SOMOS AGUA EN UN PLANETA AZUL

Me gusta pensar que la Luna está ahí, incluso si no estoy mirando.

Albert Einstein

Mi abuelo paterno era hombre de campo y leyendas, así como constructor de su propio hogar, donde crecieron sus hijos y yo pasaba los veranos. Mi abuela materna era costurera y dedicaba a la cocina gran parte de su tiempo; las conversaciones entre pucheros eran parte de las visitas. Ambos me inculcaron una serie de valores que quizá damos por hecho, pero que no tenemos suficientemente en cuenta. Uno de ellos fue: «No empezar la casa por el tejado». Es decir, sin unas buenas bases, ningún proyecto que nos planteemos saldrá como desearíamos por mucha voluntad y trabajo que invirtamos en él. Es por ello que, a la hora de escribir un libro, así como cuando nos ponemos manos a la obra con un hechizo o con un rico pastel, los cimientos de nuestra casa deben ser sólidos.

Empecemos, pues, por el principio y preguntémonos qué sabemos de la Luna. ¿Cómo nos influencia en nuestra vida diaria? ¿Qué secretos esconde a simple vista?

EL NACIMIENTO DE LA LUNA

Así como otros planetas del sistema solar cuentan con varios satélites, la Tierra solo tiene uno. Su compañera inseparable, la Luna, lleva miles de millones de años viajando a su alrededor y a su lado. Cada noche, e incluso durante la mañana, cuando alzamos la vista, ahí está, y el ser humano ha deseado desvelar sus misterios desde los albores de la humanidad. Ella estaba antes de que existieran océanos en la superficie de la Tierra o la vida llegara a vibrar en sus aguas. La Luna ha sido venerada en la Antigüedad y deseada por la comunidad científica hasta poner sus pies en ella.

El astrónomo Johannes Kepler, el primero que aplicó la teoría heliocéntrica de Copérnico, fue quien bautizó la Luna como «satélite», denominación que proviene de la palabra satellite, que podemos traducir por ‘guardián’.

Pero ¿cuáles fueron sus inicios? ¿Cómo nació la Luna?

La Luna se formó hará unos 4.530 millones años, cuando todavía no podemos hablar con propiedad de «sistema solar» o de «Tierra». En ese momento, muchos cuerpos celestes chocaban unos con otros: cometas, meteoros y asteroides colisionaban con aquellos cuerpos que cruzaban en su camino.

La teoría más popular actualmente (y que ha desbancado a todas las anteriores) es la de Tea 1. Según esta teoría, cuando la Tierra era un planeta joven, sufrió la colisión de otro joven planeta con un núcleo de hierro similar al suyo (Tea) que orbitaba alrededor del Sol. Tea era más pequeña y, en el choque, el núcleo de esta fue absorbido por la Tierra, mientras que los restos del pequeño planeta y un fragmento de la propia Tierra fueron expulsados al espacio, tras lo cual quedaron atrapados en la órbita terrestre, creando un anillo que, con el tiempo y tras algunos golpes más, se transformaría en la actual Luna.

Las altas temperaturas debidas al impacto hicieron desaparecer las sustancias volátiles de los fragmentos; sustancias como el hidrógeno, el nitrógeno y el carbono, que no se encuentran en la Luna, pero sí en la Tierra.

Ese nuevo cuerpo se enfrió y fue tomando su forma actual, recibiendo también golpes de menor y mayor envergadura, hasta mostrar ese relieve lunar tan característico y que podemos ver en las películas en blanco y negro de los principios del cine mudo.

Como vemos, la Luna está emparentada con la Tierra desde sus orígenes. Es un pequeño orbe sin aire que mide casi un tercio de la anchura de su hermana terrestre y refleja cada noche la luz del Sol como un faro para un navío extraviado.

A pesar del lenguaje y creencias que hablan de una cara oscura de la Luna, en realidad no existe tal lado, pues, a pesar de estar oculta a nuestra visión desde la Tierra, también recibe la luz del Sol.

