CAPÍTULO I

El Uruguay durante la Revolución de las Lanzas

«Ahora bien: en medio siglo de vida independiente que lleva la República, no se ha gozado tal vez de dos lustros de paz: ¡y de qué paz! Llena de recelos, agitada, enferma, y lo que es más, no continuada sino por cortos intervalos de algunos meses, o de uno o dos años.

[…].

Así, pues, en cuarenta y cinco años, dieciocho revoluciones! Bien puede decirse, sin exageración, que la guerra es el estado normal en la República.»

José Pedro Varela (1)

1. Un país convulso y violento

Después del luctuoso miércoles 19 de febrero de 1868, tórrido día que fue recordado como «nuestro Miércoles Negro», (2) marcado por revueltas y escaladas de violencia que desde Montevideo se proyectaron por todo el territorio nacional cobrándose, entre otras, las vidas del expresidente constitucional Bernardo Prudencio Berro y del ex gobernador provisorio Venancio Flores, y mientras una mortífera epidemia de cólera no hacía distinción de personas ni de clases, el Estado o la República Oriental del Uruguay intentaba recuperar cierta calma institucional a través de la elección de un nuevo mandatario, el 1.o de marzo de ese mismo año.

No sería fácil volver a la tranquilidad. Los ánimos y las pasiones partidarias estaban a flor de piel. Este período efervescente, «el más convulso y trágico de nuestra historia es, ante todo, la lucha de los bandos tradicionales, disputándose el poder en medio de violencias terribles, que exacerban hasta el crimen los odios enconados… ¡Venganza!, es la palabra de orden; la amenaza está pendiente, se respira rencor. La pasión gaucha se contagia a los hombres de la ciudad, los arrastra, los envuelve a excesos irracionales». (3)

Si bien Uruguay poseía en la Constitución de 1830 una carta fundamental «tan liberal como la de los Estados Unidos», (4) todavía era difícil afirmar la veleidosa probidad de los hombres con su freno. (5) No obstante, en la época que consideramos nuestro país intentaba formarse una legislación propia, destacándose como logros de esos años el Código de Comercio y el Código Civil, (6) ambos promulgados durante el llamado «gobierno provisorio» del general Venancio Flores. (7) No obstante, en ese entonces todavía no se había aprobado una legislación nacional penal ni procesal penal, por lo que en defecto se aplicaba la antigua normativa de los tiempos de la colonia, proveniente de España. (8)

En realidad, la violencia en general, no solo la política, atravesaba la sociedad uruguaya de entonces; basta leer las crónicas rojas de los periódicos de la época para corroborarlo.

En materia de lo que hoy llamamos seguridad ciudadana, en las ciudades y especialmente en Montevideo, los crímenes sangrientos y los asesinatos estaban a la orden del día. Las crónicas de la prensa solían depararles escasos renglones, dado que formaban parte de una cotidianeidad a la que todos estaban acostumbrados. Las calles capitalinas eran muy peligrosas por las noches, y era habitual andar armado por las dudas. La enorme mayoría de los delitos, con cierta excepción de los confesos o en los que sus autores se entregaban espontáneamente, y de aquellos cuyos partícipes eran detenidos en la escena o en las inmediaciones del lugar del hecho, quedaban irresueltos. La Policía carecía de recursos para investigarlos a todos. Los únicos medios detectivescos con los que contaban los efectivos policiales, si no se podía atrapar a los malhechores in fraganti, eran el auxilio de soplones, las declaraciones de testigos y, fundamentalmente, las confesiones de los sospechosos que solían obtenerse, cuando no eran espontáneas, mediante técnicas de presión psicológica, de apremios físicos y tortura.

El gobierno central de Montevideo aún no lograba afirmar su presencia y autoridad en el interior del país, donde en los hechos el poder local estaba en manos de los caudillos regionales, quienes se manejaban según su ley y voluntad. Controlar el interior profundo del Uruguay era sumamente difícil dada la baja densidad de población, la carencia de adecuados medios de transporte y comunicación, y la escasez de recursos destinados a la labor de los funcionarios encargados de mantener el orden allí, que terminaban dependiendo casi por completo de la buena voluntad del caudillo local o del jefe político designado por el gobierno. Los límites de las propiedades y de las fronteras administrativas no eran muy respetados, y la presencia brasileña, especialmente en el norte, no tenía mayor contralor. El robo de ganado, el contrabando, por supuesto la violencia, el ocio generador de vicios en el proletariado rural al que la tierra, el campo y el alcohol le bastaban para tener lo necesario al disfrute de aire libre y carne gorda, la escasez de mano de trabajo idónea, el autoritarismo cuasifeudal de los terratenientes y la carencia de medios estatales eran el sino de una campaña salvaje, de la patria criolla bárbara; una representación de la antítesis que detestaban las élites urbanas civilizadas y europeizadas, siempre preocupadas por imponer el progreso.

Afectado por tanta violencia e incertidumbre, para que el Uruguay pudiera desarrollarse necesitaba consolidar un orden.

