Todos sabemos que mantener un peso saludable es algo mucho más fácil de decir que de hacer, y que hay que luchar contra enemigos poderosos, como los antojos de chocolate a horas inoportunas, los hábitos enquistados, la falta de tiempo para hacer ese guisado de tofu con kale que viste en Instagram o la insoportable presión social. Además, la ciencia se puso manos a la obra para estudiar qué cambios podemos introducir para tener más éxito y llegó a una conclusión clara: esto de la dieta saludable no es café para todos. Es hora de quemar en la hoguera la prehistórica dieta del cajón.
¿Por dónde empezamos entonces? Tan importante como entrenar los músculos es entrenar el cerebro.
Así que, en primer lugar, comenzamos por el autoconocimiento. Y no me refiero al autoconocimiento barato que manifiestan las frases inspiradoras de los gurús del coaching, sino al autoconocimiento psicológico ¡y también fisiológico! No queda de otra, tenemos que sacar la lupa para ver cómo funciona nuestro cerebro por dentro. Es importante entender cómo se cocinan nuestras emociones y poner cara y nombre a las hormonas, como el cortisol, y a sus primos segundos, los neurotransmisores, como la dopamina. Solo así podremos ser más conscientes de lo que nos está pasando por dentro y tomar el control.
Recuerda: no hay un único camino hacia el éxito, pero este capítulo te ayudará a entender por qué tienes hambre y qué puedes hacer para controlarla. En definitiva, te ayudará a tener una mejor relación con la comida, que es la gran asignatura pendiente.
Érase una vez el cerebro: explicación para un niño de diez años
Imaginemos un auto, como el auto increíble, que funciona de manera autónoma con un piloto automático. Cuando le va quedando poca gasolina, desde el depósito se envía una señal y el piloto automático se detiene a recargar combustible, llena el tanque y continúa su camino. Hasta que no vuelvan a bajar las reservas y el piloto automático vuelva a recibir la señal desde el depósito, el auto no volverá a recargar.
Imaginemos ahora que en ese auto gobernado por el piloto automático viaja también un copiloto caprichoso, enganchado a las bombas de gasolinera, que es capaz de ponerse al volante, apagar el piloto automático y tomar el control cuando quiera. Este copiloto caprichoso puede parar en la gasolinera, aunque en el depósito aún haya gasolina y no se haya enviado ninguna señal para recargar, simplemente porque está aburrido.
Ya que está listo, antes de seguir su camino, el copiloto caprichoso compra una garrafa de gasolina para llenar el tanque. Pero, como tenía el depósito casi lleno, mete la garrafa con el resto de la gasolina en la cajuela, por si le hace falta más adelante.
No ha pasado ni una hora cuando decide parar de nuevo, porque vio un área de servicio que ya conoce de viajes anteriores donde tienen un sándwich de jamón estupendo. Ya listos, además del sándwich, compra otra garrafa, llena el depósito, que todavía estaba casi lleno, y mete la garrafa con la gasolina que le sobró en la cajuela. Y así una y otra vez, hasta que la cajuela está tan llena que tiene que empezar a meter las garrafas en los asientos de atrás.
Cada vez que el copiloto caprichoso se aburre o tiene antojo de sándwich, repite esta misma operación. Con el tiempo, en la cajuela y en los asientos de atrás ya no cabrán más garrafas y acabará guardándolas por todos los rincones posibles del auto…, incluso dentro del cofre, donde esas garrafas estorbarán al motor, impidiendo que funcione bien. Si esto ocurre, existe incluso el riesgo de provocar un accidente.
¿Podemos hacer algo para frenar al copiloto caprichoso y que deje de recargar cuando todavía tiene el depósito casi lleno?
La buena noticia es que en ese auto también viaja un copiloto responsable, que intenta hacerle ver al copiloto caprichoso que realmente no necesita más gasolina y convencerlo de que, si está aburrido, en lugar de parar por más gasolina ponga música o hable con él para distraerse.
La mala noticia es que el copiloto responsable suele estar dormido o no siempre es lo suficientemente persuasivo. Y, como en la canción, el copiloto caprichoso quiere más gasolina, le encanta la gasolina, y seguirá cargando y llenando el auto de garrafas hasta romperlo.
Mientras tanto, en nuestro cuerpo pasa algo muy parecido…
Cuando necesitamos más energía, se activa el piloto automático, que en nuestro cuerpo se llama sistema homeostático, y aparece el hambre fisiológica. Pero también podemos tener hambre aunque estemos saciados y nuestros depósitos no envíen ninguna señal. Me refiero a esa hambre atroz que nos entra a algunos cuando estamos estresados o aburridos, gobernada por el sistema hedónico, que es nuestro copiloto caprichoso.
Cuando nos da este tipo de hambre, nuestra fuerza de voluntad, el copiloto responsable, tiene poco que hacer. El copiloto caprichoso es arrollador y está acostumbrado a salirse con la suya. Al comer en exceso, la grasa —como las garrafas de gasolina— se irá acumulando, primero en las zonas más típicas y luego junto a nuestros órganos más sensibles.
¿Qué podemos hacer para que el copiloto caprichoso no nos lleve a atascar el motor?
Normalmente creemos que la solución llega porque el copiloto responsable se pone al volante y hace dos cosas:
* Que nos prohíba volver a recargar hasta que hayamos gastado las garrafas acumuladas. Es decir, que nos fuerce a comer menos.
* O que pise el acelerador y conduzca durante muchas horas para consumir más combustible de lo habitual e ir gastando las reservas poco a poco. En otras palabras, que nos obligue a hacer más ejercicio de mayor intensidad durante más tiempo.
Parece fácil, pero no lo es tanto.
Como veremos a lo largo de este libro, hay muchos factores que influyen en esta ecuación y frente a los que el copiloto responsable, nuestra fuerza de voluntad, tiene poco que hacer. Empezando porque no todos los coches son iguales. Cada modelo tiene sus características y necesitará un plan personalizado, con un tipo de gasolina, un mantenimiento y un estilo de conducción diferentes. Por no mencionar que, si el auto ya tiene una edad o la etiqueta de impacto ambiental, lo tendrá mucho más complicado.
Cada individuo es único y deshacernos de las garrafas de gasolina —y de nuestras lonjas— es un desafío mucho más complicado de lo que parece. Por desgracia, los seres humanos no solo tenemos hambre fisiológica y, como vamos a ver a continuación, nuestro cerebro puede tener hambre independientemente de lo que diga el estómago.
Cinco razones por las que nuestro cerebro tiene hambre
El ser-humano-cotidiano tiene hambre una o varias veces al día «porque así es». El problema es que también puede tener hambre aunque no sea así.
En general, hay cinco tipos de hambre que nuestro cerebro tendrá que gestionar como buenamente pueda. Y, por supuesto, por si todo esto no nos estuviera complicando la vida lo suficiente, podemos tener más de un tipo de hambre a la vez.
1. El hambre-hambre. Cuando nuestro cerebro detecta que los depósitos de energía están bajos, envía una señal de auxilio, un SOS en forma de hambre para que comamos y rellenemos los depósitos. Esta es el hambre física o fisiológica que aparece, por ejemplo, cuando traemos un mísero café en el cuerpo desde el desayuno y al mediodía nos empiezan a rugir las tripas. Cuando tenemos hambre-hambre, el piloto automático tiene el control y el auto va muy bien.
2. El hambre emocional. Lo malo es que el estrés, la ansiedad o el aburrimiento también pueden provocar sensación de hambre, aunque no tengamos hambre-hambre de la buena. Si lo que tenemos es hambre emocional, nuestro cerebro puede desear comida y disfrutar de ella, aunque los depósitos de energía estén llenos y nos sintamos completamente saciados. En estos casos, recurrimos a la comida como una forma de afrontar o satisfacer estas emociones. En ese momento el copiloto caprichoso está al mando.
3. El hambre ambiental. Además, como si fuéramos el perrito de Pávlov, ciertos estímulos ambientales, como oler o ver comida, o incluso el mero hecho de pensar en nuestro platillo favorito, puede darnos hambre. Es el hambre «taco veo, taco quiero», el que te hace pedir postre aunque estés lleno, porque «el pay de queso de este sitio está delicioso». Cabe decir que, cuando tenemos hambre ambiental, el que está al volante es, una vez más, el copiloto caprichoso.
4. El hambre hormonal. Pero es que, aunque el copiloto caprichoso se esté portando muy bien, un exceso de grasa acumulada en el cuerpo puede hacer que las hormonas que regulan el hambre y la saciedad dejen de funcionar correctamente y que no nos sintamos saciados aunque hayamos comido más que suficiente, como les ocurre a algunas personas con obesidad. Como si se nos estropeara el piloto automático y empezara a mandar señales para recargar, aunque el depósito esté lleno. Esta hambre hormonal es difícil de gestionar a la fuerza, porque el copiloto responsable no está recibiendo la información adecuada y, viendo al copiloto caprichoso tan formal, piensa que lo que tenemos es hambre-hambre y que lo que procede es comer.
5. El hambre Dragon Khan. Y ahí no acaba la cosa, porque, cuando comemos y se absorbe el azúcar de los alimentos en la sangre, se pueden producir verdaderas montañas rusas de glucosa, con grandes subidas y caídas. Esas caídas tan pronunciadas motivan a nuestro cuerpo a ir a la caza y captura de más alimentos azucarados para elevar de nuevo los niveles de glucosa y restablecer el equilibrio. Aparece el clásico «antojo de dulce» o «capricho de chocolate».
Como ves, no todos los tipos de hambre son iguales ni se pueden controlar de la misma forma, por lo que es importante entender cómo funciona cada uno para poder gestionarlo mejor. Sobre todo, es importante entender quién está detrás de esas señales que desencadenan los distintos tipos de hambre.
Protagonistas: hormonas y neurotransmisores
Detrás de todos los tipos de hambre que ya describimos hay docenas de hormonas y neurotransmisores que son los responsables o, mejor dicho, los culpables de enviar las señales que los provocan.
Pero antes de entrar en el fondo, hagamos las presentaciones.
¿Qué son las hormonas y los neurotransmisores?
Son moléculas mensajeras que viajan por nuestro cuerpo a través del eje intestino-cerebro-músculo. Sí, también se mueven por ese gran olvidado que es el músculo. Estas moléculas entregan paquetes y mensajes a nuestros órganos y tejidos para que puedan desarrollar funciones tan importantes como regular el azúcar y el hambre o ponernos tristes —o contentos—, según sea.
Aunque desempeñan un papel parecido, las hormonas y los neurotransmisores no son hijos del mismo padre. Los neurotransmisores transmiten señales rápidas entre las neuronas y permiten dar respuestas inmediatas, mientras que las hormonas se liberan al torrente sanguíneo, suelen actuar más a largo plazo y regulan funciones que afectan a todo el organismo.
Ambos sistemas trabajan muy bien en equipo y colaboran para mantener el equilibrio y dar respuesta a todo lo que nos sucede: si comemos, si dormimos, si nos movemos, si nos reímos, si lloramos…
Podríamos decir que las hormonas son las mensajeras de Amazon, que te traen a casa en una camioneta cosas que necesitas en tu día a día, como una cafetera o unos audífonos, y los neurotransmisores son los motociclistas de DiDi, un sistema más rápido e inmediato que nos provee de lo que necesitamos para salir del paso en muy poco tiempo, como unas pizzas para cenar con amigos.
Hormonas: las repartidoras
de Amazon
La mayoría de las hormonas suelen salir de las glándulas y viajan a través de la autopista de la sangre en busca de su lugar de destino, que puede estar bastante alejado de su punto de partida.
Muchas de las hormonas están relacionadas entre sí. Podríamos decir que forman una gran familia: las primas hormonas.
En lo que al hambre se refiere, hay dos tipos de hormonas cuyos nombres quizá te suenen en chino o directamente no te suenen: las hormonas del hambre y los péptidos del hambre. Eso sí, a partir de ahora, grábate su nombre con fuego, porque, además de ser trending topic en TikTok, se ha descubierto que tienen un papel fundamental en el sobrepeso y la obesidad.
* Las hormonas del hambre. Las más populares son las primas leptina y grelina, que gobiernan la saciedad y el hambre, respectivamente. Se encargan de regular el equilibrio energético, algo que suena muy técnico, pero no es más que el balance entre lo que comemos y lo que gastamos, una ecuación que, como ya adelantamos, no siempre coincide.

