UN día de 1984 decidí levantarme de mi mesa e irme a correr. Era mediodía y no solo me apetecía un poco de ejercicio, sino que necesitaba salir un rato de la oficina. Ese fue el principio de un cambio en mis hábitos que acabó en un estilo de vida diferente y más sano. Según fueron pasando los años empecé a correr con más frecuencia y distancias cada vez mayores hasta que en el año 2000 decidí apuntarme al maratón de Tucson. Corrí aquella carrera y disfruté cada minuto de ella. Y se podría decir que desde ese momento en adelante mi amor por correr se me fue de las manos.
Y ese es el punto en el que entró en mi vida la chía.
A día de hoy corro regularmente carreras de 5 kilómetros, 10 kilómetros, medios maratones, maratones, ultramaratones e incluso carreras de 100 millas (unos 160 kilómetros). Antes de las carreras más largas me coloco en el cinturón que llevo para correr unas cajitas de carretes de fotos llenas de semillas de chía. Durante la carrera de vez en cuando me echo en la boca más o menos la mitad del contenido de una de las cajitas y me lo trago con un poco de agua.
La chía es muy digestiva y calmante para el estómago (y también para las articulaciones). Ayuda con problemas estomacales, digestiones lentas, aumenta la hidratación general, ayuda a mantener el equilibrio de los electrolitos y mejora la resistencia durante las carreras más largas. Durante estas carreras de distancias extremas (para completar algunas he necesitado hasta 32 horas) se pasa por dramáticos cambios de humor y empiezas a preguntarte qué estás haciendo. Y he descubierto que la chía me ayuda a reducir los efectos de ese ánimo bajo.
Y yo no soy el único corredor de maratones que está absolutamente enamorado de la chía: muchos corredores consumen chía regularmente a raíz del éxito del libro Nacidos para correr del corredor extremo Christopher McDougall. En este libro superventas McDougall entrevista a la élite mundial de los corredores de distancias extremas con el fin de aprender sus secretos. Su búsqueda de corredores extremos le llevó a las agrestes y aisladas Barrancas del Cobre en México, hogar de los indios tarahumara, que llevan una vida muy asilada. En el libro, McDougall aprende las técnicas y los secretos que les permiten a estos indios correr cientos de kilómetros sin cansarse. Aunque yo no he corrido nunca con ellos, he visitado la zona varias veces y corrido por sus caminos. El paisaje es maravilloso, pero el terreno es muy duro para correr.
Tras haber corrido con la chía y sin ella, ahora entiendo por qué a los atletas les encanta. La chía te da una gran cantidad de energía y aumenta la resistencia hasta niveles increíbles. De hecho, siempre que hablo con atletas que utilizan la chía me comentan que gracias a ella consiguen más energía en las últimas fases de sus carreras. También dicen que han notado un aumento general de la energía en su vida diaria, sobre todo en las últimas horas del día, momento en que la mayoría de la gente se encuentra fatigada y algo más lenta y recurre a la cafeína o al azúcar para conseguir una estimulación rápida pero poco sana.
La verdad es que la chía entró en mi vida por accidente. La primera vez que me encontré con esta semilla minúscula fue en 1991, cuando trabajaba como ingeniero agrícola. Formaba parte de un equipo de la Universidad de Arizona que visitaba Sudamérica para investigar cultivos alternativos que pudieran crecer con facilidad en el noroeste de Argentina. En un trabajo directo con los agricultores plantamos varias semillas para determinar cuál era la que se comportaba mejor en ese entorno. Una de ellas fue el alimento de los antiguos aztecas: la chía.
Tengo que admitir que cuando mis compañeros de investigación y yo vimos por primera vez las semillas creciendo, nuestra reacción inicial fue: «¿Y para qué demonios puede ser bueno esto?». Para descubrirlo nos pusimos a analizar la semilla con el fin de determinar sus diferentes componentes nutritivos, por ejemplo la cantidad de fibra que contenía. En los campos nos percatamos de que, si había llovido, las semillas formaban una especie de gel y se pegaban unas a otras. Eso nos indicó que la semilla de la chía era muy buena como componente hidratante y también para mantener en el tiempo la hidratación.
Al investigar el perfil nutritivo de la planta descubrimos que las semillas de chía contienen una cantidad increíble de ácidos grasos omega-3 (4 gramos en una ración de dos cucharadas soperas). De hecho la chía tiene más ácidos omega-3 (y en particular ácido graso alfa-linolénico, el único ácido graso omega-3 esencial) que ninguna otra planta.
Se trata de un descubrimiento de una importancia enorme porque la investigación médica ha demostrado que los ácidos grasos omega-3 reducen la inflamación del cuerpo y contribuyen a reducir el riesgo de enfermedades crónicas como por ejemplo las enfermedades cardíacas, el cáncer o la artritis. Los ácidos grasos omega-3 son importantes para la función cognitiva (la memoria y el rendimiento mental), así como para conseguir un estado de ánimo estable y para ayudar a regular el comportamiento. Muchas personas muestran síntomas de deficiencia de ácidos grasos omega-3, entre los que se incluyen fatiga, mala memoria, piel seca, problemas de corazón, altibajos de ánimo o depresión y mala circulación.
También descubrimos que la chía puede presumir de cantidades impresionantes de antioxidantes, entre ellos los fitonutrientes quercitina, kenferol y miricetol y los ácidos clorogénico y caféico. Estos antioxidantes tienen gran importancia en la salud humana porque nos ayudan a defendernos de todo, desde el cáncer a cualquier enfermedad vírica común. Pero lo que me pareció fascinante de estos altos niveles de antioxidantes es que mantienen la chía siempre fresca y evitan que se rancie.
