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¿Por qué se considera la prensa femenina inferior? ¿Qué características poseen estas publicaciones que las hacen convertirse en indispensables en determinados espacios? Para intentar buscar las respuestas a estas preguntas, en primer lugar es fundamental definir qué es la prensa femenina. Sin embargo, hacerlo no es fácil.
Lo arduo de esta tarea es abordar un sector mediático que se considera especializado cuando, en verdad, no debería ser considerado como tal, ya que no se dirige a un nicho, sino a un público que es ni más ni menos que la mitad de la humanidad. Por tanto, no se trata de una prensa dirigida a un público más o menos homogéneo interesado en unos temas concretos. En realidad, es un tipo de publicación cuya temática está limitada a lo que socialmente se concibe como femenino y se dirige a una audiencia formada por personas de quienes se espera un tipo de comportamiento considerado femenino. Es decir, su existencia se apoya en una construcción social, el género, uno de los conceptos que más acalorados debates ha generado –y continúa generando– en distintos campos de estudio. En su esencia, por tanto, el concepto de prensa femenina resulta, como mínimo, difuso.
Tratar sobre este sector sin abordar el concepto de género es como hablar de empoderamiento sin revisar el concepto de poder. Las construidas diferencias de género están en su raíz, en su andadura e, incluso, en el foco de su éxito. Por esa razón, para empezar, es necesario discurrir sobre este tema de manera muy objetiva y teniendo siempre muy presente que nuestra mirada se centra en la prensa femenina como producto comunicacional.
Partimos del hecho de que las diferencias entre hombres y mujeres siempre han sido reforzadas por un sistema que ha creado una dicotomía basada en el sexo, presente en los entornos más cotidianos, como la familia, el trabajo o las interacciones sociales. De hecho, las primeras investigaciones científicas sobre los roles de género ya abordaron este dimorfismo sexual.
Con la incorporación masiva de la mujer al mundo laboral remunerado –sobre todo, tras la Segunda Guerra Mundial– y después de algunos profundos cambios sociales, políticos y económicos, las estructuras tradicionales del hogar comenzaron a replantearse y los roles asignados a las mujeres –como las tres K del ideal femenino según el nazismo: Kinder, Kuche, Kirche (niños y niñas, cocina, Iglesia)– empezaron a cuestionarse. En definitiva, en un momento dado surgió la necesidad de desarrollar un nuevo modelo de rol sexual.
En este contexto crecieron los estudios sobre las diferencias psicológicas entre los géneros, muchos de los cuales buscaban las conductas que diferencian los géneros, pero también las que compartían. Uno de los trabajos más destacados fue, sin duda, El segundo sexo, de Simone de Beauvoir (2000), publicado por primera vez en 1949. Beauvoir dejó claro que las características humanas consideradas femeninas no son fruto de una supuesta naturaleza biológica, sino que son adquiridas mediante un complejo proceso individual y social. Beauvoir fue la primera en sostener que una mujer no nace, sino que se hace. Esta construcción sociocultural de los comportamientos, las actitudes y los sentimientos, basada en las diferencias biológicas, es lo que pasó a denominarse años más tarde género.
Sin embargo, el concepto de género, fundamental para el avance de investigaciones y proyectos a favor de la igualdad de derechos entre mujeres y hombres, también fue criticado por investigadores e investigadoras de diferentes campos del conocimiento. Por ejemplo, Judith Butler, en su libro El género en disputa (2007), critica la idea esencialista de que las identidades de género sean inmutables y encuentren su origen en la naturaleza, en el cuerpo o en una heterosexualidad que la autora marca como obligatoria. Para ella, la idea de identidad de género siempre ha tenido el propósito de uniformar, pues Butler considera que esta implica la construcción y búsqueda de un tipo de unidad excluyente. En su opinión, «femenino» no es una noción estable y su significado es tan problemático, y vago, como el de «mujer».
El sistema sexual basado en la dualidad también ha sido cuestionado por la biología. La bióloga feminista Anne Fausto-Sterling, por ejemplo, en su conocido estudio Cinco sexos (1993)[1] afirma que hay una enorme gradación que va de mujer a varón. «Dependiendo de cómo denominemos los diferentes estadios, podemos afirmar que a lo largo del espectro subyacen al menos cinco sexos y, quizá, incluso más» (Maquieira D’Angelo, 2001, pág. 178).
Teniendo en cuenta el contexto en el que se gestó el concepto de género, así como todos los cuestionamientos que se han dado acerca de lo femenino o de lo que significa ser mujer, es evidente que resulta muy complicado definir y situar el papel de la prensa femenina, pues estas publicaciones se apoyan precisamente en esas controvertidas normas duales. Aunque también es cierto que en la vida diaria persisten un sinfín de evidencias que muestran que el sistema social basado en la dicotomía en función del sexo sigue estando muy presente.
Sea cual sea el panorama, el objetivo de esta breve introducción es reconocer el carácter difuso del género y, sobre todo, exponer que esta imprecisión dificulta la delimitación de una prensa que justamente se asienta en una idea de lo femenino, o de mujer, bastante discutible. La prensa femenina, como sostiene Gallego Ayala (2007, págs. 131-175), es «una cala de difícil abordaje». Por eso, es necesario situarla en relación con la problemática del género, aunque sea de esta forma tan resumida, para así comprender su complejidad.
Diferentes autoras y autores han aportado sus perspectivas sobre qué es la prensa femenina. En general, se dice más o menos lo mismo: que se dirige a una audiencia mayoritariamente formada por mujeres y que habla de los temas supuestamente femeninos, como la belleza, la moda o las tareas relacionadas con el cuidado. Sin embargo, todas ellas son definiciones bastante cuestionables. Por ejemplo, ¿por qué algunas revistas que tratan de asuntos considerados femeninos y que son leídas por un público mayoritariamente formado por mujeres –como por ejemplo las publicaciones sobre decoración– no están incluidas en la categoría de prensa femenina? ¿Qué es esa temática femenina a la que se refieren los autores y las autoras? ¿Acaso belleza y moda son asuntos exclusivos de mujeres? ¿Quiénes forman parte de ese público femenino? En esta categorización, ¿dónde encajarían, por ejemplo, las lesbianas o las personas transexuales? Todas esas preguntas no tienen respuestas precisas porque vienen de un debate mucho más amplio en torno a los roles asignados a las mujeres y a los hombres en nuestra sociedad, y en torno a muchos otros aspectos tratados por los estudios de género.