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Los péptidos del hambre también se encargan de regular el apetito y el debe y el haber energéticos. Su función principal es ayudar a controlar los niveles de azúcar en sangre después de una comida. Pero también son conocidos por su capacidad para reducir el apetito y promover la sensación de saciedad después de comer. No intentes recordar sus nombres, porque están a medio camino entre droide de Star Wars y robot aspirador: GLP-1 y GIP. Pero no se bromea con ellos, porque han resultado ser las piezas clave en los nuevos fármacos que triunfan para tratar la obesidad, desde Hollywood hasta Yucatán.

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GLP-1 y GIP: superestrellas emergentes
Si las siglas de estos péptidos te parecen raros, los nombres completos son una auténtica fantasía: glucose-dependent insulinotropic polypeptide (GIP) and glucagon-like peptide-1 (GLP-1).
Pensemos en ellos como esos artistas underground a los que nadie hacía mucho caso, pero que, de pronto, un día se cuelan en la radio, alguien descubre que tienen un punto especial y se hacen famosos. Desde entonces, estos péptidos, que antes vivían tan tranquilos tratando la diabetes, se han convertido en las estrellas emergentes en el mundo de la medicina y de la farmacología para el tratamiento de la obesidad.
Al final del capítulo volveremos a hablar de estos péptidos que, pese a ese nombre tan poco mainstream, se colaron hasta en el discurso de Jimmy Kimmel en la gala de los Óscar.

Aunque estas son las hormonas protagonistas del hambre, otras como el cortisol, las hormonas sexuales, las tiroideas y la insulina también son verdaderas celebrities del sistema endocrino y están igualmente muy relacionadas con el sobrepeso y la obesidad. Hay una gran familia de primas hormonas en la ecuación de las que hablaremos largo y tendido más adelante.
Neutransmisores: los repartidores de DiDi
Los neurotransmisores, por su parte, son los mensajeros de las emociones y son esenciales para funciones como pensar, moverse o regular el estado de ánimo. Se producen y almacenan en un centro logístico muy diferente al de las hormonas: las neuronas. Estos repartidores trabajan en distancias más cortas dentro del sistema nervioso, principalmente transmitiendo mensajes a toda prisa en el cerebro a través de las fibras nerviosas.
Neurotransmisores hay muchos, pero, de momento, vamos a centrarnos en dos de los que seguro has oído hablar: la dopamina y las endorfinas.
* La dopamina. Es el neurotransmisor protagonista del deseo y de la anticipación del placer. Los alimentos ricos en azúcar (o también en grasas o sal) son capaces de provocar que se libere dopamina. Nuestro cerebro se excita, se emociona. Y es que la sensación que nos invade cuando nos zampamos una donita de chocolate nos motiva a querer seguir comiendo más donas de chocolate o cualquier otro alimento que mantenga a nuestro cerebro contento. Cuando hablemos del hambre emocional y del cortisol,
veremos por qué estos alimentos en concreto nos proporcionan más placer que otros. De momento basta con saber que esta sed de placer es la culpable de que podamos tragar una dona de chocolate aunque acabemos de comer y estemos llenos.
¡Pero no todo es azúcar! La buena noticia es que hay otras actividades que liberan dopamina, como el ejercicio físico, la música (especialmente si se practica), la meditación o las relaciones sociales.

¿Sabías que...?
La dopamina, además de generar deseo en las cosas del comer, influye en todo lo que prevé placer, como el sexo, las drogas, el ejercicio físico…, ¡incluso el juego! Soñar que vamos a ganar la lotería en Navidad también libera dopamina y hace que gastemos fortunas año tras año, aunque luego los «niños gritones» siempre nos decepcionen. Y no olvidemos las redes sociales. ¿Por qué refrescamos continuamente nuestras últimas publicaciones de Instagram para comprobar si ganamos followers o si van subiendo los likes? Porque la dopamina ya nos está anticipando el ascenso que nos va a dar ver esa cifra.


* Las endorfinas. Son nuestra droga endógena, opioides naturales que produce nuestro cerebro. Tienen propiedades analgésicas y generan una sensación de bienestar y euforia.

Aunque los mecanismos de acción por lo que esto ocurre aún no se conocen bien, parece que comer ciertos alimentos, como el cacao, promueve la liberación de endorfinas, aportando placer al acto de comer. Por eso, cuando estamos tristes, el cuerpo nos pide chocolate (y, casualmente, no brócoli).
Algunos de estos alimentos pueden, a su vez, liberar otros neurotransmisores. Por ejemplo, el chocolate contiene un neurotransmisor llamado feniletilamina (FEA), la famosa droga del amor, que se produce cuando nos enamoramos y que también estimula la liberación de dopamina. Puede que eso explique por qué en las películas norteamericanas, tras una dolorosa ruptura, siempre hay alguien comiéndose un litro de helado de chocolate. La ciencia aún tiene muchas cuestiones por resolver, incluso a nivel sentimental y cinematográfico…
En este caso también hay buenas noticias, y es que, además de comer chocolate, hay otras actividades que generan endorfinas, como, ¡ay!, el ejercicio físico.
Ahora que ya los conocemos, vamos a ver qué papel juegan nuestros protagonistas en los distintos tipos de hambre.
El hambre tiene mil caras
Hambre-hambre
Las protagonistas del hambre fisiológica son, principalmente, primas hormonas como la grelina, la hormona del hambre, que se segrega desde el estómago, y la leptina, la famosa hormona de la saciedad, que se libera desde el adipocito (las células grasas) para indicarnos que debemos poner el freno porque ya comimos suficiente.

Todo se regula en el cerebro gracias a nuestro piloto automático, el sistema homeostático, alojado en una región muy pequeña que se llama hipocampo (pesa solo cuatro gramos). Se trata de un mecanismo interno que funciona como un termostato y que mantiene el equilibrio en cuestiones fundamentales como la temperatura, el azúcar en sangre o el peso corporal. En un mundo ideal, el piloto automático siempre tendría el control y todo funcionaría como un reloj.

Hambre emocional 
Como el mundo no es ideal y la mayor parte de la población vive estresada y acelerada, el cortisol, que es la hormona del estrés y de la insatisfacción, está desatado y es uno de los grandes culpables de que tengamos hambre cuando no toca. Cuando estamos estresados y se disparan los niveles de cortisol, el sistema hedónico, nuestro copiloto caprichoso, puede despertar y enviarnos directos al refrigerador.

Las consecuencias de tener el cortisol elevado son:
* Menos leptina y más grelina. Si el cortisol corre a chorros por nuestras venas, puede frenar la producción de leptina. Y ya sabemos que menos leptina significa menos sensación de saciedad, lo que nos lleva a tener más apetito y a comer más. En paralelo, el cortisol puede hacer que se libere más grelina, que es la hormona del hambre. Es decir, no solo comemos más, sino que también nos entra hambre antes.
* Además, el cortisol puede afectar negativamente a la regulación de los péptidos GLP-1 (los del nombre de robot aspirador). Si se libera menos GLP-1 puede que tengamos más hambre y comamos más.
* Para que no nos quedemos con ganas de fiesta, el cortisol también inhibe la secreción de dopamina. Si bajan los niveles de dopamina, nuestro cuerpo puede echarse a los brazos de alimentos como los ultraprocesados, que son muy palatables, en busca de cariñito y confort. Como comentábamos, comerte, por ejemplo, un waffle con crema batida, con sus litros de chocolate chorreando, hace que se liberen neurotransmisores del placer, que van a compensar el bajón de dopamina mucho mejor que un plato de alcachofas. Pero esto es una mala decisión, porque, como veremos en el capítulo 3, comer ultraprocesados es como buscarse un rollo de una noche en Tinder cuando lo que necesita nuestro cuerpo es amor, no un «rapidín y ya».
* El cuerpo nos pide glucosa. Ante una situación de estrés agudo, el cortisol y otros neurotransmisores, como la adrenalina y la noradrenalina, envían la orden de aumentar los niveles de glucosa en sangre para proporcionar energía rápida al organismo. Esta respuesta corporal de lucha o huida nos acompaña desde la prehistoria, cuando los estímulos estresantes eran amenazas físicas, como que te atacara un mamut. Ante un susto de tal calibre, era muy útil que aumentaran la frecuencia cardiaca, la presión arterial y la disponibilidad de energía para darte power y salir corriendo. Además, cuando nos ponemos en guardia, aumenta también la lipólisis (descomposición de las grasas) y se acelera la liberación de glucosa en la sangre, aportándonos recursos para poder reaccionar y poner pies en polvorosa.
Frente a un mamut enfurecido, estas respuestas fisiológicas tenían todo el sentido del mundo, pero hoy ya se quedaron obsoletas y no son nada útiles para responder al estrés crónico que nos generan la mayoría de los trabajos y los estilos de vida modernos. Además de vivir estresados y con el corazón taquicárdico como si nos estuviera atacando un mamut cada vez que abrimos el e-mail, estos mecanismos pueden afectar el equilibrio energético y favorecer la acumulación de grasa. Solemos decir que vivimos atacados, y es curioso que usemos esa palabra cuando su origen real está en los ataques y amenazas de la naturaleza. Antes huíamos por la sabana, ahora aguantamos el chubasco sentados mientras los adipocitos van creciendo.
* Se acumula grasa visceral. El estrés crónico y los elevados niveles de cortisol mantenidos en el tiempo no solo pueden hacer que ganemos grasa, sino que también pueden influir en su distribución por el cuerpo, haciendo que se acumule especialmente en la región abdominal. Esa grasa pegada a los órganos puede, a su vez, liberar compuestos proinflamatorios y hormonas que interfieren en la regulación del apetito y del metabolismo, empujándonos a comer más y a acumular más grasa. Sí, has leído bien: el cortisol nos hace entrar en una espiral. Es la madre de todos los pececitos que se muerden la cola.
Hambre ambiental 
En el caso del hambre ambiental, nuestra amiga dopamina tiene el papel protagonista.
Al hablar del hambre emocional ya explicamos que, cuando nos metemos al estómago un waffle con crema y chocolate, con sus litros chorreando, se libera dopamina, un neurotransmisor que nos genera una sensación de recompensa. La cuestión es que también podemos liberar dopamina simplemente pensando en ese waffle
enorme. O cuando pasamos enfrente de un puesto y vemos esos waffles tan bien colocaditos, olemos esa mezcla de azúcar y chocolate caliente…
Eso que se ha dicho toda la vida de «se me hace agua la boca», en términos más técnicos se conoce como anticipación del placer y tiene una sólida base científica donde la dopamina es la reina. La reina del deseo y de la motivación.
Más difícil todavía: la dopamina en el cerebro de una persona con obesidad
El hecho de que se nos haga agua la boca y queramos comernos un gofre por el simple hecho de verlo o pensar en él es algo con lo que debemos lidiar todos. Pero en el cerebro de algunas personas con obesidad la cosa puede complicarse más todavía, porque se enfrentan a desafíos adicionales en su relación con la dopamina y su respuesta ante la comida:
1. Más deseo. Algunas personas con obesidad pueden tener un mayor deseo y una mayor anticipación del placer de la comida. Es decir, queremos el waffle y lo queremos con más fuerza. Es fundamental cambiar el chip y entender que esto no ocurre porque las personas sean unos animales o unas ansiosas que no saben controlarse, sino que puede deberse a una desregulación de la dopamina y del hipotálamo1 (ese centro de operaciones del cerebro) que impide que el copiloto responsable tome el control y favorece que el copiloto caprichoso se salga siempre con la suya.
2. Menos placer. Para rematar el problema, el placer que les aporta comer ese waffle es pequeño en comparación con el fuerte deseo de comérselo. Es como si te murieras por comer algo, pero luego…, ¡meh!, ¡no era para tanto! Esto puede llevar a la persona a comer en exceso e incluso a tragarse un par de waffles más para obtener la recompensa que otros consiguen solo con uno. En este caso también hay una desregulación de la dopamina por dos vías:
t Menos liberación de dopamina. Un estudio de la Universidad de Yale (2023)2 demostró que algunas personas con obesidad liberan menos dopamina en un área del cerebro importante para regular la ingesta de alimentos.
t Menos disponibilidad de receptores de dopamina en el cerebro, especialmente en las áreas relacionadas con la recompensa y el control de los impulsos. Es decir, liberan menos dopamina y, además, necesitan más para recibir la misma cantidad. Un «ni contigo ni sin ti» de libro.
En resumen: las personas con obesidad que liberan menos dopamina y tienen menos receptores disponibles pueden acabar consumiendo más alimentos azucarados y agradables para obtener la misma sensación de placer que una persona sin ese problema añadido.
Antes de seguir con los otros dos tipos de hambre, un inciso: el primer paso para tomar el control de nuestro cerebro y de nuestros intestinos es escuchar a nuestro cuerpo y aprender a diferenciar los distintos tipos de hambre.