La situación económico-financiera de nuestro país tampoco era sencilla entonces. Tras cierta prosperidad inicial que trajo la guerra del Paraguay (1864-1870) entre 1865 y 1867 (a principios de 1867 se inauguró un nuevo local de la Bolsa de Comercio en Montevideo), por 1868 Uruguay había caído en una crisis importante; el sistema bancario y la circulación de papel moneda libre de curso forzoso no funcionaban bien, entre las pujas de sus partidarios (cursistas) y los favorables a la conversión en oro (oristas). (9) El país había quedado fuertemente endeudado de la guerra del Paraguay, aunque como saldo positivo había consolidado en ese conflicto un ejército más profesional, mejor armado, con mayor espíritu de cuerpo y experiencia.

A pesar de todo no se frenarían los esfuerzos, fundamentalmente encarados por privados, de progreso y de iniciativa. Los comerciantes habían acrecentado su poderío económico y empezaban a exigir «paz interna y gobierno fuerte», a la par que habían comenzado a llegar fuertes inversiones extranjeras, como bancos y la empresa Liebig en Fray Bentos; incrementándose también la construcción de líneas férreas y la instalación de líneas telegráficas. (10) El espíritu de emprendimiento había comenzado también a impulsar la explotación agraria, y fue en este período que aumentó la producción de carnes y especialmente de lanas, lo que alentó el esfuerzo privado en el mejoramiento de los bovinos y ovinos. Paradójicamente, la depresión económica y el tumultuoso clima político de esa época estimularon «el afán por desarrollar el campo y salir del marasmo económico en que se encontraba, y ello sólo podía hacerse mejorando la producción, es decir, mestizando, y para mestizar, el alambramiento era imprescindible», (11) aunque todavía debería esperarse a 1875 para que este se generalizara. Un hito importante significó la unión de estancieros progresistas para fundar la Asociación Rural del Uruguay el 3 de octubre de 1871, en la Bolsa de Comercio de Montevideo y a iniciativa del hacendado vasco-español Domingo Ordoñana, con el objetivo de promover la actividad ganadera y de velar por sus intereses.

La inmigración desde Europa continuaba. Hacia la década de 1860 la que procedía de Italia se incrementó hasta volverse mayoritaria; llegaba desde una península superpoblada y empobrecida, de acuerdo a un flujo que dependía también del proceso de unificación que estaba viviendo dicho territorio. Pero ya no se trataba de jornaleros y agricultores, sino que se introdujo un contingente variopinto de exiliados políticos, pequeños obreros y artesanos, y un importante número de desocupados y de marginales sin trabajo ni oficio, aunque estos últimos en general constituían un proletariado pacífico. «La inmigración macarrónica que se insinúa desde entonces, es señalada por el acceso de milicias licenciadas, artesanos sin trabajo, publicistas liberales y emigrados carbonarios, seguidos de aquella corte famélica de músicos ambulantes, limpiabotas, ciegos, inválidos y mendigos… Es notorio el contraste con la precedente inmigración italiana, la de las postrimerías de la Guerra Grande [1839-1852], que proliferó en las pequeñas huertas de las afueras de Montevideo o fecundó las colonias agrícolas del Rosario». (12)

La población del Uruguay, de 221.248 habitantes en 1860, de los cuales 144.193 eran orientales y 77.055 extranjeros, se duplica entre 1870 y 1872. Adolfo Vaillant calcula que por entonces el Uruguay tenía 54.478 habitantes. Juan Antonio Oddone estima que 102.968 de ellos eran extranjeros. Entre 1867 y 1870 habían pasado por el país 93.743 inmigrantes, aunque se calculaba que entre esos años solo la cuarta parte se quedaba y no seguía para otros destinos, advirtiéndose que la mayor concentración inmigratoria se asentaba en Montevideo. (13)

En 1868, el general Lorenzo Batlle fue designado para regir los destinos del país. Es necesario precisar que en el siglo XIX el presidente de la República no era elegido directamente por el pueblo, sino por la Asamblea General (Poder Legislativo), conforme a los artículos 72 y 73 de la entonces vigente Constitución de 1830. Su nombramiento no fue fácil puesto que, según nuestra Historia vernácula, su candidatura se postuló a último momento, y su nombre se impuso apenas por un voto al de su contendiente, José Gregorio Suárez (conocido como el Goyo Jeta por su boca y labios grandes); aunque en realidad los registros demuestran que la elección del general Lorenzo Batlle se verificó por la unanimidad de la Asamblea General. (14)

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El general Lorenzo Batlle, presidente del Uruguay 1868-1872

(Archivo de la Imagen y la Palabra - Sodre).

Se trató de «elecciones hegemonizadas por el Partido Colorado», porque los miembros de la Asamblea General instalada el 15 de febrero de 1868, quienes debían elegir al próximo presidente de la República, (15) provenían de listas que en su momento habían tenido la bendición del general Venancio Flores, dado que en los comicios de noviembre de 1867 el Partido Blanco o Nacional se había abstenido de participar, (16) despojado del poder violentamente tras la llamada «cruzada libertadora» liderada por Flores (19 de abril de 1863 al 20 de febrero de 1865). Los partidos tradicionales se encontraban muy enemistados entre sí, habiéndose agudizado la grieta luego del 19 de febrero de 1868, y no ocultaban su mutua hostilidad. (17) El Partido Colorado controlaba las riendas del gobierno, mientras que desde 1865 los blancos se hallaban expulsados de este ámbito. En el esquema político de esos tiempos la Presidencia, el Poder Legislativo, el Poder Judicial, la Administración Pública, el Ejército, las Jefaturas Políticas y las Juntas Económico-Administrativas —en suma, todo el andamiaje del poder— eran virtualmente colorados. Este modelo partidócrata y monopólico, que en la práctica identificaba al gobierno con el Partido Colorado, prevaleció en las últimas décadas del Uruguay del siglo XIX, (18) y podríamos decir que así se mantuvo hasta el 1.o de marzo de 1919, cuando entró en vigencia la Constitución uruguaya de 1917.

