La guerra profetizada
La ola de anticlericalismo que se desató nada más proclamarse la república el 14 de abril de 1931, a la que se añadió la política secularizadora de sus primeros gobiernos, provocó una inmediata reacción de los sectores conservadores y eclesiásticos del país, anunciando que España no tardaría en vivir un conflicto civil. Para ello se basaron en todo tipo de escritos y acontecimientos, así como en profecías espurias e incluso en supuestas apariciones marianas. Los sucesos sobrenaturales comenzaron a prodigarse y a caldear el ambiente, en espera de su eclosión a partir del 17 de julio de 1936. En aquellos tiempos, la creencia en este tipo de milagros estaba mucho más arraigada en España que en la actualidad, por lo que resultaba mucho más fácil considerar ciertos hechos como fruto de la intervención divina.
Nada más proclamarse la república, muchos católicos pusieron el grito en el cielo. Las lecturas escatológicas se acentuaron conforme avanzaban los cambios políticos. Volvían los tiempos de profecías y esperas, del miedo ante lo inesperado y de búsqueda de seguridad en un lenguaje providencial que explicara lo acontecido. El siguiente número de El Pilar [se refiere al n.º correspondiente al 25 de abril de dicha revista zaragozana] realizaba una clara llamada al combate a través de «oración como si todo hubiera de depender de un milagro; acción como si el cielo nos abandonara a nuestras propias fuerzas». No era el momento para las diferencias políticas, ante la situación actual «deben remozarse nuestras fuerzas para proseguir con más ahínco la labor milenaria de la España católica»1.
Una de las figuras más destacadas de este proceso fue la monja María Naya Bescós, de la Congregación de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana, una institución religiosa fundada en Zaragoza en 1804 por la mística catalana María Ràfols Bruna, quien también fue heroína durante los asedios que sufrió la capital del Ebro por parte de los franceses entre 1808 y 1809, en los que se dedicó plenamente al cuidado de los enfermos. Una de sus continuadoras, la maestra de novicias de la congregación María Naya Bescós, sobrina de la entonces superiora general de la congregación Pabla Bescós y Espiérrez, comenzó a partir de 1922 a falsificar una serie de escritos atribuidos a la fundadora en los que anunciaba el triunfo del reino de Cristo en España. Se trataba de un proceso de exaltación de la fundadora destinado a que esta fuera beatificada. Proceso en el que también participó Pabla, empeñada en que la orden se convirtiera en un referente internacional. De hecho, la superiora obtuvo la aprobación de la orden en Roma y, antes de su muerte en 1929, organizó más de sesenta casas nuevas, algunas en Sudamérica. En 1932 había ya 2500 religiosas de la congregación instaladas en 130 casas, hospitales, asilos y colegios. A medida que la orden creció, sus líderes se movieron para honrar a su fundadora. Así, Pabla realizó encuentros en homenaje a la madre Ràfols en Zaragoza y Vilafranca del Penedès (lugar de nacimiento de la fundadora), encargó la redacción de su biografía y para ello comenzó a recopilar los documentos necesarios. Y ahí fue donde intervino su sobrina, empeñada en forzar milagros atribuibles a la fundadora. Por ejemplo, cuando Naya y la superiora interina Felisa Guerri (Pabla sería elegida para ese cargo en noviembre) fueron a comprar la casa natal de la madre Ràfols el 31 de agosto de 1924, Naya señaló un crucifijo y lo identificó como perteneciente a su fundadora. Supuestamente el crucifijo estaba fijado a la pared desde el pasado siglo y nadie había logrado desclavarlo, pero Naya pudo quitarlo con facilidad, como si ella misma tuviera algún poder sobrenatural. Este crucifijo, el Santo Cristo de la Pureza y del Consuelo, se convirtió en una importante reliquia de la congregación.
Con la llegada de la república, aumentaron tales profecías, puestas por Naya en boca de la madre Ràfols en la obra Escritos póstumos (publicados por primera vez en Zaragoza en 1932 por la editorial Gambón), y aunque la superchería fue pronto descubierta, los escritos gozaron sin embargo de gran popularidad durante mucho tiempo. Ahora, más que potenciar el asunto de la beatificación, se buscaba concienciar a los católicos de que la república era un nido de víboras anticristianas.