¿Cómo podemos diferenciar el
hambre-hambre del hambre hedónica?
Podemos agrupar el hambre emocional y el hambre ambiental dentro de lo que se conoce como hambre hedónica. No en vano, la palabra hedonismo viene del griego hēdonḗ (ἡδονή), que significa ‘placer’.
Estas son las preguntas que tenemos que hacernos para saber si lo que tenemos es hambre-hambre o hambre hedónica.


Estas estrategias son parte de lo que promueve la alimentación consciente o mindful eating, de la que hablaremos largo y tendido cuando lleguemos a las herramientas para gestionar el hambre.
Hambre hormonal 
Siguiendo con los tipos de hambre, las protagonistas principales del hambre hormonal, como en el hambre-hambre, son también la leptina y la grelina, solo que, en este caso, no funcionan bien.
Cuando los adipocitos crecen mucho y se estresan porque están muy pegados unos a otros y no respiran bien, pueden enviar señales contradictorias de hambre y saciedad. Este desorden hormonal se manifestaría de varias maneras.
Por un lado, se puede dar una sobreproducción de leptina, la hormona de la saciedad. Paradójicamente, producir mucha leptina, lejos de hacernos sentir más saciados, puede acabar provocando resistencia a esta hormona, como si el cerebro dejara de escuchar sus mensajes y se pusiera en modo habla, niño, que no te escucho. Si somos resistentes a la leptina, el cerebro no registrará la señal y no nos sentiremos saciados, aunque realmente estemos llenos. Conclusión: seguiremos comiendo.
Además, las personas con obesidad pueden tener niveles más elevados de grelina, la hormona del hambre. Si tienes más hambre y te sacias menos, la consecuencia es blanca y en envase de cinco litros: comes más.
Hambre Dragon Khan 
Recordemos que este tipo de hambre es la provocada por las montañas rusas de azúcar que se pueden producir en la sangre cuando comemos cierto tipo de alimentos ricos en azúcar, como, por ejemplo, los dulces o los que están compuestos fundamentalmente por hidratos de carbono refinados. En este parque de atracciones, la protagonista es otra prima hormona: la insulina.

El azúcar es el principal combustible de las células del cuerpo humano y se obtiene de los alimentos en diferentes formatos.
Por un lado, se encuentra en forma de azúcares simples, los que tenemos en dulces, como un panquecito o un helado, aunque también podemos encontrarlo oculto en otros alimentos de manera menos evidente, como la catsup o el sushi (es la llamada azúcar oculta, aunque en la etiqueta es obligatoria que aparezca).
Por otro lado, el azúcar también puede aparecer en forma de hidratos de carbono complejos, en alimentos como los cereales, la pasta, el pan, las legumbres, los tubérculos o los frutos secos. En estos hidratos de carbono complejos, los azúcares se encuentran agrupados en forma de almidón, que son cadenas de azúcares simples dadas en la manita. Dentro de nuestro cuerpo tenemos amilasa, una enzima que funciona como una especie de tijeras que rompen esas cadenas para obtener los azúcares simples. Gran parte de estas tijeras se producen en las glándulas salivales y, precisamente por eso, para una buena digestión es importante masticar bien.
Estos son los mecanismos que se ponen en marcha en nuestro cuerpo cuando devoramos, por ejemplo, un plato de pasta:
1. El páncreas, que es ese órgano alargado que tenemos a la altura del abdomen junto al estómago y el hígado, libera insulina, otra de nuestras primas hormonas.
2. La insulina funciona como una llave que abre la puerta de las células para que pueda entrar el azúcar y así utilizarlo como fuente de energía. Es decir, la insulina retira el azúcar de la sangre y la introduce en los tejidos y en el músculo.
3. Si los niveles de azúcar en sangre son altos y las células no pueden usar tanta energía, el hígado absorbe el azúcar que sobra y la almacena como glucógeno, como si fuera un tren de mercancías con muchos vagones donde se almacena el combustible. Cuando llevamos un tiempo sin comer y necesitamos azúcar, el hígado puede separar esos vagones y volver a convertir el glucógeno en azúcar para obtener energía.
¿Qué tiene que ver el hambre en todo esto?
¡Mucho! Si consumimos azúcares simples y se produce un pico de glucosa elevado, posteriormente habrá una caída muy pronunciada (porque todo lo que sube baja) y aparecerá algo que todos hemos sentido alguna vez: los populares antojos.
El pico de nuestra montaña rusa será más alto dependiendo de la carga glucémica de cada alimento. La carga glucémica no es más que el DNI glucémico: un número personal e intransferible que nos indica la velocidad a la que aumenta la glucosa en sangre en función de los hidratos de carbono totales que tiene un determinado alimento.
Cuanto más alta sea la subida, peor será la caída. Pero ¿afecta más el pico o la caída de glucosa?
Hasta hace unos años, los estudios se centraban en medir el pico, es decir, en cómo subía el azúcar durante las primeras horas después de comer. Sin embargo, hay estudios recientes3 en los que se observa que, en algunas personas, se producen caídas de azúcar significativas entre dos y cuatro horas después del pico inicial. La noticia es que esas caídas predicen mejor el hambre y la cantidad de comida que la persona va a ingerir después del pico inicial que la subida en sí. Es decir, parece que, en cuestión de hambre, afecta más la caída de la montaña rusa que el pico.
En las personas que tuvieron caídas más grandes el hambre aumentó un 9% e hicieron su siguiente comida media hora antes que los que tuvieron caídas pequeñas. Es decir, tuvieron más hambre y esta apareció antes.
Además, las personas con caídas grandes en la montaña rusa tuvieron una ingesta de 75 kilocalorías más en las tres o cuatro horas siguientes al desayuno y alrededor de 312 kilocalorías más durante todo el día que las personas que tuvieron caídas pequeñas. ¿Y eso a qué equivale? Ese extra de calorías puede convertirse en un aumento de peso de unos nueve kilos al año. Quién dijo miedo.
Como curiosidad, observaron que, aunque los participantes del estudio comieran lo mismo, sus montañas rusas eran distintas. No encontraron correlación entre las curvas y la edad, el peso o el índice de masa corporal (IMC), aunque los hombres tenían caídas ligeramente mayores que las mujeres. También observaron que una misma persona, comiendo lo mismo en dos días diferentes, podía experimentar una montaña rusa distinta en cada ocasión. Es decir, la caída no solo depende del metabolismo, sino también de las circunstancias del día a día (como, por ejemplo, la actividad física que realicemos).

