CAPÍTULO 1

LOS LÍMITES QUE NO PONGAS TÚ NO LOS PONDRÁ NADIE

¡Cuántas cosas tenemos que aprender de pequeños! Nacemos tan vulnerables, tan incompletos y dependientes que necesitamos varios años para completar nuestro desarrollo y de infinidad de aprendizajes que poco a poco vamos incorporando en lo que será nuestro manual de referencia para la vida.

De pequeños aprendemos a andar, a comer solos, a peinarnos, a hablar, a sumar y restar, y millones de cosas más…

Poco a poco, vamos incorporando todas las competencias que necesitamos para vivir en sociedad y, cómo no, una de esas habilidades es la de decir «no» como primera muestra de nuestra capacidad para poner límites. Sí, también tenemos que aprender a decir «no». Exactamente sobre los tres años, momento de la famosa, recordada y temida por todos los padres «crisis del no».

Si has sido padre o madre recordarás perfectamente esa etapa en la que tu hijo o hija se enfadaba por todo, te montaba un drama por cualquier tontería y era prácticamente intratable. Recordarás, además, que esa etapa tan necesaria como incómoda tuvo lugar sobre los tres años. ¿Ya la has localizado en tu memoria? ¿Fue muy dura en tu caso? Pues además de dura es tremendamente necesaria, ya que nuestros hijos están practicando la autoafirmación, el establecimiento de límites y la confianza en ellos mismos. ¿Podría haber otra manera de conseguirlo? Pues posiblemente, pero esta es la que tenemos y con la que debemos lidiar.

Pero hablemos de ti. ¿Cómo fue tu etapa del no? Tiene mucha más importancia de la que crees. Dependiendo de cómo gestionaran tus padres tu «crisis del no» puedes incorporar esa habilidad para poner límites de manera adecuada o no. Siempre estamos aprendiendo, pero no todo lo que aprendemos lo aprendemos bien o nos resulta de utilidad. En algunos casos, esa «crisis del no» se zanja con una sobredosis de sumisión impuesta por parte de los padres, una mala gestión de la obediencia o la generación de una identidad con poca autoestima, excesivamente afable, mansa, dócil y maleable, y demasiado pendiente de la aprobación externa.

Esta manera de gestionar la «crisis del no» no nos hace ningún favor, ya que nos confunde y no nos permite adquirir y desarrollar una competencia clave para nuestra vida adulta: la capacidad para dibujar líneas rojas.

El caso de Carla

Durante todo el libro me gustaría compartir con vosotros el caso de Carla. Carla llegó a mi consulta como víctima de una familia tóxica. A lo largo de las siguientes páginas os iré explicando algunas de las reflexiones sobre su caso. Carla nació en una familia donde la madre tenía un papel dominante y el padre un papel pasivo-agresivo. La madre de Carla fue madre porque tocaba serlo, pero la realidad es que eso de tener hijos le venía grande. Para la madre de Carla, su hija era la causa de todos sus males, de su cambio de estilo de vida, una molestia continua, por lo que la educó de tal manera que la incomodara lo mínimo posible, es decir, sumisa, obediente y pasiva. Carla tenía que pasarse las tardes sentada en el sofá sin molestar o durmiendo siestas eternas, hacer lo que dijera su madre sin cuestionar ni molestar lo más mínimo. Carla aprendió rápidamente que lo mejor que podía hacer era pasar desapercibida, decir que sí a todo, y que no merecía ser querida ni respetada por nadie.

A veces, confundimos ser buenas personas con no negar nada; a veces, creemos que seremos más aceptados si nos mostramos sumisos; a veces, nos insisten en que seamos pasivos y obedientes anteponiendo las necesidades de cualquier otra persona a las nuestras propias. Y eso es de todo menos adaptativo, útil y práctico.

¡Pues ya está bien! Que digas «no» no implica que seas mala persona. Si la gente tiene derecho a pedirte lo que sea, tú tienes derecho a negarte sin miedo, sin culpa y sin vergüenza.

No te olvides de lo importante que es decir «no». Decir «no» en algunos momentos, a algunas personas o en determinadas situaciones no solo no es malo, sino que es bueno, deseable y absolutamente aconsejable. Tu calidad de vida, tu salud, tu bienestar y tu equilibrio dependen de muchos noes…

image

Apunte disruptivo. Rompe tus límites para poner límites a personas tóxicas

Fíjate qué interesante: tenemos que derribar nuestros límites para marcar los límites a otra persona. Pero ¿qué limites tenemos que derribar? Los que no nos permiten expresarnos libremente, defender nuestros derechos y ser fieles a nuestras prioridades. No eres tú el que tienes que limitarte y sí eres tú el que tiene que marcar los límites que quieres que se respeten. Atrévete a expresar lo que necesitas, a pedir lo que quieres, a negarte a hacer aquello que no deseas hacer, a protegerte y a tener cuidado de ti mismo.

Ha llegado el momento de desaprender lo aprendido para conocer nuevas formas de proceder más adaptativas, nuevos recursos más útiles o nuevas herramientas que nos resulten de más ayuda. Desaprende sin dudarlo para dejar espacio libre a nuevos aprendizajes.