Su órbita alrededor de nuestro planeta dura unos 27,3 días y la realiza al tiempo que da un giro sobre su propio eje; un baile que se denomina «rotación sincrónica» y que explica por qué siempre vemos la misma cara de la Luna. La cara que desde la Tierra vemos iluminada por el Sol parece que crece y mengua (de luna nueva a luna llena); secuencia que denominamos «ciclo lunar», que se completa cada 29,5 días y que es el resultado de la combinación de la posición de la Luna con respecto a la Tierra y al Sol.

Pese a una explicación tan lógica, la influencia de las fases lunares no deja de tener su misterio. Por su influencia sobre la humanidad y sus efectos sobre la superficie terrestre, el ritmo y cambio constante de la Luna ha creado nuestro calendario. Todos hemos oído hablar y/o hemos presenciado su influjo en las mareas, pues la atracción gravitatoria de la Luna promueve la formación de una prominencia en la parte más cercana de nuestro planeta y, conforme la Tierra rota, la parte afectada por la atracción varía y provoca el cambio de mareas cada doce horas, aproximadamente. Lo que no es tan conocido es que la Tierra rota un poco más rápido que la Luna, por lo que, cuando gira justo por delante de esta y surge el abultamiento más cerca de ella, la arrastra, acelerándola ligeramente y alejándola de su órbita hacia el espacio, con lo que se aleja de nosotros un poco cada vez.

El filósofo estoico Posidonio dijo: «El Universo es un cuerpo único. El mundo es un todo simpático en sí mismo». Esta teoría holística y simpática ha sido utilizada en miles de culturas; en la medicina china, por ejemplo, y en la magia natural y lunar. Según Posidonio, las mareas estaban producidas por la relación simpática entre la Tierra y la Luna, y gracias a sus observaciones del océano Atlántico y el mar Mediterráneo, y a la lectura de las observaciones del astrónomo Seleuco del océano Índico, estableció el vínculo entre los ciclos lunares y las mareas.

El Sol también influye en las mareas de tal manera que, en el momento en que se encuentra perpendicular a la Luna, la fuerza de ambos astros se anula y se da la llamada «marea muerta», mientras que, cuando están alineados (ya sea en luna llena o nueva), su potencia se une y se da la «marea viva» o la «sizigia».

Las grandes mareas se dan dos veces al año, coincidiendo con los equinoccios de primavera y de otoño, pues el Sol está en el mismo plano que el ecuador terrestre y duplica la atracción de la Luna.

El influjo de la Luna es tal que también la superficie de la Tierra se dobla en las llamadas «mareas telúricas o terrestres». En estos casos, la atracción se muestra como una deformación elástica (en la que el suelo se puede alzar unos treinta centímetros) que se puede dar hasta dos veces al día durante las grandes mareas; suceso que no percibimos a simple vista, puesto que toda la superficie se alza al mismo tiempo, pero que tienen en cuenta los ingenieros y arquitectos antes de trazar un nuevo proyecto.

Llamamos «planeta azul» a la Tierra por un motivo evidente (las aguas que cubren su superficie), pero no podemos olvidar que nosotros también somos un 70 % de agua; nuestras venas son azules, como los ríos que serpentean la piel pétrea de Gaya, y no podemos sobrevivir más de cinco días sin ingerir líquidos, por lo que es fácil imaginar la influencia que tiene la Luna en nosotros, así como la tiene en nuestra Madre Tierra.

MAREAS BIOLÓGICAS

Ahora bien, los expertos no se ponen de acuerdo: algunos dicen que el agua de nuestro cuerpo es nimia, por lo que no tiene sentido que la Luna nos afecte como a las mareas, mientras que otros sostienen lo contrario.

En el Instituto Max Plank de Fisiología Vegetal en Postdam, Alemania, se han realizado una serie de estudios en torno a una planta llamada Arabidopsis thaliana. El biofísico Joachim Fisahn ha observado que el crecimiento de las raíces de dicha planta siguen la órbita completa que la Luna hace en torno a la Tierra, siguiendo sus ciclos. Esto significa que la Luna afecta a las células vegetales y, si las plantas son sensibles a las fuerzas que crean las mareas, ¿qué impide que afecten también a las personas?

