I. Rosales, su otra casa

Felipe de Borbón ha querido que sus hijas, la princesa Leonor y la infanta Sofía, estudien en Santa María de los Rosales, su colegio. La reina Letizia tenía otra idea. Incluso buscó en Madrid posibilidades distintas, preguntó a matrimonios amigos y se informó. Pero, lógicamente, se ha cumplido la voluntad de su marido. Y eso esconde una explicación de fondo: la importancia que ha tenido Rosales en la formación humana, personal e intelectual del rey.

Como él mismo ha comentado más de una vez, en el colegio fue feliz. Reconoce que en Rosales ha pasado los mejores años de su vida. Fue tratado casi casi como un niño más, sin las incomodidades de sentirse alguien especial. La propia doña Sofía dio órdenes a los guardaespaldas de que no intervinieran si su hijo se caía: ya se levantaría él solo o le ayudarían otros. Y allí se forjaron algunas de sus amistades más hondas y duraderas.

Durante años, Felipe no tuvo un especial sentimiento de ser un príncipe ni nada parecido. Cuando, con seis años, en el colegio le preguntaron a qué se dedicaba su padre, contestó: «Mi padre trabaja en aviones»1. Era porque en televisión lo veía subiendo y bajando de un avión oficial. Incluso anduvo corto de dinero en muchas ocasiones y tuvo que pedir prestadas unas pesetas a un compañero para comprar algo.

Llamada imprevista desde La Zarzuela

La etapa de Rosales ha sido decisiva en la vida y formación del monarca. Y en ello tiene mucho que ver el que entonces era su director, Manuel Terán.

Nunca imaginó Terán que un día se convertiría en profesor y tutor informal de un príncipe, y hasta en consejero educativo de don Juan Carlos. Todo empezó con una comunicación telefónica en 1969. «Me llamaron del palacio de La Zarzuela para preguntar si podía visitarnos la princesa doña Sofía2. Vino en dos o tres ocasiones. Estuvo viendo el colegio y me preguntó muchas cosas. Es una de las personas que más indagó sobre los distintos aspectos del colegio»3.

Manuel Terán Troyano nació en Madrid en 1933. Sobrino nieto de Fernando de los Ríos, era hijo del fue maestro de geógrafos, Manuel de Terán, y de Fernanda Troyano de los Ríos, que ejerció como maestra en el Instituto-Escuela. Su padre fue uno de los preceptores de don Juan Carlos.

Abandonó su inclinación por la naturaleza y por los estudios forestales para dedicarse a la que sería su otra gran pasión: la docencia. Dada su herencia ideológico-educativa, Terán irradiaba fe en su propuesta pedagógica y entusiasmo en su propósito de llevarla a cabo. «Fiel a sus creencias y profundamente respetuoso con las ajenas, generoso con su tiempo y sus ideas, supo hacerse respetar, admirar y querer por cuantos le trataron»4.

Lo que preguntó doña Sofía

Apenas nacer Felipe5, su padre comentó a los periodistas: «Deseo darle una formación lo más completa que pueda. De todos modos, lo que sí quiero decir es que me gustaría que estudiara como un chico cualquiera. Deseo que su formación sea lo más abierta posible»6. Con estas coordenadas, él y la princesa habían empezado a buscar colegio para su hijo. Y dentro de esas gestiones se situaron la llamada a Rosales, las visitas de doña Sofía y la entrevista con su director, Manuel Terán.

«Doña Sofía me preguntó sobre la independencia ideológica del colegio, la no pertenencia a ningún grupo, del tipo que fuera; eso le agradó. Le gustaba por el tipo de chicos que venían —teníamos unos 1500 estudiantes—. Incluso nos llegó a pedir la lista de los alumnos. Se interesó por el tipo de familias que componían el colegio, tradicionalmente de profesiones liberales: abogados, médicos, arquitectos... Estudió también el número de alumnos por grupo. Me pidió información sobre metodología didáctica: si era activa o un método tradicional y repetitivo... El deporte fue otro tema en el que hizo hincapié, lo mismo que en el resto de las actividades: excursiones, teatro, música...».

A finales de ese curso, Juan Carlos y Sofía informaron a Manuel Terán de que habían decidido que sus hijas, Elena y Cristina, que hasta entonces habían estudiado en el Colegio Santa María del Camino, se incorporaran a Rosales; y que, en su momento, lo haría también el pequeño, Felipe.

La matrícula no resultaba barata entonces: en torno a las veinte mil pesetas. Rosales figuraba entre los doce colegios más caros de Madrid, aunque existían becas para familias numerosas y para los hijos de profesores y empleados. Contaba Terán que, por ejemplo, en la clase de Felipe figuraban las hijas del cocinero del centro.

Un colegio no tan laico

Una de las inquietudes de doña Sofía, a la hora de buscar centro educativo para sus hijos, fue recibir garantías de una adecuada educación católica.

Algunas biografías afirman que Felipe se educó en «un colegio laico». Santa María de los Rosales lo es, si se tiene en consideración que contaba con alumnos judíos y protestantes y que no lo llevaban religiosos, pero no en el sentido de que no se impartiera formación cristiana. De hecho, doña Sofía se cercioró de que el centro tuviera inspiración católica. Así lo confirmó Manuel Terán: «En parte, este también fue uno de los motivos por los que la reina escogió nuestro colegio».

Terán explicaba que Felipe había recibido en su casa la educación religiosa básica y que en el colegio la fue completando con la práctica y los conocimientos.

«Aquí tenemos clases de religión y una convivencia anual con los alumnos fuera del colegio, durante uno o dos días. Se celebra misa en determinados momentos: a final de trimestre, en Navidad, en Semana Santa... También con motivo de algún hecho importante que ocurra en el mundo o que tenga relación con el colegio: el fallecimiento del padre de un alumno, por ejemplo. La misa no está incorporada al horario, es algo esporádico, y siempre voluntario. El príncipe participaba totalmente, como un alumno más».

Detrás del colegio había un grupo de personas que, a principios de los años cincuenta, fundaron Estudios Generales, S. A., una institución gestionada por padres interesados en temas educativos. Se fueron sumando al proyecto intelectuales y empresarios, monárquicos o de oposición moderada al franquismo. El objetivo, «crear un foco de cultura y educación que, con un marcado carácter de servicio, contribuya al desarrollo de la sociedad... y al cultivo del hombre por encima de las corrientes en curso, impregnando la educación de espíritu cristiano», que haga de los alumnos «hombres física y psicológicamente sanos»7. Son los principios que se inculcaron desde niño a Felipe en su colegio.

Pedagógicamente innovador

La vocación pedagógica de Manuel Terán encontró en Rosales un perfecto caldo de cultivo y de aplicación práctica, como profesor y, sobre todo después y hasta el final, como director.

Respondiendo a la idea renacentista de educación integral, el colegio dedicaba especial atención al teatro y a la música. Felipe, que participó en muchas representaciones, tuvo un papel estelar en la obra Calígula, de Albert Camus, y actuó en conciertos tocando el xilófono.

Entonces resultaban llamativos sus métodos de enseñanza. Se impartía la asignatura de Motricidad; se creó el Instituto de Matemática Moderna, para investigar por qué era esta la materia de mayor fracaso escolar, y se elaboraban perfiles psicológicos de cada niño.

Los deportes eran rotativos. Les hacían pasar por todos, y por todos discurrió Felipe: fútbol, balonmano, baloncesto, gimnasia... «No somos un colegio que cultive un deporte exclusivo, porque queramos ser famosos por el baloncesto o por la gimnasia... No nos mostramos muy competitivos en este terreno, y creo que eso ha influido también en él [en Felipe]. Lo que queremos es que hagan deporte y pasen por el conocimiento de todos»8. Algo parecido se aplicaba en la asignatura de Música, que se impartía a través de los distintos instrumentos: «La idea no es hacer virtuosos, sino que tengan una cultura musical general desde pequeños. Felipe respondía bastante bien. Cada cierto tiempo ofrecíamos audiciones a los padres, y cada año un concierto, en los que él participaba»9.

El contacto con la naturaleza fue igualmente una constante en la educación del joven príncipe. Se materializó en los campamentos de verano y en las excursiones que organizaba cada curso el colegio. En 1976, con ocho años, ya en cuarto curso, Felipe tomó parte en el programa escolar de excursiones, a las que se apuntaba con todos sus compañeros; sin embargo, a diferencia de algunos de ellos, no podía permitirse comprar las cosas que veía. Motivo: solía ir corto de dinero. Durante ese curso 1975-76 se organizó una salida a Aranjuez. «Los chicos llevaban algo de dinero, para comprar una cocacola, adquirir un recuerdo: siempre compraban algo. En Aranjuez, Felipe, como tantas otras veces, iba tan justo de dinero que ponía cara de ver quién le dejaba algo. Y tenía que pedir: “¿Quién me presta, que mañana lo traigo de casa?”»10.

El protector, Flórez Tascón

En septiembre de 1972, con cuatro años de edad, Felipe se estrenó en Rosales. Aquel primer día vistió ya el uniforme: pantalón gris —corto en verano, largo en invierno—, jersey azul marino, corbata del mismo color con rayas amarillas y americana azul marino con el escudo del colegio. La ropa que llevó durante once años, hasta 3.º de bup, con una excepción permitida para los meses de calor: en lugar de corbata y camisa blanca, un niqui gris.

Muy pronto, Felipe encontró un protector amistoso, dispuesto a defenderle, si hacía falta, ante cualquier alumno mayor en edad o estatura. Era un compañero de color, corpulento y fuerte, que se sentaba en su misma clase: Francisco Flórez Tascón, un niño guineano adoptado por el doctor Flórez Tascón, que permaneció también en Rosales hasta el final del bachillerato.

Como Felipe era un poco más joven que sus compañeros de curso, el bueno de Flórez Tascón pensó que su fortaleza podía evitarle algún problema; aunque, con el paso de los años, la estatura del propio Felipe casi superó al de su especial «ángel de la guarda». Esa amistad, fraguada desde preescolar, se ha mantenido toda la vida. El profesor Terán lo confirmaba: «Han sido amigos siempre».

El 23 de noviembre de 1975, al día siguiente de la jura de don Juan Carlos como rey de España, Felipe acudió al colegio acompañado de su madre y llevando consigo las últimas notas, firmadas a pesar de las fechas vividas; eran once cartulinas y todas venían rubricadas: «Juan Carlos, rey; Sofía, reina». Carmen Jiménez de Pérez de Ayala, jefa de la sección de egb hasta 3.º, reveló las preocupaciones de doña Sofía:

«Llegó esa mañana con Felipe de la mano y me comentó: “Vengo un poco inquieta, porque el niño está nervioso, preocupado por qué le van a decir los de su clase cuando le vean”. Yo le propuse: “Si Su Majestad quiere acompañarle...”. “No, no, por favor —me contestó—; pase usted. Yo espero fuera, a ver qué sucede”.

Entré con Felipe en clase y todos se volvieron. Le habían visto en la televisión. “¡Hombre, Felipe, qué tal! ¡Estuviste en la tele!”. Uno le preguntó: “Oye, ¿por qué te movías tanto?”. Y otro: “¿Y por qué te rascabas?”. Felipe respondió: “Es que tenía una camisa nueva y me picaba mucho”. El profesor intervino: “Bueno, todos a su sitio. Felipe, coge tus cosas. Estábamos en...”. Y la clase continuó ya con normalidad. Bajé a la calle, se lo conté a la reina, y ella comentó: “¡Qué bien, qué alivio!”. Y se marchó muy contenta».

Doña Sofía al tanto, despachos con don Juan Carlos

Una de las cosas que más impresionaron a Manuel Terán y al resto de los profesores fue el respeto que mostró doña Sofía hacia el colegio. «Siempre llamaba antes, pidiendo la entrevista: día, hora... Y lo mismo cuando se refería a Felipe. No lo ha sacado del colegio ni diez minutos sin haber pedido permiso». Asistía a las reuniones de padres, a los conciertos y obras de teatro; acudía a hablar con los profesores. En los meses anteriores a la primera comunión, estuvo presente en algunas de las reuniones preparatorias.

Don Juan Carlos acudía menos. «Lo que hacía —contaba Terán— era citarme tres o cuatro veces al año, en el palacio de La Zarzuela, para comentar la marcha escolar de su hijo». Alguna vez se acercaba personalmente, en coche, a recogerlo, pero en esos casos trataba de no interferir. En una ocasión, un profesor, encargado de los aparcamientos, vio un vehículo mal estacionado y se acercó al conductor que se encontraba allí. Le dio una palmada en la espalda y le dijo: «Aquí no se puede aparcar». No reconoció a don Juan Carlos. «Hombre, yo tengo permiso del director», escuchó. Y entonces se dio cuenta de quién era.

El alumno Felipe

Manuel Terán describió así el perfil del alumno Felipe. «Era un chico muy cumplidor. Nunca recibió castigos en el colegio: es que no los mereció».

María Teresa Esteban relata que se comportó como persona ordenada y cuidadosa con las cosas que tenía. «Empezaba a principio de curso con un bolígrafo y con el mismo llegaba al final. No era un chico destrozón. Eso le salía por temperamento. Además, había sido educado en la austeridad y se notaba: traía, por ejemplo, una cazadora corta que le sirvió para varios años». También recordaban sus profesores que presentaba limpios y ordenados los trabajos y exámenes. Normalmente firmaba como Felipe de Borbón, si bien, cuando era una nota personal, para el profesor, escribía solo «Felipe».

Los grupos de clase eran de pocos alumnos, en torno a veinticinco. A medida que iba ganando en estatura le fueron desplazando a los últimos lugares porque no dejaba ver a los que se sentaban detrás de él. Sufrió problemas para meter las piernas entre el asiento y el tablero de la mesa. «Casi tuvimos que hacerle un pupitre especial», comentará en broma un profesor.

Más de letras que de ciencias

Felipe sacó en el colegio notas aceptables tirando a buenas: muchos notables, algún sobresaliente y ningún suspenso en junio. «Fue un alumno brillante —confirmó Manuel Terán—. Siempre le gustaron más las materias de letras, aunque también la física teórica y, sobre todo, la astronomía. En algunas asignaturas destacaba, como en Literatura; no sólo en conocimientos, sino en trabajos de investigación, de creación. Tenía buen estilo escribiendo». «Leía mucho —añadió—. Devoraba lo que caía en sus manos, en particular libros de aventuras, que alternaba con los textos clásicos que le pedían en el colegio».

Terán opinaba que Felipe habría conseguido mejor rendimiento si no hubiesen existido las otras obligaciones fuera del colegio: mientras los demás podían estudiar en casa, él tenía que faltar a clase (para presidir los Premios Príncipe de Asturias u otros actos) y, luego, debía recuperar. «Siempre le dimos las calificaciones que merecía, porque los reyes nos insistieron mucho en eso». Y en esos años escolares tuvo que aprender, además, otras cosas.

