Eva Duarte

Evita era una migrante más en Buenos Aires. Era parte de un proceso histórico que no la tuvo como protagonista sino como víctima. Una entre millones que habían dejado su tierra empobrecida buscando un horizonte en la gran ciudad que iba diversificando su economía. Gobernaba el país, gracias a un escandaloso y persistente fraude electoral, la más rancia oligarquía ganadera, que se desentendía de los dramas sociales de la mayoría de la población y se dedicaba prolijamente a aprovechar los beneficios colaterales de la crisis: compraba por monedas campos que antes valían millones; monopolizaba los créditos que los bancos oficiales les negaban a los chacareros, peones y trabajadores; rebajaba los sueldos de sus asalariados y aumentaba notablemente sus márgenes de ganancia, predicando el sacrificio ajeno «para salir de la crisis» y practicando el despilfarro gracias a aquel sacrificio.

En un informe oficial, un funcionario del gobierno del general Agustín P. Justo, que usurpaba el poder fraudulentamente por estos años, el doctor Abel Ortiz, director del Departamento de Trabajo, decía sobre nuestra niñez del Norte argentino:

Los niños que no perecen en los primeros meses, empiezan en condiciones deficientes su desarrollo, el que se entorpece gravemente cuando la madre no puede alimentarlo, la que no recibe ninguna ayuda del Estado, por falta de medios. Cuando llega a la edad escolar, mal nutrido, pésimamente alimentado y con las taras hereditarias de sus antepasados, está ya debilitado. Nuestras escuelas rurales se concretan a la enseñanza de nociones que después no les servirán para nada, cuando tiene que abandonarlas al poco tiempo, no terminando aún su desarrollo físico. (38)

El mismo informe daba cuenta de las largas distancias que esos chicos debían recorrer para llegar a la escuela, la falta de útiles, el tener que hacerse «hombrecitos» antes de tiempo, colaborando en todo tipo de tareas para arrimar unos centavos a la olla familiar, y todo eso sin asistencia social alguna: «Si se enferma gravemente, el Estado no le proporciona una cama, pues no tiene un solo hospital en toda la provincia». (39)

El senador socialista Alfredo Palacios contaba en plena sesión parlamentaria que cuando viajó a Santiago del Estero se alarmó al ver la tristeza de los chicos del pueblo, signo evidente de desnutrición. Descaradamente, el ex diputado nacional Alcorta, fiel representante de la oligarquía norteña, le contestó: «Todos los niños de Santiago del Estero son así». Palacios le pidió al gobernador someter a prueba esa afirmación, cotejando con los hijos de los ministros y funcionarios:

Entré en la sala. Allí estaban los niños sanos, bien nutridos, y por eso, con los ojos llenos de luz, de buen color, con carnes firmes, moviéndose todos infatigablemente y haciendo un ruido ensordecedor. La comprobación estaba hecha. Aquí están las fotografías. Comparen los señores senadores: de un lado, los encantadores pequeñuelos privilegiados; del otro, la triste y dolorida carne del pobre. Pido se inserten también estas fotografías en el Diario de Sesiones. (40)

Ésta era la tremenda situación de la infancia argentina en aquellos tristes años treinta.

En la Buenos Aires de la década infame

Durante sus primeros meses en Buenos Aires, Eva vivía en una humilde pensión de la zona de Congreso. Sobrevivía, como millones de argentinos, aquella «década infame», originariamente calificada así por el periodista José Luis Torres (1901-1965), quien decía:

[…] infamaron esa década, con la más total y absoluta falta de escrúpulos políticos y morales. […] No importaban los preceptos constitucionales. Se tomaron las medidas necesarias para burlarlos, estableciendo la norma de investir con la representación popular precisamente a los ciudadanos a quienes el pueblo negaba su sufragio. Éstos con frecuencia eran elegidos entre los más venales servidores de las satrapías dominantes, y los sátrapas mismos se sentaban en las bancas parlamentarias para defender sus propios negocios, vigilando al mismo tiempo la lealtad de sus adictos. (41)

En aquel escenario, el trabajo de Eva y el de tantos otros era buscar trabajo.

Entre bambalinas

Como tantas chicas que buscaban convertirse en actrices, debía dedicar buena parte de su tiempo a conseguir contactos. Las emisoras de radio y las revistas que empezaban a especializarse en el «mundo del espectáculo», como Radiolandia y Sintonía, eran un sitio obligado de esa búsqueda. Tiempo después comenzó a construirse la versión falsa de que había venido a Buenos Aires con Agustín Magaldi. En todo caso, Magaldi, nacido en Casilda, Santa Fe, sabía lo difícil que era empezar una carrera en «la gran ciudad». Eduardo del Castillo, docente que, andando el tiempo, trabajaría como redactor en la Subsecretaría de Informaciones de la Presidencia de la Nación, aclaraba:

La actuación de Agustín Magaldi se limitó a conectar a Eva con una prima de la actriz Maruja Gil Quesada. Ella le suministró alojamiento en su departamento del cuarto piso de la calle Sarmiento 1635. Lo recuerdo muy bien porque en ese mismo edificio, en el sexto piso, vivía la que ahora es mi esposa. […] La chica era muy buena, modesta y pobre. Pasaba hambre, pero cuando ganaba un peso se lo gastaba comprando regalos para todos sus amigos. (42)

Soñando con actuar

Más allá de sus pocos contactos, Eva Duarte debía recorrer los cafés donde paraba la gente del ambiente y los teatros, en fin, el recorrido de los que deben pagar su derecho de piso. Se la podía ver en El Ateneo, en El Telégrafo o en la Confitería Ideal de la calle Suipacha, mirando a las celebridades y soñando con convertirse algún día en la atención de todas las miradas.

En esos tiempos, el tema excluyente en los cafés de Buenos Aires era «el debate de las carnes», iniciado hacía unos meses cuando el senador santafesino Lisandro de la Torre denunció por fraude y corrupción a dos ministros del gobierno del presidente Justo —Federico Pinedo, de Hacienda, y Luis Duhau, de Agricultura y Ganadería—, y por evasión impositiva y fraude al fisco a los frigoríficos Anglo, Swift y Armour. De la Torre probaba claramente el trato preferencial que recibían estas empresas, que prácticamente no pagaban impuestos y a las que nunca se inspeccionaba, mientras que los pequeños y medianos frigoríficos nacionales eran abrumados por continuas visitas de inspectores impositivos.

El debate era seguido con mucho interés por la gente, que agotaba los pases para presenciar las sesiones del Senado. La imagen del gobierno conservador estaba sufriendo un duro golpe. El alivio para los funcionarios vendría de Colombia, más precisamente de Medellín. Un cable informaba que el 24 de junio había fallecido en un accidente aéreo Carlos Gardel. La trágica noticia desplazó al escándalo de las carnes de las tapas de los diarios.

Pero las denuncias de Lisandro continuaron y fueron subiendo de tono hasta que el poder corrupto decidió acallarlo. Un ex comisario, matón del Partido Conservador y hombre muy cercano al ministro Duhau, Ramón Valdez Cora, el 23 de julio de 1935 entró armado al recinto del Senado y en plena sesión disparó contra De la Torre, asesinando a su amigo y compañero de bancada Enzo Bordabehere. Era una muestra más de la impunidad de aquel régimen corrupto y fraudulento que gobernaba al país al margen de las leyes y la voluntad popular. La noche del crimen, el presidente Justo, lejos de decretar duelo nacional, concurrió a una función de gala del Teatro Colón a escuchar al tenor italiano Beniamino Gigli.

Entretanto, Eva iniciaba su carrera artística, de manera muy modesta. No quería trabajar en otra cosa; quería ser actriz y su persistencia rindió frutos: pudo ingresar a la Compañía Argentina de Comedias, que encabezaba Eva Franco y dirigía Joaquín de Vedia.

Evita había soñado desde Los Toldos y Junín muchas veces con aquella noche, la de su debut en un teatro porteño. Fue el 28 de marzo de 1935 en el Teatro Comedia, de Carlos Pellegrini 248. La obra era La señora de Pérez, de Ernesto Marsili. Eva hacía el papel de una mucama y mereció el comentario de Edmundo «Pucho» Guibourg en el legendario diario Crítica, donde le dedicó esta línea: «muy correcta en su breve intervención Eva Duarte». (43) Más repercusión logró en el periódico local de Junín:

El público llenó la sala y se retiró satisfecho de la actuación de la primera actriz, así como de los que la secundaron: Martha Poli, Amelia Musto, Eva Duarte y Ángel Reyes que, en intervenciones breves, completan el cuadro de intérpretes. […]

Nosotros, por nuestra parte, contentos de ver los exquisitos valores artísticos que surgen de nuestro ambiente, auguramos a esta señorita el más florido triunfo, y esperamos que su elogiosa labor y sus excelentes dotes personales se vean prontamente coronadas del meritorio éxito al que se hace acreedora. (44)

Evita tuvo luego una participación en Cada hogar es un mundo, de Goicochea y Cordone. Trabajó con Eva Franco hasta enero de 1936, aunque no la convocaron para todas las obras que representó la compañía. Actuó en Madame Sans Gêne, de Victorien Sardou y Émile Moreau en el Teatro Cómico; encarnaba dos personajes menores, ganaba tres pesos por función y compartía cartel con Irma Córdoba, Eva Franco y Pascual Pelliciota, con puesta en escena de Pablo Suero. La obra refleja la vida en la corte de Napoleón según la mirada de una mujer que comenzó siendo lavandera en el París revolucionario de 1789, luego fue cantinera en la campaña napoleónica de Italia siguiendo a su amado capitán Lefèvre y llegó a ser mariscala de Francia, duquesa de Dantzig y casi reina de Westfalia. La historia sería llevada al cine en 1945 por Luis César Amadori con Niní Marshall en el rol protagónico.

Por esos días se la vinculó sentimentalmente con Suero, un periodista que había tenido el honor de entrevistar a Federico García Lorca durante su extensa visita a Buenos Aires en 1933. En esa nota, el maravilloso poeta le dijo:

Mientras haya desequilibrio económico, el mundo no piensa. Yo lo tengo visto. Van dos hombres por la orilla de un río. Uno es rico, otro es pobre. Uno lleva la barriga llena y el otro pone sucio el aire con sus bostezos. Y el rico le dice: «¡Oh, qué barca más linda se ve por el agua! Mire, mire usted, el lirio que florece en la orilla». Y el pobre reza: «Tengo hambre, no veo nada. Tengo hambre, mucha hambre». Natural, el día que el hambre desaparezca, va a producirse en el mundo la explosión espiritual más grande que jamás conoció la Humanidad. (45)

Buscando un lugar bajo el sol

Como muchas actrices y actores de su época, es posible que Evita fuese autodidacta, aunque hay quien sostiene que habría realizado cursos en el Consejo Nacional de Mujeres. Según Noemí Castiñeiras, el «dato de sus estudios, en un tiempo en que los actores y las actrices “se hacían sobre las tablas”, no ha podido ser verificado». (46) Esa autora señala que las hermanas de Eva, Blanca y Erminda, no recordaban su paso por esos cursos y el Consejo no conservó registros que puedan verificarlo. Varios compañeros aseguraban que la joven Eva recitaba en los camarines, un poco para adquirir práctica, otro poco para demostrar que podía hacerlo.

Evas

Evita no participó de una gira de la compañía de Eva Franco por el interior. Hay que recordar que la situación laboral de los actores era muy precaria. Si bien su agremiación había comenzado en 1919 y al año siguiente habían obtenido una serie de conquistas, como el día de descanso los lunes y un salario mínimo, (47) a caballo de la crisis de los años treinta habían perdido las condiciones de contratación que daban cierta estabilidad, sobre todo a quienes no eran figuras reconocidas. Edmundo Guibourg denunciaba:

[…] desde hace mucho tiempo los contratos no existen, han sido suprimidos parcialmente en el uso. […] Si se trata de elementos que en cualquier instante pueden ser substituidos por otros, se les compromete sólo de palabra, negándoles de antemano todo vínculo contractual. De esa manera, a poco que el negocio no acuse la prosperidad esperada, está permitido dejar sin trabajo a la gente, sin obligaciones ulteriores […]. Los de abajo se hallan expuestos a todas las arbitrariedades. Por desgracia, el espíritu gremial no está bastante solidificado como para defenderlos. (48)

A su regreso del interior, los directores de la compañía decidieron poner nuevamente en escena Madame Sans Gêne. Como la obra requería un elenco numeroso, Eva Duarte fue convocada nuevamente. El reestreno, el 26 de noviembre de 1935, fue muy exitoso, tanto por la cantidad de público como por la presencia en él de figuras «relevantes», como la primera actriz Lola Membrives, toda una leyenda en su país y en el mundo de habla hispana.