Quizá la definición que mejor responde a la complejidad del tema sea la de Juana Gallego Ayala. Su visión añade un aspecto fundamental para explicar este sector: la esfera privada. Para ella, la prensa femenina está formada por «publicaciones que están pensadas y dirigidas fundamentalmente a las mujeres, centradas en el ámbito de lo privado y cuya temática, enfoque y lenguaje utilizado se refiere y define lo que es ser mujer, hoy por hoy, en nuestra área cultural» (Gallego Ayala, 1990, pág. 49).
¿A qué se refiere Gallego Ayala cuando habla del ámbito de lo privado? A las actividades desarrolladas en la esfera privada, administradas principalmente por mujeres. El discurso social –históricamente androcéntrico– distingue los diferentes espacios, distribuye los lugares y determina los papeles según el sexo de las personas o, mejor dicho, según el género. Así como se asigna a la esfera privada el carácter femenino, se da por supuesto que la esfera pública está bajo el predominio masculino. Por eso, para la autora, la prensa femenina se ocupa del discurso de lo privado mientras que la prensa de información general se centra en el discurso de lo público, es decir, recoge las actuaciones desarrolladas principalmente por hombres en la esfera pública.
Dicha segregación del discurso viene de lejos. Según Timoteo Álvarez (1997), siempre ha formado parte de la tradición oral de las sociedades que transmiten sus leyes de supervivencia y principios básicos de generación en generación. Durante la Edad Media y Moderna, ya se producía una división de mensajes por sexo. Las mujeres campesinas (es decir, la mayoría) se ocupaban de recoger y transmitir las moralejas, los romances, las historias, las fábulas, las canciones o las vidas de los santos en los entornos familiares, mientras que los varones escuchaban (o leían, si sabían hacerlo) otro tipo de textos, sobre todo de filosofía, política o tecnología. Cuando aparecen los primeros textos impresos, entre los siglos XV y XVIII, se dio un predominio de lo religioso, cuyo público era, mayoritariamente, femenino.
Por consiguiente, la targetización de la prensa por sexos o por géneros –según la perspectiva que tenga cada cual– puede ser considerada una consecuencia de la continua segregación de mensajes que ha caracterizado la historia. No obstante, sí puede situarse un punto clave en la historia de su consolidación. Es a partir del siglo XIX cuando ocurre lo que Timoteo Álvarez (1997) llama «masculinización» de la información y de la cultura, es decir, cuando los efectos de la revolución industrial, como la concentración urbana o la educación básica obligatoria, eliminan la relevancia social de las mujeres. Si anteriormente eran ellas las responsables de la educación de las criaturas, de la producción de alimentos, de la elaboración de las ropas y de todos los temas relacionados con la economía doméstica en el mundo rural, a partir de la industrialización pasan a tener un papel económico y social secundario. En este contexto, crecen las publicaciones periódicas con temas centrados en la esfera pública, sobre todo política, y, al mismo tiempo, es también aquí cuando surgen las primeras publicaciones dirigidas específicamente a las mujeres.
Además, cabe subrayar que dicha segregación de discursos no lleva a la creación de dos sectores iguales en cuanto a su importancia o relevancia. Miremos, por ejemplo, una regla que el mercado publicitario utiliza para determinar si una revista es «femenina» o no en la actualidad. Esta consiste en verificar la cantidad de lectoras y lectores de la publicación en cuestión y, cuando el 75 % o más son mujeres, se considera una revista femenina. Sin embargo, este criterio es falible, pues, a diferencia de una publicación femenina, que es definida y aceptada bajo esta regla, una revista cuya audiencia es mayoritariamente formada por hombres no es considerada «masculina». Y esto puede explicarse, precisamente, a partir de la idea del «segundo sexo» que ya aportó Simone de Beauvoir en su momento:
«La humanidad es masculina y el hombre define a la mujer, no en sí, sino en relación con él; la mujer no tiene consideración de ser autónomo. […] La mujer se determina y se diferencia con respecto al hombre y no a la inversa; ella es lo inesencial frente a lo esencial. Él es el Sujeto, es el Absoluto; ella es la Alteridad» (Beauvoir, 2000, pág. 50).
La existencia del término prensa femenina, por tanto, demuestra que lo femenino existe como oposición a lo masculino, mientras que el pensamiento masculino es aquel que se considera como universal. Igualmente, esta segregación del discurso mediático desnuda la diferente valoración que la sociedad hace de los asuntos relacionados con mujeres y hombres, puesto que este sector de la prensa trata, sobre todo, los temas del mundo privado, es decir, una realidad cerrada, limitada y, siguiendo los términos de Beauvoir, inesencial.
Para tener una idea todavía más clara de la fuerza de la jerarquía sexual en la segregación de los contenidos mediáticos, Menéndez Menéndez (2006) propone un análisis de la clasificación de revistas de la Oficina de Información y Control de Publicaciones, entidad que controla la tirada y la difusión de los medios de comunicación en España. La tipología de «revistas» aplicada por esta entidad se subdivide en dos categorías: «información general» e «información especializada». Dentro de «información especializada» hay un numeroso repertorio temático que incluye dieciocho especializaciones. Las revistas «femeninas» aparecen en este listado, junto a, por ejemplo, «deportivas y ocio», «religiosas» o «satíricas» (Oficina de Justificación de la Difusión, 2020).
Lo más interesante, apunta Menéndez Menéndez (2006), es que en esta relación de publicaciones no está la categoría masculina, a pesar de que existan en el mercado algunas publicaciones con nombres que explicitan su público objetivo como Gentleman («Caballero») o Men’s Health («La salud de los hombres»). Todos estos títulos, curiosamente, aparecen en el apartado «estilo de vida», un estilo de vida que se aplica e interesa a todo el público lector, es decir, un estilo de vida «universal». Es decir, el varón es considerado como sujeto universal, como decía Beauvoir.
Así, como bien observa Fernández Días (2003, págs. 28-29), «la prensa para la mujer no deja de ser un gueto como lo es la inserción de páginas de la mujer en los medios de comunicación escritos tradicionales y generalistas». La misma autora menciona una declaración de Sarah Glattstein, directora de la revista Cosmopolitan en los noventa, quien manifestó en una entrevista al periódico El País[2] que «el control y selección de noticias lo hacen hombres» y que las revistas femeninas «son un medio especializado porque las mujeres siguen siendo consideradas un género aparte» (Fernández Díaz, 2003, pág. 28). De nuevo, la frase coincide con lo que indicaba Beauvoir, y deja claro que, aunque dirigidas a un público que se corresponde potencialmente con la mitad de la población mundial, la prensa femenina es una «especialización», es decir, algo que se sale de la norma y se define por su singularidad, como reconoció la propia directora de Cosmopolitan.
