CAPÍTULO II

Nuestro huesped sea usted

Tanto Gastón como su padre se veían espectaculares en lo que éste último llamaba sus mejores atuendos del domingo. Los otros sirvientes aún llevarían puestos sus uniformes, por supuesto: un atavío muy elegante considerando que eran los uniformes de los sirvientes de la casa real. El padre de Gastón sabía que no sería apropiado llevar sus ropas de trabajo a la cena, así que decidió arreglarse y ponerse su mejor traje, y le dijo a Gastón que hiciera lo mismo. Formaban un par muy apuesto, y entraron al salón del personal juntos, con sus cabellos oscuros, ojos azules y facciones fuertes. Gastón era como una versión miniatura de su padre, excepto por la gran cicatriz que atravesaba el rostro de Grosvenor. Pero aquella cicatriz no podía hacer nada para opacar su aspecto. Incluso, casi lo hacía más apuesto. A los ojos de Gastón, de verdad lo hacía parecer fuerte y valiente, y muy misterioso también, ya que su padre jamás hablaba sobre el origen de la cicatriz.

Cuando Gastón y su padre entraron al salón del personal, todos estaban por ocupar sus asientos en la larga mesa al centro de la habitación. La Sra. Potts notó la presencia del padre de Gastón de inmediato y lo abrazó con fuerza. Grosvenor se rio y le dio un apretón alegre. La Sra. Potts se veía diminuta en los brazos del hombre enorme, y todos podían ver el brillo de las lágrimas que se acumulaban en los ojos del ama de llaves, llena de alegría porque él hubiera aceptado su invitación.

—¡Me alegra tanto que hayas venido, Grosvenor! Ha pasado tanto tiempo desde que cenaste con nosotros. Casi no te veo últimamente, pero siempre me mantengo informada de cómo estás a través de Gastón, por supuesto —dijo sonriéndole al niño.

—Espero que no te moleste, Sra. Potts —dijo alborotando el cabello oscuro de Gastón.

—¿Bromeas, Grosvenor? ¡La Sra. Potts adora al chico! —dijo el Sr. Potts riendo mientras le daba una palmada en la espalda a su viejo amigo—. Verte aquí es como en los viejos tiempos —añadió y sacó una silla para que su amigo se sentara.

—Gastón, ¿por qué no vas a la cocina? —dijo la Sra. Potts—. Preparé una cesta para que te la lleves después de la cena. Ve y échales un vistazo a los bocadillos que el Chef Bouche y yo empacamos para ti y tu papá mientras los adultos conversamos.

El padre de Gastón miró cómo su hijo corría hacia la cocina emocionado. Esbozó una sonrisa al verlo tan feliz y que se sentía tan cómodo entre los demás sirvientes. Hubo una época en la que él se había sentido así también, y se sentía bien de estar con ellos una vez más. No estaba seguro de por qué había esperado tanto tiempo para estar entre ellos de nuevo, por qué se había ocultado en su propio mundo. Sabía muy bien cómo había comenzado. No soportaba estar en el

castillo ni ver sus rostros. Todo le recordaba a Rose, cuánto la extrañaba, y odiaba ver su dolor reflejado en sus expresiones de duelo. Pero ya habían pasado casi ocho años, ¿no era tiempo suficiente? Si no por su propio bien, entonces por el de Gastón. Era hora de regresar con sus amigos.

—Eres muy dulce, Sra. Potts. Sólo espero que Gastón no comience a hacerse ideas.

—Gastón siempre está lleno de ideas, Grosvenor. ¿Acaso no son brillantes por lo general? —preguntó un poco perpleja.

—No, no me refería a eso, Sra. Potts. Me refería a ideas por encima de su posición. Pasa todo el tiempo con el Príncipe, y ahora una cena con el personal interno... Es que no lo sé.

—¡Tonterías y disparates! Eres el cazador del rey, organizas las cacerías reales, eres quien dirige al personal exterior y eso vale algo. No hay ninguna razón por la que no habrías de poder comer con nosotros —dijo la Sra. Potts.

