nos han mostrado que debemos considerar ciertos aspectos que nos ayuden a realizar el proceso de perdonar.
1. La aceptación y conciencia de nuestras emociones como la ira y la tristeza. Perdonar no interfiere con nuestra habilidad de ser honestos respecto a lo que nos ha sucedido, así como tampoco significa permanecer vulnerables para que puedan volver a lastimarnos.
2. Dejar ir y liberarnos de las necesidades interpersonales que sentíamos tener y que no se lograron satisfacer. Esto implica también tener claridad respecto a lo que es importante, qué comportamientos son tolerables y qué límites no deben cruzarse, así como establecer reglas para que una relación pueda renovarse, si eso es lo que se desea.
3. Un cambio en nuestra percepción del ofensor. La calidad de nuestro perdón puede variar por diversas causas como son: la severidad de la ofensa, cómo era la relación previamente y cuáles han sido las reacciones subsecuentes del ofensor. También puede variar por la comprensión que tengamos de lo que es perdonar y por la práctica que tengamos en ello.
4. El desarrollo de la empatía. Nuestra habilidad de ser emocionalmente inteligentes y poder introducirnos en el estado de ánimo del otro, así como en su forma de pensar, sus temores y expectativas, siendo capaces de desarrollar la comprensión que a nosotros mismos nos dará mayor claridad respecto a lo que ha acontecido.
5. Construir una nueva narrativa de nosotros mismos y de las otras personas. Iniciar un nuevo capítulo en el libro de nuestra vida, aprendiendo de lo adverso y dejando atrás el dolor. Recontar una y otra vez la misma historia sólo nos deja atrapados en ella.
El perdón no sólo nos ayuda a recobrar una perspectiva más equilibrada de la persona que nos ofendió, sino también del evento mismo en el que nos hemos sentido afectados. A la vez, nos ayuda a disminuir nuestros impulsos negativos y dejar ir el derecho que sentimos tener de vengarnos.
Para algunos investigadores es muy importante, cuando tratamos de clarificar qué es el perdón y cómo aplicarlo a nuestras vidas, tomar en consideración las siguientes cuatro fases:
1. Ser conscientes de lo que nos ha ocurrido, de lo que sentimos y de lo que significa para nosotros perdonar.
2. Tomar con voluntad la decisión de perdonar.
3. Realizar el trabajo que el proceso requiere.
4. Profundizar en nuestros valores espirituales para llegar a superarlo.
Desde una perspectiva meramente psicológica el perdón parece ser una habilidad, una estrategia de adaptación y un compromiso. Mencionamos que parece una habilidad porque debe practicarse y requiere de tiempo, ya que existe un efecto acumulativo a través del cual esa habilidad mejora, puede sostenerse y se facilita.
Como estrategia de adaptación la persona que perdona se interesa en salir adelante a pesar de las dificultades. Cuando ejercitamos una estrategia de adaptación obtenemos un buen funcionamiento psicológico, lo que suele suceder con el perdón. También debemos considerar que es un compromiso que nos genera mayor bienestar, y mejora a la vez nuestro entorno.
Más allá de que psicológicamente el perdón puede tener cualidades en común con una habilidad, con una estrategia de adaptación y con un compromiso, también tiene la cualidad de ser una virtud o valor moral, razón por la cual nuestra fortaleza espiritual es importante para su práctica. Si consideramos a los valores o virtudes como algo bueno es porque se centran en el carácter e involucran la bondad.
El enfoque del perdón descansa en un principio muy amplio de lo que es procurar la bondad, la compasión y la generosidad. Todos estos valores, cuando se comprenden adecuadamente y se practican, involucran el bienestar de la persona y, por lo tanto, califican como algo que es bueno.
El perdón tiene muchas facetas. Es:
• Una decisión de ver más allá de los límites de la personalidad de otra persona, de sus miedos y errores; de ver la esencia de nuestra interioridad. La opción de perdonar siempre estará ahí, ya sea que alguien nos la pida o no, la decisión es nuestra.
Perdonar es la decisión de liberarnos a nosotros mismos de las ofensas personales y de la culpabilidad que se han quedado atascadas en nuestro interior y que nos causan un ciclo de dolor y sufrimiento. Así como la rabia o la tristeza que sentimos son adecuadas en su momento, con el tiempo, y a diferencia de lo que sucede con el buen vino, no mejoran.
• Una actitud que supone estar dispuestos a aceptar la responsabilidad de nuestras propias percepciones, reconociendo que tienen mucho de subjetivo y las podemos cambiar.
Las actitudes no son más que la manifestación de nuestras predisposiciones internas que están determinadas por la forma de pensar, la cual depende por entero de nosotros y de nadie más.