Al asumir Lorenzo Batlle como presidente de la República Oriental del Uruguay mediante el voto de la Asamblea General, dirigió un manifiesto «á sus conciudadanos» el mismo día de su asunción, el 1.o de marzo de 1868, prometiendo que:

Hombre de principios, soldado de la gloriosa defensa de Montevideo, no me apartaré del estricto cumplimiento de la ley.

Propenderé a la unión del partido colorado, gobernando con los hombres más dignos de ese partido, sin exclusiones de matices y sin exijir otra cosa para los cargos públicos que el patriotismo, la capacidad, la honradez.

Trataré de mejorar, en cuanto sea posible todos los ramos de la administración, mi primer cuidado será garantir la vida y la propiedad en todos los ámbitos de la República, siendo inflexible con cualquier abuso que se cometa; hacer que la ley sea igual para todos, blancos y colorados, nacionales y extrangeros; afianzar la paz, el órden y las instituciones, y en una palabra gobernar con la Constitución levantándola encima de todas las cabezas. (19)

Así, el general Batlle estaba anunciando una clara administración gubernativa exclusivista de partido; léase, del Partido Colorado. Sus antagonistas percibieron que la intención del novel presidente era, palabras más, palabras menos: «Gobernaré con mi partido, y para mi partido». (20) Un mensaje que despertó las críticas de la prensa: «Ese Gobierno se ha declarado partidario y aspira exclusivamente á perpetuar el ultrajante dominio de partido; luego su política lejos de buscar rechaza el concurso de todos los elementos del país». (21)

Lo cierto es que el general Lorenzo Batlle, aunque de carácter moderado, pretendió ejercer su presidencia con todas las tendencias de su Partido Colorado, jaqueado por una crisis política «agudizada por el estado económico y financiero del país, y por los conflictos entre los caudillistas y principistas de su propia colectividad», (22) intentando unirlos con espíritu conciliador al asignarles sus correspondientes cuotas de cargos en los puestos más importantes de la administración pública. Sin embargo, tal modelo hegemónico coloradista implicaba la obvia exclusión del Partido Blanco o Nacional, pretendiendo relegar a sus adeptos a la pasividad, al exilio o a la resistencia. Por supuesto, eso terminaría muy mal políticamente, pero ya llegaremos a eso.

Entre 1868 y 1869 el régimen de Lorenzo Batlle tuvo que lidiar con la oposición política y mediática de liberales, principistas y de los otros partidos políticos, (23) especialmente el Blanco, (24) además de que debió bregar contra los antagonismos internos y contra algunos conatos revolucionarios surgidos del seno de su propia colectividad, como los de los caudillos colorados José Gregorio Suárez, Máximo Pérez y Francisco Caraballo. También padeció ciertos motines cuarteleros en Paysandú y Salto, aunque sin mayores consecuencias.

Pivotando entre el elemento culto-doctoral, los llamados «principistas» y los caudillistas de todos los sectores y pelos partidarios, no debe haber sido fácil gobernar para Lorenzo Batlle. Zum Felde afirmó que si bien Batlle era enemigo del caudillismo y del tradicionalismo, iniciaría una política de acercamiento con ellos, convencido de que no podía apoyarse solo en el elemento doctoral y en los principistas. (25) Todavía existían quienes predicaban el rechazo de las banderías y divisas políticas; pero después de aquel trágico 19 de febrero de 1868 quienes acompañaban esa idea eran pocos ya, enturbiado el ambiente nacional por las partidarias pasiones. Lorenzo Batlle tuvo que contener las prédicas tempestuosas de algunos medios de prensa, ordenando que «el Jefe de Policía llamará a su despacho a los redactores de diarios y les prevendrá: que el Gobierno está resuelto a hacer uso de todos los medios y que no tolerará la excitación a la guerra civil y a la anarquía, sin perjuicio de dejar a la prensa el libre examen de sus actos bajo los límites de las conveniencias sociales y las prescripciones de la Constitución de la República y de las Leyes». (26)

Lorenzo Batlle continuó una marcada línea de apoyo con la Iglesia católica, siguiendo la política de Flores, «lo que para la Iglesia fueron miel y hojuelas». (27)

Como en otro planeta, en un plano cuasiáulico respecto a la situación real de país, pero soñando y labrando nuevos tiempos de renovación del pensamiento y de progreso, el Club Universitario, el Club Racionalista, la masonería y el Ateneo (fundado por Alejandro Magariños Cervantes el 2 de setiembre de 1868) (28) (29) pregonaban una nueva forma de vivir en el Espíritu, discutían la llamada «cuestión religiosa» con vistas a propender a la emancipación del Estado y del Siglo de la Iglesia, ponían en entredicho la forma en que se manejaban la política y el caudillismo de su tiempo, y proponían sustituir el estado de cosas por una visión humanista integral, por la conciencia en las ideas, en la razón, en el Derecho y en los altos valores en que todos podrían estar de acuerdo. La ilustración católica, empero, resistía apoyada por sus mejores intelectos. Segundo y Rodé expresan que al respecto:

