Cholita

El mundo estaba agitado allá por 1919. El 28 de junio, las grandes potencias vencedoras de la sangrienta Primera Guerra Mundial se pondrían finalmente de acuerdo en el Salón de los Espejos del Palacio de Versalles. Allí decidirían el reparto de Europa y se unirían para combatir al naciente primer Estado socialista del mundo, que luego sería conocido como la Unión Soviética. A los ojos de esas potencias, la Rusia bolchevique amenazaba extender la revolución a toda la Tierra. El primer intento se había producido en Alemania, en enero de ese mismo año, de la mano de la Liga Espartaco, dirigida por Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo. La revolución fracasó y sus líderes fueron asesinados. Sin embargo, los soviéticos y sus partidarios de todo el mundo, habían fundado en Petrogrado (1) la Tercera Internacional. (2) Las potencias reunidas en Versalles, al tiempo que decidían cobrarle a la derrotada Alemania sumas impagables en concepto de «reparaciones de guerra», promovieron y organizaron fuerzas expedicionarias contra la Rusia soviética, que debió sobrellevar tres años de guerra civil.

Los sueños de fraternidad universal —expresados, por ejemplo, en el utópico idioma esperanto— (3) se hacían añicos contra la mezquindad de los poderosos del mundo, que teniendo en cuenta el llamado a la unidad lanzado por Marx a los proletarios de todas las latitudes hacía unas décadas, (4) decidieron compactarse frente al enemigo común: los verdaderos creadores de la riqueza que ellos disfrutaban.

El miedo burgués empezaba a alumbrar la reacción. Mientras Benito Mussolini fundaba en Italia el Partido Nacional Fascista, un mediocre cabo llamado Adolf Hitler participaba de la fundación del por entonces ignoto Partido Nacional Socialista Alemán de los Trabajadores. En Estados Unidos, la única potencia que podía llamarse con todas las letras vencedora en la Guerra (la que menos bajas sufrió, cuyo territorio no se vio afectado en lo más mínimo por la contienda y que terminó por imponerse como la gran proveedora y prestamista de vencedores y vencidos), embriagada por el triunfo y por el auge del consumo, el gobierno federal sancionó la más notable ley a favor del alcohol que jamás se haya aprobado. La llamada Ley Seca, que prohibía su consumo en todas las formas, terminó estimulándolo y generando verdaderos imperios mafiosos que operaban bajo la mirada más que tolerante de los poderes de turno.

Durante ese mismo año moría asesinado el entrañable Emiliano Zapata, líder de los campesinos del sur de México que reclamaban la reforma agraria durante la primera gran Revolución del siglo XX, la Mexicana.

Mientras tanto, en Buenos Aires, hacía dos años que el tango ya era canción, desde que a Pascual Contursi se le había ocurrido ponerle letra a Lita, que a partir de entonces pasó a llamarse Mi noche triste y en poco tiempo abrió el camino de Carlos Gardel, quien en aquel año estrenaba Margot del enorme Celedonio Flores. Gobernaba Yrigoyen pero el poder no había cambiado de manos, aquellas manos que perpetraron una masacre obrera que pasaría a la historia como la «Semana Trágica». (5) Terminada la matanza, las damas de caridad y la jerarquía de la Iglesia católica lanzaron una colecta para reunir fondos para «darle limosnas a los pobres». Lo hacían evidentemente en defensa propia, según ellas mismas confesaban: «Dime: ¿qué menos podrías hacer si te vieras acosado o acosada por una manada de fieras hambrientas, que echarles pedazos de carne para aplacar el furor y taparles la boca? Los bárbaros ya están a las puertas de Roma».

Sonaba el tango y resonaban los ecos de aquella masacre cuando en el campo «La Unión», cercano a la pequeña localidad bonaerense conocida como Los Toldos, en el partido de General Viamonte, a las cinco de la mañana del lluvioso 7 de mayo de 1919 nacía María Eva, la futura Eva Perón.

De la naturaleza de los hijos naturales

Los Toldos es una pequeña localidad ubicada a unos 200 kilómetros de la Capital Federal. Había sido fundada un par de veces pero se consolidó en 1892 cuando don Electo Urquizo diseñó el pueblo que se afianzaría con la llegada del ferrocarril. Debía su nombre a la proximidad con la toldería del lonco Ignacio Coliqueo. Este jefe mapuche y su gente pudieron instalarse en la zona gracias al apoyo que brindaron a las tropas del general Bartolomé Mitre contra las de Justo José de Urquiza en la batalla de Pavón en 1861. (6)

María Eva fue bautizada por el cura Carlos Micote en la capellanía vicaria de Nuestra Señora del Pilar de Los Toldos el 21 de noviembre de 1919.

Desde chica, en su familia la apodaron «Cholita». Andando el tiempo, Perón, de entrecasa, la llamaría «Chinita». Curiosamente, los dos sobrenombres tienen un origen histórico racista, (7) aunque para entonces, en el uso habitual bonaerense, ya habían perdido esa connotación. En algún momento, Perón pensó que tenía que aclararlo y le confesó a su biógrafo Enrique Pavón Pereyra:

Obviamente, el mote de «Chinita» no obedece a ningún antecedente biológico ni, tampoco, puede prestarse a equívoco alguno. Mi mujer no era negra, ni mulata, ni zamba, ni tenía otra relación con los orígenes en cuyo ámbito había venido al mundo —en la reserva de Los Toldos— que el haber sido amamantada por una madre indígena, de la etnia de los Coliqueo. En rigor de verdad, Eva lucía un cutis de alabastro y su tez era translúcida, amarfilada, casi blanquinosa. ¿Me entenderá usted si le digo que era de físico transparente? (8)

Acaso esta necesidad de «purificar» los orígenes de Evita obedeciese a su condición de «hija natural», en momentos en que esto representaba un estigma social. Muchos son los mitos alrededor de su nacimiento, los que se fueron transformando a través del tiempo.