El psiquiatra Arnold L. Lieber aseguraba que la gravedad de la Luna ocasionaba sutiles desplazamientos en los líquidos del cuerpo humano, produciendo desde hinchazón de los tejidos a mayor irritabilidad nerviosa.

La vida en la Tierra tuvo sus inicios en los océanos (y la Luna, como hemos visto, la acompañó desde antes de que esto sucediera), por lo que los primeros organismos conocían las mareas y los ciclos lunares a los que estaban expuestos y, del mismo modo que las aves migratorias predicen las estaciones o las tortugas regresan al mismo punto terrestre donde nacieron para poner sus huevos, ese mecanismo biológico de supervivencia podría seguir activo, aunque acallado (como sucede, en parte, con el olfato y el oído), en el ser humano.

MAGNETISMO

El magnetismo terrestre es otra de las energías que fluyen en y a nuestro alrededor. Como la luz y el calor, los astros, el Sol y nuestro satélite nos influyen, afectando al campo magnético de la Tierra.

El experto en meteorología espacial del University College de Londres, Robert Wikes, dijo que «los océanos son conductores de electricidad porque están hechos de agua salada y fluyen con las mareas que tienen un campo magnético asociado».

Otros estudios han mostrado que los cambios físicos bajo un magnetismo alto son comunes: pérdidas de memoria, insomnio, migrañas, fatiga, irritabilidad, ataques cardíacos…

Se considera un hecho biológico que animales como las aves y los peces tienen un sentido magnético, pero en los humanos se dudaba de ello, puesto que no presentíamos cambios que nuestros hermanos sí percibían, aunque un estudio del Instituto Tecnológico de California, Estados Unidos, ha mostrado que individuos expuestos a cambios en el campo magnético experimentan disminuciones significantes en su actividad de ondas alfa cerebrales (ondas que se producen durante una vigilia pacífica, sin realizar tareas específicas).

LUNA MADRE

Puede que la Luna sea un personaje nocturno en el imaginario colectivo, pero sin ella los días durarían menos, ya que la velocidad de rotación de nuestro planeta se reduce unos microsegundos cada año debido a la fricción de las mareas; es decir, al principio la Tierra giraba más rápido y, si no hubiera existido la Luna, los días serían más cortos.

Los eclipses también son parte de su encanto, ya que es la conjunción de Sol, Luna y Tierra lo que da lugar a estos mágicos fenómenos celestes.

Conocemos el influjo de la Luna en las mareas, y más adelante comentaremos su influencia en el ciclo femenino, pero muchos son los que no saben que la Luna también es responsable de consolidar la inclinación de la Tierra sobre su eje, algo que contribuye a estabilizar el clima, puesto que dicha inclinación afecta directamente a la distribución de energía solar en nuestro planeta. La fuerza externa que la Luna ejerce sobre la Tierra evita cambios catastróficos de nuestro eje de rotación y los científicos han observado que, sin los cuidados de su hermana pequeña, nuestro planeta podría haber variado hasta 85 grados su inclinación y esto podría haber provocado grandes cambios climáticos a escala global.

Como vemos, nuestra vecina más cercana tiene un efecto profundo e íntimo en nosotros; sin ella, nuestro planeta no sería como es ni la evolución biológica hubiera seguido el mismo curso. Podríamos decir que, además de terrestres, somos selenitas.

¿Cómo puede extrañarnos entonces que su energía y luz pueda influir en nuestra vida y destino? Vamos a descubrir cómo lo hace y cuáles son nuestras herramientas para aprovechar su influjo mágico y misterioso.

Triqueta, símbolo celta de la triple dimensión, la fuerza triple, los tres rostros y las tres formas; símbolo de vida, muerte y renacimiento.


1. Nombre que proviene de la mitología griega: Tea era una titánide hija de Gea y Urano.