Las revistas femeninas son consideradas solamente un segmento dentro del amplio mercado editorial, e igualadas a temáticas como los deportes, las religiones o la sátira –sectores que también tienen lectoras–. Esta segmentación de las audiencias es importante en el mercado editorial, puesto que «las características de la revista la hacen idónea para alcanzar grupos unidos por un interés especial, de aquí la progresiva aparición de publicaciones especializadas que atienden la demanda informativa de audiencias homogéneas[3]» (Cabello, 1999, págs. 21-22).
El público de una revista especializada siempre se explica como un grupo homogéneo. Por tanto, verificamos que las mujeres son tratadas como un grupo único, sin tener en cuenta la infinita diversidad que se da entre las personas cuando ni siquiera es necesario ningún razonamiento académico para observar esas diferencias. Basta pensar en factores formales como la edad, la clase social, la nacionalidad o el nivel de estudios, por no hablar de las idiosincrasias individuales.
No se puede analizar la prensa femenina sin remontarse, aunque sea brevemente, a sus orígenes. Y, volvemos a insistir, su raíz está en un discurso social segregado por sexos, una práctica que se ha mantenido a lo largo de casi toda la historia de la humanidad.
Existen registros de un tipo de prensa dedicado exclusivamente al público femenino desde el siglo XVII, como la publicación francesa Gazette de France (1631) o la inglesa Lady’s Mercury (1693). Ya en el siglo XVIII, existieron numerosas revistas hechas por mujeres, aunque dirigidas por hombres, y destinadas al público del sexo femenino, sobre todo en Francia. Schroeder Buitoni (1981) añade que la más conocida fue Le Journal des Dames (1759-1778). Sus artículos trataban sobre cómo ser mujer según la costumbre de entonces (Menéndez Menéndez, 2009). Los primeros periódicos para mujeres ofrecían principalmente consejos a sus lectoras sobre economía doméstica y remedios caseros.
No obstante, el inicio de esta targetización podemos decir que se dio formalmente en el siglo XIX. Con algunas excepciones, la prioridad de estas publicaciones era difundir la moda entre las mujeres de la llamada alta sociedad puesto que, según Lipovetsky (2004), fue en este período en el que se sistematizó y se institucionalizó la asociación de lo femenino con la preocupación por la apariencia, la moda y el lujo. Pero, también en el siglo XIX, aparecen publicaciones orientadas a promover la emancipación de las mujeres. Merece prestar atención al periódico feminista francés L’Athénée des Dames, creado en 1808 y con una corta duración. Empieza así una etapa de apertura en la prensa femenina, pero que no duró mucho tiempo, ya que a este período le siguieron otros que recuperaron el discurso conservador del siglo anterior (Menéndez Menéndez, 2009).
El perfil de las lectoras también comenzó a cambiar. Las primeras publicaciones se dirigían a las «damas», es decir, a mujeres de clase alta, interesadas en la moda y las bellas artes. Pero, en el siglo XIX, con el crecimiento de los movimientos por los derechos de las mujeres en distintos países, emerge otro concepto de lo que es ser «mujer», menos aristocrático y más vindicativo.
Ya en el siglo XX, los periódicos pasan a dirigirse al ama de casa consumidora (Schroeder Buitoni, 1981). Las publicaciones con tendencias feministas siguen activas, pero nacen también publicaciones dedicadas a mujeres que, además de cuidar de sus propios hogares, han dejado el campo para trabajar en centros urbanos, pasando así a poder consumir más (Schroeder Buitoni, 1981).
He aquí un punto de inflexión en el recorrido de la prensa femenina: la percepción de que las mujeres se convierten en consumidoras. Dicho cambio en el discurso de la prensa femenina se notaría de distintas maneras y en diferentes momentos del siglo XX, según el contexto político y socioeconómico de cada país[4]. No obstante, esta transformación es innegable en el sector, sobre todo en lo que respecta a la apelación a las lectoras para consumir productos que, sobre todo, prometían realzar su belleza.
Hasta finales del siglo XIX, la moda era prácticamente la única preocupación que debían tener las lectoras, preocupadas por su apariencia. Por cuestiones de moralidad, no se recomendaba, por ejemplo, el uso de maquillaje. Poco a poco, la prensa femenina va incorporando mensajes que promocionan el uso de diferentes productos cosméticos. Así, estas publicaciones se convierten en las principales herramientas de difusión social de técnicas estéticas.
Ahora bien, merece la pena aclarar que la belleza –y la obligación de «ser bella»– no siempre fue un aspecto relacionado con la feminidad. Por medio del arte, las mujeres han sido mayoritariamente representadas como símbolo de fecundidad, y no de belleza. Tampoco los textos o las canciones catalogadas por la historiografía expresaban la idea del «bello sexo». En el arte griego, por ejemplo, los homenajes rendidos a la belleza se dirigían en mayor grado al cuerpo masculino que al femenino. «La idolatría del “bello sexo” es una invención del Renacimiento; hay que esperar, en efecto, a los siglos XV y XVI para que la mujer conozca su apogeo en cuanto personificación suprema de la belleza» (Lipovetsky, 2002, pág. 105).
Esta imagen de la mujer, difundida a partir del Renacimiento, ha permeado el ideal femenino dentro y fuera de las publicaciones dirigidas a las mujeres. Ya en las primeras décadas del siglo XX, la cultura de la belleza femenina entra en lo que Lipovetsky llama un ciclo de democratización de masas. La prensa femenina del período de entre guerras, y sobre todo de los años treinta, exalta el uso de productos cosméticos y la belleza pasa a ser descrita como una conquista personal de la mujer que ahora sabe cómo trabajar su apariencia, y ya no tiene por qué resignarse a su físico. Gradualmente, las recetas de belleza, que tradicionalmente habían sido compartidas entre amigas o transmitidas de madres a hijas, son sustituidas por las sugerencias de las revistas o por sus anuncios (Lipovetsky, 2002).
Esta incorporación de mensajes que afirman y legitiman las prácticas transformadoras de la apariencia refleja un cambio en el pensamiento a partir de mediados del siglo XIX, que se acentuará en las últimas décadas del siglo XX. Dicho cambio impulsa la que, quizás, sea la más significativa transformación de la prensa femenina del siglo XX y que, de hecho, aún se da en la actualidad. La difusión de estas publicaciones crece de manera espectacular cuando su función pasa a ser predominantemente la de colaborar en la promoción de productos cosméticos, por lo que se reduce el hábito de compartir secretos de belleza en el ámbito familiar, o con amigas, o el uso de recetas caseras para la elaboración de cremas.
