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Puede resultar muy útil, cuando leemos una novela en la que intervienen muchos personajes, contar con un índice onomástico de todos ellos y del papel que representan. En este sentido, suscribimos la advertencia de Whitehead (1916) según la cual, «una ciencia que olvida a sus fundadores está perdida» y creemos que remontarnos a los orígenes de un nuevo paradigma no solo nos ayuda a ubicar las ideas en su adecuado contexto histórico, sino que también pone de relieve las dificultades a las que nos enfrentamos. Lo que sigue es el resumen de algunos de los personajes, temas y conceptos relacionados con el apego de los que trata este libro.
Como muchos otros avances científicos y culturales, la teoría del apego ha sido el resultado de combinaciones muy diversas, en este caso, conceptualmente, entre la etología y el psicoanálisis y, a nivel profesional, entre John Bowlby y Mary Ainsworth. Pero no cabe la menor duda de que su padre fundador fue John Bowlby quien afirmó que: «Cuando, en 1956, comencé a escribir este libro, no tenía la menor idea de lo que estaba haciendo» (Bowlby, 1969: xi) y «lo que estaba haciendo» resultó ser un nuevo paradigma que tenía implicaciones en los ámbitos de la crianza y el desarrollo infantil, la psicología, la psiquiatría, la investigación de la relación parentofilial y la psicoterapia.
Las nuevas teorías científicas suelen ser el fruto de cambios de paradigma provocados por la incapacidad de las teorías existentes para explicar los hechos (Kuhn, 1977). La preocupación de Bowlby giraba en torno al vínculo parentofilial, al que consideraba fundamento de toda relación posterior. Él estaba insatisfecho con el modelo psicoanalítico dominante, según el cual, las relaciones son el resultado de la nutrición y/o la sexualidad infantil y contemplaba, como Ainsworth, con cierta indiferencia la visión conductual que reduce el amor maternal al fruto de una mera proximidad asociativa. Ninguno de esos enfoques explicaba, en su opinión, la importancia de las relaciones y el impulso a relacionarse (es decir, a sostener, identificarse, jugar, explorar y proporcionar seguridad) necesitaba, en su opinión, nuevas teorías y nueva investigación.
Su objetivo inicial era relativamente modesto. En el artículo «The influence of early environment in the development of neurosis and neurotic character» [«La influencia del entorno temprano en el desarrollo de la neurosis y el carácter neurótico»] (Bowlby, 1940), presentó a sus colegas psicoanalistas su experiencia en las UK Child Guidance Clinics esperando persuadirles con una sencilla analogía según la cual «tan importante es, para el analista, el estudio del entorno temprano como, para el jardinero, el estudio científico del suelo». (1940: 155).
Y es que, aun en los primeros estadios del desarrollo, Bowlby advirtió la gran importancia que tienen, para el bienestar del niño, las sutilezas del entorno emocional del hogar. Los traumas más evidentes se estudian en su artículo «Forty-four juvenile thieves: Their character and home-life» [«Cuarenta y cuatro ladrones juveniles: Carácter y vida familiar»] (Bowlby, 1944), un artículo en el que sugería la existencia de un vínculo entre delincuencia adolescente y la pérdida temprana de la madre (y que, dicho sea de paso, acabó conociéndose, entre sus colegas, como «Ali Bowlby y los cuarenta y cuatro ladrones»). Posteriormente desarrolló, en un artículo escrito en colaboración con Robertson (Bowlby & Roberson, 1952), el tema de la separación en el que estudiaron a niños que, debido a la tuberculosis, se habían visto obligados a ingresar en un hospital y permanecer largos periodos de tiempo separados de sus padres, un artículo en el que se subrayan las tres fases hoy en día familiares por las que atraviesa la respuesta emocional a una pérdida irreparable (negación, protesta y desesperación).
Los tres artículos clásicos que Bowlby publicó en el International Journal of Psychoanalysis (Bowlby, 1958, 1960 y 1961) constituyen el germen de una contribución que acabó dando origen a su conocida «trilogía» (Bowlby, 1969, 1973 y 1980). En Attachment, Bowlby propuso el vínculo del apego como fuerza motivadora básica cuyo objetivo primordial consiste en el mantenimiento de una proximidad física que permita al niño acceder, cuando se sienta amenazado, estresado o enfermo, a una «base segura». Separation presenta una nueva visión de los trastornos de ansiedad que experimentan niños y adultos como respuesta al trauma y/o a la frustración de aquellos y estos en recibir y proporcionar, respectivamente, la necesaria protección. También conceptualiza la función con la que cumplen el enfado y la violencia hacia uno mismo y los demás (ver también Bowlby, 1984) como expresión patológica de protestas sanas que forman parte de la respuesta normal a la separación. En Loss, Bowlby describió la pérdida como una separación irreversible llegando a expresar la afirmación, entonces heterodoxa, de que la intensidad del sufrimiento y el duelo experimentado por los niños no tiene nada que envidiar al de los adultos y esbozó un modelo del duelo y la depresión psicológica basado en el apego que resulta aplicable a todo el ciclo vital.
