CAPÍTULO 1
LA DESTRUCCIÓN DE UN LEGADO COMÚN
«¡Oh, desdichada España! Revuelto he mil veces en la memoria tus antigüedades y anales, y no he hallado por qué causa seas digna de tan profunda persecución».
Quevedo, en 1612
«Descubierto este nuevo mundo por el Almirante D. Cristóbal Colón (…) para inmortal gloria de la nación española y envidiosa emulación de las extrañas».
José de Oviedo y Baños, en 1723
1. Geoestrategia y guerra cultural
A finales del siglo xv, Europa se encontraba arrinconada y a la defensiva frente al empuje del mundo islámico y de un Imperio chino que estaba mejor preparado para descubrir y explorar nuevos mundos. En 1420, la Marina china contaba con 1350 barcos, pero un edicto imperial de 1436 prohibió continuar con su construcción y las grandes naves fueron destruidas con el fin de concentrarse en la defensa de sus fronteras ante la amenaza mongola (MacLennan, 2012: 27). A partir de ese momento, China se convertiría en el imperio concentrado en el «centro» (por eso todavía subsiste) mientras los Imperios ibéricos se extendían dominando los mares. La llegada de España a América cambiaría definitivamente la geopolítica mundial abriendo un periodo de 500 años donde Europa y Occidente dominaron el mundo. Y eso que el «ilustrado» Masson de Morvilliers defendería más tarde que nada se le debía a España. Deberíamos afirmar, por el contrario, que nunca ha reclamado lo que le debe Occidente ni que nadie le pida perdón por nada, y que así le va. ¡Momento de reflexión!
La «geoestrategia cultural» se entiende, en ambientes francófonos o anglosajones, como la defensa de los intereses de Francia o el Reino Unido en el mundo aprovechándose de la pervivencia de la lengua de las metrópolis en las antiguas colonias, convertida en un instrumento de dominación cultural y ventaja comercial (Francophonie y Commonwealth).5 Sin embargo, el concepto que queremos destacar aquí es más amplio. Se trataría de la influencia, prestigio y liderazgo que alcanzan las ideas, costumbres y valores de una determinada comunidad cultural, sea nacional o transnacional. Pues bien, el mundo hispano ha venido perdiendo la batalla de las ideas y su liderazgo a la hora de sostener su marco cultural como atractivo, tanto en su vertiente interior (para sus ciudadanos) como para el resto del planeta. Mientras, la civilización occidental, asentada sobre valores esencialmente franco-anglosajones, asiste impasible a un proceso de constante decadencia caracterizado por la falta de ideas constructivas: la economía se percibe como algo crecientemente complejo y frágil; el consumo de drogas, alcohol, somníferos y ansiolíticos crece cada día, especialmente entre los jóvenes; la depresión se ha consolidado como la enfermedad de toda una época; el propio sistema democrático y los valores están en crisis; y el resto de los países del mundo ya no quieren vivir como los occidentales. ¿No es momento para pararse a pensar y plantearse si algo nos hemos perdido por el camino?
La guerra cultural, por su parte, sería la vertiente más relevante, aunque a menudo minusvalorada, de la guerra híbrida (Ibáñez, 2019a: 123-138). La guerra convencional (la de los misiles, los aviones y los carros de combate) no existe siempre, pero la guerra cultural, seamos conscientes o no de ello, es permanente. Puede adoptar la forma de un conflicto latente no resuelto o ser arteramente creado. Desde hace siglos, la mayoría de las grandes potencias han intentado, como parte de una estrategia más amplia para imponerse en el mundo, desprestigiar a la cultura y prestigio de sus competidores rivalizando para imponer qué marco cultural era el más apropiado y conveniente. Una guerra reputacional que se manifiesta de forma positiva hacia dentro y negativa hacia el adversario, desarrollándose primero a través de simples panfletos hasta acabar en el ámbito de los medios de comunicación, las universidades y las artes —especialmente, pero no sólo, la literatura y el cine—, perfilando así una estrategia «de propaganda político-cultural».
Desde la invención de la imprenta, la historia ya no la escriben necesariamente los vencedores de las guerras militares, sino los que vencen la batalla cultural día tras día. Contra lo que sostiene el pensamiento ingenuo, el mundo no se mueve por la dialéctica izquierdas-derechas, un eje hecho más para despistar y despertar el conflicto cuando toque, sino por la feroz competencia (y casi combate diario) entre grandes modelos de poder «político-económico-culturales» que luchan por el predominio sobre el resto. No obstante, la geoestrategia se juega crecientemente en el terreno inmaterial de la cultura, cuando no directamente en nuestra mente, siendo el objetivo su dominio (Baños, 2020). En todo caso, existe una evidente relación entre historia, cultura colectiva y liderazgo, que se manifiesta a través de las relaciones internacionales, el marketing público, la imagen corporativa, la publicidad y la propaganda (engañosa), la motivación (de los ciudadanos), las técnicas de venta y promoción (de un país o de un modelo cultural) y el aprovechamiento del talento pasado, presente y futuro (Ibáñez, 2021b).
La guerra de propaganda es permanente y no conoce límites físicos, pues afecta a nuestra percepción, pero también a la de nuestros vecinos, hijos y potenciales clientes o visitantes. No es algo nuevo. Ha formado parte de la tarea habitual de los servicios de inteligencia desde su origen, alcanzando sus puntos álgidos con la leyenda hispanófoba y durante la Guerra Fría, cuando KGB y CIA llegaron a gastar en comprar periodistas, políticos, académicos y medios de comunicación hasta el 60 % de su presupuesto (Saunders, 2001).6 La guerra cultural continúa hoy, sólo que por nuevos derroteros y dotada de nuevas herramientas, como las redes sociales y las fake news. Por un lado, tenemos la guerra «macro», entre grandes modelos culturales, y por otro, la «micro» entre diversas naciones que compiten en prestigio político-comercial o cuya potencial influencia es percibida como una amenaza por países vecinos u otros grupos. Tanto los ciudadanos como las empresas se benefician o perjudican de la imagen y del relato histórico con el que se presentan y representan, pues ningún liderazgo nacional o internacional opera en un vacío cultural.
Existen casos en los que se es consciente del problema y se adoptan estrategias de defensa y contrainformación, y otros en los que no tanto. Entre los Estados que son más conscientes de esta guerra cultural figura, además de las grandes potencias que todos tienen en mente, Israel, que cuenta, sin ocultarlo, con un Ministerio de Asuntos Estratégicos y Diplomacia Pública con competencia para la defensa de Israel on line, dedicándose a contrarrestar en todo el mundo noticias, escritos, publicaciones, series o documentales que supongan un ataque a los intereses de Israel, su reputación o que puedan considerarse de algún modo «antisemitas». Entre los Estados menos conscientes… ¿averigua el sagaz lector cuáles se encuentran? ¡Momento de reflexión!
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Dos cuadros de Goya que explican muy bien la dinámica negativa en que se encuentra el mundo occidental, pero en especial el hispano: El sueño de la razón produce monstruos y Duelo a garrotazos.
En la actualidad, Rusia es el país más extenso del mundo, pero es China la que ejerce de imperio del centro liderando el grupo de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) compitiendo con el mundo anglosajón, que juega al despiste con cinco países en uno (Five Eyes: Reino Unido, EE. UU., Canadá, Australia y Nueva Zelanda), pero que lidera una NATO que curiosamente ha renunciado al Atlántico Sur, sobre la base de la lengua de comunicación más potente del mundo, mientras el mundo árabe se presenta con un poder unido en torno a una religión y una lengua sin fisuras… Y ¿qué hace el mundo hispano? Se muestra dividido de forma creciente, social, política y religiosamente fracturado (ha dejado de ser esencialmente católico para comenzar a ser pasto de Iglesias protestantes anglosajonas) y con un movimiento que comienza a cuestionar nuestra lengua común, el mayor instrumento para ganar cotas de poder en el mundo… Cui prodest?
2. La leyenda negra: la primera guerra cultural geoestratégica
2.1. La gran manipulación
Cuando alguien comienza a destacar en algún ámbito de la vida —sea político, social o económico— o amenaza con dominar un mercado o un sector, sus competidores o perjudicados tratan de contratacar, incluyendo las consabidas campañas de desprestigio. El SIRH amenazó con convertirse en hegemónico en Europa, en los mares y en el mundo. Fue, además, el primer imperio global con presencia en los cinco continentes. En tiempos de los Austrias, dominaba sobre el sur de Italia, Holanda, Bélgica, obviamente sobre la propia España, Portugal y partes considerables de la actual Francia (lo que se olvida pero no se perdona), toda la América Central y Meridional, la mayor parte de los territorios occidentales y meridionales de los actuales Estados Unidos (lo que tampoco se olvida ni se perdona), las islas Filipinas, Madeira, Azores, Cabo Verde, el Congo, Angola, Ceilán, Borneo, Nueva Guinea, Sumatra y las Molucas, además de numerosos establecimientos en otras tierras insulares y continentales de Asia.
Hasta aquí se impuso el célebre dicho inglés, que sirve igual para un roto que un descosido, nothing personal, just business. La leyenda negra constituyó el primer caso de guerra cultural planificada y autónoma (no hacía falta ya dominar el terreno como en tiempos del Imperio romano), pero no ha sido ciertamente el único. Hubo otras campañas anteriores, pero ninguna con tanta difusión y con una estrategia mantenida en el tiempo que llega hasta nuestros días (ver Ibáñez, 2016, 2018a, 2020a). En este sentido, la leyenda negra se configuró como el instrumento principal de una lucha geopolítica para derrotar al Imperio español o, al menos, impedir que triunfara del todo, al poder convertirse en monarquía universal (Gullo, 2021). Como ha destacado Peer Schmidt (2012), España fue el primer país de la historia que pudo aspirar razonablemente a dominar el mundo, pero el que también por ello más tretas de propaganda negativa ha sufrido con libelos, panfletos y hojas volanderas que todavía jugaban su papel en época de la guerra de los Treinta Años (1618-1648).
