ANABELLA A. MAGLIOCCA
(DIRECTORA DE COMUNICACIÓN ESEADE)
Estimados, estamos iniciando la ceremonia de entrega del título de doctorado Honoris Causa del Instituto Universitario ESEADE a Javier Milei. Les pedimos por favor que apaguen los celulares. En el estrado están presentes el doctor Ricardo Greco Guiñazú, el doctor Alberto Benegas Lynch y el licenciado Javier Milei. A continuación, hará uso de la palabra el doctor Greco Guiñazú, presidente del consejo de administración de ESEADE.
RICARDO GRECO GUIÑAZÚ
Yo voy a ser extremadamente breve y lo mío se va a remitir a explicar la justificación de la designación como Doctor Honoris Causa de Javier Milei.
Particularmente, personalmente, estoy muy feliz de estar aquí. Primero, por estar en representación de ESEADE, una institución que tiene más de 44 años de vida y que es un bastión del liberalismo, no solamente en Argentina sino en América Latina. Y que representa valores que son trascendentes a nivel personal y que trascienden a toda la sociedad. Segundo, porque estoy en compañía de Alberto Benegas Lynch, quien fue motor e impulsor de esta casa de estudios hace esos mismos 44 años, en la que estuvo 23 años como rector, por todo lo que él representa a nivel de pensamiento económico liberal. Como tercer motivo, el estar como presidente de esta institución en ocasión de otorgarle el diploma de Doctor Honoris Causa al diputado nacional Javier Milei. Por todo lo que también él trae consigo: para nosotros es quien, hoy por hoy, mejor representa el ideario de ESEADE. Es quien ha exaltado los valores de libertad económica, de mercado y que fundamentalmente ha puesto en el centro de la escena como generador de riqueza al empresariado que tanto ha sido denostado en estos últimos años. Por lo tanto yo estoy feliz de estar en este momento.
No quiero ser más protagonista porque creo que tenemos dos actores principales que nos acompañan hoy. Solo agrego como reflexión final: vienen tiempos muy buenos para las ideas liberales. Creo que el liberalismo va a tener un espacio importante y protagónico en el escenario que se viene. Y quien mejor que Javier Milei para ocupar ese lugar.
Muchas gracias.
ANABELLA A. MAGLIOCCA
A continuación, el doctor Alberto Benegas Lynch, profesor de la casa y primer rector de ESEADE, hará uso de la palabra y entregará el diploma de Doctor Honoris Causa.
ALBERTO BENEGAS LYNCH
Señor presidente del Consejo de Administración, doctor Ricardo Greco Guiñazú, estimados amigas y amigos. Como acaba de decir el doctor Greco Guiñazú, hace 44 años fundamos ESEADE gracias a que fui asesor económico de las cuatro cámaras empresariales más importantes, que eran la Bolsa de Comercio de Buenos Aires, la Cámara Argentina de Comercio, la Sociedad Rural Argentina y el Consejo Interamericano de Comercio y Producción. Eso me permitió convocar a muy distinguidos hombres de negocios que me acompañaron en la fundación de esta casa.
Esta noche tengo el inmenso privilegio de entregarle un doctorado Honoris Causa de esta casa a Javier Milei. Como ha dicho mi querido amigo Armando Ribas, que dicho sea de paso fue el primer director del departamento de investigaciones de ESEADE y profesor de filosofía política de esta institución, Alberdi fue un milagro argentino. Como yo he dicho muchas veces, Javier Milei es un segundo milagro argentino, debido a los valores que detenta, a su discurso moral, su discurso institucional, su discurso jurídico, su discurso económico, que no se ha oído en nuestro país desde hace, por lo menos, ochenta años. Como dijo el presidente del consejo de administración, el designarlo profesor visitante y el doctorado Honoris Causa constituye un paso decisivo para retomar el sueño original de ESEADE: ofrecer tradiciones de pensamiento nuevamente que han sido abandonadas durante mucho tiempo en las aulas universitarias y no han sido exploradas con el suficiente detenimiento.
Cuando fui al colegio en Estados Unidos y diez años después, cuando fui becado FEE (Foundation for Economic Education) en Estados Unidos, tuvo lugar una coincidencia. Y es que los dos profesores decían (piensen que en ese momento el pizarrón era negro) «la negrura del pizarrón es la ignorancia»; ahí dibujaban dos círculos de circunferencia y radio distintos, uno chico y otro más grande, y decían que la circunferencia más reducida era gente que tenía menores conocimientos y la circunferencia mayor mayores conocimientos. Pero, dijeron los dos, tanto mi profesor en el colegio como Leonard Read en FEE: «Observen cuánto más expuesto a la ignorancia está el del círculo mayor. Cuanto más sabemos, más somos conscientes de lo poco que sabemos». Como ha enseñado Karl Popper: el conocimiento no es un puerto sino una navegación que no tiene término. Yo en la computadora de mi casa tengo un letrero muy grande que dice nullius in verba que es el lema de la Royal Society de Londres. (1) Esto nos hace sentarnos en la punta de la silla y observar y estar atento a nuevos paradigmas, a nuevas contribuciones que nos sacan por completo del espíritu conservador; no conservador en el sentido de mantener la vida, la libertad y la propiedad, sino conservador en el peor sentido del término, esto es las telarañas mentales de personas que no pueden salir del statu quo. Si fuera por ellos, haciendo alarde de la falacia ad populum (esto es «si nadie lo hace, está mal; si todos los hacen, está bien»), nuestros ancestros no hubieran pasado del garrote y el taparrabos, porque el arco y flecha fue algo nuevo y desconocido hasta el momento.
Se ha dicho que toda verdad tiene que estar refrendada por una verificación empírica. Hay un profesor, Morris Cohen, en un libro que se llama Introducción a la Lógica, que le dice a un interlocutor imaginario que toda verdad tiene que ser refrendada por una verificación empírica: «Mire, señor, ante todo le quiero decir que eso que usted está diciendo no es verificable empíricamente. Y segundo, que nada en la ciencia, ni natural ni social, es verificable empíricamente. Todo es corroborable provisoriamente, abierto a refutaciones», como nos ha enseñado Karl Popper. Lo cual no quiere decir, para nada, que estamos adhiriendo al relativismo epistemológico; como se sabe hay un correlato entre el juicio y el objeto juzgado para hablar de verdad y falsedad. Es importante comprender que las cosas existen independientemente de la opinión que tengamos. Y eso no solo va para el relativismo epistemológico, sino también para el relativismo hermenéutico, o como nos ha enseñado Eliseo Vivas, para el relativismo cultural.
Cierro estas palabras con la siguiente reflexión, que considero de gran importancia: no tenemos que tener la posición cómoda, cobarde y abyecta de poner sobre los hombros de Javier Milei toda la responsabilidad. Creo que cada uno de nosotros tenemos que contribuir y poner nuestro granito de arena para que nos respeten. No importa a qué nos dediquemos, si a la jardinería, la música, el derecho o la medicina, todos estamos interesados en que nos respeten, y por lo tanto todos tenemos que contribuir. He dicho muchas veces y no creo que sea una exageración: antes de acostarnos a la noche tenemos que preguntarnos ¿qué hice hoy para que me respeten? Si la respuesta es nada, no tenemos derecho al pataleo. Tenemos la obligación de ocuparnos y preocuparnos diariamente, no es suficiente hacer las tareas del hogar, trabajar, rendir, no fornicar, no matar, no robar; esos son preceptos interesantes, pero no es suficiente. Lo que estamos diciendo es quemarse las pestañas, para decirlo académicamente, y contribuir a ese respeto desde muy diversos ángulos. En ese sentido, termino con una frase, o dos palabras, que ha utilizado Miguel de Unamuno para describir a las personas que no se ocupan ni se preocupan, y endosan a otros la responsabilidad. Esas dos palabras espero que suenen y resuenen en el tímpano de ustedes porque son insultos de alto voltaje para cualquier persona que se considere y tenga una mínima dignidad. Dice Unamuno que esas personas que no se ocupan y no se preocupan son «mamíferos verticales».