Dos banderas se levantaron. Una —cronológicamente la primera— proclamaba como piedra filosofal los ideales de la razón, la libertad y el progreso, recibidos de Europa y de América del Norte por intermediación portuaria doctoral, y encarnados en el pueblo por la educación; ideales e instrumento[s] concebidos, en puerto de origen y de destino, como incompatibles con la vida católica. La otra presentaba, en interacción antitética con la primera, como ideales vivientes y vivificantes la unión, la moral, la paz y la concordia, tal como brotaban del catolicismo romano, hecho presente aquí por la Jerarquía eclesiástica y por los grandes militantes laicos católicos. (30)

José Pedro Varela, regresado de su viaje por Europa y Estados Unidos (1867-1868), incubaba en sus reflexiones a través de la Sociedad de Amigos de la Educación Popular (fundada el 18 de setiembre de 1868) y desde sus diarios La Paz y El Hijo de la Paz, un nuevo proyecto educativo que se concretaría más tarde, el 24 de agosto de 1877, con el decreto-ley de Educación Común n.o 1.350, en el gobierno del coronel Lorenzo Latorre.

2. El estallido de la Revolución de las Lanzas

El abismo existente entre el Partido Blanco y el Partido Colorado, agudizado luego de que Venancio Flores desalojara al primero del poder, y alimentado por el exclusivismo coloradista de Lorenzo Batlle, detonó un importante alzamiento armado: la llamada Revolución de las Lanzas, que transcurrió entre el 5 de marzo de 1870 hasta el 6 de abril de 1872, liderada por el caudillo blanco coronel Timoteo Aparicio, (31) quien inició la invasión del territorio oriental desde Entre Ríos en la noche del 4 al 5 de marzo de 1870. Se sumaría a la rebelión el octogenario Anacleto Medina, el legendario Indio Medina, (32) quien se plegó el 10 de agosto de ese año definiendo a través de una proclama que «nuestro partido es el GRAN PARTIDO NACIONAL formado por todos los buenos orientales», (33) concepción que se reafirmaría en un «Manifiesto al Pueblo» firmado por Timoteo Aparicio, Anacleto Medina y Ángel Muniz, en el que se expresa que «el Partido Nacional será consecuente á sus glorias tradicionales». (34) Una revolución gestada desde tierra adentro, ajena a la tecnología y a fuerza de coraje. Como bien sostuvieron Pivel Devoto y Ranieri de Pivel Devoto, era «aún un escenario gaucho», (35) donde el combate no tenía mayores reglas que la violencia misma; los sobrevivientes se hacían de los despojos de los caídos, la atención de los heridos era casi inexistente, y no se solía hacer prisioneros, que en su mayoría eran ejecutados.

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Timoteo Aparicio. Abajo aparece la firma que aprendió a dibujar —era analfabeto—

(Biblioteca Nacional – Materiales Especiales).

La Revolución de las Lanzas reivindicaba para los blancos su dignidad y sus aspiraciones a participar en los destinos del país, cuestionando un sistema exclusivista y coloradista que consideraban injusto. Paradójicamente provocó lo que los propios dirigentes oficialistas no habían conseguido: unió al Partido Colorado en los objetivos de atrincherarse en el poder y de contrarrestar la rebelión blanca, que se autoconvocaba como nacionalista.

Los revolucionarios, quienes alcanzaron a movilizar unos 8.000 hombres en su mejor momento, (36) mediante una estrategia de desplazamientos rápidos avanzaron sobre Montevideo tras obtener dos victorias iniciales en Rincón de Ramírez (Treinta y Tres, 27 de abril de 1870) y en Espuelitas (Lavalleja, 28 de mayo de 1870), llegando las fuerzas blancas en los primeros días de setiembre a la Unión y al Cerrito, aunque pronto se replegarían sobre el río Santa Lucía para asegurar posiciones por Paso Severino, donde se sucedió otra victoria rebelde (Florida, 12 de setiembre), y poco después triunfaron en Corralito (Soriano, 29 de setiembre); lo que permitió al ejército rebelde de Timoteo Aparicio sitiar nuevamente la capital el 26 de octubre, llegando las avanzadas hasta la Unión (donde se celebró un combate el 29 y 30 de noviembre), y a Tres Cruces entre el 1.o y el 3 de noviembre, retirándose al Cerrito para cimentar sus plazas. Los alzados lograron tomar la fortaleza del Cerro en la madrugada del 29 de noviembre de 1870, pero tras defenderla contra ataques por mar de la escuadra de gobierno entre el 5 y 6 de diciembre, debieron abandonarla el 16 de diciembre ante la noticia de que José Gregorio Suárez avanzaba con un ejército hacia la capital. Para el gobierno la suerte cambió con un importante triunfo en Sauce (Canelones) el 25 de diciembre, que terminó en un despliegue de desembozado barbarismo: los prisioneros blancos fueron pasados a degüello; lo que obligaría a Timoteo Aparicio a huir hacia el Norte buscando el cobijo del Brasil, verificándose en el ínterin algunos encuentros de escasa magnitud (37). A partir de entonces, la revolución se desarrollaría a través de incidentales escaramuzas y de combates aislados hasta la batalla de Manantiales, pero sobre esto hablaremos más adelante.