El SIRH nació con muchos enemigos, en Europa básicamente por celos, pero también el mundo árabe mostraba deseos de venganza hacia unos reyes, Isabel y Fernando, que lo habían derrotado al impedirle mantener una cabeza de playa segura en Granada para volver a atacar a Europa por el oeste, completando así lo que el Imperio otomano había logrado por el este con la caída de Constantinopla. La Europa cristiana debería mostrar agradecimiento eterno a España por haberla salvado del dominio árabe (luego lo haría de nuevo en Lepanto), pero en lugar de eso los franceses se dedicaron a decir que no habíamos aportado nada relevante al mundo y los protestantes-anglicanos pusieron todo su esfuerzo en destruirnos. Mientras, en el mundo hispano seguimos jugando a la yenka: izquierda, izquierda, derecha, derecha, adelante, atrás, atrás, atrás…
El SIRH fue el enemigo a batir, al menos durante siglo y medio: desde 1492 hasta la batalla de Rocroy en 1643, incluso hasta 1820, cuando se disolvieron las «Españas de América». Resultaba lógico que fuera blanco de una propaganda negativa por parte de sus competidores, ya que éstos no le ganaban en el campo de la batalla formal, pues en la tierra presidían los tercios y en el mar dominaba la Armada. Por ello se planteó una fiera guerra cultural llena de bulos, patrañas e imágenes y arquetipos de gran impacto, potenciados por la aparición de la imprenta, con el fin de manipular la opinión pública.
La estrategia de propaganda antihispana empieza en Italia, dirigida a los primeros catalanes que por allí aparecieron, con acusaciones de marranos, impuros en la fe y también avaros. Sin embargo, acabó por afectar a todos, pues a los catalanes ya en pleno siglo xv se les tenía por españoles, como señala Farinelli: «Da un lembo de la Spagna, dalla Catalogna, a noi più vicina, giudicavisi l’intero paese». Se consolidaría como campaña organizada a partir del siglo xvi en Holanda, Inglaterra, donde el papel de Francis Bacon como asesor de la reina fue fundamental, y Francia. Tuvo dos dianas principales: los reyes españoles y la religión católica que éstos defendían.
El resultado fue el desprestigio del SIRH y la ruptura del cristianismo con el nacimiento de Iglesias nacionales dirigidas a sustentar el poder (absoluto) de los nuevos soberanos, liberándolos del incómodo «control» de Roma. En 1568 aparecen en holandés las Artes de la Inquisición, de Reinaldo González, además de en inglés, francés y alemán, si bien ya se habían publicado en 1567 en latín en Heidelberg, en el Palatinado Electoral. En 1578 se publican las dos primeras ediciones holandesas de Las Casas, con alteraciones que sustituían, por ejemplo, «cristianos» por «españoles».7 En 1581 se edita la Apología del príncipe de Orange, centrada en denigrar la figura de Felipe II y la Inquisición. El Drama de don Carlos, de F. Schiller, estrenado en 1787, y la ópera homónima de G. Verdi (1867), siglos después, consolidarían la leyenda negra en el imaginario popular.
¿Y por qué se extendió más allá de la supervivencia del imperio? Porque los nuevos imperios coloniales pronto se dieron cuenta de que la leyenda negra hispanófoba servía como una excelente cortina de humo para ocultar sus propias fechorías, mucho más terribles. El Imperio hispano funcionó como el «chivo expiatorio» de los problemas de los demás. Desde muy pronto se instaló la exageración y la doble vara de medir: mientras se demonizaba a algunos personajes españoles, exagerando sus defectos o formulando acusaciones falsarias de salvajismo -en el caso de Felipe II, la de mandar matar a su propio hijo-, se ocultaba el lado oscuro de los dirigentes del país del acusador y sus aliados.8 Fue significativo el empleo de ilustraciones cruentas, y falsas, con las que se adornaban los libros sobre España publicados en Holanda, Francia e Inglaterra, donde aparecían niños asados a la parrilla o reos sometidos a torturas múltiples (e. g. las del belga Théodore de Bry, que se publicaban como cuadernillo aparte). El panfleto, el folleto y la hoja volandera se convirtieron en los instrumentos de las redes sociales de la época, logrando que España acabara «totalmente derrotada en el campo de la imprenta» (Prieto, 2020: 15). Hasta los corsarios y piratas británicos eran presentados como almas cándidas y respetables ciudadanos comparados, por ejemplo, con el tercer duque de Alba, D. Fernando Álvarez de Toledo, como si éste no tuviera mujer e hijos, muchos amigos y multitud de personas de varios países que le rondaran para pedirle (y obtener) numerosos favores.9 Con sus luces y sus sombras, el duque de Alba se limitó a hacer su trabajo como gobernador general de «Flandes, Velgia y Brabante» —cargo para el que fue nombrado el 15 de abril de 1567— en un momento de «conjuras y motines» organizados contra España y Felipe II.10
Los momentos álgidos de la leyenda negra han coincidido en la historia con momentos amargos de la causa protestante o del mundo anglosajón o francés, reflejando en el fondo el temor ante el que se considera más fuerte, como en el caso de Francisco I frente a Carlos I y V (Español, 2007: 190). Tanto Inglaterra como Francia han visto durante siglos a España como su más claro competidor en el terreno militar, naval, cultural y comercial, o incluso en lograr la hegemonía mundial y de recursos naturales. Es decir, en el siglo xvi, «España funcionaba» y el resto de potencias querían unificarse para ser ellas mismas más fuertes y poder así derrotarla. Es más, como ha demostrado Julián Marías (2010: 159, 160), los procesos de nacionalización de las grandes potencias europeas (comenzando por Francia y Reino Unido) se llevaron a cabo precisamente para hacer frente a España y su poder en el mundo.
Por eso también Estados Unidos y la Unión Soviética la utilizaron, visto su éxito, por razones geoestratégicas en América, e incluso la comunista Cuba y el chavismo en Venezuela la han vuelto a resucitar como vía para mantener o recuperar el poder, una vez muerta la lucha de clases, y ello a pesar de que sea un relato que beneficia esencialmente al imperialismo cultural inglés y estadounidense.11 El Foro de São Paulo, creado el 1990 tras la caída del muro, se ha convertido en un foco indigenista negrolegendario transoceánico y les está funcionando para recuperar el poder, vía cultura del odio, siguiendo el camino marcado por Gramsci. Claro que ya contaban con el trabajo adelantado que venían haciendo en sentido similar las universidades estadounidenses desde los años sesenta. Curiosamente, en esas mismas universidades más recientemente, ha comenzado a tomar cuerpo la doctrina woke, dirigida también contra el pasado anglo, si bien todavía no con la fuerza geopolítica que ha tenido la leyenda hispanófoba que dicho movimiento ayuda igualmente a mantener.12
2.2. Combatientes y negacionistas
Durante mucho tiempo la leyenda negra fue como un monstruo invisible al que no se le ponía cara y que se movía con demasiada libertad, desde círculos diplomáticos hasta chistes de café, pasando por la literatura o el cine. Muchos trataron de alertar de los peligros de esta trama: desde Quevedo con la España defendida, a Maeztu con La defensa de la Hispanidad, pasando por Feijoo, Gracián, Varela, Pardo Bazán, Pío Baroja o Azorín. También en América, desde el norte (Vasconcelos u Octavio Paz) al sur (Rómulo D. Carbia con su Historia de la leyenda negra hispano-americana de 1943).13 Fue, tal como ha destacado el historiador Luis Español, doña Emilia Pardo Bazán la primera que le puso nombre en una conferencia que impartió en París en 1899, al año siguiente de la derrota de 1898:
Tengo derecho a afirmar que la contraleyenda española, la leyenda negra, divulgada por esa asquerosa prensa amarilla, mancha e ignominia de la civilización en los Estados Unidos, es mil veces más embustera que la leyenda dorada. Ésta, cuando menos, arraiga en la tradición y en la historia; la disculpan y fundamentan nuestras increíbles hazañas de otros tiempos; por el contrario, la leyenda negra falsea nuestro carácter, ignora nuestra sicología y reemplaza nuestra historia contemporánea con una novela.14
Por esos tiempos, también otros colaboraban en mantener internamente viva la leyenda negra, como Blasco Ibáñez con La catedral, si bien en 1909 titula una conferencia suya como «La leyenda negra de España»; Azaña, en el discurso en las Cortes sobre el Estatuto de Cataluña (de 27 de mayo de 1932), donde sostuvo que la unidad de España no se había logrado nunca hasta ese momento (¡!); o el propio Sánchez Ferlosio, en varias declaraciones hispanófobas, tal vez sobreactuando por su mala conciencia o para ganarse la confianza de la oposición al régimen de Franco, ya que él, a diferencia de su hermano falangista, nunca marchó al exilio. También se sumaron a esa corriente despreciativa de lo hispano otros autores, que cabe incluir bajo la etiqueta de «intelectuales de izquierda», como Fernando Arrabal y Juan Goytisolo (Bueno, 2021: 121).
¿Por qué lo hacían? Seguramente no habían leído al gran Julián de Juderías, quien ya desde 1914 había desvelado brillantemente la estructura y contenido de la leyenda negra. Tal vez fue su temprana muerte lo que le impediría figurar en alguna de las «generaciones» de la época o ser considerado como «un gran intelectual políglota», que no su falta de méritos, de los que andaba sobrado. No obstante, algunos hispanistas contribuyeron a mantener su fuego, como Sverker Arnoldson (1960) y Philip W. Powell (1971), por no hablar de otros hispanistas «de mirada apreciativa» como William H. Prescott, con su obra sobre los Reyes Católicos de 1837, John Elliott (a partir de 1963 con La España imperial), Hugh Thomas, con su trilogía sobre el Imperio español (que empezó en 2003 con Rivers of Gold) o Stanley G. Payne con España, una historia única (2008). También desde Francia, Pierre Chaunu (1949) alertaba de que «al comenzar el siglo xix, la ignorancia de Estados Unidos para los vecinos del Sur era total; toda una black legend congela anticipadamente cualquier simpatía, verdadero complejo de superioridad, de ignorancia, de desprecio» (Chaunu, 1996: 120). Algo que no han entendido algunos hispanoamericanos es que la leyenda negra antiespañola perjudica a todos, no sólo a los peninsulares.