Además, la idea del recato asociada a un rostro libre de maquillaje pierde vigencia. La idea de embellecerse no solo deja de ser una inmoralidad, sino que pasa a ser considerado un deber de toda mujer, preocupada por conservar un marido fiel y un matrimonio estable. Las revistas femeninas captan perfectamente esta idea y pasan a difundirla. Tras este descubrimiento por parte de los anunciantes, la publicidad empieza a ocupar entre el 50 % y el 70 % de las páginas de Vogue y Elle en los años sesenta, sobre todo con anuncios de higiene, moda y belleza (Lipovetsky, 2002).
Esta obsesión por la belleza llega a tal punto que cambia totalmente el modo en que el ama de casa es representada en los anuncios publicitarios. Esta deja de ser una mujer mayor y descuidada, para pasar a convertirse en una mujer atractiva, pero sin emanar erotismo (Moreno Sardá, 2002). De este modo, ocurre un cambio importante en la representación de la mujer. «Al liberarse las mujeres de la mística femenina de la domesticidad, el mito de la belleza vino a ocupar su lugar y se expandió para llevar a cabo su labor de control social» (Wolf, 1991, págs. 14-15).
Por tanto, se sustituyen las cacerolas por el maquillaje como herramientas fundamentales para la construcción del ideal de feminidad. Las mujeres se convierten básicamente en consumidoras de todo lo que responde a su principal misión, embellecerse. Se trata de un mandato que se expande con fuerza por todo el mundo, gracias a una serie de transformaciones globales ocurridas en las últimas décadas del siglo XX, como la ascensión del feminismo y el papel de la prensa femenina.
Existen diversos tipos de publicaciones que pueden enmarcarse bajo la categoría «prensa femenina». De acuerdo con Menéndez Menéndez (2006), este sector se apoya en dos pilares: la «prensa rosa» y la «prensa práctica». La principal característica de la primera, también conocida como «prensa del corazón», es el contenido dedicado casi exclusivamente a personas famosas. No obstante, este libro se centra en el segundo pilar de la prensa femenina definido por Menéndez Menéndez, es decir, en la «prensa femenina práctica».
Existen tres tipos de publicaciones que conforman la «prensa femenina práctica» según Gallego Ayala (1990), que completa la idea de Menéndez.
• Revistas especializadas de divulgación y orientación: son como guías dirigidas a las mujeres sobre temas como la maternidad, la salud o la moda.
• Revistas especializadas de servicios: publicaciones sobre cocina, decoración, costura, croché u otras labores domésticas.
• Revistas femeninas de información general: contienen las características que identifican el «género femenino» estereotipado, con un discurso basado en el «trinomio belleza-amor-hogar». Según Gallego Ayala, creadora de este trinomio, estos tres ítems se interrelacionan, pues el primero de ellos (la belleza) garantizaría la conquista del segundo (el amor). Una vez adquiridos estos dos elementos, la felicidad estaría asegurada y se materializaría en el tercer término del trinomio (el hogar) (Gallego, 1990).
Cabello (1999) propone una clasificación parecida, pero añade dos tipos más: las revistas femeninas juveniles y las que denomina «revistas femeninas de alta gama». Los contenidos de estas últimas –y téngase en cuenta que el corpus aquí analizado forma parte de este grupo– se centran en la alta moda y la belleza.
Para comprender los tipos de contenidos de la prensa femenina en la actualidad, es fundamental retomar el trinomio belleza-amor-hogar por su importancia. Aunque Gallego acuñó esta idea en 1990, y después ha hecho algunas otras aportaciones sobre el mismo tema (Gallego, 2008 y 2013), el contenido de las revistas femeninas, con muy pocas variaciones, continúa pivotando en estos tres aspectos:
• Belleza: Gallego Ayala no solo se refiere a los rasgos más o menos armoniosos del rostro y del cuerpo, sino que incluye aquí también la moda. Además, trata la obsesión por la juventud. Mantenerse joven es la clave para alcanzar el ideal de belleza. Y es por medio de la belleza que se adquiere el segundo ítem del trinomio.
• Amor: Gallego Ayala incluye las relaciones conyugales, las relaciones familiares, la psicología afectiva, la educación sexual, la vida familiar, la relación padres-hijos, los consejos sobre métodos anticonceptivos, los consejos sobre el comportamiento afectivo y todas las temáticas relacionadas con los sentimientos. Además, la sexualidad también forma parte de este aspecto, puesto que la sexualidad femenina se suele asociar con el amor y la afectividad.
• Hogar: es el lugar donde se materializa la felicidad alcanzada mediante el amor y conquistada gracias a la belleza. Se presenta en las páginas de las revistas no como un espacio físico vacío, sino como un espacio cerrado apropiado para las relaciones interpersonales. Además de temas como decoración, cocina, limpieza, labores y consumo, se incluye la nutrición, la higiene, la crianza, la salud, la cultura y la comunicación.
Las publicaciones que conforman la prensa femenina tienen algunas características que merecen ser puestas de relieve.
Tienen un tiempo propio
La temporalidad es una cualidad que distingue la prensa de información general, muy enfocada en la audiencia masculina que está conectada con el presente inmediato, de la prensa femenina, centrada en casi su totalidad en los temas y ámbitos propios de la esfera privada (atemporales en su mayoría).
Santa Cruz y Erazo (1980) apuntan que, en el sector de la prensa femenina, todos los temas se tocan desde una perspectiva ahistórica y estática. «No hay diferencia en abrir una revista en un número preciso o seis números después. […] La descontextualización de la realidad inmediata es tal que tampoco hay diferencia entre abrir una revista en un país u otro» (Santa Cruz y Erazo, 1980, pág. 220).
Schroeder Buitoni (1981) también introduce algunas referencias al carácter atemporal de los contenidos de las publicaciones dirigidas a las mujeres. «A veces, su carácter más actual surge a través de la publicación del perfil de un actor de una telenovela de éxito. Otro punto de conexión con la actualidad es la moda; sin embargo, se trata de una temporalidad artificial, que obedece a la presión comercial» (Schroeder Buitoni, 1981, pág. 137).