Como anticipé, tengo ahora la enorme satisfacción de entregarle el doctorado Honoris Causa al querido Javier Milei.
JAVIER MILEI
En primer lugar, antes de lo que tiene que ver estrictamente con la charla que voy a dar, una de las cosas más maravillosas que me regaló la vida es entender el valor de ser agradecido. Y en ese sentido, perdonen la emoción, es que es muy fuerte, contar con la presencia de «El prócer». Me emociona mucho. Entonces, en primer lugar, quiero dar las gracias a ESEADE por esta distinción. Siendo una casa que ha caracterizado su trayectoria por la defensa de las ideas de la libertad, por lo tanto esto, para mí es de un valor enorme. Obviamente que quiero dar las gracias al profesor Alberto Benegas Lynch hijo, quien es el máximo exponente de las ideas de la libertad de toda la historia argentina, y es un faro y es la luz que nos ilumina y nos guía, porque —como suelo decir recurrentemente— el profesor es un prócer, sabe que es un prócer y actúa como tal; lo cual es una tarea muy difícil. Obviamente también quiero darle las gracias a «El jefe» (Karina Milei), que tanto me acompaña en esta tarea nada fácil en la que hemos decidido meternos. También quiero agradecer a cada uno de los que han sido parte y son parte de lo que hemos llamado «El camino del libertario». Y ahí también han sido parte del libro que lleva ese nombre, como mi mejor amigo de toda la vida Rodolfo Renis, o como la mujer todo terreno Lilia Lemoine, o por ejemplo el caso de Diego Sucalesca, cuando arrancamos a hacer «El consultorio de Milei», o el caso del queridísimo Santiago Oria, que se encarga de registrar cada una de estas presentaciones, el queridísimo Nicolás Emma, presidente del Partido Libertario, mi compañera de banca, la Dra. Victoria Villarruel, el queridísimo Ramiro Marra, y el guardián de las ideas, el queridísimo Bertie Benegas Lynch.
Además, como sabrán, yo tengo unos seres que me acompañan y que son mi alegría y ellos también tienen que soportar el hecho de que a veces no estoy todo el tiempo que debiera; son mis hijitos de cuatro patas: Conan, Murray, Milton, Robert y Lucas. Como verán los hijitos de Conan tienen nombre de economistas, como corresponde. Hay también otras dos personas a las que yo también quiero agradecer mucho. Uno está ahí (apunta) en un costado. Hoy tenemos la suerte de que nos acompañe, es el querido Daniel Simonutti, gracias Daniel. Si ustedes notan que soy un buen divulgador, él me ha enseñado a transmitir las ideas rápidamente y de un modo fácil. Axel, mi rabino de cabecera, que es alguien que me ayuda muy fuertemente a dar un complemento espiritual a toda esta batalla por las ideas de la libertad. Y obviamente, agradecer al Creador por tantas bendiciones, porque cada una de estas cosas es una bendición, y para mí es muy importante ser agradecido, porque hasta hay que tener la dicha de poder ver las cosas para poder ser agradecido.
Entonces, dada esta introducción que a mí me parecía fundamental, voy a exponer esta idea en la cual hay una serie de trabajos en la misma línea que se llaman «Capitalismo, socialismo y la trampa neoclásica» en donde explico de qué se trata la trampa neoclásica. La idea, en términos generales, sería que los economistas neoclásicos se enamoraron del modelo de equilibrio general (Arrow-Debreu) —tanto en su versión estática como intertemporal— y de sus propiedades en términos de bienestar a punto tal de llegar a la situación tan ridícula que cuando la vida real no mapea con el modelo, se enojan contra la vida real y la llaman fallo de mercado. Hemos llegado a un auténtico disparate. En ese sentido, una de las cosas que voy a hacer es estar explicando por qué la forma que adoptó la economía neoclásica termina siendo funcional al socialismo. En función de ello, la charla tiene dos bloques: un bloque que narra mi experiencia personal con la teoría económica a lo largo de los años y una segunda parte en la que entraré de lleno a este problema con los neoclásicos.
El primer paper que yo recuerdo que ha sido muy importante para mi vida profesional, para la forma de ver las contribuciones de la teoría económica y poder acomodar el pensamiento y saber dónde estaba parado, es un artículo maravilloso de Axel Leijonhufvub que se llama «The Wicksell Connection», o sea la conexión Wicksell.

Árbol genealógico del pensamiento macroeconómico.
Fuente: «The Wicksell Connection», de Axel Leijonhufvub
En dicho sentido, el artículo es extraordinario porque permite ordenar el pensamiento macroeconómico a partir de los esquemas ahorro-inversión a la Wicksell, y de donde derivan tres escuelas del pensamiento: la escuela sueca, la escuela de Cambridge Inglaterra (donde, entre otros, está el Keynes del Tratado sobre el dinero) y la escuela austríaca. A su vez, de lo que es la rama de Cambridge Inglaterra, el paso del Keynes del Tratado sobre el Dinero hacia el de la Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, ahí se produce un salto. Esta es la parte que no comparto de la visión de Leijonhufvub y que con mi querido amigo Pablo Schiaffino (gracias por estar presente) un día sábado desde la una hasta las cinco de la madrugada nos quedamos discutiendo sobre las características de lo que hizo Keynes en la Teoría general. Leijonhufvub, en el artículo en cuestión, sostiene que debería considerarse una Teoría Z que básicamente es el Tratado más el ajuste de cantidades o la Teoría general sin trampa de la liquidez, al tiempo que sostiene que la trampa de la liquidez debería ser excluida del análisis macroeconómico.
Si bien el artículo es excelente, en dicho último punto no coincido, porque como he demostrado en mi libro Desenmascarando la mentira keynesiana, Keynes crea un nuevo marco analítico que destruye todo lo anterior. En este sentido, cuando se diseña la función de consumo y la idea de la propensión marginal a consumir (un error de extrapolación de la micro a la macro) se destruye la idea del ahorro como consumo futuro, y con ello se rompe la intertemporalidad del modelo. A su vez, la idea de los «animal spirits» desliga la inversión de la tasa de interés, para que así, en el mercado de bienes, en lugar de determinarse la tasa de interés (precio relativo de los bienes presentes en términos de bienes futuros) se determina el nivel de ingreso (PIB). Luego, desde el ingreso (PIB) se deriva la demanda de trabajo que, para una oferta dada, determina el salario nominal. Por otra parte, en el mercado de dinero se determina la tasa de interés y no el nivel de precios, por lo que para poder determinar el nivel de precios en la economía se recurre a una ecuación de mark-up sobre los costos laborales corregido por la productividad del trabajo. Por ende, dicho esquema no tiene nada que ver con el formato intertemporal de Wicksell donde en el mercado de bienes se determina la tasa de interés y en el mercado de dinero se determina el nivel de precios. Esto, a su vez, permite entender el debate entre Hayek y el Keynes del Tratado o el debate de los austríacos con los teóricos cuantitativistas representados por Irwin Fisher (heredero directo de Hume) sobre la neutralidad del dinero.