—Eres el Dindón del personal exterior, Grosvenor. Eres un empleado de alto rango —añadió el Sr. Potts y después se estremeció cuando pareció arrepentirse de compararlo con Dindón—. Bueno, ya sabes a lo que me refiero.

—De cualquier forma, a Dindón no le gustará —dijo Grosvenor.

—No importa qué le guste. Ya conoces a Dindón, jamás se pondrá al corriente con los tiempos actuales —dijo la Sra. Potts.

—Hablando del tiempo, ¿no es hora de servir la cena? —preguntó Dindón desde la entrada del salón del personal donde había estado parado en silencio escuchando su conversación sin que ellos se percataran. Al unísono, todos a la mesa se pusieron de pie en atención, como era costumbre cada vez que el hombre entraba a la habitación.

—Buenas noches, Dindón —dijo Grosvenor, esperando junto con el resto del personal a que el mayordomo se sentara para regresar a su asiento. Todos se veían nerviosos, esperando a ver si Dindón había escuchado a la Sra. Potts y su reacción. Pero simplemente se sentó en silenciosa desaprobación. Era verdad que Grosvenor tenía todo el derecho de estar presente, aun si no se acostumbraba que el personal externo cenara con el personal interno. Había tenido razón de ir cuando Rose estaba viva, ya que ella era miembro del personal de alto rango. En ese entonces, no había nada que Dindón pudiera hacer al respecto, y mucho menos ahora que la Sra. Potts le había extendido una invitación oficial. De acuerdo con ella y la mayoría del resto del personal, Grosvenor era parte de la familia, y a todos les alegraba tenerlo de vuelta.

—Sí, bueno, ahora que Dindón llegó, podemos comenzar la cena. Lumiere, ¿harías los honores? —preguntó la Sra. Potts.

Lumiere captó la señal de la Sra. Potts y se dirigió a la cocina. Unos momentos más tarde, una legión de sirvientas vestidas con uniformes elegantes blancos con negro entró al salón del personal con enormes platos llenos de comida magnífica y deliciosa. El Chef Bouche, bajo las instrucciones de la Sra. Potts, había preparado una cena espléndida para los sirvientes esa noche, y Lumiere, como si estuviera en la planta de arriba presentándole la cena a la familia real, anunció todos los platillos mientras salían de la cocina. El aroma del festín llenó el lugar desde el momento en que las sirvientas colocaron los platos sobre la mesa. Usualmente no había tanta algarabía cuando se servía la cena para el personal, pero todos estaban tan contentos de que Gastón y su padre los acompañaran esa noche que habían decidido entre ellos hacer de ésta una ocasión especial.

Al centro de la mesa, colocaron una gran olla sopera llena de boeuf bourguignon, y al lado había un encantador pâté en croûte de pato; un confit de pollo de aspecto milagroso; un enorme tazón de papas con puerco sazonado, cebollas, setas y queso; había un enorme y colorido ratatouille; pan recién horneado; hojaldre con queso salado; y, por supuesto, montañas de mousse de chocolate con espesa crema batida de postre.

Gastón y su padre estaban sentados cerca del señor y la señora Potts, al otro extremo de la mesa de donde estaba Dindón. Excepto por el mayordomo malhumorado, todos formaban un grupo alegre, compuesto de los miembros del personal de alto rango: Lumiere, el maître del castillo; Plumette, la jefa de las sirvientas; y el Chef Bouche.

—¡Es maravilloso tenerte aquí, Monsieur Grosvenor! Ha pasado mucho tiempo desde que nos deleitaste con tu encantadora compañía. Por supuesto que escuchamos sobre tus aventuras por parte del joven Gastón. Qué agradable ver que estás tan bien y entre nosotros esta noche, ¿no es cierto, Dindón? —dijo Lumiere, como siempre encantado de fastidiar al mayordomo.

—Pues a mí me parece magnífico —dijo Plumette mientras colocaba su mano sobre la de Lumiere—. Ha pasado tanto tiempo desde que cenaste con nosotros. Por supuesto, entendemos muy bien por qué mantuviste tu distancia…

—No hay necesidad de mencionar eso —dijo Dindón, carraspeando y tirando de sus solapas con tremendas sacudidas.