Tratan de un «privado» peculiar
Sus contenidos se centran fundamentalmente en el espacio privado. Sin embargo, el concepto de lo que es «privado» es amplio y merece ser tratado, aunque solo sea de manera concisa, para aclarar su significado. Según el Diccionario de la lengua española, de la Real Academia Española (2001), privado se refiere «a algo particular y personal de cada individuo». Si vamos más allá y miramos el término privacidad –muy afín con el primero– veremos que significa «ámbito de la vida privada que se tiene derecho a proteger de cualquier intromisión».
Para Soledad Murillo (1996, págs. XV-XVIII), privacidad tiene dos significados:
• Apropiación de sí mismo o misma: la retirada voluntaria y puntual de un espacio público para beneficiarse de un tiempo propio.
• Privación de sí mismo o misma: ocurre en el ámbito doméstico, en el cual la persona no tiene el privilegio ni de reservarse ni de aislarse de las demandas ajenas.
La primera concepción de privacidad se refiere a una manera de alcanzar una sensación de bienestar con una especie de aislamiento. No obstante, el término privado, si lo relacionamos con lo que tradicionalmente se ha considerado femenino, tendría otras connotaciones: «Tratándose de mujeres, la privacidad cambia de signo y se convierte en un conjunto de prácticas que tienden al desprendimiento de sí, más próximas al dominio de la domesticidad» (Murillo, 1996, pág. XVII).
Poner de relieve las dos concepciones de privacidad es importante para aclarar que las actividades que se desarrollan en el ámbito privado pueden ser concebidas de dos maneras diferentes, incluso antagónicas, según el género de los individuos. Así, entendemos que no siempre lo que es privado para las mujeres está condicionado al goce de un tiempo y un espacio propio, sino que, más bien es al revés, está repleto de actividades, preocupaciones y dedicación hacia los otros.
Las tareas asignadas socialmente a las mujeres se centran en el segundo tipo de privacidad propuesto por Murillo y eso se refleja en los asuntos tratados en las páginas de la prensa femenina, aunque de manera creciente se estén incorporando contenidos sobre ocio que más bien tienen que ver con el consumo de bienes y servicios. Pero, además de fomentar el hábito de comprar especialmente cosméticos, las revistas estimulan el cuidado ajeno de diferentes maneras, con la maternidad, la relación con la pareja o, incluso, en relación con las mascotas. Como dice Fernández Díaz (2003, pág. 29): «en el fondo, el último mensaje que se intenta transmitir es que la mujer debe consumir, no ya para complacerse a sí misma, sino a los otros, siendo los “otros” un círculo de características masculinas».
Entonces, el hecho de que la mujer sea la que más consume publicaciones con un contenido basado en la dimensión privada no garantiza, ni significa, que socialmente ella tenga derecho a su privacidad, entendiendo esta como apropiación de sí misma. Esta circunstancia nos habla de que estas revistas abordan temas históricamente olvidados en la esfera pública y los tratan a partir de los papeles asignados socialmente a cada uno de los sexos. «Carecer de privacidad, instaladas en un espacio de nulo reconocimiento social, incide en el silenciamiento de las mujeres y en su autopercepción. Ellas no se atribuyen derechos, aunque, paralelamente, velen por los derechos de los demás» (Murillo, 1996, pág. 147).
Parecen fuentes de placer
La prensa femenina posee también, qué duda cabe, una dimensión que trata de otorgar placer a las lectoras, puesto que ellas mismas dicen verlas «muy conscientemente como chocolate mental –a excepción de unas pocas nueces duras–» (Whitehorne, 1997, pág. 19). Las revistas femeninas evitan al máximo esas «nueces duras», conscientes de que los asuntos que se consideran desagradables afectan negativamente a las ventas. Así, en sus pocos momentos de ocio, muchas mujeres hojean las revistas para complacerse, aunque lo que encuentren sean artículos que les dicen cómo satisfacer las demandas ajenas, de la familia o de la casa, o las lleven a pensar en una única misión como objetivo principal, embellecerse.
El placer de leer estas revistas suele residir en que en ellas se encuentra el modo de responder a las demandas ajenas. Lo mismo ocurre con la sexualidad femenina. Además del ideal de mujer basado en el «trinomio belleza-amor-hogar», existen otras representaciones en la prensa femenina, como la «mujer-pareja sexual», pero el rol más extendido es el de objeto sexual.
«La alternativa a la imagen tradicional de madre/esposa/ama de casa es la de un objeto sexual a quien le gusta su papel como tal. Se crea una mujer paradójica que, por un lado, se afirma sexualmente como mujer activa y, por otro, ratifica la imagen pasiva como objeto de placer. En eso consiste su erotismo» (Moraes, 1994, pág. 42).
Este tipo de erotismo permanece en la prensa femenina, aunque bajo la representación de un poder femenino innovador. «La “nueva sexualidad” se refiere a imágenes y textos que innegablemente rompen las convenciones del comportamiento femenino, representando a las chicas como seres decididamente libidinosas» (McRobbie, 2004a, pág. 128). Así, todas parecen dueñas de sus propios cuerpos y de sus propias decisiones en cuanto a su sexualidad, aunque se mantenga en sus páginas cierto conservadurismo, como la idea de que la heterosexualidad es obligatoria.
Utilizan un estilo comunicativo particular
Esta investigación se centra en el papel de la prensa femenina como emisora de mensajes hacia su audiencia. La manera como la prensa femenina lo hace es muy peculiar como consecuencia del tipo de lenguaje que utiliza, muy distinto al de la prensa de información general. En los diarios, «la información es principalmente narrativa mientras la prensa femenina privilegia la disertación y la descripción» (Schroeder Buitoni, 1981, pág. 141).
La prensa femenina se caracteriza por un discurso predominantemente directivo (marca directrices) y normativo (Plaza, 2004). Utiliza el recurso de aconsejar, persuadir y hablar con la lectora como si fuese una amiga. Por ello, el léxico de este tipo de publicaciones es considerado un objeto de estudio muy interesante.
Su primera y principal estrategia discursiva es conquistar la complicidad de la lectora con el uso de un lenguaje intimista, típico de diálogos informales. Para alcanzarlo, Gaudino-Fallegger (2000) explica que se construyen textos en los cuales abundan pronombres de primera y segunda persona como «No sin mi mascota» (Marie Claire, marzo de 2008) o «Mima tus piernas» (Telva, noviembre de 2009). Asimismo, predominan estructuras interrogativas como «¿Estás convirtiendo tu novio en una nenaza?» (Cosmopolitan, marzo de 2010) e imperativas como «Vive en rosa» (Elle, marzo de 2007).