Lo cierto es que gran parte de los intelectuales e historiadores hispanos, con las excepciones que en este libro citaremos, han venido negando o minusvalorando la propia existencia de la leyenda hispanófoba, prefiriendo actuar como vasallos entusiastas y halagüeños del imperialismo cultural franco-anglosajón. ¿Por qué lo siguen haciendo? Podemos apuntar las siguientes razones y actitudes que se encuentran tras ese harakiri histórico-cultural, dejando de lado los que conscientemente (y potencialmente bajo precio) ejercen de agentes culturales al servicio de modelos foráneos:
a) Muchos prefieren seguir la senda fácil y someterse al relato dominante para ser aceptados por sus pares y hacer carrera. Saben que resulta peligroso poner en cuestión esa posición de dominio tan asumida, y que cualquier tesis contraria que trate de romper el paradigma dominante tendrá un alto coste personal y profesional.
b) Algunos argumentan que aceptar la leyenda negra sería propio de teorías conspiratorias, lo que supondría alejarse supuestamente del rigor académico, por más que sean miles las pruebas que la certifican.
c) Otros sostienen que hablar bien del mundo hispano es cosa de nostálgicos de épocas absolutistas o incluso de franquistas. Es cierto que durante el franquismo se trató de recuperar una visión más entusiasta del pasado, para sus críticos «exagerada» y «anticuada», pero sin embargo en contadas ocasiones se abordó el fenómeno de la leyenda negra con esa denominación.15
d) En ocasiones no se niega la leyenda negra hispanófoba, pero se la minusvalora señalando que «todos» los imperios y naciones habrían tenido su propia leyenda negra. Y, si todas son iguales o parecidas, sería por tanto otra más, y en consecuencia sin importancia. Aunque es cierto que hasta los pequeños pueblos cuentan con su propia leyenda negra a manos de sus vecinos, de esta manera se pretende ignorar que la leyenda negra hispanófoba ha sido la más duradera en el tiempo (cinco siglos) y sujeta a una organización y trama permanente con un objetivo político claro: acabar en el terreno de la cultura con lo que representó históricamente el modelo hispano de convivencia mestiza y de éxito político, social y económico. G. Bueno precisaba que, si bien existían actitudes antiimperio de carácter general, las anti-Imperio español habían tenido características particulares (2019: 248). De hecho, sigue hoy más viva que nunca: «(…) no se trata sólo de agua pasada: de la leyenda negra quedan aún demasiados rescoldos, en la calle y en el mundo académico; poco más o menos hay que decir respecto de la supuesta otredad de España».16
e) Otro argumento para quitar relevancia a la leyenda negra consiste en no negarla, pero señalar que es incompleta, pues también existieron escritores anglos y francos que admiraban el mundo hispano. No puede negarse este hecho (cfr. Ibáñez, 2020a: 73-76; «la constante argenta»: nada se da al 100 %) y de ellos daremos algunos ejemplos, pero esa afirmación debe ser matizada señalando que esas voces apreciativas no crearon nunca escuela en sus propias sociedades ni lograron que el modelo hispano sirviera de punto de referencia o imitación para el resto.
f) Estarían los que consideran que no existe un problema de hispanofobia, sino de imperiofilia o hispanofilia, y que además la creencia en la leyenda negra sería propia de un complejo y animadversión injustificada hacia lo británico. Paradójicamente, la justificación de esta postura se centra en tomar todo lo negativo que pueden encontrar del Imperio español para luego sacarlo de contexto y reforzar el sentimiento de autoodio, dando así razón a los que argumentamos que la leyenda negra está viva y sigue coleando gracias precisamente a actitudes como ésta. Este grupo suele, asimismo, sublimar a otros imperios, como el árabe, que sería maravilloso, o calla frente a los excesos de los anglos, mostrando así sus cartas marcadas.
g) Un último punto consiste en señalar que en todo caso la culpa de la leyenda negra sería sólo nuestra, por habérnosla creído y hecho realidad. No cabe duda de que el fenómeno de los hispanobobos es un hecho singular de nuestra leyenda negra y que ha contribuido a su duración y fuerza destructiva, pero este hecho no niega que hayan existido numerosos agentes ajenos (también a sueldo) que han contribuido a ello de forma decidida y significativa. La leyenda negra interna no niega la externa, sino que la refuerza. No fue culpa de los hispanobobos que un personaje nada estúpido como Humboldt llegara a América desde Europa lleno de claros prejuicios antihispanos.
El mundo hispano tiene un problema psicoestructural que lo hace especialmente susceptible de ser engañado y aceptar acríticamente leyendas diseñadas por otros. Aquí el político o intelectual de derechas tiende a ser anglófilo, aunque no siempre reciba ventajas particulares por ello, mientras el político o intelectual de izquierdas, aunque sólo fuera en su juventud, tiende a ser francófilo. Pocos son hispanófilos, pues esa marca mancha. Son también numerosos quienes, cuando llegan a admitir algún aspecto positivo de nuestra historia en voz baja, seguidamente proceden, alzando la voz y en tono jaculatorio, a recitar de carrerilla un listado de críticas compensatorias, para que nadie los pueda tener por miembros de la lacra hispanófila: que si la Inquisición, que si la Iglesia, que si éramos antiliberales… Los políticos e intelectuales hispanos pueden ser anglófilos, francófilos o germanófilos, mientras en esos países puede existir un grupo pequeño de «hispanistas», pero no una corriente «hispanófila» consolidada mantenida en el tiempo.
Lo cierto es que, a pesar de las innumerables pruebas presentadas en ya cientos de estudios, algunos expertos se resisten a aceptar la existencia de algo que ellos no fueran capaces de detectar en su día. Puede ser vanidad o simple miedo. Recientemente un episodio relativo a la Casa Real británica, que se ha vuelto mediático, ha puesto de manifiesto cómo el mundo anglosajón es capaz de utilizar los medios de comunicación, de forma artera y persistente, con el único fin de destruir el prestigio de una persona. En este caso, el testigo ha sido nada menos que el hijo del rey de Inglaterra, Harry, y su mujer, Meghan.17 Resulta lógico preguntarse: si pueden hacer esto con uno de los suyos, ¿qué no harán con los demás? Más curioso aún es cuando pretenden convencernos de que es normal y lógico que existan «hispanistas» (aunque los haya muy buenos) y que no haya, sin embargo, «francistas» ni «anglicistas». España es el único país en que nada puede ser afirmado de su historia si no lo refrenda alguien desde fuera. Vayan los historiadores hispanos a París o a Londres y díganles que vienen a explicarles su historia porque no han entendido nada hasta la fecha, y que además quieren que les paguen por ello. Verán lo que tardan en enseñarles la puerta. Eso sí es nacionalismo rancio y xenófobo, pero nadie lo denuncia.
No obstante, para escándalo de algunos, esa situación está cambiando. En España, desde el mundo académico, Ricardo García Cárcel en 1992 (La Leyenda negra. Historia y opinión) tuvo la iniciativa de volver a hablar de la leyenda negra, si bien negando su existencia o, en sus palabras, «en el contexto de la euforia europea preolímpica, pretendía hacer un esfuerzo de normalización y relativismo para desdramatizar el tono noventayochista de la obra de Juderías».18 Mientras, Carmen Iglesias sí la aceptaba, sin mencionarla por su nombre (No siempre lo peor es cierto, de 2008). Previamente, Julián Marías en 1985 (La España inteligible) o Gustavo Bueno en 1999 (España frente a Europa) y en 2005 (España no es un mito) habían tratado de la campaña antihispana ofreciendo sus propias recetas. Pero es a partir del cambio de siglo cuando surgirán un conjunto de autores, no necesariamente provenientes del mundo académico, que tratarán de continuar el legado que dejó bien encauzado Juderías. Así, Luis Español en 2007 recupera la obra de Julián de Juderías con una valiosa, y hasta entonces curiosamente inédita, biografía de este gran personaje, hablando igualmente de «leyendas negras», entre las que destacaba la hispanófoba y la antiamericana (EE. UU.).
En 2010, desde el mundo académico, García Hernán coordina un libro colectivo de historiadores en homenaje a Elliott con el sugestivo título de La historia sin complejos. Iván Vélez publica Sobre la leyenda negra en 2014 y mi libro sobre La conjura silenciada contra España aparece en junio de 2016 de forma coetánea a la obra colectiva dirigida por los profesores M.ª José Villaverde y Francisco Castilla (La sombra de la leyenda negra), también en junio de 2016. Esta obra junto a la de 2010 de García Hernán, aunque no tuvieron la difusión debida, fueron de relevancia, pues se volvía a tomar nota por un conjunto de historiadores académicos de la leyenda negra con algunos estudios de indudable interés. En todo caso, sería el fenómeno editorial que supuso Imperiofobia (noviembre de 2016), de Elvira Roca, con más de veinticinco ediciones, el que marcó un antes y un después debido a su enorme éxito.
Por tanto, ya no existen excusas para hacer frente al dragón que tiene secuestrada al alma hispana; no puede disfrazarse ni pasar desapercibido porque ha sido identificado y desenmascarado. La batalla ha comenzado. Hay que tomar partido. No es momento para tibios.
2.3. La dimensión externa: los hispanófobos
Una de las causas de la perdurabilidad de la leyenda hispanófoba es que sus creadores fueron lo suficientemente astutos como para hacer que pasara en una parte sustancial desapercibida: el diablo vence porque consigue que no se hable de él. Costanza Rizzacasa (2023) ha escrito un relevador libro sobre la «cultura de la cancelación en los Estados Unidos» y la doctrina woke. La lista de obras y autores cancelados por distintos motivos, primero en las universidades estadounidenses hace unos treinta años y luego en los medios y en la sociedad, resulta impresionante: Philip Roth, Blake Bailey, Mark Twain, Harper Lee, Hemingway, Norman Mailer, Homero, Mary Poppins, Scott Fitzgerald, Ovidio, Falkner, Platón, Dostoyevski…19 Sobreviene el escándalo y el rasgado de vestiduras. Sin embargo, ese análisis es incompleto, pues hace mucho tiempo atrás existió una estrategia de cancelación de las aportaciones hispanas al mundo moderno que no ha sido nunca noticia porque afectaba sólo a autores hispanos.
La estrategia de cancelación empieza en el siglo xvi (entre otros con Francis Bacon) y supuso negar u ocultar cualquier vestigio de contribución hispana a las letras, la ciencia, la cultura, la filosofía, la tecnología o la economía, resaltando en su lugar a nombres de otras nacionalidades u origen. No es baladí ni casualidad que se apostara por Américo Vespucio en lugar de Colón o por Magallanes en lugar de Elcano, resaltando la condición de portugués del primero. Da igual que todos ellos trabajaran para la Corona española. Se trataba de dar todo el protagonismo a aquel personaje cuya relación con el Imperio hispano fuera más vaga o dudosa. Uno de sus protagonistas fue el abate Raynal (1713-1796), quien en su famosa obra Histoire philosophique et politique des établissements et du commerce des Européens dans les deux Indes califica a España como la nación más esclavizada por prejuicios, irracional y dogmática ¡del mundo! Pero llega hasta la actualidad. La Universidad de Yale compró en 1965 con gran fanfarria y entusiasmo el mapa Vinland, supuestamente datado de mediados del siglo xv, que mostraba una parte de la costa de Norte América «descubierta» y mapeada por vikingos escandinavos. Recientemente ese mapa ha demostrado ser una falsificación, siendo datado de forma fidedigna en los años veinte del siglo pasado.20 ¿Nadie se pregunta por qué se falsifican este tipo de documentos? Puede tener un objetivo de fraude financiero, pero sin duda también una dimensión geoestratégica.