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Anacleto Indio Medina (Revista Rojo y Blanco, año I, n.o 6, 22 de julio de 1900).

3. Un año más de la misma inestabilidad

El Año Nuevo incubó la esperanza de que pudiera llegarse a una paz entre los bandos beligerantes, por lo que durante ese año comenzaron a manifestarse algunas iniciativas de mediación. Sin embargo, y pese a los esfuerzos del gobierno por controlarlos, el desorden institucional y la inseguridad general continuaban.

Mientras tanto, la situación económico-financiera del Uruguay se acentuaba, potenciada por la guerra civil que destruía todo en la campaña y provocaba muertos, heridos, viudas y huérfanos, diezmaba los ganados, las pocas plantaciones de entonces y los predios, distraía brazos de trabajo para los ejércitos, y resentía la actividad agraria, el comercio y la incipiente industria, agravándose además el endeudamiento estatal para poder sostener el esfuerzo bélico. (38) De hecho, la presidencia de Lorenzo Batlle sufrió una gran caída bancaria, una reducción en los ingresos por rentas fiscales y la ruptura de la cadena de pagos del Estado. (39)

Así se pintaba la debacle financiera del país en febrero de 1871, casi un año después del inicio de la Revolución de las Lanzas:

Los últimos presupuestos fueron votados con un déficit enorme, que debía cubrirse con empréstitos. El Poder Ejecutivo había tenido que negociar adelantos con crecidos intereses. La baja de las rentas, tanto en la Caja Central, como en las Cajas departamentales, redujo a tal grado el producto de las afectaciones de los contratos vigentes que fue necesario distraer de las rentas libres la cantidad de $ 700,000 para que el servicio de las deudas no sufriera interrupción. (40) El tesoro se halla exhausto e imposibilitado de hacer frente a los considerables gastos de la situación. Los dos últimos empréstitos han agravado la crisis… (41)

Es por entonces que comienza este relato, que hizo a los montevideanos de entonces olvidarse y abstraerse por algunos momentos de la guerra civil y de sus preocupaciones coyunturales.

Los hechos que ocupan estas páginas realmente ocurrieron. Se ha intentado narrarlos con la mayor fidelidad posible, tal como entendimos que pudieron haber sucedido, de acuerdo a los documentos que los consignaron y que hemos consultado. En todo caso, se tendrá como una versión personal de una historia que aconteció en el Estado o República Oriental del Uruguay, más precisamente en Montevideo, en el año del Señor de 1871.

1. VARELA, José Pedro. Obras pedagógicas. La Legislación Escolar. Tomo I. Ministerio de Instrucción Pública y Previsión Social, Montevideo, 1964, pp. 33, 34-35.

Las transcripciones de los textos y de documentos que se citan en este trabajo mantienen la ortografía de época, empleada originalmente.

2. FERNÁNDEZ SALDAÑA, José María. «Nuestro “Miércoles Negro”. 19 de Febrero de 1868». El Día – Suplemento Dominical, año XIII n.o 579 [por error, figura «679»], 20 de febrero de 1944, p. 2; Carlos Real de Azúa denominaría al 19 de febrero de 1868 como «el Día de los Cuchillos Largos» (REAL DE AZÚA, Carlos. «El Día de los Cuchillos Largos». Marcha, año XXIX, n.o 1392, 23 de febrero de 1968, pp. 28-29), en aproximación, quizá —o sin quizá—, a la Noche de los Cuchillos Largos de la Alemania nacionalsocialista, del 30 de junio al 1.o de julio de 1934.

3. ZUM FELDE, Alberto. Proceso histórico del Uruguay. 5.a Ed. Montevideo: Arca, 1967, pp. 191-192.

4. VAILLANT, Adolphe. La République Orientale de l’Uruguay (Amérique du Sud) à l’Exposition de Vienne. Montevidéo: Imprimerie de La Tribuna, 1873, p. 11.

5. Parafraseando a José Gervasio Artigas en su «Oración inaugural del Congreso de Abril», de fecha 4 de abril de 1813.

6. El Código de Comercio entró a regir el 1.o de julio de 1866 por decreto-ley n.o 841 del 24 de enero de 1866 y el Código Civil entró en vigor el 18 de julio de 1968 merced al decreto-ley n.o 919 del 4 de febrero de 1868.

7. Durante el llamado «gobierno provisorio» del General Venancio Flores se aprobaron el Código de Comercio (decreto-ley n.o 817 del 26 de mayo de 1865, que entró a regir el 1.o de julio de 1866 por decreto-ley n.o 841 del 24 de enero de 1866) y el Código Civil (decreto-ley n.o 917 del 23 de enero de 1868, en vigor desde el 18 de julio de 1868 merced al decreto-ley n.o 919 del 4 de febrero de 1868). Con ciertas reformas, el Código de Comercio de 1866 y el Código Civil de 1868 todavía se encuentran vigentes en el Uruguay.