La trilogía de Bowlby sigue siendo el fundamento seguro de medio siglo de ciencia normal postparadigmática durante el cual se ha mantenido fiel a sus objetivos originales: abrir el psicoanálisis a la fertilización con otras disciplinas (como la etología y la cibernética); reconocer que los traumas y la privación son tan importantes como la fantasía, por ejemplo, para el desarrollo de una psicopatología y contribuir al establecimiento de un fundamento científico seguro para el arte de la psicoterapia.
Los gigantes intelectuales sobre los que Bowlby se apoyaba fueron Darwin (Bowlby, 1991) y Freud1. Su trabajo y experiencia como maestro de niños perturbados fue el vivero del que extrajo sus teorías posteriores (van Dijken et al., 1998). Y, en tanto que miembro, durante las décadas de los años treinta y cuarenta, de la British Psychoanalytic Society, se vio influido por Melanie Klein y sus seguidores, aunque solo fuese para tratar de convencerles de la necesidad de asumir un punto de vista más científico y aumentar la sensibilidad al entorno.
Su abertura mental le convirtió rápidamente en un entusiasta de las teorías etológicas de Konrad Lorenz, a quien conoció gracias a un borrador del libro King Solomon’s Ring (1961) que le envió el biólogo evolucionista Julian Huxley (Bretherton, 1962). Otro de los etólogos que influyeron en Bowlby fue Harry Harlow (1958), que demostró que los bebés mono preferían el consuelo y la seguridad proporcionados por una madre sustituta de alambre recubierta de felpa al hecho de alimentarse de un biberón de leche atado a una incómoda madre sustituta de alambre. La investigación realizada por Harlow en este sentido proporcionó a Bowlby el apoyo experimental que necesitaba para esbozar su teoría del apego que subrayaba la predominancia, como fundamento de las relaciones tempranas, del contacto cómodo sobre la reducción del impulso oral a alimentarse. Steven Suomi tomó el relevo de la investigación iniciada por Harlow y, después de cinco décadas de investigación con primates, ha acabado determinando la indiscutible importancia de la crianza temprana en la expresión de los genes, la regulación del estrés, el funcionamiento neuroendocrino y el desarrollo socioemocional (Suomi, 2016). Quizás la obra de Suomi haya sido, más que cualquier otra, la que proporcionó apoyo empírico a la premisa fundamental de Bowlby de la importancia del apego temprano y sus implicaciones evolutivas a largo plazo. El ornitólogo y posterior primatólogo Robert Hinde (Van der Horst, Van der Veer & van IJzendoorn, 2007) fue otro de sus colegas y mentores, con el que desarrolló el concepto darwiniano de «entorno de adaptación evolutiva», según el cual, el apego y el consiguiente efecto de protección ante los predadores confiere una ventaja selectiva al niño vulnerable.
Pero la más importante de todas sus relaciones profesionales fue la que mantuvo con Mary Ainsworth hasta el punto de que podemos considerar a la teoría del apego como el fruto de su relación que, sin sus habilidades y formación complementaria, difícilmente hubiese alcanzado la pujanza que hoy posee.
La vida está llena de incidentes felices. Mary Ainsworth era una psicóloga e investigadora estadounidense educada y formada como psicóloga e investigadora especializada en diagnóstico clínico y psicoterapia que había colaborado con Bruno Klopfer en lo que acabó convirtiéndose en un texto clásico sobre el test de Rorschach (Klopfer et al., 1954). En 1950 respondió a un anuncio puesto por John Bowlby en el Times Education Supplement de Londres e inmediatamente se vio contratada para participar en una investigación sobre separación maternal que se llevó a cabo en la Tavistock Clinic.