Seguidamente, destaquemos algunos grupos de propagandistas externos del libelo:
a) Agentes a sueldo y colaboracionistas sospechosos
Los servicios secretos británicos estuvieron obsesionados desde su origen con el mundo hispano, con directores como Francis Walsingham (hasta su muerte en 1590), y lo han seguido estando hasta en la actualidad. Al menos, desde 1589 Inglaterra dispuso de una amplia red de intelligence service hasta en el mismo corazón del Mediterráneo (desde Constantinopla a Argel, pasando por Malta o Génova), cuyo principal objetivo era boicotear la política española en la zona (F. Braudel, 1976: 827). Ya existía un eficaz servicio de espionaje montado por Robert Harley, conde de Oxford y Mortimer, cuando Inglaterra interviene en la guerra de Holanda (1672), en la guerra de sucesión en España (1705-1715) o cuando consigue que Escocia se integre en el Reino Unido.
Desde el siglo xvi aparecen sujetos cuya función principal (o secundaria) era criticar al mundo hispano. Algunos actuaban directamente por encargo de sus Gobiernos. Entre éstos podemos citar a Daniel Defoe (1660-1731) —al que el servicio de inteligencia británico sacó de la cárcel antes de que se pusiera a escribir Robinson Crusoe— y Jonathan Swift (1667-1745), que más tarde sería el autor del famoso libro Los viajes de Gulliver. Los dos escribieron contra España sin necesidad. Defoe viajó a España para dar «su» visión de la guerra de sucesión española (Succession of Spain Considered) y luego reaparecería como agente en el proceso de anexión de Escocia, donde Inglaterra se gastaría más de 20.000 libras en sobornos y compras de votos.
Otros autores famosos, a pesar de que tenían muchas cosas mejor que hacer, se dedicaron de forma sospechosa a tomarla con el mundo hispano: Montesquieu, Shakespeare, Alejandro Dumas, Lord Byron, Diderot, Pascal, Voltaire o Víctor Hugo, Benedetto Croce, Julio Verne… Pascal, por ejemplo, consideraba que el error se encontraba sistemáticamente al sur de los Pirineos y la verdad al norte, mientras que Shakespeare se apuntó como si nada a la sátira antiespañola en el personaje de don Adriano de Armado en una de sus primeras comedias: Trabajos de amor perdidos. De Alejandro Dumas es famosa la frase de que «África empieza en los Pirineos»: ¿por qué lo decía?, ¿por su gran conocimiento de África o de la península ibérica? (Nunca estuvo aquí). Y eso que el padre de Dumas había nacido en Haití, su abuelo había vivido durante años con una esclava negra y su padre fue vendido como esclavo por su abuelo para obtener fondos para volver a Francia, aunque luego, arrepentido, lo recuperara. Parece que donde empezaba otro continente realmente era en la familia del propio Dumas. Y, sin embargo, es difícil imaginar que un escritor o filósofo español hubiera criticado aceradamente al Gobierno y a la sociedad francesa o británica, y fuera a pesar de ello leído y encumbrado por ellos.
b) Los curiosos impertinentes
En su libro Hispanomanía (2014), Tom Burns recoge múltiples ejemplos de los que llama «curiosos impertinentes», que, especialmente en el siglo xix, daban muestra de esa dicotomía al presentar a España como un «país diferente», que no podía ser normal y que servía para cualquier otra cosa salvo la de ser gran potencia. Burns Marañón no puede ser considerado ni un patriotero español, ni un exaltado, ni un esotérico amante de teorías conspiratorias. Es simplemente el hijo de un diplomático británico y de una hija de Gregorio Marañón. Un hombre a caballo entre dos culturas, que pronto se dio cuenta de que había algo que no podía ser simple casualidad: la continua obsesión de escritores e intelectuales ingleses (y también franceses) por ocuparse de nuestro país y sus gentes…, la mayor parte de las veces con simple ánimo de caricaturizarnos o minusvalorarnos. Incluso cuando pretendían ensalzarnos lo que alababan de nuestra cultura solía ser lo que menos encajaba con una nación seria, eficaz y responsable, eso que ya se ha convertido en los consabidos «topicazos»: «los muy simpáticos amantes de la fiesta» —que inadvertidamente quiere decir «los muy vagos amantes de vivir sin trabajar»— o «las gentes llanas y sencillas no pervertidas por la industrialización», se traducían en que éramos «ignorantes y atrasados».
Aparece una leyenda romántica donde se presenta al ciudadano español como «auténtico», pero incompatible con la modernidad. Rentistas como Brenan o aventureros como Gautier se atrevieron a sentar cátedra y a describir un país que apenas conocían o que lo hacían muy parcialmente, como correspondía al tipo de vida de la que disfrutaban, alejada de la normalidad y de las responsabilidades. Ninguno de ellos fueron grandes trabajadores, pero con esa «picaresca» que luego nos atribuirían a nosotros se atrevieron, sin pudor alguno, a describir la falta de espíritu trabajador del español. Los extranjeros que venían a España a divertirse y a vivir de las rentas osaban caricaturizar a los españoles como vagos, perezosos y holgazanes…, los mismos que les servían el vino con el que se emborrachaban, cultivaban la comida que degustaban o atendían sus hoteles, trabajando de sol a sol para ellos. Los españoles estaban supuestamente siempre de fiesta, pero los que se aprovechaban realmente de ese ambiente festivo permanente eran los que podían darse el lujo de divertirse a nuestra costa. En realidad, muy freudianamente, lo que estaban haciendo era describirse a sí mismos. Por eso, más que «curiosos impertinentes», resulta más justo denominarlos los «ociosos ignorantes».
Lo más curioso es que los libros que contenían esas simplicidades adquirieron de forma rápida gran fama y difusión, tanto fuera como «dentro» de nuestras fronteras. Incluso cuando era extraño encontrar mujeres que escribieran y que fueran leídas, la compañera de Chopin, George Sand, encontró un extraordinario eco con su libro Goodbye to All That, dedicado a describir Mallorca como una tierra atrasada, primitiva y llena de bárbaros, que llevó a que los principales abogados de la isla plantearan una acusación contra la «inmoral escritora». Decía la Sra. Sand cosas como ésta:
Yo no recuerdo ciertamente lo que comí en Pisa o en Trieste, pero viviré cien años y no olvidaré la llegada de la cesta de provisiones a la cartuja. ¡Qué no habría dado por poder ofrecer cada día a nuestro enfermo un consomé y un vaso de burdeos! Los alimentos mallorquines, y sobre todo la manera de condimentarlos cuando no poníamos nosotros en ello el ojo y la mano, le causaban una invencible repugnancia (Sand, 2011: 228).
Nadie se preguntó entonces si en realidad ella lo hacía por despecho a una isla que le había robado a Chopin con sus propios encantos (Burns, 2014: 67). A pesar de todo, el libro sigue siendo considerado un clásico en la propia isla hoy en día, y vendido como tal (bajo el lema «una delicia para todos los que aman a Mallorca»), pues aquí no cancelamos a los que nos vejan, los encumbramos. No hay doctrina woke, sino slept. Luego volveremos sobre la recurrente tendencia de ciertas elites «sofisticadas» a calificar como «bárbaro» al diferente, al campesino o al hispano.
En todo caso, sorprende que a nadie sorprenda la abundancia de «hispanistas» desde antiguo, en comparación con la escasez de anglicistas o francistas. Y ello a pesar de que no hay nada tan difícil como comprender la complejidad de un país que no es el propio, más en una época en la que no existía ni televisión, ni radio, ni Internet, y los escasos libros circulaban de tarde en tarde. De hecho, muchos de esos estudios estaban llenos de erratas y sus autores apenas habían visitado España. Ciertamente han existido (y existen) algunas excepciones, pero en los pocos casos en que un francés o un inglés se han atrevido a valorar sinceramente algo de lo español (e. g. Albert Camus o Gerald Brenan), esa parte de su trabajo ha sido extrañamente silenciada. ¡Momento de reflexión!
2.4. Enemigos internos: los hispanobobos21
Las guerras suelen perderse no tanto por los aciertos del adversario, sino por los errores y fallos de estrategia propios. Si China, por ejemplo, acaba desplazando a Occidente del lugar que ocupa en la actualidad o lleva a Europa a la irrelevancia, será porque hemos sido más ingenuos que ellos. Basta mirar a la historia para comprobar que la mayor parte de los imperios no han terminado porque surgiera necesariamente un competidor mejor, sino por la pérdida «interna» de los valores, principios y métodos de trabajo que acompañaron su preeminencia sobre otros.
Enemigos internos son tanto los activos, con una estrategia definida de hacer daño desde dentro, como los pasivos, aquellos actores y factores que contribuyen a debilitar, directa o indirectamente, un determinado marco de convivencia, aunque no sean conscientes de ello. Son los más letales porque no los vemos como tales. Suponen una amenaza fantasma que solemos minusvalorar y no se les suele prestar excesiva atención, incluso en los planes estratégicos de seguridad y defensa. Y eso a pesar de que la propia Biblia nos enseña que el primer conflicto violento sobrevino dentro de la familia, entre hermanos (Caín y Abel), y no ganó precisamente el bueno.
Decimos que existe un enemigo interno en sentido «cultural» cuando crea un problema o conflicto intergeneracional e interclase que afecta a un número suficiente de ciudadanos como para poder considerarlo también transversal, y que tiene la suficiente persistencia e intensidad como para amenazar al adecuado funcionamiento de una sociedad. En el caso español, ya lo denunció Amadeo de Saboya en 1873 cuando renunció al trono: el mayor enemigo de un español es otro español, antes que cualquier extranjero. Decía también Joaquín Bartrina, poeta catalán que escribía también en español, en su poema Algo, publicado en 1876 en Barcelona:
Oyendo hablar a un hombre,
fácil es acertar dónde vio la luz del sol:
si os alaba Inglaterra, será inglés,
si os habla mal de Prusia, es un francés,
y si habla mal de España, es español.