Puedes hacerlo. Siempre estamos aprendiendo –o, por lo menos, deberíamos estar aprendiendo–, así que aprovecha esa plasticidad neuronal que tienes para adquirir nuevas habilidades que te ayuden a tener una vida mejor y para descartar aquellos conocimientos que se han quedado obsoletos, que te limitan, que te complican la vida o que no te ayudan en absoluto.

A veces creemos que no podemos y, ¡cómo no!, de manera consecuente con nuestras creencias no podremos. A veces creemos que no somos dignos de ser amados y nos apartamos de toda muestra de afecto. A veces creemos que hemos venido aquí a sufrir y nos abandonamos al sufrimiento. A veces creemos que cualquiera es más importante que nosotros y relegamos nuestras necesidades a un segundo plano. A veces dejamos de vivir nuestra vida para que otras personas no dejen de vivir la suya.

Si me aceptas un consejo, lo mejor que puedes hacer es desprenderte de todo aquello que te limita y aprender a «pensar bonito», a explorar y a disfrutar de una vida más intensa y acorde a tus prioridades.

Es posible que te hagan sentir mal cuando decidas poner límites. Lógico. Se le ha acabado el chollo a esa persona, pero tampoco hay que ser trágicos, cuando le dices a un niño que es mejor que no coma más gominolas se enfada, se frustra y cree que tú eres el culpable de su enfado, pero la realidad no es esta, es otra muy diferente. En realidad, ese niño debería estar agradecido de que veles por su salud y tú deberías estar orgulloso de la contribución que has realizado a su páncreas.

Además, aquella persona que te culpe o te haga sentir mal por poner límites no está respetando tus necesidades, tus prioridades y tu voluntad. Puedes tener una mirada más o menos amable, pero la realidad es que no es capaz de ponerse en tu lugar de manera empática, ya que le está dando más importancia a sus necesidades que a las tuyas.

Querido, querida, saca tus propias conclusiones: cuando una persona se enfada si le marcas tus líneas rojas, precisamente esa es la mejor señal de que has hecho bien.

SIÉNTETE CÓMODO PONIENDO LÍMITES

Es posible que te sientas incómodo dibujando líneas rojas y utilizando el no, pero mira, yo también me siento incómodo cuando hago dieta, cuando voy a correr, cuando me pongo corbata o con los zapatos de vestir. A veces, tenemos que superar algunas incomodidades para poder desarrollar una vida plena. Es más, a menudo, las cosas que más nos convienen nos despiertan cierta incomodidad.

Cuando te sientas mal poniendo límites piensa que te han estado educando, disciplinando y guiando para que así sea. En ocasiones, de una manera cruel e inhumana, solo por garantizar su propia comodidad; otras veces, por una educación mal entendida donde se ha confundido la sumisión con la educación, en ocasiones sin ser conscientes de ello.

Has confundido la sumisión con la bondad. Perdón, no es que la hayas confundido, es que te han educado para que seas una persona sumisa, para que des más importancia a necesidades, prioridades y deseos de otras personas que a los tuyos propios y para que te encuentres incómodo ejerciendo tus derechos asertivos y defendiendo tus intereses.

En realidad, lo que ha pasado es que has aprendido que poner límites es una experiencia dolorosa; por el contrario, cuando le das más importancia a las prioridades de otras personas y adoptas una actitud sumisa, te sientes bien o, por lo menos, dejas de sentirte incómodo.

Ese aprendizaje se ha forjado durante años. Con cada bronca, con cada comentario victimista, con cada «mira lo que has conseguido», «tu padre está muy enfermo» o «ya has hecho enfadar a tu madre», has ido aprendiendo que era mejor callar. Cada palabra que salía de tu boca despertaba su ira, su victimismo, su aparente dolor. Cada palabra era silenciada a golpe de culpa, de una manera cruel…

El caso de Carla

«Con todo lo que ha hecho tu madre por ti», «Así me pagas todos mis sacrificios», «Me quito la comida de la boca para dártela a ti»… Estas y otras barbaridades eran las frases con las que creció Carla. Reproches, exigencias, culpabilizaciones. ¡Nadie los obliga a ser padres, y si deciden traer a un hijo al mundo es para ocuparse de él, no para torturarlo! Esos sacrificios que supuestamente hacía la madre de Carla en realidad tenían otro nombre: responsabilidad. Eso sí, cuando culpas a una pobre niña de todos tus males, de tus malas decisiones, de tus perversiones y de no poder cumplir tus caprichos, como hizo la madre de Carla, dejas de moverte en la responsabilidad para empezar a moverte en el oscuro terreno del reproche y de la culpa.