Por otra parte, de la Teoría general, nacen dos ramificaciones. Por un lado están los keynesianos marxistas, poskeynesianos y estructuralistas, mientras que por el otro están los keynesianos neoclásicos. A su vez, en paralelo, si bien Wicksell reconoce a la teoría cuantitativa del mercado monetario, descendiente de la línea de Hume e inspirado en la escuela de Salamanca, nace el tronco de la teoría cuantitativa con Fisher y su heredero, Milton Friedman, quien desarrolla la posición monetarista que, bajo el formato keynesiano de la Teoría general es el que debate con los keynesianos neoclásicos sobre la neutralidad del dinero.
Cuando me tocó estudiar la carrera de grado (licenciatura en economía), vi que en la gran mayoría de los lugares donde se enseña economía en Argentina, nos forman funcionalmente a la presencia del Estado (esclavos de la religión del Estado), esto es, en general nos forman como keynesianos marxistas o como keynesianos de las líneas estructuralistas. Nos enseñan que el Estado es bueno y que el mercado es malo. Pero, más allá de eso, el debate entre monetarismo y keynesianismo fue lo que me impulsó a hacer mi primer posgrado, mi primera maestría que me llevó a profundizar sobre el keynesianismo, lo cual me permitió conocer a fondo todas sus ramas. Así, cuando estudié en el IDES eso desembocó en el análisis de la discusión de los keynesianos neoclásicos y las supuestas fallas de mercado. Esto es, dado que los keynesianos pierden el debate contra los monetaristas se reconvierten y adoptan una estructura neoclásica con la cual tratan de explicar y dar la fundamentación para la intervención del Estado. Por ende, en base a las supuestas imperfecciones en distintos mercados: bienes, trabajo, crédito y fallos de coordinación, despliegan sus recomendaciones intervencionistas o, para ser más exactos, sus políticas liberticidas. Obviamente, tampoco me sentía muy satisfecho con esta situación y eso después derivó en que yo terminara haciendo otra maestría, esta vez en el Di Tella, casa también a la que estoy profundamente agradecido.
Volviendo a la historia del pensamiento en el análisis macroeconómico, luego del debate entre keynesianos y monetaristas sobre la curva de Phillips, la contribución de Friedman y Phelps con las expectativas aumentadas por inflación y el debate llega a su fin con la obra de Robert Lucas Jr sobre expectativas racionales con sus trabajos de 1972 en el Journal of Economic Theory y el de 1973 en el American Economic Review. Sin embargo, el análisis en cuestión le parecía insuficiente al propio Robert Lucas Jr, por lo que en la última parte de los 70, su enfoque comenzó a mutar hacia los problemas de índole dinámica. En ese sentido, una de las cosas con las cuales estaba profundamente irritado era con los resultados dinámicos de los modelos de crecimiento, que dicho sea de paso, son los verdaderos modelos dinámicos (los sistemas de ecuaciones diferenciales de modelos como el ISLM, el OA-DA o el de la síntesis describen problemas asociados con la estabilidad —esto es, si el sistema se mueve o no hacia el punto de equilibrio— y no con la evolución dinámica del sistema). Ahí es donde nace la discusión sobre la teoría moderna del crecimiento, esto es, se vuelve a discutir sobre crecimiento económico pero ahora sobre la base de los modelos endógenos. De hecho, el propio Robert Lucas Jr, en una parte de su obra, reconoce que tiene que volver hacia atrás, volver a las bases. Y es en esta línea de investigación que la academia concluye en la teoría de los ciclos reales, «real business-cycle».
Eso era por el año 2001. Yo ya me sentía más cómodo con la estructura analítica con la que trabajaba pero, como todas las cosas buenas, en algún momento se termina. Y entonces llegó la crisis subprime. En ese momento, cuando aparece la crisis subprime veo, a la luz de cómo pensaba en ese momento —esto, de vuelta, lo que estoy contando es cómo las distintas formas que fui viendo de la economía, es lo que me permite hoy dar esta posición respecto a la escuela neoclásica y a esta aberración con la cual los economistas en general avanzamos en los problemas y cómo eso es funcional al socialismo— una de las cosas que empieza a pasar, empiezo a ver que los economistas estábamos replicando los mismos errores y las mismas recomendaciones que dábamos en la crisis del 29, la Gran Depresión o en terminología de Friedman-Schwartz (Capítulo 7 de La historia monetaria de los Estados Unidos): la Gran Contracción del 29 al 33. Ahí entonces lo que aparece es la figura de Bernanke. De hecho, cuando uno va revisando todos sus discursos, ve que lo que él hacía era utilizar lo que se conoce como el free-equation model, pero él estaba haciendo una variante —y eso yo lo plasmé en un artículo— donde al free-equation model, nutriéndose de los trabajos de Pigou, Friedman y Patinkin (ver Apéndice), lo que hace es incorporarle a ese modelo el efecto saldos reales. Y entonces, básicamente frente a un problema de las características enormes que era la crisis subprime, Bernanke lo resuelve acorde a lo que la teoría económica mainstream planteaba sobre esa situación. Y en ese contexto se evita algo que podría haber sido algo mucho peor, porque uno de los problemas que tenemos es ¿qué pasa cuando vienen estas crisis y tenemos un sistema financiero de encaje fraccionario?, por lo cual, a veces, la solución puede llegar a ser tan dolorosa que la sociedad no la acepta. Y entonces podemos terminar en una situación peor de la que imaginábamos porque le abre las puertas con más fuerza al socialismo. Que en realidad no deja de ser un problema de velocidades, porque tanta intervención también abre las puertas. Como sea, es una cuestión de tiempos y en términos políticos la secuencia temporal es fundamental. Y la verdad es que cuando uno no tiene claro el eje central de la discusión y el debate que subyace en la misma, esto genera un problema aún más grande. El mejor ejemplo de ello es lo que pasó durante la Gran Contracción (Depresión), donde el error de visión de la Reserva Federal abrió las puertas a Keynes y al keynesianismo, lo cual hoy se traduce en un tamaño enorme del Estado que pone en jaque nuestra libertad en todo momento.
Y ahí es donde nuevamente, a pesar de haber podido adoptar herramientas y haber podido llevar la situación profesionalmente con éxito, ahí es cuando nuevamente me siento tremendamente frustrado. Otra vez, volvió a mi vida la frustración con mis conocimientos. Entonces me dije: «acá hay que volver a las bases». ¿Qué es volver a las bases? Volver a las bases en el fondo es volver a Adam Smith. Y eso es lo que hice. Volví a Adam Smith. ¿Cómo se llama la obra más conocida de Adam Smith hoy?: la Investigación sobre la naturaleza y las causas de las riquezas de las naciones. Y en el fondo, cuando uno revisa dicha obra, ella implica avanzar sobre la teoría del crecimiento, o sea, el eje central está puesto en el crecimiento, porque ¿qué es lo que hace ricas a las naciones? Precisamente, el crecimiento. El eje central de la contribución de Adam Smith es un modelo de crecimiento económico. De hecho, la obra de Adam Smith puede ser pensada como un modelo en el que existen rendimientos crecientes (la fábrica de alfileres) basado en el aprendizaje en la práctica y en el progreso tecnológico junto a la idea de mercados libres (muy baja intervención del Estado), donde los individuos guiados por su propio interés (en un contexto de libertad) conducen a maximizar el bienestar general (la mano invisible), mientras que en términos monetarios se pensaba en dinero metálico. En el fondo, Adam Smith es a la economía lo que Gauss a la matemática, alguien que escribió una obra (aun a pesar del error que comete con la introducción de la teoría del valor trabajo) 200 años adelantada a su tiempo.
