Primeros pasos en la vida política

Alberto, ¿qué recuerdos tienes de tus padres y de vos cuando eras chico?

Mis viejos eran sefardíes. Vinieron de Turquía. Nacieron en Aydin y vivieron en Esmirna. Mi padre vino al Uruguay cuando tenía 15 años. Se instaló en Colonia, en la casa de su hermana. Mi madre vino con sus padres en el año 1929. Cuando se casaron, se mudaron a Juan Lacaze. Allí pusieron una tienda y les fue bien. Mi madre trabajaba en esa tienda, pero no sabía multiplicar —sumar sí, pero no multiplicar—. Mi padre, en sus discusiones con los viajeros, discutía de política y yo lo escuchaba y aprendía. Mi madre soñaba con que toda la familia trabajara en la tienda, pero eso no ocurrió. Ni mi hermana Violeta ni mi hermano Yaco ni yo trabajamos allí.

El apellido de mi madre es Curiel y el de mi padre Couriel. Seguramente era el mismo, pero venían en barcos franceses y los capitanes eran quienes los reescribían. Al ser franceses, le añadieron la o. Ese apellido parece provenir de Toledo, desde donde hubo emigraciones hacia Ámsterdam y desde allí a Esmirna, y luego a América Latina: Venezuela, México, Argentina, Uruguay…, y a las islas del Caribe. Hablaban en ladino —español antiguo—, lo que constituía una ventaja con respecto a otros extranjeros. Yo aprendí a hablar esa lengua al escucharla, sobre todo de algunas tías de mi padre que vinieron más tarde.

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Alberto Couriel celebra el título de contador y economista junto a su familia. De izquierda a derecha: su hermana, Violeta Couriel; su mamá, Victoria Curiel; su papá, Moisés Couriel; su hermano, Jack Couriel; y su tía Mery Couriel.

Cuando fui a Esmirna, ya de adulto, encontré a una prima de mi madre, Sara Benveniste. No fue fácil, pues solo disponía de su antiguo número de teléfono, en el que ya no se encontraba. Se me ocurrió llamar a todos los apellidos sefardíes que encontré en la guía telefónica, tal vez una docena. A quien me respondía le dejaba este mensaje en ladino: «Por favor, si conoce a Sara Benveniste, dígale que soy un sobrino y que me hospedo en tal hotel». Por cierto, era un hotel muy elegante desde el que contemplaba el mar Egeo. Ese mismo atardecer llegó Sara, y nada más verme, adivinó: «Victoria es tu madre», y señaló mi cara. Al día siguiente me invitó a cenar a su casa y me preguntó qué quería comer. Le dije: «Lo que coman ustedes todos los días». ¡Y me dieron lo mismo que de niño en la casa de mis padres, comida turca! Durante la cena les conté que mi señora es psiquiatra. El marido de mi tía no entendió y ella le explicó: «Es médica del meollo».

En aquel viaje yo presidía la delegación uruguaya que asistía a una reunión internacional que se celebraba en Estambul, y me quedé unos días en Esmirna con ellos. Sentí emociones profundas: mi padre, para que te hagas una idea, vendía cigarrillos por las calles de aquella ciudad antes de emigrar, y su hijo ahora era recibido en Turquía con alfombra roja. ¡Qué lástima que él no lo vio!

¿Cómo te llevabas con tus padres y hermanos?

Tuve siempre muy buena relación con mis padres y hermanos. Soy el primogénito. La cercanía con la familia siempre fue de tal naturaleza que hice la preparatoria en la ciudad de Colonia viviendo en casa de unos tíos, primos de mi padre; y cuando entré a la Universidad me trasladé a Montevideo y viví en la casa de otros tíos: la hermana de mi madre y su marido.

¿Cuándo comienzas a interesarte por la política?

Mi interés por la política lo experimenté desde muy temprana edad. Cuando estudiaba en la escuela primaria ya manifestaba el deseo de ir al liceo porque allí había huelgas. En secundaria fui presidente del Centro de Estudiantes del Liceo de Juan Lacaze. Tenía 15 o 16 años cuando hice mi primer acto político. Un día, la Federación de Estudiantes del Interior decretó un paro nacional para denunciar las torturas sufridas por el estudiante argentino Ernesto Mario Bravo. Estábamos en 1951 y Perón gobernaba en Argentina. No era habitual protestar por lo que ocurría fuera de fronteras, aunque fuera el país vecino, pero sucedió. Entonces, como presidente del Centro de Estudiantes, declaré que haríamos huelga. Me paré en la puerta del liceo y comuniqué que seguiríamos un paro. Con Mary Suárez, una compañera de clase, nos fuimos a la UTE —su padre era director de la UTE—, nos hicimos con todas las banderas uruguayas que pudimos y salimos en manifestación por Juan Lacaze. Terminamos el recorrido en la plaza pública y decidimos hacer un acto. Antes de comenzar, llega el comisario y me pregunta: «¿Qué estás haciendo?». «Un acto», respondo. «¿Pediste permiso?». «No». «¿Y si te tiran una pedrada?», me dice. «Pero, comisario… ¡quién y para qué me tiraría una pedrada a mí!».

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Alberto Couriel y sus compañeros de Preparatorios. Colonia del Sacramento, 1952.

Hicimos el acto y hablé. Me había levantado a las seis de la mañana para preparar el discurso. Recuerdo a un representante del Partido Comunista, obrero de la fábrica de papel, escuchando para saber de qué se trataba. Aquel fue mi inicio en la política.