El ensayo autobiográfico de Ainsworth (1983) describe la reveladora transición que jalona su viaje intelectual. Inicialmente reticente ante las objeciones de Bowlby a la teoría de la motivación y su insistencia en la primacía de la relación de apego maternofilial, Ainsworth no tardó en verse convencida, como todo buen científico, por el peso abrumador de los hechos. En 1954 viajó a Uganda, donde estudió, en un entorno cotidiano, la relación existente entre las madres ganda y sus hijos (Ainsworth, 1967). Su revolucionario trabajo describía con detalle la evolución del sistema del apego que culminaba, en torno al primer año de vida, en un apego completamente desarrollado hacia la madre. Sus observaciones también subrayaban el importante papel desempeñado por la sensibilidad materna en la sensación de seguridad del niño y su interés por el mundo que le rodea.
En 1961, Ainsworth regresó a los Estados Unidos y empezó a trabajar en la Johns Hopkins University de Baltimore (Maryland). Partiendo de sus observaciones sobre los ganda, aunque en un entorno muy distinto, siguió a veintiséis niños y sus madres desde el momento del nacimiento hasta su primer cumpleaños, dando origen a su primera gran contribución, la técnica de la Situación Extraña (o SE) [SEP, de su acrónimo inglés Strange Situation Procedure], una herramienta destinada a evaluar la calidad del apego maternofilial (Ainsworth, Blehar, Waters & Wall, 1978).
Su meticulosa observación de la interacción entre niños y madres en el entorno familiar le permitió identificar la presencia, desde el momento mismo del nacimiento, de un complejo sistema conductual mediante el cual el niño comunica a su cuidador la necesidad de consuelo y seguridad. Ella identificó la presencia de diferencias individuales sistemáticas en la calidad del entorno de cuidado, especialmente en la sensibilidad de las madres y su respuesta a las necesidades de contacto y consuelo de su hijo. Posteriormente Ainsworth diseñó un protocolo de laboratorio ligeramente estresante que consiste en separar, durante unos tres minutos, a niños de un año de sus madres, permaneciendo primero con un extraño y luego solos (Ainsworth & Witting, 1965). En tanto que paradigma in vitro de la separación, la SE tenía la intención de reproducir las situaciones cotidianas de separación en las que el niño se queda momentáneamente solo o a cargo de un extraño.
Los resultados de la SE sirvieron para establecer los cimientos de una clasificación hoy en día familiar en tres grandes tipos de apego. El primero de esos grupos está formado por los niños que presentan un apego seguro, es decir, niños que, durante el primer año de vida, han recibido un cuidado sensible y cuidadoso y cuya madre les han proporcionado una base segura desde la que explorar y con la que, pasada la experiencia, vuelven a reunirse y no tardan en recibir el consuelo y la seguridad necesarios para aliviar el malestar y reducir las protestas. En segundo lugar, están los hijos de padres rechazantes –denominados por Ainsworth evasivos o desactivadores que, durante el reencuentro posterior, tienden a amortiguar sus respuestas emocionales–, que tienen dificultades en protestar y permanecen inhibidos cerca del cuidador y fuera del alcance de sus brazos. En tercero y último lugar está el grupo de niños ansioso/resistentes (o hiperactivados), es decir, niños cuyos cuidadores tienen respuestas inconsistentes que impiden que el niño, por más que se aferre a ellos, se tranquilice y retome, después del reencuentro, la actividad exploratoria. La conducta del niño durante la reunión posterior a la SE proporciona, pues, una información muy valiosa sobre la relación maternofilial y su historia (Ainsworth et al., 1978).
Este sencillo y elegante paradigma y la identificación de las tres pautas de apego de la muestra de Baltimore establecieron los cimientos de cuatro décadas de investigación sobre el apego. Ainsworth es la autora también de dos principios clave más de la teoría del apego: (a) la idea de que el cuidador proporciona al niño una base segura desde la que explorar y (b) el equilibrio entre apego y exploración, según el cual, el niño debe encontrar un camino intermedio entre la necesidad de seguridad y el deseo de explorar el mundo.
El desarrollo de Mary Ainsworth de la SE, su descubrimiento de la relación existente entre las tres grandes pautas del apego maternofilial y el establecimiento de los vínculos entre cuidador temprano y las diferencias individuales en la organización del apego establecieron el escenario para la investigación del apego tal como hoy la conocemos. El siguiente paso lo dio Alan Sroufe en el Institute of Child Development de la University of Minnesota, que aprendió la teoría del apego de su discípulo Everett Waters, que se había unido a él después de sus estudios de graduación con Ainsworth en la Johns Hopkins. Los resultados de esta colaboración (Sroufe, 1979 y Sroufe & Waters, 1977) acabaron cuestionando el conductismo prevalente entonces en el campo de la psicología, subrayando la coherencia de una historia individual derivada de la relación existente entre los procesos del desarrollo y el entorno.