8. En el Uruguay, el primer Código de Instrucción Criminal fue promulgado mediante decreto-ley n.o 1.423 del 31 de diciembre de 1878 y entró a regir desde el 1.o de mayo de 1879, en la presidencia del coronel Lorenzo Latorre. El primer Código Penal fue aprobado por ley n.o 2.037 del 18 de enero de 1889, entrando a regir el 18 de julio de 1889, en el gobierno del teniente general Máximo Tajes. Ya en 1875, durante la presidencia de Pedro Varela, se sanciona por la ley n.o 1.259 del 17 de julio de 1875 el Código Rural, que fuere reformado mediante el decreto-ley n.o 1.426 del 28 de enero de 1879, en el régimen de Latorre.

9. PIVEL DEVOTO, Juan E., y RANIERI DE PIVEL DEVOTO, Alcira. Historia de la República Oriental del Uruguay (1830-1930). 3.a Ed. Montevideo: Medina, 1966, pp. 318-319. PIVEL DEVOTO, Juan E. Historia de los partidos políticos en el Uruguay. Tomo II. Montevideo: República Oriental del Uruguay – Cámara de Representantes, 1994, pp. 146-149. ACEVEDO, Eduardo. Anales históricos del Uruguay. Tomo III. Montevideo: Casa A. Barreiro y Ramos, 1933, pp. 581-598. BRUSCHERA, Óscar. «Divisas y partidos». Enciclopedia Uruguaya, n.o 17. Montevideo: Editores Unidos y Editorial Arca, 1968, pp. 136-137. LOCKHART, Washington. «Las guerras civiles». Enciclopedia Uruguaya, n.o 19. Montevideo: Editores Unidos y Editorial Arca, 1968, p. 173; BORGES, Leonardo. Sangre y barro. Uruguay 1830-1904. Montevideo: Ediciones de la Plaza, 2010, p. 241.

10. BARRÁN, José Pedro. Apogeo y crisis del Uruguay pastoril y caudillesco. Tomo 4 (1839-1875). 2.a Ed. Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental, 1975, pp. 103-104. ACEVEDO, o. cit. (1933), pp. 569-571.

11. NAHUM, Benjamín. «La estancia alambrada». Enciclopedia Uruguaya, n.o 24. Montevideo: Editores Unidos y Editorial Arca, 1968, p. 65.

12. ODDONE, Juan Antonio. La formación del Uruguay moderno. La inmigración y el desarrollo económico-social. Buenos Aires: Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1966, pp. 26-27. Véase también: ZUM FELDE, o. cit., p. 225.

13. VAILLANT, o. cit., pp. 13, 21 y 25 ; ODDONE, o. cit., p. 29. Acorde a Eduardo Acevedo, «La República Oriental tenía en 1870, según los cálculos de don Adolfo Vaillant, 330,000 almas, contra 384,259 en 1868» (ACEVEDO, o. cit. [1933], p. 561).

14. La tradición histórica cuenta que Lorenzo Batlle le ganó a José Gregorio Suárez por 21 votos a 20. Sin embargo, de las actas de la Asamblea General del 1.o de marzo de 1868 resulta que Batlle salió electo presidente de la República (art. 72 de la Constitución de 1830) por la unanimidad de 41 votos. Al respecto véase: ASAMBLEA GENERAL. Diario de Sesiones de la Honorable Asamblea General de la República Oriental del Uruguay. Tomo III (1856-1868). Montevideo: Imprenta a Vapor y Encuadernación del Laurak-Bat, 1886, pp. 555-568.

15. Conforme al sistema de los artículos 17 numeral 18.o, más 72 a 78 de la Constitución uruguaya de 1830.

16. DOTTA OSTRIA, Mario. Oligarcas, militares y masones. La guerra contra el Paraguay y la consolidación de las asimetrías regionales. Montevideo: Ediciones de la Plaza, 2011, p. 353; CASTELLANOS, Alfredo. Timoteo Aparicio. El ocaso de las lanzas. Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental – La República, 1998, p. 72.

17. BARRÁN, o. cit. (1975), p. 105.

18. ETTLIN, Edgardo. Qué solos se quedan los muertos. Crónicas sobre Juan Idiarte Borda, 13.o presidente constitucional de la República Oriental del Uruguay, y sobre su agresor criminal Avelino Arredondo. Montevideo: Fundación de Cultura Universitaria, 2021, p. 38.

19. El Progreso, año 1, n.o 10, 3 de marzo de 1868, pp. 2-3. También puede verse en: ‹https://parlamento.gub.uy/documentosyleyes/discursos/presidentes-rou/3911› (consultado el 15.7.2021). No consta discurso presidencial alguno del general Lorenzo Batlle en el Diario de Sesiones de la Asamblea General de la época (ASAMBLEA GENERAL, o. cit. [1886], pp. 567-568).

20. PIVEL DEVOTO, o. cit., p. 143. MAIZTEGUI CASAS, Lincoln. Orientales. Una historia política del Uruguay. Tomo 2. De 1865 a 1938. Buenos Aires: Planeta, 2005, p. 24. ZUM FELDE, o. cit., p. 195. CASTELLANOS, o. cit., p. 73. PELFORT, Jorge, y MARFETÁN BENÍTEZ, Raúl. Timoteo Aparicio, soldado del pueblo. Montevideo: Ediciones de la Plaza, 2011, p. 67; QUIJANO, Carlos (Dir.). Centenario de la Paz de abril. De la Revolución de las Lanzas al motín del 10 de enero de 1875. Cuadernos de Marcha, n.o 57, enero 1972, p. 16.