En ese sentido, obviamente, yo me sentía mucho más cómodo con esa discusión y básicamente me sentía cómodo con la matemática, me sentía cómodo con la forma de mirar los problemas. Y aparte me sacaba el problema del corto plazo porque así empezaba a mirar cuestiones de largo plazo. Entonces estaba en un lugar cómodo donde nadie me molestaba, por decirlo de alguna manera, porque total estaba mirando procesos que demandan entre 50 y 100 años. Había dejado de mirar el tormento que implica la coyuntura (al menos en Argentina).
Y ahí volví a estudiar, Harrod volvía a estudiar Domar, porque muchos creen que es el mismo modelo y en realidad son dos modelos distintos. Y ahí aparece lo que era el problema de la edad de oro (terminología usada por Joan Robinson), donde todos los parámetros que determinaban el equilibrio de ese modelo estaban todos dados de manera exógena. Por ende, solo de pura casualidad uno podía encontrarse en el sendero de equilibrio. El otro problema, y que se llama segundo problema de Harrod, es que si cualquier shock nos sacaba del sendero dorado, la economía iba para cualquier lado menos volver a ese equilibrio, esto es, no había forma de que la economía regresara al sendero dorado («Equilibrio inestable»).
Estos problemas fueron resueltos por Robert Solow con lo que se denomina en la literatura el modelo de crecimiento neoclásico o también Solow-Swan. Básicamente, lo que Solow hizo, utilizando la función de producción neoclásica, fue volver a que la relación capital-trabajo fuera variable. Y para que la relación capital-trabajo fuera variable adoptó la función de producción neoclásica, la cual presenta coeficientes variables, rendimientos constantes a escalas, rendimientos marginales positivos pero decrecientes en cada uno de los insumos y el cumplimiento de las condiciones de Inada (implica que la productividad marginal del factor cuando la cantidad de factor tiende a infinito, se vuelve cero o cuando tiende a cero, se vuelve infinito). Estas cosas que parecen técnicas, al final del día son las que van a empezar a hacernos dar cuenta de que hay algo que no funciona con el instrumental neoclásico, porque ¿cuál es el problema que termina generando el modelo de crecimiento de Solow o un modelo que tiene estas características? Y es que en el estado estacionario el modelo no tiene crecimiento. Estos es, el PBI per cápita queda constante. Una vez que ustedes llegan a la relación capital-trabajo de equilibrio, el PBI per cápita queda constante y la economía en términos per cápita no crece más, donde la contracara de esto tiene asociado un problema de índole matemático y que tiene que ver con los rendimientos constantes a escala (lo cual está en la base del modelo de crecimiento neoclásico).
De todos modos, la economía frente a esta situación que aparece con el modelo de Solow se preocupa más por un problema que se llama la ineficiencia dinámica (porque el modelo de Solow, con ese sabor keynesiano, tenía la propensión marginal a ahorrar constante), entonces, ¿cuál es el problema? Supongamos que tomo un ejercicio intertemporal, pero finito. El problema es ¿cómo voy a seguir ahorrando constante? Si mañana fuera el último día de mi vida, ¿qué voy a estar ahorrando para mañana? Si mañana no me puedo llevar nada con el traje de madera. Entonces no tenía sentido. Y ahí aparece la revalorización del modelo de Ramsey de 1928 pero que es retomado y traído de nuevo a la teoría económica por Cass y por Koopmans, por eso también a veces se los llama el modelo Cass-Koopmans o, en otros casos, el modelo Ramsey-Cass-Koopmans, que básicamente lo que hace es arreglar este problema de la ineficiencia dinámica donde ahora ustedes derivan un sendero de consumo óptimo que maximice la función de utilidad intertemporal.
Ahora, más allá de eso, el problema es que este modelo no generaba crecimiento; habíamos arreglado el problema de la determinación del equilibrio, de la estabilidad, teníamos un muy bonito saddle-path, y en algún lado, por ese sendero había equilibrio y ese sendero era estable. Es decir, no teníamos el problema de la eficiencia dinámica, pero seguíamos sin tener crecimiento económico de largo plazo. Es más, cuando en 1957 Solow testea el modelo, solamente explica el 15%. Y la respuesta que vino desde la Universidad de Chicago con George Stiller dice: «no, mirá, el problema es que ustedes no están contemplando el capital humano». Porque ¿cuál es la lógica del modelo de Solow, ya sea que tenga o no optimización? Ustedes tienen una función de producción con rendimientos constantes a escala, pero la tasa de crecimiento en la población está constante. Por lo tanto, por más que yo acumule capital, la productividad marginal del capital va a ser cada vez más baja (decreciente). ¿Qué es lo que me termina limitando? Lo que termina actuando como limitante es el crecimiento de la población (determinado en modo exógeno). Entonces, inexorablemente por la forma de la función de producción con rendimiento constante de escala, la economía no puede crecer más que lo que crece la población. Y por lo tanto, si no puede crecer más que lo que crece la población, el PBI per cápita entonces está constante. Por lo tanto, me quedo sin crecimiento. Entonces, ¿qué es lo que propone Stigler? Que se incorpore el capital humano. Y en esa incorporación del capital humano surgen dos líneas de investigación. La línea de investigación micro, de la microeconomía, que básicamente tiene que ver con el caso que ha desarrollado Gary Becker del desarrollo en términos microeconómicos de la teoría del capital humano, y el desarrollo de la parte macroeconómica, que es macro dinámica, y va de la mano de Hirofumi Uzawa, un economista japonés que fue el tutor de tesis de uno de los cinco más grandes economistas de la historia argentina, Miguel Sidrauski, estudioso de la Torá y el Talmud, y que hacía ejercicios parecidos a los que hacemos con mi rabino Axel. Dicho sea de paso, les voy a decir quiénes son los cinco economistas más importantes de la historia argentina: Miguel Sidrauski (que en paz descanse), Julio Hipólito Guillermo Olivera y tres amigos míos además, el doctor Alberto Benegas Lynch hijo, Carlos Rodríguez y Guillermo Calvo. Así es que disfrutemos el privilegio de estar frente a uno de los cinco más grandes de la historia.
Entonces, en esa línea aparece la contribución de Hirofumi Uzawa, la cual permite el tema del capital humano y el capital humano lo que suple es que la contribución de trabajo no queda limitada ahora al crecimiento de la población, sino que básicamente se puede incorporar conocimiento, y eso nos permite saltar de esta trampa de que no haya crecimiento. Y este conocimiento vuelve a salir a la luz a inicios de la década del 80 con la tesis doctoral de Paul Romer tutoreado por Robert Lucas Jr, que había sido alumno de Hirofumi Uzawa. Y ahí aparecen las distintas contribuciones que paso a explicar con mayor detalle.
Ya entro en la segunda parte, y va a empezar a aparecer mi lado austríaco. Ahora viene lo que llamo la conversión. Digo, de vuelta, estaba feliz. Tenía un marco analítico con el que estaba contento, me llevaba bien. Nadie me molestaba porque pensaba en 100 años y entonces en un momento soy invitado por el World Economic Forum a exponer sobre capital humano y crecimiento. Entonces empiezo a trabajar más fuertemente y me encuentro con los trabajos de Angus Madison. Y cuando me encontré con los trabajos de Angus Madison, inevitablemente llegó otro final y otra crisis, porque me encontré con algo que en la evidencia empírica se llama el palo de hockey, que tiene que ver con la evolución del PBI per cápita desde el año cero de la era cristiana hasta el año 2000. ¿Por qué se llama el palo de hockey? Porque prácticamente está constante el PBI per cápita y a partir del siglo XIX, hasta el año 2000, se multiplica por 9,4 veces. Y eso mismo se da en un contexto donde la población se multiplica por 7. Para hacerla fácil, el PBI se multiplica por 70 veces.