Las preguntas del millón 
¿Por qué comer pasta nos reconforta?
A la serotonina, otra mensajera de las emociones, la llaman el neurotransmisor de la felicidad, porque tiene un papel protagonista en el estado de ánimo y el bienestar.
La «hipótesis de la serotonina» nos dice que, al devorar un plato de pasta (o de hidratos de carbono, en general), facilitamos que el triptófano, un precursor de la serotonina, entre en el cerebro. Una vez allí, el triptófano se convierte en serotonina, generando una sensación de calma y satisfacción.
Pero ¿esto es inmediato?
Como curiosidad, se necesita al menos una hora para que la serotonina se sintetice a partir del triptófano, por lo que se cree que la sensación inmediata de placer no se debe únicamente a los hidratos de carbono, sino también a lo agradable de las preparaciones. En resumen: no es solo que el arroz o la pasta consigan generar serotonina, sino que un risotto o unos macarrones a la carbonara también tienen su salseo correspondiente.
¿Por qué nos encanta el sabor dulce?
Encontramos la respuesta viajando de nuevo a la prehistoria. Los humanos evolucionaron en un entorno de escasez relativa donde DiDi no existía y obtener recursos era el objetivo principal. Al haber vivido durante miles de años en esas condiciones, para nuestra especie identificar los nutrientes buenos, los más eficientes y que mejor nos ayudan a sobrevivir (como los azúcares o las grasas), es una capacidad adaptativa fundamental.
Por eso, cuando nos comemos un helado de chocolate se desencadena una respuesta placentera que nos motiva a repetir la jugada. Así, querer comer alimentos dulces o grasos parece formar parte de la lógica biológica. Esto ocurre con todo lo que es biológicamente deseable, como el sexo, por aquello de perpetuar la especie.
Solo hay un pequeño problema, y es que ahora no tenemos que sobrevivir cazando mamuts ni arrancando hierbas del bosque. Tenemos azúcar para dar y tomar. Y barato, porque eso da para otro capítulo (concretamente, para el último de este libro). El hecho de que estemos programados para que nos guste el azúcar y la tengamos al alcance de la mano puede provocar una sobrecarga calórica. Sobre todo, porque ahora, en vez de mamuts, cazamos pokémon.
¿Por qué unas personas son más
de dulce y otras de salado?
Ser «de dulce» o «de salado» tiene mucha más importancia de la que pensamos y depende de factores genéticos, neuroquímicos y psicológicos. Ni más ni menos.
* Tenemos genes golosos. Los estudios de GWAS (Estudio de Asociación del Genoma Completo) han identificado varias regiones del genoma relacionadas con la preferencia por el dulce y la ingesta de azúcar. Esto puede hacer que algunas personas sean más sensibles al dulce que otras. Sin embargo, es importante aclarar que el hecho de que esté escrito en nuestros genes no es determinante para que nos volvamos yonquis del azúcar.
* Podemos generar hipersensibilidad del receptor opiáceo. El copiloto caprichoso, que, como sabemos, sucumbe siempre a los encantos de la dopamina y de las endorfinas, puede tomar el control de nuestra alimentación, independientemente de que estemos saciados o no. Si esto ocurre y durante mucho tiempo consumimos alimentos dulces y muy agradables, pueden liberarse repetidamente estos opioides endógenos, induciendo hipersensibilidad del receptor opiáceo, que nos pedirá más y más. Esto puede hacernos entrar en la espiral y que perpetuemos un deseo continuo de alimentos dulces.
* Los factores psicológicos y emocionales nos afectan. Las experiencias pasadas, el estado de ánimo o el estrés pueden afectar a la percepción del sabor dulce y de la respuesta hedónica. Algunas personas pueden recurrir a alimentos dulces para manejar el estrés o mejorar el estado de ánimo. Ya sabemos que ahí es cuando el copiloto caprichoso se pone al volante.
¿El exceso de azúcar se puede transformar en grasa?
Sí. Cuando consumimos más azúcares de los que podemos gastar, el exceso de glucosa en sangre se almacena en forma de glucógeno, aquel trenecito con muchos vagones del que hablamos hace un rato.
El glucógeno es una reserva de energía en el hígado y en los músculos. Si llega un momento en el que los depósitos de glucógeno están llenos y el hígado ya no puede almacenar más, el exceso de glucosa se convierte en grasa en el hígado por un proceso llamado lipogénesis. Esta grasa, a su vez, se almacena en los adipocitos, que van creciendo en número y tamaño. Si no ponemos freno, los adipocitos explotarán. Y, cuando los adipocitos estallan y se estresan, empiezan el caos y la inflamación. Hablaremos de esto en el capítulo 2.
¿Cómo afecta el estrés a la obesidad durante la menopausia?
El estrés puede afectar a la producción y regulación de las hormonas sexuales: estrógenos, progestágenos y testosterona, que, casualidades de la vida, son las hormonas que más cambios experimentan durante la menopausia. Estas hormonas, además de ayudarnos a traer criaturas al mundo, influyen en la composición y en la distribución de la masa corporal.
Tras la menopausia, hay una caída en los niveles de estrógenos que puede contribuir a que las mujeres ganemos peso y experimentemos un cambio en la distribución del tejido adiposo. Durante la etapa fértil, la biología protege a la mujer evitando que la grasa se acumule en la zona visceral, que es la metabólicamente más peligrosa. Pero, al llegar a la menopausia, puede haber una tendencia a que la grasa se acumule en el abdomen, lo que se asocia con un mayor riesgo de obesidad y de enfermedades metabólicas.
La buena noticia es que la menopausia no es la responsable directa del sobrepeso. El aumento de peso en la menopausia tiene un origen multifactorial en el que, además de las hormonas alteradas, influyen otras cuestiones que ralentizan nuestro metabolismo basal (la cantidad de calorías que quemamos en reposo) y hacen que gastemos menos calorías en reposo.

Cinco factores que ralentizan el metabolismo basal en la menopausia
* Las hormonas se alteran.
* Nos hacemos mayores.
* Se pierde masa y función muscular.
* Factores genéticos.
* Cambios en los estilos de vida propios de esta etapa: dormir peor o el estrés puede influir en que hagamos menos ejercicio y comamos peor.

¿Cómo afecta el estrés a la tiroides
y la obesidad?
Unos crían la fama y otros se echan a dormir. Además del cortisol, hay otras muchas hormonas y neurotransmisores que se alteran con el estrés y que pueden influir en el sobrepeso y la obesidad. Dos de ellas son la T3 y la T4, las hormonas tiroideas (con nombre de terminal de aeropuerto).
El estrés, que, como ya vimos, no nos trae nada bueno, puede influir en la regulación de la glándula tiroides y en la producción de estas hormonas. Esto puede ser un problema, porque la tiroides interviene en muchas funciones importantes, como la regulación de la temperatura corporal (es el termostato de nuestro cuerpo) y el metabolismo de los hidratos de carbono, las proteínas y las grasas. Es decir, influye en cómo se procesan los nutrientes en nuestro cuerpo y en el gasto que esto supone para el organismo. En resumen, si se deteriora la tiroides, puede verse afectado el metabolismo basal, aquel que determinaba cuántas calorías consumimos en reposo y el equilibrio energético.
¿Qué es el peso 10?
Las creencias sociales sobre cuál es el peso ideal o la forma del cuerpo ideal, como si fuera un estándar de calidad que todos debemos alcanzar, son dañinas para las personas con sobrepeso y obesidad. Es hora de cambiar el discurso. Lograr un peso 10 no significa tener un cuerpo perfecto ni llegar a un resultado sobresaliente en la báscula. Peso 10 es el nombre con el que bauticé a una estrategia basada en la evidencia científica que busca objetivos realistas para la pérdida de peso y está enfocada a la salud.
Para las personas con obesidad, la recomendación actual para mejorar la salud es conseguir una reducción del 5-15% sobre el peso inicial en entre seis y doce meses. De hecho, se ha observado que con reducciones incluso menores también se obtienen efectos beneficiosos. La teoría del peso 10 nos recuerda que pérdidas de en torno al 10% ya son un grandísimo paso.
¡Importante! Esta pérdida debe estar enfocada en perder grasa intentando mantener la masa y la función musculares, para lo que es indispensable hacer ejercicio físico y una intervención nutricional personalizada.
Mito: todo se puede arreglar con fuerza de voluntad
Para empezar, lo más urgente que debemos arreglar aquí es el estigma del peso y de la diversidad corporal. Hay evidencia científica de que el estrés psicológico que sufren algunas personas por el estigma del peso desencadena una serie de respuestas conductuales, emocionales y fisiológicas que contribuyen a su vez al aumento de peso. Otro pececito que se muerde la cola.
Tener o no tener un cuerpo normativo, socialmente aceptado, depende de tus adipocitos, tus genes, tu microbiota, tu cerebro, tu estrés, tu entorno y otros muchos factores frente a los que la famosa fuerza de voluntad no es más que un David contra un enorme Goliat.
¿Es posible que el Alcoyano pueda vencer al Real Madrid? Sin duda. De hecho, el Alcoyano, haciendo gala de su moral, consiguió eliminar al equipo blanco de la Copa del Rey hace unos años. Fue emocionante, pero también un espejismo, porque las grandes conquistas no se logran en partidos puntuales, sino partido a partido. La realidad es que, a base de ganar no uno, sino muchos partidos, hoy el Real Madrid sigue en primera y el Alcoyano está en categorías inferiores, porque sus circunstancias no son las de un equipo de primera división. De la misma forma, un cuerpo saludable no se conquista teniendo «mucha moral» o con actos heroicos puntuales. Se construye entrenando cada día y con un trabajo 100% integral, como el pan.

¿Qué dice la ciencia sobre
la fuerza de voluntad?
En 2020 se publicó en la revista Nature Medicine un estudio sobre las causas y consecuencias del estigma del peso.4 El objetivo de los autores era explicar la brecha que existe entre el discurso oficial sobre la pérdida de peso (el clásico: «si quieres, puedes») y la evidencia científica sobre lo que realmente ocurre cuando una persona quiere perder peso. La ciencia nos dice que, aunque quieras, a veces no es tan fácil, diga lo que diga cualquier influencer.
En este estudio se observó que la brecha entre lo que se cree y lo que realmente sucede es enorme. La ciencia ha demostrado que frenar el peso y la obesidad no depende únicamente de la voluntad de cada persona, sino de un abanico muy amplio de factores biológicos, genéticos y ambientales que sí que serán determinantes. Entre las conclusiones del estudio se recogía explícitamente que el sesgo de peso y el estigma pueden promover discriminación y socavar los derechos humanos, los derechos sociales y la salud de las personas afectadas.
Lo malo es que, al parecer, lo que diga la ciencia a la sociedad le toca un pie. El discurso oficial sigue culpabilizando a las personas con sobrepeso y obesidad y las sermonea con la prehistórica cantaleta de «come menos y gasta más».
Lo más doloroso es que, además de señalar con el dedo acusador a las personas con obesidad desde los medios de comunicación, en las redes sociales o en el discurso de la calle, en ocasiones también se hace desde los propios entornos sanitarios, por parte de los profesionales. Lamentablemente, a estas alturas de la historia, en algunos escenarios todavía se sigue apelando a la responsabilidad individual como principal causa de éxito o fracaso, lo que no hace más que reforzar el estigma social y los estereotipos relativos al peso.

El estigma del sobrepeso y
la obesidad: la gordofobia existe
Un estudio avalado por la Sociedad Española para el Estudio de la Obesidad (SEEDO) y la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN) analizó más de 34 000 comentarios en Twitter, prensa digital y foros de internet que hacen referencia tanto a personas con obesidad o sobrepeso como a personas que aumentaron de peso sin que ello suponga un estado real de obesidad o sobrepeso.5
Estas son algunas de las conclusiones:
* El 76% de los mensajes de Twitter analizados tienen contenido ofensivo hacia las personas con obesidad y sobrepeso, un porcentaje que asciende al 80% de los comentarios en hilos de foros, donde abundan los que cosifican a la mujer con obesidad.
* La intención y el contenido de los mensajes varía en función del género de la persona que los lanza. Mientras los hombres son más propensos a emitir mensajes de insulto y descalificación sobre terceros, las mujeres suelen difundir más mensajes de autocrítica y autoinsulto.
* Se observa que el uso del apelativo gorda supera en casi el doble al de gordo, y el uso de obesa triplica al de obeso. Por tanto, se percibe una mayor atención sobre el peso y la figura de la mujer que sobre los del hombre.
La polémica:
¿comer es adictivo?
Aunque existe mucha literatura científica que corrobora esta afirmación, continúa siendo objeto de debate y controversia.
Existen sustancias altamente adictivas, como la cocaína o las anfetaminas, que actúan sobre la acción de la dopamina. Teniendo en cuenta que las señales opioides y endocannabinoides también se liberan cuando se consumen alimentos, hay autores que, haciendo analogía con las adicciones a estas drogas, hablan del concepto de adicción a la comida.
Se ha observado que, cuando se combina la liberación de la dopamina y los endocannabinoides, el sistema de recompensa del cerebro puede entrar en una espiral de búsqueda y consumo de alimentos placenteros similar al que se da en otras adicciones. Sin embargo, a pesar de que los mecanismos neuroquímicos pueden ser parecidos, la complejidad de los factores genéticos, psicológicos, sociales y fisiológicos que están involucrados en la alimentación hace que el tema sea objeto de debate científico. Aunque la comida puede tener aspectos adictivos para algunas personas, no todas experimentan adicción a la comida y no todos los patrones de alimentación problemáticos son necesariamente adictivos.
Como curiosidad, se ha estudiado que, cuando algunas personas adictas a drogas (opioides exógenos) están en abstinencia, consumen más alimentos azucarados, probablemente para reemplazar la acción de los opiáceos en el cerebro. Incluso se ha sugerido que existe un síndrome de abstinencia para los alimentos altamente deliciosos. Esto lleva a la aparición de estados depresivos que podrían aliviarse al comer estos alimentos otra vez. El ciclo sin fin.
El invitado especial: el sueño
El sueño no podía faltar en esta fiesta, porque, precisamente cuando falta, se puede hacer un caos. La evidencia es clara: no dormir lo suficiente, en cantidad y calidad, se asocia con un mayor riesgo de obesidad.