Día a día has consolidado la creencia de que si pones límites eres una mala persona, un egoísta, un desconsiderado poco afable. Pero lo cierto es que no es así. A menudo comparto experiencias propias y vivencias personales; también quiero compartir contigo algunas de las lecciones que me ha dado la vida cuando me decidí a dibujar unas líneas rojas que debían ser respetadas.

image

Apunte disruptivo. Amado y odiado

Yo ya hace muchos años que dejé de tratar de gustarle a todo el mundo. Me costó aceptarlo, integrarlo y asumirlo, pero jamás he vivido más tranquilo. Soy querido y odiado a partes iguales… De eso va la vida, de ser como eres, de no renunciar a tu esencia para ser aceptado, de no perder el sueño por opiniones ajenas, de darle un sentido a tu vida y de conservar tu idiosincrasia. No trato de ser aceptado, ni de ser querido, ni tan solo de encajar. No fue un trabajo fácil, pero tampoco tan difícil. De verdad, deja de tratar de gustarle a todo el mundo. Comparte tu vida con la gente que te quiere, y aléjate e ignora a quienes te juzgan, manipulan, critican o pretenden cambiarte.

Sé muy bien de que hablo cuando se trata de aprender a dibujar líneas rojas. Durante mucho tiempo, yo no ponía límites y, como tú, tuve que desaprender algunas lecciones que tenía grabadas a fuego para aprender a poner límites. Cuando asumí que marcar líneas rojas era cuestión de supervivencia, de necesidad, y una prioridad absoluta, me resultó todo mucho más fácil. Estas son las tres lecciones que tengo para ti.

No poner límites te va a salir caro, muy caro… Estás infravalorando los efectos de no marcar líneas rojas. Yo creía que tenía claro que no poner límites me suponía un coste, pero hasta que los puse no tomé consciencia del elevado precio, del desproporcionado coste, de cómo había condicionado toda mi vida a los caprichos de personas abusivas.

Si no pones límites, los perfiles tóxicos, abusivos o parasitarios siguen y siguen en un crescendo sin fin y, lo peor de todo, es que esos perfiles no se detienen ante nada, seas tú, un niño, un anciano o una persona vulnerable. No les importas, no les importa nada, van a fondo, arrasando con todo, solo piensan en sí mismos, sin valorar las consecuencias de su feroz egoísmo.

No puedes condicionar tu vida a la de otras personas, tienes que velar por tus intereses y asumir que querer gestionar tu tiempo o tener tus propias prioridades no te convierte en mala persona. Cuando tratas de contentar a todo el mundo, lo único que consigues es irte a dormir cada día frustrado ante la incapacidad de conseguir tan ardua e inabarcable tarea.

El caso de Carla

Un día, Carla fue a comer a casa de una compañera de colegio. No podemos decir que Carla tuviera amigas. Por un lado, su baja autoestima la incapacitaba para establecer relaciones de amistad. Carla había integrado que era un incordio, que debía ser transparente, y así cómo iba a llamar la atención de una amiga. Por otro lado, Carla no sabía lo que era el amor, el afecto, por lo que cuando recibía muestras de cariño se sentía incómoda y se alejaba. Ese día, Carla, vio cómo la madre de su amiga era respetuosa, amorosa, calmada, equilibrada y tenía en cuenta a su hija y a Carla. Cuando volvió a casa, tuvo la mala idea de decirle a su madre que le había gustado mucho la madre de su amiga porque era diferente. Carla jamás olvidó ese día, el día que recibió una bofetada en toda la boca. El día en el que notó el frío metal de los anillos de su madre impactando contra sus labios y sus dientes. «No sabes la suerte que tienes de que sea tu madre, jamás volverás a pisar la casa de tu amiga», esas fueron las palabras que siguieron a la bofetada.

Decidir empezar a poner límites es una decisión difícil y valiente, pero que no hará más que reportarte paz, calma, bienestar y que te va a permitir focalizarte en lo importante, dejar de perder energía, tiempo y salud, y dar lo mejor de ti a las personas que realmente te quieren. Volvamos a lo importante. Toca desaprender para poder volver a aprender. Tenemos que desaprender viejos patrones inútiles para poder adquirir nuevos recursos, nuevos enfoques y nuevas estrategias.

«¿Y eso cómo se hace?», te estarás preguntando. Pues poniendo en práctica la técnica ysiísta que explico en Piensa bonito.1 Te voy a hacer un rápido resumen. El ysiísmo consiste en formularte la pregunta «¿y si…?», acompañada de aquello que jamás te hubieras planteado. Es una especie de catalizador de nuevas experiencias que te permite expandir tu mente y plantearte nuevas opciones que solemos descartar. Permíteme que te ponga algunos ejemplos: «¿Y si dejo de decir que sí?», «¿Y si le digo que no me apetece?», «¿Y si pongo tierra de por medio con esos perfiles tóxicos o abusivos?».

Tan solo tienes que atreverte, dar el paso, expresar lo que sientes… Pero no te preocupes, a lo largo del libro te iré dando claves y recursos para conseguirlo. Antes, sin embargo, tratemos de entender algunas máximas de la naturaleza humana y de la motivación que tienen los perfiles tóxicos, abusivos o parasitarios para poder gestionar mejor sus abusos y poner límites de una manera más efectiva.

1 Barcelona, Zenith, 2021.