La propaganda del terror.
Flandes, el duque de Alba y el Imperio español1

Porfirio Sanz Camañes

Universidad de Castilla-La Mancha

Nuestro gran héroe, de quien tantas y tan contradictorias páginas se han escrito, calcadas en su mayor parte en los libelos de los difamadores de España y de nuestras glorias, era de elevada estatura, enjuto, bien plantado, de rostro largo, altivo, de gran corazón, de profundo entendimiento y de mucha experiencia; en hechos de guerra no sólo superaba a los españoles sino a todos los capitanes de su siglo2.

Padre agustino Celso García (1941)

DON FERNANDO ÁLVAREZ DE TOLEDO Y PIMENTEL, el llamado Gran Duque de Alba o III duque de Alba, falleció en Tomar, cerca de Lisboa, el 11 de diciembre de 1582 a la edad de 74 años. En 1619 por orden de su nieto, el quinto duque, don Antonio, fueron trasladados sus restos del convento de San Leonardo de Alba de Tormes —que había sido convento de jerónimos y premostratenses y primer lugar de enterramiento— al panteón de teólogos del convento dominico de San Esteban de Salamanca3. El sepulcro provisional del duque en Alba de Tormes se encontraba al lado del Evangelio y la duquesa hizo colocar encima el retrato del duque pintado por Tiziano. Sus restos permanecieron en la cripta hasta 1845 en que por orden del duque don Jacobo Stuart se colocaron en una urna en el relicario del convento4. Su sepulcro definitivo se sitúa en una capilla de la iglesia del convento de San Esteban que contiene el mausoleo, en piedra y mármol, proyectado por Chueca Goitia en 1983 y que fue costeado por la Diputación de Salamanca.

El sepulcro tiene en la parte superior el escudo de los Álvarez de Toledo, que consiste en un jaquelado o ajedrezado de quince piezas —cuadrados o rectángulos— ocho blancos o grises y siete azules. Las mazas que lo rodean parecen aludir a los servicios en la corte que la casa de Alba prestó a la monarquía española a lo largo de su historia. Las banderas fueron adoptadas en tiempos de García Álvarez de Toledo y Carrillo de Toledo, primer duque de Alba, para conmemorar las campañas en las que participó contra el emirato nazarí de Granada. Las armas del duque aparecen timbradas con una corona ducal, propia de los títulos nobiliarios de mayor rango y con la condición de Grande de España. En el centro, y sobre un pequeño pedestal, se erige un busto en bronce del duque de Alba, y a sus pies, en una placa, se presenta la geografía escueta de las victorias del Gran Duque, enumeradas de manera sencilla: Fuenterrabía, Hungría, La Goleta, Túnez, Rosellón, Ingolstad, Mülberg, Milán, Nápoles, Civitella, Ostia, Bruselas, Groningen, Mons, Gemmingen, Haarlem, Alcántara y Lisboa.

El imperio, el norte de África, Italia, Flandes y Portugal suponían una impecable trayectoria militar de servicios del duque a Carlos V y Felipe II, culminada con la conquista de Portugal, en donde el duque pasó sus últimos días.

La fama del duque debía mantenerse muy presente a comienzos del siglo XVII, cuando Cervantes nombra al militar al referirse a la historia del cautivo en su Don Quijote de La Mancha, y se separa de lo novelesco para entrar en una narrativa verídica. Dice el cautivo:

Embarquéme en Alicante, llegué con próspero viaje a Génova, fui desde allí a Milán, donde me acomodé de armas y de algunas galas de soldado, de donde quise ir a asentar mi plaza al Piamonte; y estando ya de camino para Alejandria de la Palla, tuve nuevas que el gran Duque de Alba pasaba a Flandes. Mudé propósito, fuime con él, servíle en las jornadas que hizo, halléme en la muerte de los condes de Eguemón y de Hornos, alcancé a ser alférez de un famoso capitán de Guadalajara, llamado Diego de Urbina, y a cabo de algún tiempo que llegué a Flandes, se tuvo nuevas de la liga que la Santidad del papa Pío Quinto, de felice recordación, había hecho con Venecia y con España, contra el enemigo común, que es el Turco, el cual en aquel mesmo tiempo había ganado con su armada la famosa isla de Chipre…5

Es cierto que el extraordinario poderío desplegado por la Monarquía Hispánica durante los siglos XVI y XVII ofrecía la imagen de un imperio muy disperso territorialmente, pero al mismo tiempo sostenido por unas sólidas convicciones religiosas y la defensa de su extenso patrimonio territorial. La idea de hegemonía debió servir para ayudar a construir y difundir la imagen de una amenazante monarquía absoluta, especialmente en reinos, provincias y territorios que defendían privilegios locales apenas antes vulnerados y promovían una clara libertad de conciencia.

En el presente estudio, en línea con otros ya realizados, ofrecemos una selección de imágenes —de otras muchas que circularon— que nos permiten conocer cómo se fue modelando la imagen internacional del duque de Alba y del Imperio español, sobre todo, en el norte de Europa desde las últimas décadas del siglo XVI debido a los acontecimientos políticos que se produjeron en Flandes6.