Waters (1978) y sus colegas establecieron, basándose en su seguimiento de veinte años de una muestra de bajo riesgo, la validez y fiabilidad de la SE. Los resultados de esta investigación pusieron de relieve la existencia de una relación entre la seguridad del niño durante la SE y la persistencia, entusiasmo, cooperación y afecto positivo evidenciado durante la temprana infancia (Matas, Arend & Sroufe, 1978; Sroufe, 2005 y Waters, Wippman & Sroufe, 1978), al tiempo que proporcionaron la primera evidencia de que los efectos de la clasificación del apego en la adaptación y competencia no se circunscriben a la infancia. Brian Vaughn, otro discípulo de Sroufe, replicó el estudio de Waters de 1978 con una muestra de alto riesgo (Vaughn et al., 1979) y descubrió que, cuanto más inestable era el entorno del cuidador, mayor era probabilidad de que los niños hubiesen establecido un apego inseguro y que, ante la aparición de un cambio ambiental importante, cambiasen de una modalidad segura de apego a una modalidad insegura. Esta investigación resultó muy importante para identificar los riesgos para los niños que vivían en entornos desfavorecidos y de alto estrés. El estudio de Sroufe y Byron Egeland siguió a doscientas familias durante más de treinta años (Sroufe et al., 2005).
Son muchos los estudios (ver Grossman, Grossman & Waters, 2005) que han corroborado la validez predictiva de la clasificación del apego infantil. Globalmente considerados, estos estudios confirman el papel desempeñado por el apego en la organización y estabilidad de la personalidad al tiempo que proporcionan apoyo científico al énfasis analítico en la importancia de las relaciones tempranas para el desarrollo posterior (sea este sano o insano). También proporcionan un fuerte apoyo para el énfasis de Bowlby en el papel desempeñado por el entorno para favorecer u obstaculizar el desarrollo psicológico del niño y su impacto a largo plazo en la salud mental.
Bien podríamos decir que la temprana evolución de la teoría e investigación sobre el apego ha experimentado una serie de saltos cuánticos. Bowlby estableció la teoría fundacional, mientras que Ainsworth desarrolló los métodos observacionales y empíricos que sirvieron para confirmar la importancia del apego. Mary Main, discípula original de Ainsworth, abrió dos nuevos campos en la investigación del apego. En primer lugar, amplió la investigación de Ainsworth del apego maternofilial al del apego adulto pero, en lugar de centrarse en la conducta, lo hizo en los relatos de apego del adulto, llevando así su estudio al nivel de la representación (Main, Kaplan & Cassidy, 1985). Y, en segundo lugar, esbozó la existencia de una cuarta categoría de apego, el apego «desorganizado inseguro» (D). Estos dos descubrimientos transformaron radicalmente el paisaje del apego y tuvieron grandes implicaciones –que exploraremos en este libro– para la teoría y la práctica clínica.
Main emprendió un estudio longitudinal con un grupo de madres e hijos después de haber determinado el tipo de apego que, al año de edad, presentaba el niño. Y, en la medida en que avanzó, empezó a interesarse por las pautas de apego de los padres de los niños a los que estaba estudiando. Luego desarrolló, junto a sus discípulas Carol George y Nancy Kaplan, la Entrevista de Apego Adulto o EAA [en inglés EAA, acrónimo de Adult Attachment Interview] (George, Kaplan & Main, 1996), que administró a madres y padres cuando los niños del estudio tenían seis años. Como la SE, el objetivo de la EAA consistía en activar el sistema de apego de los sujetos (como algo opuesto a la mera descripción del pasado) solicitando a los padres que revivieran mentalmente su experiencia temprana con sus cuidadores. Desde el punto de vista del terapeuta, la EAA se asemeja a una entrevista de evaluación psicoterapéutica en la que se describen, evocan afectivamente y exploran las experiencias infantiles significativas, incluidas las pérdidas y los traumas tempranos.