A diferencia del lino, que es altamente perecedero y que tiene un recubrimiento duro que es lo que mantiene frescos sus nutrientes pero que no se puede digerir, el perfil antioxidante de la chía le permite permanecer estable por sí misma durante años. Y la ausencia de ese recubrimiento hace que la chía se pueda ingerir y digerir tal cual. Como la chía no se pone rancia a temperaturas normales, se puede pulverizar y utilizarse después de mucho tiempo, cuando se desee. Además la chía no desarrolla ese sabor como a pescado que tiende a aparecer en el lino poco después de molerlo. Tres razones más para que mis compañeros de investigación y yo estuviéramos tan entusiasmados con la chía.
Pero todavía se cernía sobre nosotros la misma pregunta: «¿Qué hacemos con esta semilla?». Nuestra primera idea fue buscarle un uso para el cuidado de la piel: el alto contenido en omega-3 y antioxidantes hacen que el aceite de chía sea excepcional para la piel. También empezamos a alimentar con chía a gallinas y vacas para conseguir huevos y productos lácteos con un alto contenido en omega-3; ya en los años noventa los productores habían empezado a alimentar a sus animales con semillas de lino, algas marinas e incluso derivados del pescado para aumentar el contenido de ácidos grasos omega-3 de los huevos y los productos lácteos. Por desgracia los productos mejorados tenían una desventaja desagradable: un olor a pescado que surgía de la oxidación de los ácidos grasos omega-3 del lino.
Nuestra investigación demostró que la chía conseguía justo lo que queríamos, aumentar el contenido de omega-3, sin alterar el sabor natural de los huevos o la leche. La cantidad de ácidos grasos omega-3 en las yemas de los huevos que ponían las gallinas alimentadas con la chía aumentó en más de un 1.600%, a la vez que se redujo su contenido de grasas saturadas en un 30%. En un ensayo clínico de alcance limitado en el que se alimentó a vacas lecheras con chía, se observó un incremento del 20% en el contenido de ácidos grasos omega-3 y una reducción del contenido en ácidos grasos saturados en la leche que producían esas vacas.
La Salvia hispanica L. (también conocida como chía) es una bonita planta, miembro de la familia que la menta, cuyas «cabezas» de múltiples flores pequeñas y delicadas aparecen en los extremos de varios tallos que crecen en una misma planta. Cuando esas cabezas maduran, se pueden arrancar de ellas unas cuantas semillas y masticarlas. El sabor de las semillas es agradable y recuerda al de los frutos secos con un toque de malta.
A pesar de todo lo que habíamos descubierto, yo no empecé a pensar en consumir chía regularmente hasta que nos pusimos a estudiar en profundidad cómo utilizaban los aztecas estas semillas.
Alrededor del año 2600 a.C. la chía era uno de sus cultivos más importantes del pueblo que vivió en lo que ahora es México y Guatemala. Se la ofrecían a los dioses y se utilizaba en rituales. También la usaban como moneda. Además las semillas tenían una aplicación medicinal, se molían hasta conseguir una especie de harina y la consumían los guerreros y los atletas de élite como una fuente excepcional de energía y resistencia. De hecho se decía que estos atletas aztecas podían sobrevivir durante días realizando actividades físicas intensas y extenuantes sin consumir nada más que una cucharada de chía cada pocas horas.
Está ampliamente documentado que los aztecas fueron ingeniosos inventores de sistemas de producción agrícola. Al ver la sofisticación de sus métodos, a nosotros los
investigadores nos pareció evidente que si los aztecas pensaban que la chía era especial, entonces es que lo era. Leímos todos los códices aztecas antiguos (escritos hace aproximadamente cinco siglos) que pudimos encontrar para aprender más cosas sobre la chía. Una cantidad creciente de investigaciones dejan más que claro que la chía es un alimento completo, no solo una gran fuente de proteínas y omega-3. No es que la chía esté compuesta de antioxidantes, vitaminas, minerales, aminoácidos y fibra «únicamente»; es que además tiene tantas cualidades y aporta tantos beneficios a la salud que me tiene absolutamente asombrado. Intento no utilizar la palabra «milagro» para describir esta diminuta semilla, porque hace que la chía parezca el objeto de una moda pasajera cuyos beneficios se anuncian a bombo y platillo para desaparecer pronto, pero lo cierto es que no se me ocurre una palabra mejor para describirla. La chía realmente es un alimento milagroso y, como algunas personas han dicho, es el alimento completo más saludable del mundo.
Si hay algo que he aprendido por encima de todo en mi faceta de corredor de distancias extremas en competición es esto: solo eres tan eficaz como tu salud te lo permite. La chía me mantiene sano y así puedo ser mejor cada día, independientemente del tipo de carrera que esté corriendo o la rutina de ejercicios que haga. La chía me ayuda a permanecer sano para hacer mis tareas cotidianas también, tanto si estoy en la oficina escribiendo artículos científicos, viajando para supervisar ensayos con la chía, en el laboratorio investigando o trabajando en el sitio web de la chía: www.azchia.com
Dos décadas después de mi primer encuentro con la chía sigo investigando sobre la planta, las semillas y sus muchos beneficios. Ahora mismo, si el tiempo y el dinero me lo siguen permitiendo, estoy intentando averiguar qué más puede hacer la chía y me encuentro en pleno estudio de sus extractos, sus hojas, su aceite, sus flores y mucho más.
Mi esperanza es que cada vez más y más gente conozca la chía y la pruebe. La chía puede ayudar a todo el mundo: a niños, a adultos, a atletas y a adictos al sofá, a personas con patologías crónicas o agudas y también a los que están muy sanos. De hecho creo que la chía puede mejorar la salud de todo el mundo. Y si sigue leyendo lo descubrirá por sí mismo.
WAYNE COATES
Profesor emérito de la Universidad de Arizona.