Sobre las estructuras imperativas, conviene destacar el uso de enunciados yusivos (que expresan un mandato o un deseo) para estimular la compra de productos de moda y belleza. Son como órdenes e imposiciones sutiles, no explícitas. Estas revistas saben muy bien cómo exhortar a la lectora a consumir ropa, accesorios y cosméticos, pero siempre respetando las normas de cortesía, incluso con enunciados realmente difíciles como los que incluyen un verbo en imperativo (Hinojosa Mellado, 2008).
En cuanto a las frases interrogativas, Pendones de Pedro (1999) indica que son tres los tipos de frases empleadas por la prensa femenina:
• las modalizantes, que proponen una cuestión muy abierta, que puede tener muchas respuestas (ejemplo: «¿Qué es la dieta de la zona?», Telva, noviembre de 2009);
• las asertivas-provocativas, que tienen como objetivo incitar algunas respuestas basándose en aspectos afectivos y axiológicos (ejemplo: «El orgasmo, ¿Todavía nada?», Elle, marzo de 2007); y
• las informativas, que tratan de un tema de manera apelativa (ejemplo: «¿Qué maquillaje prefieren ellos?», Cosmopolitan, noviembre de 2006).
Asimismo, esa manera coloquial de expresarse que permiten las preguntas elimina la distancia, ayuda a transmitir conceptos y formar opiniones de un modo tan natural que prácticamente no se da la oportunidad de argumentar lo contrario (Schroeder Buitoni, 1981). Con estas estrategias discursivas, la prensa femenina oculta la dimensión colectiva y social de la comunicación inherente a todo discurso periodístico y provoca en la receptora la impresión de que la revista establece con ella un diálogo privilegiado, que excluye a cualquier otra persona (Gaudino-Fallegger, 2000).
Para Gallego Ayala (1990), dirigirse a cada lectora «individualmente» es una acción que esconde y fomenta consciente o inconscientemente que las mujeres no se identifiquen como un colectivo, como un «nosotras». Teniendo en cuenta el hecho de que una revista femenina es un producto de masas, está claro, por tanto, que el uso de mensajes «individuales» es un contrasentido que tiene el efecto de eliminar el aspecto social intrínseco a cualquier mensaje emitido en sus páginas.
Las revistas femeninas también poseen un papel de instruir a las lectoras. Felíu Arquiola et al. (1999) señalan que el origen de los consejos en las revistas viene de los manuales de autoayuda (de tradición estadounidense) y de la tradición europea de la literatura de ejemplos. Por eso, es muy frecuente encontrar instrucciones como «Llega a la cima» (Kena, marzo de 2010) o «Sorri» («Sonríe») (Máxima, marzo de 2010).
Abundan las instrucciones en relación con diferentes aspectos de la vida de las lectoras. Pero siempre con el mismo tono intimista e incluyendo las opiniones de especialistas que, como dice Garrido Rodríguez (2012), aportan legitimidad a los consejos.
Poseen un especial aprecio por la «neofilia»
Una de las grandes habilidades de la prensa femenina es saber ofrecer siempre lo mismo pero de forma distinta en cada ocasión. ¿Y cómo lo hacen? Una de las maneras más eficaces es apostar por lo «nuevo», aunque en el fondo sea solo producir cambios en la apariencia del discurso. Según Whitehorne (1997), en el mundo de las revistas siempre se hace énfasis en lo siguiente: el próximo tema, el próximo producto, el próximo evento, etc. El nuevo tratamiento de combate a la celulitis, las novedades de la industria cosmética, lo último de las pasarelas, etc. Las palabras mágicas son nuevo, novedad, lo último...
Se trata de fomentar la afición por las cosas nuevas y la novedad (neofilia), siempre presente en los anuncios publicitarios. Pero lo nuevo en las revistas femeninas no es nada revolucionario ni innovador, ni tampoco, por supuesto, posee carácter crítico ni se propone concienciar. «Lo nuevo en la prensa femenina opera en un nivel secundario, en la apariencia. No es vanguardia, no innova; su mayor objetivo es ser una novedad que venda. Es lo nuevo que no pertenece al arte; es lo nuevo que le sirve al consumo» (Schroeder Buitoni, 1981, págs. 130-131).
Los contenidos se repiten hasta la saciedad. Un ejemplo claro son los artículos sobre fiestas o eventos que se repiten todos los años. Esto también ocurre en otros medios, pero en la prensa femenina tiene una característica particular, pues lo que se repite cada año son directamente los contenidos, los últimos secretos que se conocen para llegar al orgasmo, los peinados que se llevarán en la próxima temporada o las nuevas técnicas de adelgazamiento para el verano. Hay que recordar que la atemporalidad es una de sus características más importantes y, precisamente por eso, se insiste tanto en las portadas en el carácter novedoso de los contenidos que pueden encontrarse en el interior.
Parecen apolíticas
Con el predominio de asuntos como belleza y moda en sus páginas, se puede decir que la prensa femenina no se caracteriza por tratar asuntos de la esfera pública –como la política– en artículos en profundidad. En realidad, solo se han registrado contenidos políticos en revistas con tendencias más feministas, que, con algunas excepciones fugaces, nunca han tenido mucho éxito.
«La revista femenina no muestra signos evidentes de politización; más bien aparece como un medio despolitizante en lo que se refiere a la participación activa de la mujer en este campo. Esta conclusión no se desprende sólo de las escasas páginas, la poca relevancia y la frivolidad con que se abordan algunos temas sociopolíticos o económicos, sino, fundamentalmente, de la absoluta falta de motivación por parte de la revista para que la mujer participe en actividades políticas, y a la carencia de estímulos que la lleven a un compromiso enraizado en la existencia cotidiana» (Santa Cruz y Erazo, 1980, pág. 224).
No obstante, esta despolitización es solo aparente. «Las revistas femeninas, como eficientes vehículos promotores de todo un sistema, actúan sistemáticamente en la conformación de una ideología que lo apoya y lo reproduce» (Santa Cruz y Erazo, 1980, págs. 224-225). Cuando hablan de ideología, las autoras se refieren al sistema que funciona por medio de la naturalización y universalización de los significados y valores socialmente construidos. O, como define el Diccionario de la lengua española, de la Real Academia Española (2001), la ideología es el «conjunto de ideas fundamentales que caracteriza el pensamiento de una persona, colectividad o época, de un movimiento cultural, religioso o político, etc.».