Main identificó, en esos relatos adultos de experiencias de la temprana infancia, pautas sistemáticas relacionadas con el apego comparables a las pautas conductuales de los niños estudiados por Ainsworth. Los adultos categorizados como seguramente apegados se referían a sus experiencias de apego tempranas de un modo coherente y afectivamente equilibrado pese a los traumas y dificultades infantiles, mientras que los adultos considerados inseguros exhibían, por el contrario, un amplio abanico de defensas contra la expresión de los anhelos y decepciones infantiles y sus relatos eran, en consecuencia, vagos, contradictorios, incoherentes o entrecortados. Main identificó la presencia de dos tipos de estados mentales notablemente inseguros con respecto al apego, el estilo despectivo (que minimiza y enajena el impacto de las experiencias tempranas y genera relatos discontinuos, contradictorios y despojados de toda emoción) y el estilo preocupado (que infravalora la autonomía e intensifica las emociones y los efectos de las experiencias tempranas, lo que se pone de manifiesto en la cualidad caótica, incoherente y emocionalmente desbordante de sus relatos).
El establecimiento de las categorías de apego adultas permitió a Main y sus colegas estudiar la relación existente entre las clasificaciones de apego del niño y las del cuidador poniendo de relieve una gran correspondencia. Este estudio resultó muy revelador porque evidenció una elevada correlación entre los niños que, al año, habían sido juzgado seguros, evasivos (o evitativos) y resistentes (o ansiosamente apegados) y las madres de apego seguras, las madres que desdeñan el impacto de las experiencias de apego tempranas y las madres caracterizadas por estados mentales preocupados, respectivamente.
Main descubrió, en los relatos de apego adultos, pautas que reflejaban diferentes modelos operativos internos (MOI) del apego [en inglés IWM, acrónimo de Internal Working Models]. Esta fue la expresión con la que Bowlby se refería a la representación del yo con respecto a los demás que configura la vida emocional de la persona. Según Main, la pauta lingüística evidenciada por la EAA revelaba modelos representacionales derivados de las experiencias acumuladas y recurrentes de las interacciones yo-otro de la vida real de la persona (especialmente de la interacción existente entre buscador de cuidado y cuidador). Los MOI son bastante distintos de las «representaciones de objeto internalizadas» de las que habla la teoría de las relaciones objetales, en el sentido de que no dependen tanto de las relaciones y de la experiencia real del niño como de sus fantasías inconscientes. La idea de Bowlby de los MOI se deriva de la noción seminal de mapa mental que, según el psicólogo Kenneth Craik (1943), utilizan los animales para moverse y relacionarse con su entorno físico y social. Pero los MOI son descriptivamente inconscientes (es decir, que se hallan fuera de la conciencia por razones ajenas a la represión), en el sentido de que no determinan el modo en que nos relacionamos con los demás ni las creencias subyacentes que configuran esas interacciones. Los MOI pueden formularse en términos de comentarios que uno se hace a sí mismo (como «¿Es fiable esta persona?», «¿Me prestará atención cuando la necesite?», etcétera).
Patricia Crittenden, discípula de Ainsworth, señaló un aspecto de los MOI que resulta muy relevante para la psicoterapia:
Los modelos de representaciones interiores se postulan para ayudar al individuo de dos maneras diferentes. En primer lugar, se trata de modelos que pueden ayudar a la persona a interpretar el significado de la conducta ajena y hacer predicciones sobre su conducta futura. En este sentido, existen modelos «abiertos» (es decir, modelos que permanecen expuestos a nuevas interpretaciones y predicciones) y modelos «cerrados» (es decir, modelos que interpretan todas las conductas en términos del modelo existente). En segundo lugar, estos modelos facilitan la organización de la respuesta. Por su parte, los modelos «operativos» posibilitan la manipulación cognitiva de las respuestas, mientras que los modelos «no operativos» no permiten la exploración cognitiva de las alternativas conductuales. La capacidad de respuesta del modelo a la nueva información y la capacidad del individuo para utilizarlo y organizar respuestas son elementos muy relevantes de la adaptabilidad del modelo. (1990: 265)
Los MOI constituyen el fundamento de las transferencias que el psicoterapeuta suele interpretar y aportar al discurso terapéutico. De este modo, la psicoterapia contribuye a abrir los «modelos cerrados» y a poner en marcha los «no operativos», permitiendo que la persona empiece a aprender de la experiencia y descubra nuevas formas de entenderse a sí mismo, a los demás y al mundo.
La segunda gran contribución de Main, hecha con la ayuda de su discípula Judith Solomon2 (Main & Solomon, 1990), consistió en la identificación de un tercer tipo de apego inseguro, el tipo «inseguro/desorganizado» (D). Este descubrimiento fue el resultado de la observación de que el sistema SE no servía para clasificar una pequeña parte de los niños de su muestra. Este era un grupo que mostraba, durante la fase de separación y posterior reunión de la SE, algunas de las siguientes conductas: posturas o conductas raras (como «colapso» físico), aprehensión, movimientos estereotipados, conductas contradictorias, expresiones semejantes al trance, paralización, desorientación y/o movimientos repetitivos de manos y cabeza.