Pero ¿cómo puede ser? Si yo tengo eso en la teoría económica, yo multipliqué por siete la población y multipliqué casi por 10 el PBI per cápita, ¿dónde están ahora los rendimientos marginales decrecientes? Ahora no hay rendimientos marginales decrecientes, ahora hay rendimientos crecientes a escala. Y ahora ¿cuál es el problema? El problema es que la contraparte de eso son estructuras de mercado concentradas. Y yo venía dando clases de teoría microeconómica desde los 20 años y explicando que los monopolios eran malos y que las estructuras de mercado concentradas eran malas. Y cuando uno mira la pobreza previo a este fenómeno impresionante de crecimiento, el 95% de la población vivía con el equivalente de menos de un dólar diario. Y si lo toman hasta el año 2000, ese número había caído a 15% y previo la pandemia ya se ubicaba en el 5%. Entonces la pregunta era: ¿cómo algo que había sacado tanta gente de la pobreza podía ser malo?
No sé cómo les suena a ustedes, pero es verdaderamente shockeante. ¿Cómo puede algo que generó tanta prosperidad ser malo? ¿Cómo puede ser que la teoría económica lo trate como algo malo? Entonces dije acá hay algo que anda mal. Otra vez se me pudrió, se me quemó el rancho y de pronto me pasó algo maravilloso. A una de las personas que trabajaba en mi equipo en Corporación América yo le decía: «mirá este problema, ¿esto cómo se arregla?» Entonces me pasó un artículo que se llama «Monopolio y competencia» de Murray Newton Rothbard, el inventor del anarcocapitalismo, cuya traducción al español está hecha por el padre de nuestro prócer, y yo lo imprimí. Eran 140 hojas. Volví de comer y empecé a leerlo. No pude terminar de pensar que ya lo había leído todo. Y cuando terminé luego de tres horas, dije: «todo lo que estuve enseñando de estructuras de mercado en los últimos 23, 24 años está todo mal». Y ahí me volví austríaco. Entonces, recuerdo que me metí en la página de la librería de Rodolfo Distel y compré 20 libros. Y los fui a buscar. Y cuando empecé a mirar los libros que había, me compré todos los que podía, solo dejé la plata para darle de comer a Conan y para tomarme el taxi. Entonces me volví a casa y volví al otro día con la plata que me quedaba y me compré todos los otros libros que no había podido comprar. Y así empecé a leer de manera intensa los autores de la escuela austríaca. Obviamente compré El hombre, la economía y el Estado cuyo capítulo 10 del tomo 2 es «Monopolio y competencia». Y así empezó este camino maravilloso porque ahí le empecé a encontrar sentido a las cosas.
Entonces el argumento de Rothbard era fantástico y partía de esta premisa: supongamos que yo tengo 10 empresas que venden celulares y una de ellas produce un mejor celular, de mejor calidad, a un mejor precio. ¿Qué va a pasar con los nueve restantes? Van a ir a la quiebra. ¿Acaso me voy a enojar con ese que se quedó con todo el mercado o voy a estar agradecido por tener un producto de mejor calidad a mejor precio? Como dice Mises, cuando tengo un monopolio, yo debería enojarme con los que no están, no con el que está; además, cuando uno va a Adam Smith, va a la definición que toma de monopolio, que es la de Lord Coke, encontramos que monopolio es malo cuando está el órgano de represión, el Estado, que es el que asegura la quintita para que venda uno solo. Entonces, la idea de competencia, que esto Hayek después critica al modelo de competencia perfecta, es el hecho de que es tan estúpido el modelo de competencia perfecta que no hay competencia y que lo que importa es la libre entrada y salida. Que es lo que desarrollan Baumol, Panzar y Willig en la teoría de los mercados disputables. Casualmente Baumol, con quien tuve la oportunidad de escribir también, daba clases en el mismo lugar donde da clases Israel Kirzner: NYU (New York University). Entonces vean cómo se van juntando todos los pedacitos, orden espontáneo puro. Entonces en ese contexto, la verdad es que en el caso descripto ese monopolista es un benefactor social porque genera un producto de mejor calidad, a un mejor precio. Entonces eso nos permite pagar menos por ese bien. Y entonces podemos comprar otros bienes y esa ganancia que genera ahora la puede ahorrar y eso se puede transformar en inversión en otro sector o en consumo en otro sector o invertir o reinvertir en este sector y generar todavía más crecimiento. Ya que tanto que les preocupan las fuentes de trabajo, se generan un montón de fuentes de trabajo, hay un incremento fenomenal de la productividad y hay un incremento fenomenal de los salarios reales y la gente está mucho mejor.
Lo que era un tremendo drama en mi cabeza neoclásica, Rothbard lo resuelve. Obviamente un camino de ida, como cada uno de estos autores. Entonces, ahora se me genera un nuevo problema cuando empiezo a leer a los austríacos. Miren, esto que voy a plantear, me pasó cuando recibí el diploma de la Asociación Argentina de Contribuyentes, que yo me niego a llamar al pagador de impuesto contribuyente. Lo voy a decir con un formato un poco áspero, pero es como lo siento, me niego a llamarle al pagador de impuestos contribuyente porque es lo mismo que llamar a la víctima de una violación «novia». Cuando antes le toca recibir el diploma a José Luis Espert —nadie negaría que José Luis fuera liberal, es un liberal clásico de la línea de Chicago—, él arranca su discurso diciendo que, en realidad, el único motivo por el cual existen los impuestos es porque existen fallos de mercado que viene a corregir el Estado, y entonces empieza a trabajar desde esa hipótesis. Y después me toca a mí por el orden en el cual habíamos firmado el compromiso. Y lo primero que digo es que los fallos de mercado no existen. Entonces, la primera reflexión fue esta: «si usted cree que hay un fallo de mercado, le sugiero que vaya y revise si no está metido el Estado en el medio. Y si usted encuentra que no está el Estado, haga el análisis de vuelta porque está mal».
Es decir, no existe el fallo de mercado porque los economistas ni siquiera saben definir mercado. Es un ejercicio muy divertido estar con un economista y decirle ¿qué es mercado? No saben. «El lugar donde se encuentra la oferta y la demanda», dicen. ¿Podemos desarrollar un poco más? Su respuesta es no.
Entonces nosotros sí vamos a desarrollar más porque muchos leímos Fundamentos de análisis económico de Alberto Benegas Lynch (h.). Entonces, ¿qué es mercado? El mercado es un proceso de cooperación social donde se intercambian voluntariamente derechos de propiedad. Por lo tanto, no puede haber fallo salvo que a usted le pongan una pistola en la cabeza. No quiere decir que no se equivoquen, porque digamos uno se puede equivocar al valorar un producto o servicio y va aprendiendo en el medio, pero no existe el fallo por definición, salvo que ese intercambio sea forzado. El intercambio es voluntario. Quiere decir que ustedes subjetivamente valoran eso que van a recibir más de lo que están entregando a cambio y por eso toma lugar la transacción. Entonces, a partir de esta situación, el punto era ¿dónde se arruinó esto?, ¿dónde se rompió esto?, ¿dónde perdimos la brújula? Para ver dónde perdimos la brújula es necesario volver a Adam Smith.