Entre 1571 y 1588 la Monarquía Hispánica concentró en el escenario del Atlántico todos los esfuerzos y energías para imponer el orden y autoridad desde Flandes a Portugal en aras a la defensa del catolicismo y a la seguridad de sus súbditos en el imperio7. Por ello, no debe extrañarnos que la imagen que se proyectase del ejército de Felipe II, a través de una de sus figuras más conocidas como la del duque de Alba, fuera la de un soberano contrarreformista, y la propaganda que se derivase cargara severamente contra el soberano español8. Los sucesos que causaron una mayor controversia política y, en consecuencia, levantaron una oleada de propaganda política más extendida se produjeron en Flandes —y también tuvieron su correlato en Inglaterra—, en donde se elaboró, proyectó y circuló con gran vehemencia la leyenda negra durante la segunda mitad del siglo XVI y todo el siglo XVII9.

El impacto de la propaganda neerlandesa tras la rebelión de los Países Bajos

La situación socioeconómica de los Países Bajos se había ido deteriorando a partir de mediados del siglo XVI. Sin embargo, entre 1559 y 1566 estos dominios del norte de Europa no eran sino uno más de los numerosos problemas a los que se tuvo que enfrentar Felipe II mientras centraba su atención en una amenaza que sentía más urgente en el Mediterráneo: el problema turco.

El incremento de la inflación, la serie de malas cosechas y la elevación de los precios, junto al retroceso del tráfico mercantil en el Báltico —que limitó la llegada de granos y ocasionó la falta de materias primas— dejó sin actividad a muchos obreros. Estos factores de inestabilidad provocaron la aparición de algunos tumultos populares mientras la aristocracia flamenca mostraba su desencanto ante el desembarco de funcionarios castellanos que copaban la administración de los Países Bajos10. El problema religioso preparó un peligroso cóctel al caldearse el ambiente por las disensiones religiosas entre católicos y protestantes, especialmente calvinistas, originando una mayor crispación frente a la tiranía —según rezaban los panfletos y pasquines— de un gobierno injusto como el de Felipe II11.

El abandono del Consejo de Estado en 1563 por una parte de la nobleza flamenca —entre los que estaban los Orange, Lamoral, Egmont y Horn— minó la autoridad del organismo, dejó cierto vacío político y terminó por desautorizar a Margarita de Parma, la gobernadora española en los Países Bajos, para quien Felipe II tenía ya otro destino12. Todo lo que representase el catolicismo a partir de entonces fue objeto de ataque y, por ello, ni siquiera la caída de Granvela en 1564 aportó al territorio la paz y estabilidad necesarias. En 1566 se desataba la llamada «furia inconoclasta» por la que fueron asaltadas cientos de iglesias y conventos13. Así puede recrearse en el grabado coloreado por Frans Hogemberg que puede verse a continuación, en cuyo pie de imagen se indica la siguiente leyenda:

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Destrucción de imágenes en la catedral de Nuestra Señora en Amberes ocurrida el 20 de agosto de 1566.

Después de la predicación de Wenigh,

La religión calvinista

Asalta todo el edificio

No queda entero nada

Ni la gran custodia, el copón, incluso el altar

Y cualquier otra cosa que estuviera allí

Todo quedó roto en menos de una hora

Aunque fuese arte.

Año Dnj. M.D.LXVI XX Augusti14

Como he indicado, la sublevación flamenca se produjo —sin entrar en pormenores sobre las causas de la rebelión— por motivaciones profundas que tuvieron que ver con cuestiones de carácter económico, social y religiosas, además de otras estrictamente políticas tras la sucesión de Carlos V por Felipe II. Ante la escalada de los acontecimientos y el fracaso de la política mediadora con Margarita de Parma, se produjo un viraje en la corte madrileña apostándose por una solución de tipo militar con el envío del duque de Alba.

El duque de Alba y las consecuencias de la represión

El envío de Fernando Álvarez de Toledo, III duque de Alba —también conocido como Gran Duque—, y su actividad político-militar en los Países Bajos, entre 1568 y 1574, terminó con cualquier intento de posible negociación. Flandes se había convertido en un polvorín a comienzos de la década de 1560 y la instauración del llamado Tribunal de los Tumultos o Tribunal de la Sangre para juzgar a los rebeldes, provocó una ruptura mayor en la sociedad flamenca mientras algunos de los líderes de la aristocracia holandesa eran ajusticiados y otros, como Guillermo de Orange, el principal cabecilla de la revuelta y, pronto su jefe indiscutible, marchaba al exilio15.

El duque de Alba, carrera cortesana y militar

La figura del diplomático, gobernador de los Países Bajos y del Milanesado, virrey de Nápoles y Portugal sigue suscitando controversias en nuestros días. Este abulense de Piedrahita —aunque entonces pertenecía al término de Salamanca— había nacido en 1507 en el seno de una familia noble y acomodada, siendo hijo de Beatriz de Pimentel, del linaje de los Benavente, y García Álvarez de Toledo, primogénito de Fadrique Álvarez de Toledo. Desde el palacio ducal de Alba de Tormes, donde vive la familia, su padre es llamado a los servicios que solicita Fernando el Católico para emprender campañas en el norte de África y luchar en Bugía, antes de dirigirse a Djerba, donde será derrotado y morirá al frente de sus tropas. Con solo 3 años se queda huérfano de padre y al cuidado de su abuelo Fadrique, II duque de Alba, quien lo protegerá y cuidará.

Con escasos datos sobre su niñez y adolescencia, sabemos que el Boscán y Garcilaso de la Vega, le ayudaron a convertirse en un apuesto cortesano, con una temprana inclinación a las armas y la estrategia militar. Sin haber cumplido si quiera los 18 años toma parte de la defensa de la plaza de Fuenterrabía, que en 1524 es sitiada por Francisco I de Francia. El emperador gratificará este apoyo nombrándole, a pesar de su juventud, corregidor de la plaza que había sido sitiada.