Veremos más despacio la fenomenología del género bobo:
a) Los ingenuos
La propaganda antihispana no habría tenido tanto éxito sin el concurso, a menudo entusiasta, de los cómplices internos, simples «hispanobobos». De hecho, más que la envidia es la ingenuidad la característica que comparten la mayoría de los hispanos, sorprendiendo la pasión que algunos ponen en criticar a su propio país como si les resultara ajeno o con qué facilidad aceptan acríticamente como cierto el relato histórico que más daño nos hace, aunque sea una narración fantasiosa o exagerada inventada por otros. Aun contando con cientos de grandes personajes propios de los que estar orgullosos, se prefiere honrar a los héroes de los demás sin percatarse de que sus biografías hayan podido ser en todo o en parte prefabricadas prêt-à-porter.
En toda guerra (cultural) forma parte del juego comprar agentes o crear grupos de quintacolumnistas. En un principio los primeros hispanobobos actuaron seguramente a cambio de precio, como seguramente fue el caso de Antonio Pérez, entre muchos. A otros, sin embargo, no les hizo falta, pues recibieron el precio ingenuamente por parte de los propios reyes españoles para que siguieran hablando mal de España (e. g. Bartolomé de las Casas). El mayor éxito de la leyenda negra es que este grupo llegó a tener vida propia y a replicarse a sí mismo automáticamente sin necesidad de muchos estímulos externos, aunque alguno siga habiendo, manteniendo vivo una suerte de virus permanente de ingenuidad boba, rencor venenoso y el autoodio. Así, en la actualidad, los separatistas, una gran parte de la izquierda hispana y del indigenismo, e incluso parte de la derecha, viven y hacen política subidos a este carro, y nada indica que tengan intención de bajarse, aunque su carrera nos lleve a todos al precipicio.
Los hispanobobos no son necesariamente personas iletradas, por el contrario, abundan entre los que más se las dan de instruidos y leídos. Un ejemplo colectivo lo supone la generación del 98. La reacción nacional ante el «desastre de 1898» fue desmesurada. La pérdida de Cuba y Filipinas fue debida en gran parte a la intervención torticera de los EE. UU., como luego veremos. ¿Reacción política y social en España? Gran crisis de autoestima nacional, golpes de pecho y pesimismo colectivo, incluso entre nuestros mejores intelectuales. Y, sin embargo, tras la guerra franco-prusiana de 1870, Francia perdió a manos de Alemania Alsacia y Lorena, dos partes que consideraban inseparables de su territorio. ¿Reacción política, social e intelectual? Gran campaña contra Alemania y reivindicación del orgullo nacional herido a manos de una potencia perversa extranjera culmen de todos los males y defectos.
Otro ejemplo particular del fenómeno fue el joven Azaña, que decía lo siguiente: «Bonaparte ganó cien batallas y con su locura y su gloria dio e hizo dar a su país un batacazo sin ejemplo. ¿Conocen ustedes en España a alguien que haya ganado siquiera la batalla de Marengo?» (Azaña, 1980: 156). ¿Simple ignorante o víctima de un ambiente? A su vuelta de un viaje a Francia decía lo siguiente:
Si España (como Baroja reconoce) necesita de otros pueblos que la adoctrinen y la guíen, no hay por qué maldecir del genio francés ni de su prestigio entre nosotros, porque el influjo de un país superiormente culto sobre otro que lo es menos, nunca puede ser funesto para los intereses de la cultura misma, que es, en definitiva, lo que nos interesa.22
Tendrían que pasar veintiséis años para que Azaña se cayera del caballo y reconociera su error. En 1937 escribía, camino casi al exilio anticipado, La velada de Benicarló, donde reconocía que Francia se había comportado injustamente con España y que a ella y a Inglaterra se debían el fracaso de la república y la derrota en la guerra, como también se arrepiente de haber apoyado al nacionalismo catalán.23 No será el único caso: los hispanobobos tienen en común que siempre se arrepienten tarde y que no tienen en cuenta los que ya se arrepintieron antes que ellos.
b) Los traidores (a sueldo)
La figura del traidor es tan antigua como el ser humano. Ya existía en el mundo romano (Audax, Ditalcos y Minuros contra Viriato) y griego (Efialtes en las Termópilas). Conviene tomar nota de que el modus operandi de las potencias dominantes ha sido comprar a cuantos más agentes de los adversarios para facilitar sus victorias y que nuestras sociedades suelen estar infectadas de agentes dobles en todas las facetas políticas y sociales.
Hay muchas maneras de comprar a alguien, casos más claros y otros más oscuros. En el caso de la anexión de Escocia, Daniel Defoe aparece de nuevo como agente inglés. Inglaterra se gastaría en ese «proceso» más de 20.000 libras en sobornos y compras de votos, regando de promesas a aristócratas territoriales, hasta tal punto de que uno de los ministros ingleses de la época explicó el éxito de las negociaciones señalando sin más que «los compramos».24 No se trata de hacer comparaciones, pero si bien en la actualidad es dudoso que Inglaterra y Francia apoyen al nacionalismo vasco y catalán, ocupados con sus propios problemas, en el pasado existen varios indicios históricos que muestran que sí lo hicieron. Inglaterra siempre estuvo interesada en hacerse con el hierro de las minas vascas; no por casualidad, en 1896, el Instituto del Hierro y el Acero de Inglaterra celebró en Bilbao su primer congreso anual y no por casualidad la ikurriña es una copia de la bandera británica. Y Francia nunca ha ocultado su deseo de expandirse por el sur desde la Marca Hispánica y no hay que olvidar que Napoleón diseñó el mapa de Francia con la frontera sur en el Ebro.
La lucha cultural viene siendo la misma desde hace cinco siglos, sólo que ahora cambian sus protagonistas ¿aparentemente? Cabe hablar de quienes se las dan de hispanistas, pero para defender curiosamente lo anglo. Por otra parte, la mayoría de las ONG difusoras de la leyenda negra y también indigenistas tienen su sede en Inglaterra (Gullo, 2021: 125-129). La organización Mapuche Internacional Link (MIL) se domicilia en Bristol (Inglaterra) desde 1996, mientras casi todas las tribus mapuches pelearon a favor de España en las guerras de independencia y, por tanto, en contra de Inglaterra. Curioso que el separatismo mapuche venga recibiendo el apoyo de ingleses y franceses (aunque éstos se lo niegan a escoces o corsos), así como del mundo académico chileno, en particular de antropólogos y sociólogos en las universidades chilenas. De hecho, incluso el nuevo rey de Gran Bretaña, Carlos III, pocos días antes de su coronación, recibió a activistas indigenistas vestidos con sus ropas tradicionales «en reconocimiento de su compromiso por proteger la selva amazónica y restaurar la armonía entre humanidad y naturaleza», según el comunicado del Palacio de Buckingham (02 de mayo de 2023). Seguro que no hay problemas ecologistas en el territorio de la Commonwealth que recaben su atención, seguro que el Gobierno británico protege el Amazonas mejor de lo que viene haciendo con el mar.25 Antes fue la economía y hoy es el ecologismo: el objetivo es el mismo y los afectados (¿ingenuos o traidores?) también.
Lo cierto es que el separatismo vasco y catalán en España por un lado y el indigenismo en América por otro han contribuido a resucitar la leyenda negra. Una pinza demasiado perfecta como para pensar que coincida por casualidad en el espacio-tiempo. España vuelve a ser diferente, pero esta vez por contener minorías culturales y, a diferencia del resto de los Estados europeos, no haber llegado a ser nunca una nación, sino como mucho un batiburrillo de «nación de naciones». Da igual que el 80 % de los miembros de la ONU sean Estados con minorías culturales. Hay que ser muy pequeño o estar muy aislado para presumir de ser monolítico. Pero para el nacionalismo esa diferencia hispana no se traduce en algo positivo, sino en que «tiene» que ser lo peor: un país atrasado, inquisitorial e intolerante; pues, si no, ¿cómo convencer a su gente de que es bueno separarse?26 De hecho, indigenismo y separatismo disgregador comparten el mismo error de diagnóstico y vicio destructivo: se basan no en la sana valorización de lo propio, sino en el odio visceral hacia lo hispano, como si no fuera parte de ellos mismos. Sabino Arana decía cosas como ésta: «El odio cordial que nosotros profesamos a España se funda en el amor igualmente vivo que tenemos a Eusquería, nuestra Patria» (citado por Español, 2007: 207). Eso es lo que enseñan a los niños: que para amar lo propio hay que odiar lo que ha sido propio hasta hace bien poco.
c) Los desencantados, agoreros del hispanopesimismo
Junto a los anteriores autores y agentes políticos, conviene identificar un grupo cada vez más numeroso de hispanos, incluidos algunos españoles que por ejemplo van a vivir a Hispanoamérica, que se dejan envolver por un clima y ambiente de derrotismo. Pueden llegar a admitir que la Hispanidad pudo ser una buena vía hace dos o tres siglos, pero consideran que hoy cualquier proyecto dirigido a despertar al león dormido está condenado al fracaso: el indigenismo, el comunismo, la pobreza, la corrupción institucionalizada, la violencia generalizada, la desigualdad consentida, la desidia, el clima antiespañol asumido e interiorizado en ampliar capas de la población… Todo está perdido. No hay remedio. «¡Abandonad toda esperanza!», cual Dante a la puerta del infierno, exclaman. «¡Ilusos!», nos llaman a los que seguimos insistiendo en mantener viva la llama de la Comunidad Hispana.
Dicen que un pesimista es un optimista bien informado, y no hay que negar que las dificultades que apuntan están ahí, pero salir al campo de juego derrotado supondría dar la victoria de antemano al enemigo, siendo esa actitud precisamente la que buscan y esperan nuestros competidores y adversarios. No se trata de huir de la necesaria y sana autocrítica, sino de preguntarse por qué a estas alturas los mayores enemigos del mundo hispano siguen siendo algunos hispanos que promueven un generalizado desaliento en relación con nuestro pasado o con gran parte de nuestro presente. Los «hispanobobos», de pura bobería, ni siquiera se dan cuenta de que ejercen de ingenuos cómplices de la estrategia de los «hispanófobos». ¡Momento de reflexión
En este libro diremos cómo se puede empezar a dar la vuelta al partido, comenzando por recuperar la autoestima colectiva que nos han robado. Pero podría muy bien empezarse por combatir algunos a prioris que dominan el imaginario colectivo hispano.