El acta de matrimonio con Juan Domingo Perón indica que Evita nació en Junín, el 7 de mayo de 1922, «hija legítima de doña Juana Ibarguren de Duarte y de su esposo, Juan Duarte»; pero por investigaciones posteriores pudo saberse que la partida de nacimiento que consignaba esa fecha era falsa y que la original, inscripta en el Registro Civil de General Viamonte, había sido arrancada y destruida. Esta adulteración pretendía reparar su condición de «hija natural», producto de la negativa de su padre a reconocerla. Fue inscripta por su madre como María Eva Ibarguren. El cambio en la partida de la condición civil de sus padres, de concubinos a casados, debía ir necesariamente acompañado de la modificación de la fecha de nacimiento de María Eva, porque Duarte estaba casado, no precisamente con Juana, y recién en 1922 cambió su estado civil por el de viudo. Esta alteración en la fecha eliminaba entonces la condición de «hija adulterina» de Evita. La modificación se produjo en 1945, en los días previos a la boda con Perón, cuando Evita fue anotada con estos datos ficticios en el acta número 728, documento que originariamente correspondía a un bebé muerto a los dos meses de vida, llamado Juan José Uzqueda.

Incluso las circunstancias del parto son motivo de dudas. Héctor Daniel Vargas aporta algunos datos al afirmar que según «la versión más generalizada, Juana Rawson de Guayaquil, comadrona de la tribu mapuche de Coliqueo, ayudó durante el parto a Juana Ibarguren, de 25 años». (9) Por el contrario, Erminda Duarte, una de las hermanas de Eva, asegura que a su madre la atendió el doctor Eugenio Bargas, amigo de la familia y director del Hospital Municipal del pueblo, «el mismo que nos trajo a las dos al mundo». (10)

El semanario Primera Plana, en su número del 20 de julio de 1965, publicó una carta de lectores firmada por el abogado Darío Rodríguez del Pino, cuyo hermano Evaristo, escribano, estaba a cargo de la delegación del Registro Civil de General Viamonte, en la que decía:

Corrían los primeros meses de 1945, (11) cuando un día se presentó al despacho del Jefe del Registro Civil de Los Toldos una de las hermanas, de nombre Elisa, de la que más tarde sería principal figura de esa época. Venía a pedir un testimonio de la partida de nacimiento de María Eva y otro a su nombre, haciendo notar que debía figurar con el apellido Duarte; contestó mi hermano que a nombre de ese apellido no había partida alguna porque eran hijas adúlteras y, por lo tanto, sólo figuraban con el de la madre. La peticionante insistió y le rogó que le hiciera ese gran favor, que sería bien recompensado, pues María Eva se iba a casar con Perón, y que éste sería presidente de la República. Con la exigencia por parte de la hermana de María Eva, mi hermano Evaristo vino a Buenos Aires, para informarse de ese pedido, y estando en casa recibió otra carta de ella ordenando se le extendiera ese documento.

Personalmente fuimos a ver al director general del Registro Civil, en La Plata, y mi hermano le dijo que como funcionario no podía fraguar un instrumento público, dejando al criterio del director, por si él lo quería otorgar. Cuando estábamos en esa conversación, yo le propuse que si esa persona que había hecho el pedido, o la que convivía con Perón, preguntaba por las partidas, le dijera que a su nombre no había asiento alguno y, por lo tanto, correspondía hiciera una información sumaria. Y así quedó archivado el asunto, sabiendo más tarde, que quien fraguó las partidas, haciendo figurar como que todos habían nacido en Junín, fue nombrado alto funcionario del Banco de la Provincia de Buenos Aires. (12)

El acta adulterada decía lo siguiente:

En la ciudad de Junín, provincia de Buenos Aires, a cinco de julio de 1922, ante mí, Jesús Melián, Jefe del Registro Civil, Juana Ibarguren de Duarte, de treinta y dos años, casada, argentina, domiciliada en la calle San Martín setenta, hija de Joaquín Ibarguren y de Petrona Núñez, declara: que el día siete de mayo del corriente año, a las cinco horas, en la casa de la exponente dio a luz una criatura del sexo femenino, a quien vi en dicho domicilio que había recibido el nombre de María Eva, hija legítima de la declarante y de su esposo Juan Duarte, de treinta y dos años, casado, argentino, hacendado, domiciliado en la misma casa, hijo de Francisco Duarte y de Juana Echegoyen. (13)

Como se ve en el acta se dan por ciertos el casamiento de Juana y Juan y el estatus de «legítima» de Evita, cuestiones que legalmente no eran ciertas; también se cambia la edad de Duarte, que había nacido el 1 de noviembre de 1858 y por lo tanto tenía, en mayo de 1922, 63 años.

En nombre del padre

En aquel pueblo agrícola-ganadero de Los Toldos, que hacia 1919 tenía unos 3.000 habitantes, (14) vivieron doña Juana Ibarguren y sus cinco hijos: Blanca, Elisa, Juan Ramón, Erminda Luján y María Eva. Su padre, Juan Duarte Manechena Etchegoyen, era miembro de una familia acomodada de Chivilcoy y había llegado a General Viamonte para administrar la estancia «La Unión». Ésta era propiedad de los Malcolm, punteros locales del caudillo conservador Marcelino Ugarte, quien había sido gobernador de Buenos Aires hasta que el presidente Hipólito Yrigoyen decidió intervenir la provincia en 1917. El intendente Malcolm fue reemplazado por el radical José Vega Muñoz, complicando política y económicamente la vida de Duarte, quien en tiempos conservadores había llegado a ser suplente del juez de Paz.

No se sabe muy bien por qué Don Juan se negó a reconocer a Eva como hija legítima. Duarte, como muchos hombres de su clase y de su tiempo, creía ejercer plenamente su masculinidad manteniendo las formas que exigían la «moral y las buenas costumbres». En su pueblo natal había formado una familia «legal, respetable y bien constituida» junto a una prima suya, Adela D’Uhart. (15) Ambos tenían el mismo apellido D’Uhart (16) pero, gracias a la «creatividad» de algún funcionario del puerto, al antepasado directo de Juan lo anotaron como Duarte.