Lumiere miró a Dindón de soslayo, después se puso de pie y aplaudió tres veces de forma teatral para convocar a los sirvientes que estaban atentos a un costado.

—Y ahora, para el toque final de nuestro exquisito banquete, que con tanta destreza el Chef Bouche nos ha preparado, escogí algo especial. ¡Oh, es tan espléndido! ¡Una bebida simplemente divina para celebrar el regreso de Monsieur Grosvenor! ¡Puedo asegurar sin ninguna duda que todos la disfrutaremos inmensamente! —exclamó Lumiere mientras los sirvientes entraban al salón del personal con encantadoras copas efervescentes sobre bandejas de plata.

—Ahora, como ya no vamos a molestarlos a ustedes ni a las sirvientas, por favor siéntense para cenar —dijo la Sra. Potts, relevando de sus actividades a los sirvientes para que pudieran acompañar a las sirvientas y al resto del personal a la mesa.

—¡Es una delicia! —dijo la Sra. Potts mientras bebía de su copa y la examinaba—. Todo esto se ve adorable, Lumiere, gracias.

—Sí, Lumiere, gracias —dijo el Chef Bouche.

—¿Deberíamos brindar? ¿Te importa si hago los honores, Dindón? —preguntó el Sr. Potts colocando su brazo sobre Grosvenor.

—Como gustes. —La expresión de Dindón parecía como si percibiera un olor desagradable en el aire.

—¿Qué pasa, Dindón? ¿El aroma de la cena ofende tus sentidos de alguna forma? —le preguntó el Chef Bouche, agitado. Todos los presentes se sorprendieron porque había sido tan directo—. ¿Acaso cometí algún error con la ejecución de la cena de esta noche? ¿Acaso no cumple con tu rigurosa aprobación?

El Chef Bouche, que era conocido por su mal genio, se había levantado de su asiento con la cara roja y con la boca fruncida bajo su gran bigote rubio. Usualmente no había muchas personas que pudieran intimidar a Dindón, pero era bien sabido que siempre hacía su mejor esfuerzo para mantener al Chef Bouche de buen humor, de lo contrario el chef explotaría con furia incontenible.

—Por supuesto que no, Chef Bouche. En todo caso, estoy ansioso por participar en tu divina obra maestra antes de que se convierta en un festín de medianoche —dijo Dindón. Esto pareció apaciguar al chef, para el alivio de todos, y en especial del mayordomo.

—Sr. Potts... por favor —dijo Dindón invitándolo a comenzar con su brindis.

Tchin, mon ami —dijo el Sr. Potts alzando su copa hacia Grosvenor—. Por nuestro querido amigo, que por fin ha regresado. Que ésta sea la primera de muchas noches.

—¡Tchin chin, Monsieur Grosvenor! —exclamó Lumiere levantando su copa con el resto a la mesa; todos con la mirada fija en el padre de Gastón.

—¡Y por Rose! —dijo la Sra. Potts—. A quien tanto quisimos y que jamás olvidaremos.

—¡Y por Gastón, mi querido hermano! —añadió una voz inesperada. Cuando todos voltearon, vieron que el Príncipe estaba de pie en la entrada; aún llevaba puesto el atuendo elegante que usó durante la cena con sus padres. De inmediato, todos a la mesa se pusieron de pie, siguiendo el ejemplo de Dindón, quien saltó de su asiento y permaneció con la espalda recta.

—¿Hay algo que podamos hacer por usted, nuestro Príncipe? ¿Por qué no tocó la campana? —Dindón se veía más incómodo que antes. Era una cosa que Gastón y su padre los acompañaran en la cena, ¿pero el Príncipe? No tenía precedentes. O al menos, así debería ser. Todos sabían que éste era el tipo de situaciones que Dindón jamás toleraría. Desde su perspectiva, era una caída en picada que sólo los llevaría al caos y a la desintegración del orden, la tradición y la decencia. Pero no había mucho que el hombre pudiera hacer al respecto si el Príncipe insistía, lo cual parecía muy probable.