Su formación no acaba en el colegio, cuando terminan las clases y sus compañeros se dedican a sus ocios o a sentarse delante del televisor. Algo que la mayoría de la gente ignora es que, cada tarde, cuando todos los demás muchachos que estudian bup con Felipe terminan su jornada, empiezan para el príncipe de Asturias las horas de educación complementaria que exige su formación de futuro rey: idiomas —francés desde 6.º de egb—, oratoria, normas de protocolo, técnicas de relaciones humanas...11.

Actor de teatro

La afición a intervenir en las obras de teatro del colegio comenzó tempranamente. María Teresa Martínez Esteban lo relata: «Le encantaba representar y lo hacía bien. Resultaba chocante, porque en los primeros años era más bien tímido».

Con once años, intervino en el entremés de Casona Peribáñez o El comendador de Ocaña, interpretando al Comendador. «Hizo este papel —cuenta Martínez Esteban— ataviado perfectamente. Consiguió el traje de época en su casa, con gola y todo. Y se trajo un bastón de mando que le cogió a su padre. Don Juan Carlos, que asistía a la representación, se llevó la gran sorpresa al reconocer su bastón en manos de Felipe».

En 3.º de bup, último curso en el colegio, la obra elegida fue la ya citada Calígula, de Camus, una pieza larga y difícil. La representaron en el auditorio del Instituto Nacional de Educación Física (inef), con asistencia de los reyes y la infanta Cristina, así como medio millar de padres y profesores. Felipe hizo de Helicón y Fernando Primo de Rivera personificó a Calígula. Terán recordaba el final trágico de la obra, con Felipe y Fernando caídos en el escenario, al morir sus personajes a manos de los enemigos del emperador.

En el colegio se mostró deportista. Jugó en competiciones escolares con el equipo de balonmano, modalidad en la que destacaba. Hizo también natación en la piscina cubierta, hockey, baloncesto, balonvolea, gimnasia con aparatos... El fútbol no figuraba entre los deportes previstos por el centro, pero durante años fue su favorito para los recreos. Carmen Jiménez recordará: «Le gustaba mucho jugar al fútbol. En cuanto podía, estaba dando patadas en el patio con los demás». Sin embargo, no le atraía la competición directa, y prefería jugar de defensa, según uno de sus profesores, «para no verse en la tesitura de fallar un gol».

Su segundo hogar

Para Felipe, el colegio se convirtió en su segundo hogar. Se encontraba allí tan a gusto que no tenía prisa por irse, a pesar de que sabía que le estaban esperando. «Era de los primeros en entrar y de los últimos en salir»12.

Un día, en el aparcamiento del colegio se formó un atasco considerable. Solía colapsarse con facilidad, debido a que únicamente disponía de un carril de entrada y otro de salida, pero en esa ocasión el motivo era que dos coches se encontraban detenidos, esperando desde hacía ya tiempo. En uno de los vehículos, doña Sofía miraba el reloj una y otra vez; en el otro coche aguardaban los policías de la escolta. Lo que ocurría era algo frecuente: habían terminado las clases, la mayoría de los alumnos habían abandonado las aulas, y Felipe no acababa de salir para volver a casa.

A lo largo de todos los cursos, hizo gala de un proverbial buen apetito. «En los recreos, solía ir a la cafetería del colegio, en la que Amancio, el encargado, servía a los alumnos bocadillos, bollos, refrescos... que se pagaban con tiques: cada tique valía cinco pesetas, y se adquirían en Administración. En bup, Felipe tomaba un bocadillo de tortilla y una cocacola, y a veces hasta dos bocadillos; y eso que eran muy grandes»13.

Las cualidades forjadas y desarrolladas en Rosales se han mantenido en gran medida en la personalidad del actual rey de España.

El día del golpe

En 1980 comenzó 8.º de egb. A sus doce años, era un alumno muy activo, que participaba en las mismas travesuras que los demás. Por ejemplo, provocando al jardinero cuando estaba regando las plantas para que, al final, acabara mojándolo a él.

A esta época corresponde una de sus jugarretas más conocidas. «Un día, Felipe y varios amigos se escaparon en un recreo —narró Manuel Terán—. Como los iban a coger, porque no estaban en su sitio, se metieron por la ventana de la clase y se escondieron en el armario. Llegó la hora de comenzar la siguiente clase y Felipe no aparecía. Para colmo, llamó la reina para hablar con su hijo... Al final, viendo él los apuros de los profesores, salió».

En febrero de 1981 se produjo la intentona golpista del 23-F. «Me telefonearon desde La Zarzuela —recordará Manuel Terán— y me lo comunicaron. Vinieron unos refuerzos de guardias del palacio a la hora de la salida. Felipe cumplió el horario de clases y, al terminar, marchó hacia La Zarzuela, como digo, con más escolta que lo habitual. A la mañana siguiente vino al colegio. Aquí se mostró sereno. Estuve un poco más atento a él. Me acuerdo de que, por la tarde, se retrasaron en recogerlo. Lo acompañé durante la espera, y él, nada, tan tranquilo».

Y llegó la edad del pavo

En 1983, con quince años, Felipe pasó un sarampión juvenil, común por otra parte a la mayoría de los muchachos: la edad del pavo. En su caso, se tradujo en mayor pereza a la hora de levantarse, llegar tarde a clase muchos días, desinterés académico y algunos suspensos parciales (cosa desconocida en él hasta entonces), junto con una notable dificultad para aconsejarle.

Don Juan Carlos decidió pedir ayuda al director de Rosales. «El rey me llamó un día por teléfono a casa, y me dijo: “Manolo, a ver si te ocupas de él, que ha entrado en una edad que ya no me hace ni caso. Ocúpate de él, porque yo creo que está llegando tarde. A ver si le aprietas en la Física”».

Un sofisticado y aparatoso telescopio de color naranja que le habían instalado en una de las dependencias del palacio14, con el que Felipe decía haber localizado los anillos de Saturno, era también culpable de la situación. Muchos días, Felipe se acostaba a las tres y cuatro de la madrugada por ver las estrellas. Al día siguiente, llegaba tarde al colegio y lo hacía medio dormido. En una evaluación le quedaron dos asignaturas, precisamente Matemáticas y Física-Química.

«Yo hablaba muchas veces con él —contó Terán—, sobre todo en segundo y tercero de bup, entre otras cosas por encargo del rey. Pero, después de esa llamada especial, charlé más detenidamente. Incluso traté de reñirle. Él no se lo tomó a mal. Se rio y prometió que llegaría pronto al colegio».

Un preceptor muy especial, Julio Antón

Cuando Felipe tenía ocho años, en La Zarzuela decidieron que recibiera una ayuda extra en los estudios, pero también en su preparación física y humana. Así, en 1976 entró en escena Julio Antón, un personaje poco conocido pero muy importante en su vida y formación. Durante unos años decisivos, los que van de los ocho a los quince, hizo de ayudante, profesor, compañero y hasta «segundo padre» de Felipe.

Tras haber pasado antes por La Zarzuela como miembro del Cuerpo Nacional de Policía, y siendo ya director del Colegio de Huérfanos de la Policía Nacional, un día, según relato del propio Julio Antón, le llamó el comandante Juste, ayudante de don Juan Carlos. «Los reyes quieren que usted esté presente en La Zarzuela alrededor de las siete, ¿podrá acudir?». Preguntó si ocurría algo y le respondió: «No, nada. Solo quieren hablar con usted».

Los reyes le recibieron de forma cordial. Hablaron durante más de una hora y, finalmente, don Juan Carlos le dijo: «La reina y yo hemos decidido que acompañes a nuestro hijo Felipe en su tiempo libre, cuando no podamos atenderle nosotros, y al mismo tiempo te ocupes de ayudar a la preparación y refuerzo de sus estudios. La reina te dará instrucciones al respecto»15. Doña Sofía le detalló la dedicación: lunes, miércoles y viernes, en jornada de tarde, desde las cuatro hasta las ocho, y muchos fines de semana con ocasión de exámenes, salidas a la nieve, viajes… En ausencias de los reyes, por actos oficiales y desplazamientos, se ocuparía de Felipe incluso quedándose con él en La Zarzuela por las noches.

Uno de los primeros servicios de Julio Antón fue acompañar a Felipe en el inesperado viaje de doña Sofía a la India, con sus hijos, en febrero de 197616.

El libro de Julio Antón pone en boca de Felipe: «Pienso que mis padres buscaban a alguien con lealtad y confianza probadas, bien preparado y armado moralmente para que me acompañara y fuera mi buena sombra, conociendo ellos la mejor virtud que adornaba a Antón, consistente en su fidelidad y aprecio hacia la familia real; presumiendo que en el contacto conmigo se encariñaría, como así ocurrió, siendo [sic] uno de mis más fieles amigos en el transcurso de mi vida»17.

Policía, maestro, instructor

Inspector de policía, experto en violencia juvenil, amante de la naturaleza, maestro nacional, instructor de la oje (Organización Juvenil Española), Julio Antón conocía los reformatorios de menores y estuvo infiltrado en bandas juveniles (una de ellas la del Tetillas, personaje que después mató a un guardia civil con una recortada).

Hijo de una familia de canteros de Quintanar de la Sierra (Burgos), había nacido en Ceuta, residió en Tetuán y pasó la adolescencia en Quintanar. Se trasladó a Madrid, donde asistió a acampadas de la oje; tras cursar Magisterio y aprobar plaza de maestro nacional, con veinte años fue destinado a Cortes de la Frontera (Málaga), y posteriormente a Ceuta. Ingresó en el Cuerpo Superior de Policía, fue profesor de Psicología Criminal en la escuela del cuerpo, y en 1973 pasó a dirigir el Colegio de Huérfanos de la Dirección General de Seguridad, hasta 1976.

En esos tiempos se escribió de él: «Tiene cuarenta años y las ideas muy claras sobre cómo actuar con los delincuentes juveniles: hacerles recuperar el habla y llevarlos a sentir amor-cariño-afecto. Es un hombre alto, grande. De buenas a primeras dice que hay que intentar comprender la conducta de estos chicos»18.

Hacer de Felipe un niño feliz

De acuerdo con el encargo de doña Sofía, Felipe debería sentirse como un niño más, feliz entre los de su edad, aprendiendo la vida natural. Esas instrucciones permitieron a Julio Antón un amplio margen para planificar actividades y cumplir el objetivo propuesto, realizando marchas y acampadas, muchas veces aprovechando para ello la misma finca de La Zarzuela19. Ejerció sus funciones con iniciativa y originalidad en las actividades al margen de las enseñanzas regladas: juegos, ocio y manifestaciones deportivas.

Llevó a Felipe al Rastro madrileño algunos domingos, mezclándolo con la gente; al Colegio de Huérfanos de la Policía, para que conociera cómo vivían otros niños menos afortunados. Lo enroló en campamentos en los que había que utilizar letrinas de fortuna, hacer vivacs para dormir al aire y sobrevivir buscando la comida imprescindible. Le enseñó también algo de música, y le escuchaba los solos de flauta, el instrumento que aprendía a tocar en el colegio. «Antón —escribe Felipe— siempre estuvo pendiente de mí en ausencia de mis padres»20.

Dos años sin cobrar

El nombramiento como «profesor de Su Alteza Real el Príncipe de Asturias» tenía fecha de 12 de abril de 1976, si bien, durante los dos primeros años, Antón no percibió retribución alguna. En marzo de 1978, el jefe de la Casa, marqués de Mondéjar, se enteró y dio orden de que se le pagara al nivel de los altos cargos: cuarenta mil pesetas mensuales.

Para las clases y estudio se acondicionó en La Zarzuela un lugar junto a las piscinas, el gimnasio y la pista de squash. Era la zona reservada, donde se ubicaban también habitaciones para invitados especiales, como el príncipe Tchokotua, Mohamed V, Carlos de Borbón dos Sicilias, etc.21.

Lo primero que hizo Antón fue enseñarle a caminar por el monte de La Zarzuela superando temores a alimañas y otros peligros. Construyeron en terrenos de Somontes un castillar, al que invitaban a compañeros como Álvaro Fuster, Alberto Magariños, Fernando Primo de Rivera, Jacobo Argüelles, Armiñán…22.

Para entrenarle en habilidad lectora y comprensiva de textos, le hizo leer Juan Salvador Gaviota23, entonces recomendado en centros académicos privados. Fue, por así decirlo, la primera clase de locución que recibió Felipe, porque empezó a aprender la vocalización de palabras y frases, a guardar pausas y silencios, los cambios de tono e intensidad de voz… Ninguna clase superaba los veinte minutos. Se alternaban con partidas de futbolín o de pimpón, declamación, mimo y actividades recreativas-deportivas.

Según Antón, «sin ser alumno excepcional, era un pupilo absorbente y molecular que aprendía al oído y lo hacía a todo»24, y que fue obteniendo calificaciones medias de notable alto en la mayoría de los cursos. Desde el punto de vista pedagógico, estableció con él una relación de proximidad y confianza, sin broncas.

Al aire libre

Julio Antón montó las actividades al aire libre de Felipe con un objetivo: que aprendiera a vivir en la naturaleza respetándola; que adquiriera habilidades como la supervivencia en medios hostiles y se encontrase y conviviese con jóvenes de otras regiones de España.

La primera actividad fue un curso de esquí que se celebró del 13 al 21 de diciembre de 1976 en La Molina (Gerona), en un albergue juvenil, con 28 chavales de ocho y diez años, entre ellos Álvaro Fuster, Fernando Primo de Rivera y Pablo Garrigues, y el resto seleccionados de Cataluña, Huesca, Granada y Madrid. Manuel Sainz-Pardo25 enseñó a Felipe a construir un esquiador, que regaló a su padre en Navidad y este colocó en lugar preferente en su despacho. El curso fue clausurado por doña Sofía, que pasó allí las dos últimas jornadas.

Los siguientes campos fueron: «Las Cabañas», acampada del 4 al 11 de abril de 1977, en Vinuesa (Soria); «Jabato», del 16 al 23 de diciembre de 1977, en la Escuela Militar de Montaña; «Anguila», en el lago de Sanabria (Zamora), del 7 al 12 de marzo de 1978; «Halcón», en el santuario de Lluc, en Mallorca, del 16 al 23 de junio de 1979; «Encuentro 80», en la garganta de Guatalminos (Villanueva de la Vera, Cáceres), del 1 al 7 de julio de 1980; y «Batidores», del 2 al 9 de julio de 1981, en el embalse de Gorg Blau, en Mallorca.