Se produjo por entonces un hecho anecdótico que, como muchos otros en la vida de Evita, daría lugar a uno de los tantos mitos sobre su figura. Según contaba Eva Franco, cabeza de la compañía y actriz ya muy reconocida entonces:

Una noche ocurrió algo muy gracioso que la prensa después exageró. Al teatro llegaron varios canastos que decían «Para Evita, con cariño», «Éxitos Evita» y cosas parecidas. Todos los canastos fueron colocados en el pasillo de abajo, frente a mi camarín, ya que adentro no cabían más. Hicimos la función y después me detuve a ver quiénes me enviaban las flores. A la mayoría no los conocía. En síntesis, eran para Eva Duarte y no para mí, confusión que provocó las bromas de todos los compañeros, que la apabullaron con chanzas de todo tipo. El incidente trascendió a la prensa y se dijo que yo me enojé y que quise despedirla de la compañía. No fue cierto pero debo confesar que no salía de mi asombro al ver cómo una jovencita recién iniciada en el teatro tenía ya tantos admiradores. (49)

El mito, sin embargo, perduraría. La propia Eva Franco tendría que volver a desmentirlo, cuando muchos años después un participante en el más famoso programa televisivo de preguntas y respuestas repitiese esa versión:

Alguien dijo en el programa «Odol pregunta» que había un problema de celos entre Eva y yo. Pero no fue así. El día del estreno llegaron flores a nombre de Eva y las llevaron a mi camarín. Cuando terminó la función abrí las tarjetas y vi que no eran para Eva Franco sino para Eva Duarte. Entonces se las pasé a ella. Pero para nada fue un trámite enojoso. Una confusión, una cosa graciosa y nada más. (50)

A su modo, Eva Franco contribuye a una visión mítica de Evita en sus memorias, anticipándose a una imagen que tardaría una década en existir, al hablar del reestreno de Madame Sans Gêne nos cuenta:

En esa obra, Eva tuvo un papel más o menos importante. Hizo de una de las hermanas de Napoleón y usó ese traje que después le sentó tan bien. Un traje de persona importante, de persona que tenía poder, un mando, una influencia muy grande sobre el pueblo. (51)

Mientras callaba el Zorzal

Todos los teatros de Buenos Aires suspendieron sus funciones el 6 de febrero de 1936, cuando finalmente llegaron a Buenos Aires los restos de Carlos Gardel y dio comienzo su velatorio en el Luna Park. (52) Al día siguiente, el cortejo fúnebre más sentido y multitudinario visto hasta entonces acompañó a contramano por la avenida Corrientes, que empezaba a dejar de ser angosta. La inauguración oficial sería en 1937, pero todo el pueblo de Buenos Aires decidió inaugurarla por su cuenta. Con su impronta la recorrió de punta a punta, partiendo del flamante Luna para acompañar los restos de Carlitos hasta la Chacarita. Eran decenas de miles que de tanto en tanto podían ver en las paredes sobrevivientes los restos de un empapelado, las intimidades interrumpidas de aquellas casas de Corrientes; y también la nueva forma que iba adquiriendo la vieja calle con sus teatros reconstruidos y sus bares reciclados. No por enemigo del progreso sino por amigo de lo entrañable, escribía Roberto Arlt:

Es inútil, no es con un ensanche con el que se cambia o puede cambiar el espíritu de una calle. A menos que la gente crea que las calles no tienen espíritu, personalidad, idiosincrasia. Es inútil que la decoren mueblerías y tiendas. Es inútil que la seriedad trate de imponerse a su alegría multicolor. Es inútil. Por cada edificio que tiran abajo, por cada flamante rascacielos que levantan, hay una garganta femenina que canta en voz baja: «Corrientes… tres, cuatro, ocho… segundo piso ascensor». Ésta es el alma de la calle Corrientes. Y no la cambiarán ni los ediles ni los constructores. Para eso tendrían que borrar de todos los recuerdos, la nostalgia de: «Corrientes… tres, cuatro, ocho… segundo piso ascensor». (53)

Es que Corrientes supo y quiso albergar a los principales teatros de la ciudad, como el de La Ópera, inaugurado el 25 de mayo de 1872 y ubicado como el actual Ópera entre Suipacha y Esmeralda; al Politeama, en el cruce con Paraná; al Odeón, en Esmeralda, cerca de la esquina donde Scalabrini Ortiz imaginó a aquel hombre que estaba solo y esperaba. La calle en la que el extraordinario payaso Frank Brown brilló por casi 40 años y en la que el inolvidable Pepino el 88 no ahorraba críticas a los poderosos de turno. Aquella Corrientes que vivió el trajinar de Sarmiento yendo y viniendo de la imprenta de su periódico El Censor, ubicada en el cruce con Esmeralda; que vio y escuchó a los redactores de La Nación y de Caras y Caretas en los cafés de la esquina de San Martín. La Corrientes de los cafés literarios como el Royal Keller, donde Rubén Darío nos vio grandes y ricos, y Ortega y Gasset, como mínimo, soberbios y distraídos.

Gente de teatro

Eva Duarte no quería acostumbrarse a los papeles intrascendentes. Aspiraba a más, a ser primera actriz, cabeza de compañía, pero sus pequeñas intervenciones le permitían pagar su pensión, comer salteado y hacer lo que más le gustaba en la vida: actuar.

En mayo de 1936, con sus diecisiete años recién cumplidos, se incorporó a la Compañía de Comedias de Pepita Muñoz, José Franco y Eloy Alfaro, para una gira por el interior del país. El 22 de mayo debutaron en el teatro Odeón de Rosario con Miente y serás feliz…, de Arnaldo Malfatti y Nicolás de las Llanderas, autores de la obra Así es la vida que, llevada al cine en 1939, se convertirá en uno de los grandes éxitos del cine nacional. Realmente «a pedido del público», la compañía estuvo en Rosario hasta el 11 de junio, cuando los espectadores colmaron el teatro para ver El beso mortal, un melodrama moralista sobre las enfermedades venéreas, de Le Gouradiec, auspiciado por la Liga Profiláctica Argentina.

Según la crítica aparecida en La Voz del Interior el 28 de agosto de 1936:

En dicha pieza se aborda el actualísimo y apasionante tema del examen prenupcial, pero no en forma de alegato, sino con expresión auténticamente teatral. Por el tópico que desmenuza puede llamarse al estreno una obra de utilidad social, como que en varias ciudades se ha exonerado de impuestos municipales a las compañías que la representaban y en otras como en Mendoza, se las ha subvencionado. (54)

De esa gira ha quedado una anécdota que contribuye a forjar la imagen de abnegación y solidaridad que acompañaría a Eva durante su vida política. Uno de los actores se había enfermado y debió ser hospitalizado. A pesar de la prohibición de los directores de la compañía, para evitar contagios, Eva fue a visitar al enfermo, apenada por el compañero que estaba solo. Cuenta la historia que luego de la visita Eva se habría contagiado. (55)

De allí partieron a Mendoza, luego a Córdoba y cerraron la gira nuevamente en Rosario en septiembre de 1936. Evita actuó en casi todas las obras, aunque la mayoría de las críticas la ignoraron. Su vida era la de una actriz de reparto: mal paga y, como el hilo se cortaba y se corta por lo más delgado, no cobraba si la recaudación era mala; comía mal y poco, ensayaba mucho y actuaba en varias funciones por día.

En los camarines de los teatros, los que Evita prefería a los cuartos miserables de las pensiones que le asignaban los productores durante las giras, se discutía apasionadamente sobre la Guerra Civil Española que acababa de comenzar, las purgas lanzadas por Stalin en Moscú, la conformación del eje nazi-fascista Berlín-Roma, del primer Premio Nobel argentino obtenido por el canciller Carlos Saavedra Lamas por su mediación en la sangrienta y empetrolada guerra entre Bolivia y Paraguay y la inauguración del Kavanagh, por entonces el edificio más alto de Buenos Aires y Sudamérica con sus treinta pisos. Eva escuchaba atentamente, sin emitir todavía demasiadas opiniones.

Un romance entre bambalinas

Eran tiempos difíciles para el mundo y para la Argentina. También para Eva, que tuvo que dejar la compañía teatral en plena gira. No fueron «celos de cartel» sino otros más pasionales los que llevaron a ese final abrupto. Más precisamente, los de la esposa del director José Franco, atizados por esos «amigos» que nunca faltan. Eva Franco, su hija, lo recuerda en sus memorias:

Papá, buen mozo y donjuanesco como era, había iniciado durante la gira un romance con una actriz de la compañía. Alguien que nos apreciaba, le habló por teléfono a mi madre y le advirtió lo que pasaba: «…porque la cosa me parece más seria que una simple aventura. De lo contrario no te hubiera llamado».

Mamá, luego del llamado, ni corta ni perezosa, tomó el primer tren a Rosario y se apareció en el teatro. No me informó sobre ese viaje del que pronto regresó. Luego me enteré de lo sucedido. Ocurrió que mi padre se había enamorado de la joven Eva Duarte. Nunca supe en detalle lo que hablaron. Supe sí que hubo bochinches en los camarines. Tampoco me comentaron hasta dónde habían llegado las relaciones entre mi padre y Eva. Cuando mamá regresó, le pregunté para qué había ido a Rosario.

—Porque tu padre se enamoró de Eva Duarte —contestó—. Le dije que la separara de la compañía o no nos veía nunca más. (56)

Evita regresó a Buenos Aires, «desvinculada del elenco», mientras José Franco continuaba su gira por el interior.

Una nueva compañía

Luego de ese incidente, en diciembre de 1936 Eva se incorporó a la Compañía de Pablo Suero, que puso en escena Las inocentes, basada en The children’s hour de Lilian Florence Hellman, una escritora estadounidense que será perseguida por sus ideas de izquierda, pareja del genial autor de novela negra Dashiell Hammet, también perseguido por el macartismo. La obra, que venía de ser un éxito en Broadway, narraba la vida de un grupo de chicas de un pensionado en la que dos profesoras son acusadas falsamente de ser lesbianas. Encabezaban el elenco Gloria Ferrandiz, María Ester Podestá y Pablo Vicuña. Al estreno de la obra en el Teatro Corrientes, ubicado donde hoy está el Teatro Municipal General San Martín, asistió Alfredo Palacios. Luego la compañía viajó a Montevideo para representar la misma obra en el Teatro 18 de Julio. Por aquellos días, Eva usó el nombre artístico de Eva Durante, tal vez para capitalizar la fama del cómico norteamericano Jimmy Durante.

Entretanto, Victoria Ocampo fundaba la Unión Argentina de Mujeres, organización que luchaba por los derechos civiles de la mujer en general y por el voto femenino en particular.