21. La Bandera Radical, año 1, n.o 24, 9 de julio de 1871, p. 506.

22. PIVEL DEVOTO, o. cit., p. 144.

23. El principismo fue un movimiento idealista y progresista, en principio no partidario, que inspiró a la juventud cultivada y liberal uruguaya de las cuatro últimas décadas del siglo XIX, impulsando una renovación mental e ideológica. Creían que el orden y el desarrollo del Uruguay se lograría a través del respeto estricto a la Constitución, a las leyes y a las libertades, postulando que las ideas, la cultura, la libertad y la razón debían prevalecer por sobre las divisas y los caudillismos. Con el tiempo muchos de ellos pasaron a la acción político-partidaria, ocupando posiciones de primera línea en el gobierno y liderando las transformaciones del país.

24. MARIANI, Alba. «Principistas y doctores». Enciclopedia Uruguaya, n.o 20, Montevideo: Editores Unidos y Editorial Arca,1968,p. 3.

25. ZUM FELDE, o. cit., pp. 194-195.

26. ÁLVAREZ FERRETJANS, Daniel. Historia de la prensa en el Uruguay. Montevideo: Búsqueda – Fin de Siglo, 2008, p. 196.

27. DOTTA OSTRIA, o. cit., pp. 357-359.

28. ARDAO, Arturo. Racionalismo y liberalismo en el Uruguay. Montevideo: Universidad de la República – Departamento de Publicaciones, 1962, pp. 235-329; y Espiritualismo y positivismo en el Uruguay. Montevideo: Universidad de la República – Departamento de Publicaciones, 1966, pp. 35-107.

29. El 5 de setiembre de 1877 la unión de varias sociedades culturales formaría el Ateneo del Uruguay (LLAMBÍAS DE AZEVEDO, Alfonso. «Inventarios e índices. Los Anales del Ateneo del Uruguay». Revista del Instituto Nacional de Investigaciones y Archivos Literarios, año 1, tomo 1, n.o 1, diciembre de 1949, pp. 437-516), que el 3 de julio de 1886, con la fusión de la Sociedad Universitaria, formarían en 1892 el Ateneo de Montevideo (ODDONE, Juan, y PARIS DE ODDONE, Blanca. Historia de la Universidad de la República. Tomo II. 2.a Ed. Montevideo: Universidad de la República, 2010, p. 92).

30. SEGUNDO, Juan Luis, y RODÉ, Patricio. «Presencia de la Iglesia». Enciclopedia Uruguaya, n.o 20, Montevideo: Editores Unidos y Editorial Arca, 1968, p. 124.

31. Timoteo Aparicio (1814-1882). Participó junto a Manuel Oribe desde el nacimiento de las divisas en Carpintería (19 de setiembre de 1836) y en la Guerra Grande (1839-1852). Por el gobierno luchó en forma tenaz contra Venancio Flores (llegaron inclusive con Basilio Muñoz a invadir Río Grande del Sur, derrotando a un ejército brasileño el 27 de enero de 1865, y regresando al Uruguay con una bandera de Brasil como trofeo de guerra —los brasileños habían apoyado a Flores—). Luego de que Flores entró a Montevideo el 20 de febrero de 1865, Aparicio emigró a Entre Ríos, donde se relacionó con el caudillo local Ricardo López Jordán, quien facilitaría el pasaje de aquel al Uruguay por Rincón de Méndez para liderar la Revolución de las Lanzas. Luego de terminada dicha deflagración con la paz del 6 de abril de 1872, Timoteo Aparicio se dedicó en sus tierras del Departamento de Florida a la actividad rural. En el motín del 15 de enero de 1875 contra José Eugenio Ellauri, Aparicio ofreció (supuestamente mal aconsejado por ambiciosas personas que se decían sus amigos), el 19 de enero de ese año, sus servicios a favor del gobierno, por lo cual la administración siguiente de Pedro Varela (colorado), el 5 de febrero de 1875, le concedió el grado de general; todo lo cual le hizo objeto de muchas críticas. Murió el 9 de setiembre de 1882, víctima de una cruel dolencia (no se conoce cuál fue su etiología con certeza, pero pudo haberse tratado de alguna insuficiencia renal o de alguna enfermedad cardiológica) y pobre, debido a que había comprometido buena parte de sus bienes para la causa revolucionaria, querido por sus partidarios y respetado por sus adversarios (el gobierno colorado de Máximo Santos pagó su entierro).