Con la muerte de Fadrique Álvarez de Toledo, su abuelo, en 1531 se convierte en el III duque de Alba. Estos primeros años de la década son complicados para la Monarquía Hispánica que lucha contra los turcos en la defensa de Viena, ciudad imperial, amenazada por Solimán el Magnífico y cuyo cerco podrá ser levantado. El emperador había llamado a su lado al Gran duque para esta importante empresa y será el inicio de una larga y fructífera colaboración con Carlos V, después continuada con Felipe II en otras campañas militares. En 1534 y 1535 colaboró para detener las embestidas de Barbarroja, que operaba desde Argel, sobre Túnez y La Goleta. Entre campaña y combate se solía retirar a su villa ducal de Alba de Tormes donde se reunía con su mujer, la duquesa María Enríquez, prima carnal con la que había casado en 1529, y con sus hijos. Llamado nuevamente al lado del emperador, entra en Roma en 1536, después cruza los Alpes y se dirige a la Provenza —con objeto de castigar al rey francés tomando Marsella— para luchar contra Francisco I, aliado de Barbarroja, en aquel tiempo.

A comienzos de la década de 1540 el emperador le encarga reunir los efectivos militares y preparar la empresa de Argel de 1541. A su vuelta y para detener la ofensiva francesa sobre la frontera catalana le encomienda la defensa de la plaza de Salces, siendo nombrado capitán general del ejército imperial y poco después consejero para los asuntos de guerra, dejando en sus manos la organización de la boda de Felipe II con su primera esposa, la portuguesa María Manuela, siendo los duques de Alba padrinos de los esponsales celebrados en Salamanca.

Los asuntos del Imperio estaban muy revueltos en aquellos años, por las luchas contra los príncipes protestantes, ahora reunidos en la Liga de Smalkalda. Los primeros conflictos en los que participó no fueron determinantes, pero en 1547 demostró dotes y un talento especial para la guerra, que culminaría en la victoria de Mühlberg sobre el ejército protestante alemán en 1548, de cuyo recuerdo dan cuenta los murales que mandó pintar en el torreón del palacio ducal de Alba de Tormes. Precisamente en ese año, el príncipe Felipe —acompañado del Gran Duque como mayordomo mayor— cobraba protagonismo y su padre le encomendó que, entre 1548 y 1551, realizase un viaje por tierras de Italia, Austria, Alemania y los Países Bajos hasta encontrarse con él.

En 1554 se prepara para acompañar al príncipe-rey en su viaje a Inglaterra para desposarse con María Tudor. Dos años más tarde, los asuntos de Italia parecen amenazados por la coalición entre la Francia de Enrique II y el papa Paulo IV, y es nuevamente el duque quien dirigirá las campañas de defensa de Milán y del reino de Nápoles como capitán general de todas las fuerzas a su disposición en Italia. El Gran Duque consiguió demostrar dotes diplomáticas al renunciar al asalto de Roma por la fuerza y emprender negociaciones diplomáticas para atraerse el favor de Paulo IV.

Esas dotes diplomáticas le ayudaron para formar parte de la delegación española que negoció las paces de Cateau-Cambrésis con Francia, en 1559, consolidando el dominio español sobre Italia durante todo el resto del siglo XVI. El conocimiento de la corte parisina por el duque durante aquellos meses y su dominio del francés hará que recaiga sobre él la tarea de acompañar a la joven reina Isabel de Valois y su séquito a las vistas de Bayona, en 1565, para encontrarse con su madre la reina Catalina de Médicis y con el nuevo rey de Francia, Carlos IX.

El duque de Alba y los sucesos de los Países Bajos

La carrera cortesana y militar del duque estaba muy consolidada a mediados de la década de 1560, cuando la situación política en los Países Bajos se hace insostenible. En el verano de 1566 la corte española recibía noticias alarmantes de la inestabilidad política y religiosa por la oleada iconoclasta de los rebeldes calvinistas. La profanación de templos y los serios desórdenes que se producían en esos días contra la autoridad de Felipe II y la iglesia católica llevaban al rey —tras superar ciertas disensiones en la corte— a ponerle al frente de los tercios viejos para pacificar la situación. El sector belicista de la corte entendía que la política mediadora de Margarita de Parma había fracasado y que solo con cierta mano dura podría aplicarse después un perdón general que sería concedido por el rey, una vez se pacificasen los Países Bajos. En la primavera de 1567 parte rumbo a Cartagena y de allí a Génova para seguir por tierra su viaje hasta Bruselas, donde hace su entrada el 22 de agosto, con plenos poderes.

La salida de Margarita de Parma a sus dominios de Italia y la puesta en marcha de la maquinaria represora del duque precipitan los acontecimientos. Se instaura el Tribunal de los Tumultos y comienza la severa persecución y represión sobre miles de inculpados rebeldes, entre ellos, algunos de los cabecillas acusados de complicidad con los rebeldes, como Egmont y Horn, que son ejecutados el 5 de junio de 1568. La principal figura de la nobleza flamenca, el príncipe de Orange, también se mantiene bajo control en estos primeros años. La fama del duque de Alba en la corte española en estos momentos llega a su punto más álgido y se conmemoran algunas estatuas en su nombre como la mandada erigir por él mismo en el patio de la ciudadela de Amberes el 19 de mayo de 1571, tras la victoria en la batalla de Genjum (21 de julio de 1568)16.