Cuando uno revisa a Adam Smith, en ese modelo maravilloso de crecimiento económico que genera, porque de verdad tiene todos los elementos, digo, porque tiene learning by doing, tiene progreso tecnológico, tiene un Estado chiquitito, tiene dinero metálico. ¿Cuáles son las dos ideas fuerza que uno recuerda siempre de esta obra de Adam Smith? la fábrica de alfileres y la mano invisible. La fábrica de alfileres nos dice que una persona sola no puede producir más que 20 alfileres por día, pero que cuando fraccionan esa actividad en 15, la producción per cápita salta a 4.000. Eso se llama rendimientos crecientes, es decir, Adam Smith eso ya lo incorpora. Y por otro lado, la idea de la mano invisible, que cada uno guiado por su propio interés contribuye al bienestar general. Ahora, una vez que Adam Smith presenta esto salieron todos los pesimistas a pegarle, por decirlo de alguna manera. Entonces, ¿quién es el primero que sale a cuestionar a Adam Smith? Thomas Malthus. Y Malthus lo que presenta es más explícitamente la idea de los rendimientos marginales decrecientes. Esa idea de que una porción de tierra rinde esto, pero la segunda va a rendir menos porque la vamos eligiendo en función de lo que van rindiendo. Entonces van quedando las últimas y a partir de ahí deriva algo verdaderamente monstruoso, que es la ley de hierro de los salarios. Entonces él dice que cuando el salario real está por encima de los niveles de subsistencia, guiado por la pasión de los sexos, la gente se reproduce más y eso hace que la productividad marginal sea menor y por lo tanto los salarios reales también sean menores; por ende, si nos pasamos del nivel de subsistencia, la gente se muere de hambre. Y si no, se sigue reproduciendo hasta que encuentre el nivel de equilibrio. Más allá de que la evidencia empírica no lo favoreció desde el momento en que escribió el trabajo en adelante, la realidad es que para atrás, sí. Es decir, yo siempre digo que un econometrista estaría muy contento en el momento que escribió Malthus, porque justamente esa hipótesis le validaba los números; pero como siempre todo es provisorio, después vino esta maravilla de mundo que tenemos. Y ¿qué es lo interesante de esto? Adam Smith es a la economía lo que Gauss es a la matemática. Es alguien que se adelantó 200 años. Él la vio primero. No tenía elementos para verla y la vio. Y eso es lo que a mí me parece maravilloso. Obviamente que este daño que genera y esta monstruosidad que genera Malthus, que es básicamente lo que inspira al Club de Roma o lo que inspira la agenda verde de los abortistas, esa agenda criminal nace con Malthus.
Después vino David Ricardo y metió todo el problema de la distribución. Después vino el señor John Stuart Mill que dijo que la distribución era independiente de la producción y ahí sí que la terminaron de embarrar bien, porque eso generó la base de la teoría de la explotación de Rodbertus y lo que es la teoría de la plusvalía de Marx. Pero por suerte chocaron con el problema de la teoría del valor porque trabajaban con la teoría del valor-trabajo, con una teoría objetiva del valor y ahí aparece la contribución de tres grandes economistas. Una es el caso de Carl Menger, con sus principios de economía política de 1871. Luego, William Stanley Jevons y Léon Walras. Pero ¿qué es lo interesante de esto? Que, por un lado, después de Menger se da lugar al nacimiento de nuestra querida escuela austríaca. Obviamente que para hablar de economía austríaca hay gente mucho más idónea que yo y esta hermosa casa de estudio tiene hermosos programas para que uno pueda profundizar.
En ese entonces, aparece también la controversia con el socialismo. Y esto es una de las cosas que también empieza a tener lugar en alguno de los problemas que tenemos, pero fíjense que la primer refutación al marxismo la da el propio Menger, creando la nueva teoría del valor que justamente implica una refutación. De hecho, el propio Marx no publica su segundo tomo porque sabe que fue refutado. Pero como si eso fuera poco, tenemos la contribución de Eugene Von Bohm-Bawerk, que es La conclusión del sistema marxiano y lo destruye. Pero no les alcanzó. Entonces hubo que volver a la carga en 1922 con la obra de Mises, Socialismo, que anticipa la caída del socialismo. Las contribuciones de Hayek. Las contribuciones de muchos economistas de la escuela austríaca que han trabajado en mostrar el fracaso del socialismo. Recientemente ha sido publicada su tesis doctoral sobre el supuesto socialismo de mercado. Es decir, que este problema acá quedó claro y que, en realidad, si bien la historia dice que el muro cayó en el 89, el fracaso del socialismo no fue en el 89, fue en el propio año 1961 cuando tuvieron que construir el muro de la vergüenza, porque hasta ese momento se podía ir de un lado al otro. Y por otra parte, en lo que es la continuidad de la línea de Walras, ahí es donde aparece ahora el análisis neoclásico que nosotros estamos acostumbrados a estudiar en la universidad, y es lo que tiene que ver con toda la teoría del equilibrio, que tiene que ver con la existencia, la unicidad y la estabilidad, es decir que el equilibrio exista, que sea único y que sea estable.
Ese es un programa de investigación. Paralelamente a este estudio de características positivas sobre el equilibrio, aparece una cuestión normativa de un personaje, perdón que lo diga así, pero verdaderamente nefasto para la historia de la humanidad, que es el señor Wilfredo Pareto, el ideólogo del populismo. Fue el inspirador de Mussolini, por ejemplo, cuando encuentra, en sus estudios sobre la distribución del ingreso, que la distribución del ingreso lleva un formato como una chi cuadrado, como una log normal, en donde el individuo mediano está debajo de la media y entonces descubren que debajo de la media está entre el 70% y el 80% de la población. Entonces, ¿cuál era el negocio? Decir que le iban a sacar a los ricos para darles a los pobres. Y eso permitía acceder al 70%, 80% de los votos. Yo no me olvido más, un día el señor Víctor Hugo Morales dijo: «si no fuera por los medios de comunicación, Cristina tendría el 70% de los votos». Más claro, hay que echarle agua, porque sería imposible. Y es en ese contexto que aparece entonces con más fuerza esta idea de la justicia social, y al respecto tenemos un hermoso trabajo de Hayek que se llama el «Atavismo de la Justicia Social» y todas las refutaciones que se van haciendo. Y dentro de estas cosas que propone Pareto, una que parecía razonable, también termina siendo monstruosa, que es la idea del óptimo de Pareto. Entonces, esta idea de que en una situación donde si yo puedo mejorar a alguien sin perjudicar a nadie, entonces no estoy en un óptimo de Pareto y si yo hago esa mejora, tengo una mejora paretiana. Y cuando yo no puedo mejorar más a nadie, si no estoy empeorando a otro, entonces estoy en el óptimo de Pareto. Digo, hasta ahí no lucía tan mal. El problema es que después la mezclamos con la matemática. Entonces es como se empieza a construir la teoría económica. Y entonces ahí encontramos, por ejemplo, el problema de la existencia: para probar la existencia, necesitamos contar con teoremas de punto fijo. Ahora, para poder aplicar teoremas de punto fijo, necesitamos que esos conjuntos —supongamos que vamos a trabajar con funciones— sean cerrados, que sean convexos, y que las funciones sean continuas. Entonces, toda la estructura de la teoría económica que describe el comportamiento del consumidor y que describe el comportamiento del productor, tiene que dar como resultado funciones de demanda que sean continuas, funciones de oferta que sean continuas, tal que las funciones de exceso de demanda sean continuas. Y si tengo una función que explica ahora que cuando le tiro precio, contesta cantidades, y cuando ahora describo la ley de Walras que ante las cantidades, contesta precio, ahora tengo una aplicación de precios a precios y que como es continua, el equilibrio existe. Pero para lograr esas continuidades, me compré un montón de supuestos. Me compré un montón de topología atrás de todo eso. Y lo mismo pasa cuando miro el problema de la unicidad. Por qué, para que el equilibrio sea único, yo entonces ahora empiezo a trabajar con funciones de producción que sean entonces con rendimientos constantes a escala y en cada factor rendimientos marginales decrecientes. Entonces, en ese contexto, para a la postre terminar con una función de producción cóncava de la cual puedo hacer un beneficio máximo. Y lo mismo me pasa con la función de utilidad, empiezo a forzar la función de utilidad para que sea cóncava y entonces, de esa manera, ahora voy a poder tener un punto donde yo maximizo. Es lo que yo llamo la tiranía de las funciones cóncavas. Y además por el principio de correspondencia, si yo tengo esta situación en producción en consumidor, las características de la matriz que determina la estabilidad, hace que los efectos directos superen a los cruzados y por ende la diagonal principal, por las características de este sistema, me permite que el sistema sea estable.