Juan Duarte, con su esposa Adela, había tenido hijos que gozaban del estatus de legítimos. Con doña Juana —a la que había conocido en «La Unión» en 1908— tuvo sus otros hijos, los «naturales», siempre cercanos a aquel mote de bastardos, terriblemente insultante en aquellas épocas en las que la condición de «natural» era un pasaporte a la discriminación social y jurídica.

Aquella doble moral, obscena y machista, aceptaba y hasta festejaba en secreto estas dobles vidas, entendiendo como «necesidades masculinas» el mantenimiento de dos relaciones paralelas. Pero para «la segunda» y sus hijos no había piedad. María Eva era una hija natural. Lo natural no era bueno por entonces, y los «hijos naturales» quedaban fuera de aquella peculiar naturaleza humana. Desde chiquita, Eva tuvo que ubicarse por ahí, en los suburbios de la vida.

Doña Juana

Los orígenes europeos del padre de Eva, que Perón insistía en resaltar, se contraponen a los avatares de la rama materna. Doña Juana y su hermana Liberata eran hijas de Petrona Núñez, nacida en 1872 en Bragado. El padre de Juana fue el vasco Joaquín Ibarguren, de oficio carrero, que se dedicaba al traslado de mercaderías desde aquella zona de la provincia de Buenos Aires hacia General Acha.

La pedagogía de la injusticia

La infancia de Cholita, como la llamaban sus hermanas, no fue muy distinta de la de millones de chicos argentinos, atravesada por las privaciones y las ilusiones de salir de esa situación, de soñar con el imposible juguete o el viaje a la gran ciudad.

El Estado de entonces estaba muy lejos de ser benefactor, (17) y para todos regían las leyes del mercado, con sus pocas ofertas y todas las demandas.

La pobreza en toda su dimensión será una marca indeleble para Evita. A ella nadie se la contó, aprendió muy a su pesar a convivir con las necesidades, a sobrevivirlas:

Para ver la pobreza y la miseria no basta con asomarse y mirarla. La pobreza y la miseria no se dejan ver así tan fácilmente en toda la magnitud de su dolor porque aun en la más triste situación de necesidad el hombre y más todavía la mujer saben imaginárselas para disimular, un poco al menos, su propio espectáculo. […] Allí donde cuando hay cama no suele haber colchones, o viceversa; o ¡donde simplemente hay una sola cama para todos…! ¡Y todos suelen ser siete u ocho o más personas: padres, hijos, abuelos…! Los pisos de los ranchos, casillas y conventillos suelen ser de tierra limpia. ¡Por los techos suelen filtrarse la lluvia y el frío…! ¡No solamente la luz de las estrellas, que esto sería lo poético y lo romántico! Allí nacen los hijos y con ellos se agrega a la familia un problema que empieza a crecer. Los ricos todavía creen que cada hijo trae, según un viejo proverbio, su pan debajo del brazo; y que donde comen tres bocas hay también para cuatro. ¡Cómo se ve que nunca han visto de cerca la pobreza! Yo también los he visto volver a casa con el hijo muerto entre los brazos para dejarlo allí sobre una mesa y salir luego a buscar un ataúd como antes buscaron médico y remedios: desesperadamente.

Los ricos suelen decir: —No tienen sensibilidad, ¿no ve que ni siquiera lloran cuando se les muere un hijo?

Y no se dan cuenta que tal vez ellos, los ricos, los que todo lo tienen, les han quitado a los pobres hasta el derecho de llorar. (18)

Un velorio de película

El 8 de enero de 1926, Juan Duarte murió a los 67 años en un accidente automovilístico. Apenas se enteró del hecho a través de una llamada de un pariente cercano del muerto, Juana Ibarguren partió hacia Chivilcoy con sus cinco hijos en un auto de alquiler y se presentó en el velorio a darle el consabido último adiós.

Todas las miradas se clavaron en Juana y su prole. Las señoras y los señores «respetables» no podían creer lo que veían. «Cómo se atreve», era en aquella tórrida mañana de verano la frase menos original, que competía con «qué coraje» y «qué descaro».

Sin embargo, la familia «legítima» —y no, como se ha dicho erróneamente, su esposa, que había fallecido hacía cuatro años— (19) no se opuso a tolerar la presencia de la familia de Los Toldos. Los testimonios coinciden en mencionar un pequeño episodio con una de las hijas, que fue superado; los otros Duarte y la pequeña Ibarguren pudieron besar a su padre antes de que cerraran el féretro y acompañaron el cortejo fúnebre. Esto le quita al episodio el carácter de fundamental y predestinante que le da, por ejemplo, la película Evita de Alan Parker protagonizada por Madonna, que quiere ver en el enojo de esa pequeña rebelde, que contra todos consigue irrumpir en la sala mortuoria para besar a su padre, un anticipo de la futura imparable Evita.

Según su hermana Erminda:

Nuestra madre nos alzó, nos ayudó a besarlo mientras —¿cómo adivinarlo entonces?— sellábamos silenciosamente un pacto de sólida unión en torno a ella, viendo cómo su dolor se transfigura ante la necesidad de sustituirlo a él y asumir desde ese mismo día todas las responsabilidades con un estoicismo que tenía un solo sentido: el de fortalecernos. (20)

Erminda ratifica que no fueron las dificultades para despedir a su padre las que moldearon su carácter. Otras fueron las cosas que la fueron «predestinando»:

Y ahora descubro cómo muchas de sus cosas de niña anunciaban de alguna manera su destino. La infancia de los seres con grandeza posee siempre cosas preciosas.

Desde chica le encantó leer poesías y asimismo tuvo predilección por la lectura de biografías de grandes personajes de la historia, sobre todo de mujeres famosas. Recuerdo que esas páginas le exaltaban. ¡Qué significativo! ¿Podía intuir entonces que llegaría a ser una de ellas, a entrar en la historia definitivamente?