La ideología es la principal herramienta mediante la cual los grupos sociales dominantes mantienen su poder e influencia, pues así garantizan la reproducción de las vigentes relaciones sociales y sexuales (McRobbie, 2004a). La ideología nos da la identidad y, por eso, las revistas han sido un importante objeto de estudio para las feministas, puesto que el trabajo de propagación de ideologías se realiza mediante sus contenidos.
Se puede decir que la prensa femenina «informa poco pero forma en exceso. Sobre todo, es una prensa que trabaja el convencimiento» (Schroeder Buitoni, 1981, pág. 141). Sin embargo, en general, este sector no es visto como capaz de formar opiniones más allá de las relacionadas con la moda y la belleza. «De hecho, lo que pasa con las revistas femeninas es que no se auto-cuestionan como reproductoras de la ideología dominante porque no se reconocen como ideológicas» (Marques, 2004, pág. 59).
Esta casi ausencia de una ideología explícita comporta una ideología subyacente. O como sostiene la periodista Margarita Rivière (1998, pág. 16): «La moda y su saber hacer ha ayudado a construir el paraíso del capitalismo real hegemónico». En el lanzamiento de su libro Lo cursi y el poder de la moda (1992), Bayon Pereda lo sintetizó de forma clara: la moda es un pretexto para hablar de otras cosas, incluso de política.
Son un gran escaparate de papel
Además de ser el discurso de lo privado, la prensa femenina, indudablemente, es el discurso de la publicidad. En general, los anuncios son a página completa y frecuentemente salen en las impares (las más vistas). Cada vez más se recurre a la doble página e, incluso, a complicadas dobleces que se despliegan para hacer aún más extenso el anuncio. En la prensa de alta gama es habitual que la lectora tenga que hojear unas diez páginas hasta llegar al índice de la publicación. Eso ocurre porque las primeras páginas suelen ser las más vistas y, por tanto, son también las más caras.
Es necesario aclarar que la publicidad es fundamental para un segmento como este, con costes de producción muy elevados. Se invierte mucho trabajo y dinero para innovar en tipografía y diseño, además de ofrecer fotografías hechas por prestigiosos profesionales que implican muchas veces la contratación de modelos famosas. Eso eleva el precio del ejemplar a niveles muy superiores al precio de venta al público. Así, la cantidad y el tipo de publicidad contratada es la que determina las políticas de precios y las metas de circulación. Es más, ello también puede reflejarse en una fuerte influencia sobre el universo de la revista. Por todo eso, Ellen McCracken (1993) propone que, en lugar de llamarlas women’s magazines («revistas femeninas»), se las llame women’s advertising magazines («revistas publicitarias femeninas»).
Es necesario señalar que el propósito de estas revistas de fomentar el consumismo no se restringe a sus páginas de anuncios, pues una de sus características más importantes «es la fusión entre los contenidos propios, elaborados por la redacción, con los propios de la publicidad de moda, belleza, cosméticos, etc.» (Llano, 2012, pág. 62). ¿Y cómo se combinan los intereses de las revistas femeninas y de la publicidad? Por medio, en primer lugar, del establecimiento, por parte de los publicistas, de pautas para la producción de contenidos informativos dirigidos a las lectoras. Una de ellas es evitar asuntos polémicos que dificulten las ventas del producto anunciado. Pero lo más importante es, sin duda, crear demandas en sus lectoras y satisfacer así las necesidades de los anunciantes.
En la práctica funciona más o menos así: si una marca anuncia su jabón íntimo en una revista, muy probablemente en una determinada edición o en las siguientes habrá un artículo sobre la salud femenina en el que se entreviste a un especialista que da fe de los beneficios de usar no necesariamente dicha marca, pero sí dicho producto. Sin embargo, en muchos casos, sobre todo en la actualidad, sí se llega a indicar de forma clara la marca del producto anunciado. En otros, se pondrá un listado de jabones de diversas marcas en el que se incluirá la del anunciante, quizá de una forma, con un diseño gráfico, que le haga destacar sobre el resto.
La tendencia de las últimas décadas consiste en publicar contenidos periodísticos trufados de nombres de marcas e, incluso, indicando sus precios. No obstante, la prensa femenina no parece estar preocupada por la posible confusión que esta hibridación puede generar, pues el fenómeno de disolución de la publicidad en el contenido editorial es ya predominante. Esta práctica está ya tan extendida que la Asociación de Revistas de Información recomienda a las publicaciones asociadas la conversión de los consejos comerciales en información. Esta asociación decía textualmente en sus orientaciones: «merece la pena cautivar y fidelizar a estas lectoras con contenidos a su medida, y convertir los consejos comerciales en un plus de información» (Asociación de Revistas de Información, 2010, pág. 39).
Una prensa infravalorada
En general, se dice que la prensa femenina es fútil y secundaria. Desde el ámbito periodístico y profesional de la comunicación, se la ve como un ámbito muy limitado, puesto que sus publicaciones no suelen apostar por reportajes en profundidad ni por artículos sobre la actualidad.
En el área académica, la prensa femenina tampoco goza de gran prestigio y rara vez se convierte en objeto de análisis. Por otra parte, sistemáticamente es excluida de las antologías o recopilaciones sobre historia de la prensa, por considerarla un sector ajeno a la información. Es difícil encontrar en la historia general del periodismo alguna referencia a este tipo de publicaciones fuera de monografías especializadas.
Para McRobbie (2004) el trabajo académico sobre la prensa femenina no es central, en parte, porque este ha sido conducido principalmente en el marco de los estudios de género. Es decir, se ha dado sobre todo en un debate entre mujeres (McRobbie, 2004). La prensa femenina siempre ha sido considerada «cosa de mujeres», lo que conlleva la carga cultural de ser considerada algo inferior. Whitehorne (1997) añade que, para los críticos, sobre todo para los hombres, el contenido de las revistas femeninas es banal y eso reafirma la opinión respecto a la insipidez de la «cultura femenina».
Hecho este recorrido, no resulta sorprendente el escaso interés académico que ha recibido uno de los sectores más estables e influyentes en el ámbito los medios de comunicación en general. Los pocos trabajos que se centran específicamente en el tema de la prensa femenina suelen ser bastante criticados, incluso por las mismas investigadoras feministas. Como explica Gallego Ayala, las mujeres han rechazado las aportaciones de su propio género porque están deslumbradas en parte por el protagonismo y hegemonía masculinos e indignadas por su injusta expulsión de lo considerado relevante (Gallego Ayala, 2013).
