No soy muy de efemérides ni de recordar fechas. De hecho, tuve serios problemas para estudiar Historia. Puedo ubicar de manera secuencial diferentes hechos y etapas históricas, pero me resulta imposible ponerles una fecha.
Si hablamos de mi vida, pasa lo mismo, me cuesta recordar la fecha de determinados hitos históricos o importantes en mi vida, pero hay una fecha que jamás olvidaré: el 28 de mayo del 2008.
Ese fue uno de los días que cambió mi vida para mejor, y para conseguirlo solo hice una cosa: poner un límite infranqueable. Dibujar una línea roja. Me atreví. Por fin.
Fue mucho más sencillo de lo que creía. En realidad surgió de manera espontánea. Me hubiera gustado marcar ese límite antes, pero bienvenido ese 28 de mayo del 2008.
Pero ¿por qué el 28 de mayo del 2008? ¿Qué pasó aquel día?
Durante muchos años traté de dibujar esa misma línea roja, pero no pude. Cometí el mismo error que posiblemente estés cometiendo tú ahora. Bueno, en realidad cometí dos errores. El primero fue infravalorar las consecuencias que suponía no poner límites. Mirando atrás, estoy seguro de que era consciente de que mi vida estaba demasiado condicionada, de que renunciaba a demasiadas cosas, de que me veía haciendo aquello que en realidad no quería hacer y de que me sentía mal por cosas que no debería; pero no era consciente de que me estaba convirtiendo en alguien que no era, de que mi vida estaba completamente controlada y sometida, ni del tiempo que invertía en hacer lo que no quería solo para mantener una «aparente» calma y normalidad.
El segundo error era que tenía la esperanza de que alguna vez podría cambiar la situación. Sí, esperaba una especie de milagro que solucionara todo, que un buen día todo hubiera cambiado, como por arte de magia, como una suerte de iluminación…
Pero la realidad es que el tiempo pasaba y allí no cambiaba nada. Al revés, empeoraba cada día más. Cada día estaba más cansado de dinámicas tóxicas, más dolido por ataques que iban directos a perjudicar mi autoestima, mi autoconcepto y mi corazón. Cada día más hundido, más herido, más triste…
Yo creía que no era para tanto, quizá porque me lo hicieron creer. De hecho, ahora, con la perspectiva que te da el tiempo y el conocimiento que he adquirido durante tantos años de estudio sobre el tema, tengo claro que me lo hicieron creer con una estrategia deliberada y perfectamente perpetrada.
También me hicieron creer que era muy quisquilloso y que tenía que tolerar más los pequeños «defectillos» de algunas personas, defectos que cuando eran míos eran completamente intolerables. Esa doble vara de medir me consumía por dentro. No entendía que algo fuera tolerable o un gran pecado en función de la persona que lo manifestara.
Me hicieron creer que era demasiado exigente, que tenía que conformarme con cualquier cosa y que tenía que elevar a la categoría de divino lo que en realidad eran unas migajas.
Durante muchos años, me hicieron creer que era muy débil y que debía aguantar mejor el dolor. Que no era para tanto. Que mi obligación era sufrir para que otras personas no sufrieran. Que mi dolor era menos importante que el dolor de los demás. Me hicieron creer incluso que yo era el culpable del dolor de otras personas; un dolor a veces simulado en un burdo intento de chantaje emocional y a veces real, pero no originado por mí. Todas las culpas venían a mí. Yo era el responsable de todo y llegó un momento en el que mis hombros ya no podían sostener tanta culpabilidad.
Me hicieron creer que no tenía derecho a contemplar mis necesidades y prioridades. Lo que yo necesitaba, quería o valoraba no importaba en absoluto y era completamente ignorado e incluso penalizado, siempre en un segundo plano, siempre supeditado a las necesidades y deseos ajenos. No valía nada, era algo así como un despojo, indigno, despreciable, cualquier persona era más importante o más especial que yo.
Me hicieron creer que era egoísta. Yo me comparaba con otras personas, con otras actitudes y con otros comportamientos, y me parecía ver que en realidad no era egoísta, pero era tan inseguro. Durante mucho tiempo viví aislado de referentes sanos, sin elementos saludables con los que compararme, sin posibilidad de ponderar mis comportamientos y actitudes y ponerlos en una justa balanza, más objetiva, más real.
No importaba lo que pensara y sintiera, no era relevante, ni siquiera susceptible de ser considerado, y yo, durante mucho tiempo, durante demasiado tiempo, en aras de mantener la convivencia y la armonía, ignoré mis emociones, subestimé el impacto de lo vivido, sufrí de manera innecesaria.
Pero el 28 de mayo del 2008, con mi hija recién nacida entre mis brazos, tuve clara una cosa: no quería que ella viviera lo que yo había vivido ni que pasara por lo mismo que yo. Tenía la obligación de educarla y darle herramientas, de prepararla para la vida, de hacerle fuerte –pero sin que perdiera su sensibilidad–, de proporcionarle recursos para que pudiera tener una vida plena, serena y en paz, y, sobre todo, tenía que enseñarle a protegerse de perfiles tóxicos, abusadores y parásitos.