Por lo tanto, ahora puedo demostrar que el equilibrio existe, es único y es estable. Y frente a esta locura, como entonces ahora surge de la maximización, cada función de demanda y cada función de oferta y como ahora están todos maximizando, entonces ahora me encuentro que la idea del óptimo de Pareto, en el fondo, me replica la idea de la mano invisible, aunque ahora con una estructura matemática que implica comprarme toda la otra topología. Y cuando pasa eso es cuando aparece el delirio más grande porque ¿qué es un modelo? Un modelo es una representación simplificada de la realidad, pero los economistas nos enamoramos tanto del modelo, estamos tan delirantemente enamorados del modelo, que cuando la vida real no mapea con el modelo decimos que es un fallo de mercado. Es decir, es un disparate, es un disparate. Perdimos la brújula. Les digo, hemos perdido la brújula. Y eso no es trivial en términos de crecimiento porque ahora vimos que si tenemos esa estructura, ¿cuál es el problema con esa estructura?, ¿con esa función de producción de rendimiento constantes a escala?, ¿qué vimos con el modelo de Solow? Que no podemos generar crecimiento. Y entonces ahora compramos unos nuevos trucos matemáticos para salir de ese problema. Por ejemplo, uno de los trucos matemáticos ya lo estaban discutiendo a inicios del siglo XX Alfred Marshall, que claramente era matemático, entendía el problema con el que se encontraba, y Allyn Young. ¿Qué es lo que generaron? Generaron la idea de la externalidad de capital. Entonces ustedes en las empresas mantenían los rendimientos constantes a escala, pero había una externalidad agregada. ¿Y eso qué les permitía generar? que tenían el modelo competitivo, que tanta satisfacción nos brinda esa topología. Y la contracara, ¿cuál era? que teníamos rendimientos crecientes por el efecto de la externalidad. Y obviamente, al aparecer una externalidad también aparecía la idea de que el Estado tenía que meter la mano. Yo suelo hacer esta pregunta: ¿ustedes se imaginarían decir que Robert Barro o que Xavier Sala i Martín no son liberales? A nadie se le ocurriría. Pero cuando van a la parte de externalidad y dicen no, acá hay que meter la mano con el Estado, ¿para qué? Si justamente la externalidad es positiva, como si los privados no generaran lo suficiente, generen más. No solo eso, después el otro problema que aparece es el capital humano, que ya vimos cómo lo resuelven Romer y Robert Lucas. Y el otro tema que también es muy interesante es la idea de Schumpeter de la destrucción creativa, que está en un libro llamado Capitalismo, socialismo y democracia. Y ahí hay toda una familia de modelos de Romer y de Aghion y Howitt que derivan este comportamiento.
Ahora entramos en la parte final. Fíjense los trucos que hacemos para evitar resolver el verdadero problema. Esta locura de que cuando la realidad no mapea con nuestro modelo, nos enojamos con la realidad y la llamamos fallo de mercado. Por ejemplo, recién discutimos el caso de los monopolios, y vimos que no tenía gollete. El otro caso emblemático es el de los bienes públicos. Entonces, ustedes van a un libro convencional de microeconomía; van a la parte de bienes públicos y sucede que cuando dice: ¿qué característica debería tener un bien público?, la respuesta es: La condición de no exclusión y de no rivalidad. Es decir, si yo, por ejemplo, me voy a tomar un vaso de agua, lo puedo tomar yo, no lo pueden tomar ustedes. O sea, hay rivalidad en consumo. Por ejemplo, ante esta luz del techo tengo un problema de exclusión, porque si me da la luz a mí no los puedo excluir a todos ustedes. Entonces, ¿cuál es el ejemplo típico que toma la teoría económica de eso? Los faros. Porque si ustedes ponen un faro, si yo uso esa luz, ustedes la pueden seguir usando también. No hay rivalidad en el consumo. Y además el que me da esa luz me la da a mí e inexorablemente ustedes la van a poder usar, no los puedo excluir.
Un día un señor llamado Ronald Coase, que era abogado y que daba clases en la escuela de leyes de Chicago y no estaba contaminado —esto es interesante porque cuando cuentan lo que eran las reuniones en la casa de ellos, Friedman es el que más honestamente lo cuenta—, tuvo una idea. ¿Qué se le ocurrió a Coase? ir a mirar ese bien público que eran los faros que cumplían estas dos situaciones de no exclusión y no rivalidad del consumo. ¿Y saben qué hizo? investigó todos los faros del siglo XIX. ¿Adivinen qué descubrió? Que eran todos privados. Es decir, si nosotros no sabemos definir el modelo de negocio, la culpa no es de la vida real, de los empresarios, la verdad es que el problema es que nosotros tenemos un mal modelo. De vuelta, nos hemos mofado durante años del señor Axel Kicillof poque quería romper la realidad para que se pareciera al modelo y sucede que nosotros hacemos lo mismo. Entonces ahí justamente lo que resuelve el caso de Ronald Coase, es mostrar que está mal. De hecho, tiene uno de los papers más importantes que es La naturaleza de la firma y donde justamente lo que pone en jaque es la forma tonta en la cual nosotros miramos el problema de las empresas en la teoría neoclásica. Según Martín Krause, es uno de los mejores libros de microeconomía, lo cual avalo porque tengo más de 150 libros de microeconomía (me los leí todos, porque tenía un TOC para dar clases, lo reconozco) y en ese TOC justo Martín dice: «este es un excelente libro», adhiero, en ese nivel es el mejor de todos. Y ¿qué es lo que plantea? ¿Cuántas veces aparecen la palabra emprendedor o empresario? Dos veces. Y en «la firma» cuatro. Es decir, estamos totalmente desvariados. De hecho está tan desvariada la teoría económica que cuando empezamos a mirar equilibrio general, miramos el caso de Robinson Crusoe. Sucede que cuando Robinson Crusoe es consumidor se pone un bonete y cuando es productor se pone otro y entonces después resuelve el vector de precio de equilibrio que tiene que ver con poder aplicar en el fondo el teorema de separación, el teorema del hiperplano separador. ¿Se dan cuenta, no? Es decir, queremos reventar la realidad para que se parezca a nuestro modelo matemático. Adhiero que es una estructura hasta estéticamente hermosa, porque uno lee Debray y… digo, leer Debray, lo voy a decir con un ejemplo muy fuerte: leerlo por primera vez me generó más satisfacción que la primera vez que vi una Playboy, la estética de ese libro es fabulosa.