La estatua se levantó con la fundición de los cañones capturados a los rebeldes dirigidos por Luis de Nassau. El grabado anónimo —reproducido en la página siguiente— encabezado por el título: Oorspronck der Nederlantsche beroerten (Origen de los golpes de los holandeses) se centra en la figura de Alba, el hombre de hierro. El duque aparece en forma realista, con su larga barba, con armadura propia de su rango, espada ceñida, banda de capitán general, bastón de mando y el collar de la Orden del Toisón de Oro. A sus pies, dos hombres (parece un monstruo con dos cabezas) que se identificaban con la Sedición (hermanos Siameses), vestidos con armadura pobre y arcaica, sostienen hachas, antorchas y martillos rotos. Sobre el suelo, aparece una máscara, un lucero y una bolsa de dinero17.

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Grabado anónimo de la estatua del duque de Alba, 1571. Erigida en el patio de la ciudadela de Amberes.

La estatua medía 2,80 metros y se situaba sobre un zócalo de 2,20 metros —5 metros en total—, fue esculpida por Jacques Jonghelinck, inspirada en la de Leone Leoni en honor a Carlos V. En el plinto se lee: Iungelingi opux ex aere catptivo —obra hecha con el bronce capturado— y en la leyenda frontal, escrito también en latín:

Dedicado a Fernando Álvarez de Toledo,

duque de Alba, ministro fiel de Felipe II

óptimo rey de España, prefecto de los belgas,

que una vez extinguida la rebelión, gobernó con

justicia las cultas provincias y confirmó la paz.18

Dos escenas a ambos lados de la leyenda frontal de la estatua, según la visión del espectador, se centran en un viajero (pastor) con venados, bueyes, ovejas (texto griego: (ΑΛΕΞΙΚΑΚΟΣ ΗΩΣ, Alexikakos/Alexicacus nos). Abajo a la derecha, según la visión del espectador, un altar con fuego, con el lema: «A dios Nuestro Padre, Piedad»19.

La creación de una imagen.
De héroe del Renacimiento al «carnicero de Flandes»

La estatua fue transmitida por dos grabados de Philip Galles y fueron el modelo para numerosos grabados posteriores. La historiografía es consciente de que la aparición de la Apología de Guillermo de Orange, a fines de 1580, fue el punto de partida de numerosos libelos franceses, ingleses y alemanes. Como buen propagandista, Guillermo de Orange ayudó a moldear el mito de una nación elegida y en esencia protestante20, poniendo el acento en aspectos que sensibilizaban mucho a la opinión pública, tales como los abusos de la soldadesca, y los relacionó más con el mal gobierno de los ministros de Felipe II —casos como el duque de Alba o don Juan de Austria— y centrarse en las oscuras acusaciones a Felipe II por la muerte de su esposa e hijo. Además, se presenta a los españoles como ávidos de conquista y no elude algunas referencias a las matanzas de indios en América. Esta serie de panfletos tuvieron gran éxito propagandístico entre los escritos de corte antihispánico que circularon por los Países Bajos y la Inglaterra de las últimas décadas del siglo XVI y primeras del siglo XVII.

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Caricatura de la estatua del duque de Alba, realizada hacia 1571-1573. Grabador e impresor anónimos.

Esta primera caricatura de la estatua del duque de Alba —vista desde el patio interior de la ciudadela de Amberes— ofrece un componente alegórico de las acciones de Alba en los Países Bajos. En el centro y elevado sobre el pedestal —formando una trinidad con el tiempo y el diablo papal— el duque pisotea la Justicia, la Verdad, a un huérfano y a una viuda. A la izquierda, un grupo de geuzen (mendigos) —se entiende así a la confederación noble calvinista— recuperan sus corazones robados del pedestal de la estatua. A la derecha, se atestigua la personificación de Tiende Penning (alcabala) con Guillermo de Orange con sus tropas mientras en el fondo, aparece un paisaje con flotas y movimientos de tropas, que escenifica la guerra21.

La segunda caricatura es el grabado que se presenta a continuación en el que la figura de Alba se yergue en una parte de la ciudadela, bien artillada, sobre el apacible paisaje exterior. El militar autocomplaciente pisotea a los esclavizados hombres de los Países Bajos. La expresión latina del pie de la imagen hace hincapié en que la fama del exultante duque, en vano esperará los elogios del pueblo y la gloria se esfumará en el aire como la misma estatua22.

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Caricatura de la estatua del duque de Alba, realizada hacia 1613-1615. Grabado de Simón Frisius.
Rijksmuseum, Ámsterdam.

Este grabado aparece durante la Tregua de los Doce Años y ya hace más de cuatro décadas que ha sido retirada la estatua. Alba —que lleva ya muerto más de 30 años— se ha convertido en el enemigo más popular y no debe extrañarnos cómo los insurgentes se arman con la propaganda denigratoria de todo lo español.

Como ha recalcado magistralmente Yolanda Rodríguez, los neerlandeses, en su necesidad de legitimar internacionalmente su revuelta y al mismo tiempo convencer a amplios sectores de sus propios compatriotas, desplegaron un incomparable arsenal de recursos visuales y textuales —entre los que se encontraban las sátiras, los libelos y pasquines, los poemas épicos o incluso el teatro barroco—, convirtiendo a los españoles en foco de sus aceradas críticas, y al duque de Alba, al igual que a Felipe II, en unos enemigos despiadados y amenazadores23. Era la propaganda del miedo o del terror que tanta trascendencia ha tenido en su proyección artística24.