32. Anacleto Medina (1788-1872) se unió muy joven al cuerpo de Blandengues bajo las órdenes de José Artigas en los primeros años del siglo XIX. Siguiendo al prócer luchó en sus fuerzas hasta 1817, en que participó junto al entrerriano Francisco Ramírez bajo la causa federalista, para luego combatir contra Artigas cuando Ramírez defeccionó contra el Protector de los Pueblos Libres. Luego se entreveró entre las guerras argentinas, y cuando las Provincias Unidas, apoyando a la Provincia Oriental, enfrentaron al Imperio de Brasil, estuvo bajo órdenes del general argentino José María Paz, habiendo participado en los triunfos de Ituzaingó y Camacuá. Luego de la Convención Preliminar de Paz y a través de diversos combates en la Argentina y el Uruguay (fue comandante del río Uruguay), Medina siguió a Fructuoso Rivera participando en las batallas de Carpintería, Palmar y Cagancha. Peleando por el gobierno de la Defensa de Montevideo durante la Guerra Grande, terminó huyendo a Brasil junto a Rivera. Luego de finalizada dicha deflagración se vinculó y siguió a Justo José de Urquiza, y en la presidencia oriental de Gabriel Pereira apoyó militarmente al gobierno. Uno de los momentos más polémicos de su vida fue cuando luego de la victoria de Paso de Quinteros contra los colorados conservadores (28 de enero de 1858), por orden del entonces presidente Gabriel Pereira fusiló a todos los prisioneros. Desde ese episodio, Anacleto Medina fue sindicado como partidario de los blancos, y los colorados le juraron la muerte como traidor. Siendo militar de los gobiernos blancos de Bernardo Berro y de Atanasio Aguirre, resistió a la cruzada libertadora de Venancio Flores (1863-1865), y luego de conquistar este el gobierno, se retiró a la campaña y al Brasil. Apoyó, como Timoteo Aparicio, al entrerriano Ricardo López Jordán, quien le facilitó pasar al Uruguay con hombres, armas y caballos para unirse el 10 de agosto de 1870 junto a Timoteo Aparicio en la Revolución de las Lanzas. Medina no sobrevivió a dicha confrontación: lo mataron en el combate de Manantiales, el 17 de julio de 1871

33. ARÓZTEGUY, Abdón. La revolución oriental de 1870. Tomo Primero. Buenos Aires: Editor Félix Lajouane, 1889, p. 42. ACEVEDO, o. cit. (1933), p. 519. Cuadernos de Marcha, o. cit., p. 14. PIVEL DEVOTO, o. cit., p. 159.

34. Cuadernos de Marcha, o. cit., p. 16. PELFORT y MARFETÁN BENÍTEZ, o. cit., p. 66.

35. PIVEL DEVOTO y RANIERI DE PIVEL DEVOTO, o. cit., p. 323.

36. MARFETÁN BENÍTEZ, Raúl, y otros. Timoteo Aparicio: coparticipación y Carta orgánica. Los blancos, 5. Montevideo: Ediciones de la Plaza, 2017, p. 27.

37. ARÓZTEGUY, o. cit. (1889.I), pp. 155-232. ACEVEDO, o. cit. (1933), pp. 519-528.

38. BARRÁN, o. cit. (1975), pp. 120-121.

39. CANTERA CARLOMAGNO, Marcos. Lorenzo. El mundo íntimo del primer Batlle presidente. 2.a Ed. Montevideo: Búsqueda – Fin de Siglo, 2012, p. 36.

40. Téngase presente que a finales del siglo XIX, en que predominaba el patrón oro, una libra esterlina equivalía en dólares de los Estados Unidos de América a unos US$ 4,886 o U$S 4,9 (CUE MANCERA, Agustín. Negocios internacionales. En un mundo globalizado. México: Grupo Editorial Patria, 2015, p. 137). En 1893, un peso uruguayo valía £ 0,21276596 (ARREGUI, Miguel. «Cuando el peso uruguayo era tan sólido como el dólar». El Observador, 15 de noviembre de 2017, disponible en: ‹https://www.elobservador.com.uy/nota/cuando-el-peso-uruguayo-era-tan-solido-como-el-dolar-20171115400› (consultado el 12.9.2021). Una simple regla de tres (4,886 x 0,21276596 % 1) nos muestra que en la época del patrón oro un peso uruguayo era igual a US$ 1,03957448. Y $ 700.000 uruguayos eran entonces en dólares de los Estados Unidos $ 727.702,15 (aproximados a centavos de esa moneda. Un dólar en 1871 serían a 2021 US$ 22,27 (véase: ‹https://www.officialdata.org/us/inflation/1871?amount=1›, consultado el 22.7.2021). Por tanto, $ 700.000 equivaldrían a US$ 16.205.926.

Otro método de cálculo: de acuerdo a la ley del 23 de junio de 1862, un doblón equivalía a 16,97 gramos de oro fino y un peso de plata valía diez veces menos, o sea 1,697 gramos de oro fino. Esta cotización se mantuvo hasta agosto de 1914, momento en que se abandonó el sistema de la convertibilidad del billete por oro. Una onza de oro pesa 31,1034768 gramos. Si se multiplica el valor de la onza de oro a 1871 (US$ 18,93. Véase: ‹https://nma.org/wp-content/uploads/2016/09/historic_gold_prices_1833_pres.pdf›; consultado el 22.7.2021) por 1,697, y se divide entre 31,1034768, se puede tener una idea de a cuánto equivaldría el peso uruguayo entre 1862 y 1914 (1 peso uruguayo, US$ 1,03281733); y a eso debe multiplicarse el valor inflacionario (22,27 a 2021). En este cómputo, 700.000 pesos uruguayos serían US$ 16.100.589,30 (aproximados a centavos de dólar estadounidense).

41. ACEVEDO, o. cit. (1933), pp. 604-605.