• Un proceso de crecimiento personal que nos hace experimentar paz, amor, alivio, confianza, libertad, alegría y apertura del corazón que se acompaña de una sensación de estar haciendo lo correcto.
Todo proceso implica un camino que se tendrá que transitar, con sus días llenos de sol y sus días nublados; con la ambivalencia de sentimientos encontrados; una lucha que no será fácil, pero siempre será posible para salir victoriosos.
• Una forma de vida que supone el compromiso de experimentar cada momento libre de percepciones pasadas, y de ver cada instante como algo nuevo, con claridad y sin temor.
¿Cuánto tiempo en realidad nos lleva perdonar, sobre todo heridas profundas y dolorosas? La respuesta dependerá de cada uno de nosotros y de nuestro propio proceso. Lo importante es recordar que el perdón es, definitivamente, la mejor y más razonable alternativa ante lo que significaría permanecer heridos y con rabia.
Perdonar es una conducta que demuestra nuestra fortaleza. Los beneficios de esta decisión emergen conforme somos capaces de dar mayor amor y cuidado a los seres importantes en nuestra vida que nada tienen que ver con nuestra experiencia de dolor. Desafortunadamente, muchos de nosotros, que hemos sido lastimados en el pasado, desarrollamos una tendencia a alejarnos y a desconfiar de aquellas personas que están tratando de darnos su apoyo y su amor. Con frecuencia son ellas las que sufren por nuestros rencores y culpabilidades, no son las que nos lastimaron, sino aquellas para quienes somos importantes en el presente.
A pesar de los enormes beneficios que sabemos que perdonar puede traernos, la investigación nos sugiere que una buena parte de las personas ni siquiera considera este acto cuando se ven obligados a manejar las crueldades de la vida. Pero omitir el perdón del gran abanico de respuestas que podemos dar ante el dolor nos lastima aún más en cuerpo, mente y espíritu.
Perdonar nos exige equilibrar los aspectos impersonales de una herida, es decir, lo que otra persona objetivamente nos ha hecho, con los aspectos personales, o sea con nuestra forma de responder ante lo sucedido. Esto significa asumir lo que ha acontecido de una manera menos subjetiva, aceptando la responsabilidad respecto a cómo es que nosotros nos sentimos cuando alguien nos lastima.
Por otra parte, es importante ser conscientes de que asumir responsabilidad por cómo nos sentimos no significa que lo que sucedió haya sido por culpa nuestra. Nosotros no hemos causado los hechos que sucedieron, pero de lo que sí somos responsables es del cómo pensamos, cómo nos comportamos y cómo nos sentimos desde que esas experiencias ocurrieron. En otras palabras, somos responsables de nuestras reacciones y de cómo manejamos nuestra propia emotividad.
Perdonar significa decidir qué pensamientos son los que ocupan nuestra mente; es el poder que tenemos de reconocer que una injusticia del ayer no tiene por qué seguir haciéndonos sufrir en el hoy.
Todos hemos vivido buenos tiempos, aun con aquellas personas que en algún momento nos lastimaron, son los recuerdos de amor, alegría y gratitud los que deben abarcar nuestra memoria. Saber perdonar es elegir ese tipo de recuerdos, en vez de aquellos que nos provocan amargura y rencor, algo que siempre podemos hacer, ya que lo que pensamos está totalmente bajo nuestro control y no depende de las acciones de otros. Lo fundamental y crítico en el proceso es tener un buen control de nuestra mente como resultado de nuestras emociones.
Cuando por fin cambiamos nuestras historias de resentimiento por historias de perdón realmente nos convertimos en héroes en vez de en víctimas.
El perdón nos alivia del malestar que sentimos cuando las personas no hacen lo que nosotros deseamos o esperamos de ellas; nos ayuda a evitar el desperdicio de nuestro tiempo tratando de cambiar a otros que no desean cambiar; nos permite retomar el control de nuestras vidas conforme dejamos de intentar controlar la vida de los demás. También nos impide seguir sintiendo dolor por las acciones de quienes nos lastimaron en el pasado.
El proceso del perdón no se da en un instante, es el resultado de poder confrontar las experiencias dolorosas del pasado y de llegar a sanar las viejas heridas. Perdonar no es algo que hacemos, es algo que acontece y está ligado a una autoestima positiva cuando, al habernos considerado víctimas, dejamos de construir nuestra identidad alrededor de lo que ha sucedido en el pasado.
Dentro de cualquier definición que se pueda dar del perdón también hay que considerar lo que actualmente y, en base a la experiencia de la psicoterapia, podemos llamar el perdón secundario, es decir, llegar a perdonar a alguien que no nos ha lastimado directamente a nosotros.