Tampoco quería que mi hija creciera con el ejemplo de un padre que no había sabido dibujar líneas rojas. De hecho, antes de ese día, poco a poco pude ir marcando algún límite en diferentes ámbitos, pero todavía tenía demasiadas excepciones.
La universidad, mi entrada en el mundo laboral, conocer otras personas y modelos me permitió ganar madurez y seguridad, tener una nueva perspectiva y supuso un gran paso hacia adelante en el establecimiento de límites. Avancé mucho, sin duda, pero no lo suficiente.
No creas que fue tarea fácil. Tenía grabado en mi ADN que para ser buena persona tenía que renunciar a mis necesidades y prioridades, una especie de entrega total, de cheque en blanco, de rendición sin condiciones, de sumisión absoluta a las necesidades y prioridades de otras personas.
Pero ahí radicaba el secreto de lo que pasó ese 28 de mayo del 2008. Ese bendito miércoles a la una y media, con el nacimiento de mi hija, cambiaron completamente todas mis prioridades. Ese gran día me di cuenta de que si no tenía claras mis prioridades, acabaría perpetuando un patrón familiar disfuncional, y que, además, no estaría dando ni la mejor vida ni el mejor padre posible a mi hija.
Esa es la clave: prioridades. Y ese es el primer paso, el más importante y el más ignorado: no podremos poner límites si no realizamos un cambio profundo en nuestras prioridades. Por eso fallan muchas personas y muchos métodos para poner límites, porque no van al origen del problema: las prioridades. Debemos abandonar la prioridad de sentirnos buenas personas o de dar más importancia a las necesidades de otras personas y empezar a priorizarnos a nosotros mismos. Las prioridades nos ayudan a tomar mejores decisiones y nos permiten sentirnos más seguros. Cuando uno tiene una prioridad sabe qué camino elegir, a qué renunciar y lo que debe o no debe tolerar.
Pero para poder atender tus propias prioridades necesitarás vencer una de las peores resistencias del mundo: la sensación de sentirte culpable por adoptar una actitud egoísta. Mis clientes, la gente a la que he ayudado y yo mismo hemos tenido que trascender ese sentimiento –completamente desajustado a la realidad– de que nos habíamos convertido en personas egoístas.
Ese día que cambió mi vida me di cuenta de que tenía que desvincular mi autoconcepto de las valoraciones que hicieran otras personas de mí. Asumí que hiciera lo que hiciera siempre sería criticado por algunas personas. Haga lo que haga habrá personas que me quieran y personas que me odien. Haga lo que haga siempre seré admirado por algunas personas.
Pero lo más importante de todo es que asumí que la gente opina, y que una opinión no es un hecho, y que las opiniones de las personas –sean quienes sean– no podían condicionar la imagen que tenía de mí mismo.
Aprendí que el mundo es un lugar hostil y que hay quien es como un parásito, completamente egoísta o con un perfil tóxico, y que marcar unos límites con estos perfiles no solo es necesario, sino que es un elemento imprescindible para estar mentalmente sano.
Aprendí una cosa más, quizá la más importante de todas. De nada sirvieron todos y cada uno de los esfuerzos, sacrificios y renuncias que hice para no despertar la ira, la decepción o el –aparente– dolor de algunas personas. Absolutamente de nada. Tan pronto como dibujé la primera línea roja apareció la más absoluta de las iras sin contemplar todo lo que sacrifiqué como un atenuante o como una pequeña muestra de comprensión o reconocimiento. No hubo ni un ápice de agradecimiento por todos los esfuerzos realizados, ni la más mínima muestra de empatía o de respeto hacia mi persona. Pero ¿cómo la iba a haber si era una relación completamente asimétrica, falta de reciprocidad y de respeto hacia mi persona? Bueno, en realidad sí que sirvió para algo, justo entonces entendí una cosa muy importante: si haga lo que haga, llegado el momento, no habrá servido de nada, pues no pienso perder ni un solo segundo con concesiones ni renuncias. Si a quien sea no le vale lo que hago o no le valgo yo, pues cuanto antes lo evidenciemos mejor. Todo ese esfuerzo y ese tiempo que me ahorro.
Perdí muchos años de mi vida intentando contentar a alguien que nunca me aceptaría tal como soy, tratando de que no se enfadara alguien que no toleraba que no se opinara según su criterio. Seguro que tenía sus heridas, pero no me tocaba a mi sanarlas, ni siquiera podría hacerlo. Solo podía protegerme. La vida es muy corta como para perder el tiempo tratando de no defraudar las expectativas tóxicas de una persona, aunque sea de tu misma familia.