En el verano del ’37 los diarios se ocupaban en primera plana de la cinematográfica persecución policial que terminó con la vida del «enemigo público número uno», Roberto Gordillo, más conocido como el «Pibe Cabeza», en una esquina de Mataderos. Por aquellos días, Eva consiguió un pequeño papel en La fiesta de Juan Manuel, una obra sobre la época de Rosas, que Alberto Vaccarezza había montado al aire libre en la Sociedad Rural. Volvió a trabajar en marzo, dirigida por el notable Armando Discépolo en La nueva colonia, de Luigi Pirandello, que se estrenó en el Politeama de Corrientes 1478 el 5 de marzo de 1937. En aquel homenaje a Pirandello en el primer aniversario de su fallecimiento, Evita interpretaba a Nela, una campesina que decía unas pocas frases en el tercer acto: «¡No! ¡No! ¡Basta, loco! ¡Me haces caer! ¡Me haces caer!». Pese al prestigio de su director, la obra no tuvo éxito y estuvo en cartel sólo trece días. (57)

La crítica aparecida en el diario La Razón el 11 de marzo fue fulminante:

En vista de que las representaciones de La Nueva Colonia […] no han logrado interesar al público en la medida conceptuada como necesaria, se ha decidido poner término a la temporada el próximo domingo. (58)

La Nación del 12 de marzo afirmaba:

Es verdaderamente sensible que una obra como La Nueva Colonia, de Pirandello, y un espectáculo montado con un tan elevado sello artístico, por falta de más aguzado sentido práctico, principalmente en la elección de las figuras necesarias para la directa atracción del público, no haya tenido mejor suerte de la que, sin duda, era digna, por su calidad y por su esfuerzo. (59)

Eva volvió a ser una desempleada.

Días de radio, cine y crisis

El teatro fue la actividad cultural que más se resintió con la crisis económica: las compañías duraban una temporada y sólo estrenaban comedias ligeras y sainetes con bajos costos de producción. El teatro de revista mantenía su éxito en Buenos Aires, pero según los productores, Eva no reunía las condiciones exigidas por el género. Vivía con lo justo y se alimentaba a mate cocido y bizcochos y algún que otro café con leche con medialunas.

El cine y la radio soportaron mejor la crisis. En marzo de 1937, un mes después del suicidio de Horacio Quiroga, Eva se incorporó a la compañía «Remembranzas» de radioteatro en Radio Belgrano, en la obra Oro Blanco, de Luis Solá, adaptada por Manuel Ferradás Campos. Su tema era la colonización del Chaco y la lucha de los inmigrantes por la subsistencia contra los atropellos de los terratenientes de la zona.

Gracias al radioteatro, Eva pudo ganar 180 pesos al mes, cifra modesta si se la compara con los 720 que cobraba una estrella como la cantante Azucena Maizani, pero que al menos equivalía al magro salario de muchos obreros. (60)

Al mismo tiempo, Evita consiguió un pequeño papel casi invisible en la película ¡Segundos afuera!, dirigida por Chas de Cruz y Alberto Echebehere y protagonizada por Pedro Quartucci, Pablo Palitos y Amanda Varela. Chas de Cruz recordaba:

[…] se filmó íntegramente de noche… Aún me horrorizo pensando en esa tarea en pleno invierno, en el galpón del estudio de Rayton, muertos todos de frío, saliendo ateridos a las ocho o nueve de la mañana, a diario. (61)

La crítica de la revista Sintonía del 30 de diciembre de 1937 fue demoledora:

[…] la flojedad de un argumento confuso malogró las sanas aspiraciones de los flamantes directores Alberto Etchebehere y Chas de Cruz, quienes se habían propuesto llevar al lienzo una fábula amena de eficacia cómica. Fue ésta una producción que pasó por las salas de la república sin pena ni gloria. (62)

Alrededor de su relación con el protagonista se tejería más de una leyenda. El propio Pedro Quartucci recordaba:

Conocí a Eva Duarte durante la filmación de Segundos afuera, en 1937. Posteriormente trabajé con ella en Una novia en apuros, en 1941. La filmación de esa película duró setenta días, durante los cuales nadie tuvo en cuenta a Eva, porque era una muchacha más bien tímida, callada y sumisa. No se metía con nadie y tampoco alternaba con el grupo de actores y actrices de cartel.

Quizás el hecho de que trabajara en un papel secundario, de fugaces apariciones, hizo que no se destacara durante la filmación, aunque para el argumento el personaje que ella encarnara sí era importante, ya que hacía de segunda novia del protagonista de Una novia en apuros. Por aquel entonces tenía una gran amiga: Teresa Serrador. (63)

¿Eva madre?

A pesar de esas escuetas referencias, un supuesto romance con el actor traería repercusiones mucho tiempo después. En marzo de 1999, Nilda Quartucci —hija de Pedro— presentó una demanda de filiación ante el Juzgado 38 a cargo de la jueza Mirta Ilundai. En ella decía haberse enterado a los veintiocho años de que Eva Duarte era su verdadera madre. Nilda, nacida en 1940, solicitaba un estudio de ADN que permitiera confirmar el vínculo y acceder entonces a sus posibles derechos hereditarios. Se basaba en una nota que, el 29 de julio de 1993, le habría escrito la viuda de Quartucci:

Sobre lo conversado en otras ocasiones, he tomado la decisión de hacerte este reconocimiento. Como mi escritura es poco clara, he pedido que se pase a máquina mi mensaje. Efectivamente, como también lo saben otras personas, vos no sos hija biológica mía, sino de María Eva Duarte. Cuando papá te trajo a nuestra casa de Sadi Carnot de recién nacida, me dijo que te trajo del Hospital Ramos Mejía y que debíamos anotarte como nuestra hija, y así lo acepté. Tiempo después me confesó que eras hija de él y de María Eva Duarte. Luego me enteré que otras personas también lo sabían. Que sirvan estas líneas para lo que tú dispongas, pero quiero recordarte que te he considerado como mi hija verdadera y que el cariño que he sentido por vos está igual hoy, como siempre. (64)

La versión de Nilda Quartucci fue puesta en duda por el fallecido historiador peronista Fermín Chávez en un reportaje concedido a Carlos Ares:

Esta señora dice que nació en octubre de 1940, yo seguí semana a semana la actividad de Evita ese año y es imposible que haya tenido un embarazo y un parto. Es un disparate. A fines de agosto, cuando supuestamente ya estaba embarazada de ocho meses, Evita trabajaba en una obra de teatro. Terminó esa obra y comenzó con otra. No hay ninguna mención en ningún lado sobre su embarazo. En 1940, Evita ya tenía el problema de útero que desencadenaría en el cáncer que le provoca la muerte en 1952, a los 33 años. Ella no podía tener hijos. Perdió un embarazo de Perón en 1945. (65)

El asunto terminó el 15 de febrero de 2006, con la resolución de los jueces de cámara Galmarini, Posse, Saguier y Zannoni, que dictaminaron:

[…] descartado cualquier vínculo biológico entre el Sr. Quartucci y la peticionante, se desvirtúa la verosimilitud de la demanda incoada, fundada en la aparente relación sentimental del primero con la Sra. Duarte. […] Tras reconocer eficacia probatoria a los resultados de la prueba genética y en virtud de los fundamentos doctrinarios y jurisprudenciales que invoca, la sentenciante concluyó en la inexistencia del vínculo biológico alegado entre la actora y la Sra. María Eva Duarte. (66)

De vuelta a las tablas

De fracaso en fracaso, Eva pensó en un cambio de look y casi sucumbe a la tentación de hacerse una cirugía estética facial, ya que tenía un pómulo más marcado que el otro. Finalmente, el día de la operación faltó a la cita. El 5 de septiembre de 1937, unas fraudulentas elecciones dieron el triunfo al candidato presidencial de la gobernante «Concordancia», Roberto Marcelino Ortiz, de origen radical antipersonalista. Ortiz había sido proclamado en la Cámara de Comercio Británica de la Argentina. El binomio presidencial se completaba con el conservador Ramón Castillo y asumió el gobierno el 20 de febrero de 1938. Un día antes, Leopoldo Lugones se suicidaba en el Tigre, dejando inconclusa una biografía del general Julio Argentino Roca, el «conquistador del desierto». Borges comentaría años más tarde: «Yo creo que empezar a escribir una biografía sobre Roca es un motivo suficiente como para llegar al suicidio». (67)

Por entonces, Aníbal Troilo, «Pichuco», había debutado con su orquesta en el Marabú, (68) estrenando Mi tango triste.

Por su parte, Evita ingresaba a la compañía de Comedias y Sainetes de Leonor Rinaldi y Francisco Chiarmello, que puso en escena No hay suegra como la mía, de Marcos Bronenberg, en la que actuó, pero no tenía ningún parlamento.

La obra permaneció en cartel hasta marzo de 1938. Fue entonces cuando, gracias a su amiga Pierina Dealessi, pudo incorporarse al elenco de La gruta de la fortuna, comedia de Ricardo Hicken que se estrenó en el teatro Liceo de Rivadavia y Paraná. Distintos testimonios de Pierina Dealessi permiten conocer una imagen de la Eva Duarte de aquellos años:

En aquel tiempo se ensayaba después de la función. Terminábamos casi a las tres de la mañana, una hora poco adecuada para que alguien de su edad volviera sola a la pensión en que seguramente viviría. Le ofrecí que viniera a vivir a casa y aceptó. Dormía en un sofá del living y, a la mañana, se iba. (69)

Evita era una cosita transparente, delgadita, finita, cabello negro, carita alargada. […] Yo siempre le decía: «Alimentate… No te vayas a acostar tarde. No estás en condiciones de trasnochar». […] Le pregunté si había trabajado alguna vez y me dijo que venía de una gira con Pepita Muñoz. La contratamos con un sueldo mísero: $ 180 por mes. […] En el teatro no se descansaba ningún día y los domingos hacíamos cuatro funciones. Eso era lo común en esa época. A la tarde tomábamos algo en el camarín. Evita tomaba mate, pero como era muy delicadita de salud yo le ponía leche en el mate. Era tan flaquita que no se sabía si iba o venía… Entre el hambre, la miseria y el descuido, tenía siempre las manos frías y transpiradas. Como actriz era muy floja. Muy fría. Un témpano. No era de esas muchachas que despiertan pasiones. Era muy sumisa y daba la sensación de timidez. Lo llevaba adentro. Evita era una triste. Era devota de la Virgen de Iratí. (70)

Ella era muy delgadita y en una obra tenía que salir a escena muy bien vestida, pero tenía muy poco busto. En aquellos tiempos no se veían los bustos de ahora. Entonces Eva se colocaba una media de mujer para rellenar su corpiño. Lo sé porque una vez, buscando la que me faltaba para completar el par, le pregunté a ella si la había visto. Y me contestó: —Mirá, Pierina, perdoname —me dijo—, la tengo guardada aquí. Y se señaló el busto. (71)

Cuestión de piel

El crítico Edmundo Guibourg la conoció por aquellos años y la recordaba como

[…] una muchacha muy linda, simpática, enfermiza, de piel muy blanca, y ya por entonces había anuncios de leucemia en su físico. Teníamos una inmensa amistad porque ella se sentía protegida en un ambiente que no solamente la rehuía, sino que también la ofendía porque había tenido una vida bastante complicada y no se lo perdonaban… (72)

Todos los que la conocieron elogiaban su cutis, ignorando seguramente la anécdota que cuenta su hermana Erminda, referida a un grave accidente. A los cuatro años, Evita se quemó la cara con aceite hirviendo al volcársele accidentalmente una sartén. Al curarse, la piel de su rostro se tornó notablemente suave y blanca. Así recordaba ese percance Erminda Duarte:

Se acercó demasiado al fuego y su brazo chocó con una sartén llena de aceite hirviendo que en el acto saltó y le bañó la cara hasta la última gota bullente […]. Días después su rostro de niña se fue oscureciendo, como si se carbonizara lentamente; una costra negra en la que sus ojos parecían más brillantes. Y ya se le veía el valor.

Todos en casa nos mirábamos con la misma pregunta lastimándonos las pupilas: ¿Eva quedará así para siempre? […] Hasta que un día la enorme quemadura fue expulsada por su necesidad de ser bella, de no hacer sufrir. Su cara volvió a ser blanca, pura. Y fue como si el sol hubiera salido, no en el cielo sino en nuestra casa. (73)

Evita pasó a la compañía de otra gloria del teatro, pionera del cine y de la agremiación de los actores: Camila Quiroga. (74) Eva debutó interpretando a una odalisca en Mercado de amor en Argelia, basada en la novela de Lucienne Favre, una obra considerada «no apta para menores». En el elenco figuraban dos de las mejores amigas de Eva: Rosa Cata, quien la ayudó a conseguir el papel, y Ada Pampín, su compañera de pensión. Edmundo Guibourg, uno de los pocos que seguía haciendo buenos comentarios de sus pocas actuaciones en el diario Crítica, era el director de la obra y comentaría tiempo después

Cuando Eva Duarte todavía no conocía a Perón, venía casi todas las tardes a tomar el té con nosotros; era protegida de mi mujer, y yo también la protegía como partiquina en el teatro que estaba conduciendo, el de Camila Quiroga. En una obra que se llamaba Mercado de amor en Argelia, Eva me pidió que le diera un papel hablado, y fue ésa la primera vez que lo tuvo, porque hasta ese momento ella hacía de extra o figuraba en el coro. (75)

Nace una estrella

En aquellos días la revista Sintonía convocó a un concurso radial al que Evita se presentó con su habitual entusiasmo. Allí conoció al director de la publicación, el chileno Emilio Kartulowicz, con quien viviría un complicado romance.