Este tipo de perdón, hoy más que nunca, es urgente por la violencia que padece nuestra sociedad, porque probablemente algunos de nuestros seres queridos y cercanos han sido lastimados por personas que permanecen en el anonimato ante la impunidad y carencia de administración de justicia.
El perdón secundario nos libera del distrés emocional, nos permite pensar con mayor claridad y, sobre todo, terminar con ese círculo vicioso de una narrativa dolorosa para nuestra propia historia que, con mucha facilidad, nos convierte en personas amargadas y cerradas a la vida.
Iniciar este camino nos exige dejar atrás la expectativa de que la vida vuelva a ser como antes. Después de una grave ofensa y dolor, las circunstancias son diferentes, por lo tanto, nosotros somos diferentes. Aun en las reconciliaciones, las relaciones cambian, al tener que renovarse y no simplemente continuar.
Perdonar es la manera de salir de la oscuridad para entrar a la luz; este acto nos permite liberarnos de las sombras del pasado, aunque esas sombras sean proyectadas por nosotros mismos o por alguna otra persona. Nos libera de la necesidad y de la expectativa de modificar el ayer que ya pasó. Perdonamos porque es necesario para nosotros, para nadie más, inclusive podemos perdonar y renovar una relación o perdonar y terminar con ella.
Sin el perdón seguimos atados al ayer que ensombrecerá nuestro hoy, dejándonos sin ánimo ni deseo de crear un proyecto para el mañana. Se puede decir que nuestra imaginación queda atrapada en nuestros rencores y aterrorizada por nuestra memoria, pero recordemos, como explico ampliamente en mi libro Saber pensar, que la memoria es caprichosa y que reelabora sobre sí misma. El perdón está en nosotros, en nuestra capacidad de reescribir nuestros recuerdos y dejar ir las heridas.
El perdón no sólo es la más ardua tarea para el amor, sino también la que puede conllevar mayores riesgos, porque si lo distorsionamos nos puede llevar a ser individuos pasivamente sumisos, incapaces de responsabilizarnos por nuestra propia vida o bien puede convertirnos en impiadosos manipuladores que lo utilizamos para atar grilletes a la conciencia de otras personas.
En esta vida nada es para siempre y en ocasiones el dolor de haber sido lastimados nos recuerda que hay relaciones que deben terminar y contactos que deben disolverse. El perdón nos da la oportunidad de superar estas crisis y retomar la vida.
Podemos pensar en el perdón como una decisión muy personal de librarnos de toda amargura y de actitudes vengativas, así como de perdonarnos a nosotros mismos corrigiendo caminos que van acompañados por la motivación y el compromiso de no volver a repetir la transgresión.
El perdón es un valor y su propósito fundamental es la búsqueda del bien. Dos aspectos del bien, indispensables para nuestra humanidad, que están íntimamente ligados al perdón, son la justicia y la misericordia.
Una persona que perdona ha sido, quizá, tratada injustamente y el perdón constituye una respuesta misericordiosa a esa falta. Quien perdona tiene un sentido claro de lo que es correcto y de lo que no lo es y reconoce que otros han actuado mal, por lo tanto, ofrece bondad. Cuando somos misericordiosos buscamos dar lo mejor de nosotros a la vida, inclusive a aquellos que en ciertos momentos no lo merecen.
Sin embargo, la justicia y el perdón pueden coexistir. Es posible y a veces necesario y recomendable, para el bien de todos, que en ocasiones la persona que decide perdonar exija también justicia al mismo tiempo. Esto significa perdonar al ofensor pero a la vez exigirle que asuma la responsabilidad por la consecuencia de sus actos.
EJERCICIO DE REFLEXIÓN
Hagamos un alto para reflexionar sobre lo que el perdón puede significar para nosotros y por qué es importante practicarlo. Te recomiendo que te relajes y, con la mayor honestidad posible, des respuesta a las siguientes preguntas. Contestarlas te ayudará a tomar nota de perspectivas que pueden cambiar y superar el dolor del pasado.
¿Permitiré que el dolor habite en mi corazón y devore mis posibilidades de ser feliz?
¿Qué tan frecuentemente pienso en aquellos actos que no he podido perdonar?
¿Qué puedo hacer o cómo podría manejar mejor la situación que tengo con la persona con quien me siento en conflicto?
¿Cómo me siento frente a la posibilidad de perdonar?
¿Cómo me siento ante la decisión de perdonar?
¿Cuántas ofensas y remordimientos quisiera dejar ir?
¿Puedo imaginar tener una calidad de vida diferente? ¿Sí o No?
Entonces imagina:
¿Si yo perdonara?...