Main y sus colegas advirtieron que los miembros de este grupo alternaban entre la búsqueda de proximidad y la evitación de un modo que sugería que tenían miedo a sus cuidadores. Entonces fue cuando Main y Hesse (1990) esbozaron la hipótesis de que, como resultado de sus propias pérdidas o traumas sin resolver, los cuidadores de los niños desorganizados asustaban a sus hijos o se veían asustados por ellos. Esos niños se ven obligados a enfrentarse a la insuperable paradoja de que el cuidador sea simultáneamente «la fuente de su alarma y su posible solución» (1990: 163). Los estudios de seguimiento realizados al respecto han puesto de relieve que el tipo D es la pauta prevalente, a los seis años, de los individuos pertenecientes a los grupos de alto riesgo, con conductas «controladoras/punitivas» o «controladoras/cuidadoras» (Main & Cassidy, 1988) y de psicopatología en la infancia, la adolescencia y el comienzo de la madurez (Carson, 1998; Lyons-Ruth & Jacobvitz, 2016 y van Ijzendorn & Bakermans-Kranenburg, 2009). Schuengel, Bakermans-Kranenburg y van Ijzdendorn (1999) proporcionaron apoyo metaanalítico a los vínculos existentes entre la conducta maternal aterradora y el apego desorganizado, un resultado que Lyons-Ruth y sus colegas expandieron luego a un abanico de conductas atípicas de cuidado maternal (que incluía, aunque no se limitaba, a la conducta asustada/asustadora) que predice la desorganización infantil, abriendo así el camino a la posible emergencia del apego desorganizado (Lyons-Ruth, Bronfman & Parsons, 1999). (Estos son temas a los que volveremos en el Capítulo 10.)
La observación del papel fundamental desempeñado, en la desorganización infantil, por el miedo al cuidador, llevó a Hesse y Main (2000) a agregar una cuarta categoría sin resolver (SR) [en inglés U, acrónimo de Unresolved] a la EAA en la que los efectos del trauma o la pérdida parental se manifiestan en forma de lapsos en la fluencia narrativa y el control metacognitivo (es decir, en problemas en la capacidad de reflexionar sobre el propio proceso de pensamiento) y en la desorientación espaciotemporal. Lyons-Ruth vinculó luego una serie de alteraciones en la fluencia narrativa y en la voz a «un estado mental de desintegración general» puestos de relieve por la EAA como estados mentales temeroso/hostil (TH) [(H/I), de su acrónimo inglés Hostile/Helpless] más predictivos todavía que la desorganización SR (Lyons-Ruth et al., 2005). Clínicamente hablando, las manifestaciones en la narrativa de los tipos SR y TH son muy significativas.
El modelo dinámico-maduracional del apego postulado por Crittenden (Crittenden, 2006) reformula las categorías de Ainsworth y Main como estrategias autoprotectoras aprendidas en la interacción con los cuidadores en el contexto de diferencias biológicas individuales y de maduración. Como Main, ella advirtió que hay algunos niños que no pueden ser clasificados utilizando el sistema de clasificación inseguro organizado. En lugar de D, Crittenden propuso entonces la existencia de una cuarta categoría, el tipo evasivo/resistente combinado. En este sentido, el modelo circunflejo de Crittenden genera un abanico de subtipos de apego que aspira a capturar las diferencias individuales (en las que obviamente reside el principal interés de los psicoterapeutas).
A comienzos del siglo XXI entró en escena un nuevo concepto del apego, la mentalización. Fruto del revolucionario trabajo de Peter Fonagy, Miriam y Howard Steele y Mary Target, la mentalización implica, en dos sentidos diferentes, un nuevo salto hacia delante. En primer lugar, echa luz sobre algunos de los mecanismos subyacentes a la transmisión intergeneracional del apego y proporciona, en segundo lugar, un enfoque clínico a la teoría del apego que ha demostrado ser útil para entender las raíces tempranas de la psicopatología grave para su uso como guía del tratamiento (cf. Allen, 2012a).