Se aseguraba que dichos escritos habían sido redactados en 1815 y 1836, pero que, por voluntad divina, habían permanecido ocultos hasta el 2 de octubre de 1931 y el 29 de enero de 1932. Recogían las visiones que la monja había tenido del Corazón de Jesús anunciando que la Iglesia católica de España iba a sufrir persecución precisamente en 1931 (cuando llegue esta época, que empezará abiertamente en el año 1931, quiero que todos mis Hijos los hombres, que tanto me han costado, levanten su espíritu y pongan en Mí y en mi Madre Santísima toda su confianza), que la enseñanza religiosa se iba a suprimir (hasta en su querida España se cebaría y con más furia, que en otras naciones, el espíritu del mal, trabajando sin descanso por borrar la fe cristiana en todos sus habitantes y de modo especial querrán con gran empeño quitar y quitarán de la vista de sus hijos pequeñuelos su imagen y prohibirán que se les enseñe su Doctrina Divina) y que se producirían incendios de iglesias y conventos (hijos suyos que andarán envueltos en una ola de cieno, guiados por el espíritu infernal, profanando y destruyendo templos, derribando imágenes y sobre todo queriendo borrar Su Nombre mil veces bendito de todos los ámbitos de la tierra). Sin embargo, al final triunfaría la verdadera fe: pero quiero que no sucumban mis fieles Hijos; yo les ayudaré en todas las luchas y conmigo la victoria la tendrán segura. Estas predicciones, en las que se intuía una inminente guerra contra los ateos, fueron ampliamente difundidas por los sectores más reaccionarios de la Iglesia hispana, entre los que se puede citar al jesuita navarro Demetrio Zurbitu Recalde (asesinado en Montcada i Reixac el 20 de octubre de 1936), que prologó estos Escritos póstumos, así como por los partidos políticos más opuestos a la república. Sin embargo, pronto se llegó a la evidencia de que la pía fundadora de la congregación no era la autora de estos mensajes celestiales. En este sentido, resulta encomiable la labor del, entre otros, padre benedictino Aimé Lambert, residente en la abadía zaragozana de Cogullada entre 1906 y 1935 y guillotinado por los nazis en 1943. En su artículo Sur les «Escritos póstumos» de la V.M. Rafols2, desenmascaraba la farsa y negaba la autenticidad de tales escritos. De hecho, en enero de 1934 una comisión de expertos designada por la diócesis zaragozana proclamaba también su falsedad, aunque tal veredicto fue ocultado al público para evitar problemas, pues estaba en curso el proceso de beatificación de la madre Ràfols iniciado en 1926. A pesar de todo, nada más concluir la guerra civil, la editorial Lumen reeditaba en Madrid estos escritos póstumos.
Una de las «profecías» aparecidas en los Escritos póstumos de la madre Ràfols decía así: En la misma noche y entre dulces delicias me hizo ver mi Dulce Jesús con toda claridad, que cuando se encuentren estos mis escritos, en estos recintos grandes edificios se levantarán, para bien de las almas y de la humanidad, sin más medios humanos que la fe y confianza ciega en su divino Corazón. Que todas estas obras se levantarán por inspiración divina y que el principal instrumento de estas obras tan del agrado del Corazón de Jesús, será y se llevarán a cabo por mediación del señor Obispo que en aquellos años gobierne esta diócesis de Barcelona. También me ha hecho sentir con toda claridad, que estas obras se harán en los años 1931 al 1940 sobre poco más o menos. Y que el mismo Corazón de Jesús, por medio de su fiel instrumento (el señor Obispo) dirigirá estas santas obras, y moverá de una manera sobrenatural muchos corazones de almas generosas de esta villa, y de otras muchas partes para que cuando empiecen las obras, sin ningún entorpecimiento se lleven a la práctica estos grandes designios de su Divino Corazón.
¿A quién iba dirigida esta profecía diseñada por la pícara hermana Naya? La respuesta es al prelado navarro Manuel Irurita Almandoz, obispo de Barcelona desde 1930. Como Vilafranca del Penedès pertenecía a su diócesis, Irurita favoreció mucho la causa de la beatificación de la madre Ràfols, de ahí el interés de Naya por mencionarlo en las supuestas profecías. La pena fue que esos momentos de gloria que deberían haber tenido lugar entre 1931 y 1940 se vieran truncados por la guerra civil, que se llevó por delante al propio obispo al ser asesinado por milicias anarquistas en Montcada i Reixac el 3 de diciembre de 1936. Aquí, la hermana Naya no supo prever con exactitud lo que se avecinaba.
