5. Fetichismo de la mercancía como espectáculo
Para los años sesenta, se completaría la era dorada de la publicidad. Esta fase del fracaso ante esta guerra fue la inspiración de la crítica de la sociedad que inició Guy Ernest Debord con La société du espectacle. En el Debord, de Anselm Jappe, espectáculo será «La forma más desarrollada de la sociedad basada en la producción de mercancías y en el fetichismo de la mercancía que dimana de ella».48 Con el envite debordiano, se comenzó a pensar la guerra bajo dos preguntas: qué uso se está haciendo con la enorme acumulación de medios de que la sociedad dispone, y si se ha hecho más rica la vida efectivamente vivida. La respuesta era un rotundo no. La subjetividad se encontraba sin posibilidad de gestionar su periferia en medio de una guerra que extendía inagotables frentes, momento convulso a nivel de sociedad, economía y política. Lo que había ocurrido para Jappe era que la economía había sometido a la vida y que el propio espectáculo podía captar intuitivamente sus pasos, que la política podía subsistir como publicidad espectacular, que podía subsistir sobre el ordenamiento vacío de la sociedad mercantil, que subsistía como fruto de una gran pobreza y miseria, que subsistía como control de la sapiens creando una realidad ficticia y que nunca había existido, como la del consumo.
Las primeras palabras de Guy Debord fueron que el espectáculo «Fue el momento en que la mercancía alcanzó la ocupación total de la vida social y que a partir de ahí, la vida jamás volvería a estar exenta de toda dominación. No era únicamente que se hiciera patente la relación con la mercancía, sino que ya no existía otra cosa más que esa relación, el mundo visible se convertía en su mundo».49 El subrayado debordiano era, nótese que, de los órdenes marxianos, visible e invisible, se había sacado a luz la intención oscura de la mercancía, que operaba en el territorio mismo que el espectáculo, y aun así permanecía vigente. La explotación económica no era el único mal del capitalismo, ya que este era necesariamente la negación de la vida misma en todas sus manifestaciones concretas.
Asimismo, ninguna de las numerosas variantes internas de la economía de mercado podía aportar un cambio positivo, como la distribución adecuada de sus beneficios, al estar suspendidas en el mero peso de sus mentiras, y que arruinaban todo a su paso, todo aquello sobre lo cual descansaban. La problematicidad de la alienación, que trajo consigo este capitalismo emergente, dejaba de ser problemática y se convertía en materia de cuanto vivían los consumidores expectantes de esta guerra.
La crítica en Debord estuvo centrada en la alienación, el foco entonces fue la reproducción social, la nueva subjetividad consumidora, la vida cotidiana, la producción del espacio y la constitución de la sociedad o un nuevo orden, «Cada mercancía, siguiendo sus inclinaciones, realizaba inconscientemente algo en efecto más grande, la conversión de la mercancía en mundo, que era también la conversión del mundo en mercancía».50 La subjetividad descendía hasta los infiernos en favor del terror, del mundo-mercancía, del colapso ético que trajo la guerra.
Si nos detenemos, de manera fugaz, en la sociedad capitalista descrita por Karl Marx, encontramos que detalló una completa alienación en la que el trabajador produce un objeto que aparentemente tendría que considerarlo como de su propiedad. Sin embargo, cuando tal objeto se convierte en propiedad de otro, entonces reaparece como algo extraño o ajeno a él.
Marx resalta una alienación que se despliega como desposesión, como despersonalización y deshumanización,51 las categorías de dinero, capital, trabajo son definidas como relaciones sociales de producción, no como cosas. Lo que podría hacernos distinguir relaciones entre personas, relaciones entre cosas y que dicha sociedad podía hacer funcionar unas como las otras.
En la lectura hecha por Debord ambas relaciones están mezcladas, el valor se ha adherido a las mercancías tomando la forma de una objetividad espectral marxiana y, más bien, su objetividad consistía en un producto tanto de la enajenación como de la cosificación espectacular. Entonces, cómo las cosas podrían entablar relaciones por sí mismas si no era a través de las manos, de la fuerza de trabajo, del trabajo intelectual, del proletariado, de las argucias capitalistas, sino eran vueltas, en fin, mercancías. En lugar de vivir directamente se contemplaba la vida de las mercancías y la propia vida representada.52
Así, la alienación traída por Debord distingue que entre más la sapiens expectante contempla, menos vive, por tanto, acepta más reconocerse en las imágenes dominantes de la necesidad y comprende menos su propia existencia, su propio deseo. Sus gestos ya no le pertenecen, sino que pertenecen a una otra que se los representa, de ahí que el espectador no se sienta en ningún sitio propio pues el espectáculo está en todas partes, posee una ubicuidad y una omnipresencia abracadabrantes. Es decir, la realidad surge en el espectáculo y, para el espectador, el espectáculo es real. Esta alienación recíproca es la esencia y el sostén de la sociedad existente, lo más cruel de esta es que concita muchas adhesiones.