El 19 de septiembre de 1938 la revista de su novio le dedicó una doble página bajo el título «El credo amoroso de una adolescente» y el subtítulo «Eva Duarte cree que el amor llega una sola vez en la vida». La autora de la nota, Dora Luque Legrand, la describe como alguien que

[…] no tiene el sello inconfundible e inevitable que cataloga inmediatamente a la artista. Muy por el contrario: tiene el airoso y sano físico de una maestrita buena, la simpatía y fresca cordialidad de nuestra vecinita de cualquier barrio. Evita Duarte es un descanso, un respiro, un rostro aparte en el grupo maquillado y artificial de la farándula. Ante la pregunta «¿Tiene algo que ver el amor con el hombre?», responde: «Desgraciadamente para nosotras, sí. Y digo desgraciadamente porque no hay hombre que se merezca el amor de una mujer. Son incapaces de comprenderlo, hasta de adivinarlo, y menos, por consiguiente, de apreciarlo en todo su valor y conservarlo». En cuanto a su hombre ideal, lo define como «un hombre que, ante todo, no sea celoso ni nervioso. Son éstos los dos defectos más serios e intolerables. Y los más comunes, naturalmente. Mi hombre ideal debe ser cariñoso, muy cariñoso. Debería ser una combinación de amante y esposo. Amante para brindar el cariño-pasión que es fuente de vida; marido para ofrecer la seguridad, la tranquilidad, la relativa eternidad de ese cariño. Los príncipes azules de los cuentos actuales son reales cultores del cuento propiamente dicho; se han adaptado excesivamente a la época y resultan profundamente antifeministas, con lo que quiero decir que no pueden interesar a la mujer-mujer, que, cuando es tal, sigue siéndolo a través de todas las épocas, pese a todos los modernismos, y es incapaz de transar en ciertas cosas». (76)

Diez días antes de la publicación de esta nota, el 10 de septiembre del ’38, a los 29 años moría de un cáncer de útero Aurelia Tizón, la primera esposa de Juan Domingo Perón.

Según el testimonio de Carmelo Santiago, ex esposo de la actriz Niní Marshall y en ese momento redactor de la revista Sintonía:

Eva Duarte llegó a Sintonía en busca de una gacetilla, una nota o una fotografía. Allí conoció a don Emilio Kartulowicz, director, fundador y propietario de la revista, y se enamoró de él. Yo trabajaba «full time» en la redacción y observaba que ella esperaba a don Emilio doce horas por día, limándose las uñas sentada en un sillón. Tenía una gran personalidad, era enérgica, movediza por una tremenda potencia ejecutiva, pero adormecida por la gran ciudad. Era una chica desenfrenada. Conoció tantos hombres como el país tiene. Necesitaba vivir y su temperamento la impulsaba a no ser mediocre. (77)

Según el testimonio de la hermana de Juanita Quesada, una compañera de trabajo de Eva en Radio Belgrano, Kartulowicz poco a poco se fue alejando de ella:

Evita no tenía suerte con los hombres. Era seguidora y los cansaba. Kartulowicz se iba al Tigre con otras chicas, un fin de semana, y ella lo perseguía hasta allí. (78)

Su situación económica había mejorado considerablemente, se mudó a un departamento bien amueblado y cómodo.

Algunos relatos dan cuenta de una relación entre Eva y un joven actor que parecía dispuesto a casarse. Una noche, al regresar del trabajo, Eva encontró su departamento vacío. El joven actor se había ido llevándose todo, desde los muebles hasta las cacerolas. Por ese tiempo, Eva recibió otro golpe: su hermano, Juancito, había malversado los fondos de la Caja de Ahorro, donde estaba empleado. Evita vendió todo para pagar la deuda y volvió a vivir en pensiones.

En 1939 finalmente su suerte comenzó a cambiar: encabezó junto a Pascual Pelliciotta la Compañía de Teatro del Aire. Debutaron el 1° de mayo en Radio Mitre con Los jazmines del ochenta, que formaba parte de una serie de radioteatros con libretos de Héctor Pedro Blomberg. El autor de La pulpera de Santa Lucía, entre otras célebres canciones de ambientación histórica, era también un apreciado libretista de radioteatros, el género más exitoso en esos tiempos. Para Eva, cabeza de reparto, era un gran paso adelante en su carrera.

A mediados de agosto apareció en la revista Guión una mención a la actuación de Eva Duarte en otro radioteatro de Blomberg, Las rosas de Caseros:

La vigorosa pluma de Blomberg ha captado una vez más interesantes momentos de nuestra historia, brindando un hermoso romance en el que la actriz Evita Duarte ofrece, en su papel de Adriana, un bello ejemplo del temple de la mujer porteña, que mantiene su amor más allá de ideologías políticas, del tiempo y de la oposición paterna. Esto en la novela. En su vida real, también la nombrada actriz es interesante. (79)

Luego de Las rosas de Caseros, Eva actuó en el radioteatro La estrella del pirata. Sin embargo, no todas fueron audiciones exitosas. Ante el fracaso, los avisadores se retiraron y Eva quedó endeudada.

Pasando revista

Con la llegada al radioteatro, comenzó también a difundirse su imagen. Según relatan Borroni y Vacca, ya el 12 de junio de 1936 había aparecido, en segundo plano, en una fotografía del elenco de El beso mortal, en la sección «Vida Artística» del diario La Capital, de Rosario. Pero las fotos individuales comenzaron el 22 de abril de 1939, cuando Antena publicó por primera vez su retrato, con una dedicatoria «a los lectores», anunciando el inicio de Los jazmines del ochenta. Un mes después, en el número del 20 de mayo de la misma revista, alcanzaba «el espacio más codiciado de la revista: la tapa en colores». En la fotografía aparecía luciendo un llamativo sombrero. Acababa de cumplir veinte años. (80)

Más tarde apareció en la tapa de Sintonía, el 25 de octubre y en la tapa de Damas y Damitas, el 13 de diciembre. Según el testimonio de Vera Pichel, secretaria de redacción de Damas y Damitas:

En aquellos años la gente de teatro no tenía promotores publicitarios ni agentes de prensa. Cada cual debía arreglarse como podía para lograr la publicación de una foto o de una notita. […] Las jóvenes actrices visitaban en nuestro medio, las redacciones, casi sin anuncio previo. Llegaban con sus fotos o notitas en la mano y solicitaban la publicación correspondiente, agradeciendo, como quien dice, con sonrisa previa. A veces se publicaban, a veces no. Con Evita el manejo fue distinto. Se anunció por teléfono pidiendo una entrevista con la secretaria de redacción. Desde ya que accedí y llegó a la mañana siguiente. […] —Soy actriz de teatro —dijo—, me llamo Eva Duarte y necesito una foto en la tapa de su revista para llegar a ser cabeza de compañía.

Vera le explicó que las tapas las manejaban los directores y Eva dijo entonces:

—No. No tengo mucho tiempo y no confío en los directores. Por eso vengo a verla a usted […]. Porque una mujer que trabaja entiende a otra mujer que trabaja —seguía diciendo— y usted tiene que entenderme. Esto tenemos que resolverlo entre nosotras. Acá no hay director que valga. Él jamás consentiría… […] Usted tiene que entenderme: vine a ver a una mujer secretaria de redacción y no a un hombre director, ¿se da cuenta? (81)

Castiñeiras completa la anécdota diciendo que la futura amiga

Le ofreció un conjunto playero que acababan de regalarle para que se hicieran las tomas. Como faltaba la blusa, pidió un pañuelo que, anudado convenientemente, Eva lució bajo la chaqueta. Wilensky, fotógrafo de artistas, hizo lo suyo. La foto salió en tapa el 13 de diciembre. (82)

De nuevo en el cine

A comienzos de septiembre de aquel año ’39, Hitler invadía Polonia haciendo estallar la Segunda Guerra Mundial. El presidente Ortiz declaró la neutralidad de nuestro país, que como en la primera contienda, fue sugerida por Gran Bretaña: prefería una Argentina proveedora de alimentos y cuero antes que una aliada de escasa importancia militar.

En el verano de 1940, Evita incursionó nuevamente en el cine, con un papelito en La carga de los valientes, dirigida por Adelqui Millar. La película, que narraba la heroica defensa de Carmen de Patagones en 1827 durante la guerra contra el Brasil, era lo que se podría considerar una «superproducción» de Pampa Film, con más de 500 extras y unos 150 caballos, filmada principalmente en exteriores en General Guido y con tres meses de preparación antes de comenzar el rodaje. A fin de febrero empezó la filmación en las cercanías del casco de la estancia «La Quinua», de Olegario Ferrando, que era además el propietario de la productora. Según el Boletín informativo de Pampa Film del 11 de junio de 1940, a comienzos de abril terminó el rodaje en exteriores y los interiores demandaron quince días más de trabajo. Contaron con el asesoramiento de Alejo González Garaño, director del Museo Histórico Nacional, y del musicólogo Carlos Vega.

En mayo de 1940, Eva había dicho en una nota en la revista Guión:

Hay quien se siente vencido antes de comenzar la lucha […], porque en el cine, el intérprete sostiene una pelea a muerte con ese aparato que se llama cámara. Frente a él se produce el encuentro, funesto o feliz. Pero también hay quienes fracasan porque son fracasados. (83)

Finalmente, La carga de los valientes se estrenó el 30 de mayo de 1940 en el cine Astoria. El diario La Verdad de Junín se hacía eco del éxito de Eva:

Nosotros, que habíamos seguido con particular interés la labor de Evita Duarte en el film, quedamos gratamente impresionados por su soltura y su fresca gracia. Pero, como en cierto modo, pudiera considerársenos parte de esta causa, resolvimos encarar una entrevista al director del film…

En ella, Adelqui Millar afirma:

[…] la labor de Evita Duarte es tan sobria y exacta, como si sobre ella hubiera estado constantemente mi atención, siendo así que sólo en pocas oportunidades debí observarle sus movimientos […]. Creo, o mejor dicho, estoy seguro, de que Evita Duarte volverá dentro de breve tiempo al celuloide. Las condiciones demostradas en esta primera prueba (sic), no siempre son rendidas con una comprensión tan amplia del trabajo ante las cámaras. Por otra parte, su dedicación y espíritu de estudio, le abrirán fácilmente el camino del éxito que ha emprendido. (84)

Poco después participaría en la película El más infeliz del pueblo, dirigida por Luis José Bayón Herrera, junto a Luis Sandrini, Silvia Legrand, Osvaldo Miranda y Armando Bo, estrenada en marzo de 1941.

La plata hay que repartirla

Volvió al teatro en agosto de 1940, con la compañía cómica de Leopoldo y Tomás Simari que estrenaba Corazón de manteca, de Hicken, y luego actuó en una obra de título premonitorio: ¡La plata hay que repartirla!, de Antonio Botta, donde interpretaba a una gitana.

Para mediados de 1940, Eva había anunciado su retiro del cine y de la radiofonía. Según declaraba a la revista Guión, estaba a punto de casarse con un prestigioso industrial: «Es exacto. Me caso para fin de año […]. No los abandono. Pero por el momento, me retiro del cine y la radiofonía para consagrarme exclusivamente al hogar». (85)

No está claro quién habrá sido ese industrial. Hay quien menciona, sin dar nombre, a un empresario de artículos del hogar. (86) Lo cierto es que, a pesar del anuncio, en agosto Eva volvió a la actuación, en un típico papel de «damita joven» en la obra Llegaron parientes de España.