¿Cuántas horas hay que dormir al día para no favorecer el aumento de peso?
Aunque no hay un número mágico y la cantidad puede variar según la edad y las necesidades de cada persona, se recomienda que los adultos duerman entre siete y nueve horas por la noche para mantener una buena salud en general, incluyendo dentro de esta la prevención de la obesidad.
¡Importante! Además de cantidad, necesitamos calidad. Debemos disfrutar de un sueño ininterrumpido y reparador, es decir, dormir de un tirón y como los angelitos.
¿Qué puede pasar si dormimos menos?
Las personas que duermen menos de cinco horas al día tienen muchas más probabilidades de tener sobrepeso u obesidad que las que duermen alrededor de siete horas.
Las personas que duermen menos de seis horas diarias pueden tener un incremento del 25% de la probabilidad de desarrollar sobrepeso u obesidad, y esta aumenta al 70% cuando duermen menos de cuatro horas.

¿Cómo influye el sueño en la obesidad y el sobrepeso?
Además de dejarnos devastados por la vida, la falta de sueño alimenta la lonjita por varias vías:
1. Las hormonas se alteran. La falta de sueño puede provocar un desequilibrio en las primas hormonas que regulan el apetito, aumentando la grelina (hambre) y disminuyendo la leptina (saciedad). Sí, estas pobres mensajeras son unas delicadas y les afecta todo.
2. Más almacenamiento de grasa. Se observó que no dormir bien altera el metabolismo, disminuyendo el gasto energético en reposo y aumentando la acumulación de grasa. Si esto se mantiene en el tiempo, a largo plazo no hace falta que te cuente qué pasa.
3. Más estrés. Cuando tenemos sueño es más probable que vivamos estresados. Y, como afecta aún más a los que no duermen, esto nos puede llevar a comer más (y peor) como mecanismo de afrontamiento. Además, el estrés crónico también puede liberar hormonas como el cortisol, que ya vimos que puede influir en la regulación del apetito y en la acumulación de grasa abdominal.
4. Más ingesta. Los estudios han demostrado que las personas que duermen menos tienden a darse algún que otro paseo nocturno a la cocina y acaban comiendo más (especialmente alimentos que se nos antojan de madrugada, que no son precisamente brócoli). Estas personas también tienen más antojos y una mayor preferencia por alimentos dulces y salados.
5. Menos motivación para la actividad física. Cuando tienes más sueño que un par de gatitos, lo normal es que te falten la energía y la motivación para ponerte los tenis. Si el estilo de vida se vuelve más sedentario y se queman menos calorías, el siguiente paso natural es… ¡aumentar de peso!
¿Es verdad que dormir engorda?
¡Mito! Es más bien al contrario. El organismo es capaz de quemar aproximadamente una caloría por kilo de peso y hora de sueño. Conclusión: tener un sueño de calidad y suficiente cantidad nos ayuda a mantener nuestra salud, lo que, junto a otros factores, facilita la pérdida de peso.
Búhos, alondras y genética
Aunque todo lo que ya vimos es verdad, la genética también juega un papel importante en la regulación del sueño y la obesidad. Y, lo que es más significativo, se observó que la influencia de los genes en la obesidad puede ser mayor en personas que duermen menos de siete horas por noche en comparación con las que duermen lo suficiente.
Hay genes que influyen en la obesidad y al mismo tiempo en:
* Los cronotipos.
* El ritmo circadiano.
* La saciedad y el apetito.


Diferencia entre cronotipos
y ritmo circadiano
Los cronotipos del sueño son las preferencias individuales sobre el momento del día en que nos sentimos más alerta o con más sueño. Hay estudios6 que han demostrado que ser madrugador o noctámbulo tiene una base genética. Es decir, ser búho o alondra depende, en parte, de tus genes. También se observó —y esto a algunos no les va a gustar— que los noctámbulos tienen una mayor propensión a la obesidad.
El ritmo circadiano, por otro lado, es nuestro reloj biológico interno. Marca un ciclo biológico de aproximadamente veinticuatro horas que regula los procesos fisiológicos y de comportamiento, incluyendo el sueño y la alimentación. Los genes PER2 y CLOCK regulan el ritmo circadiano, y las variaciones en ellos se asocian con una mayor predisposición a la obesidad y a tener trastornos del sueño.

Tres herramientas y un decálogo para evitar que tu cerebro tenga hambre
Antes de comenzar con las soluciones, es importante recalcar que los milagros solo ocurren con la virgen de Lourdes o, si no me crees, con la virgen de Fátima. La triste realidad es que no existen las llaves mágicas ni los trucos infalibles para evitar que tu cerebro tenga hambre. Desconfía de quien te los proponga.
Por mucho que nos pese, todas las estrategias encaminadas a mejorar nuestra salud deben ser integrales (como el pan) y considerar las cinco partes de nuestro Partenón: mente, alimentación, ejercicio, genética y entorno. Y no nos engañemos, como el Partenón, nuestro cuerpo tampoco se construye en un día. Lograr un cuerpo de Adonis lleva su tiempo.
En este apartado abriremos la caja de herramientas y buscaremos cuál es la más útil para cada tipo de hambre (aunque todos los tipos de hambre tienen mucho en común y las herramientas no son excluyentes).
Empezaremos con tres herramientas que pueden ser más útiles para gestionar algunos tipos de hambre en concreto y terminaremos con un decálogo que no solo nos ayudará a que nuestro cerebro no tenga hambre, sino también, y lo que es más importante todavía, a establecer una buena relación con la comida.
Herramientas contra el hambre hormonal: los nuevos fármacos hackeadores del hambre
La píldora mágica para adelgazar es uno de los más oscuros objetos de deseo de nuestra era. Y, aunque de momento no tenemos milagros, sí hay buenas noticias. En los últimos años, hemos pasado de no disponer de alternativas terapéuticas eficaces para tratar la obesidad a contar con una dosis de fármacos que han revolucionado la práctica clínica, el mercado y, de paso, TikTok.
¿A qué viene tanto revuelo? El hype se debe a que estos nuevos fármacos han demostrado ser útiles en la pérdida de peso y en el tratamiento de otras enfermedades asociadas, algo que, hasta ahora, parecía de ciencia ficción.
Nos encontramos ante un cambio en las reglas del juego. Pero, aunque hay buenas noticias, la cosa tiene mucha falsedad. Ante tanto ruido mediático es importante, primero, entender cómo funcionan estos fármacos y, después, reflexionar sobre cómo enfocar de la mejor manera posible esta revolución.

TRENDING TOPIC
La droga de Hollywood
Celebrities como Lady Gaga, Elon Musk y las mismísimas Kardashian reconocieron públicamente que usan estos fármacos, lo que, sin duda, ha ayudado a generar el hype definitivo.

¿Cómo funcionan estos hackeadores
del hambre?
Hay personas con obesidad que el mundo juzga como ansiosas o gordas (con el correspondiente estigma que esto supone) cuando, en realidad, como ya vimos, si comen más de la cuenta es porque en su cerebro hay un fallo del sistema. Cuando tenemos hambre hormonal, el cerebro hace oídos sordos a la señal de saciedad. Y si una persona no se siente saciada, lo normal es que siga comiendo. No es su culpa, como veremos en detalle, son sus adipocitos estresados y otros factores los que la están dañando.
Para combatir este efecto, los nuevos fármacos trabajan como hackeadores del hambre. Entre otras virtudes, son capaces de regular el apetito enviando la señal de saciedad
y estimulando la captación de esa glucosa que nos sobra. Una estrategia que puede ser muy útil, siempre y cuando haya un médico detrás poniendo orden y cuidado para prescribirlos a quien realmente los necesita.
¿Cuándo sí y cuándo no se deben usar estos fármacos?
* Sí. Son fármacos indicados, o bien para personas con obesidad, o bien para personas con sobrepeso que, en paralelo, presentan otras enfermedades, como la diabetes. Además, es imprescindible que el fármaco se acompañe de un plan diseñado individualmente (una intervención nutricional, un plan de ejercicio físico, terapia psicológica...) para que la pérdida de peso sea sostenible con el tiempo.
* No. No son fármacos para compensar los excesos navideños ni para usarlos en la operación bikini para quitarnos esos cuatro o cinco kilos que siempre nos sobran. Además, si los fármacos no se acompañan de cambios en el estilo de vida, se corren varios riesgos. Por ejemplo, al perder peso rápidamente también se puede perder masa muscular, algo que, como veremos, es pan para hoy y hambre para mañana. Si al usar estos fármacos no hay una estrategia conjunta para mantener la masa muscular, será difícil conseguir resultados óptimos y duraderos.

Warning!
En un estudio que analizó la composición corporal antes y después de usar uno de estos hackeadores del hambre, se observó que el grupo perdió unos 18 kg, de los cuales 10.5 kg fueron de masa grasa, 0.5 kg de grasa visceral y 7 kg de masa libre de grasa. Es decir, solo un 60% de la pérdida de peso fue de grasa.7

Fármacos hackeadores del hambre 1.0
Las primeras en llegar fueron las moléculas liraglutida y semaglutida, que dieron el salto a la fama porque consiguen pérdidas de peso de hasta un 15%. Por si hay algún entendido en la sala, comentaremos que son agonistas del receptor de uno de los péptidos del hambre, uno de los repartidores de Amazon con nombre de robot aspirador de los que ya hablamos: el GLP-1. 
Para los no versados en la materia, ¿todos estos términos qué significan?
En realidad, es sencillo de entender. Cuando llevamos un rato comiendo y aumenta la glucosa en sangre, en nuestros intestinos se empiezan a segregar unas primas hormonas llamadas incretinas. No había otro nombre más feo, no. Pero el nombre tiene truco. La palabra incretina viene de intestinal secretion of insulin. Entre estas incretinas destacan los péptidos GLP-1 y GIP, que actúan sobre el páncreas para liberar insulina cuando se detecta azúcar en la sangre, lo que se conoce como efecto incretina.
Estos nuevos medicamentos (semaglutida y liraglutida) tienen una estructura muy parecida a las incretinas y son capaces de encajar en sus mismos receptores, como si se tratara de una pieza de rompecabezas. Así, estas moléculas engañan a nuestro cuerpo, desencadenando acciones similares a las propias hormonas y propiciando la liberación de insulina.
Por esta capacidad para regular la glucosa comenzaron usándose para tratar la diabetes tipo 2 hasta que, ¡oh, sorpresa!, como en otras tantas investigaciones, se descubrió por casualidad que había algo más: los pacientes que los usaban también perdían peso de manera significativa.
¿Por qué ocurre esto? Porque son un tres en uno: además de estimular la producción de insulina, los péptidos del hambre actúan sobre el cerebro, disminuyendo el apetito, y sobre el estómago, desacelerando el vaciamiento gástrico. Si el estómago se vacía más despacio, se contribuye a la sensación de plenitud.