El primer campamento

En la Semana Santa de 1977, Julio Antón organizó para Felipe su primer campamento juvenil: una acampada en las orillas del pantano de La Cuerda del Pozo (Soria), nacimiento del Duero, para practicar vela en el embalse y montañismo por los Picos de Urbión. Concurrieron una treintena de niños de la edad de Felipe —ocho o nueve años—, casi todos pertenecientes a la provincia soriana. A propuesta de Antón, estuvo dirigido y coordinado por César Pérez de Tudela, en su condición de explorador alpino y alpinista reconocido, quien llevó también a su hijo Bruno, de edad parecida a la de Felipe.

Acudió Jesús González Green, entonces famoso por sus vuelos en globo, que se presentó acompañado de su hijo Jesús y trayendo su primer globo, Tormenta. Durante todo el día estuvieron levantándolo bajo un viento poco propicio, y consiguió que algunos niños, entre ellos Felipe, se elevaran una docena de metros en la barquilla, entre violentos bandazos contra los árboles.

También se invitó —no podía faltar, dada su popularidad— a Félix Rodríguez de la Fuente, que impartió su charla sentado en el suelo, rodeado de los chicos, relatando sus experiencias de la serie televisiva Fauna ibérica. Con excesiva frecuencia se dirigía a Felipe llamándole señor, «don Felipe» o alteza, contradiciendo así el deseo de su madre de que fuera tratado como uno más.

Julio Antón era requerido por Felipe para solucionar cualquier duda que le surgía o pedir permiso para tomar una cocacola, consultar qué prenda debería ponerse...

César Pérez de Tudela

César Pérez de Tudela es otra persona que durante años mantuvo contacto con Felipe, a partir de aquel primer campamento. Era también inspector del Cuerpo Nacional de Policía.

Según Pérez de Tudela, durante aquel campamento Felipe se manifestó como un niño cualquiera, dispuesto a pasarlo bien, jugando en el tiempo que le dejaban las charlas y las prácticas antes de las comidas al aire libre (a pesar del duro clima) y montando con sus compañeros guerras de piñas o improvisados partidos de fútbol.

Solo la presencia de los fotógrafos le arrebataba la expresión de felicidad en su cara. Cuando veía a un fotógrafo o alguien que pretendía hacerle una foto, el príncipe volvía la cabeza o daba la espalda. Algo que observé a lo largo de aquellos años sucesivos y que la responsabilidad y el duro protocolo le han debido de hacer superar26.

Pérez de Tudela organizó una gran marcha por los Picos de Urbión. La comitiva fue numerosa y compleja: Julio Antón con el cuadro de profesores, los treinta y tantos niños, los policías de escolta y los cordones de seguridad de la Guardia Civil, que controlaban los alrededores de las montañas. Rodearon la Laguna Negra por unos empinados contrafuertes nevados, efectuando algunos descuelgues por cuerdas. Cuando alcanzaron el pico Urbión, por sugerencia de Antón rezaron un padrenuestro. Fue una marcha de cuatro horas sobre la nieve y con tormenta, pero regresaron cantando.

Durante meses, Felipe recordó aquella experiencia: «Yo no olvidaré esta marcha a la Laguna Negra, no tanto por el esfuerzo que significó, sino por el carácter de aventura y con los riesgos sucesivos que tuvimos que pasar, entre otros, aparte del frío y ventisca, caminar sobre superficies heladas, quedando [sic] un rescoldo positivo como experiencia gratificante que recordaré toda la vida»27. Y así lo manifestó doña Sofía varias veces a Pérez de Tudela, muy contenta por los resultados.

Desde ese primer campamento, Pérez de Tudela fue llamado para muchos otros, en la Vera (Cáceres), Candanchú, Sanabria, Alcudia...

Sobrevivir en el bosque

Del 16 al 23 de diciembre de 1977 se desarrolló, en la Escuela Militar de Montaña, el curso «Jabato», con asistentes procedentes sobre todo del Colegio de Huérfanos Santo Ángel de la Guarda. Por vez primera, Felipe estuvo asistido por un ayudante, el coronel Manuel Dávila Jalón. Julio Antón y él habían intimado durante un desplazamiento a Londres y Suiza acompañando a la princesa Sofía en tareas de seguridad. Durante ese viaje, en Hyde Park, Antón imitó a los oradores que suelen actuar allí: se subió a un cajón y repitió «¡Gibraltar español!», en castellano, hasta cinco veces. Eso sí, sin verse replicado por nadie28. César Pérez de Tudela retrató así a Felipe:

«Es un joven muy valiente. Le gusta mucho aprender y, cuando se trata de algo nuevo, de algo que sabe que tiene que asimilar, no le teme a nada, ni a la montaña ni a la nieve. En eso ha salido a su padre, porque recuerdo que don Juan Carlos es también muy decidido y enseguida se lanzaba por las pendientes, aunque estas alguna vez eran bastante peligrosas»29.

El lago de Sanabria, en Zamora, sirvió de escenario para el campamento «Anguila», del 7 al 12 de marzo de 1978, compartido con treinta y ocho niños de diez y once años, huérfanos del Ejército, la Guardia Civil y la Policía. Ocuparon un albergue juvenil en San Martín de Castañeda, y estuvo dirigido por una mujer, Consuelo, educadora del Colegio de Huérfanos.

Felipe aprendió a sobrevivir en un bosque hostil, a dormir en tienda al aire libre sin alarmarse por los ruidos de lobos y zorros, y también a atender a los alcaldes de la zona, que se empeñaban en verle. Como actividad complementaria, realizaron una encuesta entre los vecinos de Ribadelago sobre la catástrofe ocurrida en enero de 1959, cuando se rompió el embalse y murieron ahogadas ciento cincuenta y cuatro personas.

Al año siguiente, del 16 al 23 de junio, se celebró la actividad «Halcón», con treinta y dos muchachos de movimientos juveniles (Boy Scouts, Cruz Roja, exploradores católicos…), en el Santuario del Lluch, en Mallorca. Residieron en las celdas del monasterio. Felipe aprendió qué alimentos silvestres se pueden consumir: líquenes de la encina, tallos blancos de helechos, berros, cardos, ancas de rana, caracoles, culebras de agua, ratas de agua, ardillas, erizos y comadrejas.

Con doscientos compañeros

«Encuentro 80», organizado en la garganta de Guatalminos, en la vera del río Jerte, del 1 al 7 de julio de 1980, reunió a doscientos compañeros de Felipe de las anteriores actividades. Él compartió tienda con sus primos Pablo y Nicolás de Grecia y con Kyril de Bulgaria30. Por allí se acercó la reina doña Sofía, acompañada de su madre, la reina Federica, y de Ana María de Grecia. Desde el campamento, ubicado en Villanueva de la Vera (Cáceres), realizaron una marcha hasta el monasterio de Yuste, a cuyas puertas acamparon niños, instructores y educadores.

El último, «Batidores», se desarrolló del 2 al 9 de julio de 1981, en el embalse de Gorg Blau, en Mallorca, y fue un curso de supervivencia en la naturaleza con veinticuatro participantes. Vivían en libertad, sin intervención de los educadores, sin instalaciones fijas, con alojamientos improvisados.

Allí estuvo también Pablo de Grecia, que formó grupo con Felipe, junto con Gabriel Subirat y Sebastián Font, con el nombre de Los presidiarios. Fijaron este código de conducta: jugar limpio, intentar superarse, nunca estar tristes, ser libres, sonreír ante la dificultad, convivir con los demás respetándolos, trabajar por placer y dar gracias a Dios por ser así. Felipe reconoció que en ese curso aprendió a pasar hambre, a vivir sin electricidad y sin televisión, a racionar agua y alimentos, a orientarse… Y, a pesar de eso, después comentará que allí pasó los mejores días de su vida31.

Instructores de confianza

En 1973, Julio Antón había conseguido plaza de profesor titular de Psicología en la Escuela Superior de Policía y fue nombrado director del Colegio de Huérfanos. En él había trescientos alumnos varones, el ochenta por ciento internos, todos ellos huérfanos. Dos años después, los alumnos alcanzaban el millar, con cifras de fracaso escolar por debajo de la mayoría de los colegios de Madrid. Quizá ese éxito pedagógico estuvo detrás de la llamada de los reyes.

Para ayudar en las actividades al aire libre de Felipe, Antón contó como instructores con personas de su confianza, casi todas relacionadas con el colegio. Allí se encontraba, por ejemplo, Manuel Sainz-Pardo. A finales de los cincuenta impartía trabajos manuales en la escuela Blasco Vilatela, dependiente de la Normal de Magisterio.

Otro era Pascual de Riquelme, oficial del antiguo Frente de Juventudes, experto en actividades al aire libre, descendiente del vii marqués de Beniel, caballero de San Juan y educador, dedicado a formación extraescolar, experiencias al aire libre y deportes. Cuando Antón fue nombrado preceptor, Riquelme dirigía las instalaciones deportivas del Cuartel de la Montaña. Y allí, los fines de semana, Felipe, con nueve años, practicó las primeras modalidades deportivas.

Antón había sido profesor de Educación Física en Ceuta; era cinturón negro de judo —tercer dan— y maestro en esa especialidad y, como tal, consiguió algunos éxitos. Felipe escribe: «Antón, junto a Pascual Riquelme, proyectaron mi formación deportiva»32. Riquelme ayudó en el diseño de los cursos extraescolares y fue director técnico de la mayoría de ellos. Felipe le llamaba «fray Manitas», por su habilidad.

Aprendiendo a navegar

El primer verano en La Zarzuela, Antón presentó a los reyes un proyecto deportivo llamado «Gaviota», a desarrollar en la Escuela Nacional de Vela de Calanova (en Palma de Mallorca), que acababa de ser inaugurada. Estaba dirigida por el capitán de corbeta Manuel Nadal de Uhler, en situación de reserva, auxiliado por Basilio González Flores.

Ese primer curso se desarrolló en julio de 1977, durante quince días, con asistencia de veintinueve niños de nueve y diez años, de Baleares y Madrid. Felipe bautizó a su pequeño velero con el nombre de Fortunita, inspirado en el yate con el que navegaba su padre.

Visitaron la isla de Cabrera en un barco de Hacienda dedicado a combatir el contrabando, el Albatros II, capitaneado por Antonio Maimó. «Buen hombre —escribirá Felipe—, de quien guardo buenos y gratos recuerdos tras las atenciones personales que tuvo conmigo, dejándome por un largo tiempo patronear el barco, que navegaba a más de treinta nudos»33. Practicaron también la pesca submarina, con ayuda del campeón del mundo José Amengual, que pescó un mero de veintidós kilos mientras que Felipe no consiguió cobrar nada.

Felipe, a la caña

El segundo «Gaviota» se celebró en 1978, y saltaron de la clase Optimist a la Galeón, con cuatro tripulantes. Felipe quedó campeón a la caña, junto con Fernando Bolívar y Nicolás Riera.

Cada día se procedía al izado de la bandera, momento en el que se pronunciaban unas reflexiones para todos. El día noveno le tocó a Felipe, sobre el tema «Sencillez es meta de vida. Dijo:

«Uno y otro día, nosotros, los pequeños, recibimos consejos, consignas, asesoramientos de nuestros mayores. Entendemos que todas esas cosas que nos dicen son para nuestro bien. Sin embargo, es bueno que ellos, los adultos, escuchen de nuestros labios y de nuestros corazones el deseo de que sean más naturales, sencillos y alegres, que no se estiren tanto, y que aprendan de los niños a contemplar la vida con una actitud abierta, espontánea y generosa, cualidades que son propias a nuestra edad. En consecuencia, niños y adultos, hagamos de la sencillez, naturalidad y alegría objetivos de nuestra vida»34.

En Alcudia se llevaron a cabo una acampada y un fuego de campamento conjunto con chicas alojadas en el albergue Crucero Baleares, durante el cual Felipe actuó con su flauta y contó chistes. Según Antón, era la «primera vez que actuaba en público, singularmente ante chicas de su edad y algunas más maduritas»35.

El tercer curso de vela, en 1979, fue inaugurado por la propia reina Sofía. A Felipe le acompañaron su primo Pablo de Grecia y dos amigos de Madrid, Armiñán y Gil. Pasaron al balandro Cadete, tripulado por dos personas. Logró el segundo puesto con Alcover. Desde el principio, lo que le gustaba a Felipe era patronear.

«Al final de la jornada —escribirá Felipe—, cuando todos estábamos dormidos, yo sentía cómo Antón me arropaba, siguiendo esta bella rutina en todos los albergues y acampadas [a los] que asistí, y, según estuviera dormido o no, me daba un beso filial»36.

En uno de los fuegos de campamento participaron los reyes, las infantas y la reina Federica. Felipe tocó de nuevo una pieza con la flauta. Fue él quien lideró al grupo de compañeros que lograron tirar a la piscina a los profesores Antón y Riquelme. Y, al grito de «Papá al agua», hicieron lo mismo con don Juan Carlos, que, por cierto, no opuso ninguna resistencia.

Un guepardo en La Zarzuela

«Guepardo» se llamó el último curso en el área de deporte, desarrollado en julio de 1980. El nombre surgió porque en La Zarzuela andaba suelto un guepardo que daba sustos a quienes llegaban para despachar con el rey, aunque en esos momentos se procuraba encerrarlo en una jaula en el jardín.

El programa se centró sobre todo en el atletismo, con cincuenta participantes de trece y catorce años, alojados en C’an Tapara, centro de formación de la Caja de Ahorros de Baleares cercano a Marivent. Las carreras estuvieron dirigidas por Mariano Haro, campeón de España de medio fondo (que después realizaba por su cuenta otros doce kilómetros). Al frente de las pruebas de velocidad figuró el velocista Sánchez Paraíso37, «con el que —contará Felipe— mantuve largas conversaciones sentado al borde de la piscina»38.

Felipe tenía facilidad para las vallas. Quedó primero en 80 metros vallas, en salto de altura (con 1,30 metros), en sesenta metros lisos y con el equipo de relevos de cuatro por ochenta. Bernardino Lombau fue el responsable de los saltos de altura y longitud.

Felipe comentará que le impresionaron los currículos de algunos profesores y educadores. De Mariano Haro dirá: «Palentino de pro, modesto donde los haya… que de niño se dedicaba en los páramos castellanos a cazar perdices y conejos a mano, corriendo tras ellos». De Miguel de la Quadra-Salcedo afirmó: «Atleta completo y deportista, y lanzador de jabalina al modo vasco, que marcó un récord del mundo no homologado, amén de aventurero y programador de televisión»39. Este, por su parte, aseguró que Felipe podría haber sido un buen corredor de vallas40.