¿Si yo no perdonara?...
¿Si yo perdonara, yo sería…?
Perdonar ¿significa?...
¿Esta guerra interna que yo vivo tiene ya un efecto directo en mis seres cercanos y queridos?
¿Puedo dejar ir mi expectativa de que el pasado sea diferente?
Cuando sientes que está por encenderse la flama del conflicto te preguntas:
¿De qué se trata en realidad todo esto?
¿Es en realidad tan importante?
¿Puedo hacer las cosas de manera diferente?
Ante los malos entendidos pregúntate a ti mismo:
¿Cuál fue mi contribución en el conflicto?
¿Qué diría al respecto un observador neutro que hubiera estado presente en la situación?
¿Sueño con poder aplastar a mi agresor?
¿Lleno mi cabeza con fantasías de venganza que me hacen sentir poderoso y en control de la situación?
Es posible que en muchas ocasiones sea nuestra propia hipersensibilidad o nuestras percepciones equivocadas las que nos lleven a sentirnos ofendidos. Pregúntate.
¿Me siento ofendido con facilidad?
¿Tengo constantes confrontaciones con otras personas?
¿Saco conclusiones con demasiada rapidez?
¿Con frecuencia tomo a nivel muy personal lo que la gente hace o dice?
¿Reacciono con arrogancia o indignación cuando alguien hace algo que me parece equivocado?
¿Cómo me siento yo y qué siento respecto a lo que es el perdón?
¿Qué espero lograr con mi decisión de perdonar?
¿Hay alguna experiencia que ya sucedió en mi vida y que no se puede cambiar, pero que en mi interior sigo exigiendo o demandando que sea diferente?
¿Por qué le doy tanto espacio en mi mente a alguien para quien obviamente no fui tan importante? ¿Me ayuda en algo hacer eso?
Contesta con un SÍ o un NO a las siguientes preguntas respecto a alguna historia que te has venido recontando a ti mismo y a los demás, como narrativa de resentimiento.
• ¿Le he contado esta historia más de dos veces a la misma persona?_______
• ¿Revivo los eventos que sucedieron más de dos veces en el mismo día en mi propia mente?_______
• ¿Me encuentro a mí mismo hablándole a la persona que me lastimó a pesar de que esa persona no está conmigo?_______
• ¿Me he comprometido ante mí mismo para contar esa historia sin enojarme o entristecerme y de repente encontrarme inesperadamente agitado al contarla?_______
• ¿Es la persona que me lastimó el personaje central de mi historia?_______
• ¿Cuando cuento esta historia recuerdo otros hechos dolorosos que me han sucedido?_______
• ¿Se enfoca mi historia primordialmente en mi dolor y en lo que he perdido?_______
• ¿Me he comprometido conmigo mismo para no repetir esa historia, y una y otra vez rompo ese compromiso?_______
• ¿Busco a otras personas con problemas similares para contarles mi historia?_______
• ¿Mi forma de relatar la historia ha permanecido igual a lo largo del tiempo?_______
• ¿Me he detenido a revisar los detalles de mi historia para ver si son correctos?_________
Si contestas SÍ a cinco o más de estas preguntas y un NO a la última pregunta, existe una buena posibilidad de que estás recontando una historia de resentimiento y dolor. Si así es, no pierdas la esperanza, muy fácilmente puedes cambiar una historia de resentimiento y crear una nueva que te abra las puertas al presente y al futuro.
Por último te sugiero:
Dos o tres veces al día, si te es posible, toma el tiempo para sentarte tranquilamente, cerrar tus ojos y tomar conciencia de tu respiración.
Imagina cómo al inhalar, así como llevas oxígeno a todas tus células, inhalas también, en ese mismo aire, serenidad y paz. Al exhalar imagina que así como tu cuerpo se libera de toxinas en el aire que exhalas, tu interior también se libera de todos los resentimientos y de todas las tensiones.
Con tranquilidad y con tus ojos cerrados detente por un instante para pensar y reconocer todo lo bueno que sí existe en tu vida y manifiesta tu gratitud a Dios, a la vida misma, a las personas que sí te rodean con cariño, a aquellos que te acompañan. Con un sentir de serenidad, paz y gratitud, permanece algunos minutos recreando en ti estos sentimientos.
Empieza a estirar tu cuerpo lentamente hasta llegar a abrir tus ojos para retomar tu actividad habitual.
8 Rivas Lacayo, Rosa A., Saber crecer: resiliencia y espiritualidad, Ediciones Urano, Barcelona, 2007.
9 McCullough, Michael E., Pargament, Kenneth I., Thorensen, Carl E., Forgiveness: Theory, Research and Practice, The Guilford Press, New York, 2000.