En 1572 la situación en los Países Bajos se hizo insostenible. Alba había solicitado, tras cinco años en aquellas tierras, su relevo, pero Felipe II lo seguía manteniendo al frente de las tropas, con una gran carencia material de recursos y dinero. La imposición de un diezmo entre la población para subvenir los gastos militares ante la creciente influencia de los «mendigos del mar» y en medio de una coyuntura económica adversa —con malas cosechas, desempleo y una huelga general— condujeron a una mayor oposición a las propuestas del duque de Alba25. El eco popular en algunas ciudades, como en Gante, en plena crisis —como recoge Henry Kamen— se plasmó en la aparición por la ciudad de ejemplares del Padrenuestro de Gante dirigidos contra Alba. Comenzaba así:

Diablo nuestro que estás en Bruselas,

maldito sea tu nombre,

así en el cielo como en el infierno…

Y concluía con un ruego:

Que este diablo se marche muy pronto

y con él su Tribunal, falso y sanguinario,

que a diario precisa el asesinato y la rapiña;

y a los perros rabiosos venidos de España

devuélvelos al Demonio, su padre. Amén26.

Los grabados, panfletos y libelos aparecidos en estos años contra el duque de Alba se multiplicaron. En un tiempo en el que el analfabetismo era tan elevado el cultivo de la imagen y el mensaje transmitido pronto fue muy bien difundido. Los neerlandeses podían responsabilizar en la figura de Alba a la Monarquía Hispánica y a Felipe II, el rey que los había ninguneado sin asistir personalmente a resolver sus problemas. La solución militar había sido la más rápida pero era también la que iba a concitar mayor resistencia.

Los disturbios en Malinas, Nimega, Naarden y especialmente Zutphen, aplacados con severa dureza y represión, corrieron como la pólvora por las provincias rebeldes y en Haarlem se dio una vuelta de tuerca más. Con más de 30.000 soldados del ejército de Fadrique Álvarez de Toledo, segundo hijo de Alba, rodeando la ciudad, Alba tenía la impresión de que resultaba necesario dar otra lección ejemplar: «Dolerme ya en el alma y en la vida que aquella villa se entrase por la fuerza, pero son cosas que no están en manos de los hombres. Habiéndose de conquistar las villas que no se reducen es fuerza venir al rigor»27.

Seguimos a Melquiades Prieto en la descripción de otro grabado calcográfico anónimo neerlandés que se difundió hacia 1572. El duque de Alba se sienta en el trono y se come un niño (ogro zampaniños) y en la otra mano sostiene una bolsa de dinero. Junto a él, un monstruo con cabezas de tres cardenales, Granvela, Guisa y Lorena. En el aire, aparece un demonio que sopla —insufla malas ideas— con un fuelle en la oreja del duque. En el suelo, Alba pisotea los cuerpos decapitados de Egmont y Horn28. La leyenda, traducción de Ingrid Schulze, indica lo siguiente:

Agarra con fuerza la riqueza

del país y ha condenado a muchas

personas inocentes a la horca y al fuego.

Ha tomado, también, la vida de Egmont y Horne

y oprimido a toda la aristocracia,

de eso se quejan burgueses y campesinos29.

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Alba mata a los inocentes holandeses. Grabado calcográfico anónimo neerlandés realizado en 1572.

El siguiente grabado anónimo —que ya he utilizado en otras publicaciones pero tiene una enorme carga simbólica— corresponde a una de las estampas de la serie sobre el duque de Alba en los Países Bajos. Se evidencia el colapso de la economía neerlandesa representado por los comerciantes, vendedores ambulantes y mercaderes, que están desocupados, mientras los barcos se mantienen anclados en los puertos, esperando la oportunidad de hacerse a la mar. Mientras el duque de Alba se divierte bailando con la ramera de Babilonia —transfiguración simbólica de Roma— los Países Bajos languidecen y se empobrecen30.

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Alba con la ramera de Babilonia y la maltrecha economía del país, 1572.

La leyenda —una vez más traducida por Ingrid Schulze— indica lo siguiente:

Los barcos no pueden ser reparados y los marineros están indefensos.

El comerciante no puede vender su mercancía.

La ramera de Babilonia se divierte con el duque de Alba

El vendedor ambulante es condenado a la pobreza

no puede vender su mercancía

a causa de las ejecuciones, los impuestos y los robos de Alba.31

A comienzos de 1573, cuando Arias Montano32 regresó a Bruselas tras visitar España y Roma, la situación le pareció desoladora, indicando: «Todo está lleno de división, defección y contención». Para Arias Montano —seguimos a Henry Kamen— los métodos aplicados por el duque solo podían conducir a la derrota por lo que informó al rey que lo único que funcionaria en aquellos momentos sería la clemencia: «Se ganará diez doblado más por esta vía que por fuerza o miedo»33.

Los métodos de Alba ya no daban resultado y elevaban la perdida de hombres en ambos bandos. La toma de Haarlem sirva el ejemplo, pudo costar a los sitiadores —las tropas de Fadrique— unos 10.000 hombres, a lo que se añadía una pesada financiación para su mantenimiento —más de 600.000 ducados mensuales— una cantidad extraordinaria que cargaba sobre la exhausta hacienda española34. El relevo de Alba, su equipo y sus políticas, estaba al caer. A finales de otoño de 1573 Luis de Requesens, nuevo gobernador de los Países Bajos, tomó el Camino Español con dos compañías de soldados italianos, entró en Bruselas a mediados de noviembre y el día 29 relevó oficialmente al duque de Alba, quien seguía convencido que el único camino para la pacificación de las provincias rebeldes debía llegar solo con la victoria militar35.