Nunca pedía nada, ya que en esa hermosa libertad entre árboles, hierbas y pájaros, lo tenía todo. (21)

La ñata contra el vidrio

La muerte de su padre y la situación económica de su familia retrasaron su ingreso a la escuela primaria. En 1927, a los 8 años, fue inscripta en la escuela mixta urbana número 1, de la calle Mitre 182, en Los Toldos.

Obtuvo un diez en conducta que contradice la imagen de niña rebelde que irrumpe en el velorio de su padre. Sus notas bajas en lectura, escritura, aritmética, historia, hablan por sí mismas de las dificultades económicas, las desigualdades y las falencias a las que estaba sometida una niña pobre, huérfana e hija natural, en un pueblo bonaerense de esos años.

En segundo grado, su conducta continuaba impecable. Su rendimiento académico seguía siendo deficiente. Sin embargo, su interés por algunas disciplinas como canto y música y ejercicios físicos permitían anticipar su vocación. Una de sus maestras decía:

Recuerdo perfectamente a varios de sus compañeros, pero la figura de esta alumna, por momentos, se me desdibuja, posiblemente, porque no terminó su escuela primaria en el pueblo. Sin embargo, recuerdo nítidamente la expresión de sus ojos: igual a la que exhibió durante todo el resto de su vida. Era más bien callada y no tenía muchos amigos. Me parece recordar que las madres aconsejaban a sus hijos no acercarse mucho a ella y a sus hermanas. (22)

Evita tuvo que entender pronto cuestiones que llevan su tiempo aprender. No iba a tener nunca una familia «legítima», un auto, las cosas que parecían normales y constitutivas de la felicidad en las familias que ella veía en el cine y escuchaba en los radioteatros.

Conoció la humillación, los zapatos apretados y rotos heredados de sus hermanas y la mirada para abajo que indefectiblemente lleva a mirar de reojo para arriba. Soportó en varias fiestas patrias la dádiva de las señoras de la «beneficencia» que le acariciaban la cabeza con cierta prevención mientras le donaban, a la vista de toda la escuela, un guardapolvo usado o el vestidito pasado de moda que alguna de sus hijas había desechado. Ahí empezó a odiarlas prolijamente.

Desde que yo me acuerdo, cada injusticia me hace doler el alma como si se me clavase algo en ella. De cada edad guardo un recuerdo de alguna injusticia que me sublevó desgarrándome íntimamente. La limosna para mí fue siempre un placer de los ricos; el placer desalmado de excitar el deseo de los pobres sin dejarlo nunca satisfecho. Y para eso, para que la limosna fuera aún más miserable y más cruel, inventaron la beneficencia y así añadieron al placer perverso de la limosna el placer de divertirse alegremente con el pretexto del hambre de los pobres. La limosna y la beneficencia son, para mí, ostentación de riqueza y de poder para humillar a los humildes. (23)

De Los Toldos a Junín

Mientras María Eva crecía, la Argentina vivía la terrible crisis iniciada en octubre de 1929 en los Estados Unidos y extendida como una peste a todo el mundo. Los países centrales habían decidido transferir los efectos de esta «depresión» a los países periféricos y esperaban que éstos asumieran los costos de la misma. A su vez, los Estados de los países periféricos como el nuestro transferirían el peso de la crisis a los sectores populares, vía el aumento de impuestos y tarifas y la rebaja brutal de sueldos y jornales.

Era una crisis perdurable que afectaba particularmente al campo. Los pequeños productores, que habían tomado préstamos hipotecarios para sembrar y pensaban pagarlos con el producto de las cosechas, pronto advirtieron que por la rebaja unilateral de precios impuesta por Estados Unidos y Gran Bretaña, para ganar lo mismo tenían que producir y vender el 40% más y absorber los costos que esto implicaba. La mayoría no pudo afrontar esta situación y sus campos fueron ejecutados por los bancos. Tuvieron que dejar las zonas rurales en busca de oportunidades económicas en las ciudades, pero no ya como propietarios sino como proletarios. Peor aún sería la situación de los peones de estos campos, familias enteras que comenzaron a migrar hacia las ciudades, expulsadas por el hambre.

Para muchos habitantes de pueblos como Los Toldos comenzaban los tiempos de las «migraciones internas». Según contaba Pascual Lettieri, antiguo dirigente radical de la zona y editor del periódico local La Unión

Al nacer Eva, yo era intendente del pueblo. […] En el año 1919 esto era una aldea. Todas las calles eran de tierra. El panorama político incluía a conservadores y radicales, éramos tres mil habitantes. No había industrias… nada de nada. La que no estudiaba para maestra tenía que ir a una tienda. Ni siquiera quedaba el recurso de casarse con militares, porque aquí jamás los hubo. Las Ibarguren eran una familia muy pobre.

Lettieri afirmaba que Juana Ibarguren tuvo que rogar por el trabajo de su hija Elisa, empleada del Correo, y logró su traslado a la ciudad de Junín. Con ella, a comienzos de 1930, los Ibarguren-Duarte se mudaron en busca de una vida mejor.

Una chica de Junín

Junín ya era una ciudad importante de la provincia de Buenos Aires, con dos líneas de trenes: el Ferrocarril Buenos Aires al Pacífico y el Central Argentino, y un inmenso taller ferroviario que daba trabajo a miles de obreros.

La vida de los Ibarguren-Duarte siguió marcada por las privaciones. Juana «cosía para afuera», como se decía por entonces, en su nueva casa de la calle Winter 90, y recibía la ayuda de Blanca, que ya ejercía como maestra. Elisa seguía como empleada del Correo y Juancito trabajaba de mandadero en una farmacia.

Las más chicas, Chicha (Erminda) de catorce y Cholita de once, estudiaban. En la única escuela de General Viamonte habían realizado sus primeros años escolares. El pase de Evita a la Escuela N° 1 «Catalina Larralt de Estrogamou», de Junín, le permitió completar su tercer grado. No era una buena alumna y sus boletines dejan ver muchas inasistencias. Sus compañeras destacan que por entonces era callada y tímida.