La otra dificultad es la de las externalidades. De vuelta aparece un problema, está en los libros de texto de micro, es maravilloso. Es el caso de los roomates, ¿no? El que fuma y el que no fuma. Entonces, lo que dice es que no es óptima la cantidad de humo que hay y la forma bajo la cual esto se resuelve es asignando derechos de propiedad. Entonces, si yo digo no se puede fumar, el derecho lo tiene el que no fuma y entonces el que fuma quiere fumar y está dispuesto a poner unos pesos extra para poder hacerlo. Y el otro puede ganar unos pesos por bancarse el humo, se ponen de acuerdo y entonces llegan a la cantidad óptima. Pero eso lo pueden hacer porque hay derechos de propiedad que en el fondo es el corazón central del sistema capitalista, porque cuando uno explica o cuando uno va a Mises, y dice ¿por qué falla el socialismo? porque no puede hacer cálculo económico, justamente tiene que ver con que no hay derecho de propiedad. Por lo tanto, no hay precios. Y entonces, asignemos derechos de propiedad, los individuos después van a negociar y van a llegar al nivel óptimo. Ahora de vuelta, ¿quién descubrió esto? Un abogado. Uno que no estaba contaminado. En esa reunión, cuenta Friedman, dice «éramos 12 o 13, y estábamos todos en contra de Coase. Y conforme iba pasando la noche, los convenció a todos». Es decir que, en el fondo, quien resolvía estos problemas era alguien que estaba por fuera del sistema o podríamos ser nosotros los austríacos que somos considerados como una rama marginal. Pero como Hicks, luego de un tiempo descubrió que los austríacos tenían razón.
Después aparece, obviamente, el problema de información asimétrica. No necesitamos que venga el gobierno a decirnos cómo resolver estos problemas porque eso lo resolvimos diseñando contratos. Que dicho sea de paso, la resolución de estos problemas tienen que ver con el principio de revelación, y el principio de revelación ¿dónde está? ¿Dónde se inspiró un economista para encontrar la idea del principio de revelación? En la Torá. Es el caso del rey Salomón. ¿Qué hace el rey Salomón cuando llegan dos mujeres reclamando la maternidad sobre un niño? Con mucha sabiduría dice: «Lo partimos por la mitad», entonces, una de las mujeres dice «Sí, claro» y la otra dice «¡No! Que se lo quede ella pero no lo maten!» ¿A quién le da el niño? A la que dice que no, porque prefería que se lo quedara la otra antes de que el niño muriera.
Y la otra agresión violenta que tienen es el tema de los fallos de coordinación, que es para poder aplicar el dilema de los prisioneros. El dilema de los prisioneros se construye sobre la idea de que las partes no pueden negociar. Ahora, si las partes no pueden negociar, los que están involucrados no pueden negociar, es porque alguien desde la poltrona, desde más arriba del Everest —porque, créanme, decir que los políticos son fatalmente arrogantes es poco, ellos creen que pueden resolver problemas que las partes no podrían resolver— lo impide. Y entonces uno de los ataques que hay sobre toda esta construcción es todo lo que es public choice. Digamos primero que los policy makers no tienen la capacidad computacional del creador, ¿no? Además, están los problemas de miopía intertemporal, están los problemas de grupos de interés, está la imposibilidad de cómputo, un montón de problemas que hacen que en general la solución del Estado sea peor que la del mercado. De hecho, hay una anécdota muy divertida: un emperador que recibe dos personas para que canten. Entonces canta la primera, y lo hace tan mal que el emperador dice: «suficiente, se terminó el certamen, ganó el otro». Eso es a lo que nos exponemos los liberales, nos critican el mercado, gente que no sabe lo que es el mercado. Recientemente, el señor Martín Tetaz dijo: «El anarcocapitalismo que pregona Milei», como si él no supiera que en la vida real entiendo que hay una restricción. No soy un marciano. Entonces insistió: «No, pero miren lo que es este lugar, todo lleno de basura, porquería, la gente tira todo. Ese es el mundo que quiere Milei». No, ese no es el mundo que quiere Milei. Ese mundo que él describe es Lomas de Zamora, y es así porque hay Estado, porque si hubiera derecho de propiedad, claramente no sería ese el caso.
Pero no solamente eso, sino que ¿cuál es el problema de adherir a este paradigma neoclásico y de llamar fallos de mercado a lo que no se parece al modelo? El problema es la cuestión dinámica. El problema de la cuestión dinámica y acá voy a citar a dos colosos: Mises, en su libro Intervencionismo: el Mito de la Tercera Vía, lo que plantea en el fondo es que hay nada más que dos sistemas de verdad, el capitalismo de libre empresa y el socialismo real. Y Hayek que en Camino de servidumbre dice que cualquier situación intermedia es inestable en términos de capitalismo, es decir tiende a más socialismo. Por lo tanto, fíjense que cuando uno mira la agenda del Foro de San Pablo, cuando tiene que ver con toda esta agenda de regulación, pueden aparecer economistas liberales, bien intencionados, que dicen «hay un monopolio, hay que regular, hay una externalidad negativa, los tengo que regular. Le tengo que poner impuestos. Tengo un bien público, lo voy a proveer por el Estado», todo así. Y ¿qué es lo que hacen? Habilitan la intervención y después lo que termina pasando es como el caso de los cantantes, el otro era mucho peor, pero se lleva el premio porque nunca lo escucharon. De todos modos, yo no adhiero a que el mercado desafine. Que no haya oídos entrenados para el mercado es otra cosa. Le voy a contar algo, a mí me gusta muchísimo la ópera. Pero cuando empiecen a escuchar ópera, no arranquen con Bellini y Donizetti, y menos digamos con las interpretaciones de la que para mí fue la más grande de todas que fue Joan Sutherland, porque podría pasar que cuando estén 40 minutos escuchando una soprano sin el oído entrenado, les genere otra reacción. Por eso es mejor arrancar con Verdi, con Puccini, con Rossini y después pasar a Bellini y Donizetti.
Tipos bien intencionados terminan siendo funcionales al socialismo, porque abren la puerta de la intervención. El problema de todo esto, ¿dónde está entonces? ¿Dónde arrancó todo este problema? En la discusión entre Mises y Oskar Lange en el debate sobre el socialismo, en especial con el que se conoce o se define como el tercer Lange, porque hay cuatro Lange, por decirlo de alguna manera, cuatro estadíos de Lange. El tercero es el Lange neoclásico y que, si bien para nosotros, quedó claro que el verdadero ganador de esto fue Mises, para una parte de la academia que después se convirtió en mainstream, el ganador fue Oskar Lange. Y esa estructura matemática que generó es la que heredamos en estos análisis y que terminan siendo funcionales al socialismo, porque estamos discutiendo con el herramental diseñado por un socialista. Por lo tanto, en el fondo, la economía neoclásica, tal como la conocemos en los principales libros de texto, validando esa idea de los fallos de mercado permite abrir las puertas al monstruo socialista y condenarnos a la miseria a la que, tarde o temprano, nos va a llevar al comunismo. Por lo tanto, si hay algo en lo que voy a seguir trabajando, es en elaborar una solución alternativa a la que se presentó en ese debate para dejar claro que esa presentación está mal formulada desde el punto de vista matemático y que esa reformulación nos va a permitir, además, que en ese formato también le ganemos. Por lo tanto, un futuro mejor es posible, porque ese futuro va a ser liberal.
Muchísimas gracias.
1. Nullius in verba, «en las palabras de nadie». La Royal Society pretende, mediante esta frase, mostrarse como asociación de personas libres de la obediencia a dogmas imperantes o a autoridad alguna: «it is an established rule of the Society, to which they will always adhere, never to give their opinion, as a Body, upon any subject, either of Nature or Art, that comes before them» («es una regla establecida de la Sociedad, a la que siempre se adherirá, nunca dar su opinión, como cuerpo, sobre ningún tema, ni de naturaleza ni de arte, que llegue ante ella»).