Fonagy, Steele y Steele (1991) empezaron interesándose en examinar el tipo de relación existente entre clasificación prenatal del apego parental y el apego posterior del niño. Entonces fue cuando advirtieron que el adulto identificado seguro por la EAA era capaz de apreciar y reflexionar sobre los estados mentales (pensamientos, sentimientos e intenciones) asociados a sus experiencias y relaciones tempranas. Esto era algo que contrastaba con lo que ocurría con sus pares inseguros, que tenían dificultades en imaginar lo que pasaba por su mente y por la mente de sus padres. Estas ideas expandieron el trabajo de Main sobre la metacognición y desembocaron en el establecimiento de un código EAA de «función autorreflexiva», que luego se resumió como «funcionamiento reflexivo» (FR) (Fonagy et al., 1998) y que acabó dando origen al concepto más general de «mentalización».
La mentalización se refiere al proceso que nos permite dar significado al mundo interpersonal y FR representa la mentalización en acción. Fonagy y sus colegas descubrieron que el proceso metarrepresentacional mediante el cual los padres que van a tener un hijo reflexionan sobre su experiencia psíquica o sobre la experiencia de otra persona sirve para predecir el estilo de apego posterior de sus hijos (Fonagy et al., 1995). Es importante señalar también su descubrimiento de que, en presencia de un elevado FR, los padres evolutivamente deprivados tenían, aun hallándose sometidos a un elevado estrés, hijos que, al año de edad, mostraban una modalidad de apego segura, cosa que no ocurría con padres similarmente traumatizados que presentaban un bajo FR (Fonagy et al., 1995). Otros estudios han descubierto la menor probabilidad de que, comparados con sus pares menos reflexivos, los adultos con buenas capacidades reflexivas desarrollen, como consecuencia de algún trauma infantil, algún trastorno límite de la personalidad. El apego seguro durante la infancia proporciona el contexto para un yo reflexivo y una teoría de la mente (Fonagy & Target, 1996 y 1997) que aumenta, a su vez, la resiliencia posterior debido, en parte, a capacidades de mentalización íntimamente ligadas a la agencia3*, un componente esencial del bienestar psicológico (ver Capítulo 8). El descubrimiento de los efectos protectores del FR pone claramente de relieve la importancia de la psicoterapia en la mejora de las habilidades de mentalización.
Fonagy et al. (2000) han subrayado el deterioro de la capacidad de mentalización en niños que se han visto sometidos a maltrato infantil. Estos niños se ven expuestos al doble impacto de un cuidador-maltratador refractario o incapaz, por definición, a mentalizar el efecto del descuido y/o del abuso que no solo provoca, sino que también se muestra incapaz de alimentar la habilidad mentalizadora que podría ayudar al niño a evitar el efecto del maltrato y dar sentido a su experiencia.
Explícita en la obra de Fonagy y sus colegas está la idea de que la capacidad del padre para dar sentido a la mente del niño es un elemento fundamental de la sensibilidad parental y sugiere un mecanismo para la transmisión intergeneracional del apego. Esto llevó a los investigadores a estudiar el modo en que los padres piensan en sus hijos examinando el modo en que hablan con ellos (Meins et al., 2001) o el modo en que hablan de ellos (Grienenberger, Kelly & Slade, 2005; Oppenheim & Koren-Karie, 2013; Slade, 2005 y Slade, Grienenberger, et al., 2005). Es considerable la diferencia existente en la capacidad de los padres de ver a sus hijos como seres sensibles con proyectos, deseos y afectos propios y su capacidad para identificar, cuando hablan de la relación con su hijo, sus propios estados mentales, una diferencia que influye poderosamente en la seguridad del apego infantil y su historia posterior de apego.
Las formulaciones de Ainsworth diferenciaron, desde el comienzo, la capacidad de las madres para responder a las señales de su hijo y la adecuación de esa respuesta, una distinción que los investigadores posteriores parecen haber olvidado. La adecuación implica, por parte del cuidador, un par de habilidades: la capacidad de interpretar lo que su hijo puede estar pensando (es decir, la mentalización) y la capacidad de calibrar y emitir, a la luz de esa interpretación, su propia respuesta. Esto va más allá de la noción de Main (1995) de estilo de discurso parental «fluido-autónomo» y se adentra en un modelo de parentaje sensible más interactivo en el que las acciones y reacciones del niño y del cuidador se explican unas a otras. Esto es algo muy relevante para la psicoterapia, en donde el resultado puede depender de la adecuación de la intervención del terapeuta, es decir, de la forma de sus intervenciones, de su contenido concreto y de su fundamento teórico.
