Introducción
En Roma, en un lugar de fácil acceso a diez o quince minutos caminando desde la estación de metro de Circo Massimo, hay una puerta diferente, especial, ante la que se forman a diario largas filas de turistas. No se permite entrar, pero su cerradura esconde uno de los mayores tesoros de la ciudad. Con un guiño ofrece un premio muy singular: un panorama en el que se diluyen el poder terrenal y el poder celestial, a un golpe de vista. Enmarcados por una avenida de laurales se pueden ver tres países al mismo tiempo: el Vaticano, con la basílica de San Pedro y su cúpula; Italia, que es donde se encuentra el recinto; y, por último, el territorio de la Soberana y Militar Orden Hospitalaria de San Juan de Jerusalén de Rodas y de Malta, una de las más antiguas instituciones cristianas del mundo, conocida por sus nobles y aristocráticos orígenes, sus hospitales y sus obras caritativas, oficialmente considerado otro país. Se trata de un lugar espectacular y al mismo tiempo enigmático: ¿qué secretos se esconden al otro lado del muro?
El Buco della Serratura pertenece al cuartel general de la Orden en el Aventino, una de las siete colinas de la Ciudad Eterna. Un lugar apartado y tranquilo. Fascinante y bello. Pero, al mismo tiempo, una posición estratégica sobre el río Tíber con más de diez siglos de historia.
Antes de que la Orden se fundara en Jerusalén, existió allí en el siglo x un monasterio fortificado benedictino. Más adelante, pasó a ser de los caballeros de la Orden de los Templarios, tanto es así que en los espléndidos jardines que hay ahora aún se ve el pozo de mármol de 1244 con el que subían el agua desde el río. Tras la disolución de los templarios en 1312, el lugar pasó a ser propiedad de los caballeros de Rodas, que en 1522 cambiarían su nombre para tomar el de caballeros de la Orden de Malta.
Su bandera, encarnada, con la cruz octagonal blanca, flamea desde entonces en la torre de la Villa Magistral, el elegante edificio que se levanta al lado de la iglesia de Santa María en Aventino. Durante mucho tiempo ese pequeño templo se mantuvo en el olvido; el papa Pío V lo sacó de la oscuridad en la segunda mitad del siglo xvi, al donarlo al priorato romano de la Orden, que hasta entonces había tenido su sede en el Foro de Augusto.
Por entonces la Villa Magistral, construida directamente sobre las ruinas del monasterio, se dividió en dos partes y se reorganizó, lo que permitió concebir la famosa perspectiva sobre la cúpula de San Pedro a través del ojo de la cerradura del portón principal. Se le ocurrió al cardenal Benedetto Pamphili, gran prior de la Orden a fines del siglo xvii, que hizo plantar altos cipreses con la intención de orientar la mirada a la terraza y a la cúpula de Miguel Ángel, presente en la lejanía. Una vista que llevó a Giovanni Battista Piranesi (afamado artista del siglo xviii, conocido sobre todo por sus grabados, y elegido responsable de una nueva restauración integral de todo el complejo —incluso de los jardines—) a proyectar la actual «avenida de los Laureles».
En 1764 la fase inicial de las obras consistió en una excavación en la actual Piazza dei Cavalieri, que sacó a la luz los restos del Vicus Armilustri romano, desde el que los salii, sacerdotes consagrados a Marte y Quirino, accedían al sagrado recinto del Armilustrum. Allí, el 19 de octubre de cada año, se purificaban las armas de los ejércitos de Roma que habían participado en las actividades bélicas1. El descubrimiento llevó a Piranesi a pensar en la plaza como un recinto cerrado en el que la referencia a las armas y a la tradición romana encontraba su justa fusión con la tradición guerrera de los caballeros. Para realzar esa idea mezcló en los elementos decorativos de las estelas su iconografía naval y militar y el repertorio alegórico etrusco y romano. Luego decoró la iglesia con ornamentos referentes a la historia y tradiciones de la Orden y reformó de manera radical los jardines. Mandó arrancar los antiguos cipreses, sembró plantas de laurel y unió sus copas para crear un arco que formara un efecto «telescopio»: San Pedro apareció así enorme, en un ejemplo de falsa perspectiva. El 13 de octubre de 1766, la iglesia fue entregada al papa Clemente XIII y a su sobrino, el cardenal Giovanni Battista Rezzonico, prior de la Orden en Roma. Entusiasmados con el resultado de todo el conjunto, otorgaron a Piranesi la «espuela de oro». Además, cuando murió en 1778, el cardenal Rezzonico ordenó exhumar su cuerpo y trasladarlo a la iglesia en agradecimiento. Un monumento al artista se erige en una hornacina lateral, que acoge también sus cenizas.