Los famosos pinchazos
Aunque las opciones por vía oral van asomando la patita, generalmente los hackeadores del hambre se administran mediante inyección subcutánea en el muslo, el abdomen o la parte superior del brazo. Hay fármacos que se administran diariamente y otros semanalmente.

¿Qué más efectos tienen en el cuerpo estos fármacos? Además de regular la glucosa y quitarnos el hambre, los efectos de esta hormona y de los fármacos que la imitan tienden a ser infinitos. Viendo la siguiente gráfica cualquiera podría pensar que estamos ante la píldora mágica que todo lo cura y lo puede. Entre otras cosas, mejora las funciones cerebral, cardiovascular, muscular, ósea y renal, quita el hambre y hace que quemes más calorías. ¿Algo más?
Resumiendo, los principales beneficios de estos hackeadores son los siguientes:8


Parece un sueño hecho realidad, lo sé, pero es fundamental (y obligatorio por ley) que sea un profesional sanitario quien prescriba el fármaco individualmente, porque no están exentos de efectos secundarios.
¿Cuáles son los efectos secundarios de semaglutida y liraglutida? La forma en la que se toleran los fármacos depende de cada quien. Hay quien los tolera muy bien, pero también quien no logra acostumbrarse.
Entre los efectos secundarios «muy frecuentes» encontramos náuseas, vómitos, diarrea, estreñimiento, dolor de cabeza…
Entre los «frecuentes», malestar estomacal, eructos, flatulencia, cálculos biliares, hipoglucemia, aumento de enzimas pancreáticas…
Además, estos fármacos pueden estar contraindicados en caso de problemas previos de tiroides o enfermedad renal. El carcinoma de páncreas y de tiroides se considera un riesgo potencial. Lo que es sumamente importante.9
Fármacos hackeadores del hambre 2.0
Tras la semaglutida y la liraglutida llegó su prima, la tirzepatida. Lo sé, más palabrotas. Pero lo importante es que no tenemos que aprendernos nada nuevo, porque funcionan de manera muy parecida a los anteriores. Esta molécula, además de ser agonista del receptor GLP-1, también lo es del receptor GIP.

La tirzepatida es una molécula que también se parece a las hormonas incretinas. La novedad es que esta es la combinación de dos hormonas que, mediante un efecto sinérgico, se potencian entre sí. De hecho, la llaman twincretina.
Y si la molécula gemela impresiona, en camino está la trilliza: hay más fármacos en estudio como la retatrutida, en este caso no con doble, sino con triple efecto.
¿Qué ventajas tiene la tirzepatida? Se administra una vez a la semana (como la semaglutida) y los efectos en el organismo son similares a los que ya vimos en la gráfica. La ventaja es que, debido a que combina dos moléculas, el fármaco es más potente y se consigue perder más peso.
Hay estudios en los que se ha observado hasta un 25% de reducción de peso, e incluso más. Resultados que se consideran un éxito, más aún teniendo en cuenta que con la cirugía bariátrica se consiguen reducciones de aproximadamente el 25-30%.10
¿Cuáles son los efectos secundarios de este fármaco? Los efectos secundarios más comunes de la tirzepatida son similares a los de los fármacos saciantes 1.0: náuseas, diarrea, pérdida del apetito, vómito, estreñimiento, indigestión o dolor abdominal, entre otros.
De manera menos frecuente también puede causar efectos secundarios graves, como tumores en la tiroides, incluido el cáncer de tiroides. Otros posibles efectos secundarios son pancreatitis, hipoglucemia, alteraciones en la visión, problemas de vesícula, reacciones alérgicas…
Insisto: los beneficios de la reducción de peso que pueden conseguirse con estos fármacos pueden cambiar la vida de muchas personas, pero no se debe banalizar su uso. Es fundamental que el médico valore individualmente si el paciente es buen candidato, en función de su historia clínica y de sus antecedentes familiares.

TRENDING TOPIC
Fármacos hackeadores del hambre 3.0: bimagrumab
Bimagrumab es un fármaco en investigación que no actúa como hackeador del hambre, sino como un anticuerpo monoclonal (si me lo permites, dejamos para otro día la explicación de qué es esto). Lo importante en este caso es saber que la combinación de bimagrumab con los fármacos hackeadores del hambre tiene el potencial de reducir la masa grasa y, al mismo tiempo, mantener la masa muscular, algo que, como ya comentamos, es uno de los retos al perder peso rápidamente.
¿Significa esto que tomando este fármaco podemos olvidarnos de hacer ejercicio físico? Negativo. Las superquinas son para quien las trabaja. La polipíldora natural solo puede conseguirse entrenando, así que el hecho de que un fármaco nos ayude a no perder masa muscular (o a perder menos) no significa que debamos dejar de dar cariño a nuestros músculos.


Houston, tenemos un problema
Los hackeadores del hambre llegaron para quedarse, planteándonos cuatro desafíos importantes:
* Precio. Aquí hay dos asuntos vitales: por un lado, el precio de los fármacos para la obesidad no es para todos los bolsillos y, por otro, la sanidad pública no los financia. Esto supone una importante barrera de acceso. Las personas con obesidad merecen la posibilidad de usar todas las herramientas que puedan ser adecuadas para ellos. Estas rockstars de la farmacología no se pueden convertir en un tratamiento para ricos cuando sabemos, además, que los condicionantes socioeconómicos tienen una gran repercusión en el sobrepeso y la obesidad.
* Desabastecimiento. Al no estar financiados públicamente, los fármacos para la obesidad suelen tener un precio mayor que aquellos para diabetes + obesidad y que sí están financiados. Esto ha llevado a que muchas personas con obesidad hayan solicitado a sus médicos la prescripción de fármacos para tratar diabetes + obesidad. ¿Podemos juzgar este comportamiento? La sociedad ha sentenciado (una vez más) a las personas con obesidad, pero vale la pena reflexionar sobre ello. Estas personas, al igual que las personas con diabetes, merecen el acceso a un tratamiento individualizado si sus necesidades médicas lo requieren. Corresponde a la industria, las instituciones y los mecanismos reguladores poner orden en este asunto.
* Uso irresponsable. Es necesario apelar a la responsabilidad individual y a la de los profesionales sanitarios, pero también a una mayor vigilancia por parte de las instituciones. Debe sancionarse a quien realiza mala praxis: a quien lo prescribe sin motivo, a quien lo vende de forma ilegal o en el mercado negro y a quien lo compra por estos cauces.
* Desinformación. Los nuevos fármacos para la pérdida de peso ya forman parte de las conversaciones de barra de bar. Es imprescindible que se haga divulgación de calidad sobre qué son y para quién son estos fármacos con un doble fin. Por un lado, para evitar situaciones de abuso, que no solo contribuyen a generar efectos secundarios y al temido efecto yoyo, sino también a una mala gestión de la relación con la comida. Y, por otro, para que las personas que realmente sean candidatas a usarlos puedan hacerlo de manera que la pérdida de peso sea sostenible en el tiempo.

Nada nuevo bajo el sol
Lamentablemente, este problema no es nuevo. En numerosas ocasiones también se hace mal uso de los ansiolíticos (como diazepam, lorazepam y otros amigos de la familia) y no por ello dejan de ser una herramienta terapéutica útil para quienes los necesitan. Por su parte, Viagra se lleva comercializando desde 1998 y continúa siendo el fármaco más falsificado. El reto, una vez más, está en la comunicación.


Orlistat, el jinete solitario
Aunque este fármaco no es un hackeador del hambre, no quería cerrar la farmacia sin hacer una mención al que hasta hace poco era el único clavo al que agarrarnos para la pérdida de peso: el orlistat. En España comenzó a comercializarse con receta médica, pero desde hace unos años existen presentaciones con la mitad de la dosis que son de venta libre.
¿Cómo funciona? Los ácidos grasos están formados por unas cadenas que en nuestro intestino no se pueden absorber tal cual, sino que hay que cortarlas en trocitos más pequeños con una especie de tijeras (algo similar a lo que ocurre con el almidón). Si las tijeras del almidón eran unas enzimas llamadas amilasas, las tijeras de los lípidos son las lipasas. Esos trocitos pequeños de grasa son los que se pueden absorber (y después acabar en nuestras carnes). Orlistat es capaz de bloquear esas tijeras para que no puedan cortar los ácidos grasos. El resultado es que no se absorbe hasta un tercio de las grasas ingeridas, que se eliminan por las heces.
¿El problema? Que toda la grasa que no se absorbe acaba saliendo de manera aceitosa. Resumiendo, y por no entrar en detalles escatológicos: te puede ir muy mal con heces líquidas y grasientas sin poder controlarlas, incluso con un pedito. Además, en algunos casos se han observado problemas de mala absorción de nutrientes y fármacos que se disuelven en la grasa y que también se pueden acabar eliminando aunque no queramos.

Herramientas contra el hambre hedónica: alimentación consciente o mindful eating
Como sabemos, el hambre emocional y el hambre ambiental están gobernadas por el copiloto caprichoso y se pueden agrupar dentro de lo que conocemos como hambre hedónica. Entrenar el cerebro mediante la estrategia de la alimentación consciente puede ser útil para luchar contra este tipo de hambre.
Aunque así, de primeras, el mindful eating nos puede sonar al último delirio de una instagrammer zen, en realidad surge a partir de la filosofía de la atención plena, que es una práctica milenaria en muchas religiones, como el budismo.
A lo largo de la historia, la práctica de la atención plena ha ayudado a miles de personas a desarrollar las habilidades necesarias para controlar el dolor crónico, la depresión, los problemas para dormir o la ansiedad. Desde hace unos años se ha convertido también en la piedra angular de un nuevo enfoque para la alimentación.
¿Qué es y qué no es la alimentación consciente?
Comer de manera consciente, prestando atención a lo que hay en nuestro plato, no tiene nada que ver con contar calorías, carbohidratos, grasas o proteínas. Y lo más importante: el propósito de comer conscientemente no es perder peso, aunque es muy probable que las personas que sigan estas estrategias, como consecuencia de todos los cambios que llevan asociados, mejoren su composición corporal.
Las dietas tradicionales suelen estar basadas en reglas férreas y son más bien una dictadura nutricional (dicen qué comer y qué no, cuánto, cómo y cuándo comer…). El fin último de una dieta tradicional es conseguir resultados específicos y medibles, como la pérdida de peso. La atención plena, en cambio, es una estrategia que está más orientada al proceso en sí que al resultado final. Y que, por supuesto, puede ser complementaria a una intervención nutricional basada en la evidencia científica, como las que veremos en el siguiente capítulo.
Sin un cambio de comportamiento, cualquier dieta es inútil.
¿Qué dice la ciencia sobre el mindful eating?
A pesar de que el nombre suena muy happy flower, la alimentación consciente es una práctica que cuenta con abundante respaldo científico. Los estudios de intervención11 han demostrado que puede ser eficaz para gestionar el hambre emocional y los atracones.
Ahora bien, una cosa es gestionar el hambre y otra adelgazar. Los estudios no han demostrado consistentemente que las estrategias de atención plena conduzcan a la pérdida de peso. Esto puede deberse a que, en las investigaciones, dentro de la intervención de atención plena no se incluía la educación sobre alimentación saludable. Es decir, eran estudios en los que se consiguió mejorar las formas, pero no el fondo. Por eso es importante tener en cuenta todas las partes del Partenón.