Una de sus maestras de Junín, Palmira Repetti, la recordaba con mucho más cariño que sus colegas de Los Toldos:

Fue una alumna que se hizo querer tanto… Alta, delgada, pelos negros; era señorita, en ese tiempo todavía era señorita. Muy viva, tan viva y muy inteligente, cómo no. Tendría quince años, dieciséis cuando venía a mi casa para explicarle lo que había estudiado de verso y todas esas cosas. Le gustaba mucho leer […]. Cuando yo la tuve en sexto grado ya había estado en otros grados y vivía a una cuadra y media, dos cuadras del colegio; por aquel barrio, por el barrio del sur. No, no era tan charleta, no, no; era concentrada, concentrada sí. (24)

No son pocos los testimonios que coinciden en que algunas de sus amiguitas eran reprendidas duramente por sus madres si se juntaban con «esa bastarda». Una compañera de escuela de Evita, Elsa Sabella, recordaba que los

[…] compañeros de sexto grado la marginaban y eso se puede entender perfectamente en aquellos años […] acá en la provincia, es que ser hija natural era como un baldón, como una maldición. Y tenía más que razones para sentirse herida, resentida; pero jamás lo comentó conmigo a pesar de que pienso que habrá sufrido muchísimo por esa condición. (25)

Aquellas señoras de doble moral justificaban su actitud cruel y discriminadora en la defensa de las «buenas familias» que incluían a sus maridos que, como ellas bien sabían, embarazaban a sus amantes fuera de sus hogares «bien constituidos», generando aquellos niños en los que estas nobles damas ejercían su venganza.

Los reyes no son lo que parecen

Evita comenzaba a dar las primeras muestras de su vocación. Por la tarde, jugaba con sus hermanos. Le encantaba pintarse la cara con algún maquillaje de su madre o con barro, vestirse de payaso y hacer acrobacias y malabarismos. La platea familiar asistía a sus funciones que incluían escenas teatrales.

Así lo recordaba su hermana Erminda:

¡Cómo le gustaba subirse a los árboles! Yo la seguía. Aunque menor que yo, las iniciativas eran siempre suyas. La veo trepar con una asombrosa rapidez, con destreza.

Aunque los árboles fueran altos no tenía miedo.

Su niñez contuvo toda la inquietud y la fantasía imaginables. Ya no le bastaban la rayuela, las escondidas, y la banderita, la infaltable mancha: aprendió a jugar a la billarda, y a hacer girar trompos incansablemente. ¿Y cuando jugábamos a las estatuas? Lo hacíamos entre varias chicas —recuerdo que obligó a todas a incorporar a nuestro grupo a una chica muy pobre con quien casi todas se resistían a jugar. Se trataba de un juego sin duda teatral: una tomaba a otra de la mano y la hacía girar y después la lanzaba y la que se inmovilizaba en la posición más armoniosa, más bella —una estatua viva— era la ganadora. Y casi siempre la elección recaía en Eva, auxiliada invariablemente por la espontaneidad y la gracia. Sin duda, tenía ángel. Resultaba con asombrosa frecuencia «la estatua», y permanecía en la posición en que de improviso había quedado, casi sin moverse, apenas perceptible su respiración. (26)

También se divertía coleccionando fotografías de sus actrices preferidas, que atesoraba en un álbum. Al recorrer las páginas de aquellas revistas como El Hogar, se asomaba a un mundo lejano, soñado, un mundo al que difícilmente accedería, el de las reinas, las divas, las estrellas de Holywood, aquellas mujeres hermosas, brillantes, independientes, que marcaban un estilo.

Elsa Sabella, su amiga, recuerda:

Tenía trece años y ya pensaba en ser estrella, puesto que iba a mi casa donde mi hermano mayor compraba una revista de aquel entonces editada por Emilio Kartulovich, llamada Sintonía, y lo que más buscaba eran los modelos que usaban las estrellas. (27)

Tenía pocos juguetes y les pidió a los Reyes Magos una muñeca de «tamaño natural». A la mañana de un 6 de enero, miró sobre sus zapatos, sin muchas ilusiones, para no sufrir una nueva decepción; pero allí estaba una enorme muñeca. Cuando la abrazó, notó que estaba renga. Según relataba su hermana Erminda:

La noche de aquel lejano 5 de enero durmió sin reposo; seguramente el corazón le latía con fuerza. A la mañana corrió en busca de sus zapatos dejados, en la ventana, y la vio. Quizá le habrá producido el asombro de una aparición. Era altísima, realmente bella. Pero tenía una pierna rota.

Mamá le explicó en seguida que la muñeca se había caído de uno de los camellos, y de ahí su mutilación. […] Lo que no le explicó nuestra madre es que había adquirido la muñeca casi por nada, sólo unas monedas, justamente a causa de esa rotura. Pero le dijo que los Reyes se la habían traído para que la cuidara. Una misión dulcísima.

Le bastó oír esas palabras para desbordar en un acto de una piedad llena de ternura, una piedad que buscaba todas las formas de su expresión. No sabía qué hacer para que en su alma de juguete la muñeca se sintiera compensada de su desgracia. Le hablaba, le sonreía, la quería más que si hubiera estado sana. (28)

Tardes de radio

A María Eva le encantaba recitar poesía. El 20 de octubre de 1933 participó en la obra Arriba Estudiantes, gracias a que Erminda pertenecía a un grupo escolar que organizaba representaciones teatrales. Poco después hizo su debut artístico recitando el poema «Una nube», de Gabriel y Galán. Fue frente a un micrófono de la casa de música de Primo Arini, que transmitía a través de altoparlantes el programa «La Hora Selecta», que alteraba el silencio de Junín todas las tardes a las siete. La propia Evita dirá:

Recuerdo que, siendo una chiquilla, siempre deseaba declamar. Era como si quisiera decir siempre algo a los demás, algo grande, que yo sentía en lo más hondo de mi corazón. (29)

Su hermana Erminda concuerda:

¡Se sentía tan feliz sobre el escenario! Su sueño de ser artista, ya despuntado en sus primeros años de infancia, empezó así a ser real, a tornarse más fervoroso,

Después quiso recitar poesías y yo fui su primera maestra de declamación.