La mención de Irurita nos permite abordar un nuevo asunto de profecías relacionadas con la guerra civil, nacido en el marco de la II República. Nos referimos a las visiones marianas que tuvieron lugar durante el verano de 1931 en el pueblo guipuzcoano de Ezquioga. La primera de estas visiones fue protagonizada por dos niños en el monte vecino el 29 de junio de aquel año, aunque no fue aquel un hecho excepcional, pues, desde el advenimiento de la república, las supuestas apariciones de la Virgen eran cada vez más frecuentes como manifestación de protesta ante el anticlericalismo de los nuevos poderes y de quienes los sustentaban. Cuantos más conventos se quemaban y más se atacaban los centros religiosos, más se manifestaba la Virgen. Lo hizo en Torralba de Aragón (Huesca) o en Mendigorría (Navarra) en la primavera, siempre ante un grupo de niños y siempre de luto, como entristecida por la situación. En Ezquioga, los primeros en verla aquel 29 de junio fueron la niña Antonia Bereciartu, de 12 años, y su hermano Andrés, de 9, ambos encargados de cuidar ganado. A partir de entonces, más de 150 personas, la mayoría niños y niñas de familias humildes, se convirtieron en visionarias de la Madre de Dios, que les hablaba en euskera y en castellano pidiéndoles el rezo diario del rosario. A finales de aquel año, aproximadamente un millón de personas había acudido al lugar para escuchar los relatos de los videntes, algunos de ellos jóvenes de la región que también habían visto santos.
Lo más inquietante de todo fueron las revelaciones que la Virgen hizo a sus visionarios, recogidas por el franciscano valenciano Amado de Cristo Burguera y Serrano en su libro Los hechos de Eizquioga ante la razón y la fe, publicado en Valladolid en 1934. Así, a Benita Aguirre, de Legazpia, nacida en 1922, la Virgen le anunció el 23 de mayo de 1933: pronto, entraran los comunistas en España; que estos han empezado a cometer maldades, siendo muchos los que, ciegos, no se dan cuenta de que, por encima del comunismo, vendrá el castigo.
Y suma y sigue:
— 24 de junio de 1933: Me participó que cuando expulsen de España a los católicos no les faltará nada en donde estén, pues Jesús les ayudará; que España será muy castigada, siendo librados del castigo los católicos que se hallen fuera de ella, pues donde estén éstos no habrá castigo; que en tales tiempos en España habrá sólo gente mala, y que Jesús arrojará sobre ésta sin compasión, lo que tenga que arrojar; que no temamos los católicos, pues que al cabo de tres años y medio, volveremos a España, habiéndonos librado del castigo, y que los hombres han obligado a Jesús a obrar así.
— 30 de junio de 1933: Insistió en que pronto vendrá una persecución muy grande para los cristianos, teniendo muchos de éstos que huir a los desiertos; que esta persecución vendrá cuando los comunistas se hagan dueños de España, los cuales martirizarán a muchos de aquellos, aunque el comunismo durará muy pocos días; sin embargo, mientras dure, quedarán arruinadas muchas partes de España a la cual dejarán en completa miseria; que muchos creen que cuando haya desaparecido la República española habrá paz, más están muy equivocados; la Santísima Virgen nos previene para que estemos preparados para una lucha mayor; y que los jesuitas, tanto como las demás órdenes religiosas, serán expulsadas de España, y que tras su expulsión estará muy cerca el castigo.
— 7 de septiembre de 1933: Esta República impía, que reposa en España, cuya aparición ha sido señal de los castigos venideros, pronto será totalmente arruinada; mas aún vendrán peores tiempos. Los comunistas se apoderarán de España y sacarán fuera de ella a los buenos; y mientras los buenos estéis fuera, castigaré cruelmente a toda España, sin temor a nada. Los buenos tendréis que huir al desierto; mas os declaro que no sufriréis hambre, pues Yo os alimentaré. Después en los desiertos, donde estéis, se harán casas y se poblará. Allí en el desierto, conoceréis al que después tiene que reinar (o sea, el Gran Monarca). Después que paséis tres años y medio en el desierto podréis venir otra vez a España, pues habrán pasado para entonces los castigos. Y es en este tiempo que vendrá el reinado del Sagrado Corazón de Jesús, pero este reinado será interior.
Podríamos añadir muchos más ejemplos de aquel profetizado apocalipsis, pero consideramos que son ya suficientes. Nos resulta chocante que, frente a la obsesión de la Virgen por los comunistas (recordemos que, en aquellos años, el Partido Comunista de España era una organización política con escasa influencia en el país), a los anarquistas, mucho más numerosos e influyentes, solo los mencione una vez (¡Pobres ornamentos sagrados! Iglesias cerradas, saqueadas y quemadas, las casas asaltadas, los bancos destruidos, fortunas sepultadas. ¡Qué horrores hace el ir contra la Doctrina de mi Hijo. Comunistas, anarquistas, reuniones izquierdistas serán los protagonistas de la obra. A vosotros, padres de familia, os toca luchar en defensa de la Religión de vuestros hijos. No queráis política ninguna. Mi reino es muy grande, pero será para aquellos que tengan la política que deben de tener: el reinado de las almas en mi Jesús). En cuanto a los socialistas…, la Virgen no parecía mantener ningún contencioso con ellos, ya que jamás los mencionó en sus supuestas profecías. Está claro que el miedo a la Rusia soviética había calado también en España, en parte provocado por la protesta que, en 1930, realizó por carta Pío XI ante la virulenta persecución anticristiana en Rusia.