Warning!
La alimentación consciente es un complemento que no debe reemplazar a los tratamientos tradicionales, especialmente en los casos en los que existe un desequilibrio neuroquímico, ya que puede ser un desencadenante de los trastornos de la conducta alimentaria (TCA).

Diez pasos para practicar la alimentación consciente
Aunque necesitamos más estudios para definir qué comportamientos constituyen una práctica de alimentación consciente eficaz, la mayoría de las intervenciones nutricionales basadas en el mindful eating siguen unas pautas comunes. Muchas de ellas las recogen en la Escuela de Salud Pública de Harvard:
1. Consulta con tu hambre. Sí, el hambre te habla. De hecho, si le prestas atención, te habla hasta por los codos. Aplica los criterios que ya describimos para diferenciar el hambre-hambre del hambre hedónica. ¿Cuándo comiste por última vez? ¿Sientes punzadas de hambre? ¿Notas un ligero dolor de cabeza? ¿Es hambre de lentejas o de papitas fritas? ¿Tienes un antojo porque viste un alimento concreto y ahora se te antojó? Si el hambre es de lentejas y ya llegó la hora de comer, vamos con el paso dos.
2. Pantallas fuera. La buena (o mala) noticia es que toda esa fila de mensajes, correos electrónicos y menciones en redes sociales que te hacen liberar cortisol seguirán ahí esperándote una vez que hayas terminado de comer. Pon el celular en modo avión y tómate tu tiempo para relajarte y disfrutar de la comida sin interrupciones. Además del celular, las pantallas en general (televisión, tablets…) nos pueden distraer del objetivo, que es concentrarnos en el momento y disfrutar de la comida.
3. Bendice la mesa a tu manera. Tu abuela tenía razón. El tradicional concepto de bendecir la mesa es más necesario que nunca, ya sea desde el punto de vista espiritual o desde el terrenal. Se suele recomendar dedicar un momento a valorar y agradecer el esfuerzo necesario para producir y preparar la comida que llega a la mesa. Pero en este mundo somos muchos y muy variopintos, así que, si ese no es nuestro estilo, simplemente podemos establecer algún ritual que nos ayude a parar, detener los mil frentes en los que tenemos ocupada la mente y ser más conscientes de que llegó el momento de comer.
4. Sirve raciones moderadas. Aquí van tres trucos para moderar las raciones que puedes empezar a implementar hoy mismo.
t Congela por raciones. Así, al descongelar, tendrás la ración perfecta, evitarás comer en exceso y también el desperdicio alimentario.
t Sirve los platos en la cocina y no lleves el recipiente donde cocinaste a la mesa para evitar seguir comiendo.
t Usa un plato pequeño para que las raciones parezcan más grandes. Es un viejo truco que sigue siendo útil.
5. Pon tus cinco sentidos en el acto de comer. Cuantos más sentidos le pongas a la comida, más consciente serás de lo que estás comiendo. Toma nota del aspecto, los aromas, las texturas, los sabores y los sonidos de tus alimentos.
Mientras comes, recuerda que existen cinco sabores básicos e intenta determinar cuál estás sintiendo (o cuáles, porque en ocasiones pueden ser varios a la vez): umami, amargo, dulce, salado o agrio.
Observa la textura: ¿es crujiente o cremosa? Prestar atención a la textura de cada bocado puede ayudar a mejorar la experiencia. Hay estudios en los que se ha observado que texturas viscosas, como la que se consigue con la granola o la avena, mejoran la saciedad.
6. Come despacio y con pequeños bocados. Masticar bien los alimentos tiene muchas ventajas, como, por ejemplo, alargar la duración de la comida. Si el proceso de comer es lo suficientemente largo, da tiempo a que nuestras primas hormonas, las mensajeras de Amazon, lleguen al cerebro desde el sistema digestivo y nos avisen que ya estamos llenos y no hace falta seguir comiendo. A su vez, la masticación contribuye a liberar algunos de los famosos péptidos del hambre y algunas enzimas en la saliva que también favorecen la saciedad.
En resumen: si no masticamos lo suficiente y comemos muy rápido, no nos sentiremos saciados. De hecho, hay evidencia de que las bebidas o la comida que se toma en forma líquida, que no se mastican y pasan a nuestro digestivo de manera casi inmediata (como sopas o licuados), son menos saciantes que los sólidos.
¿Trucos para comer despacio? Hay estrategias que, en principio, pueden ser útiles para ralentizar el ritmo, como masticar un número determinado de veces o dejar los cubiertos en el plato entre bocado y bocado. Sin embargo, en el medio-largo plazo, lo ideal es que interioricemos un ritmo pausado en la comida sin necesidad de estar pendiente de estos detalles, que pueden llegar a obsesionarnos y distraernos del objetivo principal.
7. No comas a ciegas. Se han realizado experimentos con personas comiendo a ciegas, sin saber cuánta cantidad comían. El resultado es que estas personas comieron más, pero no se saciaron más.
Sin necesidad de vendarnos los ojos, todos hemos comprobado esto cuando comemos directamente de una bolsa o de un envase. Si, por ejemplo, empezamos a comer nueces de la India directamente de un bote, es probable que no seamos conscientes de qué cantidad estamos comiendo y nos llenemos menos. Sin obsesionarnos, es importante seleccionar las raciones e intentar ceñirnos a ellas.
Un truco un poco sucio: aunque esto te vaya a sonar extraño, para las personas que tienen dificultades para valorar la ingesta real (piensan que comen menos de lo que en realidad comen) puede ser útil dejar sobre la mesa los platos de las entradas o los envoltorios de los alimentos. Tener los restos sobre la mesa es una prueba de que ya comimos una cantidad determinada. Si recogemos los platos sucios cada cinco minutos y traemos nuevos platos repletos, es como si empezáramos otra vez de cero.
8. Menos opciones, menos tentaciones. Acuérdate de la última vez que estuviste en el coctel de una boda. Normalmente, la primera vez que un mesero nos ofrece un bocadillo nos lanzamos hacia él cual flecha. Si tenemos hambre, la segunda y la tercera vez que pasen con la bandeja puede que también tomemos algún bocadillo más. Pero, cuando el mesero pasa con la cuarta bandeja de bocadillos, es probable que digamos «no, gracias» y esperemos a que llegue otro seductor canapé de los veinte que hay en el menú, para ir haciendo tics mentales y asegurarnos de que los hemos probado todos. La cuestión es que si el coctel fuera de solo bocadillos y de dos aperitivos más, comeríamos menos. Es más antojable comer veinte aperitivos diferentes que repetir siete veces cada aperitivo.
Algo similar ocurre en los buffets. ¿Cuánta gente desayuna a diario un simple café con pan tostado y, sin embargo, en un buffet sale rodando? Tener a la mano más opciones y además tan disponibles (no tienes ni que prepararlas tú mismo) fomenta la ingesta.
¿Más ejemplos cotidianos? Cuando comemos snacks. Si estamos viendo un partido y abrimos una bolsa de papitas fritas, es probable que comamos menos cantidad que si tenemos cuatro o cinco bolsas diferentes abiertas a la vez para probar. Unos poquitos nachos, unos poquitos chetitos, unas poquitas gomitas y unas palomitas de maíz nunca hicieron daño, ¿verdad?
9. Llena el tanque al 80%. Lo ideal es dejar de comer cuando notas que estás lleno sin llegar a esa sensación de «ya no puedo más». Sentirnos llenos más o menos al 80% es la señal para parar en buen momento.
10. No te saltes comidas. Salvo que estés realizando alguna intervención nutricional controlada basada en el ayuno intermitente o similares, pasar demasiado tiempo sin comer, por dejadez o por un desorden en los horarios, puede aumentar el riesgo de tener un hambre feroz más adelante. Esto puede llevarnos a elegir alimentos más rápidos, más facilones… y menos saludables. Tener una rutina aproximada para las comidas reduce estos riesgos.
Hambre Dragon Khan: cuatro trucos para bajarnos de la montaña rusa
Aunque aún no sabemos a ciencia cierta cómo funciona el Dragon Khan de la glucosa, sí sabemos que hay formas para reducir los azúcares simples en la dieta y así suavizar la montaña rusa. Estas son cuatro de ellas:
* Cuida tu desayuno. Es hora de borrar del mapa el tradicional desayuno de los campeones y similares. El desayuno que nos han vendido como saludable, es decir, leche con chocolate, pan dulce, cereales y juguito, nos hace superar la cantidad diaria recomendada de azúcar antes de habernos quitado la piyama. El desayuno no es necesariamente la comida más importante del día, pero meternos en el Dragon Khan al empezar mañana tampoco es buena idea. En la montaña rusa del azúcar uno sabe cuándo entra, pero no cuándo sale.
* Más fibra. Aumenta el consumo de cereales integrales, frutas en su forma entera, hortalizas, legumbres, frutos secos y alimentos altos en fibra en general. La fibra, además de ser saciante, forma un gel en nuestros intestinos que estorba la absorción del azúcar y hace que el pico de glucosa sea más lento. Aumentar el porcentaje de proteínas también puede ser interesante, porque aumenta la saciedad.
* Menos azúcar. Limita o evita los azúcares simples, como el azúcar libre (azúcar blanca, el morena, piloncillo, jarabes, miel…) y los alimentos que contienen azúcar añadida, como los dulces. Evita especialmente los refrescos azucarados, jugos y, por supuesto, bebidas alcohólicas, porque, además del extra energético que te llevas al cuerpo, cuando el azúcar está disuelta en un líquido pasa más rápidamente a la sangre. Es como si le metiéramos una doble espiral a nuestro Dragon Khan particular.
* Más ejercicio físico. El ejercicio favorece que el músculo capte glucosa y reduce indirectamente los picos del Dragon Khan.

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¿Un traguito de vinagre de manzana reduce la curva de azúcar?
Las modas nutricionales también evolucionan. Si hace unos años existían los remedios antigrasa, ahora es el turno de los remedios antiazúcar. En las redes sociales es tendencia tomarse un traguito de vinagre de manzana antes de comer para reducir el pico de azúcar en la sangre. Antes de empezar, y esto es para cualquier ámbito, desconfía de todo remedio demasiado sencillo que prometa grandes bondades.
¿Qué consigue y qué no consigue el vinagre de manzana?
* Sí. Bloquea, aunque solo en parte, la acción de la enzima que descompone en azúcares simples los hidratos de carbono complejos (los que están en la pasta, arroz, papa, pan…). Es decir, bloquea la tijera que separa los azúcares que están de la manita formando cadenas de almidón. Si se bloquea parcialmente la enzima, conseguimos que el almidón se convierta en glucosa más despacio. Además, el vinagre de manzana puede ralentizar el vaciado gástrico. Esto quiere decir que la comida llega más tarde al intestino, se alarga el proceso de digestión y el azúcar no se absorbe tan rápidamente.
* No. No evita el pico alto de glucemia cuando se consumen azúcares simples como los dulces o los refrescos. El truco solo funciona cuando las comidas contienen hidratos de carbono complejos. ¡Ah!, y, en cualquier caso, como el bloqueo de la enzima es parcial, la reducción de la curva siempre será moderada.
Conclusión
* El ser-humano-cotidiano, dado que no tiene problemas para digerir los hidratos de carbono complejos, se puede ahorrar el traguito de vinagre y vivir feliz.
* En personas con diabetes que deben vigilar la curva de glucosa, este tipo de trucos con eficacia anecdótica pueden desviar el foco de las herramientas que realmente son necesarias para evitar los picos de azúcar en la sangre: alimentación, ejercicio y tratamientos.
Salvo que no lo toleres bien, tomarte un trago de vinagre no tiene nada de malo. Pero la clave para controlar la glucemia no está en tomar traguitos de vinagre, sino en consumir alimentos ricos en fibra, aumentar las proteínas, evitar o limitar los alimentos con azúcares simples y practicar ejercicio físico. Milagros, solo los justos.