Le encantaba leer y recitar poesías. Las leía con una especie de devoción, de recogimiento, y después, cuando las decía, toda la emoción, todas las sensaciones que había experimentado en su lectura las vertía con vehemencia, como descubriendo, en el momento de darlas a los demás, nuevos significados, matices. Es que lo que llegaba a su corazón salía de él como multiplicado; lo que tocaba se agigantaba al vertirse a los demás. Daba mucho más de lo que recibía. Le bastaba tomar sólo algo para dar un mundo. Así fue de chica, en el ámbito familiar, en los juegos, en su relación con la gente. Y ése fue el signo de su obra. Dar mucho más de lo que podía recibir. Aunque recibió lo más valioso: el amor de su pueblo. (30)

La radio la hacía soñar; se imaginaba triunfando en algún teatro de Buenos Aires, se iba de la miseria del día a día, hasta que la realidad la volvía a dejar en su casa. Era la época de galanes como John Gilbert, William Powell, John Barrymore y Gary Cooper. Las chicas como Evita querían ser Greta Garbo, tener las piernas de Marlene Dietrich y los ojos de Joan Crawford. Con ellos soñaba tras salir del cine Crystal Palace de Junín.

Había en ella una mezcla interesante de optimismo y rebeldía:

En el lugar donde pasé mi infancia los pobres eran muchos más que los ricos. Yo sabía que había pobres y que había ricos; y sabía que los pobres eran más que los ricos y estaban en todas partes. Me faltaba conocer todavía la tercera dimensión en la injusticia. Hasta los once años creí que había pobres como había pasto y que había ricos como había árboles. Un día oí por primera vez de labios de un hombre de trabajo que había pobres porque los ricos eran demasiado ricos; y aquella revelación me produjo una impresión muy fuerte. Alguna vez, en una de esas reacciones mías, recuerdo haber dicho: —Algún día todo esto cambiará… —y no sé si eso era ruego o maldición o las dos cosas juntas. Aunque la frase es común en toda rebeldía, yo me reconfortaba en ella como si creyese firmemente en lo que decía. Tal vez ya entonces creía de verdad que algún día todo sería distinto; pero lógicamente no sabía cómo ni cuándo. (31)

Mi Buenos Aires querido

En 1933 surgió la posibilidad de una prueba, nada menos que en Radio Belgrano, una de las emisoras más importantes de Buenos Aires. Juntó unos pesos, estudió tres poemas y partió cargada de ilusiones, acompañada por doña Juana, hacia la gran ciudad. Era su primera vez en la Capital y todo la asombraba.

En la calle y en los cafés porteños se comentaba el vergonzoso tratado firmado por el vicepresidente argentino, Julio A. Roca hijo, con el ministro de Comercio británico, sir Walter Runciman. Por el Pacto Roca-Runciman, a cambio de que el gobierno de Su Majestad mantuviera su cuota de compra de carne enfriada, la Argentina se comprometía a gastar en Inglaterra o a través de ella el total de lo que recibía por sus exportaciones. Les daba a los ingleses el monopolio de los transportes y una notable influencia en un organismo por crearse: el Banco Central de la República Argentina, destinado a controlar la emisión monetaria y regular la tasa de interés. El pacto sería denunciado por el senador demócrata progresista por Santa Fe, Lisandro de la Torre, y por el grupo FORJA (Fuerza Orientadora Radical de la Joven Argentina). Uno de sus fundadores, Arturo Jauretche, no dudó en calificarlo de «estatuto legal del coloniaje». Pero Eva, con sus 14 años recién cumplidos, estaba todavía ajena a aquellas cuestiones.

Sus pocas horas en Buenos Aires las dedicó a calmar sus nervios y ensayar una vez más sus poemas favoritos. La prueba se la tomó alguien con quien años más tarde llegaría a trabar una sincera amistad, el dueño de la radio, don Jaime Yankelevich, quien concluyó la audición con lo que para él era un trámite: el consabido «te vamos a llamar». Evita regresó a Junín a esperar un llamado que tardaría varios años en llegar.

Vida de pueblo

Las ciudades del interior bonaerense como Junín sufrían los efectos de la crisis que afectaba a todos los rubros de la economía. En la casa de Evita, los sueldos de Elisa, Blanca y Juancito no alcanzaban. Doña Juana decidió abrir un comedor, aprovechando que la gente se estaba cansando del repetido menú del boliche de Ariño. Juana no era una buena cocinera pero contaba con la invalorable colaboración de Blanca, que coleccionaba las recetas que publicaban las revistas porteñas. La mitología antiperonista se imaginó y trató de imponer la idea de que aquel comedor era en realidad un prostíbulo donde la madre explotaba a sus hijas. No hay un solo testimonio serio que pueda avalar esta teoría elaborada por los «partidarios de la moral y las buenas costumbres».

Renata Coronado de Nuosi, ocupante de la casa de la calle Winter 90 de Junín, recordaba:

Eva no tenía muchos amigos ni formaba parte tampoco de ninguna de las clásicas barritas del pueblo. Ellos eran tan humildes que tenían que dar de comer para poder subsistir, pero nunca dieron pensión a los comensales: esta casa sólo tiene cuatro habitaciones, que apenas alcanzaban para la madre y los cinco hijos. Los únicos clientes permanentes que comían aquí eran los hermanos Álvarez Rodríguez y el mayor Arrieta.

Justo Álvarez Rodríguez se casó más tarde con Blanca, en la época en que su hermano era rector del Colegio Nacional. Justamente Juan Duarte, cuando fue secretario de Perón, hizo construir el nuevo edificio de ese colegio, que ahora lleva el nombre del cuñado de Eva.