Con el duque ya en España se siguieron cometiendo distintos desmanes por parte de la soldadesca, como el del famoso saqueo de Amberes en 1576, que incluso Francisco López Zorrilla llevó al teatro (El saco de Amberes) —comedia falsamente atribuida a Calderón— y que tuvo enormes repercusiones en la Europa del momento gracias a la propaganda rebelde. Los panfletos y grabados difundidos tras la masacre convirtieron la actuación de las tropas españolas en un hecho denigrante y de gran crueldad frente a los ciudadanos de Amberes —ver la imagen de la página siguiente—, con ilustraciones que entraron en un tono exagerado ante una herramienta militar —el saqueo de una ciudad— que era un arma comúnmente utilizada por ambos bandos durante la guerra de los Países Bajos.

La propaganda antiespañola también contó con la munición proporcionada por Bartolomé de las Casas, Theodor de Bry y Girolamo Benzoni. Su Breve relación de la destrucción de las Indias (1552), fue traducida al neerlandés en 1578 y al año siguiente al francés en Amberes36. Y pronto un editor holandés, Theodor de Bry, se lanzó a la edición de una serie de obras ilustradas de las Américas, una pseudohistoria, que terminó convirtiéndose en uno de los fabricantes iniciales más prolíficos de la leyenda negra al ofrecer una narrativa, a través de una serie de grabados, a la que la sociedad de la época parece estar muy acostumbrada: las sangrientas luchas entre católicos y protestantes37. Uno de los colaboradores afines a De Bry, Girolamo Benzoni, viajó a las posesiones españolas en el Nuevo Mundo en 1541 y publicó su Historia del Nuevo Mundo, en tres libros, narrando la conquista de México y de Perú, con un estilo personal en el que desde el principio se palpa el odio del autor a los españoles, al parecer por las dificultades que le habían puesto para comerciar con las Indias. Se realizaron distintas adaptaciones de la Brevísima que, bajo la forma de Espejos, reflejaban la incomparable violencia hispánica en los Países Bajos38.

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Horrores en Oudewater, 1575, de la serie Tiranía de España. Rijskmuseum, Ámsterdam.

Además de las sátiras y los panfletos el teatro también ayudó a forjar una narrativa nacional. Un ejemplo particularmente ilustrativo —parafraseando a Yolanda Rodríguez— por su clara carga ideológica y lo elaborado de su composición es la compilación de seis obras teatrales de Jacob Duym, de 1606, con el título El libro de la memoria39. Duym, que era un exiliado, fue hecho prisionero por los españoles, e instaba en sus obras a los ciudadanos de los Países Bajos a no olvidar el sufrimiento pasado y a recordar la crueldad y falta de fiabilidad de los españoles40.

En un conflicto de trasunto religioso fue habitual recurrir a comparaciones bíblicas que intentaban legitimar la lucha neerlandesa y pretendían rebatir las argumentaciones hispánicas. La lucha entre las provincias rebeldes y España se representó a través del enfrentamiento entre David y Goliat41, en el que el papel del victorioso David se veía obviamente reservado para ellos mismos, para hacer más grande su victoria frente al derrotado coloso hispánico. Por ello, la rebelión de los Países Bajos encontró el eco requerido en la propaganda isabelina fundándose en los motivos de hostilidad y rivalidad política, económica y religiosa que existían entre ambas naciones.

Conclusiones

El duque de Alba —seguimos a W. S. Maltby— «fue indiscutiblemente el más grande soldado de su generación, reconocido como tal por los que incluso le detestaban. Puede que sus ideas sobre la guerra no fueran románticas ni atractivas, pero estaban firmemente arraigadas en la realidad de su época y lograban resultados… De inteligencia práctica y personalidad saturnina, no tenía pretensiones ni hacía elevadas manifestaciones teóricas… Su estilo como comandante era extraordinariamente sencillo. Nada le importaba la gloria, en su sentido corriente, pero sí mucho el bienestar de sus tropas»42.

El envío de Alba, el «padre de los soldados», a los Países Bajos se realizó en un momento muy complejo y cuando las expectativas de mantener la autoridad real y la ortodoxia religiosa por otros medios prácticamente habían desaparecido. La solución militar pareció la más eficaz, aunque también se convirtió en la que prolongó durante mayor tiempo el conflicto en unos territorios que tenían un indudable valor económico, estratégico y militar a mediados del siglo XVI. El dominio de los Países Bajos no solo aseguraba la presencia española en el mar del Norte con su proximidad a Inglaterra y al comercio del Báltico sino que evitaba la creación de un fuerte poder septentrional que pusiera en riesgo las posesiones españolas. Además, desde aquellas tierras se podía ejercer una adecuada influencia en los asuntos del imperio y amenazar, cuando fuera necesario, el norte de Francia, interviniendo en los asuntos políticos de dicho país.