El 23-F desde dentro

Julio Antón fue testigo directo de cómo se vivió en La Zarzuela la intentona golpista del 23-f. Aquel 23 de febrero de 1981, como otras tardes, se dirigió a Rosales en un coche del palacio para recoger a Felipe. Le sorprendió la cantidad de guardias civiles desplegados ese día a lo largo del trayecto, una pareja cada doscientos metros.

Al llegar, vio allí, de paisano, al teniente Constantín, de la Guardia Civil, quien, cuando era sargento, había pertenecido a la escolta motorizada de Franco, y que en La Zarzuela hacía de todo. Le acompañaban otros cuatro agentes, igualmente de paisano. Por tanto, según la descripción de Julio Antón, existía un despliegue especial de seguridad antes de que se produjera el intento de golpe de Estado de Tejero. Al contemplar tan inusual aparato, Antón preguntó a Carlos Ríos Miranda, inspector jefe y responsable del servicio de seguridad de Felipe en Rosales, y este le respondió que «no sabía nada»41.

De regreso a La Zarzuela, observó que el número de guardias civiles en el recorrido se había incrementado. Y, sobre todo, que, además del coche de escolta de siempre, detrás iba otro vehículo más, con Constantín y sus guardias.

Como todos los días, cuando Felipe llegó a La Zarzuela pasó a ver a su padre. En el cuarto de ayudantes, el teniente coronel Palacín le informó de que no se encontraba en el despacho y de que podría verle en el pabellón de piscinas, donde estaba jugando un partido de squash. Antón y Felipe pasaron a merendar en el comedor, atendido por Juan, el camarero real, que les sirvió un plato preparado por Ricardo, el cocinero.

Marcharon después a la sala de estudio, en el pabellón de piscinas y gimnasio. De la pista de squash salió entonces don Juan Carlos, acompañado por los otros participantes en el partido: Rafael Cavero, expresidente de la Federación de Atletismo; Miguel Arias, esquiador y profesor de esquí; e Ignacio Cano, navegante en el Bribón. Eran las cinco y cuarenta y cinco de la tarde. El rey besó a su hijo y saludó a Antón.

El rey, vestido ya de capitán general

A las 18:42, Antón recibió una llamada de su mujer, alarmada por el asalto que se estaba produciendo en el Congreso de los Diputados. Con la excusa de fumar un cigarrillo, marchó a las inmediaciones del despacho del rey, al que encontró vestido ya con uniforme de capitán general. Don Juan Carlos le indicó que Felipe se incorporara con urgencia al resto de la familia.

En palacio se encontraban los ayudantes del rey, tenientes coroneles Muñoz-Grandes, Palacín y Merry; el comandante Sintes y el coronel Heredia, además de la gobernanta, de Paqui y Juani, camareras de la reina, y de Juan y Paco, camareros del rey.

Acompañando a Felipe, Antón se situó en un despacho cercano al del rey, inmediato al de los ayudantes. Era el que don Juan Carlos solía utilizar como radioaficionado. Allí encontró a Manuel Prado Colón de Carvajal42, al que Antón fue pasando las novedades que escuchaba por la radio. La noticia de que el comandante Pardo Zancada había salido de la División Acorazada Brunete camino del Congreso, con ciento trece efectivos de la policía militar, «llenó de entusiasmo a Colón de Carvajal». Transmitió la noticia a Mondéjar, al rey y al resto de personas. Esa alegría se frustró cuando se supo que su intención era sumarse a los golpistas.

El rey dijo al ayudante Merry, teniente coronel del Aire, que hablara con su tío, Pedro Merry Gordon, capitán general en Sevilla, para que dejara de beber whisky y alardear vestido con uniforme de legionario a pesar de que ya le había transmitido por teletipo el mensaje de que mantuviera el orden constitucional y de que cualquier medida debía recibir la aprobación de la Junta de Jefes de Estado Mayor (jujem).

Bronca a Milans del Bosch

Antón escuchó también la conversación de don Juan Carlos con Milans del Bosch, porque la puerta del despacho estaba abierta. Fue una charla llena de exabruptos y broncas por parte del rey, con frases como: «Si deseas cambiar el orden constitucional, abandona el uniforme que has manchado y vete por los pueblos de manera civilizada, sin tanques, y participa tu verdad en democracia». Y que cerró con esta conclusión: «Deja de joderme»43.

Quince funcionarios del Cuerpo Nacional de Policía, al mando de un inspector jefe, se ocupaban entonces de la seguridad en La Zarzuela. Cubrieron los accesos a la residencia real, a la cocina y a la oficina de la planta baja, donde se encontraban los despachos del jefe de la Casa, Secretaría General y relaciones institucionales. Algunos de esos inspectores, libres de servicio, se acercaron al Congreso, «donde uno de ellos, según Colón de Carvajal, estaba a escasos metros de Tejero, esperando órdenes, provisto del arma reglamentaria, a los efectos que conviniera, recibiendo respuesta a instrucción inmediata del rey de que se atuviera a las órdenes que diera Laína»44.

Cuando ya se había emitido por televisión el mensaje del rey y Armada había abandonado el Congreso, entre las dos y las cinco y media de la madrugada, la zozobra continuaba dentro de La Zarzuela.

Según el relato de Antón, sobre las cinco, Juan, uno de los camareros del rey, comentó a los ayudantes que había escuchado un ruido «como de tanques» cerca de palacio. Don Juan Carlos dio orden al coronel Sebastián Sánchez Bilbao, jefe de la unidad de helicópteros, de que despegaran aparatos para comprobarlo. A los quince minutos, tras sobrevolar la zona, se descartó la alarma: el ruido procedía de los coches que a esa hora circulaban por la carretera de La Coruña.

Julio Antón, espectador directo de los sucesos ocurridos esa noche en La Zarzuela, abandonó palacio sobre las nueve de la mañana del día 24 de febrero.

Aprendiendo a desfilar

Antón fue testigo de momentos trascendentales en la vida de Felipe. Uno de ellos, la toma de posesión del Principado de Asturias, en Covadonga. Antes, él le había explicado la historia del Principado, aprovechando también que andaba preparando una novela que se iba a titular Las memorias de Pedro el Cruel, para la que se estaba documentando.

Estuvo presente cuando Felipe fue nombrado soldado honorario, en el cuartel del Regimiento Inmemorial del Rey número 1. Por encargo de don Juan Carlos, lo entrenó en la práctica del desfile militar, sirviéndose, como ayuda para seguir el ritmo, de un aparato casete que emitía marchas castrenses. Así, los dos desfilaban al unísono con paso marcial por las inmediaciones de la piscina y por otros espacios de La Zarzuela. Una vez en el acuartelamiento, Julio Antón ayudó a Felipe a ponerse el uniforme de soldado45.

Empieza la despedida

A medida que pasaban los años, el papel de Julio Antón como profesor de refuerzo disminuía. Empezaba a fallar en Matemáticas y Física y Química, y en esas materias entraron algunos ayudantes, uno de ellos el teniente coronel Alcina, que empezó a acompañar a Felipe cuando miraba las estrellas con su telescopio46.

Antón fue abandonando el cometido de profesor para centrarse en la tarea de preceptor responsable de la formación extraescolar de Felipe, sobre todo con las actividades al aire libre. De cara a la Semana Santa de 1983, diseñó un curso de supervivencia extrema en la sierra de la Demanda, cerca de Quintanar de la Sierra, dirigido por César Pérez de Tudela. Iba a durar siete días, pero fue anulado tras un informe de la Guardia Civil de Burgos que lo desaconsejó por la posibilidad de un atentado de eta, dado el elevado número de personas que llegaban a la zona desde el País Vasco para coger setas.

Posteriormente, presentó un proyecto de curso para enseñar a Felipe el manejo de los medios de comunicación social, con participación de profesionales como Jesús Hermida, José Antonio Plaza, Manuel Martín Ferrand, José Oneto, José María García, Luis del Olmo y otros. Se desarrollaría en régimen de internado, con una treintena de muchachos de quince años, hijos de profesionales de los medios. Pero tampoco fue aprobado. La actividad de Julio Antón al lado del príncipe estaba empezando a concluir.

El sustituto

Un ayudante del rey, el teniente coronel José Antonio Alcina, había sustituido a Manuel Dávila en uno de los cursos en Calanova, y después se alternó con Fernando Poole, también ayudante, en otros cursos y acampadas. A Julio Antón no le gustó nada el personaje, al que en sus escritos califica de «individuo nefasto», añadiendo que ya había recibido referencias negativas de Manuel Dávila47.

Durante el curso «Halcón» se produjeron varios incidentes debido a que —según Julio Antón— Alcina se inmiscuyó en el curso, criticando marchas programadas, pernoctas, construcción de vivacs y construcción de balsas para navegar en el Gorg Blau, contraviniendo así la instrucción de que no interviniera en la pedagogía de los cursos.

Hubo otras incidencias en el Guepardo de 1980, y Alcina elevó un nuevo informe. Lo mismo hicieron Poole y el jefe de seguridad, Pastor, a los que Antón acusa de chivatos y de provocar la no celebración del curso de verano de 1982. La Casa del Rey justificó la suspensión por el Mundial de Fútbol, que se desarrollaba en España y obligaba a una presencia protocolaria de Felipe.

Alcina, por su parte, afirma que en los cursos, aunque el ambiente era sano y agradable, existían «conductas no deseables, abusos de algunos organizadores, carencias de actividades y otras deficiencias y matices que no me gustaban. No tuve más remedio que informar al rey de estas deficiencias y, sobre todo, de la necesidad de contar con personas de mayor preparación y calidad para organizar las actividades del príncipe»48.

La Casa envió un escrito al cuadro de educadores advirtiéndoles de que, a partir de ese momento, los cursos serían coordinados por los ayudantes de don Juan Carlos, de quienes dependerían los directores y profesores, obviando así al hasta entonces coordinador, Julio Antón.

«Ese escrito fue, tal vez, la puñalada que más le dolió a Antón, que calladamente continuó con su tarea de profesor de refuerzo y ya menos de preceptor, navajazo que abrió una nueva herida» cuando Alcina le comunicó que acompañaría a Felipe en la visita a Cartagena de Indias, el 1 de junio de 198349, y que a partir de ese viaje sería nombrado secretario del príncipe50.

Tras la publicación del libro de Alcina sobre Felipe51, que incluye comentarios criticando a los responsables de los cursos, Antón acusó a Alcina de prepotencia, de afán de protagonismo y hasta de espía, e intentó impulsar una plataforma de los educadores extraescolares de Felipe para adoptar medidas legales frente a esas acusaciones, pero, al final, quedó en nada.

Una silenciosa salida

Tal como reconoce él mismo, la nueva situación desanimó a Julio Antón en su trabajo como profesor de refuerzo y como preceptor, «contagiando con esta actitud, sin estar probado, a don Felipe, que empezó a fracasar en los estudios»52. Un ayudante del rey, dotado en matemáticas y física, se ofreció a dar clases a Felipe a las siete de la mañana, hasta la hora de ir al colegio. Al traspié escolar se sumaron las muestras de pereza y desinterés ya citadas, y todo eso alimentó la idea de enviarlo a Canadá53.

Julio Antón se muestra también muy crítico con Sabino Fernández Campo. Apunta que probablemente fue Sabino quien indujo al rey a enviar a Felipe a Canadá «en contra del parecer de algunos rectores», «acompañado —escribe— por un tegumento y achispado de nombre Alcina, ayudante del mismo y que se intitulaba su preceptor sin títulos académicos que lo acreditaran, y que escribió un bodrio de libro donde [sic] reza Felipe VI, lleno de falsedades»54.

El propio Alcina le comunicó que había terminado su labor docente junto a Felipe. «A partir de ese momento —escribe Antón—, sin pedir explicaciones, Antón desapareció y abandonó sus tareas en palacio»55. En agosto de 1984 recibió la última nómina de La Zarzuela.

Tras salir de la Casa, Julio Antón fue responsable del área de prevención de delincuencia juvenil en la Policía y psicólogo para programas infantiles en tve. Entre 2005 y 2008 impartió cursos de doctorado en la Cátedra de Pedagogía Social de la Universidad Complutense. Conferenciante sobre prevención de delincuencia juvenil en España, Italia, Francia y Méjico; director de Seguridad en la ciudad de Ceuta, director del Observatorio de los Antisistema y presidente de la Comisión Nacional contra la Violencia en los Espectáculos Deportivos, además de escritor, con hasta trece libros publicados, entre ellos una historia de la Policía.

Seguir en contacto con Felipe

A pesar de tan dolorosa salida de La Zarzuela, Julio Antón siguió en contacto —aunque esporádico— con su pupilo. Cuando este cumplió 18 años, fue invitado a la jura de la Constitución, en el Congreso, y a la recepción en el Palacio Real, al que acudió acompañado de su esposa, María del Carmen Sánchez, y del resto del equipo de educadores. A todos ellos los saludó Felipe personalmente.

Igualmente, Antón estuvo con su mujer en La Almudena el 22 de mayo de 2004, el día que Felipe contrajo matrimonio con Letizia Ortiz. Para el almuerzo en el Palacio Real, les ubicaron en la mesa 16, cerca de la mesa principal. Se sentaron en ella el embajador de la República Checa, que había compartido estudios con Felipe en Georgetown; el capitán general de Valencia, Arregui, que fue profesor de refuerzo en la Academia de Zaragoza; y el coronel médico militar del rey.

Al acabar, en una sala se concentraron los invitados más íntimos de los príncipes. Allí se encontraban compañeros de las academias militares, profesores de la universidad, amigos de Rosales… Julio Antón dio un abrazo y un beso filial a Felipe. Como recuerdo, desde La Zarzuela les enviaron una fotografía de la pareja el día de la boda, con unas palabras de aprecio escritas a mano por Felipe, y con la firma de los dos.

Posteriormente, los príncipes recibieron a Antón en su residencia de La Zarzuela, cuando ella se encontraba embarazada de Leonor. Letizia le preguntó quién creía que, de los dos, estaba más enamorado; Antón respondió que a partes iguales, y Letizia le corrigió diciendo que «ella le quería más, porque era la que más había perdido, singularmente su libertad, gozando por el contrario con el amor que profesaba al príncipe, y fruto de ese amor era la criatura que llevaba en su vientre»56. Y los tres se hicieron una fotografía en el porche de la casa.

El 26 de julio de 2010, Felipe escribió una carta a Julio Antón, en respuesta a otra suya de 26 de mayo en la que le había informado de su tesis doctoral, defendida en la Facultad de Psicología de la Complutense con calificación de sobresaliente cum laude. La primera parte iba escrita a máquina, pero a continuación, de su puño y letra, le transmitía que le gustaría que pudiera acercarse por La Zarzuela en septiembre para facilitarle un ejemplar de la tesis «y charlar sobre su contenido». Añadía que también querría, si no era «complicación familiar», conocer a su nieto «junto a sus padres (aunque a la madre la conocí de niña…)»57.