A fines de ese año, Guión organizó un concurso en Radio Argentina que contó con la animación de Eva Duarte, Natán Pinzón y Juan José Piñeiro. Mientras tanto, seguía en Radio Prieto representando con su compañía Los amores de Schubert, de Alejandro Casona, con espacios comprados por Roberto Llauró para sus productos de limpieza. En 1941, se pasó a la «competencia» de Llauró, la empresa Guereño, que fabricaba el jabón Radical (después rebautizado Federal). Guereño se convirtió en patrocinadora de los ciclos radiales en los que trabajaba Eva, que firmó contrato de exclusividad por cinco años. El primer programa radial se tituló La hora de las sorpresas, que se transmitiría en Radio Argentina. Para esa época, Juan Duarte, luego de su «traspié» en la Caja de Ahorro, estaba trabajando como corredor para Guereño. Las distintas versiones no se ponen de acuerdo en cuál de los hermanos ayudó al otro.

Paralelamente, terminaba un romance con Olegario Ferrando, dueño de Pampa Film. Según la revista Antena, del 12 de junio de 1941:

Ella significó para él, el paraíso, que no en vano se llama Eva, y logró influir de manera decisiva en el espíritu algo romántico de Olegario Ferrando. ¿Existió pues ese romance? La respuesta es francamente afirmativa: hubo romance y hubo madrigal. Culminó como todos los romances culminan y después se inició la curva descendente. ¿La trazó ella? ¿La determinó él…? Esto es lo que no sabemos. Lo exacto, según la versión popularizada, es que el romance se ha extinguido. (87)

El país comenzaba a salir de la crisis, pero la riqueza seguía mal repartida. El gobierno difundió a finales de ese año cifras sobre el desarrollo nacional: teníamos 41.121 kilómetros de vías férreas que transportaban 165 millones de pasajeros por año. Los caminos nacionales recorrían 55.000 kilómetros. Los argentinos enviaban anualmente 441 millones de cartas y 278 millones de impresos y se comunicaban a través de 440.000 aparatos telefónicos. Al año se sacrificaban más de 7 millones de vacunos, 8 millones de lanares y un millón de cerdos. Cada argentino tomaba al año 55 litros de vino. Solamente en Buenos Aires se publicaban 72 diarios y periódicos, 990 revistas y 520 periódicos barriales. La población de la Capital y el Gran Buenos Aires sumaba más de 2.400.000 habitantes sobre un total nacional de casi 13.710.000. El 59% de las familias obreras del país vivía en casas de una sola habitación y sólo el 30% ocupaba inmuebles de dos o más habitaciones.

Por entonces, la entrada de la Unión Soviética, Japón y Estados Unidos convertía en mundial a la Segunda Guerra. La neutralidad argentina se vería cada vez más atacada por el gobierno norteamericano, dispuesto a aprovechar las circunstancias para imponer su hegemonía «panamericana» sobre toda la región.

Una estrella en ascenso

Para 1942, la carrera de Evita Duarte seguía afianzándose en la radio. En ese año se integró a la Compañía Candilejas, que comenzó sus programas con un ciclo del autor Martinelli Massa, que se emitía de lunes a viernes a las 11 horas por LR1 Radio El Mundo, (88) y estaba patrocinado por Jabón Radical, «rey y señor de los jabones», como decía su «reclame». (89) Entre los radioteatros que protagonizó estaban Infortunio y Una promesa de amor.

Cuenta César Mariño, jefe de radioteatros de Radio Argentina:

La conocí en 1942: me la presentó Roberto Gil, que dirigía Radio Argentina. Ella había conseguido el auspicio de Jabón Radical y buscaba una emisora que le pusiera el programa en el aire. A Gil le interesó el avisador, más que la intérprete, pues no conocía a Eva Duarte. Me mandó llamar. Yo era jefe de radioteatros de la emisora. «Desde ahora ésta va a ser la primera figura». Yo no sabía por dónde empezar porque la chica era bastante mala como actriz. Pero era dócil, buenita, muy modosa y seria. La dirigía y además hice de primer actor en la obra Amanecer. Ella llegaba una hora antes del programa para ensayar y se retiraba inmediatamente después de terminado. Nunca hablaba con nadie. Cuando me desvinculé de la radio para hacer teatro con Pepe Ratti, me dijo muy desilusionada: «¡Ufa! Ahora tendré que exigir otro galán…» Después consiguió un espacio en Radio Belgrano y otro en Radio El Mundo, siempre con el mismo avisador. (90)

Evita Duarte era una estrella en ascenso. Si bien algunas revistas trataban de mostrar una imagen de «trepadora» o «arribista», estaba luchando por sobrevivir en ese mundo complejo y despiadado.

La grafología y Eva Duarte

El 7 de enero de 1942, la sección de grafología de la revista Sintonía llamada «Psicoanálisis del garabato» está dedicada a Evita. Al analizar sus dibujos, saca las siguientes conclusiones:

Hay un repetido síntoma de la escalera, tantas veces analizados ya en estos garabatos de artistas. El deseo de subir, de alcanzar la fama. El síntoma tiene mucha fuerza, pues se da el mismo sentido ascensorial (sic) a todos los garabatos y a la firma misma. Las vocales cerradas indican hermetismo de carácter, quizás egoísmo. Hay, en cambio, expansividad y cordialidad en otros aspectos. En general revelan un temperamento inclinado a alegría frívola y a las fiestas, tendencia ésta que la hace alejarse con frecuencia del verdadero rumbo de su vida: el arte. (91)

En el Savoy

En mayo del año ’42, Eva ya era cabeza de la Compañía Candilejas, junto a Pablo Racioppi, en Radio El Mundo. Racioppi recordará décadas más tarde:

La primera obra que Eva realizó conmigo se llamó El aullido del lobo. Como actriz, Eva Duarte era muy deficiente. Tenía una gran inteligencia, pero carecía de cultura. Decía «amigos del écter», «ojepto» y pronunciaba mal. Se le llenaban las comisuras de saliva, vocalizando deficientemente. (92)

Esas «deficiencias» no parecían reducir el interés de la audiencia ni el apoyo de los anunciantes. Evita había podido mejorar sensiblemente su situación económica, mandar más plata a su madre y mudarse a una digna habitación en el Hotel Savoy de la avenida Callao.

Un encuentro de novela

En su libro Mano de obra, el periodista y escritor César Tiempo narra la siguiente anécdota:

Yo era cronista teatral de un diario de la tarde. Me encontré con Arlt, (93) que venía por la calle Corrientes, sonriendo y hablando solo. Era pasada la medianoche. Entramos a tomar un café en La Terraza y allí nos encontramos con […] dos actrices muy jóvenes, muy pálidas y muy delgadas… Una se llamaba Helena Zucotti y la otra María Eva Duarte. Nos invitaron a sentarnos a su mesa. Arlt no las conocía, yo sí, pues habían venido a la redacción del diario más de una vez en procura de un poco de publicidad […]. Ya instalados, entre café y café, Arlt se puso a hablar… De pronto, sin quererlo, manoteó bruscamente y volcó la taza de café con leche que estaba tomando la Zucotti sobre el vestido de su compañera. Arlt exageró su consternación y en un gesto teatral se arrodilló ante la anónima actriz pidiéndole perdón. Ésta, sin escucharlo, se puso de pie y corrió hasta el baño a recomponerse. Cuando volvió tuvo un acceso de tos, como una de esas tiernas y dolorosas de Mürger. Pero sonreía, indulgente.

—Me voy a morir pronto —dijo sin dejar de sonreír y de toser.

—No te aflijas, pebeta —intervino Arlt, que tuteaba a todo el mundo—. Yo, que parezco un caballo, me voy a morir antes que vos.

—¿Te parece? —preguntó la actricilla con una inocencia que no excluía cierta malignidad.

—¿Cuánto querés apostar?

No apostaron nada. Pero quiero anotar este dato curioso: Roberto Arlt falleció el 26 de julio de 1942. Y Eva Perón, la hermosa actricilla del episodio, diez años después, exactamente el 26 de julio de 1952.

43 modelo para armar

Al comenzar 1943, pasada la euforia informativa por el nacimiento de los quintillizos Diligenti, (94) las revistas Sintonía, Antena y Radiolandia seguían ocupándose de Evita. Como suele ocurrir, se le atribuían romances con los actores con los que trabajaba, como Marcos Zucker, Francisco de Paula y Pablo Racioppi, entre otros. Marcos Zucker recordaba:

Conocí a Eva Duarte en 1938, en el Teatro Liceo, mientras trabajábamos en la obra La gruta de la fortuna […] Ella tenía la misma edad que yo.

Era una muchacha con ganas de sobresalir, agradable, simpática y muy buena amiga de todos, especialmente mía, porque después, cuando tuvo la oportunidad de hacer radioteatro, en Los jazmines del ochenta, me llamó para trabajar con ella.

Desde la época en que la conocí en el teatro, y ahora que hacía radio, se produjo en Eva una transformación: ya se calmaban sus ansiedades artísticas, estaba más aplacada, con menos tensiones. En la radio era una damita joven, cabeza de compañía. Sus audiciones tenían mucha audiencia, andaban muy bien. Ya comenzaba a tener popularidad como actriz. A pesar de todo lo que se dice por allí, los galanes teníamos poco trato, dentro del teatro, con las chicas. Sin embargo, yo era muy amigo de ella y guardo muy buenos recuerdos de aquel período de nuestras vidas. Los dos estábamos en la misma, porque recién empezábamos y necesitábamos sobresalir, abrirnos camino. Ella siempre hablaba bien de mí; decía que yo era «un buen muchacho», con condiciones para seguir adelante.

En las novelas que escribía Blomberg, ella hacía papeles de heroínas, castas y puras, algodonadas, que le caían bien dado su carácter frágil. Poco después, cuando notamos que ella estaba relacionada con personalidades militares y políticas, nos tomó de sorpresa a todos; no concebíamos que una compañera nuestra estuviera metida en ese núcleo de gente. Más tarde siguió sorprendiéndonos cuando fue la esposa de Perón y tuvo la importancia que tuvo en todo ese proceso. ¡Pensar que ganábamos doscientos pesos mientras los principales actores y empresarios ganaban tres mil pesos!… (95)

Fuera de la presencia en las páginas de «chismes» de las revistas, para Evita ese año comenzó con nueve meses de «receso», entre enero y septiembre, en los que rechazó varias ofertas porque las consideraba impropias de una actriz de su trayectoria. Se mudó por un tiempo a La Plata con su amiga Lucía Barause, para probar suerte, pero allí tampoco pasaba nada, como se decía en la jerga teatral.

Aires de cambios

Mientras el mundo intelectual se sacudía con la publicación de El ser y la nada, de Jean Paul Sartre, en el país se había creado un clima tenso, no justamente por la influencia del existencialismo naciente sino por la proximidad de las elecciones y sus posibles consecuencias.

Pero la población, desencantada absolutamente con la política y consciente del escandaloso fraude reinante que hacía inútil su participación en las elecciones, prefería dedicarse, según su género, a los entretelones narrados por las revistas del corazón o a las habilidades futbolísticas de Pedernera y el «Chueco» García y a recordar la goleada de la selección argentina frente a Ecuador 12 a 0, con cinco goles de José María Moreno y cuatro de Herminio Masantonio, ocurrida un año antes. En las Fuerzas Armadas había mucha preocupación. Los militares percibían que al gobierno le costaba mantener la neutralidad y que se inclinaba por un sucesor favorable a los aliados: el estanciero salteño Robustiano Patrón Costas, un peso pesado de la oligarquía norteña.

También preocupaba al Ejército la creciente actividad sindical de signo izquierdista y la posible influencia de esas ideas en el país.