—Esperaba que me dejaran acompañarlos para la cena —dijo el Príncipe con una sonrisa pícara dirigida a Gastón.

—¡Aquí! —dijo Gastón y acercó una silla para que el Príncipe pudiera sentarse a su lado. A todos los presentes les alegraba que el Príncipe los acompañara, excepto a Dindón. Él era un hombre al que le gustaban las reglas y el orden, y sentía que permitirle al Príncipe cenar con ellos era como destruir todas sus creencias, como si el suelo bajo sus pies se sacudiera de tal manera que lo hacía preguntarse cuánto resistiría antes de que todo simplemente se hundiera en el caos.

—¡Por supuesto que puedes acompañarnos, querido! Siéntate, siéntate. El Chef Bouche preparó más que suficiente —dijo la Sra. Potts, que claramente ignoraba el desasosiego de Dindón.

—Esto es muy irregular, alteza. ¿Está seguro de que el rey y la reina lo aprobarán? ¿No se preguntarán dónde está? —Dindón se retorció en su asiento y se reacomodó el chaleco, un hábito que lo traicionaba cuando se sentía nervioso.

—Se fueron a la cama poco después de la cena —dijo el Príncipe.

—¿Y no debió hacer lo mismo, joven amo? Sé que el Sr. Willowstick lo estará esperando en el salón de clases a primera hora de la mañana —dijo Dindón.

—Te equivocas, Dindón. Está fuera visitando a su hermano hasta la próxima semana. —El Príncipe sonrió con suficiencia: sabía que estaba ganando la batalla. El rostro de Dindón se tensó aún más, y el Príncipe parecía estarlo disfrutando.

—Lo siento, alteza, pero parece que decidió interrumpir su viaje. Llegó esta tarde —le informó Dindón, acomodando su chaleco de nuevo.

—Entonces, ¿dónde está? —El Príncipe buscó con la mirada por todo el lugar de forma exagerada—. ¿Por qué no vino a la cena del personal?

—Se retiró temprano, ya que su viaje de regreso fue muy largo, alteza. —Dindón se veía mucho más inquieto de lo normal. Todos contuvieron el aliento y se preguntaban cómo terminaría el asunto. Sabían bien que el Príncipe no era de la clase de aristócratas que se ocultaban detrás de la cortina de las convenciones. Cuando estaba enfadado, se los hacía saber, y todos habían sido receptores de su ira.

—¡No tendré lecciones mañana! ¿Me oyes? No es justo. ¡¿Por qué nadie me dijo que él había vuelto hasta ahora?! —El Príncipe no hizo ningún intento de esconder su furia. Era un alivio que el Sr. Willowstick no hubiera asistido a la cena, de lo contrario, el Príncipe hubiera dirigido su ira hacia él, y si los gritos que se escuchaban con frecuencia desde el salón de clases eran indicio de ello, el pobre Sr. Willowstick ya había sido víctima de la furia del Príncipe muchas veces.

—Vamos, Kingsley, está bien. Mañana tengo lecciones con papá, de todas formas. Vendré a buscarte cuando termine —dijo Gastón, sacando la silla para que su amigo se sentara. Después añadió—: Piensa en todas las historias que tendrás listas para mí cuando terminen tus lecciones. ¿Quieres apostar sobre cuántas veces te quedarás dormido mientras el Sr. Willowstick habla y habla? —Esto hizo reír al Príncipe y pareció ahuyentar su mal humor, para el alivio de todos, incluido el de Gastón. Pero eso era por lo general lo único que se requería: hacerlo reír, y Gastón era muy bueno para eso.

—¿Kingsley? ¿Qué es eso? ¿Por qué lo llamas así? —preguntó Dindón. Miró a Gastón y después al Príncipe con una expresión aturdida.

—No es nada, Dindón. Olvídalo. Entonces, ¿qué hay de cenar? —El Príncipe se sentó al lado de Gastón y le dirigió una sonrisa traviesa que hizo reír a su amigo.