Sin embargo, tengo que decir que durante la preparatoria, el deporte —sobre todo el fútbol y el básquetbol— me interesaba más que la política. Participé en equipos estudiantiles, inclusive en la Liga Universitaria.

Vamos ahora a la Universidad. ¿Te abrió más los ojos hacia la realidad del país o ya los llevabas abiertos?

Cuando llego a la Universidad participo en las asambleas. Mis discursos eran potentes y se centraban en aspectos académicos, en los problemas de la Universidad más que en la política nacional; por ejemplo, iban en contra de profesores que faltaban a su compromiso con las clases, con el alumnado, que no tenían nivel formativo suficiente… Esas intervenciones me fueron fogueando. La Universidad me generó comprensión política, capacidad de diálogo, de negociación, y la práctica de hablar en público y dar discursos.

En la Universidad fui dirigente del Centro de Estudiantes de la Facultad de Ciencias Económicas y también representante estudiantil ante el Consejo de la Facultad.

No obstante, en los primeros años universitarios todavía predominaba en mí el interés deportivo. Para que te hagas una idea, en las primeras elecciones presidenciales y parlamentarias en las que participé, en 1954, pensaba votar al Partido Socialista, pero no encontré la lista correspondiente; en cambio, sí estaba la papeleta en la que figuraba un líder del Partido Colorado que había dado fondos para los eventos deportivos en los que yo había participado, y acabé votando por él.

En la Universidad nunca pasé desapercibido, para bien o para mal, porque siempre expresaba mis ideas y convicciones. A veces era muy duro en las expresiones y tuve que aprender a atemperarme. Por ejemplo, recuerdo que en 1958 integré, junto con Antonio Pérez y Lázaro Lizarraga, la primera delegación estudiantil en el Consejo de la Facultad de Ciencias Económicas. En una reunión del Consejo cuestionamos a un profesor, y el decano, Israel Wonsewer, lo defendió. Entonces yo fui muy duro contra el decano, a pesar de que lo había apoyado en las elecciones al decanato. Al terminar la reunión, mi amigo Gastón Lagarriga, quien me aconsejaba en los trabajos político-estudiantiles, me dijo: «No estuviste bien con el decano; andá y pedile disculpas». Por supuesto, me disculpé con Wonsewer, con quien tenía una excelente relación, pero de pronto me salían esas cosas que, para bien o para mal, llamaban la atención de la gente.

En un homenaje que me hicieron en el 2019 en Casa Grande, con Constanza Moreira, Enrique Iglesias contó que cuando venía a dar clase tenía que prepararla por partida doble: por un lado, la clase, y, después, las respuestas a las preguntas que adivinaba que los de la barra le íbamos a hacer; una barra que integrábamos Benito Roitman, Raúl Trajtenberg, Celia Barbato, Ana María Teja y yo… Tenía que preparar muy bien cada sesión, mejor que las habituales.

¿Cómo fue tu entrada en el mundo profesional?

Luego de recibirme fui a hacer un curso al Instituto Latinoamericano de Planificación Económica y Social (ILPES) de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) en Santiago de Chile. Allí tuve que presentar un plan de desarrollo y los profesores se quedaron emocionados por la exposición. Decían: «¿Dónde aprendió este joven a exponer con esa claridad?». Pues, básicamente, gracias a las asambleas de estudiantes universitarios.

Comienza mi vida académica y trabajo como docente. También empiezo con mis publicaciones, como El Fondo Monetario Internacional y la crisis económica nacional (1966) y El proceso económico del Uruguay (1969), entre otros ensayos. Trabajos que fueron leídos entonces por la izquierda uruguaya. El proceso económico del Uruguay se discutía en la cárcel por los presos políticos en la época de la dictadura. Desde ese punto de vista, la tarea académica fue muy gratificante para mí.

Permanecí en la academia sin hacer la vida política clásica; nunca me afilié a ningún partido. En los hechos, era un académico independiente y no seguí el proceso habitual: afiliarse de joven, ocupar responsabilidades y cargos en el partido, ser candidato a edil, después a diputado… No fue mi caso. La vida académica me ocupó todo el tiempo, aunque mis publicaciones servían sobre todo a la izquierda. Así que el salto de la vida académica a la vida política se dio de forma muy natural. El sistema político me hizo un espacio con generosidad, algo que no siempre ocurre. Y pasé de economista a diputado y a senador de la República. Hasta llegué a ser presidente de la República por un día, en marzo de 2009 [risas]. (1)

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Alberto Couriel, presidente de la República del Uruguay por un día, con su esposa Clara Fassler. Marzo, 2009.

En la década de los sesenta tuve la fortuna de trabajar en la Comisión de Inversiones y Desarrollo Económico (CIDE) que entonces dirigía Enrique Iglesias y que, después, con la Constitución del 66, se transformó en la Oficina de Planeamiento y Presupuesto (OPP). Su primer director fue Luis Aquiles Faroppa, y yo trabajaba como una especie de segundo en la OPP; pero ese reconocimiento no se formalizó porque era de izquierda y los gobiernos no. Mi paso por la CIDE fue muy provechoso para mi formación económica y política.

1. Alberto Couriel fue presidente de Uruguay por un día. El presidente y el vicepresidente coincidieron en una salida al extranjero y le tocó a Couriel representar ese papel, porque el senador más votado, José Mujica, estaba de licencia.