El ambiente parecía propicio para las conspiraciones. Así lo entendieron los militares del GOU, Grupo de Oficiales Unidos, una logia que fue creciendo en influencia dentro de las filas castrenses. Sus miembros no ocultaban su admiración por el nazi-fascismo y se declaraban partidarios de la neutralidad, anticomunistas, pero contrarios al fraude electoral. La neutralidad o «abstención» en la guerra mundial era uno de los temas que más inquietaba a los hombres del GOU, ya que su mantenimiento implicaba no alinear a la Argentina dentro del «sistema panamericano» propiciado desde Washington. Algunos fragmentos de los documentos del grupo señalaban:

La abstención argentina se funda: en su tradición histórica de libertad de pensamiento, de respeto a su propia soberanía, de gran país en potencia con conciencia propia, rectora de sus propios destinos […].

¿Cuál debe ser nuestra política exterior? Por lo pronto de acercamiento con los países americanos sin excepción, de centro, sud y norte América. Si se nos quiere exigir ruptura con el Eje, por las razones que fueren, debemos oponer los reparos que tenemos de orden moral para ello y mientras que se debate la cuestión hacer activa propaganda de prensa y opinión en general, sobre todo en Norte América, explicando al pueblo e indirectamente al Gobierno, el porqué de nuestra actitud. […]

Las fuerzas extrañas a los intereses y conveniencias del país han obrado con evidente acierto, para anular toda posible reacción de las verdaderas fuerzas nacionales. Los políticos que en una forma u otra sirven a esos intereses foráneos han sido comprados y, como consecuencia de ello, la ficción representativa, que siempre ha respondido a los obscuros designios del comité, hoy se encuentra en manos de los verdaderos enemigos del país.

De esta manera, el país no puede esperar solución alguna dentro de los recursos legales a disposición. El resultado de las elecciones no será en caso alguno beneficioso para él. El pueblo no será tampoco quien elija su propio destino, sino que será llevado hacia el abismo por los políticos corrompidos y vendidos al enemigo. La ley ha pasado a ser el instrumento que los políticos ponen en acción para servir sus propios intereses personales en perjuicio del Estado, y el pueblo conoce perfectamente este hecho y sabe, a conciencia, que él no elige sus gobernantes.

El hombre de la calle anhela ya terminar este estado de cosas, cualquiera sea la solución que se busque al problema. Algunos desean que el Ejército se haga cargo de la situación, otros encaran el asunto por el lado nacionalista, otros por el comunismo y los demás se desentienden de todo mientras puedan vivir. (96)

Finalmente, el GOU se decidió a actuar el 4 de junio de 1943 y derrocó al presidente Castillo. En las calles de Buenos Aires hubo festejos y algunos manifestantes quemaron tranvías y ómnibus en repudio al monopolio inglés, en el que veían un símbolo del régimen depuesto. (97)

Tras unos días de confusión, asumió la presidencia el general Pedro Pablo Ramírez. Las primeras medidas del gobierno militar no dejaron lugar a dudas sobre su orientación ideológica: se decretó la educación religiosa obligatoria en las escuelas estatales y fueron expulsados de las universidades los docentes que no hicieran una explícita adhesión al culto católico. En el campo internacional, el gobierno mantuvo la neutralidad y se decidió a aprovechar la situación económica mundial que favorecía a nuestro país.

Dentro del rígido esquema conservador planteado por el gobierno había, sin embargo, una figura que, compartiendo los postulados del nacionalismo católico, demostró tener una visión política original. Se llamaba Juan Domingo Perón.

Sobre el 4 de junio diría tiempo después Evita:

¿Cuándo nació el peronismo? No nació el 4 de junio, pero tal vez pueda decirse que en esa fecha se levantó el telón sobre el escenario. No es el nacimiento mismo, porque tal vez lo único peronista del 4 de junio fueron Perón y su proclama.

El pueblo todavía no está allí, como el 17 de octubre y el 24 de febrero, o como está ahora todos los días acompañando al general Perón y a su movimiento.

El 4 de junio el general Perón dio el primer paso para llegar a su pueblo, y aunque el ejército que lo acompañaba es parte del pueblo, no es todo el pueblo.

Para demostrar que todavía no había nacido el peronismo, piensen ustedes que el gobierno de la Revolución del 4 de junio no era totalmente popular, y si no, recuerden el nombre de algunos ministros de entonces, y eso basta. Recuerden que el mismo coronel Perón fue inicialmente colocado en un puesto exclusivamente militar.

El peronismo no nació, para mí, el 4 de junio de 1943, pero tampoco nació el 17 de octubre, porque el 17 de octubre de 1945 el peronismo triunfó por primera vez. (98)

Los mareados

Una de las primeras medidas del gobierno de facto fue la intervención de todas las emisoras de radio, lo que prolongó la ausencia de Eva Duarte en los radioteatros.

El 3 de agosto de 1943, Evita participó en la fundación de la Asociación Radial Argentina, una entidad gremial que defendía los derechos de los trabajadores de la radiofonía.

Bajo el impulso de la extrema derecha católica, de importante presencia en el nuevo gobierno, se formó una comisión de defensa de la pureza del lenguaje español, presidida por monseñor Gustavo Franceschi, que prohibió la difusión radial de tangos con letras lunfardas. El insólito hecho inspiró inmediatamente al forjista Homero Manzi, que imaginó un programa de radio en el que nada menos que la «Negra» Sofía Bozán, la más popular intérprete de tangos reos en los teatros de revistas, cantaba:

No quiere tangos reos el director del correo (99) […]. Dame un consejo concreto, ¿cómo tengo que cantar?

—Cambia, altera, disimula. En vez de gil di pelmazo. Y di asno en vez de mula, y en vez de matón, ¡hombrazo! En cambio de mina, niña. En lugar de araca, eureka. En cambio de broma, riña. Ya ves que sin gran dolor, todo se arregla, Sofía.

—Bueno. ¡Basta!, conectad, que ya tengo lleno el carro, radiólogos escuchad, un tango rudo y bizarro, se llama riñas de barro, lo canta Lily Bozán. (100)

El genial Homero lo ponía en tono de broma, pero la «comisión de notables» se tomó tan en serio su ridícula labor que propusieron cambiarle el nombre a varios tangos. La lista, incompleta y reducida para no aburrirnos, incluía joyitas como: El ciruja pasaría a ser El recolector; La maleva, La mala; Quevachaché, Qué hemos de hacerle y Shusheta sería El aristócrata. Las letras también sufrirían el afán hispanista. El comienzo de Mi noche triste, en lugar del célebre Percanta que me amuraste, diría Señorita que me hiciste daño. El humor popular le sugería a la comisión cambiarle el nombre a la calle Guardia Vieja por Cuidado, madre y al genial Yira-yira por Dad vueltas, dad vueltas.

En la piel de las mujeres ilustres

La directiva, que se aplicaba también a los radioteatros que incluyeran en su temática aspectos «inmorales», era tan ambigua que obligaba a los perjudicados reales o potenciales a presentarse ante el coronel Aníbal Imbert, interventor de Correos y Telecomunicaciones, para pedir la autorización correspondiente. En esas interminables colas del edificio del Correo para que se aprobara su repertorio, Eva divisó a Oscar Nicolini, un conocido de Junín, quien para su suerte era el secretario de Imbert.

El interventor terminó dando su visto bueno, lo que permitió a Eva firmar con Radio Belgrano un nuevo contrato que marcaría su vida profesional y política. Comentaba la revista Antena:

[…] la celebrada primera actriz Evita Duarte, artista que ha adquirido amplio y justificado renombre a través de una larga y brillante actuación en emisoras importantes, iniciaría un ciclo diario de biografías de mujeres ilustres. (101)

Era el mejor contrato firmado por Eva Duarte en toda su carrera. El ciclo comenzó el 16 de octubre de 1943 y se prolongó, con algunas largas interrupciones, hasta septiembre de 1945. Por primera vez, Evita trabajaba con libretos escritos exclusivamente para ella por Alberto Insúa y Francisco Muñoz Azpiri. Su voz daría vida a Madame Lynch, la heroica mujer del mariscal paraguayo Francisco Solano López; Isabel I de Inglaterra; la actriz Sarah Bernhardt; la primera dama de Taiwán, Madame Chiang Kai Shek; Lady Hamilton, amante del almirante Nelson; la bailarina Isadora Duncan; la actriz italiana Eleonora Duse; la sobrina y esposa del general Paz, Margarita Weil de Paz; Ana de Austria; Carlota de México, la esposa de Maximiliano, y a la zarina Catalina la Grande, entre muchas otras mujeres notables de la historia. El programa fue un éxito y pasó al horario que hoy llamarían «prime time» de las 22.30.

En una carta a sus oyentes, así se definía Eva Duarte, la protagonista de las vidas de mujeres ilustres, que aún no se había convertido en una de ellas:

Desdeño la frivolidad y me enternezco al notar piedad en los hombres y en las cosas. La máxima satisfacción mía —como mujer y como actriz— sería la de tender mi mano a todos aquellos que llevan dentro de sí la llama de una fe en algo o en alguien y en aquellos que alientan una esperanza. Mis heroínas son así, en todo momento, documentos vivos de la realidad. Sobre la faz un poco absurda de la novela radial, prefiero la biografía donde está el testimonio de algo que se llamó «mujer» y que amó, sufrió y vivió, no importa el lugar, ni el tiempo, ni la distancia. Amigas, he cerrado otro capítulo de mis confidencias, y espero que en todas ustedes no habrá caído en vano, sabiendo que en Evita Duarte está la mejor compañera de todas ustedes. (102)

Sin dudas, el conocimiento de estas vidas, marcadas por la política, tendría una influencia notable en un futuro que por entonces Eva no imaginaba. Pudo mudarse a un confortable departamento en el cuarto piso de Posadas 1567, entre Callao y Ayacucho, corazón del exclusivo barrio de la Recoleta, muy cerca de los estudios de Radio Belgrano.

Eva y Juan

Cada vez más, los caminos de Eva Duarte y Juan Domingo Perón se estaban acercando. Por esas casualidades, en el número 668 de la revista Antena aparecieron, en la misma página, una fotografía de Eva y una nota sobre la visita del coronel Perón a los estudios de LR3 Radio Belgrano. Es posible que Eva Duarte haya estado durante su visita.

En diciembre de 1943, Perón volvió a visitar Radio Belgrano para transmitir un mensaje oficial con motivo de la Navidad. Según Radiolandia, lo hizo acompañado de «su señorita hija». En realidad se trataba de una joven mendocina, amante del coronel y apodada «Piraña» con la que convivió por algún tiempo en un departamento del segundo piso de la calle Arenales 3291.

Un terremoto que sacudió al país

Aquel verano del ’44 parecía uno más en Buenos Aires. Hacía un calor asfixiante y los balnearios de la costanera estaban a pleno, alegrando a las mayorías que ni soñaban con Mar del Plata, refugio todavía de las clases altas que gozaban de sus mansiones y sus playas exclusivas sin siquiera imaginar que en apenas dos o tres años serían «invadidos» por la chusma, que gozaría de su flamante derecho a vacaciones pagas y llenaría los nuevos hoteles sindicales, que darían una nueva fisonomía a la «perla del Atlántico». Pero por ahora, en aquellos días de enero el coronel Perón era apenas el secretario de Trabajo y Previsión y no asomaba aún como una figura amenazante en el imaginario de los ricos de la Argentina. El 15 de enero amaneció sábado y como tal era un día de salida obligada. Los cines de Lavalle comenzaron a llenarse desde las matinés de doble programa. En medio de la función de las 20, exactamente a las nueve menos diez, la ciudad se sacudió. Las arañas de las casas oscilaron en una forma absolutamente desconocida y las radios suspendieron sus radioteatros para pasar un boletín urgente: en la ciudad de San Juan se había producido un terrible terremoto que no había dejado piedra sobre piedra. Las noticias llegaban desde Mendoza porque las líneas telegráficas y telefónicas de la capital sanjuanina estaban totalmente fuera de servicio.