La presencia militar española en los Países Bajos determinaría el nacimiento de una auténtica guerra de opinión o guerra de papel como también se la denominó en el marco de la obsesión publicista que acompañó el periodo del Barroco. La larga lucha en los Países Bajos se convirtió, al mismo tiempo, en una guerra militar e ideológica, que alimentó la difusión de una panfletaria publicista-libelista, con un sentido propagandista donde estaban presentes la distorsión, la exageración y la manipulación. Todos estos aspectos servirán para denostar la imagen del duque de Alba en una guerra de propaganda, del miedo o del terror, que claramente ganaron los neerlandeses. En sus obras, no solo atacan las figuras de Felipe II y el duque de Alba, sino que lanzan mordaces ataques contra el fanatismo y la crueldad de la Inquisición; y, además, denuncian las atrocidades cometidas por los españoles en el gobierno tiránico de los Países Bajos y en la cruenta conquista de América.

Las circunstancias políticas en las que se vio envuelta la rebelión finalmente no facilitaron la presencia de Felipe II en Bruselas y su previsto perdón general, lo que según entiende mayoritariamente la historiografía hubiera estabilizado mucho las cosas, por lo que el duque de Alba tuvo que prolongar su estancia en tierras flamencas hasta 1573 en que fue relevado del mando de las tropas y retornó a su refugio en Alba de Tormes. El duque había demostrado lealtad al rey, eficacia en la guerra y desconfianza en los asuntos políticos.

Notas

1 Este trabajo se incluye dentro de las líneas de investigación del Grupo de Estudios Modernistas (GEM) de la Universidad de Castilla-La Mancha y del Proyecto Regional “La nobleza castellana en la conservación del Imperio español durante el siglo XVII”, financiado por la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha (SBPLY/19/180501/000095), del que soy IP.

2 La obra de fray Celso es amplia tanto en su aspecto pedagógico como en el de divulgador de temas históricos. La cita en GARCÍA, Celso: El duque de Alba. Vida y empresas gloriosas de don Fernando Álvarez de Toledo. Barcelona, 1941. p. 169.

3 MALTBY, William S.: El Gran Duque de Alba, Girona: Atalanta, 2007. p. 477.

4 BERRUETA, Mariano D: La España Imperial. El Gran Duque de Alba (don Fernando Álvarez de Toledo). Madrid, Biblioteca Nueva, 1944. pp. 85-88.

5 CERVANTES, Miguel de: Don Quijote de La Mancha, Cap. XXXIX. «Donde el cautivo cuenta su vida y sucesos». Primera parte. Edición del IV Centenario. Real Academia Española. Asociación de Academias de la Lengua Española. Madrid, 2004. pp. 399-407. La cita entre las pp. 401-402.

6 Véase el clásico estudio de SWART, K.W.: «The Black Legend during the Eighty Years War», en J.S. Bromley y E. H. Kossmann (eds.): Britain and the Netherlands, vol. V., La Haya: Some Political Mythologies, 1975, pp. 36-57.

7 Me refiero a estas cuestiones en: SANZ CAMAÑES, Porfirio: Los ecos de la Armada. España, Inglaterra y la estabilidad del Norte (1585-1669), Madrid: Editorial Sílex, 2012.

8 Para no ser exhaustivos recemos solo una pequeña muestra que recoge a su vez un gran número de obras. RODRÍGUEZ PÉREZ, Yolanda, SÁNCHEZ JIMÉNEZ, Antonio, DEN BOER, Harm (eds.): España ante sus críticos…, op.cit.; NÚÑEZ SEIXAS, Xosé. M.; SEVILLANO CALERO, Francisco (eds.): Los enemigos de España. Imagen del otro, conflictos bélicos y disputas nacionales (siglos XVI-XX), Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2010.

9 LÓPEZ MORERA, Santiago: «Non placet Hispania. Los orígenes de la Leyenda Negra», en Yolanda Rodríguez Pérez, Antonio Sánchez Jiménez, Harm den Boer (eds.): España ante sus críticos: Las claves de la Leyenda Negra, Madrid: Frankfurt, Iberoamericana Vervuert, 2015, pp. 67-90. Un amplio repaso a estas cuestiones en: VILLANUEVA, Jesús: La Leyenda Negra. Una polémica nacionalista en la España del siglo XX, Madrid: La Catarata, 2011.

10 Además de las clásicas obras de Pieter Geyl, se pueden citar los estudios, en versión original, de: PARKER, Geoffrey: The Dutch revolt, Londres: Penguin books, 1977; ISRAEL, Jonathan, The Dutch Republic. Its Rise, Greatness, and Fall 1477-1806, Oxford: Clarendon Press, 1998; y KOENIGSBERGUER, Helmut G: Monarchies, States Generals and Parliaments. The Netherlands in the fifteenth and sixteenth centuries, Cambridge: Cambridge U.P., 2007.

11 Debo destacar aquí los trabajos de RODRÍGUEZ PÉREZ, Yolanda: «El tirano de Holanda: Guillermo de Orange en el discurso español del Siglo de Oro sobre las Guerras de Flandes», Arte Nuevo: Revista de Estudios Áureos, n. 2 (2015), pp. 106-123; «Un leopardo no puede cambiar sus manchas. La leyenda negra en los Países Bajos», en M. J. Villaverde Rico; F. Castilla Urbano (coords.): La sombra de la Leyenda Negra, Madrid: Tecnos, 2016, pp. 140-172; «Excepcionalidad y resistencia antihispánica en los Países Bajos: estrategias de legitimación de la revuelta en panfletos y literatura neerlandesa (1568-1609)», Estudis. Revista de Historia Moderna, 46 (2020), pp. 9-34; y como (ed.), Literary hispanophobia and hispanophilia in Britain and the Low Countries, 1550-1850, Ámsterdam: Amsterdam U. Press, 2021.