La infravaloración de la prensa femenina ocurre, en parte, por la continua invisibilización de sus aportaciones en el ámbito de los medios de comunicación y en la sociedad en general. Así, es fundamental poner de relieve algunos aspectos significativos y dignos de tomar en consideración.
En primer lugar, queremos destacar las innovaciones gráficas. Se trata de una prensa que tiene su origen en la necesidad de difundir imágenes de calidad, puesto que sus primeros pasos fueron en la difusión de modas y patrones a lectoras deseosas de novedades sobre la alta costura. Asimismo, por su recorrido marcadamente comercial, con una gran cantidad de anuncios, tuvo que poner sus esfuerzos en ofrecer una impresión de calidad. Muchos ilustradores colaboraron con este tipo de publicaciones porque les permitía experimentar e innovar, cosa que otro tipo de prensa no permitía. Por todo esto, hay que reconocer que la prensa femenina actual tuvo un papel importante en el desarrollo del diseño de las publicaciones en general, de la automatización de la imprenta y de la experimentación de nuevas formas de composición tipográfica y espacial. Su aspecto gráfico se transformó profundamente con el uso de nuevos tipos de papel, nuevas familias tipográficas y nuevos formatos, lo que lo convierte en un sector pionero en lo que se refiere al diseño, fuente de novedades que otros medios aprovecharon.
En segundo lugar, si se tiene que elegir un único adjetivo para calificar el papel económico de la prensa femenina, sin duda habría que calificarla como imprescindible. Sin las revistas dirigidas a las mujeres, el segmento de las revistas sencillamente estaría arruinado. En el caso de España, por ejemplo, la prensa femenina es líder en inversión publicitaria. Según los datos de 2019 del Estudio InfoAdex de la Inversión Publicitaria en España, el volumen de inversión publicitaria en las publicaciones femeninas en 2018 ha sido de 59.664.504 euros, un 26,2 % del total. Las revistas del corazón se han situado en el segundo puesto, con 39.548.718 euros (17,4 %). El tercer lugar se ha quedado con las publicaciones sobre automovilismo, con 19.204.694 euros (8,4 %). Las revistas de decoración se encuentran a continuación, con 17.214.617 euros (7,6 %), seguidas por las masculinas, con 12.420.529 euros (5,5 %). Por tanto, es notable la importancia de los títulos dirigidos al público femenino en este ranquin, puesto que en conjunto las revistas femeninas, del corazón y de decoración llegan a un volumen de inversión de 116.427.839 euros, y suponen la mitad del total de la inversión publicitaria de 2018 (Sánchez Revilla, 2019). Es decir, por mucho que se minimice su papel, no podemos olvidar su aporte económico. Ni secundaria, ni subalterna, ni complemento. La prensa femenina es esencial también en el aspecto económico.
En tercer lugar, la prensa femenina es el único sector de la prensa en el que las mujeres realmente son visibles. Si echamos un vistazo a las conclusiones del estudio «¿Quién figura en las noticias?» del Proyecto de Monitoreo Global de Medios de (o GMMP, por sus siglas en inglés), veremos que solo un 24 % de las personas protagonistas de noticias (en prensa, radio y televisión) son mujeres (Proyecto de Monitoreo Global de Medios, 2015). Por tanto, no queda duda de que la imagen de la sociedad presentada en la información de actualidad sigue siendo predominantemente masculina.
Mientras tanto, en la prensa femenina, las mujeres son las protagonistas. Es cierto que, en muchos casos, son reflejadas de una manera estereotipada e irreal, pero al menos en este sector ellas son visibles y los asuntos que les han sido asignados socialmente, también. Estas revistas, aunque sigan limitadas a prácticamente un solo tipo de discurso –centrado en lo privado y en el consumo–, desempeñan un papel irrefutable a la hora de hacer visible a más de la mitad de la humanidad, además de poner sobre la mesa aspectos de la vida que deberían ser tratados de manera más amplia en los demás medios, como las emociones, la crianza, la sexualidad o la salud.
Por último, hablamos de las aportaciones mediáticas. Para Garrido Rodríguez, la mayoría de los estudios no tratan de las revistas femeninas ni de su importancia como producto comunicacional. Por eso, sostiene la autora, es necesario analizar sus aportaciones a la luz de lo que se ha denominado el «periodismo de servicio» (Garrido Rodríguez, 2012). Pese a la dificultad de definirlo, la autora dice que el periodismo de servicio se refiere a aquel que se caracteriza por una gran variedad de informaciones, más bien breves, y que apuesta por lo útil. Además, introduce un tipo de diseño que prioriza el uso del color, de las fotografías, de los gráficos o de otros recursos audiovisuales. Las temáticas de este «periodismo de servicios» se centran, sobre todo, en el concepto de utilidad, priorizando temas que responderían sobre todo a asuntos cotidianos y relacionados con el bienestar del lector o lectora (Garrido Rodríguez, 2012). Por tanto, este tipo de periodismo se fundamenta en rasgos bastante frecuentes en la historia de la prensa femenina.
Por otro lado, rasgos que por mucho tiempo fueron poco valorados, pero que, poco a poco, han sido incorporados por otros diarios y semanarios, en un intento por fidelizar al público y frenar la constante reducción del número de lectores de la prensa escrita, así como para aumentar la publicidad. Los diarios incluyen artículos sobre salud, recetas, moda, belleza y ocio de manera creciente, muchas veces con un tono intimista y con un tipo de diseño que recuerda al de la prensa femenina. Incluso, los diarios deportivos, marcadamente masculinos, están adaptando dichas características y ya incorporan noticias sobre la vida privada de los jugadores –algo más propio de la prensa rosa, pero que también forma parte de la prensa femenina–.
[1] Según Fausto-Sterling (1993), además del binomio mujer/hombre, existen tres «intersexos», cuya diferencia radica en la presencia o ausencia de genitales masculinos, femeninos o ciertos aspectos de ambos. Al tratarse de categorías complejas, la autora manifiesta que la variedad de sexos podría ser aún más amplia.
[2] La entrevista puede encontrarse en: L. Martínez (1994). «La mujer y los medios». El País. Valencia. <http://elpais.com/diario/1994/05/20/sociedad/769384813_850215.html>.
[3] Las cursivas son de la autora de este libro.
[4] En Prensa femenina: ¿herramienta de empoderamiento de las mujeres? (Orsini Vargas, 2014), presentamos el historial de la prensa femenina en Brasil, España, México y Portugal, países donde se publican las cuatro publicaciones nacionales aquí estudiadas: Claudia, Telva, Kena y Máxima, respectivamente.