En 2012, Julio Antón fue operado de un tumor cerebral. Cuando Felipe se enteró, el 2 de mayo le visitó en el Hospital Montepríncipe. Estuvo con él más de una hora. Y el 29 de junio de 2014, el viejo preceptor fue asimismo invitado, junto con su esposa, a la recepción en el Palacio Real con motivo de la proclamación como Felipe VI. En la línea de saludos, al pasar, Antón apretó con sus dos manos la del nuevo rey.

Entonces, Julio Antón describió así a su pupilo Felipe: «Su vida ha sido dedicada al estudio, al esfuerzo y a la honradez sobre todo. Está limpio. No es frívolo, tiene un carácter como el de su madre. Don Felipe es el espejo de doña Sofía. No tiene la elegancia de su padre, pero sí la discreción y la prudencia de su madre. Está curtido para reinar y llevar España adelante». Sobre el instante en que le vio jurar el cargo, relataba: «He sentido un temblor y he recordado a aquel niño que me decía que de mayor quería ser bombero, porque no tenía conciencia de que era el príncipe de Asturias»58.

El libro de Julio Antón

El 15 de febrero de 2012, Antón fue recibido por Felipe para comentar el libro Semblanzas de un educador en el palacio de La Zarzuela, que acababa de escribir. «La audiencia se desarrolló en el tono más afectivo que pueda entenderse entre un antiguo profesor de refuerzo en palacio y preceptor y su discípulo s. a. r. don Felipe»59.

Antón había empezado a escribirlo después del golpe del 23-f y lo volvió a iniciar tras su jubilación para, según él, dejar un legado a los suyos y a la historia sobre su idoneidad para el trabajo que realizó al lado de Felipe, «al mismo tiempo que [para] desvelar algunos malentendidos o silencios maliciosos de algunos cortesanos interesados en ignorarme o en dejarme a un lado de la cuneta»60.

Lo publicó tres años más tarde, en 2015, con el título final de Felipe VI, así se educó en su infancia y pubertad: semblanzas de un educador, incluyendo un prólogo de César Pérez de Tudela. Contaba que en aquella audiencia había solicitado autorización «para publicar un libro inédito que atañe a s. m. y a mi actividad», y que en la entrevista «nada se resolvió».

«Más que a un hijo»

Dedicó el libro a Felipe «y a los noventa y tres profesores, educadores, monitores y especialistas que, de manera generosa y con afán de servir a una noble causa», han contribuido a dotarlo de «una personalidad solidaria, optimista, tolerante y suficientemente formada en el ámbito de la naturaleza»61.

Fue presentado el 27 de junio de 2015, en Quintanar de la Sierra. Acompañaron a Antón César Pérez de Tudela, Luis Martín Barroso y la concejal y exalcaldesa Montserrat Ibáñez, y asistieron medio centenar de personas.

En la portada del libro aparece una fotografía del autor junto a un juvenil Felipe, ambos sentados informalmente en la escalera de La Zarzuela. Antón confesó ante sus convecinos: «Le quiero más que a un hijo»62.

Juan Díez, el número dos

Volviendo a Rosales, además de Manuel Terán resultó también protagonista destacado el subdirector del colegio, Juan Díez. En 1983, ya con Felipe en tercero de bup, Díez —profesor de Filosofía— fue nombrado su tutor. Se trataba de un curso especialmente duro. Como optativas escogió Matemáticas, Física y Química y Lengua, «precisamente las consideradas más difíciles»63.

Ese último curso en Rosales, Felipe se mostró especialmente participativo. Incluso llegó a ser excesivamente hablador, y alguna vez le llamaron la atención. Le encantaba el trabajo en grupo. «Tenía algo de liderazgo —afirma Díez—, aunque es cierto que los demás le trataban con cierto respeto. Mostraba un carácter muy alegre, le gustaban las bromas, siempre se sabía el último chiste y, como a todos, le daban ataques de risa al oír los que le contaban a él».

Hubo otras personas en Rosales que intervinieron, con más o menos intensidad, en la formación de Felipe. En 1975, el profesor de tercero de egb Julián Fernández Galindo, aficionado a la filatelia, transmitió a sus alumnos este hobby. Les llevó a la plaza Mayor, para que vieran el ambiente, los puestos, las colecciones...

En 1983, Felipe le cogió gusto a la informática, con clases impartidas por el profesor Germán Cabanillas. Consiguió pronto un ordenador pequeño y practicaba con él en La Zarzuela, aunque sin mostrarse un forofo absoluto.

Ese año, último de bup, Manuel Terán se puso en contacto con Carlos Alba, joven catedrático de Ciencia Política, para que, a lo largo de un mes, explicara a la clase de Felipe la Constitución y la Transición. No fue una tarea fácil: el primer día, un par de alumnos preguntaron en el aula si consideraba que el rey Juan Carlos había sido desleal con Franco. Felipe guardó silencio.

«Se convirtió en una oportunidad única para explicar a Felipe y a otros muchachos de su generación cómo era la Transición, qué significaba en el sistema político español y quiénes eran sus protagonistas, así como los poderes de la monarquía. También hablamos de eta, del golpe de Tejero...», contó después Carlos Alba, que recordaba a Felipe como un muchacho «muy muy tímido»64. Posteriormente, le dio clase de Derecho Político en la Autónoma65.

Otra persona que se ocupó de Felipe, aunque en este caso no en el colegio sino en la propia Zarzuela, fue el doctor Alberto Salgado, médico de la familia real, que resumió así su historial clínico hasta los trece años:

«El príncipe es muy sano. Solo le ha afectado algún catarro, alguna faringitis y una distensión muscular, así como una herida en la cadera izquierda. Bueno, a no ser que se quiera también considerar un contratiempo una ampolla que se hizo en un pie por un calcetín mal colocado mientras practicaba el fútbol»66.

Adiós al colegio

Al acabar 3.º de bup, la Casa del Rey decidió efectivamente que Felipe cursara un último año en Canadá, en Lakefield College School67. Se pidió a Rosales que siguiera matriculado, con el fin de facilitar así los trámites de convalidación para la selectividad.

Un año después, el 25 de junio de 1985, se celebró en Rosales la fiesta de despedida de la promoción. Asistieron medio millar de personas, entre ellos los reyes y la infanta Cristina. Fernando Primo de Rivera habló en nombre de los que abandonaban el colegio. El director, Manuel Terán, fue el encargado de despedir a los alumnos.

A continuación tuvieron lugar la cena y el baile, en el edificio central68 y en la piscina cubierta. «Lo que ocurrió fue tremendo», relatará Terán.

«Hacía un día espléndido de verano. Habíamos preparado en la pradera las mesas para la cena, con flores y velas. Pero, mientras estábamos en el acto académico, descargó una tormenta impresionante: se fue la luz, los escoltas sacaron linternas... Tantas personas a oscuras en aquel salón, los reyes, el príncipe... Salimos al exterior... aquello era un barrizal, desde el salón de actos hasta la piscina y el polideportivo. Estaban todas las mesas empapadas, la comida por el suelo... Nos quedamos paralizados, sin saber qué hacer.

Nos salvó la reina, que se empezó a reír del desastre y, cogiéndose de mi brazo, se metió por el barrizal, hundiendo los zapatos en el lodo. Claro, las demás señoras y el resto de los invitados nos siguieron. Yo se lo agradecí mucho».

Un pabellón con su nombre

Ocho años después de haber abandonado las aulas, el 30 de abril de 1992 Felipe volvió a su colegio, donde habían transcurrido doce años de su vida, sin duda los más felices, para inaugurar el nuevo edificio, que además recibió su nombre, Príncipe de Asturias.

Sintió la emoción del reencuentro con sus profesores y con setenta compañeros de promoción. Algunos se habían desplazado desde el extranjero. Felipe saludó a los empleados, a los bedeles, al jardinero... En el salón de actos, hizo entrega de las insignias del colegio a profesores y personal con más de diez años en el centro. Los antiguos alumnos ovacionaron sobre todo a algunos como el capellán, determinados profesores y, cómo no, al encargado de la cafetería.

«Recuerdo con verdadera alegría —dijo en su discurso— los años que pasé entre aquellas aulas del colegio, y a mis profesores y a mis compañeros, con los que he procurado seguir manteniendo contacto, aunque no con la frecuencia que a uno le gustaría».

La jubilación de Terán

Según José Antonio Alcina, secretario y acompañante de Felipe desde los quince hasta los veinticinco años, Manuel Terán fue «el primer responsable en su vida de formación»69. En una de las primeras anotaciones sobre su carácter, Terán lo describió así: «Don Felipe es una persona muy grata; alegre, extrovertido, muy respetuoso con todo el mundo. Tiene sensibilidad por la literatura. Incluso a la hora de escribir lo hace con soltura y estilo»70.

Siguió unos años más al frente del colegio, hasta su jubilación. Le sucedió Pura Sotillo, que fue profesora de Lengua y Literatura y tutora de Felipe, conocida como «la señorita Pura».

Jaime y Jesús de la Serna, dos de sus amigos, lograron convencer a Terán para que en el diario Informaciones, que dirigía el segundo, publicara una serie de artículos exponiendo su ideario pedagógico. Eran los años posteriores a la Ley Gral. de Educación de Díez-Hochleitner, pero nadie logró convencerlo después de que los reuniese en un librito, a modo de testimonio o legado. No les concedía mayor importancia.

Tras una dura enfermedad, llevada con entereza, el pedagogo de Felipe falleció en Madrid el 18 de junio de 2013, a los 80 años de edad. No llegó a ver a su pupilo convertido en rey.

El Rosales que han encontrado Leonor y Sofía

La princesa Leonor se incorporó a Rosales en 2008, con tres años, y al curso siguiente lo hizo su hermana Sofía. Sus padres pagaron una matrícula de 1000 euros por cada una, además de una cuota de casi 600 euros mensuales que incluye comedor y seguros. Profesores que lo fueron de Felipe les han dado clase de Sensoperfección, Preescritura, Lenguaje, Matemáticas, Plástica, Inglés, Psicomotricidad, Educación Física, Dicción, Oratoria y Música.

Felipe y Letizia habían considerado despacio cuál era el colegio adecuado para sus hijas. Sabían que la decisión se miraría con lupa. No podía ser un centro público o concertado, entre otras razones porque no tendrían los puntos necesarios para ser admitidos. Un colegio internacional con enseñanza en inglés habría sido puesto en cuestión al no utilizar el español como lengua central docente; uno de claro ideario religioso resultaría inadecuado, en un país cuya Constitución es aconfesional. «La elección menos complicada era que fuera el mismo colegio del padre, que, además, queda cerca de La Zarzuela», dice una persona próxima a la pareja real71.

La Zarzuela explicó en una nota que habían primado criterios de proximidad (en coche, se encuentra a pocos minutos de su residencia), el que fuera un centro laico (pese a que los alumnos reciban formación católica, «que es la religión de sus padres»), y la intención de que se educase en castellano y en «los valores humanos».

Pero el Rosales que han frecuentado Leonor y Letizia ya no figura entre los mejores colegios de Madrid. Al menos por los resultados académicos: ocupa el puesto 332 de un total de 1158 centros. No es un centro tan innovador, aunque se ha adaptado a los nuevos tiempos. Sigue ofreciendo una formación bastante personalizada, con clases de pocos alumnos y con un tutor para cada uno de ellos. Se cuidan los modales, la compostura, la disciplina y el orden: los alumnos reciben a los profesores puestos en pie.

Dada la importancia del inglés, y la competencia de los centros bilingües, el colegio ha potenciado ese idioma incluso entre los más pequeños. Leonor, que en primero de infantil estudió las asignaturas de Sensoperfección, Preescritura, Lenguaje, Matemáticas, Plástica e Inglés, ha recibido también en esta lengua las clases de Música, Educación Física y Psicomotricidad.

Las instalaciones deportivas tampoco son lo que eran, pues, en los noventa, una crisis obligó a vender los terrenos que ocupaba la piscina cubierta, adquiridos por Telefónica. Aunque en algunos deportes, como el jóquey, Rosales sigue siendo puntero.

Leonor y Sofía han almorzado con sus compañeros en el comedor del centro y asistido a las fiestas de cumpleaños a las que les invitaban sus amigos. Su presencia en el colegio ha provocado algún problema, debido a la orden de Letizia de que no se tomasen fotos de las niñas por temor a que sean difundidas. El centro prohíbe también a los alumnos captar imágenes con el teléfono móvil.

Rosales ha elevado la altura de sus muros exteriores para evitar vistas desde lejos y ha aumentado el equipamiento de cámaras de seguridad. A veces resulta muy visible la protección exterior, con coches patrulla y hasta perros policías. Los escoltas de La Zarzuela entran en el colegio y se quedan en los pasillos durante las clases. Precisamente las medidas de seguridad, tanto en el exterior como en el interior del recinto, han sido motivo de protesta por parte de algunos padres.

Monarquía católica

Siendo todavía arzobispo de Madrid, el cardenal Antonio María Rouco se encontraba visitando a los reyes Felipe y Letizia en la residencia del complejo de La Zarzuela. Le presentaron a sus hijas y, en ese momento, doña Letizia dijo a Leonor: «Enseña a monseñor cómo sabes rezar».

Felipe ha buscado que sus hijas se beneficien de una formación religiosa semejante, en lo posible, a la que él mismo recibió desde pequeño en casa y en el colegio, de la que se muestra íntimamente satisfecho.

En junio de 1986, con dieciocho años, entrevistado por Luis María Anson para abc en Zaragoza72, viendo que llegaba de misa porque era domingo, el periodista le planteó el hecho de que el Estado que un día encabezaría es un Estado laico. «Y me parece bien que lo sea —respondió—, porque hay que respetar a todos aquellos que creen en otras religiones. Lo que ocurre es que yo fui educado en la fe católica, que es la creencia tradicional en la monarquía española.

—¿Y practica la fe?

—Sí, soy católico practicante. Recibí el sacramento de la confirmación y lo recibí con mi conformidad. Soy creyente y cumplo los deberes religiosos lo mejor que sé y puedo. Pero insisto en que es necesario respetar a los que tienen otra fe y a los que no tienen ninguna.

—¿Porque lo dice la Constitución?

—Sí, pero no solo por eso. Aunque la Constitución no fuera laica, sino confesional, pensaría lo mismo.

Felipe ha recibido una formación religiosa completa, y no por inercia o por uso social, sino por decisión de sus padres. Cuando doña Sofía explicó su propia entrada en la Iglesia católica para casarse con don Juan Carlos, insistió en que lo hizo por convicción personal. «Para la familia de mi marido, esto era muy importante: piensa que los reyes españoles, desde los godos, han sido siempre católicos»73.