3. La vertiente intrahispana: la herencia española como chivo expiatorio
3.1. Un error de diagnóstico: la explicación distorsionada de las independencias
Jack Swigert y Jim Lovell, astronautas del Apolo XIII, pronunciaron la famosa frase «¡Houston, tenemos un problema!» cuando comenzaron a brillar las luces del cuadro de mandos indicando varios fallos en cadena. Tras llegar a tierra, afortunadamente los astronautas salvaron su vida, se hizo un serio estudio de las causas del «problema» detectando errores en las pruebas del tanque de oxígeno previas al vuelo y el indebido uso de teflón en el compartimento. Gracias a ese análisis, los errores se pudieron corregir, logrando así que la siguiente misión del Apolo XIV alunizara con éxito. El ejemplo del Apolo nos sirve para analizar lo que está pasando en el mundo hispano. Hace mucho tiempo que se encendieron las luces de advertencia de fallos sistémicos, pero se han venido ignorando con denodada contumacia. No se asumen errores ni se hace autocrítica, más allá de buscar algún chivo expiatorio a quien hacerle culpable de todos los males. Sería como si los ingenieros del Apolo XIII se hubieran conformado con echar las culpas a la atmósfera, a los propios astronautas o incluso al peso del éxito del Apolo XI, que les había impedido innovar. Si no detectamos «todas» las causas de los problemas actuales, cualquier proyecto o plan de futuro que planteemos estará condenado al fracaso.
Tras las guerras de independencia, en realidad de secesión, el nuevo paraíso de libertad prometido no llegó, sino que lo hizo el más absoluto desastre. Había que encontrar un responsable de la frustración y el fracaso generados, y los verdaderos culpables (las elites criollas) no estaban dispuestos a asumir ninguna culpa: ellos eran los ¡libertadores! Y así querían pasar a la historia. Por tanto, plantearon una doble estrategia: primero, la victimización, enlazando a los prósperos criollos con los indígenas que en el siglo xv y xvi fueron sometidos por los antepasados de esos mismos criollos (renegando así de sí mismos y de su origen) y por la mayoría de indígenas aliados de aquéllos, a la que de esta manera se pasaba a despreciar y ningunear, una estrategia que continúa hasta el día de hoy.
En segundo lugar, se trató de convertir los tres siglos de la próspera América virreinal (mérito de españoles, criollos, indígenas y mestizos) en un infierno sólo responsabilidad de los peninsulares que nunca viajaron allá, pues gran parte de los que viajaron se quedaron y eran los padres y abuelos de esos mismos libertadores. Para fabricar esta segunda fase de la leyenda negra interna, los criollos estuvieron dispuestos a renunciar a su origen y a una verdad que probablemente los habría llevado a ser ejecutados por las masas, reacción por otra parte nada extraña a este tipo de procesos «revolucionarios».
A partir de ese momento, la mistificación y el encumbramiento de las mal llamadas «guerras de independencia» funcionaron como un obstáculo para la autocrítica, evitando hacer un correcto análisis de sus causas y consecuencias. Por ejemplo, en el Ecuador produjo «un gran trauma de odio, resentimiento y fijación con la figura del padre» representada por la monarquía, dejando al país huérfano (Núñez del Arco, 2016: 20). Los llamados «libertadores» construyeron una religión que no aceptaba la mínima disidencia cuando en realidad lo que se vivió fue una «gran guerra civil hispanoamericana» donde en los dos bandos hubo criollos.27 No fue el maltrato de la metrópoli a las supuestas colonias sometidas la causa de las revueltas. El SIRH no tuvo colonias, sino provincias, reinos y virreinatos que fueron tan España en la península como en América, y así lo sentía allende los mares la gran mayoría, siendo los cabildos los primeros parlamentos de América (Núñez del Arco, 2016: 86-88). No era cierto que a los criollos les estuviera vedado el acceso a los cargos públicos, pues encontramos criollos entre virreyes, presidentes de audiencia, capitanes generales, gobernadores, alcaldes, corregidores…, sin contar con que eran los verdaderos detentadores del poder económico.28
Tampoco los indígenas apoyaron masivamente las independencias ni se sentían maltratados por la Corona. De hecho, la mayoría apoyó la causa realista. Cuando se habla de la relación entre los españoles y los indios suelen sacarse sólo cosas negativas, normalmente además exageradas. Pero, si la población indígena hubiera sido tan mal tratada, el SIRH nunca habría durado 300 años, pues los peninsulares siempre fueron muy pocos y no existió un ejército de ocupación para frenar revueltas por la sencilla razón de que la paz interna era la regla general. Las tropas estaban mayormente situadas en la costa con carácter defensivo frente a los ataques de corsarios, piratas, bucaneros y tropas «regulares» de los de siempre: Inglaterra, Francia y Holanda. Los jefes indígenas se habían convertido en caciques y capitanes, manteniendo poder e incluso ampliando privilegios:
Un viajero que hubiera recorrido en 1575 las provincias de las provincias de Tunja, Vélez y Santafé del Nuevo Reino de Granada habría encontrado cerca de doscientas pequeñas comunidades indígenas dispersas por el paisaje montañoso, gobernadas por una serie de jefes llamados caciques y capitanes (…) Incluso podrían haberse confundido con algún habitante de las tres ciudades donde se concentraba la población blanca. También tenían propiedades rurales y urbanas, de las cuales obtenían ingresos nada despreciables. La mayoría de sus nombres era de origen español y se hacían llamar «don» (Gamboa, 2017: 13).
Los procesos de independencia nacieron en realidad con muy poco apoyo popular, incitados por una parte de las elites criollas, apoyadas por intereses extranjeros, que pertenecían a los estratos más elevados y favorecidos por la Corona. Es más, no eran unos criollos cualesquiera, sino que la mayoría de los «libertadores» eran hijos de españoles (como lo fue Fidel Castro mucho después, hijo de próspero terrateniente gallego), siendo este grupo, como hemos señalado, una franca minoría: Bolívar viaja a España y se casa con una española, O’Higgins fue gobernador de Chile e hijo del virrey del Perú, Rivadavia era hijo de un gallego y se casó con la hija del virrey del Río de la Plata, Francisco Miranda era hijo de un canario, el padre de José Martí era valenciano, José de San Martín era hijo de un leonés, Mariano Moreno era hijo de un santanderino, Juan Bautista Alberdi hijo de un comerciante vasco… (Saralegui, 2021: 8-15). Como Manuel de Amat y Villegas, hijo del virrey del Perú, el catalán Manuel de Amat (1761-1776), quien, de vuelta de estudiar en España, se une entusiasta a la causa independentista, siendo uno de los firmantes del acta de independencia del Perú.29 Lo mismo ocurrió en México, donde el cura Miguel Hidalgo, padre de la revolución mexicana, era también hijo de españoles, y los hermanos Alejo y Diego García Conde, incluso, habían nacido en España.
Si la conquista la hicieron en realidad indígenas contra indígenas ayudados por un pequeño grupo de españoles, las independencias las hicieron mayormente españoles contra españoles ayudados por un pequeño grupo de mestizos e indígenas, más numerosos éstos entre los realistas. Así se ha señalado que, en las guerras de independencia, «los hombres apenas estaban motivados (…) por luchas personalistas por el poder, más que por cualquier interés sincero por el bienestar de la nación. Gritos demagógicos a favor de las autonomías locales no parecían sino máscaras del derecho a ejercer el saqueo local» (Howard, 1976: 76 y 77). Por tanto, presentan los ribetes de un conflicto psicológico no cerrado. Si Freud enseñó que «matar al padre» puede ser un rito de paso de la adolescencia a la madurez, en el caso de los «libertadores» su parricidio simbólico se convirtió en algo real y tangible que contagió el futuro de naciones enteras. Pues no sólo mataron al padre, sino también a la madre-patria, segando las raíces personales e históricas de generaciones enteras. Luego volveremos sobre estos aspectos psicológicos.
Todo eso podría haberse evitado. De hecho, el antihispanismo que se fragua en esos años no era evidente al principio. En el primer número del primer periódico insurgente El Despertado Americano (del 20 de diciembre de 1810), los insurgentes se presentaban ante los ingleses como «los verdaderos españoles», pues se oponían a Napoleón y sus secuaces mientras los «europeos establecidos en América» habían traicionado al rey y a la religión. 30 La hispanofobia empieza después, cuando los «revolucionarios» deciden presentar su acción rebelde como un «acto de liberación» frente al SIRH que ellos habían contribuido a construir, acudiendo para ello, algo hipócritamente, pues había muy pocos indígenas entre ellos, a la pretendida legitimidad originaria de los imperios dominantes sobre otros indios cuando llegaron los españoles: el Imperio azteca y el inca. A partir de ese momento se impone una ideología hispanófoba que considera que existe «un ethos español ominoso que, tras contaminar a los pueblos ibéricos, la Monarquía católica expandió forjando el mundo hispano».31 Como consecuencia, los «libertadores» y sus sucesores tendrán licencia para matar y hacer cualquier barrabasada, pues todo será culpa de ese ominoso ethos español.
El resultado de esta maniobra: mientras el SIRH reconoció a los indios derechos, nobleza, jerarquía, garantizando la tierra comunal y concediendo fueros, honores y privilegios, las nuevas repúblicas se los negaron en nombre de la «libertad, igualdad y fraternidad» (Núñez del Arco, 2016: 111).
3.2. ¿A quién benefició la ruptura del SIRH?
Cuando nos enfrentamos ante un problema complejo y enquistado, la solución suele ser volver al principio y preguntarnos por la causa de las causas: cui prodest? Desde hace algunos años se viene admitiendo que las guerras de independencia fueron más bien guerras civiles. El historiador mexicano Mauricio Tenorio, ya en 2010, o el historiador español Pérez Vejo consideran que se dan todos los componentes de este tipo de conflictos, con desgarro familiar incluido.32 Desde entonces se vive en el mundo hispano una distorsión cognitiva, como si aquella guerra no hubiera acabado, mientras curiosa y casualmente se ignoran los adversarios externos comunes.
Lo que representó la guerra de la independencia fue «una gigantesca victoria inglesa», tras su fallido intento de ocupar militarmente el Río de la Plata (1806 y 1807), logrando sus tres objetivos: dividir América en la mayor cantidad de Estados posibles (dieciséis repúblicas impotentes), conseguir que adoptaran el libre comercio (dominado por Inglaterra) como meros productores de materias primas y que los nuevos Estados se endeudaran con la banca inglesa (Gullo, 2021: 319 y 320). En el mismo sentido se muestra Julio C. González (2010) probando que la mayor parte de los libertadores (e. g. Bolívar y Miranda) actuaban, consciente o ingenuamente, bajo instrucciones y apoyo anglosajón.