San Juan era una ciudad apacible hasta las 20.48 de aquel sábado inolvidable. La tierra tembló durante unos 40 segundos, tiempo más que suficiente para destruir todo lo que se había edificado durante siglos, incluyendo los edificios reconstruidos desde el último terremoto, el de 1894. En un área de 190 kilómetros casi nada quedó en pie. Luego se supo que se trataba de un terremoto de 7,4 grados de la escala Richter y casi 10 en la de Mercali. Todo era desolación en aquella noche cerrada en la que la oscuridad tenía más de una posible acepción. Los sonidos de la tragedia reemplazaban a las imágenes. El diario La Razón describía:

Los gritos de los heridos partían el alma. Y más terrible era lo que sucedía porque la oscuridad impedía accionar a quienes se hallaban en condiciones de hacerlo. Se quería pedir socorro y las líneas no funcionaban. Se buscaba agua para aplacar la sed, para llevar alivio a los heridos y los servicios estaban interrumpidos. Desde los barrios populares, los supervivientes llegaban en tropel a la plaza 25 de Mayo, instintivo refugio de todos. Imploraban socorro para los suyos. Y no era posible atender los pedidos, pues había otros gritos más cercanos. (103)

Se había producido la peor catástrofe de la historia argentina: siete mil muertos y doce mil heridos. Las primeras estimaciones calculaban que el 90% de las edificaciones estaban totalmente destruidas y las pérdidas se evaluaban en más de cien millones de dólares de entonces.

Por orden del presidente Ramírez, la Secretaría de Trabajo y Previsión se puso al frente de la coordinación nacional de la ayuda a los sobrevivientes. La tragedia sensibilizó al país entero, que pudo ver a través de las fotografías de los diarios los terribles padecimientos de los compatriotas que lo habían perdido todo. Se realizaron centenares de colectas y, como siempre, la solidaridad fue inversamente proporcional a la pobreza de los donantes: daban más los que menos tenían.

El coronel Perón se dirigió al país por la cadena de radiodifusión:

La Secretaría de Trabajo y Previsión convoca para el lunes a todas las personas dirigentes o representantes de la banca, de la industria, del comercio, de las grandes entidades deportivas y culturales, del teatro, del cine y cualquier otra representación para formar la comisión de una gran colecta en beneficio de los damnificados por el terremoto de San Juan. Espero a todos estos señores en el recinto del ex Concejo Deliberante el lunes a las 18 horas, y espero también que nadie ha de faltar a esta cita de honor y de solidaridad nacional. […] Así se inicia bajo auspicios patrióticos y con el respaldo del espíritu de solidaridad del pueblo la obra de ayuda a nuestros hermanos sanjuaninos. El tiempo dirá de nuestro sentimiento y de nuestra solidaridad nacional.

No todos los que concurrieron fueron señores y fue en aquellas particulares circunstancias cuando Perón y Evita se encontraron para siempre. El general recordaría décadas después:

Entre los tantos que pasaron en esos días por mi despacho, había una mujer joven de aspecto frágil pero de voz resuelta, de cabellos rubios y de ojos afiebrados. Decía llamarse Eva Duarte, era actriz de teatro y radio y quería concurrir de cualquier manera a las obras de socorro por la desgraciada población de San Juan. Hablaba vivamente, tenía ideas claras y precisas e insistía para que le asignara una misión. —Una misión cualquiera —decía—. Deseo hacer cualquier cosa por esa pobre gente que en este momento es más desgraciada que yo. Yo la miraba y sentía sus palabras que me conquistaban: estaba casi subyugado por el calor de su voz y de su mirada. Eva era pálida pero mientras hablaba su rostro se encendía como una llama. Discutimos largamente. […] Vi en Evita a una mujer excepcional. Una auténtica apasionada, animada de una voluntad y de una fe que se podía parangonar con aquella de los primeros cristianos. Eva debía hacer algo más que ayudar a la gente de San Juan; debía trabajar por los desheredados argentinos, porque en aquel tiempo, en el plano social, la mayoría de los argentinos podía equipararse a los sin techo de la ciudad de la cordillera sacudida por el terremoto. (104)

Eva, como muchas artistas y personalidades de la época, prestó su apoyo y recorrió las calles con las alcancías que recaudaban fondos en pro de la reconstrucción de San Juan. Según Radiolandia, Evita recolectó 633,10 pesos, muy lejos del récord de Libertad Lamarque, que sumó 3.802,90.

Desde su columna «Me contó una urraquita…», la revista Antena comentaba:

[…] la gran mayoría de las niñas de sociedad están ofendidísimas porque la grandiosa colecta popular pro víctimas de San Juan no les fue encomendada a ellas. De todos modos, cualquiera puede figurarse que el éxito que tuvieron nuestros artistas no podía ser superado. Era una cuestión de popularidad. (105)

El encuentro oficial con Perón, que marcaría su vida para siempre, se produjo la noche del 22 de enero de 1944 en el Luna Park, cuando se realizó un festival artístico a beneficio de las víctimas del terremoto. Aquella noche, Eva, que actuó junto a su compañía de radioteatro, se sentó al lado de Perón y terminada la función, se fueron juntos.

Perón e Imbert estaban sentados junto al presidente Ramírez y su mujer. Cuando la pareja se fue, antes de terminar el espectáculo, quedaron sillones vacíos, lo que permitió el encuentro entre Evita y Perón. Quién sirvió de nexo para que Eva ocupase uno de esos asientos es ya un tema mítico, con versiones para todos los gustos: desde el autor de tangos y guionista cinematográfico Homero Manzi —según les contó a Borroni y Vacca su compañero del grupo FORJA, Arturo Jauretche— hasta quien luego sería el popular animador de televisión, Roberto Galán, pasando por Imbert y el teniente coronel Domingo Mercante, mano derecha y «corazón» de Perón.

Roberto Galán brindó su valioso testimonio a Alicia Dujovne Ortiz:

Evita ya había entrado al estadio pero, en lugar de sentarse, se había quedado abajo del escenario tironeando del pantalón de Galán (que estaba arriba, ocupado de organizar el espectáculo) y suplicando. «Galancito, por favor, anunciame que quiero declamar una poesía». Galán, en los inicios de su carrera, no tenía poder como para imponer a una estrellita frente a los grandes números artísticos que desfilaban por el escenario: Libertad Lamarque, Hugo del Carril, las orquestas de Canaro y D’Arienzo. Así que le aconsejó paciencia, y Evita permaneció de pie, esperando su momento.

Entretanto, Perón había llegado con otros coroneles. Todos se habían sentado en los sillones de mimbre (veinte sillones para ser más precisos) que Galán había instalado con sus propias manos. A media noche, Ramírez se había retirado. Quedaban puestos libres. Fue entonces cuando Galán concibió su genial idea: llamó a Evita, siempre lista, juntó a otras tres actrices —Rita Molina, Chola Luna y Dorita Norvi—, y les dijo: «Los coroneles se han quedado solos. Se los voy a presentar diciendo que ustedes forman parte del Comité Femenino de Recepción». Y Evita se sentó junto a Perón. A partir de ese momento, todo el mundo observó que el gallardo coronel no miró más el espectáculo: parecía hechizado por esa mujer que le hablaba y le hablaba… (106)

Domingo Alfredo Mercante, hijo del entonces teniente coronel, sostenía en cambio que había sido su padre quien los presentó:

Cuando yo era jovencito, iba a la quinta de Perón todos los fines de semana, acompañando a mi padre. Y mil veces oí que Evita le decía, delante de todos: «¿Se acuerda, Mercante, cuando usted en el Luna Park me llevó de la mano para hacerme sentar al lado de Perón? ¡Ay, el miedo que tenía! ¡Y usted, mire que estuvo inspirado!, ¿eh?» (107)

Lo cierto es que esa noche, Evita y Rita Molina ocuparon esos asientos vacíos al lado de Perón e Imbert.

La versión que, según Enrique Pavón Pereyra, le transmitió Perón, difiere de las anteriores, al combinarlas o entremezclarlas. Pero, sobre todo, sugiere que el secretario de Trabajo y Previsión ya le había «echado el ojo» con anterioridad. Es imposible saber qué parte de este relato es histórico y cuál integra el mito, pero por eso mismo vale la pena transcribirlo, tratándose de Evita

A la convocatoria [de la Secretaría de Trabajo y Previsión para ayudar a las víctimas del terremoto de San Juan] acudieron un centenar de artistas. Se sentaron en semicírculo y esperaron que les dijera qué se esperaba de ellos. […]

Propiciaremos —les dije— una gran colecta pública, con participación de quienes han sabido ganarse las simpatías populares. […]

No bien expuse la breve opinión de las autoridades, dejando en claro la preocupación que trasuntaba, pensé en dar al evento un cauce popular; ahí mismo surgió, pidiendo la palabra, una mujer de gran belleza, que reclamaba ser oída:

«¿El señor coronel ha terminado de hablarnos? ¿Le permitiría opinar a esta actriz de la radio?» Parecía haberse tomado el tiempo suficiente para observarnos; quizás había medido bien sus posibilidades de colaborar y entendió que éste era su momento. Hasta ese instante yo no la había distinguido, ya que no tuve tiempo de hacerlo. La invité a compartir nuestro estrado y desde allí ella concretó su idea: «¿No les parece que la cuestión primordial es saber qué puertas y en qué lugar hemos de golpear? Adelanto mi parecer: el dinero habrá que buscarlo entre quienes lo tienen».

Repasé su figura. Se trataba de una actriz de radioteatro, que se asomaba apenas en un medio muy salvaje, muy competitivo. Se la notaba introvertida, aunque dispuesta a hacerse escuchar. Enseguida se acomodó en el centro de la reunión y comenzó su monólogo, mientras giraba en torno de sí, para facilitar que se la observara desde todos los ángulos. Llevaba un vestido muy sencillo, era muy delgada; lucía el pelo rubio y largo y un sombrero diminuto, como se usaba en la época.

Con rapidez puso en orden sus propuestas: «Nada de festivales ¿qué es esto? ¿Un carnaval? Iremos directamente a pedir sin ofrecer nada. En este momento, no hay tiempo para organizar un espectáculo, un té, o una canasta. Cosas viejas que no sirven para otra cosa que para justificar la hipocresía. Nosotros vamos a patear la calle. Salgamos a pedir a los lugares públicos, pero también vayamos al hipódromo, al Jockey Club, a la Bolsa, a las Cámaras de Comercio, de la Industria, a los bancos… En esos ambientes diremos a la gente: “Nuestros hermanos están en desgracia, ¡vamos a ayudarlos!”».

Me gustó la forma de obrar y de pensar de esa mujer sensible. Era práctica y traía ideas nuevas. «Bueno, ya que la idea partió de usted, asuma la responsabilidad de darle forma», le dije. Ese día, Eva Duarte, la que resultaría ser una mujer inconmensurable, me respondió: «Es lo que pienso hacer, ¡organizarlo todo!» Y me advirtió: «Eso, si usted me lo permite. Si, como afirma, la causa del Pueblo es su propia causa, por lejos que vaya, por grande que pueda ser el sacrificio, no dejaré de estar a su lado».

Increíblemente, una circunstancia tan desgraciada para nuestra Patria, apuró para que nos sucediera el hecho más significativo y de más honda huella de mi vida sentimental.

Esa misma noche le confirmé que el festival, tan discutido por ella en la reunión de la tarde, finalmente se haría en el Luna Park. El objetivo era interesar a la mayor cantidad de gente en el tema y el espectáculo constituía el recurso más idóneo y más rápido. «Después de todo —le dije— el festival benéfico es casi una tradición en la Argentina; la importancia de esa convocatoria no reside en los medios, sino en los fines que la inspiran».

Me parece que Hugo del Carril se disponía a cantar cuando advertí que alguien se sentaba a mi lado. Miré y descubrí su sonrisa y los ojos más radiantes del mundo. Eva había llegado y, desde ese día, no se apartaría jamás de mi lado.

Más tarde, ella me confió que no había llegado tarde, sino que como también quería verme y deseaba aprovechar el evento, se puso de acuerdo con Rita Molina, que era quien tenía las entradas.