Consustancial con todas las dinastías

Cuando Felipe llegó a los dieciséis años, en 1984, se disparó el interés por su formación, y publicaron artículos personalidades como Antonio Fontán, Sánchez Agesta, etc. Antonio Romeu de Armas escribió en abc: «El príncipe ha de ser soldado, político, humanista y científico y cristiano». Primordial objetivo, «la educación cristiana del príncipe, con todo lo que entraña de ético y moral, aunque en ello no es preciso insistir por ser consustancial con todas las dinastías que han reinado en España»74.

La Constitución nada dice sobre la pertenencia de la familia real a la Iglesia católica. No existe obligatoriedad de profesar una determinada fe, algo que sí se da, por ejemplo, en Gran Bretaña, donde el rey es el jefe de la Iglesia anglicana; o en Holanda, donde para reinar hay que profesar el protestantismo (al que tuvo que convertirse la actual soberana, la argentina Máxima Zorreguieta).

Cuando Franco concretó los requisitos de la persona que sería sucesora a título de rey, fijó, entre otros, este: católico. No lo exige ahora la carta magna, que sí dice, sin embargo, que «los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española». Y sucede que gran parte de los españoles son católicos, y con ellos sus reyes.

El capellán Federico Suárez

Personaje relevante —aunque no muy conocido— en la formación de Felipe fue don Federico Suárez, un sacerdote que, ya en los años sesenta, estaba en La Zarzuela con funciones de capellán de la Casa Real, y que fue nombrado oficialmente en 1975, con la llegada de Juan Carlos al trono. Se mantuvo en el cargo hasta su fallecimiento, acaecido en Madrid el 1 de enero de 2005. Don Juan Carlos y doña Sofía acudieron a la capilla ardiente, instalada en su residencia.

Federico Suárez Verdeguer nació en Valencia el 30 de marzo de 1917. Estudió Historia en esa universidad y en 1940 solicitó la admisión en el Opus Dei. Se doctoró en Historia en la Complutense en 1942; en 1948 ganó la cátedra de Historia de España Moderna y Contemporánea en la Universidad de Santiago. Ese año se ordenó sacerdote. En 1955 puso en marcha la Escuela de Historia del Estudio General de Navarra, ahora Universidad de Navarra. Paralelamente al trabajo de historiador llevó a cabo su labor pastoral entre universitarios.

Durante una entrevista cuando Felipe tenía quince años, Pilar Urbano se salió del cuestionario pactado con la Casa y le preguntó si era cristiano. «Yo soy católico. Católico romano», respondió Felipe. Le planteó también si creía en Dios y si rezaba, y él respondió afirmativamente sin problemas; y explicó que don Federico Suárez le había enseñado a ser cristiano. «¿Quieres que te diga los mandamientos?», preguntó. Felipe añadió que también era el monaguillo en La Zarzuela, que oían misa en la ermita todos los domingos, que él comulgaba allí y que se confesaba todas las semanas75.

Ante la Virgen de Atocha

Al igual que sus hermanas, Felipe fue bautizado a poco de nacer, y las primeras nociones religiosas las escuchó de labios de sus padres, de los que aprendió a rezar siendo niño. Personas que han trabajado en La Zarzuela desde el principio confirman que fue la propia doña Sofía quien enseñó a su hijo las primeras oraciones.

El 13 de julio de 1968, cuando contaba apenas seis meses, fue llevado por sus padres a la basílica de Atocha para ser presentado ante la Virgen. Fue Felipe II quien inició esa costumbre de la presentación del heredero ante la Virgen de Atocha, en 1566, con su hija Isabel Clara Eugenia. La imagen que se venera hoy en Madrid es una magnífica talla bizantina76.

Proclamada en 1643 (por Felipe IV) protectora de la familia real y de la monarquía española, desde 1852, siguiendo una tradición iniciada por Isabel II, ante la Virgen de Atocha han sido presentados los herederos y los hijos de los monarcas después de nacer. Una práctica que recuperaron don Juan Carlos y doña Sofía con sus hijas Elena y Cristina, y con Felipe77.

El 22 de mayo de 2004, día de su boda, Letizia depositó ante la Virgen de Atocha el ramo de flores de recién casada. El templo fue uno de los destinatarios de los tres centros de flores que Felipe y Letizia enviaron en octubre de 2005, tras el nacimiento de Leonor, como muestra de agradecimiento: uno a la catedral de La Almudena, otro a la iglesia sacramental de San Isidro y el tercero a la Virgen de Atocha. Y cuando, en abril de 2007, nació su segunda hija, Sofía, hicieron llevar también a la basílica de Atocha un ramo de flores para la Virgen.

El Cristo de Medinaceli

Con siete años, el 30 de mayo de 1975, hizo Felipe la primera comunión. Fue en La Zarzuela, no en el colegio. «El príncipe recibió la misma preparación que sus compañeros —narró Terán—, pero no la hizo con todos»78. Además de la familia, estuvieron presentes en la ermita de palacio las mujeres del servicio (que sentían especial afecto por el pequeño de la familia), profesoras de Rosales y el personal subalterno de la Casa: cocineros, conductores, camareros, jardineros...

A punto de cumplir diez años, el 15 de enero de 1978 Felipe recibió la confirmación, junto con sus hermanas, en la capilla de La Zarzuela. Ofició el cardenal primado y arzobispo de Toledo, Marcelo González Martín, y actuaron como padrinos don Juan Carlos y doña Sofía. Durante la ceremonia, el rey mantuvo la mano sobre el hombro de su hijo, y la reina, sobre el hombro de cada una de sus hijas.

Una de las tradiciones religiosas madrileñas más arraigadas se desarrolla el primer viernes de marzo, a las puertas de la Cuaresma, cuando decenas de miles de vecinos acuden a venerar la milagrosa imagen del Cristo de Medinaceli, en la iglesia del mismo nombre. La talla data del siglo xvii, y la costumbre nació cuando la pieza fue recuperada a los musulmanes por los frailes trinitarios, previo pago de un rescate, un viernes de Cuaresma de 1682. Se forman colas interminables, que se inician incluso la noche anterior.

La familia real acude cada año a cumplir esa tradición, en la persona de alguno de sus miembros. La primera vez que Felipe estuvo en la basílica fue en 1971, con solo tres años de edad, llevado por sus padres. Volvió en 1976, una vez restaurada la monarquía, con ocho años, junto con su madre y sus hermanas. Con quince años, en 1983 acudió de nuevo con su madre y hermanas. Lo hizo después en tres ocasiones más: el 1 de marzo de 1996, en solitario; el 5 de marzo de 2004, poco antes de la boda, acompañado por Letizia; y el 2 de marzo de 2018, también en solitario, por vez primera como rey.

Monaguillo los domingos

Desde que se mantuvo en pie, Felipe asistió con sus padres y hermanas a la misa que se celebraba en la capilla de La Zarzuela, y desde entonces lo hace todos los domingos. En cuanto alcanzó talla suficiente y aprendió bien los movimientos, empezó a ayudar como monaguillo. Cuando un periodista se lo recordó, estando en San Javier, respondió: «Sí. Y ahora, cuando estoy allí, también. ¿Quién va a hacerlo, si no...?»79.

En Canadá, a José Antonio Alcina le preocupaba la asistencia de Felipe al servicio diario anglicano que se celebraba en el colegio Lakefield, por las críticas que podía suscitar. Tenía lugar después del desayuno, a las 08:05, dirigido por el reverendo Dean Purdy, y Felipe acudía como uno más80.

Alcina propuso a los reyes que el domingo asistiera a la misa católica en el pueblo y dar publicidad al hecho. Felipe accedió sin reparos. Así, todos los domingos, acompañado por el secretario, acudía a misa a las diez de la mañana en la única iglesia de Lakefield, San Pablo, donde, al terminar, al igual que el resto de feligreses, saludaba en la puerta del templo al párroco, Martin Wain.

En las academias

Cuando, el 2 de septiembre de 1985, Felipe llegó a Zaragoza para incorporarse a la Academia General Militar81, preguntó por el trayecto para ir a la basílica del Pilar. Según Alcina, «por expreso deseo del rey, se había escogido como primer acto la visita a la patrona de la ciudad»82.

Estando en la Academia, «surgió la iniciativa del rey para que don Felipe, de manera privada y discreta, recibiera una formación religiosa paralela». El secretario contactó con el capellán, don Emilio Moral Gracia, para unas sesiones semanales, de acuerdo con un guion, para «atender a su necesaria formación espiritual»83.

De modo semejante a Zaragoza, cuando, el 1 de septiembre de 1986, se incorporó a la Academia de la Armada, en Marín, la primera visita fue al patrón de España, Santiago, para darle el tradicional abrazo y rezar ante su imagen.

El 9 de enero de 1987, antes de zarpar en el Juan Sebastián de Elcano para el crucero de instrucción84, escuchó junto a toda la dotación del buque la oración que recita el piloto, la misma que, cuatro siglos antes, rezaban los españoles cuando partían hacia las Indias: «Larga trinquete en nombre de la Santísima Trinidad. Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas y un solo Dios verdadero, que sea con nosotros y nos guarde, que acompañe y nos dé buen viaje a salvamento y nos lleve y vuelva a nuestras casas».

Durante la travesía, todos los atardeceres se repetía la oración marinera: «Tú, que dispones de cielo y mar, / haces la calma, la tempestad, / ten de nosotros, Señor, piedad. / Piedad, Señor; Señor, piedad». Los domingos, Felipe asistía con todos a la misa que se oficiaba en la cubierta del buque.

Ese mismo año, el 2 de septiembre, llegó desde Madrid al helipuerto habilitado junto a la ermita de la Fuensanta, patrona de Murcia, para incorporarse a la Academia del Aire, en San Javier. Tras depositar una cesta de flores en el altar, subió al camarín y besó el manto de la Virgen. Estando en San Javier, los domingos asistía a misa en la catedral de Murcia85.

Durante la estancia en Georgetown, los fines de semana que permanecía en Washington acudía los domingos a misa en la capilla de Dahlgren, situada en el mismo campus universitario.

Creer en los ovnis

El 5 de febrero de 1993, Felipe viajó a Navarra para recorrer el primer kilómetro y medio del Camino de Santiago, desde el Alto de Ibañeta hasta Roncesvalles. Con él anduvieron los presidentes de las siete comunidades autónomas surcadas por la ruta jacobea.

Concluyó el Camino seis años después, del 16 al 18 de julio de 1999, Año Santo Compostelano, en el que ganó el jubileo recorriendo a pie el último tramo, Padrón-Compostela. Como cualquier peregrino, puso la mano en la huella de piedra de la entrada principal, dio los correspondientes croques o cabezazos, y abrazó al apóstol. Pero se negó a desvelar qué había pedido al santo «porque —comentó— a eso se viene, pero no se dice»86.

El 4 agosto, con motivo de la Jornada Mundial de la Juventud, también en Santiago de Compostela, se dirigió a las decenas de miles de jóvenes congregados, animándolos —entre otras cosas— a acudir al Jubileo del año 2000 en Roma.

José García Abad cuenta, citando a una persona que fue testigo de la situación, que, en marzo de 1993, cuando don Juan agonizaba en la Clínica Universidad de Navarra, su esposa, doña María, reunió en una salita a toda la familia, hijos y nietos, y les pidió: «Recemos por él». Y uno de los hijos de la infanta Pilar se negó, diciendo: «Yo no creo en Dios, nunca lo he visto». Entonces, se produjo este diálogo entre Felipe y su primo:

—Tú tampoco has visto nunca un ovni, pero crees que existen.

—Es que hay gente que los ha visto.

—También hay gente que ha visto a Dios. Si quieres, te mando a mi profesor de Teología. Esta conversación me gustaría tenerla contigo dentro de treinta años.

—¿Cuándo palme…? Entonces no sé lo que pensaré.

—Bueno, pues de momento te mando a mi profesor de Teología87.

Bautizo de Leonor

A los dos meses y quince días de venir al mundo, Leonor fue bautizada el 14 de enero de 2006, y los padrinos fueron don Juan Carlos y doña Sofía. El acto tuvo lugar en el vestíbulo de la zona privada de palacio, donde también habían sido bautizados Felipe, Elena y Cristina.

La pequeña lució el traje de cristianar que estrenó Juan Carlos cuando fue bautizado en Roma, en la capilla de los caballeros de la Orden de Malta, por el cardenal Pacelli (futuro Pío XII). Desde aquel 1938, la condesa de Barcelona lo guardó en un paño de terciopelo, y ha sido utilizado con los tres hijos de los reyes Juan Carlos y Sofía y con sus nietos.

A las 12:45, el oficiante, cardenal Rouco Varela, que antes había bautizado a todos los nietos de los reyes, inició la ceremonia. El padre, Felipe, se encargó de la primera lectura, tomada del libro de Ezequiel. Rouco invitó a padres y padrinos a acercarse con la niña a la pila bautismal y formuló una última pregunta a los padres: «¿Queréis que vuestra hija sea bautizada en la fe de la Iglesia que juntos acabamos de profesar?». Felipe y Letizia respondieron: «Sí, queremos».

Siete meses después, el 7 de junio, Leonor fue presentada a la Virgen de Atocha, en una ceremonia protagonizada también por Antonio M.ª Rouco.

El bautizo de Leonor planteó la conveniencia de abrir un nuevo libro de la familia real donde anotar las partidas de bautismo y la documentación eclesiástica. Hasta ese momento, se custodiaba en la iglesia de un cuartel de la Guardia Real ubicado en El Pardo, y lo que se buscaba ahora, aparte de crear un documento específico que contuviera las partidas de bautismo regias, era que dicho libro se trasladara a la sede del Arzobispado Castrense, en la calle del Nuncio, en Madrid.

Rouco bautizó igualmente a la segunda hija de Felipe y Letizia, la infanta Sofía, también en La Zarzuela.

Protagonismo de Rouco

Antonio María Rouco, cardenal, hoy arzobispo emérito de Madrid, ha protagonizado un buen número de momentos y ceremonias religiosas en la familia real. Singularmente, la boda de Felipe y Letizia.

Nacido en Villalba (Lugo) en el año 1936, estudió en el seminario de Mondoñedo, y en 1954 empezó Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca. Ordenado sacerdote en 1959, estudió asimismo Derecho y Teología en la Universidad de Múnich, donde se doctoró en 1964.

Catedrático de Derecho Canónico en la Universidad Pontificia de Salamanca, en 1972 fue nombrado vicerrector, y en 1976 pasó a obispo auxiliar de Santiago de Compostela. Nombrado arzobispo en 1984, en 1989 organizó allí la IV Jornada Mundial de la Juventud. Cinco años después pasó a arzobispo de Madrid, y, en 1998, el papa Juan Pablo II lo nombró cardenal. Presidió la Conferencia Episcopal Española entre 1999 y 2005, durante dos mandatos, y durante otros dos en 2008 y 2011. En 2014 se jubiló por edad.