Mi hermana estuvo comprometida durante cuatro años con Juancito Duarte, pero a Eva no le conocí ningún novio, ni siquiera un muchacho. Eran otras épocas… ¡qué cosa triste! Acá en Junín no había ningún lugar para bailar o divertirse. Sólo la vuelta del perro por la calle Rivadavia. Una chica en el pueblo no podía hacer nada. (32)

Quiso la vida que dos de los comensales habituales de doña Juana se convirtieran en sus futuros yernos: el mayor Arrieta comenzó una relación con Elisa, y el abogado Justo Álvarez Rodríguez se casó con Blanca.

Justo frecuentaba los círculos intelectuales socialistas y anarquistas que confrontaron con el cura Raspuela por la orientación del monumento a San Martín. El párroco quería que apuntara a la iglesia y no hacia el oeste, o sea hacia la cordillera de los Andes. Los muchachos decían que el caballo no podía dar las ancas hacia la cadena montañosa y le dedicaron al cura el siguiente versito: «Si el culo tuviera nombre / y el nombre tuviera fin / el culo del mundo sería Junín».

Evita, que había terminado el ciclo primario en 1934, ya estaba lista para buscar nuevos horizontes. Debutó como recitadora en octubre de aquel año en Radio Cultura de Buenos Aires, en una serie de audiciones dedicadas a la ciudad de Bolívar.

Ya se había asomado al amor con un noviecito llamado Ricardo Caturla, un amigo de Juancito muy «buen mozo», algo mayor que ella, que estaba haciendo el servicio militar en Junín. El romance terminó cuando Ricardo se fue de baja hacia su Córdoba natal.

Adiós, Pampa mía

La leyenda dice que Evita partió de Junín hacia Buenos Aires a principios de 1935 acompañada por Agustín Magaldi. (33) Pero lo cierto es que el cantor, que había actuado en la ciudad en 1929 con su compañero de dúo, Pedro Noda, sólo volvió a hacerlo en diciembre de 1936, cuando Eva llevaba más de un año de radicación en Buenos Aires. La vida artística de Magaldi como solista comenzó en enero de 1936, tras disolver su dúo con Noda, y se presentó acompañado por los guitarristas Centeno, Ortiz, Francini, Carré y el arpista Félix Pérez Cardoso.

Evita partió desde la estación de tren de Junín, aparentemente sola, como sugiere esta carta:

Querida mamá:

Apenas acabo de partir y ya empiezo a sentirme lejos. Lejos de Los Toldos, de Chicha, de Juancito y de vos, Blanquita, Elisa. Sin embargo, me siento feliz. Vos sabés cuánto soñé con este viaje; desde chiquita, vos sabés. Te mando un beso y un abrazo fuerte.

Cholita. (34)

En Buenos Aires la esperaba su hermano Juancito, que estaba cumpliendo con el servicio militar. El choque con la gran ciudad no fue sencillo:

Me figuraba […] que las grandes ciudades eran lugares maravillosos donde no se daba otra cosa que la riqueza; y todo lo que oía yo decir a la gente confirmaba esa creencia mía. Hablaban de la gran ciudad como un paraíso maravilloso donde todo era lindo y era extraordinario… […] Un día —habría cumplido ya los siete años— visité la ciudad por vez primera. Llegando a ella descubrí que no era cuanto yo había imaginado. De entrada vi sus «barrios» de miseria y por sus calles y sus casas supe que en la ciudad también había pobres y había ricos. Aquella comprobación debió dolerme hondamente porque cada vez que de regreso de mis viajes al interior del país llego a la ciudad me acuerdo de aquel primer encuentro con sus grandezas y miserias, y vuelvo a experimentar la sensación íntima de tristeza que tuve entonces. (35)

Eva llegaba a Buenos Aires con una pequeña valija y enormes sueños de triunfar, de ser actriz, de ser ella la que apareciera en las tapas de Sintonía y las revistas que alimentaban su fantasía desde que tenía uso de ilusión. Tenía quince años y una vida por estrenar. Era una entre muchos otros, como recordaba su modisto Paco Jaumandreu: (36)

Yo vine a Buenos Aires unos cuantos años después que Eva Perón, pero éramos de pueblos vecinos y en la década del treinta, cuando había venido Eva a Buenos Aires, el que una chica de un pueblo quisiera ser actriz o estrella de cine era algo así como un pecado mortal. La gente se reía, se burlaba o… incluso te marginaban, ¿no es cierto? te decían cosas, la palabra más suave podía ser mariquita. La palabra más suave para una figura que quería ser actriz era que era una mujer de la calle. Todo eso creó una cierta relación de amistad porque los dolores eran parecidos y creo que por eso es mi devoción por Eva Perón. (37)

Era flaquita, de un pelo negro muy corto que enmarcaban unos bellos ojos negros de mirada triste y curiosa a la vez. Llegaba dispuesta a conquistar la gran ciudad. Su fértil imaginación no le alcanzaba para percibir hasta dónde llegaría aquella conquista.

1. Fundada como San Petersburgo en 1703 por el zar Pedro el Grande, entre 1914 y 1924 se llamó Petrogrado («ciudad de Pedro») y Leningrado entre 1924 y 1991. Tras la disolución de la Unión Soviética, un plebiscito decidió devolverle el nombre original. Fue capital de Rusia desde 1712 hasta 1918 (reemplazada entonces por Moscú) y principal escenario de las revoluciones de 1905 y 1917.

2. Su nombre oficial fue Internacional Comunista (abreviado como «Comintern» por su denominación en ruso, inglés y alemán). Se la conoció como la «Tercera», en referencia a la «Primera» (la Asociación Internacional de los Trabajadores, que funcionó entre 1864 y 1876) y la «Segunda» o Internacional Socialista, fundada en 1889.

3. Idioma pretendidamente universal creado en 1887 por el médico y lingüista polaco Ludwik Lejzer Zamenhof, que firmaba con el seudónimo «Esperanto».

4. El Manifiesto comunista de Karl Marx y Friedrich Engels, de 1848, concluía con el llamado: «Proletarios de todos los países, ¡uníos!»