La expansión económica es en Debord, principalmente, la expansión de esta producción industrial precisa. Lo que crece con la economía que se mueve por sí misma no puede ser más que la alienación. El espectador es un ser pasivo, dependiente, sin ser ya nada por sí mismo, pues para Debord «En el espectáculo, una parte del mundo se representa ante el mundo, y le es superior».53 La noticia humillante de que si esta elegía era porque el espectáculo le había hecho elegir. Nadie escucharía voces ni oraciones más largas que los anuncios de la publicidad. El aparente bienestar en la proliferación de las mercancías y en la cantidad asequible o acumulada fueron el caldo de cultivo de un bienestar enajenante. Más aún, el trabajo de la sapiens se había alienado, exigía de continuar al infinito su servicio, luego, era la esclavitud infinita misma, la devastación entera del espacio social al estar bajo la tutela de los sectores enteros de la economía.
Para Anselm Jappe la economía autonomizada es ya de por sí una alienación.54 La producción económica se basa en la alienación. Conque la alienación se ha convertido en su producto principal y el dominio de la economía sobre la sociedad total entraña esa difusión máxima de la alienación que constituye precisamente el espectáculo, una derrota más para la sociedad. Jappe nota que la alienación y el desposeimiento son el núcleo de la economía mercantil, que de otro modo no podría funcionar, y que los progresos de esta son necesariamente los progresos de aquellos. De ahí concluye que la vida entera se halla subordinada a las leyes que resultan de la naturaleza del valor, ante todo la de su indestructible necesidad de acrecentarse. Se trata de un comportamiento hipnótico de la sapiens hacia las imágenes-espectáculo. Aquí conviene ver que la vida se enunció como una inmensa acumulación de espectáculos. Ahora la vida era mercantilizada mediante el espectáculo mientras se hiciera funcionar su aparato y este, a su vez, permitía la crisis de legitimación del capitalismo. Se asistía a una guerra del opio perpetua, el espectáculo sería una herramienta de pacificación y despolitización, el pan y circo que permitirían el despegue al estilo americano.
No por casualidad la obra debordiana tuvo un énfasis más radical y combativo, en los años noventa del siglo veinte, que se desprendía de la revista de filosofía Tiqqun, por eso, el espectáculo no se trata más de la invasión de los mass media, consiste también en «La crueldad con la que todo nos remite sin tregua a nuestra propia imagen»,55 pero además el espectáculo se basa en «Hablar de la pauperización sexual, para estigmatizar la incapacidad de los hombres a intercambiarse como mercancías perfectas. Bien es cierto que la obstinada imperfección del mercado de la seducción da motivos para preocuparse».56 Y hay más, «La extrema magnitud de la impotencia masculina, de la frigidez de las mujeres o incluso de la sequedad vaginal se interpretan de forma inmediata como contradicciones del capitalismo»57 y como el precio de la ambición desmesurada de la guerra.
Para los Tiqqun, la publicidad había tornado espectáculo y la policía se convertiría en biopoder, porque el biopoder desea tu felicidad y si es necesario en contra tuya, porque lo que busca es el control sexual somatopolítico, en otras palabras, el control social total de los comportamientos, la organización del poder sobre la vida y la destrucción del cuerpo, una referencia foucaultiana.58
Y, como el poder de coerción es el que la masa anónima ejerce sobre cada uno de sus elementos, la perfección del dispositivo de vigilancia reside en la ausencia de vigilantes. Es la conjuración masiva de toda forma de vida en una separación capilar, flexible, que divide a cada cría por dentro.59 Más adelante nos detendremos en esa ausencia de vigilantes y su relación con el poder, que hallarán su paralelismo con la crítica de Byung Chul Han. Por ahora, notemos que para entender esta guerra, la alienación de la subjetividad desde hace años, por obra de Marx, el examen de Georg Lukács y su convergencia en Guy Debord, como en los neodebordianos Tiqqun, se basa en el fetichismo de la mercancía, en su versión más reciente como forma de espectáculo, como señaló allá Jappe, el núcleo del desarrollo capitalista, tema hoy vigente y que pervive como crítica de las técnicas de gobierno.