Quiero compartir contigo todo lo que aprendí, cómo lo hice y cómo he enseñado a hacerlo a miles de clientes, y ¡cómo no!, a mi querida y amada hija. Yo tengo la tremenda suerte de tener una hija extraordinaria que me ha dado grandes lecciones vitales, empezando por el mismo día en que nació, y me siento en la obligación de compartir todo lo que me permitió dibujar esas líneas rojas y liberarme de perfiles tóxicos, parasitarios y abusivos contigo, con las personas que tienes cerca y que todavía están sufriendo, con todo aquel que lo necesite.
Mi misión en la vida es aliviar el sufrimiento humano, el mismo sufrimiento que a mí tanto me ha dolido, distraído y alienado; y si tengo algo claro es que una de las mejores estrategias para aliviar el sufrimiento es ser capaz de dibujar unas líneas rojas, de poner unos límites a perfiles abusivos, tóxicos o parasitarios.
¿Qué vas a encontrar en este libro? Pues para empezar todo lo que me hubiera gustado saber y todo lo que quiero que sepa mi hija; para continuar psicología aplicada, rigurosa y científica, explicada de una manera muy divulgativa y cercana. Esto no va de frases bonitas y proclamas, esto va de psicología real, de recursos prácticos, de métodos, del cómo, y no solo del qué.
Te voy a acompañar durante el camino que supone aprender a poner límites. Te guiaré en el proceso de establecimiento de prioridades, te ayudaré a reinterpretar lo que has vivido, a comprender la naturaleza humana y a desaprender todo lo que has aprendido mal y que te está impidiendo poner límites.
Trabajaremos los seis pilares que necesitas para poder poner límites. Te ayudaré a entender cómo funciona la autoestima, en qué consiste el autorrespeto, la importancia del autocuidado, por qué tenemos que autoprotegernos y defendernos emocionalmente, y lo más importante: en qué consiste realmente la asertividad.
No podemos apagar una sartén ardiendo con un hidroavión, ni un incendio forestal con un paño húmedo. Eso, querido lector o lectora, se llama asertividad proporcional y tengo especial interés en que incorpores esta fortaleza emocional a tu vida.
Finalmente te enseñaré a aplicar el método PAL, un sencillo método de tres pasos para poder marcar límites. El primer paso consiste en definir unas prioridades; el segundo, en avisar de lo que te gusta, lo que no te gusta, lo que necesitas, prefieres o sientes; y el tercer paso consiste en poner ese límite infranqueable.
Te ayudaré a aplicar el método PAL en el amor, el trabajo y la familia. ¡Ay, la familia…! ¡Cuántos problemas genera! ¡Cuántas herramientas necesitamos para poder gestionarla!
Dedicaré un capítulo a ayudar a gestionar el chantaje emocional y la sensación de culpa, los principales mecanismos utilizados por perfiles tóxicos para anular nuestras propias prioridades.
Y finalmente te enseñaré a poner límites al autosabotaje y la evasión de la realidad mediante la procrastinación. A veces, nosotros mismos somos nuestro peor enemigo y tenemos que dibujarnos unas líneas rojas para poder vivir la vida que merecemos.
Si tienes este libro en tus manos es porque necesitas poner límites o porque conoces a alguien que lo necesita. Si te han regalado este libro es porque alguien que te aprecia está viendo lo que tú no ves: que necesitas dibujar algunas líneas rojas. He pasado por lo mismo. Necesité poner límites. Todo el mundo necesita hacerlo. Mi vida cambió cuando por fin marqué algunos límites, y aquí comparto todo lo que hice y todo lo que aprendí, como Tomás Navarro, como víctima y como psicólogo.
Querido, querida, esa línea roja que dibujé el 28 de mayo del 2008 supuso un cambio radical en mi vida, un antes y un después y, lo más importante, el inicio de una etapa de libertad, calma, paz, serenidad y tranquilidad; la misma paz, calma, serenidad y tranquilidad que tú también mereces y que quiero que encuentres.
Quiero que este día, en este preciso momento, con el libro entre tus manos, sea tu 28 de mayo, el día que tomaste la firme decisión de marcar unos límites que te cambiaran la vida a mejor.
Tienes entre tus manos mi sexto libro editado (mi séptimo si tenemos en cuenta un e-book que escribí durante la pandemia de la COVID-19). A finales del 2022 cuento con más de cuarenta ediciones de mis libros en diferentes idiomas y países, pero no ha sido hasta ahora que me he decidido a «salir del armario» del abuso emocional y compartir con vosotros algo muy personal, algo que he llevado dentro, algo que me ha condicionado la vida en exceso durante mucho tiempo.
Este es un proyecto que he tenido en mente desde que empecé a escribir, un libro que he ido madurando no solo en los últimos años, sino a lo largo de toda mi vida y por fin puede ver la luz. Espero y deseo que te resulte inspirador y, muy especialmente, liberador.