A excepción de Dindón, a nadie parecía molestarle que el Príncipe los acompañara a cenar. De hecho, les complacía que Gastón tuviera un amigo de su edad a quien pudiera visitar mientras los adultos conversaban. Los hijos más pequeños del señor y la Sra. Potts ya se habían ido a la cama, y aunque Lumiere, Plumette, el señor y la señora Potts, e incluso el Chef Bouche en algunas ocasiones, disfrutaban de la compañía de Gastón, era una buena oportunidad para que todos ellos se pusieran al día con Grosvenor mientras los chicos se entretenían solos. Fue una noche divertida para todos, y cuando llegó a su fin, se intercambiaron abrazos y promesas de reunirse de nuevo antes de que Gastón y Grosvenor se adentraran en la noche para regresar a su cabaña.

En esta ocasión, charlaron mientras caminaban, maravillados por el brillante cielo estrellado en las alturas. Era una noche perfecta, o al menos así le parecía a Gastón.

—¿Cómo llamaste al Príncipe? ¿Kingsley, o algo así? —le preguntó su padre mientras pasaban junto a uno de los robles favoritos de Gastón camino a casa.

—Es sólo un apodo —contestó; se arrepentía de haber usado su nombre secreto en frente de todo el mundo. No había sido su intención cometer ese pequeño error, pero pudo ver que a su amigo no pareció importarle. Sin embargo, Gastón no tenía la intención de explicárselo a su padre ni a nadie más. No lo entenderían.

—Los escuché hablando durante la cena. ¿Escuché que el Príncipe dijo que lo venciste en el tiro con arco el otro día? —Gastón pensó que esto enorgullecería a su padre, pero en lugar de eso parecía preocupado.

—¿Por qué? ¿Cuál es el problema? ¡Sí le gané! Debiste verlo, papá. ¡Le di al blanco en todos los tiros! El Príncipe ni siquiera le atinaba la mayoría de las veces —dijo Gastón riendo.

—No tienes que ser siempre el mejor, Gastón —dijo su padre para su sorpresa.

—¡Pero tú eres el mejor, papá! ¡Eres el mejor en todo!

—No cuando estoy en presencia del rey. En ese caso, él es el mejor —dijo su padre, más serio de lo que Gastón jamás lo había visto.

—Quieres decir que dejas que el rey crea que él es el mejor —Gastón se burló—. Kingsley jamás se lo creería.

—Claro que lo hago, y deberías hacer lo mismo con el Príncipe.

—Pero el rey debe saberlo, papá. Debe saberlo. ¿No lo hace quedar como un tonto, fingir mientras todos saben que tú eres el mejor? Kingsley se molestaría si le hiciera eso —dijo Gastón y se detuvo para mirar a su padre a los ojos.

—Tal vez ahora se enoje contigo si siempre lo dejas ganar, pero dudo mucho que siga siendo el caso cuando sean mayores. Los reyes siempre quieren ser los mejores, y es nuestro trabajo asegurarnos de que crean que lo son. —Colocó su mano sobre el hombro de Gastón y le dirigió otra mirada severa.

—¡Suenas como el estirado de Dindón! —dijo Gastón, riendo.

—¡Que los cielos no lo quieran! —exclamó el padre de Gastón y su tono se suavizó mientras se reía también. Su padre pareció conforme con dejar pasar el tema y continuaron su camino.

El cielo era tan negro como la tinta y no había ninguna nube a la vista. La luna y las estrellas brillaban resplandecientes, como si les guiñaran los ojos mientras atravesaban el bosque camino a casa.

—¿El Príncipe tiene arranques de ira como ése con frecuencia? —su padre le preguntó casualmente al detenerse frente al pequeño cementerio donde la madre de Gastón estaba sepultada. Podía ver que su padre estaba preocupado, aunque fingiera no estarlo. Así era él: siempre tranquilo, nunca quería hacer alboroto por nada, aun si Gastón se daba cuenta de que claramente estaba molesto.