José Domingo Díaz, famoso médico y periodista venezolano, en su obra Recuerdos sobre la Rebelión de Caracas (publicado originariamente en 1829 en Madrid) proclama lo siguiente:
Testigo ocular de la Revolución de Venezuela en casi todos sus acontecimientos; condiscípulo, amigo o conocido de sus execrables autores y de sus principales agentes, y él solo colocado en una posición capaz de haber penetrado sus fines y sus más ocultos designios, debo a mi soberano, al honor de la nación española, al bienestar del género humano, al interés de mi patria y al de mí mismo, recordar, reunir y publicar sucesos que comprueban la injusticia, el escándalo, la bajeza y la insensatez de aquella funesta rebelión, y que deberán servir algún día para su historia (Díaz, 2012: 3).
A Bolívar le llama tirano o sedicioso y considera que la revolución rompió una trayectoria de progreso: «Aquella provincia, la más feliz de todo el universo, había caminado en prosperidad desde su descubrimiento, cuando el comercio libre con los puertos habilitados de estos reinos, concedido por S. M. en 1778, aceleró su hermosa carrera» (Díaz, 2012: 3-4). Como dice P. Chaunu (1996: 91), «América latina logró su independencia a costa de su unidad» y Manuel Ugarte, socialista argentino, amigo de Rubén Darío y Unamuno, nos recuerda que el senador norteamericano Preston dijo en 1838: «La bandera estrellada flotará sobre toda la América latina, hasta Tierra de Fuego, único límite que admite la ambición de nuestra raza» (Ugarte, 1923: 7). Y sigue preguntándose que, si las trece colonias norteamericanas se hubieran declarado cada una independiente, en lugar de unirse y expandirse ¿sería los EE. UU. el país que es hoy? No, serían «naciones suicidas» (Ugarte, 1923: 14-15). Por su parte, el mexicano Vasconcelos (1948: 23) señalaba: «La raza que había soñado con el Imperio del mundo, los supuestos descendientes de la gloria romana, cayeron en la pueril satisfacción de crear nacioncitas y soberanías de principado, alentadas por almas que en cada cordillera veía un muro y no una cúspide».
Ese contexto recuerda, no por casualidad, a los doce años en que Cataluña quiso independizarse del rey español, Felipe IV (todavía austracista), para pasar a depender del rey centralista (borbón) francés. Aventura de la que Cataluña salió escaldada y que pone en cuestión que los problemas de su integración en España comenzaran con la llegada de los Borbones como resultado de la guerra de sucesión de 1705.33 Lo cierto es que, desde que la América hispana se independizó, ha estado inmersa en numerosos conflictos internos, guerras por fronteras antes inexistentes, golpes de Estado recurrentes, decadencia económica y social… Los nuevos dirigentes criollos tuvieron que optar por la salida más fácil: echar la culpa al pasado español de todos los desastres que ellos mismos provocaban o que surgían del propio proceso complejo de la independencia o de haber optado por un modelo franco-anglosajón que no se adaptaba a sus características… Era un recurso fácil y eficaz que se ha mantenido en el tiempo, presto a parar cualquier intento de hacer autocrítica o buscar otros posibles enemigos externos más al norte.
No obstante, aunque una mentira repetida mil veces pueda ser tenida por verdad, el relato criollo hace aguas por todos lados. La propia España había sido (cruelmente) invadida previamente en varias ocasiones y no añoraba el pasado celtibero, aunque haya motivos para elucubrar con un paraíso prerromano. La España que llega a América había tenido que hacer su propia reconquista durante casi ocho siglos, sin que ese hecho le llevara a buscar chivos expiatorios de sus problemas en los hechos del pasado (al menos hasta tiempos recientes); una actitud más propia de perdedores. Incluso cuando se habla de los primeros indios que trajo Colón (que fueron bautizados en el monasterio de la Virgen de Guadalupe en Extremadura), se olvida que el caudillo árabe Muza en el 713 llevó ante el califa en Damasco, en un duro año de recorrido a pie por tierras africanas, a un conjunto de nobles españoles y mujeres españolas junto con numeroso oro, plata, perlas, piedras preciosas y joyas, que, a diferencia de los anteriores, ya nunca volvieron.34
El error de diagnóstico se completó achacando la creciente decadencia económica y social a la (falsa) acusación de que en el sur no había llegado la «modernidad», lo que suponía entre otras cosas menospreciar el mestizaje, que era lo realmente moderno, mientras se encumbraban las tesis anglosajonas de la pureza de raza. Contra esta maldición histórica poco se podía hacer más allá de lamentarse de que «no nos hubieran conquistado los ingleses…», ignorando así que de haber arribado éstos a América los primeros la gran mayoría de los actuales ciudadanos de Hispanoamérica no habrían nacido, especialmente los indígenas y los mestizos. Ese discurso negativo, no por casualidad, encajaba con lo que deseaban oír los vecinos del norte. Pérez Vejo señala:
Esta hispanofobia fue convertida posteriormente en parte importante del discurso de construcción nacional americano, cargado, además, de un fuerte componente ideológico: la guerra no habría sido solo un enfrentamiento entre españoles y americanos sino también entre reacción y liberalismo, entre españoles reaccionarios partidarios del Antiguo Régimen y americanos liberales partidarios de la revolución. Esta imagen de lo español como parte del oscurantismo y la reacción va a seguir presente en el discurso público norteamericano prácticamente hasta nuestros días, en un proceso de gran relevancia histórica.35
Dicho planteamiento falaz borró cualquier rastro de memoria colectiva «positiva» que pudiera recordar que antes de la independencia existió un modelo político, económico y cultural que funcionaba, un caso de éxito y referencia potencial incluso para otras partes del planeta. De ahí que, en un principio, tanto José de San Martín como Simón Bolívar se plantearan mantener los virreinatos, que funcionaban de facto con gran autonomía o, en su caso, lograr una América hispana unida que pudiera competir con la amenaza del norte y el gran Brasil. ¿Por qué no se logró? Una pista: la guerra de la independencia llevó a la multiplicación de clanes y fronteras, mientras Estados Unidos y Brasil aprovecharon la ocasión para incrementar su respectivo territorio, en el caso del norte a través de una guerra muy cruenta con el ya independiente México.
En lugar de ese pasado próspero real y cercano, se optó por acudir a un supuesto paraíso prehispánico idealizado y lejano, aunque las nuevas naciones formalmente independientes, en realidad, fueran dominadas por minorías criollas y no por descendientes de incas y aztecas. Entre medio sólo podía oscuridad y barbarie, una imagen que a quien más ha perjudicado es a los ciudadanos hispanoamericanos, por ser sus más directos herederos y porque de esa manera se ha lastrado su futuro. Como ha destacado el profesor venezolano Carlos Leáñez:
No hemos desaparecido porque a los grandes poderes les ha resultado más rentable el tener dóciles Estados clientes que emprender una conquista física directa. Sin embargo, cuando lo han necesitado, no han vacilado en arrebatar o modificar nuestras tierras. Mencionemos solo las inmensas superficies arrancadas a México, la creación de Panamá, el estatus actual de Puerto Rico, las Malvinas, el Esequibo… Con claridad: fuimos arrojados de nuestra sólida casa grande —en la que vivíamos con toda la familia— a la intemperie de la dispersión. Donde dice «Guerra de Independencia» debe decir «Guerra de Secesión, Fragmentación y Dependencia».36
En definitiva, si el Imperio español hubiera sido tan malo, ¿cómo se explica que durara más de tres siglos?, ¿cómo aceptar que algunas de las tribus indias más conocidas (pastusos, mapuches, entre otros muchos) e incluso liberados negros (e. g. Tomás Boves) se pusieran de parte de la Corona en la guerra de la independencia? Los que dicen defender a los indígenas en realidad los desprecian. América no fue colonizada en 1492, sino a partir de 1830, primero por Inglaterra, luego por EE. UU., más tarde por la URSS y hoy por China. ¡Momento de reflexión!
5 El presidente Macron presentó el 20 de marzo de 2018 ante la Academia Francesa sus planes para desarrollar la Francophonie [https://www.lemonde.fr/afrique/article/2018/02/20/la-vocation-de-la-francophonie-est-essentiellement-geopolitique_5259749_3212.html]. Dentro de la Academia de Geopolítica de París, se ha hablado de la geopolítica de la Francophonie en el siglo xxi [http://www.academiedegeopolitiquedeparis.com/geopolitique-de-la-francophonie-le-tournant-du-21e-siecle/] (último acceso a ambos enlaces: 3 de marzo de 2019).
6 Saunders demostró que en plena Guerra Fría la CIA (con la colaboración de los servicios secretos británicos) no sólo publicó y tradujo a autores conocidos que seguían la línea preferida por los Estados Unidos, para hacer frente a la oferta cultural comunista, sino que patrocinó el arte abstracto para contrarrestar el arte con algún contenido social. Lo mismo o parecido hizo el KGB. No hemos podido encontrar datos actualizados, pero tal vez resulte significativo que la profesora Saunders, pocos años después de publicar su famoso e impactante libro en 1999 sobre La CIA y la guerra fría cultural, y dirigir algunos documentales sobre la materia para la BBC (e. g. sobre la relación de los servicios secretos con la expansión del arte abstracto), cambiaría de especialidad y no volvería a escribir sobre el tema, dedicándose a la literatura inglesa en el marco de la Royal Society of Literature de Londres.
7 No podemos entrar en el debate sobre la veracidad de las afirmaciones lacasianas e incluso sobre su estado mental, estudiado por Ramón Menéndez Pidal (2012) en El padre Las Casas: su doble personalidad.
8 Harm der Boer, profesor de la Universidad de Basilea, ha denunciado que la imagen que de Felipe II, el Ejército español y la Inquisición estuvo basada en una pura y simple falsificación. Cfr. conferencia impartida en Madrid el 13 de abril de 2015, organizada por la Academia de la Historia, con el título «La distorsión de la historia: la leyenda negra y la imagen del otro».
9 En el archivo de la Casa de Alba (ACA) se conservan entre 6500 y 7000 cartas recibidas por el tercer duque de Alba, entre las que encontramos saludos de cortesía para su esposa y familia, solicitud de favores que le dirigían y agradecimientos de los recibidos, peticiones de intercesión por un familiar o amigo, consejos, reflexiones y muchas alabanzas. Proceden de todo tipo de personajes, desde simples amigos hasta embajadores extranjeros.