Y ahora vamos con las herramientas generales que pueden ayudarnos en todo momento, independientemente del tipo de hambre que nos aniquile.
Decálogo para gestionar el hambre y tener una buena relación con la comida
1. Querido diario…
Tendemos a infravalorar lo que nos metemos entre pecho y espalda. Como ejercicio inicial, registrar lo que comemos (por ejemplo, durante una semana o durante algunos días, incluyendo festivos) puede ser útil para ayudarnos a tener un punto de partida y estimar correctamente nuestra ingesta. Al anotar lo que comemos, a veces nos damos cuenta de que es más de lo que pensamos.
Además de nuestras comidas, escribir en un diario las emociones asociadas puede ayudarnos a identificar patrones y conexiones entre lo que comemos y cómo nos sentimos. Revisar nuestras notas, por ejemplo, semanalmente, nos ayudará a ser más conscientes, a identificar áreas de mejora, a celebrar las pequeñas y grandes victorias y, sobre todo, a comprometernos con nuestros objetivos.

2. Querida lista de compras…
Lo diré una y mil veces: la buena alimentación empieza en el carrito de compras. Evita tener en casa alimentos altos en calorías, azúcares y grasas (y otros monstruos ultraprocesados en general) que te tienten desde la cocina una y otra vez. Lo que no se tiene a la mano no se come.
¡En ningún caso hablamos de prohibición! Pero la vida ya nos coloca en demasiadas situaciones que nos incitan a comer peor como para meter al enemigo en el refrigerador. El lunes alguien traerá a la oficina panes del pueblo, el martes será el cumpleaños de un compañero, que también traerá dulces o invitará unos tragos después del trabajo, el miércoles tendremos una comida con un cliente en un restaurante, el jueves, un afterwork en un bar, el viernes, como todo el mundo sabe, es para pizza y película, los sábados toca cenita con amigos… y el domingo se santifica con una comida familiar y sus correspondientes extras.
Un día por otro, siempre habrá extras. Escribir el diario te ayudará a ser consciente. Ya se sabe que quien evita la tentación evita el pecado (san Ignacio de Loyola dixit).
3. Estrategias para no atracar el refrigerador
Antes de salir corriendo hacia la cocina, debemos parar un segundo a reflexionar sobre nuestras emociones y las señales físicas que estamos sintiendo. Es el momento de recordar las claves para diferenciar el hambre-hambre del hambre hedónica y preguntarnos si realmente nuestro cuerpo necesita combustible o si lo que tenemos es hambre de dopamina.
Si detectas que tu cerebro está jugando, respira. ¡Ya sabes lo que está ocurriendo ahí dentro! Tienes al copiloto caprichoso deseando echar gasolina. Es el momento de que el copiloto responsable tome el control, pero ¿cómo?

El plan es engañar al copiloto caprichoso, a esa hambre de dopamina, mediante actividades saludables que también generen neurotransmisores y sustancias placenteras sin necesidad de recurrir a la comida. Es decir, tenemos que buscar la dopamina y las endorfinas en otra parte. La ciencia nos dice que el ejercicio físico y las técnicas de relajación (como la meditación) son muy buenas formas de liberar tensiones y mejorar el estado de ánimo.
OK. Entiendo que lo último que deseas cuando el hambre emocional llama a tu cerebro y te quieres comer esa vaca por los pies es echarte a correr o ponerte zen. ¿Qué más podemos hacer?
* En la oficina. Si el hambre emocional te atrapa trabajando y no estás listo para ponerte en la posición del loto, relax, no está todo perdido. Hay técnicas de relajación más sencillas y discretas que puedes realizar sin moverte de tu silla en pocos minutos. Además, puedes cortar el impulso levantándote a dar un pequeño paseo (si puede ser al aire libre, mejor), hablando brevemente con alguien de confianza, yendo a la máquina de café, bebiendo infusiones, agua o agua gasificada. Como curiosidad, hay estudios en los que se ha observado que masticar chicle es un modo efectivo de reducir el estrés, la ansiedad e incluso el apetito.12
* En casa. Si el hambre hedónica te atrapa en casa y tienes algo más de tiempo, intenta practicar alguno de tus hobbies, como leer un libro o una revista que lleves tiempo queriendo terminar. Escucha música, pon tu playlist favorita para cantar con pasión, toca un instrumento si tienes esa habilidad (está demostrado que libera dopamina), pinta o dibuja si eso te relaja…, o simplemente intenta cortar ese impulso haciendo cualquier otra actividad que relegue la comida a un segundo plano. Como vamos a ver enseguida, hablar con tu núcleo principal o con alguna persona de tu grupo de apoyo en estos momentos también puede ayudarte.
4. Sigue los pilares de la dieta
Comer bien no solo es bueno para la salud física, sino también para la mente: mejora el estado de ánimo y reduce el impulso de ceder ante el hambre emocional. Así que, ponte cómodo, porque en el siguiente capítulo vamos a dar todas las claves cuando hablemos de los pilares de la dieta.
5. ¡Muévete!
Del mismo modo que llevar una alimentación saludable puede reducir el impulso de comer por diferentes causas, la actividad física y el ejercicio pueden ser estrategias disuasorias y preventivas para el hambre.
¿Qué hace el ejercicio?
* Contribuye a equilibrar los mecanismos que regulan la relación hambre-saciedad.
* Ayuda a controlar el peso y así reduce el hambre hormonal por desbarajustes en los adipocitos.
* Aumenta el bienestar emocional y, como consecuencia, reduce las sensaciones negativas que empujan al piloto caprichoso a comer.
* Refuerza la autoestima a medida que vamos cumpliendo retos y nos ayuda a comprometernos con la causa. En otras palabras: las buenas sensaciones que se consiguen con el ejercicio nos disuaden de hacerlo comiendo lo que sabemos que no nos hace bien.
6. Aprende a gestionar el estrés y el sueño
Ya vimos que vivir estresado y con sueño son dos aliados del hambre y, como consecuencia, del sobrepeso y de la obesidad.
Ofrecer técnicas para gestionar el estrés y el sueño a profundidad escapa a los objetivos de este libro, pero puedes encontrar información y herramientas rigurosas en estas fuentes:
* En tiempos de estrés, haz lo que importa: una guía ilustrada. OMS.13
* Your Guide to Healthy Sleep (Tu guía para un sueño saludable). National Institutes of Health (NIH).14
En cualquier caso, como siempre, mi consejo es que, si no consigues gestionarlo o directamente el problema te supera, pidas ayuda a un profesional.
7. Habla con tu núcleo principal
Es probable que tu familia y tus amigos no sean conscientes del reto al que te enfrentas y debas hablar con ellos para explicarles que necesitas su apoyo. Contar con un núcleo principal cercano con el que puedas hablar de tus emociones y tus batallas frente al hambre será de gran ayuda.
Tu núcleo duro será para ti un espacio seguro donde expresarte sin ser juzgado. Ellos te ayudarán a identificar los desencadenantes del hambre, te ofrecerán alternativas y actividades para manejar el estrés (que pueden ser tan sencillas como charlar o dar un paseo) y te ayudarán a comprometerte. Al igual que ocurre en los grupos de apoyo, saber que hay personas que te quieren y que están dispuestas a apoyarte te motivará a perseguir tus metas.


Warning!
Es importante reconocer que no todas las familias brindan el apoyo emocional necesario. Si sientes que tu entorno familiar es contraproducente para tus objetivos, aprender a establecer límites es crucial. No tiene nada de malo priorizar tu bienestar y buscar ese núcleo principal en otros lugares, como en tu círculo de amigos o en grupos de apoyo. Recuerda que mereces rodearte de personas que te sostengan.

8. Encuentra tus partners in crime
Cuando éramos jóvenes nuestros padres nos presionaban para que nos rodeáramos de buenas compañías. Y la realidad
es que, si tus amigos fumaban e iban a beber, tú también tenías más oportunidades para acabar haciéndolo.
Puede que ya no tengas acné, pero esto sigue funcionando igual: si te rodeas de buenas compañías, es probable que tu plan para mejorar tu salud tenga más éxito. ¡Busca a tus partners in crime! Si en tu entorno (familia / amigos / compañeros de trabajo) solo encuentras adictos a la dopamina, apúntate a clases o actividades en grupo en las que puedas conocer gente nueva con tus mismos intereses (deporte, baile, salidas al campo…). ¿Te gusta el tenis y no tienes compañeros? Hoy hay incluso aplicaciones en el celular para buscar pareja en deportes de raqueta. No hay excusa.
9. Pide ayuda a un profesional de la salud
Aunque esto ya lo sabes, si sientes que no puedes controlar el hambre y esto afecta a tu salud física y mental, no puedo cerrar el decálogo sin recordar que siempre es buena idea acudir a profesionales como psicólogos, psiquiatras, nutricionistas, titulados en ciencias de la actividad física y el deporte, y otros profesionales de la salud especializados en trastornos alimentarios.
El objetivo principal de las intervenciones psicológicas debe ser ayudar a las personas a realizar cambios que sean sostenibles con el tiempo, que promuevan la autoestima positiva y la confianza. Todo orientado no a la pérdida de peso, como se venía haciendo de manera tradicional, sino a mejorar la salud, el funcionamiento y la calidad de vida.
10. Únete a un grupo de apoyo
Dentro de las herramientas y estrategias que ofrecen los profesionales de la salud, los grupos de apoyo pueden ser de gran ayuda. Favorecen la conexión social y las nuevas amistades, algo muy interesante para evitar el aislamiento y la soledad. Sentirte arropado y formar parte de un grupo fomenta la autoestima.
Estos grupos son gasolina para la motivación y para el aprendizaje. En ellos se comparten estrategias y recursos que ayudan, por ejemplo, a manejar el estrés y la ansiedad, a controlar los antojos y a mejorar la percepción que uno tiene de sí mismo. Además, la pertenencia a estos grupos genera una sensación de compromiso con la causa y de rendición de cuentas que puede ser positiva.


Las ocho reglas de oro
para evitar que tu cerebro tenga hambre
1. Desconfía de tu cerebro: puede hacer que sientas hambre aunque estés saciado.
2. Vigila tu estrés: el estrés libera cortisol, que es responsable del hambre emocional.
3. Evita tener ultraprocesados en casa: despiertan tu dopamina, que es el neurotransmisor del deseo.
4. Desayuna sugarfree: evitarás esas montañas rusas de glucosa en la sangre que despiertan el hambre.
5. Considera los nuevos fármacos hackeadores del hambre como una herramienta en el tratamiento de la obesidad y recuerda que no son para perder esos cuatro kilos de más.
6. Prueba la alimentación consciente o mindful eating, una estrategia interesante para prevenir el hambre emocional.
7. ¡Duerme como un bebé! Dormir entre siete y nueve horas al día ayuda a prevenir la obesidad.
8. No te sientas culpable: la obesidad no se debe a la falta de voluntad, sino a factores biológicos, genéticos y ambientales.