Siendo arzobispo de Madrid, Rouco reservó la recién construida catedral de La Almudena para el enlace del heredero, por la vía de no autorizar ninguna boda antes en el templo, que a ese respecto estrenaron Felipe y Letizia.

Durante la misa nupcial, Felipe y Letizia recibieron la comunión, aunque esa imagen no se ofreció en la retransmisión realizada por Televisión Española, omitida con el argumento de guardar la intimidad de los contrayentes. En su caso, Letizia escogió recibirla de rodillas y no de pie, como también podía hacerlo y así se lo habían comentado, y arrodillada se mantuvo después durante unos minutos, sin sentarse inmediatamente.

Gregorio Peces-Barba88 criticó el protagonismo de la Iglesia en la boda de Felipe y Letizia, así como lo que calificó de «oportunista intervención de la jerarquía en la persona del cardenal Rouco Varela»89.

En julio, José Bono, ministro de Defensa, ofreció una cena a Rouco y Martínez Camino, obispo auxiliar de Madrid, en el palacio de Buenavista. Bono echó en cara a Rouco haber «casado sin rechistar a una divorciada famosa», incluso publicando un comunicado según el cual el matrimonio civil de un católico es irrelevante para la Iglesia, algo en lo que no están de acuerdo todos los canonistas. El arzobispo le contestó: «Si se refiere a la boda de doña Letizia, debo decirle que la Iglesia la ha acogido en su seno porque ha demostrado que quiere, humilde y sinceramente, cambiar de vida, como así ha hecho»90.

Estepa, el catequista

Otro eclesiástico destacado en la vida de Felipe es José Manuel Estepa, que, entre otras cosas, les impartió a él y a Letizia la catequesis para el matrimonio católico.

Nacido en Andújar (Jaén) el 1 de enero de 1926, fue ordenado sacerdote en junio de 1954. Se diplomó en Pastoral Catequética por el Instituto Católico de París. Cursó Filosofía en la Universidad Pontificia de Salamanca y Teología en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, y en 1972 fue nombrado obispo auxiliar de Madrid. Dentro de la Conferencia Episcopal Española, estuvo vinculado especialmente a la enseñanza y la catequesis.

El 30 de julio de 1983 fue nombrado vicario general castrense, con lo que se convirtió, en razón del cargo, en capellán de la familia real. Y ahí empezó una relación larga e intensa, en la que se ganó el aprecio de don Juan Carlos y de sus hijos.

Estepa participó en la formación humana y religiosa de Felipe. Cuando, en 1988, Felipe pidió clases complementarias de Francés, Historia e Informática, más adelante se incluyeron clases de «Cultura Religiosa», que estuvieron a cargo del arzobispo castrense y capellán de La Zarzuela91.

En febrero de 1993, don Juan, ya gravemente enfermo92, pidió que le administraran la unción de enfermos. La recibió el día 4, plenamente consciente, de manos de monseñor Estepa.

Prepararles para la boda

Días después de anunciarse, el 1 de noviembre de 2003, el compromiso de Felipe y Letizia, el secretario de la Conferencia Episcopal, Juan Antonio Martínez Camino, anunció que había «un eclesiástico de confianza de la Casa Real y del cardenal Rouco Varela para preparar bien en el sacramento del matrimonio al príncipe y a su prometida». Dos días después se publicó que el elegido era José Manuel Estepa.

Arzobispo castrense durante veinte años, Estepa se había ganado la amistad y confianza de don Juan Carlos. Fue «el confidente fiel del rey, el cura al que Su Majestad le contaba sus confidencias, con el que se desahogaba y al que pedía consejo con asiduidad»93. Y también se había ganado la confianza y el cariño del propio Felipe.

Martínez Caminó declaró que a los príncipes no se les iba a exigir «ni más ni menos que a cualquier otra pareja». El cursillo se desarrolló con breves charlas informales, incluso dialogadas y con preguntas, en las que Estepa les fue proponiendo una serie de reflexiones sobre el compromiso que adquirían ante sus conciencias y la responsabilidad que iban a contraer ante Dios y ante los hombres.

Las charlas se centraron en los fundamentos de los sacramentos y, especialmente, el del matrimonio con todas sus exigencias, entre ellas la de «tener todos los hijos que Dios les dé» y la de «educarlos en la fe de la Iglesia». Por supuesto, insistiendo en que el matrimonio es un sacramento para toda la vida94.

Antes, confirmación

Las amonestaciones se ubicaron en la catedral castrense, en la calle Sacramento de Madrid, y en la de San Gregorio Magno de Vicálvaro, localidad donde había vivido Letizia.

El propio José Manuel Estepa administró a Letizia la confirmación un mes antes de la boda. La apadrinó Felipe, muy emocionado y con lágrimas en los ojos según algunos testimonios, ante los reyes, que actuaron como testigos95.

Se publicó entonces, citando supuestamente fuentes del arzobispado de Madrid, que Letizia era «más bien fría» en lo religioso. Que respondía «al arquetipo de la gente de hoy, que, tras una profunda educación religiosa en su infancia, rompe con la práctica religiosa y se pasa a la indiferencia más que al agnosticismo». Esas fuentes añadían: «Pero doña Letizia tiene muy buena voluntad y pronto recuperará el tiempo religiosamente perdido»96. Personas conocedoras de lo ocurrido en esos meses afirman que su proceso de acercamiento a la práctica religiosa fue algo más que un requisito formal que se cumple porque no hay más remedio.

Estepa presentó la renuncia por motivos de edad, aceptada el 30 de octubre de 2003. Durante el consistorio celebrado en noviembre de 2010, el papa Benedicto XVI lo elevó a la dignidad cardenalicia. Falleció el 21 de junio de 2019, a los 93 años. Apenas conocerse, Felipe y Letizia enviaron un telegrama de pésame en el que decían: «Nunca olvidaremos sus grandes cualidades humanas, su labor pastoral con las Fuerzas Armadas, su gran conocimiento, sensibilidad y sabiduría, así como su cercanía con toda nuestra familia». Dos días después, Felipe asistió al funeral, oficiado en la iglesia catedral castrense. Y, con toda normalidad, se acercó a comulgar.

Letizia, examinada

Ya desde la boda, el comportamiento religioso de Letizia ha sido objeto de un seguimiento bastante minucioso, en el que se han analizado cada uno de sus gestos y actitudes.

El 20 de junio de 2013, con motivo de cumplirse los cien años del nacimiento de don Juan de Borbón, se celebró en la capilla del Palacio Real una misa, oficiada por el arzobispo castrense Juan del Río, a la que asistió la familia real al completo, incluyendo a la infanta Cristina, que de alguna manera volvía a la agenda de la Casa tras ser apartada por el caso Nóos97.

Algunas crónicas pusieron de relieve determinados detalles del comportamiento de Letizia: que no recibió la comunión y que tampoco hizo la reverencia al Santísimo, una inclinación que, al tratarse de un gesto protocolario y no de un acto de fe, fue criticado98. También extrañó la ausencia de sus hijas, Leonor y Sofía, que se atribuyó a una decisión de Letizia para mostrar su enfado por la difícil situación que vivía entonces la familia real99.

El 25 de julio de 2014, festividad de Santiago, patrón de España, Felipe y Letizia, ya reyes, visitaron la ciudad compostelana. A pesar de no ser año jubilar, Felipe pronunció la ofrenda al apóstol, y posteriormente ambos protagonizaron el abrazo al santo. Algunas crónicas llegaron a hablar de un cierto «reparto de papeles» en la pareja: Felipe, más religioso (durante la misa respondía a las plegarias), Letizia más aconfesional (apenas movía lo labios y se mostraba inexpresiva)100.

A lo largo del tiempo, Letizia ha asumido nombramientos y distinciones de cofradías y entidades religiosas de diversos lugares. A principios de 2015, aceptó el nombramiento de hermana mayor honoraria de la Archicofradía del Stmo. Sacramento y Pontificia y Real de Nazarenos de Ntro. Padre Jesús de la Pasión y Ntra. Madre y Sra. de la Merced, de Sevilla, ubicada en la parroquia de El Salvador, uno de los templos más grandes y conocidos de la ciudad. Los bisabuelos del rey, Carlos de Borbón-Dos Sicilias y María Luisa de Orleans, están enterrados en ese templo, el mismo donde Elena depositó el ramo de novia tras casarse con Jaime de Marichalar.

Juan Pablo II, el amigo

Felipe recibió un impacto personal y siempre guardó un grato recuerdo de la primera visita de Juan Pablo II a España, en 1982.

Los reyes lo recibieron en el aeropuerto de Barajas. Allí, don Juan Carlos pronunció unas palabras de bienvenida, en las que recordó: «Uno de vuestros antecesores concedió en 1494 a mis antepasados, Fernando e Isabel, los primeros reyes de la España unida y entera, el título de Reyes Católicos, que han llevado desde entonces los monarcas de España». Efectivamente, los reyes de España ostentan el título de católicos, como los de Francia son cristianísimos, los de Portugal fidelísimos y los de Hungría apostólicos. Ese nombre —continuó don Juan Carlos— «representa el conocimiento de la fidelidad de un pueblo que, a pesar de largos siglos de dominación, había mantenido siempre su vocación de pertenencia a la cristiandad y lo extendió después prodigiosamente por el mundo hasta entonces conocido». Juan Pablo II pronunció palabras de gratitud por la acción misionera de España.

Como anfitriona que era del viaje, la familia real acompañó al pontífice casi constantemente. En Ávila, Felipe asistió con sus padres y hermanas a la misa oficiada al pie de las murallas, durante la cual Juan Pablo II les dio personalmente la comunión.

A Felipe, que entonces iba camino de los quince años, no se le olvidará el rato de intimidad que pasaron con Juan Pablo II, durante la visita que les hizo a la residencia de la familia real el 2 de octubre. Dentro de palacio, el papa conoció también a otros miembros de la familia, así como a unos cuarenta empleados del servicio de la residencia. Ocupando los tresillos de uno de los salones de La Zarzuela y rodeando al papa, se formó poco después una tertulia. Felipe se lo pasó en grande durante esa conversación, en la que Juan Pablo II se mostró animado y ocurrente, y sobre todo muy cariñoso.

Cuando, posteriormente, a doña Sofía le han preguntado qué es lo que más le ha impresionado de las muchas personas que ha conocido, ha respondido: «He conocido a tantas personas interesantes... ¿Cómo podría elegir? Si tuviera que hacerlo, me quedaría con un recuerdo absolutamente único e insólito: que el papa Juan Pablo II viniese a casa —al palacio de La Zarzuela— durante su visita a España»101.

Visitas de ida y vuelta

La relación de la familia real con Juan Pablo II se mantuvo. Recién proclamado 1983 como Año Santo de la Redención, don Juan Carlos y doña Sofía viajaron con sus tres hijos a Roma para ganar el jubileo. El papa les invitó a asistir en su capilla privada a la misa, que celebraba muy temprano. Juan Pablo II la dijo con una concentración que sobrecogía. Concelebraron con él los españoles monseñor Martínez Somalo, sustituto de la Secretaría de Estado, y don Federico Suárez Verdeguer, capellán de La Zarzuela. Después, el pontífice les invitó a desayunar.

En agosto de 1989, con ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud de Santiago de Compostela, Felipe actuó como anfitrión del pontífice precisamente en su tierra asturiana, acompañándole a rezar a los pies de la Santina, en Covadonga.

En 1993, Juan Pablo II volvió a verlos en La Zarzuela, con ocasión de su viaje a Madrid para bendecir la catedral de La Almudena, que fue inaugurada el 15 de junio. El 26 de junio de 2000, Felipe acudió al Vaticano y se entrevistó a solas con el pontífice; aprovechó el viaje para lucrar el jubileo del año 2000 y visitar la iglesia nacional española de Santiago y Montserrat, donde estuvo enterrado su bisabuelo Alfonso XIII.

Una audiencia privada

El 28 de junio de 2004, pocas semanas después de la boda, y cumpliendo la tradición de las últimas generaciones de la familia real, Felipe y Letizia fueron a visitar a Juan Pablo II, que les recibió en su biblioteca privada. Los acompañaron Alberto Aza y Jaime Alfonsín.

Era la sexta vez que Felipe acudía al Vaticano. Letizia vestía de negro, con —por primera vez— la tradicional peineta española y mantilla, y con los símbolos de la Orden de Carlos III. «Santidad, qué alegría volver a verlo y presentarle a mi esposa», le dijo Felipe. Juan Pablo II bendijo su matrimonio, deseándoles que formaran «un hogar feliz» que fuera «punto de referencia ejemplar» para la familia en España. A continuación recorrieron la basílica vaticana, donde los dos tocaron y besaron el desgastado pie de la escultura en bronce negro de san Pedro, situada delante del altar mayor. Vieron también la Piedad de Miguel Ángel, sin el cristal antibalas. «Cuánto me gusta la Piedad… Mirarla me da muchísima serenidad», confesó Felipe a Letizia.

Benedicto y Francisco

En agosto de 2011, el papa Benedicto XVI, de viaje en España, visitó también a la familia en La Zarzuela. Además de don Juan Carlos y doña Sofía, estuvieron con él Felipe y Letizia con sus hijas, y Elena con sus dos hijos.

El 19 de marzo de 2013, Felipe y Letizia, príncipes todavía, encabezaron la delegación española que asistió, en la plaza de San Pedro, a la ceremonia de entronización del nuevo pontífice, el papa Francisco. Al finalizar la misa, pudieron saludar al santo padre, y este se interesó por la salud de don Juan Carlos, convaleciente de la operación de hernia discal a la que se había sometido el 3 de marzo.

El 30 de junio de 2014 estrenaron su agenda internacional como reyes visitando al papa Francisco. Haciendo uso por vez primera del privilegio de las reinas católicas, Letizia vistió de blanco, aunque sin mantilla por tratarse de una audiencia y no de una ceremonia. Felipe confió a Francisco que, tras su proclamación, estaba viviendo un momento «intenso pero tranquilo»102.

A finales de 2013 se publicó que Letizia había ordenado que sus hijas no recibieran en el colegio clases de religión ni ninguna otra actividad de formación católica. Concretaban que Leonor, entonces en tercero de primaria, no estaba asistiendo en Rosales a la catequesis para la primera comunión con el resto de sus compañeros, pese a que en ese curso correspondía hacerlo a su clase. Y se añadía que existía un pulso entre Felipe y Letizia sobre este asunto103.