Fonagy y sus colaboradores han afirmado recientemente que el objetivo psicosocial del apego seguro consiste en establecer, en el niño, un estado de confianza epistémica (Fonagy & Allison, 2014). Esto implica la creación, por parte del cuidador, de un entorno en el que el niño se sienta lo suficientemente aceptado como para estar seguro de que la relación no se basa tanto en la explotación como en la confianza y el apoyo. Este fundamento permite que el niño absorba las habilidades cognitivas y emocionales necesarias para florecer en el contexto social en el que se encuentra, especialmente para aprender de su experiencia y de la experiencia ajena. La desconfianza epistémica es el fruto de un apego inseguro y desorganizado que pone en peligro este proceso y desemboca en estrategias inútiles de lobo solitario que llevan a reinventar la rueda o a la imitación o el sometimiento a modelos inadecuados (cf. Laland, 2017). Y es que, por más que afirmen basarse en la evidencia, las técnicas psicoterapéuticas no son eficaces hasta que no se basan en un tipo de apego seguro que posibilita el restablecimiento de la confianza epistémica.
Terminaremos este capítulo reproduciendo, a modo de advertencia de lo que nos aguarda, la muy citada invocación de Bowlby según la cual, la terapia debe proporcionar
… al paciente un fundamento seguro desde el que pueda explorar las facetas felices y dolorosas de su vida pasada y presente, muchas de los cuales resultan difíciles o hasta imposibles de pensar y reconsiderar en ausencia de una compañía en la que pueda confiar que le proporcione el necesario apoyo, aliento, simpatía y, en ocasiones, guía. (1988: 138)
Hay que advertir el uso característicamente negativo que hace Bowlby describiendo las dificultades y hasta la imposibilidad, en ausencia de un acompañamiento en el que pueda confiar, en lugar de asumir una visión más positiva y centrarse en lo que ocurriría en el caso de contar con tal compañía. Nuestro objetivo en este libro consiste, con la colaboración y bendición de nuestros lectores, en transformar lo negativo en positivo.
• John Bowlby estableció el fundamento observacional y teórico de la teoría del apego. Su opus magnum lo compone la trilogía Attachment, Separation y Loss.
• Mary Ainsworth es la cofundadora de la teoría y la investigación sobre el apego. Su técnica de la Situación Extraña (SE) sigue empleándose para clasificar los tipos de apego de los niños como seguro, inseguro organizado (desactivado e hiperactivado) y desorganizado. Ella también señaló la importancia de la sensibilidad parental y de la adecuación de las respuestas como determinantes clave del apego seguro y subrayó la relación existente entre el apego seguro y la exploración fiable desde una base segura.
• Los estudios de seguimiento del apego infantil se vieron iniciados por Alan Sroufe y Everett Waters.
• Mary Main llevó el estudio del apego al nivel de la representación desarrollando la Entrevista del Apego Adulto (EAA). El análisis de las pautas narrativas utilizadas por los padres para describir su propia infancia condujo a una clasificación del estatus del apego como seguro-autónomo, despectivo y preocupado. Ella también identificó un tercer tipo de apego inseguro en los niños: el apego desorganizado (D), cuyo análogo EAA es sin resolver (SR).
• Main consideró al tipo D como el resultado de un dilema entre la aproximación y la evitación que lleva al niño a acercarse a un cuidador que es la fuente misma de la amenaza que dispara la dinámica del apego. Este es un punto que Lyons-Ruth expandió a la idea de cuidadores temeroso-hostiles (TH) que asustan o se ven asustados por el malestar de sus hijos.
• Peter Fonagy, Howard y Miriam Steele y Mary Target desarrollaron los conceptos de funcionamiento reflexivo (FR) y de mentalización presentes en los padres de niños seguros que son capaces de ver a sus hijos como seres sensibles con motivos, proyectos y experiencias propias. Y es que, pese a las adversidades, las madres mentalizadoras pueden transmitir seguridad a su descendencia. Entre otras funciones importantes, la psicoterapia incluye la necesidad de establecer una relación segura, inspirar confianza epistémica y mejorar las habilidades de mentalización.
1. Newton: «Si veo tan lejos es porque voy subido a hombros de gigantes».
2. Adviértase la transmisión intergeneracional del apego de Bowlby y Ainsworth a sus discípulos (Bretherton, Cassidy, Crittenden, Kobak, Lieberman, Maine y Waters) y a sus propios colegas y discípulos.
3* Expresión que, en el ámbito de las ciencias sociales, se refiere a la capacidad de un agente (persona o entidad) para actuar en el mundo. (N. del T.)