10 El rey le mandó con un poder especial para juzgar y ejecutar a los participantes en la conspiración, incluidos los que pertenecían a la mismísima Orden del Toisón de Oro, que debían su estatus al propio rey español contra el que habían decidido rebelarse, dando así muestra de su naturaleza y carácter. El nombramiento y el poder especial anejo se conservan en el ACA, leg. 32, n.º 14, 1567.
11 Ver Marcelo Gullo, «El relato histórico negrolegendario en la batalla cultural», en Ibáñez y Pulido, 2023: 443-468.
12 Nuestras críticas al mundo franco-anglosajón no se dirigen a esos pueblos, donde cabe encontrar gentes excelentes, como en otros lares, sino a sus poderosas elites, que han practicado una estrategia muy singular, sibilina y constante a lo largo de la historia, perjudicando en ocasiones incluso a sus propios ciudadanos.
13 Los estudios más completos sobre la leyenda negra, en la primera mitad del siglo xx, son los de Juderías y Carbia, si bien este último considerara la obra de Juderías una más entre otras, ponderable pero incompleta para «captar en su cabal comprensión el repudio absoluto de la secular patraña», donde la suya encajaba precisamente para «llenar un vacío» (Carbia, 1944: 10).
14 Citado por Luis Español, «La Leyenda Negra. Una denuncia de Julián de Juderías», La Aventura de la Historia (enero de 2007), n.º 111, 58.
15 Uno de estos casos es el manual elaborado para el «curso de formación política» en las facultades universitarias como consecuencia del Decreto de 29 de marzo de 1944, siendo ministro de Educación José Ibáñez Martín, donde figura en su artículo quinto un epígrafe dedicado a lo «antiespañol en la Historia». Los profesores Luis de Sosa, Salvador Lissarrague y Andrés María Mateo definían la «leyenda negra» en Europa y en Hispanoamérica, y planteaban la necesidad de una «anti-leyenda negra», pues «mientras el mundo tenga la actual estructuración, la natural y la real, las naciones y la Patria exigen de sus hijos el esfuerzo de presagiarlas y lavar sus banderas afrentadas» (Sosa, Lissarrague y Mateo, 1945: 113-128, 145-162, 120). Como contraejemplo puedo citar mi propio caso. Nací en 1963, acudí a un colegio de agustinos; nunca oí hablar en clase de la leyenda negra.
16 Ángel Gómez Moreno, «El retraso cultural de España. Fortuna de una idea heredada», en Álvaro Adot Lerga et al. (2011), En los umbrales de España. La incorporación del Reino de Navarra a la monarquía hispana. XVIII Semana de estudios medievales (Estella), 440.
17 Harry describe, entre otras estratagemas, cómo distintos medios presuntamente independientes preparaban sistemática y cuidadosamente similares titulares, relativos a Meghan y a Kate (esposa de Guillermo), pero con contenidos opuestos para desacreditar a la primera sobre la base de datos falsos: ver el documental de Netflix Harry and Meghan.
18 Ricardo García Cárcel, «Elliott, el hispanismo británico y la leyenda negra» en García Hernán, 2010:265.
19 El título original del libro en italiano es Scorrettissimi. La cancel culture nella cultura americana.
20 Ver David M. Perry y Matthew Gabriele, «Viking Map of North America Identified as 20th Century Forgery», Smithsonian Magazine (27 de septiembre de 2021) [https://www.smithsonianmag.com/history/medieval-map-of-north-america-identified-as-20th-century-forgery-180978751/] (último acceso: 10 de enero de 2023).
21 Para evitar confusiones y potenciales falsas pretensiones de autorías, conviene aclarar que el neologismo «hipanobobos» lo planteé ya en 2016. En junio 2016 publiqué el libro La conjura silenciada contra España: La manipulación franco-anglosajona de nuestra historia y sus quintacolumnistas ingenuos (actualmente descatalogado), donde ya exponía ese concepto. En diciembre de 2016, ese neologismo es citado y definido en un artículo mío publicado en El Español bajo el título «Hispanófobos e hispanobobos» [https://www.elespanol.com/blog_del_suscriptor/opinion/20161202/175302471_7.html]. En junio de 2018 publico el libro La leyenda negra: Historia del odio a España, cuya parte segunda se titula expresamente «La propaganda interna antiespañola: los «hispanobobos», desarrollando aún más su contenido. El 30 de junio de 2018 aparece una reseña de Daniel Arjona en El Confidencial sobre dicho libro titulada: «Historia del odio a España: hispanófobos, hispanobobos y leyenda negra» [https://www.elconfidencial.com/cultura/2018-06-28/alberto-g-ibanez-leyenda-negra-odio-a-espana-entrevista_1584852/]. En octubre de 2020, publico el libro La guerra cultural: Los enemigos internos de España y Occidente, donde de nuevo utilizo el término. En enero de 2021, el periodista Marcos Ondarra, de El Español, me hace una entrevista sobre mi último libro destacando la frase: «Gil Ibáñez asegura que España corre el riesgo de desaparecer como nación si no planta cara a sus “enemigos internos”: separatistas e hispanobobos» [https://www.elespanol.com/espana/politica/20210125/guerra-cultural-espana-dicotomia-no-izquierda-derecha/553195641_0.html?utm_medium=Social&utm_campaign=Echobox&utm_source=Twitter#Echobox=1611566352]. Las ideas flotan en el viento y las musas las siembran en nuestras mentes, pero los términos nacen cuando se concretan y explican en un papel. No obstante, si hay un predecesor de la idea que está detrás debería citarse; como posible precursor, sería J. L. López Ibor y su libro El español y su complejo de inferioridad (1951), que difícilmente podría haberse referido a otro gentilicio.
22 Publicado el 11 de septiembre de 1911 en La Correspondencia de España (Azaña, 1966: 81-82).
23 Azaña (1980: 141) manifestó, por boca de su alter ego Garcés: «Hablan de que en ella interviene Cataluña no como provincia sino como nación. Como nación neutral, observan algunos. Hablan de la guerra en Iberia. ¿Iberia? ¿Eso qué es? Un antiguo país del Cáucaso (…) Cataluña ha sustraído una fuerza enorme a la resistencia contra los rebeldes y al empuje militar de la República».
24 W. A. Speck, Historia de Gran Bretaña, y P-W. J. Riley, The Union of England and Scotland, citados por S. Muñoz Machado, 2014: 31-34, 37.
25 Abril de 2010, la plataforma petrolífera Deepwater Horizon, perteneciente a la compañía británica BP, sufre un accidente. El mar está en calma en aguas del golfo de México y, a pesar de ello, casi 780.000 toneladas de crudo fueron liberadas a los ecosistemas caribeños ¡¡¡durante 87 días!!! Los efectos todavía se sienten hoy a veintidós kilómetros de distancia y a 1800 metros de profundidad. Nadie acusó de ello a la típica y abúlica flema británica, ni a su indolencia cultural, ni ningún británico achacó ninguna responsabilidad a su Gobierno; es más, de este caso ya nadie se acuerda ni lo recuerda (¿casualidad?). En 2011 se iniciaron estudios sobre los efectos en quienes limpiaron los restos de la fuga en el golfo de México; para ello se tomó como referencia el innovador trabajo científico hecho en España en 2003 con los marineros que recogieron el chapapote provocado por el desastre del Prestige. Definitivamente, el marketing político no rima con lo hispano.
26 Más curiosidades: el País Vasco no nace como tal hasta finales del siglo xix por una invención de Sabino Arana y ya en 1462, antes de los Reyes Católicos, los diputados del General o Generalidad de Cataluña se sublevaron contra su rey, Juan II, y proclamaron a Enrique IV de Castilla como su soberano, jurando «que sia feta perpetual unió e incorporació de aquest Principat ab lo Regne de Castella» (Marías, 2010: 138). Nada más y nada menos que «perpetua unión e incorporación».
27 Cfr. Núñez del Arco, 2016: 24, 31, 35, 271-363, donde da relación pormenorizada de los quiteños que pelearon en el bando realista.
28 Cfr. Núñez del Arco, 2016: 145-194, donde hace una detallada relación de puestos ocupados por criollos.
29 Miguel Héctor Fernández Carrión, Manuel de Amat y Villegas [https://dbe.rah.es/biografias/96240/manuel-de-amat-y-villegas].
30 Ver José María Ortega Sánchez, «AMLO y la fijación hispanofóbica», Cuadernos de pensamiento político (abril/junio de 2022), 98.
31 Ibid., 99.
32 Tomás Pérez Vejo (Cantabria, 1954) es profesor investigador del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) de México, donde dirige el proyecto de investigación Proyectos de Construcción Nacional en Iberoamérica. Cabe destacar sus libros: Elegía criolla. Una reinterpretación de las guerras de independencia hispanoamericanas (2010) y Repúblicas urbanas en una monarquía imperial. Imágenes de ciudades y orden político en la América virreinal (2018).
33 Poco después de la rebelión, en 1645, el obispo de Vic (¡de Vic!) escribía al rey español pidiendo que interviniera de inmediato para que impusiera «la justicia como en Castilla» y acabara con los fueros y abusos arbitrarios de los grupos poderosos. Son igualmente famosas las quejas del campesinado (los segadores) frente a los abusos de la Generalitat y las cortes catalanas: «les Corts»; en realidad, una deriva de las Cortes de León. Cuando finalmente Felipe IV decide entrar en Barcelona en 1652 y enfrentarse a la oligarquía catalana será recibido por masas empobrecidas y sangradas por sus señores al grito de «Viva la santa fe católica y el rey de España y muera el mal gobierno».
34 Esteban Aparicio Bausili, «Obra, época y vida del Rey Pelayo», Boletín Jovenallista (2022), n.º 21, 49-50.
35 Tomás Pérez Vejo, «La hispanofobia como elemento de movilización en las guerras de Independencias. ¿Un mito historiográfico», en Sánchez Cuervo y Velasco Gómez, 2012: 234-235.
36 Carlos Leáñez Aristimuño, «El des(en)cubrimiento de América -capítulo Venezuela-», El Nacional, Papel Literario, (9 de octubre de 2021), [https://www.elnacional.com/papel-literario/el-desencubrimiento-de-america-capitulo-venezuela/] (acceso el 10 de septiembre de 2022).