12 Una revuelta que ya ha sido muy bien contextualizada en el libro de ECHEVARRIA BACIGALUPE, Miguel Ángel: Flandes y la Monarquía Hispánica, 1500-1713, Madrid: Sílex, 1998.

13 RODRÍGUEZ PÉREZ, Yolanda: The Dutch Revolt through Spanish Eyes: Self and Other in historical and literary texts of Golden Age Spain (c. 1548–1673), Oxford: Peter Lang, 2008. Para la ostentación y destrucción de imágenes sagradas puede seguirse: MARNEF, Guido: «The Dynamics of Reformed Religious Militancy: The Netherlands, 1566–1585», en: BENEDICT, Philip et al. (eds.), Reformation, Revolt and Civil War in France and the Netherlands 1555–1585. Ámsterdam, 1999. pp. 51-68.

14 El grabado se encuentra en: PRIETO, Melquíades, La guerra de papel. Origen iconográfico de la Leyenda Negra. Madrid, 2020. p. 181. El texto en versión original indica lo siguiente: Nach wenigh Predication / Die Calvinische Religion / Das bildenssturmen fiengen an / Das nicht ein bildt davon bleib stan / Kap Monstrantz, Kilch, auch die altar / und wess sonst dort vor handen war / Zerbrochen all in kurtzer stundt / Gleich gar vil leuten das ist kundt.

15 MARTÍNEZ RUIZ, Enrique: Felipe II…, op. cit., p. 518; y ECHEVARRIA BACIGALUPE, Miguel Ángel: Flandes y la Monarquía Hispánica…, op. cit.

16 Erigir la estatua recibió críticas desde España y en los mismos Países Bajos. Desde la corte española al entender que Alba se atribuía méritos propios del rey. Al parecer Luis de Requesens la retiró con discreción y usó el material de bronce para hacer cañones. Véase, PRIETO, Melquíades, La guerra de papel. Origen iconográfico de la Leyenda Negra. Madrid, 2020. p. 351.

17 PRIETO, Melquíades, La guerra de papel…, p. 351.

18 Ibídem, p. 351.

19 Ibídem, p. 351.

20 RODRIGUEZ PÉREZ, Yolanda: «Excepcionalidad y resistencia antihispánica en los Países Bajos», op. cit., p. 20.

21 Las dimensiones de la hoja de papel son las siguientes: 348 mm x 480 mm. Véase, PRIETO, Melquíades, La guerra de papel…, p. 352.

22 PRIETO, Melquíades, La guerra de papel…, p. 353.

23 RODRÍGUEZ PÉREZ, Yolanda: «Excepcionalidad y resistencia antihispánica en los Países Bajos…», op. cit., pp. 10 y 14.

24 Para una discusión general entre calvinismo y arte, puede seguirse: HARDY, Daniel W: «Calvinism and the Visual Arts: A Theological Introduction», en: FINNEY, Paul Corby (ed.), Seeing beyond the Word: Visual Arts and the Calvinist Tradition. Grand Rapids, Cambridge 1999. pp. 1-16; EIRE, Carlos M.N.: «The Reformation Critique of the Image», en: SCRIBNER, Robert W (ed.), Bilder und Bildersturm im Spätmittelalter und in der frühen Neuzeit. Wiesbaden 1990. pp. 51-68; SCRIBNER, Robert W, «Volksfrömmigkeit und Formen visueller Wahrnehmung im Spätmittelalter und in der Reformationszeit», en: ROPER, Lyndal (ed.), Religion und Kultur in Deutschland 1400–1800. Göttingen, 2002. pp. 120-146; y DUKE, Philip C.: «Calvinists and Papist Idolatry: The Mentality of the Image-Breakers in 1566», en: POLLMANN, Judith y SPICER, Andrew (eds.), Dissident Identities in the Early Modern Low Countries. Farnham, 2009. pp. 179-197.

25 KAMEN, Henry: El Gran duque de Alba, soldado de la España imperial. Madrid, La Esfera de los Libros, 2005. pp. 217-218.

26 Ibídem, p. 218.

27 Ibídem, p. 233.

28 Las dimensiones de este grabado calcográfico son las siguientes: 185 mm x 135 mm. Véase, PRIETO, Melquíades, La guerra de papel… p. 355.

29 Ibídem, p. 355.

30 TANIS; HORST: Images of Discord…, op. cit., pp. 66-67.

31 Las dimensiones de la hoja de papel son las siguientes: 185 mm x 135 mm. PRIETO, Melquíades, La guerra de papel… p. 355.

32 Benito Arias Montano fue humanista, hebraísta, traductor, teólogo, filólogo, poeta latino y editor de la Biblia políglota de Amberes, un erudito en el Concilio de Trento, capellán de Felipe II y encargado de la biblioteca del monasterio de El Escorial.

33 KAMEN, Henry: El Gran duque de Albaop. cit., p. 243.

34 Ibídem, p. 245.

35 Ibídem, p. 252.

36 Ibidem, p. 24.

37 PRIETO, Melquiades, La guerra de papel…, p. 261.

38 RODRÍGUEZ PÉREZ, Yolanda: «Excepcionalidad y resistencia antihispánica en los Países Bajos…», op. cit., p. 25.

39 RODRÍGUEZ PÉREZ, Yolanda: «Excepcionalidad y resistencia antihispánica en los Países Bajos…», op. cit., p. 27.

40 Ibidem, p. 27.

41 Ibidem, p. 22.

42 MALTBY, William S.: El Gran Duque de Alba, p. 478.

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