Personas de La Zarzuela negaron que hubiera habido ninguna prohibición: «La princesa sabe bien muy donde está», explicaron. Igual que Letizia asumió una boda religiosa y se casó por la Iglesia, «las infantas tendrán educación religiosa». Añadían que Leonor haría la primera comunión, «y por supuesto se le fotografiará comulgando»104. Y así ha ocurrido, en efecto.

Felipe y las niñas van a misa los domingos en La Zarzuela, y Letizia asiste a veces. Leonor y Sofía han aprendido el protocolo de besar el anillo de un prelado cuando lo saludan, como hizo Leonor en el besamanos de la apertura la xii legislatura al pasar el presidente de la Conferencia Episcopal, cardenal Ricardo Blázquez.

El confesor y el capellán

Otro sacerdote que ha frecuentado La Zarzuela es el padre Bartolomé Vicens, dominico, durante años confidente, confesor y guía espiritual de don Juan Carlos. Le dedicaba bastante tiempo, y el rey le encomendaba misiones discretas, y algunas, peliagudas. Por eso quiso que este religioso, que no formaba parte de la plantilla de La Zarzuela ni estaba adscrito a la capellanía, percibiese algunos emolumentos. Intentaron nombrarlo capellán del monasterio de la Encarnación (perteneciente a Patrimonio del Estado), pero la priora se negó, con lo que la gratificación se le abonó desde La Zarzuela.

En pleno caso Bárbara Rey, Sabino Fernández Campo comentó a Pilar Urbano: «El rey tiene una conciencia religiosa y necesita confesarse. Entonces acude al padre Bartolomé, que no le abruma, que le comprende y no es severo».

Cuando don Federico Suárez dejó de actuar como capellán de La Zarzuela, ocupó su puesto de hecho don Serafín Sedano Gutiérrez, titular de la parroquia castrense de Mingorrubio, que ya venía colaborando con don Federico. Empezó a oficiar las misas de domingos y festivos, que se celebran en la capilla de La Zarzuela con asistencia de la familia real. Actualmente, Felipe suele encargarse de hacer las lecturas.

Nacido en 1932 en Ruijas (Cantabria), en 1963 pasó a capellán del regimiento de la Casa Militar del Jefe del Estado, en Mingorrubio-El Pardo. En enero de 2007 se produjo su nombramiento como capellán de la Casa del Rey. Durante el confinamiento por el coronavirus, entre marzo y junio de 2020, don Serafín ofició vía Internet las misas dominicales para la familia real: se conectaban también doña Sofía y los Urdangarín, desde Ginebra. Para doña Sofía constituyó un motivo de alegría porque, de esa forma, podía ver a todos sus nietos, de los que estaba alejada como consecuencia de la pandemia.

Castrense, un cargo delicado

El de arzobispo castrense es un puesto delicado, ya que le corresponde la asistencia religiosa en las fuerzas armadas y también la atención a la familia real. Por esos dos motivos, su nombramiento ha de contar con la aprobación del rey. El procedimiento para la designación es el siguiente: Asuntos Exteriores y la Nunciatura elaboran una terna de candidatos, que se eleva a la Santa Sede; el Papa otorga el visto bueno a la terna; el rey, de esos tres nombres, elige uno, y el romano pontífice lo nombra.

A Estepa lo sucedió, en 2003, el obispo de Osma-Soria, Francisco Pérez González, que cuatro años después pasó a arzobispo de Pamplona-Tudela. En ámbitos religiosos (y también políticos) se manejaron entonces diversos candidatos. Uno de los que más sonó fue Juan Antonio Martínez Camino, auxiliar de Madrid y hombre de Rouco, y se contó que había sido «vetado» por Letizia por considerarlo demasiado conservador o «de derechas».

El nombramiento recayó en Juan del Río, obispo de Jerez. Protagonizó numerosas celebraciones y actos de las ff. aa., y presidió el funeral por Pilar de Borbón en El Escorial, pero no consiguió el nivel de proximidad que tuvo Estepa. En ambientes eclesiásticos se manejaba este supuesto comentario de la reina Letizia dirigido al arzobispo castrense: «Cuando le necesitemos, ya le llamaremos». Falleció el 28 de diciembre de 2020, por coronavirus, y Felipe, acudió a la iglesia catedral castrense para rezar en la capilla ardiente.

Ceremonias «laicas»

La condición de reyes católicos se ha reflejado en las sucesivas constituciones españolas. La Constitución liberal de Cádiz, en su artículo 12, prescribe que la nación española es y será perpetuamente católica, añadiendo que se prohibirá el ejercicio de cualquier otra religión; y, en consonancia con ello, el rey tiene tratamiento de «Majestad Católica». Al llegar al trono, jurará defender y conservar la religión católica, sin permitir ninguna otra en el reino105.

La actual Constitución, de 1978, declara y garantiza la libertad ideológica, de religión y de culto106, pero, como señala Torres del Moral, el título ii —relativo a la Corona— «está todo él redactado sobre una suposición inconsciente: la Familia Regia es creyente, y, si no lo es, se comportará como tal». Dentro de esta suposición, «como la religión católica es mayoritaria en España, y como la dinastía reinante, que es la dinastía histórica, ha sido y es católica, con toda seguridad el constituyente no se planteó siquiera que pudiera ser de otra forma»107.

Cuando Felipe llegó al trono no se ofició una misa solemne de inicio de reinado, como sí se hizo con su padre en 1975. Además, uno de los primeros cambios introducidos en el protocolo de La Zarzuela fueron las tomas de posesión laicas o, mejor dicho, no religiosas.

La segunda toma de posesión de un Gobierno con Felipe en el trono (era la primera de Pedro Sánchez) se desarrolló en La Zarzuela sin crucifijo y sin la presencia del Evangelio. Y se anunció que a partir de entonces no existirían símbolos religiosos en las juras o promesas, salvo que alguno de los afectados lo solicitara expresamente.

Esos gestos están fundamentados en lo que establece la Constitución de 1978, pero también en que Felipe tiene claro que, en materia de creencias y convicciones, todas deben ser respetadas: se lo han enseñado desde pequeño. Aunque él sea católico practicante. También es católico el jefe de la Casa del Rey, Jaime Alfonsín.


1 apezarena, José. El príncipe, edición actualizada. Plaza y Janés, noviembre de 2003, p. 101.

2 Juan Carlos era entonces príncipe. Fue proclamado rey seis años después, el 22 de noviembre de 1975.

3 Conversaciones con Manuel Terán. Las citas siguientes de Terán corresponden a apezarena, José. El príncipe, pp. 95 y ss.

4 toharia, José Juan. «Manuel de Terán Troyano, pedagogo excepcional». El País, 23 de junio de 2013.

5 Ver capítulo 13.

6 apezarena, José y castilla, Carmen. Así es el príncipe. Vida del futuro rey de España. Rialp, 1993, p. 86.

7 apezarena, José. El príncipe, p. 96.

8 Carmen Jiménez, testimonio para el libro Así es el príncipe. Salvo que se diga otra cosa, los testimonios de profesores de que se recogen a continuación proceden de dicho libro.

9 Testimonio de María Teresa Martínez Esteban.

10 Testimonio de Juan Díez.

11 balansó, Juan. «El príncipe se prepara para servir en una monarquía democrática». abc, 28 de febrero de 1984, pp. 48-49.

12 Testimonio de Juan Díez.

13 Id.

14 Ver capítulo 2.

15 antón, Julio. Felipe VI, así se educó en su infancia y pubertad. Edición del autor, 2015, p. 21.

16 Ver capítulos 2 y 12.

17 antón, Julio. Felipe VI, así se educó en su infancia y pubertad, p. 151.

18 rivière, Margarita. La generación del cambio. Planeta, 1984, p. 23.

19 pérez de tudela, César. «La otra educación del príncipe Felipe 1.ª parte». www.cesarperezdetudela.com/articulo.asp?id_articulo=38. Última consulta: 6 de marzo de 2021.

20 antón, Julio. Felipe VI, así se educó en su infancia y pubertad, p. 106.

21 Ibid., p. 22.

22 Ver capítulo 2.

23 bach, Richard. Juan Salvador Gaviota. Macmillan Company, 1970.

24 antón, Julio. Felipe VI, así se educó en su infancia y pubertad, p. 24.

25 Sainz-Pardo escribió posteriormente, en cinco tomos, un trabajo sobre la educación de Felipe, que le entregó en febrero de 2008.

26 pérez de tudela, César, prólogo, en antón, Julio. Felipe VI, así se educó en su infancia y pubertad.

27 antón, Julio. Felipe VI, así se educó en su infancia y pubertad , p. 67.

28 Ibid., p. 141.

29 apezarena, José. El príncipe, p. 581.

30 Ver capítulo 2.

31 antón, Julio. Felipe VI, así se educó en su infancia y pubertad, p. 75.

32 Id.

33 Ibid., p. 104.

34 Ibid., p. 107.

35 Ibid., p. 124.

36 Ibid., p. 111.

37 A finales de los sesenta, José Luis Sánchez Paraíso, junto con Antón, compañero en las cátedras deportivas rurales, recorría con una camioneta los pueblos de Salamanca para animar a los niños a hacer deporte; Paraíso corriendo, Antón lanzando peso y enseñando a saltar. También estuvo allí Bernardino Lombau.

38 antón, Julio. Felipe VI, así se educó en su infancia y pubertad, p. 114.

39 Ibid., p. 115.

40 «Un príncipe azul». Gaceta Ilustrada, 8 de julio de 1983.

41 antón, Julio. Felipe VI, así se educó en su infancia y pubertad. Salvo que se diga otra cosa, el relato que sigue a continuación procede de esa fuente.

42 Manuel Prado comentará: «Fueron las veinticuatro horas más intensas que jamás he vivido» (apezarena, José. Todos los hombres del rey. Plaza y Janés, 1997, p. 103).

43 antón, Julio. Felipe VI, así se educó en su infancia y pubertad, p. 50.

44 Ibid., p. 51.

45 Ver capítulo 5.

46 Ver capítulo 4.

47 antón, Julio. Felipe VI, así se educó en su infancia y pubertad, p. 144.

48 alcina, José Antonio. Felipe VI. Así se formó el Príncipe heredero. La Esfera de los Libros, 2004, p. 66.

49 Ver capítulo 8.

50 antón, Julio. Felipe VI, así se educó en su infancia y pubertad, p. 160.

51 alcina, José Antonio. Felipe VI. Así se formó el Príncipe heredero. La Esfera de los Libros, 2004.

52 Ibid., p. 161.

53 Ver capítulo 4.

54 antón, Julio. Felipe VI, así se educó en su infancia y pubertad, p. 54.

55 Ibid., p. 148.

56 Ibid., p. 174.

57 Ibid., p. 154.

58 «Especial proclamación Felipe VI». El Faro de Ceuta, 20 de junio de 2014, p. 45.

59 «Una afectiva audiencia en Zarzuela». Huellas de la oje, 15 de febrero de 2012.

60 antón, Julio. Felipe VI, así se educó en su infancia y pubertad, p. 179.

61 Id.

62 «Julio Antón presenta su nuevo libro sobre Felipe VI en el salón de Quintanar antes de mostrarlo en Madrid». Tu voz en Pinares, 28 de junio de 2015.

63 Testimonio de Juan Díez. Las restantes palabras de Juan Díez proceden de esa fuente.

64 lópez, Celeste y rodríguez de paz, Alicia. «¿Cómo se forma un rey?». La Vanguardia, 20 de junio de 2014.

65 Ver capitulo 6.

66 apezarena, José. El príncipe, p. 423.

67 Ver capítulo 4.

68 Pasados unos años, ese edificio dejó de pertenecer al colegio y se convirtió en una residencia de ancianos.

69 alcina, José Antonio. Felipe VI, p. 593.

70 Id.

71 font, Consuelo. «Ya no es el mismo colegio elitista». El Mundo, 22 de junio de 2008.

72 Ver capítulo 8.

73 urbano, Pilar. La Reina. Plaza y Janés, 1996, p. 132.

74 alcina, José Antonio. Felipe VI, p. 93.

75 Testimonio de Pilar Urbano al autor.

76 Sobre la Virgen de Atocha, ver sanabria, José María. Santuarios marianos de Madrid. Ediciones Encuentro, 1991.

77 apezarena, José y castilla, Carmen. Así es el príncipe. Vida del futuro rey de España, pp. 38-40.

78 Id.

79 apezarena, José. El príncipe, p. 593.

80 Ver capítulo 4.

81 Ver capítulo 5.

82 alcina, José Antonio. Felipe VI, p. 185.

83 Ibid., p. 190.

84 Ver capítulo 5.

85 alcina, José Antonio. Felipe VI, p. 292.

86 El País, 19 de julio de 1999, p. 35.

87 garcía abad, José. El príncipe y el rey. Ediciones El Siglo, 2008, p. 212.

88 Ver capítulo 8.

89 peces-barba, Gregorio. «Boda real y Constitución». El País, 16 de junio de 2004.

90 Ibid., p. 121.

91 alcina, José Antonio. Felipe VI, p. 360.

92 Ver capítulo 3.

93 vidal, José Manuel. «Monseñor Estepa. Examen de religión al príncipe y Letizia». Crónica (El Mundo). 30 de noviembre de 2003, p. 18.

94 apezarena, José. Boda real, Plaza y Janés, 2004, pp. 73-74.

95 mariñas, Jesús. «Letizia se confirmó un mes antes de casarse». Tiempo, 7 de junio de 2004, p. 118.

96 vidal, José Manuel. «Tres cardenales oficiarán la boda del príncipe Felipe y Letizia Ortiz». El Mundo, 2 de febrero de 2004, p. 19.

97 Ver capítulos 10 y 13.

98 parrado, A. «La princesa Letizia ni comulga ni hace la reverencia protocolaria en el homenaje a don Juan de Borbón». Vanitatis (El Confidencial), 26 de junio de 2013

99 barrientos, Paloma. «¿Por qué no fue la infanta Leonor a la misa de don Juan?». Vanitatis (El Confidencial), 24 de junio de 2013

100 remírez de ganuza, Carmen. «Los reyes abrazan la tradición». El Mundo, 26 de julio de 2014.

101 rayón, Fernando. Sofía de Grecia: la Reina, p. 194.

102 p. r. «Histórica visita de los reyes de España al Papa Francisco». Hola, 9 de julio de 2014, pp. 47-54.

103 lópez, Eulogio. «La princesa de Asturias ordenó que sus hijas, Leonor y Sofía, no recibieran educación católica». Hispanidad, 3 de octubre de 2013.

104 Testimonio al autor.

105 Artículos 169 y 173 de la Constitución de 1812.

106 Artículo 16.

107 torres del moral, Antonio. El príncipe de Asturias. Su estatuto jurídico. Congreso de los Diputados, 1997, p. 107.