Muchos vascos y catalanes acudieron a Ezquioga, convertida por el párroco integrista de Zumárraga Antonio Amundarain Garmendia en una nueva Lourdes. Sin embargo, ya a finales de 1931 se comenzaba a ver todo aquello como fruto de la histeria. Al no tener la bendición oficial de la Iglesia, el asunto se complicó para los creyentes. A finales de junio de 1932, con aprobación de las autoridades diocesanas, el jesuita José Antonio Laburu pronunció unas conferencias sobre el «contagio mental» de las visiones de Ezquioga y negó su carácter sobrenatural. Algunas de las visiones resultaban absurdamente infantiles, entre ellas una del diablo haciendo gestos a la niña Benita Aguirre por la ventanilla de un autobús. Otro vidente vio en el purgatorio a una persona que estaba viva. Presionados por su público, a estos visionarios el asunto se les escapó de las manos. En septiembre de 1932, el gobernador civil republicano de Guipúzcoa Pedro del Pozo, a instancias del propio presidente del gobierno Manuel Azaña, tomó medidas drásticas contra los videntes, «que con el pretexto de las supuestas apariciones han emprendido una campaña política». El mencionado padre Burguera, firme impulsor del teatrillo, fue encarcelado durante una semana en la cárcel de Ondarreta (San Sebastián) y varios videntes adultos enviados unos días al psiquiátrico Santa Águeda de Mondragón (el mismo lugar donde, siendo entonces un balneario, fue asesinado en 1897 el presidente del gobierno Antonio Cánovas por un anarquista italiano). El magistrado Alfonso Rodríguez Dranguet, un masón que durante la guerra sería el presidente del tribunal de espionaje y alta traición de Cataluña, fue nombrado juez especial del caso. Tales medidas podían ser tachadas de persecución oficial; pero en septiembre de 1933, el padre Mateo Múgica, obispo de Vitoria exiliado en Francia, prohibió también a los videntes acudir al lugar de las apariciones. Y en junio de 1936 calificó de cismática la actitud de los que apoyaban y creían a los videntes. Cuando estalló la guerra civil, los rebeldes, pese a estar bendecidos por la Iglesia católica, entendieron lo de Ezquioga como algo propio de separatistas vascos, por lo que no permitieron su resurgir. Incluso algunos de los videntes fueron encarcelados (uno de ellos, que tenía un hijo sacerdote, precisamente acusado de separatista, aunque se pudo demostrar la falsedad de la acusación y solo pasó dos semanas encerrado), y otros tuvieron que exiliarse.
Volvamos ahora al obispo Irurita de Barcelona. Como buen navarro, consideraba lo sobrenatural como lo más natural del mundo, así que visitaba con frecuencia el santuario de Lourdes. De hecho, en una de estas visitas, según él mismo contó llegaría a vivir un suceso milagroso. Fue en 1927, siendo canónigo en Valencia, cuando al dirigirse a predicar a un convento carmelita tomó un tren equivocado. Rezó entonces pidiendo ayuda a Thérèse de Lisieux, y el tren se detuvo en la estación del convento. Una vez bajó de su vagón, preguntó qué había sucedido y el maquinista respondió que había visto a una monja parada en las vías, aunque nadie más parecía haberla observado3. Un milagro más. En cuanto conoció lo sucedido en Ezquioga, el obispo visitó de incógnito el lugar en al menos cuatro ocasiones, una de ellas acompañado de Amundarain. De regreso a Barcelona, permitió que en su diócesis se escribiera a favor de las visiones y de las profecías del lugar. Y en cuanto se publicaron los Escritos póstumos espurios de la madre Ràfols, que tan buen papel le reservaban, el obispo percibió de inmediato la coincidencia de los mensajes antirrepublicanos. Qué frustración debió de sentir cuando en 1934, condenadas ya por la Iglesia oficial las visiones de Ezquioga, aquellos Escritos fueron también considerados falsos por esa misma iglesia. Para mayor desgracia suya, las profecías de los videntes vascos resultaron en parte ciertas y acabó estallando una guerra civil que cogió al obispo en el lugar y en el momento equivocados, lo que le llevó a ser asesinado por aquellos anarquistas tan ninguneados por la Virgen de Ezquioga.
1 Francisco Javier Ramón, 2014, p. 87.
2 En Revue d'Histoire Écclésiastique, XXIX, 1933 pp. 96-107.
3 Anécdota citada en RICART TORRENS, José. Un obispo antes del concilio. Biografía del Excm. y Rdmo. doctor don Manuel Irurita Almandoz, obispo de Barcelona. Ed. Religión y Patria, Madrid, 1973, pp. 40 y 41.