—¿Cómo cuál? —Gastón sabía a qué se refería su padre, pero no quería que supiera que su amigo perdía los estribos con facilidad. No quería que su padre se preocupara; ya estaba preocupado por su amistad con el Príncipe y no quería darle más razones para inquietarse. O peor, que le dijera que no deberían pasar tanto tiempo juntos.

—Parecía muy molesto cuando Dindón le dijo que el Sr. Willowstick había regresado antes de lo planeado de su viaje. —Su padre se agachó para recoger algunas flores silvestres que crecían en el borde de la pared de piedra que rodeaba el cementerio. Gastón siempre se había preguntado dónde recogía su padre las flores que llevaba a casa a menudo y que colocaba en su mesita de noche, pero debió adivinarlo.

—Ay, no te preocupes por eso, papá. Sólo estaba molesto porque teníamos planes para mañana, y eso lo hizo comportarse como, ya sabes, como un rey malcriado1 —dijo Gastón, riendo.

—Ah, entonces ésa es la razón detrás del apodo —dijo su padre mientras formaba un ramo con las flores y se ponía de pie—. ¿Y a él no le molesta cuando le haces saber que se está comportando así?

—¡No! Me hizo prometerle que no lo dejaría convertirse en uno de esos reyes horribles de los que se escuchan por ahí, cortando cabezas y esas cosas.

—Creo que estás pensando en la Reina de Corazones, pero entiendo a qué te refieres —dijo su padre riendo entre dientes.

—¿Quién es ella? No vive en los Muchos Reinos, ¿o sí?

—No, gobierna otro lugar llamado El País de las Maravillas, si es que las leyendas son ciertas. Podrías encontrar un par de historias sobre ella en alguno de tus libros —le explicó su padre; parecía perdido en sus pensamientos mientras observaba las flores silvestres que había recolectado.

—¿Qué pasa, papá? Te ves preocupado.

—Supongo que sí, hijo. Comienzo a preguntarme si es buena idea que tú y el Príncipe sean tan buenos amigos.

—Suenas como Dindón de nuevo.

—Más vale que dejes de decir eso, ¡o tendré que dejarme crecer un bigote puntiagudo y empezar a torcerlo! —dijo su padre riendo de nuevo.

—Papá, ¿crees que algún día me dirás cómo murió mamá? —preguntó Gastón con la mirada puesta en el sepulcro de su madre. Era el más grande en todo el cementerio, y el más bonito. La reina le ordenó a uno de los escultores más famosos y talentosos de todo el territorio tallar una estatua de Rose con mármol ligeramente rosado. Se erguía serena y grácil, como si le hiciera una seña a Gastón para que entrara. Al chico siempre le había parecido aterrador, como si su madre difunta estuviera intentando llevárselo al otro lado para estar con ella. Ahora que era mayor, se preguntaba si no había sido ése el propósito del escultor. No aterrorizar a Gastón, por supuesto, sino hacerla ver como que estaba en espera de su familia y amigos para que se unieran a ella cuando estuvieran listos para pasar al otro reino. No estaba seguro de si su teoría era correcta, y no tenía el valor de preguntarle a la reina o a su padre, así que continuó siendo un misterio.

—Ay, hijo. —Su padre se veía cansado de repente—. No es una historia para oídos tan jóvenes—. Se encaminó por la vereda de nuevo, haciéndole una seña a Gastón para que lo siguiera.

—Entonces, ¿tal vez cuando sea mayor? —preguntó Gastón mientras corría para alcanzar a su padre.

—Tal vez, hijo. Ya veremos.

Una vez que Gastón y su padre regresaron a su cabaña y se acurrucaron en sus camas, Gastón repasó los acontecimientos del día y de la noche en su mente. Probablemente había sido una de las mejores noches de toda su vida. Y esperaba que el futuro albergara muchas más noches como ésa.

Notas:

  1. 1 Kingly en el original: que se comporta como un rey. Gastón llama «Kingsley» al Príncipe debido al parecido de ambas palabras (nota de la traductora).