La Piazza dei Cavalieri esconde otra leyenda fascinante muy poco conocida: la que cuenta que el monte Aventino no es en realidad más que un inmenso barco simbólico, sagrado para los caballeros templarios, que llegado el momento navegará hacia Tierra Santa. Piranesi, que siempre había sido admirador de la Orden del Temple, conocía bien ese mito, y en su labor de reestructuración del cerro insertó toda una serie de referencias, estructuras y simbolismos para recordarlo más o menos abiertamente.
Según la tradición, el barco está idealmente anclado en el puerto fluvial de Ripa, en el Tíber, amarrado en el muelle formado por los restos del Ponte Rotto —el primer puente de la época romana construido con mampostería—. La parte sur de la colina, que se encuentra a orillas del Tíber con forma de «V», sería la proa de ese velero. En el simbolismo piranesiano, por tanto, toda la plaza, rodeada de murallas, constituye el castillo del buque, mientras que los obeliscos alternados con las losas de mármol simbolizan los mástiles y las velas. El portal de la Villa Magistral sería así la entrada a la torre del homenaje, y la famosa avenida arbolada en forma de galería el puente cubierto. Los intrincados jardines laberínticos del costado representan las cuerdas y el aparejo del barco, mientras que el mirador del parque, desde el que se puede admirar el panorama de toda Roma, es la cofa del palo mayor.
El siglo xxi ha convertido toda esa poesía en algo mucho más prosaico. La Villa Magistral, que goza del derecho de extraterritorialidad, alberga en la actualidad tanto a la sede del Gran Priorato de Roma como a la embajada de la Orden ante la República de Italia. En su primer piso se encuentra la suntuosa Sala del Capitolio, que ostenta un maravilloso cielorraso de casetones adornado por una fabulosa araña de cristal de Murano, tiene una vista impresionante sobre Roma desde sus ventanas y acoge en sus paredes los retratos de setenta y ocho grandes maestres, entre ellos, el fundador de la Orden, el beato Gerardo. Es ahí donde el gran maestre recibe a los jefes de Estado y los representantes de Gobierno, así como a los embajadores acreditados, que cada año en enero se reúnen para la audiencia al cuerpo diplomático. También, donde se reúne cada cinco años el Capítulo General, presidido por su gran maestre, que tiene por misión elegir a los miembros del Consejo Soberano —gobierno de la Orden—, del Consejo de Gobierno y del Tribunal de Cuentas. El gran comendador es el responsable de asuntos religiosos y espirituales; el gran canciller, el jefe del Ejecutivo y ministro de Asuntos Exteriores; el gran hospitalario, el ministro de Sanidad y de Cooperación Internacional, y el recibidor del Común Tesoro, el ministro de Presupuesto. En el Capítulo que se celebró el 1 y 2 de mayo de 2019, que eligió al Soberano Consejo con la intención de adaptar su marco normativo a las exigencias del siglo xxi, se nombraron por primera vez a tres damas como representantes.
La antigua Orden de San Juan de Jerusalén es, sin duda, una de las instituciones más significativas de la Iglesia católica, pero además lo es, de forma indiscutible, de la cultura y la civilización de Occidente. Su influencia ha sido destacable en la historia durante siglos, y en la actualidad es, probablemente, el más importante vínculo que queda del mundo actual con las cruzadas, que generaron grandes cambios en Europa.
Fundada en Palestina para servir a «nuestros señores los enfermos», por hombres que habían hecho votos de pobreza, castidad y obediencia, pronto se convirtió en una orden monástica dedicada además a la guerra contra los enemigos «de la Cruz». Junto con sus rivales templarios, y los caballeros teutónicos, constituyó una de las grandes órdenes de monjes guerreros nacidas en Tierra Santa.
Sus freires combatieron con denuedo en aquellas regiones durante doscientos años, y cuando cayeron sus últimas posiciones, siguieron luchando en Rodas y Malta contra el islam durante siglos. Una barrera infranqueable ante los turcos y los corsarios de Berbería que se mantuvo hasta bien entrado el siglo xvii.
Con una trayectoria histórica tan amplia, la Orden ha tenido diversos nombres fruto de su agitado y apasionante devenir en el tiempo, hasta llamarse formalmente Soberana Orden Militar y Hospitalaria de San Juan de Jerusalén, de Rodas y de Malta. Como poco, ha registrado dieciséis cambios en sus denominaciones y emblemas, desde Fratres Hospitalis San Joannis del Xenodochium Hierosolymitanum —en 1113—, Militia Rodiensis Hospitalis San Ioannis —en 1310, tras su instalación en Rodas—, Ordine di San Giovanni di Gerusalemme —en 1802, tras la pérdida de Malta—, hasta la última, de 1927: Sovrano Militare Ordine di Malta.