No le fue fácil lograrlo, porque el público había respondido hasta colmar las instalaciones del Luna. «Yo divisé desde lejos —me dijo— la sonrisa canchera de Homero Manzi y le grité: ¡Mirá, Homero! Aquí nos están tocando el culo, ¡hacenos pasar que tenemos entradas! Manzi nos vio con nuestros boletos en la mano y disimuló que, en realidad, correspondían a la fila quince. Claro, si no hubiera sido por la espontánea gentileza de Roberto Galán, nos habría sido imposible acceder al patio de butacas. Roberto, aprovechando que Farrell (sic) iniciaba su propósito de atender otro compromiso, me indicó que el asiento vacío me correspondía. Observé sus abrazos de despedida a Imbert, Terrera y a uno de los Montes y sentí que te pedía que lo representaras». (108)

En La razón de mi vida, Eva se limitaría a decir que fue su «día maravilloso», el que cambia una vida, pero a una amiga le confió cómo fue aquella noche:

Yo no puedo decir ahora cómo me animé a hacerlo. No lo pensé, porque si lo hubiera hecho me habría quedado donde estaba. Pero el impulso lo hizo todo. Vi el asiento vacío y corrí hacia él, sin pensar si correspondía o no me senté. Me vi de pronto junto a Perón que me miraba con aire un tanto asombrado y empecé a hablarle. Lo real es que yo estaba allí conversando con Perón, roto ya el hielo inicial y sin que nadie hiciera nada por sacarme de ese lugar. No podían hacerlo. Ya estábamos hablando como si nos conociéramos de toda la vida. Los números artísticos se iban sucediendo, y compartimos los aplausos y el entusiasmo de la gente. Cuando el acto terminó, Perón me invitó a que lo acompañara a comer algo por ahí. Acepté y fuimos. Quedé marcada a muerte. Fue, como le dije tantas veces, mi día maravilloso. Perón dijo que le gustaban las mujeres decididas. De eso no me olvido nunca. Fue así que días después empezó mi nueva vida. (109)

Como mencionamos anteriormente, Perón vivía en un departamento en Arenales 3291 esquina Coronel Díaz con una adolescente mendocina llamada María Cecilia Yurbel, a la que él había apodado «la Piraña». Evita la echó y la despachó para Mendoza.

Laura Yurbel, hermana menor de «Piraña», daba una versión similar, aunque con algunos detalles diferentes:

[…] cuando ocurrió el terremoto del 15 de enero de 1944, María Cecilia viajó a Mendoza «porque teníamos casi todos nuestros familiares en San Juan». Después, cuando volvió a Buenos Aires ya estaba «la Eva» en el departamento. «Ella era terrible —asegura—. María Cecilia no pudo verlo nunca más a Perón. A mi hermano lo echaron del trabajo. Nos persiguieron. No ha sido nada fácil. Tampoco podíamos ir a verlo allá. Sabían el apellido y nos tenían prohibido que nos acercáramos a él. Perón era muy bueno, pero ella era terrible». (110)

A los pocos días, Perón logró alquilar un departamento contiguo al de su nueva novia en la calle Posadas. Ya el 3 de febrero de 1944, cuando se estrenó Llora una emperatriz en el ciclo de radioteatro de Radio Belgrano, Perón y Evita no ocultaban su romance. Incluso permitieron que los fotografiaran.

Vivían juntos y los enemigos de la pareja lanzaban uno de sus primeros chistes sarcásticos. Reproducía un imaginario diálogo en el que Evita le preguntaba a Perón: «¿A qué santo le debo tanta felicidad? —A San Juan, Negrita, a San Juan.

38. Informe del doctor Abel Ortiz sobre el estado de la niñez en el Norte remitido al doctor Alfredo Palacios, en Alfredo Palacios, El dolor argentino, Claridad, Buenos Aires, 1938.

39. Ibídem.

40. Alfredo Palacios, op. cit.

41. José Luis Torres, La década infame, Freeland, Buenos Aires, 1973, págs. 27-29.

42. Testimonio de Eduardo del Castillo en Borroni y Vacca, op. cit., pág. 49.

43. Crítica, 29 de marzo de 1935.

44. El Pueblo, Junín, 30 de marzo de 1935.

45. En Ian Gibson, Cuatro poetas en Guerra, Planeta, Barcelona, 2007.

46. Noemí Castiñeiras, El ajedrez de la gloria. Evita Duarte actriz, Catálogos, Buenos Aires, 2002, pág. 36.

47. Al respecto, véase Mujeres tenían que ser. Historia de nuestras desobedientes, incorrectas, rebeldes y luchadoras. Desde los orígenes hasta 1930, Planeta, Buenos Aires, 2011, págs. 503-505.

48. Nota de Edmundo Guibourg en Crítica, 31 de julio de 1935, citada por Castiñeiras, op. cit., pág. 37.

49. Eva Franco, Cien años de teatro en los ojos de una dama, El Francotirador Ediciones, Buenos Aires, 1963, pág. 127.

50. Citado en Vera Pichel, Evita íntima. Los sueños, las alegrías, el sufrimiento de la mujer más poderosa del mundo, Planeta, Buenos Aires, 1993, pág. 38.

51. Testimonio de Eva Franco en Radiolandia 2000, 4 de abril de 1980, citado por Castiñeiras, op. cit., pág. 38.

52. El lujoso ataúd que contenía el cadáver del argentino más famoso de su tiempo partió de Medellín el 17 de diciembre de 1935. El cuerpo fue llevado a Panamá y de allí a Nueva York a donde arribó el 6 de enero de 1936 y fue velado durante una semana en una funeraria del barrio latino, a la que concurrieron cientos de admiradores locales de Carlitos. De allí partió el cuerpo el 17 de enero de 1936; hizo escalas en Río de Janeiro y Montevideo, donde también se le rindieron sentidos homenajes. Finalmente, el ataúd que traía al hombre que a partir de entonces comenzaría a cantar mejor cada día llegó a Buenos Aires el 5 de febrero de 1936 y al día siguiente comenzó su velatorio en el Luna Park.

53. Roberto Arlt, «Aguafuertes porteñas», en Obras completas, Buenos Aires, Omeba. 1981.

54. Citado por Castiñeiras, op. cit., pág. 48.

55. José Capsitski, «Prehistoria de Eva Perón», Todo es Historia, Nº 14, junio de 1968.

56. Eva Franco, op. cit., pág. 135.

57. Borroni y Vacca, op. cit., págs. 52-53.

58. Citado en Castiñeiras, op. cit., pág. 62.

59. Ibídem.

60. Carlos Ulanovsky, Marta Merkin, Juan José Panno y Gabriela Tijman, Días de radio. Historia de la radio argentina, Espasa Calpe, Buenos Aires, 1999, pág. 97.

61. Castiñeiras, op. cit., pág. 63.

62. Ibídem, págs. 63-64.

63. Testimonio de Pedro Quartucci en Borroni y Vacca, op. cit., pág. 64.

64. Citado en Jorge Camarasa y Santiago O`Donnell, «El secreto de Eva», en, http://www.lanacion.com.ar/209103-el-secreto-de-eva.

65. Carlos Ares, «La supuesta hija de Evita», El País, Madrid, abril de 1999.

66. Sentencia del Poder Judicial, facilitada al autor por familiares de Eva Perón.

67. En Roberto Alifano, El humor de Borges, Alloni-Proa, Buenos Aires, 1995.

68. El Marabú, ubicado en Maipú 359, fue el escenario en el que debutó Aníbal Troilo con su orquesta el 1 de julio de 1937. Fue creado a iniciativa del inmigrante español Jorge Sales en 1935, convirtiéndose a partir de allí en un tradicional cabaret de la noche porteña. Allí actuaron todos los grandes exponentes del tango.

69. Testimonio de Pierina Dealessi en Castiñeiras, op. cit., pág. 72.

70. Testimonio de Pierina Dealessi en Capsitski, op. cit.

71. Testimonio de Pierina Dealessi en Borroni y Vacca, op. cit., pág. 63.

72. Edmundo Guibourg, Al pasar por el tiempo (Memorias contadas a Marcelo Bonnin), Fundación Banco Provincia, Buenos Aires, 1985.

73. Erminda Duarte, op. cit.

74. Sobre su papel como pionera del cine social y el gremialismo actoral, véase Mujeres tenían que ser…,, cit., págs. 503 y siguientes.

75. Guibourg, op. cit.

76. Revista Sintonía, 19 de septiembre de 1938; archivo del autor.

77. Testimonio de Carmelo Santiago en Borroni y Vacca, op. cit., pág. 49.

78. Alicia Dujovne Ortiz, Eva Perón. La biografía, Aguilar, Buenos Aires, 1995, pág. 69.

79. Castiñeiras, op. cit., pág. 89.

80. Borroni y Vacca, op. cit., págs. 56-57.

81. Vera Pichel (comp.), Evita. Testimonios vivos, Corregidor, Buenos Aires, 1995, págs. 55-58.

82. Castiñeiras, op. cit.

83. Castiñeiras, op. cit., pág. 101.

84. Castiñeiras, op. cit., pág. 103.

85. Ibídem, pág. 105.

86. Testimonio de Mauricio Rubinstein en Borroni y Vacca, op. cit., pág. 61, que dice que esa persona habría roto el compromiso por un «chisme» de su chofer.

87. Castiñeiras, op. cit., pág. 121.

88. Radio El Mundo, una de las más populares de entonces, pertenecía al grupo Haynes, que comenzó como editorial en 1904, con la revista El Hogar y se fue expandiendo con otras publicaciones, entre ellas el diario El Mundo, PBT, Mundo Argentino y Mundo Rural. Haynes fue uno de los primeros multimedios de la Argentina y había inaugurado Radio El Mundo en 1935 con modernísimos estudios estilo art déco, equipados con la última tecnología, ubicados en Maipú 555, edificio que hoy ocupa Radio Nacional.

89. A las publicidades en aquellos años, particularmente a las radiales, se las llamaba reclame (aviso, en francés).

90. Testimonio de César Mariño en Capsitski, op. cit.

91. Sintonía, 7 de enero de 1942, citado en Castiñeiras, op. cit.

92. En Gerardo Bra, «Eva Duarte Actriz», Todo es Historia, Nº 231, agosto de 1986.

93. Roberto Arlt, novelista y autor teatral, gozaba de popularidad sobre todo por sus notas, conocidas como «Aguafuertes porteñas» (aunque también se publicaron con los títulos de sección «Buenos Aires se queja», «Tiempos presentes» y «Al margen del cable»), que publicaba el diario El Mundo desde 1928.

94. Fue el primer caso registrado de nacimiento quíntuple, en este caso de tres nenas y dos varoncitos. Aunque la familia intentó, por varios meses, preservar su intimidad, la noticia finalmente llegó a los medios de prensa que la convirtieron en reiteradas notas.

95. Testimonio de Marcos Zucker, en Borroni y Vacca, op. cit., págs. 63-64.

96. Citado en Robert A. Potash, Perón y el GOU, Sudamericana, Buenos Aires, 1984, págs. 192, 200, 201 y 206.

97. Sobre estos temas, véase Los mitos de la historia argentina 3. Desde la ley Sáenz Peña a los albores del peronismo, Planeta, Buenos Aires, 2006.

98. Eva Perón, Historia del Peronismo, Freeland, Buenos Aires, 1971, págs. 91-92.

99. En aquel entonces el correo y las telecomunicaciones, que incluían las radios, estaban a cargo de un mismo funcionario.

100. En Horacio Salas, Homero Manzi, y su tiempo, Buenos Aires, Vergara, 2001.

101. Revista Antena, 30 de septiembre de 1943.

102. En Borroni y Vacca, op. cit.

103. La Razón, 16 de enero de 1944.

104. Juan Domingo Perón, Obras completas, tomo 20, Fundación pro Universidad de la Producción y el Trabajo/Fundación Universidad a Distancia Hernandarias, Editorial Docencia, Buenos Aires, 1999.

105. Antena, 10 de febrero de 1944, citado por Castiñeiras, op. cit., pág. 146.

106. Dujovne Ortiz, op. cit., pág. 102.

107. Ibídem, pág. 103.

108. Pavón Pereyra, Vida íntima de Perón…,, cit., págs. 79-82.

109. Testimonio de Eva Perón en Pichel, Evita íntima…, cit.

110. Testimonio de Laura Yurbel, en Araceli Bellotta, Las mujeres de Perón, Planeta, Buenos Aires, 2005, pág. 73.