48 Anselm Jappe, Guy Debord, Traducción de Luis A. Bredlow, España, Anagrama, 1998, p. 17.
49 Guy Debord, La sociedad del espectáculo, Traducción de Rodrigo Vicuña Navarro, Argentina, Ediciones Naufragio, p. 12.
50 Ibidem, p. 37.
51 Karl Marx, El capital, Tomo I, Vol. 1, Libro primero, México, Siglo XXI, 2016, pp. 87-102. Desposesión porque el objeto es desposeído, hay una desconexión de su relación con el obrero, que es quien produce, y pasa a formar una relación social entre personas mediatizada por cosas en la que las personas se manejan como cosas y viceversa, es lo que Marx denomina «fetichismo de la mercancía». Despersonalización en la medida en que el obrero se aliena como productor, algo de su ser se manifiesta y objetiva en el producto, es decir, la desposesión de ese producto entraña y representa la desposesión de algo de sí, con que el trabajo se verifica como algo exterior y forzado, siempre se trabaja por dinero, no porque la actividad traiga realización al obrero. Deshumanización puesto que el obrero termina convirtiéndose en un objeto, se produce en suma, una escisión social que mantiene un esquema opresor e injusto, una clase capitalista, explotadora, y una clase explotada o proletariado.
52 Debord, op. cit., p. 9.
53 Ibidem, p. 19.
54 Alselm Jappe, op. cit., p. 25.
55 Ignacio Castro Rey, Glosario de términos sobre Tiqqun (Para el Seminario Nietzsche Complutense), 27 de diciembre de 2012, <https://webs.ucm.es/centros/cont/descargas/documento38581.pdf>, (consultado en febrero de 2019).
56 Tiqqunim, Primeros materiales para una teoría de la Jovencita, <https://tiqqunim.blogspot.com/2013/11/primeros-materiales-para-una-teoria-de.html>, (consultado en febrero de 2019).
57 Ibidem.
58 A partir de la segunda mitad del siglo xviii, apunta Foucault en su clase del 17 de marzo de 1976, en el Collège de France, el poder se vuelca en una consideración por la vida, un ejercicio del poder sobre el hombre como ser viviente, el poder de hacer vivir y dejar morir, como el nacimiento, la muerte, la reproducción, la enfermedad, etcétera. Una tecnología de poder que instituye a estos como los primeros objetos de saber y, en consecuencia, como los primeros blancos de control de esa somatopolítica o biopolítica, como él la llama. Véase Michel Foucault, Defender la sociedad, Curso en el Collège de France (1975-1976), François Ewald y Alessandro Fontana (eds.), México, FCE, pp. 217-237. Así también, en su Historia de la sexualidad I. La voluntad de saber, México, Siglo XXI, 2007, apunta que: «Las disciplinas del cuerpo y las regulaciones de la población constituyen los dos polos alrededor de los cuales se desarrolló la organización del poder sobre la vida […] La vieja potencia de la muerte, en la cual se simbolizaba el poder soberano, se halla ahora cuidadosamente recubierta por la administración de los cuerpos y la gestión calculadora de la vida […] Se inicia así la era de un ‘bio-poder’ […] Ese bio-poder fue, a no dudarlo, un elemento indispensable en el desarrollo del capitalismo; éste no pudo afirmarse sino al precio de la inserción controlada de los cuerpos en el aparato de producción y mediante un ajuste de los fenómenos de población a los procesos económicos. Pero exigió más; necesitó el crecimiento de unos y otros, su reforzamiento al mismo tiempo que su utilizabilidad y docilidad; requirió métodos de poder capaces de aumentar las fuerzas, las aptitudes y la vida en general, sin por ello tornarlas más difíciles de dominar; si el desarrollo de los grandes aparatos de Estado, como instituciones de poder, aseguraron el mantenimiento de las relaciones de producción, los rudimentos de anatomo y biopolítica, inventados en el siglo xviii como técnicas de poder presentes en todos los niveles del cuerpo social y utilizadas por instituciones muy diversas (la familia, el ejército, la escuela, la policía, la medicina individual o la administración de colectividades), actuaron en el terreno de los procesos económicos, de su desarrollo, de las fuerzas involucradas en ellos y que los sostienen; operaron también como factores de segregación y jerarquización