Ciertas abreviaciones se utilizan a menudo por razones jurídicas, diplomáticas o de comunicación, como por ejemplo Soberana Orden Militar de Malta, Soberana Orden de Malta o, simplemente, Orden de Malta. En el siglo xii sus miembros eran conocidos como «caballeros hospitalarios», o simplemente «hospitalarios», pero también como «caballeros de San Juan». Ellos mismos se autodenominaban, especialmente desde su instalación en Rodas, como La Religión, por su carácter de cofradía cristiana, y en latín Giovannitio Gerosolimitani, por su santo patrón, su carácter de hermandad religiosa y por Jerusalén, lugar en el que se fundó la Orden. Tras su asentamiento en Rodas fue habitual la denominación de «caballeros de Rodas» y, tras la cesión de Malta a la Orden, por Carlos I de España, pasaron a ser los «caballeros de Malta», su nombre más popular y conocido.
Desde 1301 otra de sus características fue la organización interna en langues o «lenguas», que desde 1492 fueron ocho: Provenza, Auvernia, Francia, Italia, Aragón, Inglaterra, Alemania y Castilla2. Las lenguas coincidían con las ocho puntas de la hoy conocida como Cruz de Malta, cuyo uso se remonta a 1319, y con las «ocho beatitudes»3, y recogían casi a la perfección —siempre hay que tener en cuenta que con la estructura de su época— el núcleo de lo que llamaríamos hoy la civilización occidental, entonces conocida simplemente como «la cristiandad».
Tras la caída en 1798 en manos de Napoleón de Malta, su sede principal, la Orden perdió su carácter guerrero y combatiente, su poder y gran parte de sus riquezas, pero no por ello dejó de existir. Desde entonces se dedicó con ahínco y esfuerzo a defender la fe y a trabajar al servicio de los pobres y los necesitados. Una actividad que se concreta en la actualidad a través del trabajo voluntario de sus damas y caballeros, organizados en modernas y eficaces entidades asistenciales, sanitarias y sociales.
La Villa de los Caballeros no es pues la única sede institucional que la Orden posee en Roma. En el corazón del centro histórico, en la Via dei Condotti, la calle más cara de la capital, cerca de la Plaza de España, está el Palacio Magistral, residencia oficial del gran maestre y sede del gobierno de la Orden desde que se viera obligado a abandonar su isla y establecerse en Roma en 1834. Los caballeros lo recibieron en 1629 de su representante en la ciudad, frey Antonio Bosio, académico considerado como el fundador de la arqueología cristiana. La primera función del palacio fue servir como sede del embajador de la Orden ante los Estados Pontificios.
Principal motor de una institución global, desde esta plataforma central, también con derecho de extraterritorialidad, se supervisan todas las acciones diplomáticas, religiosas, humanitarias y administrativas de la Orden, reconocida hoy en día como sujeto de derecho internacional, pero en la práctica un Estado sin territorio.
Dos de sus banderas ondean en la entrada principal, compitiendo con los escaparates de Hermès. Una es la de San Juan, la estatal, con fondo de color rojo y cruz latina blanca4, la otra, la de las obras hospitalarias de la Orden, también con fondo rojo, pero con la Cruz de Malta. Siempre ondea en los grandes prioratos y subprioratos de la Orden, en sus asociaciones nacionales y en sus misiones diplomáticas, así como en sus hospitales, centros médico y ambulatorios. Cuando el gran maestre se encuentra en su residencia se iza también su bandera personal, que varía de la anterior en que la cruz octogonal esta coronada y rodeada por un collar. En el palacio se recibe a jefes de Estado, embajadores y altos cargos de las organizaciones de la Orden en el mundo. También es donde se reúnen sus órganos de gobierno, y el lugar en el que cada mañana se celebra una misa en la capilla dedicada al patrón de la Orden, san Juan Bautista.
La Biblioteca Magistral y los archivos, situados en el palacio, son el punto de referencia cultural sobre la Orden. Todavía se mantiene la tradición de crear un hospital allá donde esté su sede, por lo que en la planta baja opera un ambulatorio. También se encuentran en el edifico los Departamentos de Interior, Asuntos Exteriores, Hospitalario, Hacienda y Comunicaciones. Junto a ellos está la Casa de la Moneda Magistral y la Oficina de Correos. Desde esta se puede enviar correspondencia con los sellos de la Orden a cualquiera de los cincuenta y siete países con los que tiene firmados acuerdos postales.
No es fácil unirse a una Orden que, en teoría, no tiene ningún fin económico o político y se financia con generosas donaciones privadas y públicas, además de con las tasas que pagan sus miembros —cada embajador, por ejemplo, mantiene la sede que le corresponde con su fortuna personal—. De entre los miles de peticiones que recibe anualmente, es el propio estamento quien elige a sus miembros, que deben cumplir con dos requisitos: ser católicos practicantes y estar de algún modo relacionados con la Orden.