5. La huelga se declaró en enero de 1919, durante el primer gobierno de Hipólito Yrigoyen, en el establecimiento metalúrgico Pedro Vasena, por un reclamo de mejoras en las condiciones laborales. La policía y matones a sueldo de la empresa asesinaron a cuatro trabajadores, lo que desató la huelga general en solidaridad, que se cumplió durante varios días y afectó todas las actividades productivas y de servicios de la Capital. Los factores de poder coaligados formaron grupos de choque que operaron bajo el nombre de Liga Patriótica Argentina. Estos grupos, que actuaban con total impunidad, asaltaron barrios populares, bibliotecas, locales sindicales e imprentas socialistas y anarquistas. La acción represiva, conjunta y coordinada de las fuerzas legales y los grupos terroristas encolumnados en la Liga Patriótica, logró «pacificar» la ciudad y produjo centenares de muertos y miles de detenidos.

6. Esta batalla, librada el 17 de septiembre de 1861 a orillas del río Pavón (provincia de Santa Fe), implicó el sometimiento del interior a Buenos Aires, traducido en la unificación nacional que dio lugar a una nueva etapa histórica, conocida como la «Organización Nacional», inaugurada con el acceso de Mitre a la presidencia.

7. Desde tiempos coloniales, «cholo» era el nombre despectivo dado a los «mestizos» (hijos de madre indígena y padre «blanco») en toda la región andina, donde sigue teniendo esa connotación. En el Río de la Plata se usaba «chino» o «achinado», con un sentido similar; en el caso femenino, en quechua china significa «hembra» y antes de la conquista sólo era usado para animales; después, fue una forma despectiva de decir «sirvienta».

8. Enrique Pavón Pereyra, Vida íntima de Perón. La historia privada según su biógrafo personal, Planeta, Buenos Aires, 2011, pág. 93.

9. Héctor Daniel Vargas, «¿Dónde y cuándo nació Evita?», Todo es Historia, Nº 384, julio de 1999, págs. 50-54.

10. Erminda Duarte, Mi hermana Evita, Ediciones Centro de Estudios Eva Perón, Buenos Aires, 1973, pág. 53.

11. De ser cierto este dato, sería interesante en cuanto a su relación con Perón, ya que sugeriría que su intención de casarse fue anterior a las jornadas de octubre de 1945.

12. Primera Plana, 20 de julio de 1965, Sección «Cartas de Lectores», citado por Vargas, op. cit.

13. En Benigno Acossano, Eva Perón. Su verdadera vida, Lamas, Buenos Aires, 1955.

14. Félix Luna (dir.), Eva Duarte de Perón, Colección Grandes Protagonistas de la Historia, Planeta, Buenos Aires, 2000, pág. 23.

15. El apellido Grisolía, frecuentemente adjudicado a la mujer de Duarte, corresponde en realidad al apellido de casada de una de sus hijas, Adelina D’Uhart de Grisolía.

16. Las grafías tradicionales españolas de este apellido vasco son Duarte y de Huarte, mientras que las francesas son D’Huarte y D’Uharte (cuya e final los franceses convierten en «muda»). Los genealogistas no se ponen de acuerdo en si deriva de una deformación de Ur-arte («entre aguas») o de un patronímico (Eduarten, «hijo de Eduardo»). Es apellido registrado desde muy antiguo en Vizcaya, Navarra, Aragón y Gascuña.

17. El llamado «Estado de Bienestar» o «Benefactor», con políticas de intervención para asegurar niveles mínimos de trabajo, consumo, salud, educación, vivienda y seguridad al conjunto de la población, recién se iniciaría en nuestro país con el primer gobierno de Perón.

18. Eva Perón, La razón de mi vida, Peuser, Buenos Aires, 1951. Entre las numerosas ediciones posteriores, puede consultarse La razón de mi vida y otros escritos, Planeta, Buenos Aires, 1997.

19. El acta de defunción, que puede verse en el cementerio de Chivilcoy, dice claramente: «Juan D’Uhart Duarte, nacionalidad argentino, 66 años, estado civil viudo, agricultor, causa de fallecimiento hemorragia cerebral».

20. Erminda Duarte, op. cit.

21. Ibídem.

22. Testimonio de Nidia de la Torre de Dilagosto, en Otelo Borroni y Roberto Vacca, La vida de Eva Perón. Testimonios para su historia, Tomo I, Galerna, Buenos Aires, 1970.

23. Eva Perón, op. cit.

24. Testimonio de Palmira Repetti, incluido en Eduardo Mignogna, Quien quiera oír que oiga, Legasa, Buenos Aires, 1984, pág. 95.

25. Testimonio de Elsa Sabella, incluido en Mignogna, op. cit., pág. 95.

26. Erminda Duarte, op. cit.

27. Testimonio de Elsa Sabella, en Mignogna, op. cit., pág. 98.

28. Erminda Duarte, op. cit.

29. Eva Perón, op. cit.

30. Erminda Duarte, op. cit.

31. Eva Perón, op. cit.

32. Testimonio de Renata Coronato de Nuosi, en Mignogna, op. cit., págs. 27-28.

33. Apodado «La voz sentimental de Buenos Aires», Agustín Magaldi (1898-1938) fue un cantor de gran popularidad a partir de 1924, cuando hizo su debut en radio y comenzó a grabar sus primeros discos, primero en dúo con la famosa Rosita Quiroga y luego con Pedro Noda. En 1936 el dúo Magaldi-Noda se disolvió, y Magaldi continuó como solista. Entre sus mayores éxitos, se encuentran las canciones Nieve, La muchacha del circo, Acquaforte y Libertad.

34. Carta de Evita, en Mignogna, op. cit., pág. 29.

35. Eva Perón, op. cit.

36. Aunque suele aparecer escrito Jamandreu, el apellido correcto del célebre diseñador de moda era Jaumandreu, tal como figura en su libro La cabeza contra el suelo. Memorias, Nueva edición corregida y aumentada, Corregidor, Buenos Aires, 1981.

37. Testimonio de Paco Jaumandreu, en Mignogna, op. cit., pág. 30.