sociales, incidiendo en las fuerzas respectivas de unos y otros, garantizando relaciones de dominación y efectos de hegemonía; el ajuste entre la acumulación de los hombres y la del capital, la articulación entre el crecimiento de los grupos humanos y la expansión de las fuerzas productivas y la repartición diferencial de la ganancia, en parte fueron posibles gracias al ejercicio del bio-poder en sus formas y procedimientos múltiples», pp. 168-171. Por otro lado, Judith Revel aclara que el término «biopolítica» designa al poder que tiene como fin gobernar no solo a los individuos por medio de una serie de procedimientos disciplinarios, sino el conjunto de los seres vivos constituidos como población: a través de los biopoderes locales, se ocupa de la gestión de la salud, de la higiene, de la alimentación, de la sexualidad, de la natalidad, entre otros. Estos, se han convertido en objetivos políticos. La tecnología de poder ahora se dirige a la macrobiota, es decir, una población adiestrable. El concepto de biopolítica presenta, en palabras de Revel, dos problemas: «El primero está vinculado a una contradicción que encontramos en el propio Foucault: en los primeros textos donde aparece, el término parece ligado a lo que los alemanes llamaron en el siglo xviii la polizeiwissenschaft, es decir, el mantenimiento del orden y la disciplina a través del crecimiento del Estado. Pero, a continuación, la biopolítica parece señalar, al contrario, el momento de superación de la tradicional dicotomía Estado/sociedad, en beneficio de una formulación surge el otro problema: ¿se trata de pensar la biopolítica como un conjunto de biopoderes? O bien, habida cuenta de que el hecho de decir que el poder ha investido la vida significa igualmente que la vida es un poder, ¿podemos localizar en la vida misma, es decir, claro está, en los afectos, los deseos y la sexualidad, el lugar de surgimiento de un contrapoder, el lugar de una producción de subjetividad que se dé como momento de desujeción? De ser así, el tema de la biopolítica sería fundamental para la reformulación ética de la relación con lo político que caracteriza los últimos análisis de Foucault; más aún: la biopolítica representaría el momento preciso del paso de lo político a lo ético». Véase la entrada «biopolítica» de Judith Revel en su Diccionario Foucault, Argentina, Nueva Visión, 2009, pp. 36-37. Y bien, la cuestión del poder, del biopoder, no ha sido olvidada, el olvido pudiera venir de otros tiempos. Más, hoy cuando la democracia ha muerto en el mismo lugar donde nació. Hoy donde la política ya no significa nada en el sentido que pretenden darle los misántropos, llámense presidentes, reyes o sobrecargos. Hoy cuando la policía somos todos nosotros los disgregados. Hoy cuando emerge una aparente desujeción del dispositivo de sexualidad, es cuando más asomamos las narices al poder, un poder inasible del que tampoco sabemos de dónde viene ni hacia dónde va, si está alojado en algún sitio, dónde es. Y si el poder no halla resistencia no tendría por qué llamarse de otra forma, pero sí, nos haría tropezar con algún otro nombre. A su vez, esperamos más adelante sumarnos con Baudrillard para reconocer si una nueva lectura foucaultiana puede dar más de sí desde el olvido, subvertir el olvido para desfoucaultizar lo foucaultizable y hallar alguna explicación. Si el poder no existe más que en acto, la razón de su funcionamiento no puede alojarse por sí en el orden económico, o, peor aún en el economicista, como lo apuntó el Foucault de la Microfísica del poder y como intentamos sea visto desde nuestro rótulo, es decir, este «nudo problemático enmascarado en el orden económico», aclaremos además que en el poder de Foucault, de esta obra citada, aparece una lectura desde Nietzsche, dice él: «el poder no es principalmente mantenimiento ni reproducción de las relaciones económicas sino ante todo una relación de fuerzas». Vid. Baudrillard, Olvidar a Foucault, España, Pre-Textos, 2001, 95 pp. y Michel Foucault en Microfísica del poder, España, Ediciones de la piqueta, 1979, p. 135.
59 Ignacio Castro Rey, op. cit.