Tradicionalmente, sus miembros pertenecían a la aristocracia —príncipes y miembros de la alta nobleza—; pero en la actualidad se hace hincapié en otro tipo de nobleza, la de espíritu y comportamiento. Se supone que todo católico dispuesto a dedicarse a la ayuda de los demás —enfermos, discapacitados, pobres— puede ser miembro después de unos años de prueba, durante los cuales tendrá que dar muestras de su implicación y trabajo en los proyectos locales o internacionales de la Orden. Sin embargo, los estatutos especifican de forma clara que «solo se es admitido por invitación, entre personas de moralidad intachable y práctica católica». Hay censados trece mil quinientos miembros, ochenta mil voluntarios y cuarenta y dos mil dependientes, entre los que se cuentan infinidad de médicos, enfermeras y embajadores en ciento diez Estados repartidos por el mundo.
Los miembros de la Orden de Malta, que se afilian país por país, a través de los prioratos y asociaciones nacionales, según su Constitución —hay repartidos por todo el mundo seis grandes prioratos, seis subprioratos y cuarenta y ocho asociaciones—, se dividen en tres clases; todos deben mostrar un comportamiento ejemplar, conforme a los preceptos y las enseñanzas de la Iglesia católica, y entregarse a las actividades de asistencia.
A la primera clase pertenecen los caballeros de justicia, o profesos, y los capellanes conventuales profesos, que han profesado los votos de pobreza, castidad y obediencia, y aspiran a la perfección evangélica. Son religiosos según las normas del derecho canónico, pero no están obligados a la vida en comunidad.
Los miembros pertenecientes a la segunda clase se comprometen a vivir según los principios cristianos y los principios inspiradores de la Orden, en virtud de la promesa de obediencia. Se subdividen en tres categorías:
Caballeros y damas de honor y devoción en obediencia.
Caballeros y damas de gracia y devoción en obediencia.
Caballeros y damas de gracia magistral en obediencia.
La tercera clase está constituida por miembros laicos que no profesan votos religiosos, ni la promesa de obediencia, pero que viven según los principios de la Iglesia y de la Orden. Se subdividen en seis categorías:
Caballeros y damas de honor y devoción.
Capellanes conventuales ad honorem.
Caballeros y damas de gracia y devoción.
Capellanes magistrales.
Caballeros y damas de gracia magistral.
Donados y donadas de devoción.
Solo los caballeros de primera clase que descienden de una familia de cuatro cuartos de la nobleza —dos generaciones de nobleza ininterrumpida por parte del padre y de la madre— son elegibles como gran maestre, superior religioso y soberano de la Orden.
En la actualidad, el gran maestre supervisa su gobierno con la ayuda de un organismo llamado Consejo Soberano, cuyos miembros son elegidos por periodos de cinco años por el Capítulo General. Los miembros del Consejo Soberano incluyen al gran canciller, que supervisa las ciento treinta y tres misiones diplomáticas de la Orden, y al gran hospitalario, responsable de las iniciativas humanitarias de la Orden.
El Gran Magisterio puede destituir a los miembros de todos los altos cargos de la asociación, pero solo el gran maestre puede iniciar medidas disciplinarias contra el presidente laico de una asociación.
Las mujeres, que no pueden ser «grandes maestras», representan el 30 % de los miembros de la Orden. Los caballeros y damas que permanecen en activo se mantienen siempre fieles a los principios inspiradores de su creador, resumidos en su lema «Tuitio Fidei et Obsequium Pauperum» (Testimonio y defensa de la fe y asistencia a los enfermos y los necesitados). Lema que no hay duda de que la Orden ha plasmado en la realidad, tras sus muchas vicisitudes, con proyectos humanitarios, actividades médicas, sociales y asistenciales en más de ciento veinte países.
Veamos cómo se ha llegado a eso.
Madrid, La Valeta, 2022.
1 Para los antiguos romanos el tiempo que podía dedicarse a la guerra iba de marzo a octubre, cubriendo así el periodo en el que era posible realizar suministros.
2 Aragón incluía a los caballeros de los reinos de Mallorca, Valencia y Navarra. Inglaterra a escoceses e irlandeses. Alemania a polacos, checos, húngaros y escandinavos. Castilla a portugueses y leoneses.
3 1.ª: poseer el contento espiritual. 2.ª: vivir sin malicia. 3.ª: llorar los pecados. 4.ª: humillarse al ser ultrajado. 5.ª: amar la justicia. 6.ª: ser misericordiosos. 7.ª: ser sinceros y limpios de corazón. 8ª: sufrir con paciencia las persecuciones.
4 De la bandera de la Orden derivan también las armerías de los duques de Saboya, en memoria de haber socorrido a Rodas contra el ataque de los turcos que la sitiaban. Se empezaron a usar en tiempos de Tomás I de Saboya (1177-1233), luego pasó a formar parte de la bandera del reino de Italia.